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Manuel Vázquez Montalbán: Los alegres muchachos de Atzavara




Enviado por alba_sierra



    1. Introducción al autor y su
      obra
    2. Los alegres muchachos de
      Atzavara
    3. Marco de la acción:
      España tardofranquista
    4. Recuperación de la memoria
      histórica
    5. Bibliografía

    I)
    INTRODUCCIÓN AL AUTOR Y SU OBRA

    Manuel Vázquez Montalbán nació en
    Barcelona en 1939, en la calle Botella, del barcelonés
    barrio del Raval, muy presente en su obra. La política y la
    crítica
    social fueron también una constante a lo largo de su
    extensa producción. Licenciado en Filosofía
    y Periodismo,
    fue procesado y condenado a tres años de prisión
    por sus actividades antifranquistas. Escribió en la
    cárcel su primer libro,
    Informe sobre la información (1963), y a partir de
    ahí desarrolló una prolífica obra como
    poeta, novelista, ensayista y periodista, que abarca un centenar
    de títulos.

    Fue militante y dirigente del Partit Socialista Unificat
    de Catalunya (PSUC). Su prestigio se inició como
    periodista en las páginas de Siglo XX.
    Colaboró además con revistas y diarios para los que
    escribía artículos sobre la actualidad
    española: Hermano Lobo, Triunfo, El
    País
    , Interviu y La
    Vanguardia
    .

    En lo que respecta a su actividad poética,
    pertenece al grupo de los
    "novísimos", y con él se abre la antología
    de Josep Maria Castellet Nueve novísimos. Es autor
    también de una de las obras más destacadamente
    renovadoras de la poesía
    española actual, reunida íntegramente en el
    volumen
    Memoria y deseo (1986).

    Deshace el mito de la
    subcultura y se inicia así, no tanto la contracultura,
    como una nueva percepción
    más democrática de lo cultural. Una educación
    sentimental
    (1967), Movimientos sin éxito
    (1970) y Manifiesto subnormal (1970) son tres libros
    radicalmente renovadores.

    Como ensayista destaca Crónica sentimental de
    España
    (1971) y Mis almuerzos con gente
    inquietante
    (1984).

    Entre sus novelas destacan,
    El pianista (1985), Los alegres muchachos de
    Atzavara
    (1987), El estrangulador (1994) y, por encima
    de todo, Galíndez (1990), su novela más
    ambiciosa y conseguida. En 1972 aparece por primera vez el que
    pronto será el genial y popular detective Pepe Carvalho,
    verdadera institución nacional, en Yo maté a
    Kennedy
    , y reaparecerá en novelas como Tatuaje
    (1974), La soledad del mánager (1977), Los mares
    del Sur
    , Asesinato en el Comité Central (1981),
    El delantero centro asesinado al atardecer, Quinteto de
    Buenos Aires
    y, hermosa y terrible coincidencia, Los
    pájaros de Bangkok
    , publicada hace exactamente veinte
    años.

    Vázquez Montalbán ha sido traducido a los
    principales idiomas. Ha reunido sus narraciones en el volumen
    Pigmalión y otros relatos (Seix Barral, 1987), y
    algunos de sus ensayos en el
    volumen Escritos subnormales (Seix Barral, 1989). Su obra
    ha sido galardonada con distintos premios
    internacionales:

    1981, Premio Internacional concedido en París a
    Los mares del Sur;

    1989, Premio de la Crítica de la RFA a El
    balneario
    ;

    1989, Premio Recalmare, concedido en Palermo por un
    jurado presidido por Leonardo Sciascia, a El pianista y a
    Asesinato en el Comité Central.

    Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1991 por
    la novela
    Galíndez sobre el asesinato del político en
    la República Dominicana; el Premio Planeta por Los
    mares del sur
    (1978), el Internacional de Literatura
    Policíaca en Francia y el
    Premio de la Crítica.

    Vázquez Montalbán ha sido el creador del
    prototipo del detective español:
    Pepe Carvalho, el más humano de los detectives conocidos.
    Lo creó en 1975, y en su última entrega, una novela
    inédita de 1.000 páginas que se titula
    Milenio, le hace dar una vuelta al mundo que arranca en
    Afganistán y concluye en plena guerra de
    Iraq.

    II) LOS ALEGRES
    MUCHACHOS DE ATZAVARA

    • Argumento:

    Manuel Vázquez Montalbán publicó
    esta novela en el año 1987. En ella encontramos a un grupo
    bastante heterogéneo de personas, todos ellas
    pertenecientes a la burguesía catalana, profesionales con
    una posición consolidada, para los que el verano del 1974
    fue muy especial. Entre ellos aparecen los personajes que dan
    título a la novela, ‘los alegres muchachos’,
    homosexuales más o menos liberados. Junto a ellos, el
    grupo de las mujeres más o menos emancipadas, ‘las
    alegres muchachas’, y por último, el grupo de
    parejas ortodoxas y heterosexuales más o menos
    permisisvas. Todos ellos coinciden en Atzavara, un pueblecito de
    payeses reconvertido en "colonia de artistas" cerca de la costa
    de Tarragona. Cuatro de los protagonistas toman la palabra en
    esta novela, a razón de uno por capítulo, y nos
    cuentan qué pasó, o mejor dicho, cómo lo
    vivió cada uno. Así, veremos a toda la colonia ir a
    la playa y hacer fiestas nocturnas con mucho alcohol, con
    mucho revoloteo de faldas y calzoncillos… como chiquillos
    cuarentones.

    Procedente de otra área social, participa en este
    verano un joven deseoso de mejorar su condición, que
    será utilizado, aislado y finalmente dado al olvido, a
    modo de cuerpo extraño, por el núcleo del grupo en
    el que trataba de insertarse.

    Pero él no será la única novedad
    del verano. Aparecerán también como elementos
    desestabilizadores, dos personajes contraculturales y
    homosexuales, culpables en buena medida de que salgan a la
    luz las
    propias convenciones y prejuicios de los
    protagonistas.

    Buena parte de la crítica coincide en describir
    esta novela como la radiografía moral de la
    época, además de un estudio de costumbres, a la vez
    despiadado y conmovido, en su agria lucidez. Montalbán
    convierte en parábola implacable las contradicciones y
    servidumbres de un significativo sector de la sociedad, al
    que él ve con desencantada y tierna crueldad. A
    través de la recuperación de la memoria del
    grupo social al que él mismo se siente vinculado,
    Montalbán exige cuentas a su
    propia generación mediante una narración repleta de
    ironía.

    • Localización espacial y
      temporal:

    La acción
    principal se desarrolla en una época determinante desde el
    punto de vista histórico, no sólo para España,
    sino también para otras zonas del mundo, acontecimientos
    por supuesto conocidos por los protagonistas de la novela y que
    salen a relucir en varios momentos (en Portugal triunfa ‘la
    revolución
    de los claveles’ derrocando el régimen del dictador
    Marcelo Caetano, en EEUU se produce la dimisión del
    presidente Richard Nixon como consecuencia del escándalo
    del Watergate, en Grecia caen
    los coroneles griegos y asume el gobierno
    Karamanlis, tras la triunfal recepción
    popular).

    En el verano del 74 se vivían los últimos
    coletazos de la dictadura en
    nuestro país. Franco estaba ya muy enfermo y todo el mundo
    esperaba su muerte de un
    momento a otro, aunque inesperadamente el dictador
    aguantaría algo más de un año. Aún
    así, se empezaba a respirar un ambiente
    distinto, más por los deseos, esperanzas e ilusiones de la
    gente contraria al régimen, que veía en el final
    del mismo el cumplimiento de esos sueños, frustrados
    durante más de cuarenta años, que por la libertad
    existente en el momento. Todas estas características
    convierten al verano del 74 en un protagonista más de la
    narración, desencadenante de una serie de comportamientos,
    sentimientos y experiencias en cada uno de los personajes, que a
    su vez influirán también en el resto de los
    miembros del grupo.

    En cuanto a la localización espacial de la
    novela, podemos afirmar que el nudo de la acción se
    desarrolla precisamente en Atzavara, un pueblo de montaña,
    situado por el autor en la costa de Tarragona, y alejado
    aún en esta época de las grandes masificaciones
    estivales de turismo. Al contrario, se
    trata de un pueblecito de payeses, de difícil acceso, en
    el que el grupo protagonista de la novela ha ido adquiriendo
    casas semiabandonas a un muy buen precio,
    transformándolas en unos pocos años en sus
    particulares mansiones estivales.

    En principio, la existencia de este pueblo, al menos con
    el nombre de Atzavara, no se puede documentar de ningún
    modo, puesto que no aparece ni en los atlas de la zona ni en
    fuentes
    similares, aunque a lo largo de este trabajo
    trataremos de justificar su presencia en la novela.

    Estudiosos y críticos de Montalbán, como
    Colmeiro, hablan de "resonancias vagamente arábicas", al
    referirse a este lugar como "un pequeño oasis de libertad,
    de permitida transgresión de las normas (sexuales,
    genéricas, políticas)
    en el rígido desierto de la dictadura". Y es que
    ciertamente, este grupo de intelectuales
    convierte Atzavara en su espacio propio, absolutamente al margen
    de la represión todavía ejercida por el
    régimen franquista, donde podrán ejercer, y de
    hecho ejercerán, su libertad, tanto de expresión
    como de acción, llevando al límite la recién
    iniciada revolución sexual, sin ser conscientes ellos
    mismos de las consecuencias que tendrá sobre sus propias
    vidas, lo que acabará por desencadenar el inseperado final
    de la novela. De esta forma, al igual que hablábamos del
    tiempo
    histórico, pienso que el espacio se convierte en un
    actante más de la novela, llegando a ser un reflejo fiel
    de los personajes y su evolución. Del mismo modo que un pueblecito
    abandonado se convierte en ‘colonia de artistas’, los
    protagonistas parten de una situación de libertad cero
    para aterrizar en una sociedad con unos valores y una
    moralidad
    totalmente diferentes.

    • Técnica
      estructuradora:

    Como ya comentamos al principio, la novela está
    dividida en cuatro capítulos, en cada uno de los cuales
    posee la voz uno de los personajes. De esta forma, el lector
    recibe ‘diferentes’ formas de ver las cosas, pudiendo
    él entrar a formar parte de la novela, emitiendo juicios
    de valor,
    identificándose más con unos o con otros, etc.
    Cuando no es una sola persona el
    narrador de una historia, se corre el
    riesgo de que
    te guste más una voz que otra. Montalbán corre ese
    riesgo por cuadruplicado, saliendo, a mi parecer, victorioso en
    los cuatro. Ha conseguido que a la hora de leer la novela, parece
    como si tuvieras a tu lado contándote aquel verano a
    cualquiera de los ‘alegres muchachos’.

    Estas cuatro ‘voces’ narran de una forma
    retrospectiva, es decir, comentan una situacion desde una cierta
    distancia temporal. Situada la voz en un tiempo futuro, lo que
    prima es el balance de aquella situación del pasado,
    mediante juicios de valor, etc.. Por lo que no hay que perder de
    vista que cuando uno comenta una acción que le
    sucedió en un pasado, siendo consciente de las
    consecuencias que aquello trajo, la forma en la que se cuenta no
    es la misma. Esta estrategia
    narrativa ofrece múltiples perspectivas parciales y
    contradictorias de una misma historia, lo que requiere una
    lectura atenta
    para ir ‘completando’ esas perspectivas parciales de
    cada narrador con las del resto de narradores.

    Esta técnica se conoce en narratología como multiperspectivismo o
    dialogismo. Este último término fue empleado por
    Batjín para referirse a una cualidad especialmente
    destacada en los discursos
    novelísticos, por la cual estos resultan de la interacción de múltiples voces,
    puntos de vista y registros
    lingüísticos. Según él, este dialogismo
    implicaba directamente la heterofonía o multiplicidad de
    voces, la heterología o alternancia de tipos discursivos
    entendidos como variantes lingüísticas individuales,
    y la heteroglosía, o presencia de distintos niveles de
    lengua.
    Montalbán sabe jugar perfectamente con todos estos
    factores, dando lugar no sólo a una riqueza de la realidad
    representada, sino consiguiendo también evitar la
    necesidad de tener que tomar parte directamente haciendo de juez
    supremo o máximo sancionador moral de la historia.
    Además puede permitirse el hecho de no ser identificado
    fácilmente con alguna de las voces narradoras e introducir
    pequeñas dosis de su pensamiento en
    todas y cada una de ellas.

    Algunos de sus críticos no han sabido ver esta
    habilidad de Montalbán como algo positivo. Díaz
    Arenas, por ejemplo, cree que el autor "posee ciertamente el don
    de la escritura,
    pero un don limitado a una capacidad de producción que
    abarca alrededor de las cien páginas ficticias y sobre
    todo centrado en una historia, es decir, de acontecimientos que
    van de la mano de un personaje. No olvidemos que él ha
    sido ante todo poeta, y la poesía no necesita
    extensión y cantidad sino condensación". Dice
    también que Montalbán "suma historias, es decir,
    "novelas", y las pega" consiguiendo de esta forma las
    páginas más o menos suficientes para poder hablar
    de novela en el sentido estricto, y que esta obra en particular,
    "no posee el fondo narrativo suficiente para centrar su fuerza
    creativa en una sola historia". Yo, como lectora, no puedo obviar
    que esta puede ser la sensación inicial que alguien tenga
    al leer por primera vez Los alegres muchachos de Atzavara,
    porque es realmente sobre un único punto crucial sobre el
    que giran el resto de los acontecimientos. Pero también
    creo que es una obra que requiere de posteriores lecturas en las
    que poder apreciar perfectamente cómo se complementan las
    diferentes visiones y lo bien que encajan unas con otras,
    cómo Montalbán sabe plasmar a la perfección
    esa heterofonía de la que hablábamos anteriormente
    y sobre todo, cómo logra reflejar la ambigüedad y
    poliformidad de la sociedad en sí.

    La importancia de la voz y punto de vista
    (señalada por los filósofos al menos desde Leibniz a Ortega y
    Gasset) puede ilustrarse a través de la famosa
    metáfora de Henry James de ‘la casa de la
    ficción’ (Prefacio a El retrato de una dama)
    con muchas ventanas que dan a la misma escena humana, pero en la
    que cada ventana puede tener múltiples formas y estar
    situada más arriba o más abajo,
    consiguiéndose de esta forma diferentes perspectivas de
    una misma situación. También encontramos esta
    técnica en las novelas de W. Faulkner, V. Woolf o L.
    Durrell, en que se suceden diferentes narradores-focalizadores
    dándonos sus respectivas versiones en torno a un mismo
    estado de
    cosas.

    • Personajes:

    Como ya señalamos con anterioridad, la
    micro-sociedad de Atzavara esta formada a su vez por diferentes
    subgrupos:

    – Los ‘alegres muchachos’ homosexuales:
    Rafa, Gratacós y Sau, Sebas y Pepe.

    – Las ‘alegres muchachas’ solteras,
    divorciadas o malcasadas: Montse Graupera, Paqui Sans, Luisa
    Sanglas, Pruden y Ariadna.

    – Los matrimonios ortodoxos y heterosexuales: Luis
    Millás e Irene, Postius y Berta Feliu y Los
    Masramon.

    Se sumarán este verano al grupo
    también:

    – Dos muchachos pertenecientes a la clase obrera:
    Paco Muñoz González y Vicente Blesa.

    – Dos exóticos y jóvenes homosexuales
    intelectuales: Paolo y Donato (los dos
    ‘sultanes’)

    Además aparecerán otros personajes como la
    Condesa Austríaca o el ‘hombre-enciclopedia’ Pau Dosrius, cuyo
    carácter de personajes planos no les
    hará decisivos a la hora de avanzar la acción de la
    novela. Se trata de personajes construidos en torno a un solo
    rasgo o resorte psicológico, que se mantiene
    inalterablemente, por lo que sus respuestas ante acontecimientos
    y situaciones serán bastante previsibles. Así, la
    ‘ex’ condesa sólo aparece dos veces a lo largo
    de la novela y siempre para dejar de manifiesto la superioridad
    de sus conocimientos (fue educada en París) sobre los
    ‘españolitos’ de Atzavara, a los que supone
    desde un principio ignorantes en torno a cuestiones de sobra
    conocidas por ellos como la existencia del periódico
    francés Le Monde o la forma en la que se come el foie
    grass
    , indicaciones que no sentarán nada bien a los
    protagonistas:

    "- Le Monde, tu connais?

    La madre que la parió" (p. 96).

    En cuanto al historiador Pau Dosrius, es cierto que no
    hay capítulo en que no se le nombre, pero siempre
    será para criticarle por su excesivo enciclopedismo,
    puesto que no hay conversación en la que no intervenga
    para demostrar su erudición. Es curioso como las cuatro
    voces que nos dan a conocer la historia coinciden en esta
    crítica a pesar de sus diferencias, lo que nos hace pensar
    que en este caso es la voz del autor la que se cuela en sus
    afirmaciones, con el objeto de criticar la mera
    acumulación de saberes, la erudición por la
    erudición.

    "Dosrius era un banco de datos viviente y
    mortificante por la extensión y lentitud de sus
    exhibiciones, acumulaba sabiduría en toda la
    extensión de sus células
    (…) un sopor crispado iba extendiéndose a medida que
    demostraba no sólo conocer la totalidad de la obra de
    Rubens sino incluso el tamaño exacto de los cuadros y la
    genética y
    genealogía de las termitas en aquel momento preciso
    actuantes contra el preciado legado artístico"
    (p.176).

    En el primer capítulo, titulado La
    irresistible ascensión de Vicente Blesa
    , es Paco
    Muñoz González el encargado de narrarnos los hechos
    según su punto de vista. Él llega a Atzavara por
    casualidad, después de coincidir en un bar de Barcelona
    con uno de los protagonistas, Vicente, amigo suyo de la infancia y
    procedente como él del barrio obrero de La Fabriqueta.
    Este personaje nos servirá para establecer los grandes
    contrastes existentes entre dos realidades bien diferentes, como
    son la vida burguesa y la vida proletaria.

    Paco es una persona conformista, sobre todo en
    comparación con el resto de los personajes que aparecen en
    la novela, aunque también hay que tener en cuenta que
    él no tiene las mismas facilidades que el resto para
    correr el riesgo de transgredir las normas. No ha tenido la misma
    educación que los demás, ni por supuesto tiene las
    mismas facilidades económicas para permitirse ir de
    veraneo o conocer el último grito de la moda neoyorquina.
    A él nadie le ha regalado nada en la vida, e incluso tuvo
    que dejar Andalucía para ir a buscar trabajo a
    Cataluña con toda su familia, algo
    impensable en cualquiera de los ‘alegres
    muchachos’.

    Hay una frase que Montalbán pone en boca de Paco,
    que quizás sea la que mejor ayude a comprender su
    ‘filosofía de vida’:

    "Yo a veces he querido envejecer de pronto,
    rápido, para no tener deseos, para resignarme con lo que
    soy y con lo que tengo. Pero a medida que me hago mayor me doy
    cuenta de que es una esperanza inútil; siempre se tienen
    deseos y, lo peor, deseos que jamás podrás
    satisfacer. Pero yo trampeo bien mis propios fracasos y no me
    puedo quejar a la vista de cómo les va a otra gente de mi
    edad entre la que hay mucho derrotado sin trabajo y con muchas
    ganas de quejarse. Han visto demasiadas películas,
    demasiada tele y les han comido el coco" (pp. 10-11).

    Paco se asoma por unos días al sofisticado mundo
    de Atzavara, con una mezcla de excitación y
    repulsión hacia todo lo que ve. No tardará mucho en
    descubrir las razones por las que su amigo Vicente ha llegado a
    pertenecer a un grupo de burgueses intelectuales. Pronto se
    percatará de que Vicente es la pareja sentimental de Rafa,
    al que todos consideran el núcleo del grupo. Esto
    supondrá un gran shock para él, dominado como
    estaba por las ideas retrógradas y convencionales del
    sistema:

    "(…) aquellos tíos cocinaban como artistas, con
    regodeo, exhibiéndose (…). Una cosa es ser cocinero por
    profesión y otra por instinto. Se es cocinero por instinto
    como se es maricón por instinto" (p. 54).

    "Yo pensaba, si el precio de ir a Nueva York es que te
    den por el culo, que se metan Nueva York donde les quepa, yo me
    quedo en La Fabriqueta y veo Nueva York en la tele. Pero ya me di
    cuenta entonces que había dicho una grosería y que
    Vicente no se merecía que yo fuera grosero con él,
    es decir, a los maricones como cosa general, a barullo, que les
    den morcilla, pero Vicente era Vicente, era un caso concreto, un
    amigo durante años (…)" (p. 68).

    Deja clara su homofobia, pero a la vez cae en el
    típico tópico de los que opinan sin saber,
    víctima de su propia educación tradicional y
    patriarcal: a él que no le toque un
    ‘maricón’, pero como Vicente es su amigo, hace
    el grandísimo esfuerzo de hacer una excepción y
    dejar de lado su racismo:

    "(…) y así Vicente, indirectamente sabrá
    que le sigo teniendo, si no afecto, sí
    consideración o respeto; lo que
    no quiere decir, eso no, que yo tenga manga ancha ante tanta
    mariconería como hoy se tolera. Pero a Vicente le
    conocía y era un tipo respetable" (p. 74).

    Como era de esperar, este personaje no durará
    mucho dentro del grupo, y cuando se va del lugar, de la misma
    inesperada forma en la que entró, lo hace dejando su
    marca personal:

    "Corrí a la habitación que me
    habían atribuido, metí mis cosas dentro del
    maletín y antes de dejar la casa entré en tromba en
    el cuarto de baño de Rafa y Vicente, cogí el tubo
    de pasta de dientes y escribí con una extraña
    paciencia sobre el espejo la palabra: Maricones, con una
    señal de admiración al final, es decir: Maricones!
    Y luego salí de estampida de aquella casa (…)" (p.
    73).

    Gracias a su narración conocemos también a
    Vicente, un tipo considerado raro en la Fabriqueta porque
    estudiaba ballet, era muy musculoso y vestía muy a la
    moda. Quería ser bailarín, y no dudó en
    introducirse en el grupo para lograr así más
    rapidamente sus objetivos, de
    ahí el título de esta primera parte. Se convierte
    en el amante de Rafa, unos veinte años mayor que
    él, y es presentado al grupo de Atzavara como su nuevo
    ‘socio’ en el negocio de la joyería, aunque a
    nadie se le escapa su verdadera identidad.
    Vicente es esperado por muchos como una de las atracciones del
    verano, y él, muy dispuesto siempre, terminará
    siendo una especie de ‘mayordomo’ para los
    veraneantes.

    También nos introduce a Rafa, el
    cincuentón diseñador de joyas, respetado por todos,
    centro neurálgico del grupo y uno de los primeros que
    comenzó a levantar su mansión en Atzavara. Gracias
    a los siguientes narradores conoceremos la importancia que supone
    la presentación de su nuevo ‘socio’ como la
    confirmación en sociedad de su homosexualidad, acallada durante toda su
    vida.

    La segunda parte de la novela, titulada Los dos
    sultanes
    , es narrada por Montse Graupera, mujer de mediana
    edad en crisis de
    identidad una vez traspasada la frontera de
    los cuarenta ("Fue en el verano de 1974 cuando no tuve más
    remedio que darme cuenta de que me estaba haciendo vieja" p. 79)
    y víctima de la insatisfacción conyugal,
    profesional y sentimental. Trabaja como profesora de Geografía e Historia
    en un instituto de la periferia y está medio separada,
    medio casada con Carlos Basté de Linyola, un importante
    empresario con
    futuro político en la democracia
    ("… con el tiempo le haría diputado de
    Convergència i Unió y uno de los personajes
    más influyentes de la
    Organización patronal española" p.
    153).

    Montse es una de las ‘alegres muchachas’
    malcasadas, algo de lo que ella misma es muy
    consciente:

    "A veces en la soledad de mi habitación me asalta
    el deseo de ir a la habitación de Carlos. No es amor. No es
    nostalgia. Son los reflejos condicionados y en su capítulo
    hay que apuntar todos los vencimientos de mi melancolía de
    malcasada con un hombre tan poderoso que no necesita a nadie
    (…)" (p.93).

    Forma parte de una familia con conciencia de
    vencedora en la Guerra Civil ("Tuve que leer mucho,
    descatolizarme mucho, para superar mi conciencia de vencedora
    indirecta de la Guerra Civil" p. 98).

    Pertenece al grupo de mujeres emancipadas,
    cómplices y confesoras de los ‘alegres
    muchachos’, en una demostración práctica de
    la mutua necesidad de solidaridad entre
    grupos
    oprimidos:

    "(…) las conversaciones, los chistes, los
    juegos
    verbales de segunda o tercera intención que casi siempre
    nos cruzábamos nosotras con Rafa y sus amigos, conscientes
    ambos, implícitamente, de que éramos los dos
    sectores marginados de la comunidad y que
    el azar y la necesidad nos había hecho coincidir en aquel
    pueblo lejos de los veraneos prestigiosos" (p. 101).

    Una cuestión sobre la que la narradora vuelve en
    varias ocasiones, y que a mí personalmente me llama
    bastante la atención, es el ambiente ficticio que ella
    vive en Atzavara, como si realmente estuviera actuando ante su
    propio grupo de ‘amigos’ por el mero hecho de
    mantener las apariencias burguesas:

    "En cuanto me vieron todas se sumaron al vocerío
    exagerado y a extremar la alegría del reencuentro como una
    parodia de afectividad" (p. 88).

    "Llenó las copas y propuso un brindis por la
    amistad, por
    nuestra amistad, al que contestamos con resoplidos o insultos
    amables que no le impidieron mantener la mueca de falsa felicidad
    y apurar la copa de un solo trago" (p. 89).

    "Si Luisa es una payasa de alto tonelaje, una actriz de
    carácter de teatro en verso,
    Paqui Sans es una payasa chapliniana en el papel de ingenua
    sorprendida precisamente de su propia ingenuidad" (p.
    89).

    A quien no le esconde su rechazo es a Luis
    Millás, con quien no le une precisamente una estrecha
    amistad, relación bastante recíproca por otro
    lado:

    "Me revienta la gente que va por la vida de espectador y
    Luis Millás estaba en las reuniones sin estar,
    contemplándonos desde un mirador que él
    establaecía a su alrededor, como si fuéramos
    materiales
    para sus obras de escritor prometedor desde hace veinte
    años. Además me revienta porque no es conflictivo,
    pocas veces pelea por algo o para alguien, y cuando lo hace
    parece como si nos diera una lección de selectividad" (p.
    96).

    A través de su voz aparecen también
    bastantes de las referencias literarias que encontramos a lo
    largo de toda la novela, por medio de las cuales el autor real
    demuestra sus grandes conocimientos culturales: Els
    Pastorets
    , de Folch i Torres; Alcott; Elsa Lanchester, la
    novia de Frankenstein; Eliot y los
    Cuatro cuartetos…; Madame Bovary; Cary Grant e Ingrid
    Bergman en Encadenados; Allegro bárbaro de
    Bartók y la Sonata para piano de Stravinsky;
    Mompou, etc.

    Del mismo modo nos habla sobre varias revistas de la
    época, "especialmente de humor", en muchas de las cuales
    colaboró asiduamente el propio Montalbán:
    Hermano Lobo y Por Favor, así como de
    "información general", Triunfo,
    Cambio 16, Destino y Cuadernos para el
    Diálogo
    (p. 97).

    El final de la presencia de Montse en Atzavara
    será igual de repentino o más que la salida de Paco
    Muñoz. La gran fiesta orgiástica de fin de verano,
    cuyas consecuencias merecerán un capítulo a parte
    en este estudio, provocarán su inmediata huída de
    la colonia hacia un viaje en plan
    ‘mochilero-burgués’ a las islas
    griegas.

    A través de su narración conocemos un poco
    más a otra de las ‘alegres muchachas’:
    Ariadna, de la que no tenemos en realidad demasiados datos.
    Sabemos que trabaja en una notaría y que es conocida en
    Atzavara por ser la encargada de llevar cada año a
    algún personaje extraño, para romper la
    monotonía vacacional del grupo:

    "En el verano de 1973 había venido con un
    bailarín contorsionista y su prima, una muchacha vidente
    (…). En el del 72 dos poetas andaluces de los que interrumpen
    los poemas para
    cantar el estribillo; un juez de Zamora anarquista que demostraba
    tener derechos
    legítimos al trono de España (…), una pareja de
    hippies (…), una cantante de ópera moderna (…)" (pp.
    103-104).

    Este verano, el del 74, la acompañaban lo dos
    ‘sultanes’ Paolo y Donato, cuya presencia en Atzavara
    tendría unas consecuencias que pocos podían
    imaginar en un principio. Se trataba de dos jovencitos
    "contraculturales" (uno es poeta y el otro pintor), homosexuales,
    de atléticos cuerpos y liberales instintos, provocadores
    natos, que conseguirán levantar más de una ampolla
    entre el resto del grupo.

    La tercera parte de la novela es narrada por Luis
    Millás, escritor de segunda, quien forma parte del grupo
    de parejas heterosexuales ‘comprensivas’.
    Profesionalmente es más conocido por sus trabajos de
    divulgación que por sus novelas. Durante el verano que nos
    ocupa tiene entre manos el proyecto
    "Biografías
    noveladas", un encargo editorial para escribir las
    biografías de varios personajes históricos de la
    cultura del s.
    XX:

    "(…) al radiante contrato que
    había firmado con mi editor para una obra ambiciosa y
    larga, que me ponía a cubierto de cualquier inseguridad
    económica durante los próximos cinco años"
    (p. 159).

    Montalbán explora aquí el fracaso del
    intelectual y su supeditación a las pautas
    económicas impuestas por el sistema cultural.

    Millás es el prototipo del personaje
    voyeur, como anteriormente vimos le achacaba Montse
    Graupera. Es un espectador de la realidad ajena y su relato,
    más perteneciente al género del
    ensayo, nos
    proporciona una perspectiva ferozmente irónica de todos
    los personajes de la novela, no salvándose de la quema ni
    Paco Muñoz, que no debió durar más de tres
    días en el grupo.

    Por su oficio de escritor y su ironía implacable,
    la perspectiva de Millás invita a ser identificada con la
    del autor real, es decir, como si muchas veces fuera
    Montalbán quien hablara a través de
    Millás.

    Al igual que ocurría con Montse Graupera,
    también encontramos en la narración de
    Millás muchas referencias literarias y culturales:
    Lavorare Stanca de Cesare Pavese, Genet, Gide, Forster,
    Puig i Cadafalch, Mompou, Toldrá, Blancafort, John
    Gilbert, John Barrymore, La femme eunuque de Germain Greer

    También deja constancia de la relación que
    le une, o más bien, le desune, con la propia
    Montse:

    "Mi animosidad hacia Montse era espontánea y
    difícil de racionalizar, aunque por si yo no tuviera
    motivos personales, me bastaba la evidente adoración que
    le guardaba Irene, seducida por aquella dualidad de gran
    señora y mujer emancipada que exhibía la
    señora Basté de Linyola" (p. 193).

    Pero el peor de los encontronazos entre estos dos
    personajes se producirá a raíz de la gran fiesta de
    final de verano. Ella explota y le grita casi escupiéndole
    a la cara lo que opina de él, mientras que el escritor
    reacciona de una forma muy típicamente varonil, sin
    indagar en las causas reales de aquella recíproca
    animadversión:

    "(…) cuando se me vino encima la Graupera con muy
    malos modales. (…) luego ya la tuve encima con la cara retadora
    a un palmo de la mía, acusándome de ser un
    fisgón y no sé cuántas acusaciones
    más me hizo (…). Me dijo que si quería peces que me
    mojara el culo, insinuando quizá que si quería
    tirármela en vez de estar allí haciendo el
    pasmarote, que diera el primer paso al frente. De ahí
    puede venir la mala electricidad que
    siempre he detectado proveniente de la Graupera. Para mí
    que se quedó con ganas de que le fuera detrás y
    reventó aquel día.[…] me vino a decir que ya que
    era un mirón, al menos lo pusiera por escrito, es decir,
    peor, puso en duda que yo fuera capaz de ponerlo por escrito
    (…)" (p. 220).

    Su narración nos proporciona algunos datos sobre
    otros personajes. Del grupo de los casados heterosexuales, nos da
    a conocer a los Masramon, y nos dice que él es profesor
    adjunto de la Facultad de Letras de Bellaterra. Aparecen
    también Postius, de profesión pintor y su mujer
    Berta Feliú. Nos habla de Luisa Sanglas, de la que ya es
    conocida su afición al alcohol ("(…) comentaba Luisa
    Sanglas, mientras guiñaba el ojo a quien la escuchara y a
    la inevitable botella abierta" p. 185), malcasada con Arturo, un
    ex-catedrático de obstetricia. Respecto al grupo de los
    ‘alegres muchachos’ nos cuenta sus impresiones sobre
    los ‘primos’ Gratacós, pianista de renombre, y
    Sau, arquitecto; también sobre Sebas y Pepe, una de las
    parejas más estables, que comparten un negocio de
    marroquinería.

    La cuarta y última parte de la novela, titulada
    Sueños de macramé, es narrada por Paqui
    Sans, perteneciente al grupo de mujeres maduras liberadas de
    Atzavara. Se dedica por educación y clase social a
    pasearse elegantemente por la vida sin hacer nada en especial, lo
    cual se ve simbólicamente reflejado en su curiosa aficcion
    por el macramé.

    Su vida está marcada por el suicidio de su
    padre, un poco al ‘modo Larra’: "Mi padre se puso el
    traje nuevo que acababa de enviarle la sastrería Pellicer,
    la medalla al mérito del trabajo que le había
    puesto un ministro hacía dos años y se pegó
    un tiro con una pistola muy bonita, con empuñadura de
    nácar" (p. 233), a quien le unía una
    relación muy estrecha, casi de nieta-abuelo como ella
    misma reconoce en alguna ocasión. También le marca
    la presión
    ejercida por su madre, obligándola a que sea alguien en la
    vida, pero por la antigua vía del matrimonio con un
    hombre de buena posición. Así, será
    continuamente comparado su fracaso vital con el triunfo de su
    hermana Carlota: "Carlota en cambio
    había triunfado y yo vivía como si nada hubiera
    ocurrido" (p. 243).

    Serán continuos sus viajes en los
    que aprenderá de todo pero de nada a la vez:

    "(…) viajar siempre con una coartada utilitaria, como
    ir a Londres a aprender macramé o a Montpellier a un curso
    de sociología o a Nueva York a intentar
    abrirme camino como diseñadora de estampados con unas
    cartas de
    recomendación de industriales y diseñadores que
    guardaban un gran afecto a mi padre" (p. 243).

    Uno de los acontecimientos que más nos pueden
    ayudar a entender la
    personalidad de Paqui es el de los tres limpiacristales de
    carretera que invita a su casa de Atzavara, por el mero hecho de
    conocer otras formas de vida, por pura curiosidad. Y es que
    Paqui, desde su óptica
    de rica burguesa de vida solucionada, no acaba de entender por
    qué se dedican a limpiar el coche a los
    demás.

    Esta última característica, la de
    "infundir confianza", será una de las que defina su
    presencia en Atzavara, pues aunque Paqui es la perfecta mosquita
    muerta, todo el mundo le confía sus intimidades. Una de
    las razones puede ser fácilmente deducida a partir de la
    siguiente afirmación de Paqui:

    "La verdad es que el verano terminó
    plácidamente, sabedoras Ariadna y yo que la historia nos
    era ajena, que éramos las menos implicadas en aquel drama
    que parecía una comedia o en aquella comedia que era un
    drama. Y sin embargo todos me consideraban pendientes de sus
    crisis y primero me ofrecieron la evidencia de sus cicatrices y
    luego sus confidencias y despedidas" (p. 265).

    Así, ella será la única que
    después de la huída prematura de la mayoría
    de los veranenates, conserve la relación con varios de
    ellos, y será la encargada de comunicar las noticias sobre
    sus propias vidas al resto, a modo de intermediaria.

    Casi al final de su narración se ve obligada a
    buscar trabajo, confesando que sus únicas cualificaciones
    son "leer, ver, mirar" añadiendo ante la insistencia de su
    interlocutor "sonreir, viajar, infundir confianza", afirmando con
    una caraga de auto-ironía "Yo sería la perfecta ex
    señorita de compañía" (p. 270). A pesar de
    esto (y gracias a la ayuda del ex-marido de una de sus amigas,
    Montse Graupera) encuentra trabajo como encargada de casos de
    demanda de
    adopciones. Será entonces, desempeñando esta labor,
    cuando aflorarán a la superficie todos los prejuicios y
    convencionalidades de la aparentemente inofensiva y frágil
    Paqui Sans, conduciéndonos al inesperado final de la
    novela, que no desvelaré aquí, digno a mi humilde
    parecer, del mejor de los guiones almodovarianos.

    • Desenlace: Gran Fiesta del 15 de Agosto de
      1974.

    El 15 de Agosto tendrá lugar la gran fiesta de
    final de verano, en la que actuaban como anfitriones Rafa y
    Vicente, sin temerse en ningún momento las consecuencias
    de la misma. Los invitados comenzaban a llegar, cada uno con su
    particular aportación para la cena, y eran recibidos por
    los dueños de la casa con amplias sonrisas. Pronto el
    alcohol empezaba a correr, en los casos en los que no lo
    había hecho ya ("Yo llegué a la fiesta lleno de
    whisky y de buenos propósitos y lo veía
    inicialmente todo con los mejores colores"
    Millás, p. 209) y aquello se convertía ‘poco
    a poco’ en la fiesta de la subversión de las normas
    morales establecidas.

    Los que dieron el primer paso, que para eso
    estabán allí, fueron los sultanes, incitando a
    todos los demás a la violación colectiva del
    tabú, haciendo gala de una ramplante
    bisexualidad:

    "Y fueron los sultanes los que empezaron a ponerlo todo
    patas arriba al provocar a las parejas estables, fueran
    heterosexuales u homosexuales" (p. 148).

    Mientras Paolo retozaba con Sebas, su pareja Pepe
    lloraba desconsolado observándoles. Montse Graupera se
    unía más tarde dando vida a un extraño
    menage a trois, que no duraría mucho, pues no
    tardó esta última en salir huyendo semi desnuda de
    aquel carnaval con público en el que se había
    metido.

    Incluso el voyeur Millás se pasaba al
    "lado frívolo" y correteaba detrás de la Condesa
    Austríaca buscando algo más que
    conversación, hasta que ésta le paró los
    pies y volvió a su actividad tradicional de observador de
    cada una de las comedias que se producían al mismo tiempo
    en la casa.

    En otra parte de la casa, Rafa redescubría su
    heterosexualidad con la inestimable ayuda de su amiga Pruden,
    ante la horrorizada mirada de su enamorado Vicente, que tampoco
    tardaría mucho en salir huyendo de allí.

    Ya a este tiempo se había producido un nuevo
    cambio de parejas y "Sau el arquitecto cambiaba a su primo el
    concertista por un sultán, mientras el concertista se
    besaba con Sebas el marroquinero" (p. 217).

    Y por si fuera poco Dosrius tocaba al piano el Cara
    al sol,
    mientras Luisa y Paqui bailaban sevillanas en la
    parte superior de la casa.

    Los resultados de todo aquello fueron que sólo se
    quedaron a pasar el resto del verano en Atzavara Rafa y sus
    amigos, Luisa Sanglas y Paqui Sans. Al año siguiente
    faltaron muchos de los veraneantes más importantes y
    asiduos dentro de la colonia. El grupo se había disuelto y
    muchos perdieron el contacto entre ellos. Parejas estables como
    Millás e Irene, Gratacós y Sau, Postius y Berta se
    divorciaron. También se consumó el divorcio
    anunciado de Montse y Carlos (a estas alturas Carles) y el de
    Luisa Sanglas y Arturo. Este último de obligada necesidad,
    puesto que sólo un año después algunos de
    los habitantes de Atzavara recibirían la invitación
    para la boda de, nada más y nada menos, Luisa y Rafa. La
    consecuencia más inmediata del enlace es que no se
    volvió a saber nunca jamás de Pruden y Vicente
    (salvo alguna excepción).

    III) MARCO DE LA
    ACCIÓN: ESPAÑA TARDOFRANQUISTA

    El Mayo francés fracasó a nivel
    político pero triunfó a nivel ideológico.
    Fue un triunfo que no llegó a materializarse en un
    gobierno revolucionario o en una verdadera revolución
    social, sino en la aparición de un nuevo pensamiento en
    Occidente, en plena transición entonces hacia una nueva
    era posindustrial y por tanto posmoderna. Pero en España
    teníamos pendiente nuestra propia transición, la
    transición hacia la democracia. Estábamos en el
    posfranquismo, pero Franco todavía no había muerto.
    Este desfase entre las dos transiciones nos proporciona la clave
    de lo que ocurrió en España en aquellos
    años. Montalbán lo refleja de esta forma en su
    novela a través del escritor Luis
    Millás:

    "Juzgado con perspectiva, los que nos
    considerábamos mediada la decada de los setenta a salvo de
    las destrucciones implícitas el desmadre del 68, no
    habíamos calculado que el tradicional retraso con el que
    siempre han llegado las novedades a España se
    acrecentaría entre 1974 y 1977 con el clima de apertura
    y cambio de piel que
    introdujo la transición" (p. 197).

    El año 1969 fue un año
    políticamente clave por los acontecimientos que se
    produjeron: el estado de
    excepción, el cambio de gobierno y, sobre todo, la
    designación de don Juan Carlos como príncipe
    heredero. Todos estos hechos marcan el comienzo de lo que
    podríamos llamar ‘pretransición’. Se
    inicia el ocaso de régimen.

    Esta pretransición alcanzaría su punto de
    inflexión y su momento más dramático con el
    asesinato del Presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, en
    diciembre de 1973. El propio López Rodó estima que
    con la muerte de
    Carrero Blanco concluye el régimen de Franco.

    Es en este periodo de pretransición cuando surge
    en nuestro país la utopía libertaria, procedente
    del Mayo francés, que se desarrolla en España en
    los primeros años setenta, y que permitía
    soñar con un futuro revolucionario. La propia
    ‘revolución de los claveles’ portuguesa, de la
    que ya hablábamos al principio de este trabajo, así
    como los acontecimientos que se estaban dando en nuestro porpio
    país, daban alas a aquellos sueños.

    Pero, muerto Franco y con el proceso
    democrático ya en marcha, este pensamiento libertario y
    revolucionario, tan activo al comenzar la decada, comienza a
    desvanecerse lentamente. Muchos de los escritores que
    parecían estar destinados a jugar un papel importante en
    aquella transición, se refugiaron en su propia historia,
    en su propia memoria.
    Faltó en la transición española esa autoridad
    moral que, en determinados momentos de la historia, debe ejercer
    la clase intelectual como contrapeso al poder político,
    para alejar el pensamiento de la clase política de que
    aquella transición era, exclusivamente, "cosa de ellos".
    La clase política creyó que el proceso de
    transición estaba exclusivamente en sus manos, que no
    tenía por qué contar con los demás, que
    ellos eran los gestores de un proceso que el pueblo
    español se encargaría más tarde de refrendar
    con sus votos. Pensaban que la opinión
    pública se expresaba única y exclusivamente a
    través de las consultas electorales. Confundieron
    ‘votación’ con
    ‘participación’, como si la única
    manera de participar en aquel proceso fuera por medio de las
    urnas.

    Los beneficios a corto plazo de esta situación
    fueron el acercamiento entre personas y partidos de tendencias
    opuestas, un hecho impensable unos meses antes de la muerte de
    Franco. Las dos opciones políticas que parecían
    irreconciliables a su muerte: reforma y rutura, se amalgaman a
    los pocos meses en una sola propuesta, la ‘ruptura
    pactada’, que pocos meses después quedaría
    pactada en la nueva Constitución.

    El error fue confundir esa reconciliación de la
    clase política con una verdadera reconciliación
    nacional. Este particularismo de la clase política indujo
    a una prepotencia por su parte, a la creencia de que, una vez que
    hubieron accedido al poder, el estado se convertía en su
    propio coto privado. El silencio de los intelectuales
    propició a su vez lo que se conoce como el
    ‘espíritu del desencanto’, es decir, como si
    la transición no hubiera dado de sí todo aquello
    que prometía, como si la función
    del pueblo fuera la de recibir, de forma pasiva, los beneficios
    de la transición, en lugar de participar activamente en
    ella. Es en este mismo momento cuando se inició
    también el olvido, la pérdida de la memoria, la
    amnesia, que se extendería hasta más allá de
    la década de los ochenta. Los franquistas debían
    olvidar su pasado y debían hacer, por supuesto, que los
    españoles lo olvidaran también. Los antifranquistas
    también precisaban del manto del olvido. Los socialistas
    del PSOE debían olvidar sus ‘cuarenta años de
    vacaciones’.

    • Recuperación de la memoria
      histórica.

    Cuando los partidos, la sociedad política,
    aplicaron la política del consenso (y del olvido), lo
    hicieron frente a una sociedad hastiada de dictadura, pobreza y
    aislamiento. El premio por este olvido fue la
    ‘modernización’ de España, su
    incorporación a Europa. La
    transición permitió dejar atrás una
    dictadura, pero nunca se debió haber ofendido con el
    olvido a tantas víctimas. Frente a este comportamiento
    social se alzaron algunas voces, para las que la
    recuperación de la memoria se convirtió en uno de
    los aspectos temáticos más importantes. Una de esas
    voces fue la de el autor de la novela en la que se basa este
    estudio, Manuel Vázquez Montalbán, que
    llevará acabo esa recuperación a través de
    la crónica sentimental de los últimos años
    de la dictadura desde una eticidad crítica contra el
    poder. Sus textos siempre han reflejado un espíritu
    profundamente desencantado con la sociedad del posmodernismo y
    los grandes cambios, siendo también constantes en su obra
    la toma de posturas críticas con el orden establecido, y
    la mirada nostálgica e irónica hacia un pasado y
    una ideología ya perdidas.

    Como afirma el periodista Txus Iribarren Corera en una
    entrevista,
    "la recuperación de la memoria histórica puede
    servir de contrapeso a la Historia única y oficial que nos
    han contado, no hay una verdad absoluta, sino que ésta se
    forma con muchas verdades particulares, puntos de vista,
    vivencias". De esta forma, a partir de 1980 hasta nuestros
    días, se han publicado en España algunas novelas
    que van a tener como denominador el tema de la Guerra Civil y la
    posguerra desde el punto de vista del bando derrotado. Todas
    estas novelas se inscriben en la necesidad de la sociedad
    española de conocer una parte de la historia de
    España silenciada por el bando de los vencedores y en ese
    sentido reivindicar la memoria civil de los últimos
    setenta años.

    En una mesa redonda
    titulada ‘La memoria histórica’ celebrada con
    ocasión del II Ciclo FIES (Fundación de Investigaciones
    Educativas y Sindicales) sobre cultura, política y
    educación, el escritor Javier Reverte opinaba que " la
    reconstrucción de la memoria es necesaria, sobre todo para
    desenmascarar la ‘memoria falsificada’". El mismo
    autor se refería a "la literatura como recurso para
    moldear el pasado". Al recordar el franquismo, Reverte
    habló de un periodo que representó la
    mutilación de muchas cosas, "como que no pudiéramos
    tener acceso a un pensamiento crítico y sí a un
    pensamiento único. Es necesario revisar el pasdo y sacar a
    la luz las partes oscuras". Otra de las participantes en en la
    mesa redonda, la tristemente fallecida escritora Dulce
    Chacón, consideró que "nos han contado la historia
    partida por la mitad a lo largo de muchos años".
    También incidió en el hecho fundamental de
    "construir nuestra memoria con la voz de todos". Por su parte, el
    también escritor José Manuel Caballero Bonald dijo
    que "la memoria histórica es la única memoria que
    no se olvida, porque en ella permancen las ideas".

    IV)
    RECUPERACIÓN DE LA MEMORIA EN MANUEL VÁZQUEZ
    MONTALBÁN.

    De esta forma, Manuel Vázquez Montalbán
    recupera, en su novela Los alegres muchachos de Atzavara,
    la memoria histórica de un determinado grupo social al que
    él mismo se sentía vinculado, al que exige cuentas
    y que trata desde una perspectiva tremendamente crítica,
    pero nostálgica al mismo tiempo y con cierto grado de
    compasión.

    Vázquez Montalbán nos remite a una
    época, que comenzó en la decada de los sesenta y
    llegó hasta mediados de los setenta, que marcó un
    trascendental punto de encuentro entre distintos campos del
    quehacer artístico –fotografía, diseño,
    literatura, arquitectura,
    moda-, bajo el impacto de las tendencias internacionales
    más vanguardistas, tal como se pudieron observar y vivir
    desde la España del franquismo funcionarial, represor y
    tenebroso. Fue un momento irrepetible en la historia de las
    industrias
    culturales en Cataluña. Esa confluencia, protagonizada
    por personajes que habrían de ser famosos en un futuro
    cercano –arquitectos, literatos, editores,
    fotógrafos– y que
    Joan de Sagarra definiera, con notable espíritu jocoso,
    como la gauche divine, desempeñó un papel
    fundamental en lo que a provocación cultural y ruptura de
    los moldes establecidos se refiere.

    Este grupo de jóvenes poco convencionales
    hicieron de su joie de vivre un asunto de Estado. Y, en
    efecto, no se trataba en su caso de un esnobismo infundado:
    muchos de ellos vivían en confortables casas burguesas,
    veraneaban en el Ampurdán, cenaban en Flash Flash o en
    Las violetas, compraban su ropa en Saltar i parar, sus libros en
    Leteradura y, lo que es fundamental, se tomaban sus copas en
    Bocaccio (aunque las de verano se bebían en Tifanny's o en
    Calafell), asunto trascendental sobre el que lo conocemos casi
    todo gracias a las fotografías de Colita y a las numerosas
    crónicas de aquella sociedad que se han escrito
    posteriormente. Esos jóvenes aireados hicieron su 68
    particular: tenían la edad ideal en los sesenta para vivir
    aquella década con intensidad, es decir, "se encontraban
    en un lugar relativamente idóneo y en el momento oportuno
    para expresar su rechazo (estético, sobre todo) a la
    plomiza atmósfera franquista
    y su necesidad de tender puentes a la modernidad y el
    hedonismo", tal y como opina la periodista Anna Caballé en
    un artículo realizado para el
    periódico ABC.

    Los habitantes de ese mundo mágico y
    aparentemente feliz, casi propio de un cuento de
    hadas, fueron bautizados como ya he dicho anteriormente, por el
    periodista Joan de Sagarra, en sus magistrales crónicas en
    Tele-eXprés y con una buena dosis de sarcasmo, como la
    gauche divine. Esta nueva etiqueta –como la que se
    inventó el editor Josep M. Castellet para definir a la
    generación poética de los cincuenta, la Escuela de
    Barcelona en el campo cinematográfico o la Nova
    Cançó catalana- resultó muy eficaz a la hora
    de vender periodísticamente y publicitariamente un
    estilo de vida
    inédito en España, empezando por Madrid. Estilo
    de vida, además, en el cual los viajes al extranjero
    (Nueva York, París, Londres, pero también el
    paraíso artificial de los sesenta que fue Ibiza),
    constituyeron uno de sus capítulos fundamentales.
    Así lo refleja Montalbán en su novela cuando pone
    esta frase en boca de Paco Muñoz, el personaje procedente
    del barrio obrero de La Fabriqueta:

    "-¿Otra cosa? Estos tíos tiran de coche
    raro. No paran de hablar de viajes: que si Atenas, que si
    Florencia, que si Japón.
    No miran un duro cuando se compran ropa y ayer noche nos bebimos
    veinte botellas de champán" (p. 63).

    Paco advierte también la condición de
    gente adinerada de los nuevos amigos de Vicente, y otra de las
    características de la gauche divine: la cantidad de
    alchol que corría en sus fiestas. Pero no es el
    único personaje de la novela que hace referencia a los
    viajes, hay continuas alusiones al afan viajero de los
    protagonistas:

    "Aunque Luisa decía que Arturo la había
    arruinado, no parecía estarlo y pasaba temporadas en
    París o en Nueva York, decía que para ponerse al
    día sobre las novedades de decoración, porque en el
    otoño del 72 coincidimos en Nueva York, yo para ver una
    retrospectiva Paul Klee, y no me pareció que viviera como
    una mujer arruinada" (p. 91).

    "Rafa conducía el interrogatorio de los
    recién llegados a propósito de su reciente viaje a
    Mikonos. Desde hacía años proyectaba un viaje a las
    islas griegas y Mikonos y sus playas, en aquellos años de
    reputada liberalidad, era una meta imprescindible" (p.
    107).

    "(…) buscar trabajos ocasionales según
    aficiones ocasionales y viajar siempre con una coartada
    utilitaria, como ir a Londres a aprender macramé o a
    Montpellier a un curso de sociología o a Nueva York a
    intentar abrirme camino como diseñadora de estampados
    (…)" (p. 243).

    En la novela 24 horas con la Gauche Divine, Ana
    María Moix (integrante ella misma del grupo) ofrece una
    crónica, entre irónica y reverencial, de aquel
    grupo de amigos. La escribió en 1970 para un libro
    colectivo que no llegó a cuajar. Treinta años
    después, Esther Tusquets (también integrante)
    abandona la dirección de la editorial Lumen y, al
    recoger las cosas de su despacho, encontró en un
    cajón el manuscrito de Moix y decidió publicarlo.
    Con mucho esfuerzo alcanza las cien páginas, incluyendo
    una divertida encuesta
    contestada por los propios protagonistas. "¿Imprescindible
    para formar parte del grupo? Saberse tres direcciones en Londres,
    medir metro ochenta y llevar una vida sana que permitiera perder
    noches enteras en Bocaccio", respondía Montse Riba
    (maniquí).

    Moix, en un tono cercano al nuevo periodismo, narra las
    historias desde dentro y demuestra conocer a los personajes y los
    lugares clave del grupo. Incluso a los menos conocidos. En el
    primer capítulo, "Las violeteras", evoca a Montse Esther e
    Isabel Arnau, entonces esposa de Oriol Bohigas, que regentaban el
    restaurante Las Violetas y la boutique Saltar i Parar, donde toda
    la gauche se abastecía de trajes, faldas, objetos
    para regalo… "Son las madrazas de la gauche", dice Moix,
    las confidentes de sus miembros, al menos cuando no era necesario
    acudir a los psiquiatras más frecuentados por el grupo,
    Vidal Teixidor o Mariano de la Cruz.

    En el libro se hace referencia, cómo no, a los
    viajes de la gauche divine, incluso se habla de uno a
    Nueva York preparado por la propia discoteca Bocaccio:

    "Sin embargo, hoy hay cosas que contar, muchas cosas,
    porque la gauche divine acaba de regresar de un viaje a
    Nueva York, organizado por Bocaccio" (p. 13).

    Pero no es la única referencia:

    "Los Tusquets alternan sus fines de semana entre
    París, Italia,
    Cadaqués, Londres y Barcelona cuando juega el
    Barça" (p. 36).

    El editor Jorge Herralde, uno de sus integrantes, define
    a la gauche divine con claridad: "un grupo de gente
    inquieta, con ganas de hacer cosas, y un estilo de vida que nada
    tenía que ver con el estilo de vida puritano y encorsetado
    de la gente que militaba, por ejemplo, en el Moviment Socialista
    de Catalunya o similares: ni Pasqual Maragall ni Raimon Obiols
    pusieron jamás los pies en un lugar como Bocaccio"
    .

    Sedes habituales de este ‘reino’
    privilegiado y efímero fueron el Pub de Tuset, y la propia
    calle con sus establecimientos in, unos pocos, creados
    según el modelo
    importado de la londinense Carnaby Street. El Stork Club,
    regentado por el entrañable Quimet Pujol, la discoteca
    Tiffany’s, el Drugstore de Paseo de Gracia, el restaurante
    Flash-Flash creado en 1969 según el diseño
    más vanguardista por el fotógrafo Leopoldo
    Pomés, su dueño ( es uno de los pocos
    establecimientos que actualmente permanece intacto, tanto en lo
    material –sigue exhibiendo la decoración original,
    milagrosamente conservada- como en lo social: la edad de los
    habituales ha variado, pero no su alcurnia, sigue siendo uno de
    los reductos de la burguesía catalana), Madame
    Zozó, un local situado en Mont-ras, y el barcelonés
    restaurante La Mariona. Pero, por encima de todas ellas,
    destacaba con especial relevancia la discoteca Bocaccio.
    Inaugurado por Oriol Regàs en la primavera de 1967, en
    eset local nocturno situado en los bajos de unos apartamentos en
    la parte alta de la calle Muntaner, pusieron dinero muchos
    de sus propios clientes,
    según un método un
    tanto peculiar: podían beber sin restricciones, pero, al
    final de año, el importe de tales copas se deducía
    del monto de su inversión. Inútil es decir que
    varios de los socios originales se bebieron literalmente sus
    acciones, que
    acabaron en manos de Regàs. Mientras existió, sin
    embargo, fue el lugar por excelencia de las confabulaciones, los
    proyectos y
    las juergas.

    El escritor Enrique Vila-Matas relata en una
    simpática anécdota su relación con la
    gauche divine. Cuenta como, un mes excaso después
    de haber entrado a trabajar en la revista
    Fotogramas, le fue encargada la ‘chismosa’
    sección de Oído en Bocaccio, donde su labor
    consistía en ir todas las noches al lugar favorito de la
    gauche, espiar con disimulo lo que allí escuchaba,
    para después publicarlo sin escrúpulos. La
    sección no iba firmada, "era un trabajo anónimo un
    tanto peligroso en cualquier caso, pues existía el
    evidente riesgo de ser desenmascarado y apaleado". Recuerda que
    los personajes a los que espió de forma más
    ‘continuada y recalcitrante’ fueron Pere Portabella,
    Gil de Biedma, Serena Vergano, Terenci Moix, Óscar
    Tusquets, el conde de Sert, Teresa Gimpera, Jaime Camino,
    Román Gubern y Juan Benet. Vila-Matas afirma que aquella
    hipotética gauche divine fue su universidad: "En
    menos de dos meses conocí a una serie de gente creativa en
    múltiples campos y que nada tenía que ver con mi
    mundo familiar o con el que frecuentaba en las aulas de Derecho o
    Periodismo, dos templos del saber de los que, a medida que fui
    teniendo más trabajo, me vi obligado, sin nostalgia
    alguna, a ir dejando atrás. Se aprendía más
    teniendo acceso a una breve conversación con Gil de Biedma
    o con Maruja Torres que asistiendo todos los días del
    año a clases de Derecho Civil".

    Los protagonistas de Los alegres muchachos de
    Atzavara
    también suelen acudir a la discoteca de la
    gauche. Es Ariadna la que hace esta referencia, aludiendo
    a que ‘ha encontrado’ a sus invitados especiales y
    contraculturales para el verano allí:

    "-Ariadna, guapa, ahora que no están, dinos de
    dónde los has sacado.

    -Les conocí en Bocaccio. Iban con otros y alguien
    de mi grupo les conocía. Me parecieron dos tipos muy
    inteligentes. El pintor ha vivido un par de años en San
    Francisco y el poeta me parece que quedó un año
    finalista en el Premio Adonais" (p. 138).

    Esther Tusquets publicó hace unos años
    Con la miel en los labios, novela en la que narra un amor
    entre dos mujeres pertenecientes a la burguesía catalana
    en la Barcelona de 1974. La autora defiende a la gauche
    divine
    y lo que representó, en tanto que fue un
    movimiento
    "estimulante, interesante y positivo", aunque la editora reconoce
    que se trataba de "gente de izquierdas que vivía con
    cierta frivolidad". Su libro es, en este sentido, caricaturesco,
    incluso despiadado con algunos de los personajes. El retrato es,
    a veces, el de universitarios de clase bien que, entre copa y
    copa o entre proyección del Potemkín y
    proyección del Potemkín, discutían
    cuál era la vía idónea al socialismo: si la
    cubana o la china. Esta
    cierta frivolidad provocó no pocos resquemores entre los
    sectores más dogmáticos del antifranquismo. Su
    comportamiento llevaba consigo un afán de gozar de la vida
    que hasta entonces les había sido prohibido, por lo que
    muchos moralistas entonces y, aún hoy, trataron de
    desprestigiar y de vilipendiar, tal vez porque, como muy bien
    dijo Terenci Moix, "nunca fueron invitados a la fiesta".
    También solía darse el caso, como muy bien
    señala Ana María Moix en 24 horas con la
    Gauche Divine, de criticarles al mismo tiempo que se
    hacía lo imposible por tratar de pertenecer a
    ella:

    "Un joven poeta catalán dice que hay que hacer la
    revolución aunque sólo sea para cargarse a toda la
    gauche divine. "Oiga, joven –le espeta alguien-, la
    revolución tiene cosas más importantes que hacer".
    Pero el joven sigue diciendo que hay que acabar con la gauche
    divine
    . Es usual oirle despotricar contra la gauche
    divine
    tomando copas con la gauche divine en Bocaccio,
    en el Pub de la calle Tuset y en las presentaciones de libros de
    editoriales de la gauche divine, mirando de reojo y
    ruborizado, el escote de Beatriz de Moura, las piernas de Rosa
    Regàs o el culo de Teresa Gimpera" (p. 50).

    Carina Farreras, actriz y una de las musas del grupo,
    relaciona a la gauche divine con dos palabras: "la
    creatividad y
    la libertad". Explica en una entrevista como "vivíamos al
    margen de la moral
    franquista y pensábamos sólo en divertirnos.
    Éramos un grupo muy selectivo, donde no entraba todo el
    mundo, sólo gente creativa, ya fueran modelos,
    intelectuales o ricos, que nos podíamos permitir viajar,
    ir en barco o montar fiestas especiales". Su lema era: felicidad,
    trabajo y libertad. Este carácter de ‘grupo
    selectivo’ queda perfectamente reflejado en la novela de
    Montalbán, gracias a la presencia de Paco y Vicente, ambos
    procedentes de la clase obrera y que no terminan de congeniar con
    el grupo de intelectuales de Atzavara. El primero no
    durará más de tres días en el pueblo,
    mientras que el segundo, pese a los esfuerzos llevados a cabo
    para poder integrarse, acaba humillado y medio expulsado de la
    colonia.

    Por su parte, la periodista Clara de la Puente les
    define como "guapos, esnobs y sofisticados, jóvenes que
    pensaban ‘á gauche’ y vivían
    ‘á droite’, que leían Fotogramas y
    Tele-eXpres, llevaban una vida nocturna activa pero, durante el
    día, daban el callo como perfectos profesionales
    (editores, periodistas, cineastas, escritores, cantantes,
    pintores, modelos, intérpretes, fotógrafos…).
    Fueron envidiados, imitados, criticados y, finalmente,
    mitificados. Eran la versión catalana del ‘radical
    chic’ que tan bien retrató Tom Wolfe".

    La libertad sexual jugó un papel importante en
    esta ‘tribu mediterránea’, denominación
    de la relaciones
    públicas de Bocaccio, Ana Maio. Era una de las
    características de la época. Era ‘la
    época’, la coincidencia de corrientes que
    desembocaron en algo esencial: la liberalización de las
    costumbres y del pensamiento. Pero liberalización en un
    sentido que no sólo implicaba libertad sexual, sino algo
    más profundo que apuntaba, por un lado, a la vida
    cotidiana, y, por otro, a la ideología, o mejor, a las
    ideologías imperantes: un franquismo que se iba, pero que
    tenía sucesores, y una dogmatización de la
    izquierda totalitarista. La editora Esther Tusquets, sin embargo,
    rechaza, o ve con otros ojos, uno de los mitos del
    momento, el exceso de libertad individual. Afirma con rotundidad
    que la idea de que "los universitarios de la época,
    hacían el amor con
    total libertad no es cierta. Había muchos tabúes y
    aún hoy los continúa habiendo". Lo que es innegable
    es que realmente fue uno de los mitos del momento, y un dato de
    relevante importancia para todos aquellos que se sentían
    parte de la gauche. Rosa Regàs afirma que para
    poder pertencer a ella había que "creer firmemente que la
    libertad sexual era posible y practicarla en la España de
    los sesenta". Su hermano Oriol califica de "inadmisible ser
    virgen para poder formar parte de su grupo". Toda esta libertad,
    o libertinaje sexual en su defecto, aparece perfectamente
    reflejado a lo largo de toda la novela Los alegres muchachos
    de Atzavara
    a través de los juegos sexuales que
    protagonizaban las fiestas nocturnas de los
    protagonistas:

    "Parecían obligados a demostrar a los
    jóvenes recién llegados que no necesitaban sus
    lecciones y estaban algo alocados proponiendo juegos prohibidos,
    por ejemplo, un concurso de besos en la boca, a ver quién
    aguantaba más, chico y chica, naturalmente" (p.
    112).

    Montalbán aprovecha para hacer una crítica
    hacia el comportamientos de esta gente, ya que por una parte
    presumían de su libertad sexual, pero por otra no eran
    capaces de admitir ante su grupo su homosexualidad, como era el
    caso de ‘los alegres muchachos’, decididos la mayor
    parte del tiempo a hacer gala de su supuesta
    heterosexualidad.

    "(…) y a veces contestaban adoptando maneras de
    latin lovers y fingiendo una peligrosidad heterosexual
    torpemente ejercida mediante manoseos de zonas no erógenas
    y algún beso con lengua sostenida, beso de concurso para
    batir el récord mundial de enfundado de lengua" (p.
    183).

    La misma importancia se le daba al hecho de ser
    físicamente atractivo para poder integrarse en el selecto
    grupo. El mismo Oriol habla de que "no se puede ser totalmente
    antiestético". Beatriz de Moura dice directamente que "no
    se puede ser feo, y que hay que ser guapo". El fotógrafo
    Orio Maspons opina que "hay que estar bastante bueno en
    algún aspecto". Por su parte, el pintor Albert
    Ràfols Casamada pone como condición principal "ser
    hermoso".

    Manuel Vázquez Montalbán no ocultaba su
    opinión sobre la gauche divine, a la que calificaba
    "como un movimiento de hijos de papá, pijos y burgueses
    que iban de izquierdas, sin militar en ningún espacio
    político que se enfrentará a Franco". De aquel
    movimiento siempre escribió despectivamente. Como cuando
    se burló de la combinación que llevaba Rosa
    Regàs en una fiesta, según recuerda Beatriz de
    Moura en un libro sobre la Gauche. Decía
    también de ellos que eran gente de izquierdas que trataban
    de vivir como gente de derechas. Lo que más les criticaba
    era su falta de compromiso, ya que todos ellos se reunían
    bajo la ideología del antifranquismo sin ir más
    allá. Así queda patente en alguna de las frases de
    la novela Los alegres muchachos de Atzavara:

    "Pero sobre todos ellos funcionaba el mecanismo
    solidario del antifranquismo como suprema opción
    ideológica aplazadora de compromisos políticos
    más clarificadores" (p. 181).

    "Estas gentes de Atzavara son personas muy normales,
    mucho más normales de lo que se creen o de lo que
    quisieran ser. Pero este verano parece como si fueran otros.
    Franco se está muriendo y eso impresiona mucho, sobre todo
    a esta gente fronteriza que no ha hecho gran cosa para demostrar
    que era antifranquista, pero que ahora descubre en sí
    misma un antifranquismo que le excita (…) Un pedazo de tiempo
    en el que algunos creyeron que todo estaba permitido, incluso
    aquello que más tarde o más temprano les
    avergonzaría" (p. 261).

    Esta caractéristica suya puede ser, en mi
    opinión, una de las más importantes y decisivas a
    la hora de propiciar la ‘desaparición’ del
    movimiento colectivo, puesto que una vez muerto Franco y
    comenzado el camino hacia la transición, ya no
    valía ser ‘simplemente’ antifranquista, sino
    que había que definirse más claramente,
    identificarse con una de las múltiples opciones que nos
    ofrecía la democracia, y fue en este momento cuando
    quedó más de manifiesto la falta de compromiso de
    muchos de los integrantes. Esta situación histórica
    quedó resumida en el irónico lema montalbiano de
    "Contra Franco estábamos mejor". Otro dato
    simbólico de importancia, es cómo Montalbán
    sitúa en este mismo momento, el final de su novela,
    haciendo referencia quizás al propio final del mito de la
    gauche divine. Aprovecha Montalbán este final para
    dejar constancia del impotente sentimiento de desencanto ante la
    realidad que tanto le caracterizaba, y que es la tónica
    general de toda la novela, y que provocó esta
    demitificación de la contracultura. Toda la novela propone
    una mirada crítica a aquellos presupuestos
    revolucionarios de la generación del 68 que fracasaron
    porque no se pudo o no se quiso llevar adelante. Se plantea
    así el divorcio entre teoría
    y práctica, entre ética y
    estética, y el conflicto
    entre los deseos y la realidad de unos personajes que no son
    capaces de llevar sus principios hasta
    el final, quizás por la propia falsedad o fragilidad de
    sus principios. Así, a pesar de sus enormes ambiciones
    artísticas y literarias, muchos de los protagonistas
    acaban convirtiéndose en funcionarios de cultura en
    pueblos de provincia, como los ‘contraculturales’
    sultanes Paolo y Donato, concejales, etc, poniendo fin a sus
    sueños de jueventud, que no fueron más que eso,
    sueños.

    Toda esta crítica de Montalbán hacia la
    gauche divine se recoge, sin ningún tipo de censura
    ni eufemismos, en su artículo Informe subnormal sobre
    un fantasma cultural
    , que por su enorme valor dentro de este
    estudio, creo que merece la pena recoger de forma casi
    íntegra:

    "Las señas de identidad del fantasma de la
    gauche divine están condicionadas en parte por una
    precipitada, y algo malintencionada, lectura de Françoise
    Sagan y por esa tendencia hispana al voyeurismo. Orden de
    busca y captura. Retrato robot de la gauche
    divine
    :

    Ellas: algo frescas, rubias, melenas lacias; no llevan
    combinación larga; miran a los hombres de abajo arriba y a
    las mujeres de arriba abajo; les encanta el Ché,
    Bellocchio, Charlie Brown; comentan entre ellas el censo y
    eficacia de
    sus partenaires sexuales; van a Perpiñán, a
    Andorra, a París a ver cine; a
    Londres a ver trapos; suelen desengañarse matrimonialmente
    en plazos que oscilan desde los tres días a los siete
    años (nunca pasan de los siete años); tienen hijos
    rubios, inteligentes y ocurrentes, partidarias del unisexo…
    masculino; se pirrian por las experiencias comunales de los
    hippies, pero rechazan todo conato de postergación
    del desodorante; les chifla la guerrilla, odian la maxifalda;
    partidarias de la revolución sexual; no saben cocinar,
    trabajan como editoras, traductoras, agentes de relaciones
    públicas o montan boutiques, librerías,
    discotecas o escriben para revistas implícita o
    explícitamente progresistas.

    Ellos: son arquitectos, escritores, antologistas,
    novelistas, poetas, periodistas, cineastas, médicos,
    abogados (muy pocos laboralistas); visten jerseys cisne y
    chaqueta de ante, partidarios del unisexo… femenino; si se
    compran un coche que exceda al Mini, se lo compran rojo; les
    encantan las guerrilleras palestinas, van a Calpe con sus planes
    de fin de semana y a Marruecos con los planes más
    duraderos, llaman al psiquiatra para consultarle el color del
    foulard, consideran absoluto el tema del diálogo
    entre católicos y marxistas, saben cocinar dos o tres
    platos (suele ser el, steak tartare, el arroz al curry y,
    en casos de inteligencia
    excepcional, la paella) y algunos suelen ligar muy bien la
    mahonesa o el all i oli; les preocupa la semiología
    sexual y la fatal tendencia a la social-democratización
    que experimenta Europa.

    Solos, fanés, descangayados, salen de madrugada
    del cabaret. El ambiente del cabaret es un algo zarista, recuerda
    esos vagones lujosos donde se firmaban las paces de Versalles.
    Estaba poblado de arquitectos, misses, modelos,
    fotógrafos de moda, estudiantes de Ciencias
    Económicas con parálisis facial, ejecutivos,
    cantantes de la «nova» y la eterna canción,
    servan-screiberista, ex bailarines de soul,
    arcángeles ingleses, noctámbulas parejas
    armiñadas fugitivas de un tapiz de Montecarlo, dos poetas
    borrachos, tres tocones visuales, una antillana, una pubilla
    vallesana que piensa: "Com el Vallés no hi ha res" ("No
    hay nada como el Vallés"). Con todos ellos se ha montado
    el affaire de la gauche divine, una gratuita
    serpiente de verano que se ha convertido en dragón por la
    intencionada imaginación nada liberal de los adjetivadores
    de fantasmas. Y
    estos seres solitarios, fanés, descangayados, que salen de
    madrugada del cabaret, constituyen, en grupo, un excedente social
    común a todas las sociedades
    urbanas que superan el millón y medio de habitantes.
    Sólo les unen determinadas conclusiones acerca del oficio
    de vivir, que, naturalmente, no se parecen en nada a las del
    matricero que ha puesto el reloj para despertarse precisamente a
    aquella hora para acudir al trabajo. Es baratísimo y
    mediocremente esteticista enfrentar la retirada de la cansada
    gent divine hacia sus casas con el amanecer de la población obrera de la ciudad industrial,
    tan burda y grotesca como enfrentar el cromo del rebelde de
    provincias, morado de tinto, al del campesino de
    los alrededores, que se levanta a aquella misma hora porque oye
    quejarse a la cerda

    .La gauche divine no existe. Existe el drama del
    llamado profesional liberal, del llamado artista, del llamado
    profesional de la cultura, consumido por una sociedad estuchadora
    que no ha vacilado en adjetivar peyorativamente a uno de sus
    sectores más aparentes y menos determinantes. Este sector
    se ha constituido, socio-económicamente, en high
    society
    de la pequeña burguesía progresiva y
    legisla algunas cosas, pero de escasa importancia comunitaria:
    modas culturales, de vestuario, sexuales,
    lingüísticas. Y esa ‘altura social’ hay
    que considerarla muy a la española: es una altura
    relativa, con mucho dos caballos por en medio y cubierto de
    sesenta pesetas en un restaurante para iniciados, con mucho plan
    de boquilla y mucha tierra en La
    Habana, con mucha sabiduría convencional y mucho
    ‘Reader's Digest’, con más Charlie Brown que
    Carlos Marx.
    Esa high society relativa, tan relativa, por algunos
    precipitadamente calificada de gauche divine, se declara
    tan partidaria de la felicidad como de los psiquiatras y del
    Ché Guevara, como de Marcial o Pirri. Porque yerran
    los que han circunscrito la clarificación al litoral
    catalán. En el triángulo braguetario del
    Gijón, del Oliver y del Pub de los madriles se cuece un
    caldo similar, inofensivo y tristón, del que siempre se
    aprende algo en el duro aprendizaje del
    oficio de vivir".

    Aparece en Los alegres muchachos de Atzavara una cita
    que hace referencia a algunos de los temas tratados por el
    autor en este artículo:

    "Nada de la estética revolucionaria nos era ajeno
    y no le hacíamos ascos a ninguna iconografía del
    santoral revolucionario, llamárase Che Guevara,
    Puig Antich …, pero a la hora de imaginar el cambio
    rechazábamos in mente cualquier solución que
    modificara nuestro status de consumistas suficientes" (p.
    179).

    Pero a pesar de todas estas críticas,
    Vázquez Montalbán participaba de muchas de las
    actividades de la Gauche Divine y la mayoría de sus
    amistades pertenecían a ella también. Incluso
    cuando la revista Triunfo pasó por uno de sus peores
    momentos en el año 1969, llegó a buscar inversores
    entre sus ‘supuestos enemigos’, los intelectuales
    catalanes del momento. Con el tiempo llegó a moderar su
    opinión a cerca de ellos, y en su último
    artículo para El País escribió: "Los que
    recuerdan la Cataluña de entonces como una isla de
    prodigios culturaldemocráticos poblada casi exclusivamente
    por gauche divine, permítanme que les corrija sin
    acritud. La gauche que había era sobre todo
    satanique y la divine fue solidaria, ética y
    estéticamente ejemplar".

    Pero hay un dato más que me ha llevado a
    relacionar el modo de vida de los protagonistas de la novela
    Los alegres muchacos de Atzavara con el de la gauche
    divine
    , a parte de los ya evidentísimos, como la clase
    social de ambos, sus profesiones, su ideología… etc, y
    es la presencia del pueblo de Atzavara. Leyendo reseñas y
    biografías de muchos de los integrantes, me llamó
    la atención el, en principio anecdótico hecho, de
    que bastantes de ellos poseían casas de verano en un
    pueblo de la costa de Gerona, llamado Cadaqués. En mi
    investigación sobre este pueblo
    catalán encontré descripciones como las que viene a
    continuación:

    "En los años sesenta, Cadaqués fue,
    más que un pueblo, un símbolo del encuentro de un
    mundo pescador en declive y del universo
    intelectual barcelonés, coagulado en la gauche
    divine
    . El pedigrí le venía de los años
    veinte, cuando fue visitado por Paul Éluard, André
    Breton y todos los popes del surrealismo,
    atraídos por el genio de Salvador Dalí y de Luis
    Buñuel (…) Los abanderados del redescubrimiento de
    Cadaqués fueron arquitectos como Óscar Tusquets,
    Federico Correa y Oriol Bohigas, que actuaron de locomotoras para
    la tropa. Cadaqués tenía la ventaja de las
    revueltas de carretera que lo protegían del acceso
    fácil de los parvenus. De este modo, la
    revolución sexual de nuestras elites –fruto feliz de
    la píldora "antibaby" y de la influencia extranjera–
    pudo mantenerse en el plano de la endogamia, sin estropearse con
    injertos plebeyos que la afearan".

    Esta última frase vuelve a hacer referencia al
    carácter selectivo del grupo, en el que sólo
    cabían burgueses intelectuales guapos y ricos (‘The
    Beautiful People’), hecho que Montalbán demuestra en
    su novela con la presencia de Paco y Vicente, que serían
    esos "injertos plebeyos" que "afeaban" Atzavara. Del mismo modo,
    tanto éste último como Cadaqués, estaban
    alejados de las masificaciones turísticas de verano que se
    concentraban en otros lugares como Ibiza, y su
    localización era de difícil acceso, con lo que se
    aseguraban la ‘propiedad’ del lugar para llevar a cabo sus
    particulares ‘revoluciones sexuales’. Como dice el
    mismo artículo del escritor Román Gubern (que
    aunque no lo parezca, formaba parte también de la
    gauche divine pese a lo que se pueda deducir de su
    artículo) "Cadaqués se convirtió en
    referente y punto de cita para nuestra progresía, dando
    lugar a la etiqueta satírica del "partido comunista de
    Cadaqués", aludiendo a nuestros divinos que se mojaban en
    la playa del Llané".

    V)
    CONCLUSIÓN.

    Manuel Vázquez Montalbán novela desde una
    perspectiva irónica, crítica y nostálgica,
    un momento histórico y particular que a él mismo le
    tocó vivir, un momento en el que agonizaba el franquismo
    en España y nuestra sociedad intentaba abrirse camino
    hacia nuevas fronteras, renovando la atmósfera gris y
    enrarecida de la dictadura, rompiendo barreras y llevando a cabo
    una revolución cultural. Un intento que hermanó a
    un grupo de intelectuales y artistas en la década de los
    setenta, a los que Montalbán veía vivir a medias
    entre una insuficiente emancipación y una cómoda
    complacencia, la atracción de la transgresión y el
    miedo a las consecuencias, el deseo de libertad y la incapacidad
    de asumirla plenamente, dejando en evidencia el fracaso de todo
    intento de romper las ataduras de los convencionalismos de la
    vida burguesa. Refleja el autor el sentimiento de impotencia y
    desencanto que arrastró consigo la derrota de todas las
    esperanzas surgidas a partir del Mayo francés en nuestro
    país y que caracterizarán, no sólo esta
    novela, sino toda la narrativa de Manuel Vázquez
    Montalbán.

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    Sierra Cabello, Alba
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    Literatura Española s. XIX-XX

    Universidad de Burgos, Junio’04

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