- Resumen
- Antecedentes históricos
necesarios - Algunas precisiones
metodológicas - Primer nivel de
principios - Análisis diferenciado
entre la proyección global de una conducta y sus
componentes estructurales - Segundo nivel de
principios - Flexibilidad o ajuste de las
acciones a las circunstancias - Adecuación a
fines - Tercer nivel de
principios - Cuarto nivel de
principios - Relación entre principios
y niveles de principios
El autor comienza hablando de la trayectoria
histórica de la teoría de la virtud haciendo un
recorrido por los pensadores y corrientes de pensamiento de
la antigüedad y el Medioevo. Con posterioridad define
posiciones metodológicas con relación a
términos como autonomía y actitud, y
deja planteada la problemática central de la investigación: "¿qué
características deben tener la conducta humana y
los procesos
psíquicos que la anteceden para que sean valiosos desde el
punto de vista ético-moral? Para
intentar dar respuesta a esta interrogante retoma la
teoría de la virtud y la desmiembra en un sistema de
principios
agrupados en cuatro niveles.
En el primer nivel son agrupados principios que,
según el autor, permiten definir la extensión y los
límites
del dominio de
los valores
ético-morales, y el objeto de valoración desde la
perspectiva analizada. En el segundo nivel se agrupan principios
cuya observación garantizan la efectividad de la
conducta, y se
insiste en la importancia de esta. En el tercer nivel, con el
principio de justicia se
aborda el problema de la responsabilidad del agente social tanto con los
demás como con el mismo, y se proponen las bases para
evaluar la correlación entre diferentes agentes sociales.
En el cuarto nivel, el principio de adherencia a las exigencias
de autorregulación ético-moral, permite evaluar el
grado de compromiso afectivo con los conocimientos sobre lo justo
o debido. Se plantea que cierto grado de compromiso afectivo
resulta indispensable para que el individuo sea
realmente portador de valores
ético morales.
Más adelante se aborda la relación entre
los principios y niveles de principios argumentando que entre
ellos existe una estrecha unidad e interrelación. Por
último hace referencia a la relación existente
entre los principios propuestos con las denominadas "virtudes
cardinales": fortaleza, templanza, justicia y
prudencia.
Palabras Clave: Teoría de la virtud,
ética,
axiología, historia de la
ética.
ANTECEDENTES HISTÓRICOS
NECESARIOS
Las interrogantes: ¿Cómo debo actuar? Y
¿cómo debo pensar o estar preparado para actuar
correctamente?, aunque elaboradas de muy diferentes formas, han
sido planteadas y respondidas desde tiempos inmemorables, y todo
luce indicar que continuarán planteándose en el
futuro. Tales cuestionamientos constituyen problemáticas
capitales dentro de la ética. De la solución que se
les dé a los mismos se deriva el modelo del ser
humano que se aspira formar; por lo que tendrá una
decisiva repercusión en la elaboración de proyectos
formativos y reformativos de valores. De ahí su enorme
importancia.
La teoría de la virtud o aretología
constituye una de las numerosas respuestas a las interrogantes
antes enunciadas. "Virtud" proviene del latín "virtus", y
al igual que su equivalente griego: "areté", significa
cualidad excelente de las cosas o personas para realizar sus
funciones. El
areté de un cuchillo radica en que tenga un buen filo, que
sea maniobrable, liviano, etc. Cuando se habla de virtud o
areté en el hombre se
hace referencia a cualidades que lo capacitan para realizar
excelentemente las múltiples funciones que puede
desempeñar. En este sentido se habla de virtuosismo en el
arte, el
deporte, la ciencia,
etc. La virtud moral: "êthiké areté", no es
otra cosa que cualidades excelentes de una persona en el
ámbito moral.. Los antecedentes de esta teoría se
remontan a la antigüedad:
Sócrates (470-399 a.n.e) identifica la virtud con
el conocimiento,
las personas serán virtuosas si conocen que es la
virtud. Para este pensador todo maldad o pecado es resultado de
la ignorancia. El recto conocimiento de las cosas lleva al
hombre a obrar
moralmente. Quien sabe lo que es bueno también lo
practica; ningún sabio yerra. Puesto que la virtud reposa
en el saber, puede enseñarse. Esta concepción ha
sido denominada intelectualismo o racionalismo
ético. Para Sócrates
las virtudes están intervinculadas, nadie puede ser
moderado sin ser valiente y prudente. Para este pensador el
más elevado bien es la felicidad.
Los seguidores de la tendencia filosófica fundada
por Euclides de Megara (Aprox. 450-380 a.n.e), llamados megarios,
afirmaron que aunque la virtud puede llamarse sabiduría,
bien o razón, puede ser revelada solo a través de
una búsqueda lógica.
Para los megarios la virtud única y una es el
conocimiento del bien, y de ella son solo variedades las
demás virtudes.
Para Aristipo de Cirene (435-354 a.n.e) y sus
seguidores, los llamados cirenaicos, la finalidad y bien supremo
de la conducta humana es alcanzar el mayor placer posible
(hedonismo). Consideraban a los placeres sensuales preferibles a
los intelectuales,
mas el hombre, según Aristipo, no ha de convertirse en
esclavo del goce, sino que ha de tender al placer prudente.
Según ellos los conceptos de moralmente bueno y moralmente
malo carecen de sentido, y la obligación moral no
existe.
Los cínicos, dentro de los que tenemos a Antítenes (444-369 a.n.e) y Diógenes
de Sínope (414-324 a.n.e), contrariamente al hedonismo de
los cirenaicos, mantuvieron que la esencia de la virtud es
autocontrol, y el desprecio del placer como un mal. Los
cínicos entendían que la base de la felicidad y de
la virtud se encontraba en el desdén por las normas sociales,
en la renuncia a la riqueza, a la gloria, a toda
satisfacción de los sentidos.
Llevaron su desprecio por las normas de conducta hasta la
infracción del decoro.
Para los cínicos, el fin de la vida virtuosa solo
puede ser la tranquilidad basada en la renuncia a todo lo que
convierte al hombre en un ser dependiente: los bienes, los
placeres y los conceptos ratifícales y convencionales. De
ahí que la moral de
los cínicos sea el ascetismo, el ideal de la sencillez que
limita con el estado de
precultura, el desprecio por la satisfacción de la
mayoría de las necesidades, a excepción de las
fundamentales, y la burla de todos los convencionalismos, de los
prejuicios religiosos, con la prédica de la naturalidad
absoluta y de la libertad
personal
también absoluta.
Platón (427-347 a.n.e) difiere de Sócrates
en que no consideró que la virtud consistía
solamente en sabiduría, sino también en justicia,
temperancia y fortaleza, las cuales constituyen, según
él, la justa armonía de la actividad humana. Para
Platón
el alma humana
est compuesta por tres partes: la racional, la voluntad, y
los apetitos. Para él, una persona justa es aquella que el
elemento racional apoyado por la voluntad controla los apetitos.
Consideró al bien como un elemento esencial de la
realidad, y que el mal no existe en sí mismo, sino que es
un reflejo imperfecto de bien. Planteó que el bien supremo
consiste en una perfecta imitación de Dios. La virtud
facilita al hombre ordenar su conducta de acuerdo con los
dictados de la razón y la conducta deviene una
imitación de Dios.
Aristóteles (384-322 a.n.e), discípulo de
Platón,
es el primero que hace una sistematización de
conocimientos relacionados con la ética, y es
además el que le da el nombre a esta ciencia. La
orientación fundamental de su sistema
ético-filosófico es la felicidad (eudemonismo).
Crítica
el racionalismo ético de Sócrates. Plantea que las
virtudes morales son hábitos de elección o
preferencias volitivas que hacen bueno al hombre y buena la obra
que realiza, y constituyen posiciones intermedias entre extremos
viciosos, uno por exceso y otro por defecto. Al igual que
Platón considera que la virtud no es sólo
sabiduría, sino también justicia, templanza y
fortaleza. Consideró a la justicia como "compendio" de las
de demás virtudes, las cuales se encuentran contenidas en
ella. Planteó además que las virtudes morales
sólo pueden adquirirse por repetición y
corrección de acciones, y se
dan siempre en una relación entre seres humanos. Para este
pensador la evaluación
moral de un acto presupone la atribución de
responsabilidad al agente moral, y la responsabilidad implica
voluntariedad. Insiste además en el carácter circunstancial de la virtud cuando
las explica señalando que son una forma de actuar como,
cuando, donde, y en la forma en que es preciso
hacerlo.
La ética estoica se funda en su determinismo
cósmico ya que, para los estoicos, la ley que rige
el universo es
el mismo fuego inteligente o logos divino que toca nuestra alma.
Ante el determinismo cósmico, la actitud del sabio
solamente puede ser la de aceptar el destino, ya que todo
está regido por la providencia del logos. La máxima
moral de los estoicos se resume con la sentencia: «vive de
acuerdo con la naturaleza» o, lo que es lo mismo, siguiendo
el logos divino. La virtud consiste en la eliminación de
todas las pasiones y en la aceptación del orden de la
naturaleza, la cual es ordenada y racional, y solo una vida en
armonía con la naturaleza puede ser buena. Para ellos a
virtud es única e indivisible. No se la tiene
parcialmente, sino que o se es virtuoso o no. Abogaban por la
independencia
de las circunstancias materiales, y
sostenían que las pasiones y afecciones son malas, por lo
que el hombre sabio es independiente de ellas.
En la Edad Media a
San Ambrosio (339-397) se le atribuye la introducción de la noción de
virtudes cardinales.
Tomás de Aquino (1225-1274) reconcilió el
aristotelismo con la autoridad de
la Iglesia.
Aceptó el tratamiento dado a las virtudes por
Platón y representantes del estoicismo, por considerar que
la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza
constituyen el fundamento de todas las demás. Según
este pensador en estas "virtudes-tipos" se realizan a la
perfección los cuatro modos generales de virtud:
determinación racional del bien (prudencia),
establecimiento del bien (justicia), firmeza para adherirse al
bien (fortaleza), y moderación para no dejarse arrastrar
al mal (templanza). Hizo hincapié en las denominadas
virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, las cuales define
como hábitos infusos por Dios. La orientación
fundamental de su doctrina es Dios.
A partir del renacimiento la
teoría de la virtud dejó de ser la
concepción ética predominante, pero a pesar de
haber dejado de ser la teoría ética normativa
dominante hace más de cinco siglos, en la actualidad,
utilizando la terminología más reciente de la
ética y la axiología, se presentan bajo el
rótulo de "nuevo" construcciones teóricas y
conceptos que han sido tratados, y con
profundidad, desde la antigüedad. Se utiliza el calificativo
de valor moral o
ético moral para designar lo que antiguamente se
denominaba virtud moral.
Cabe hacernos la siguiente pregunta: ¿Constituye
la teoría de la virtud, con sus diferentes variantes, una
construcción teórica totalmente
obsoleta o existen elementos de ella que pueden y deben ser
aprovechadas?.
ALGUNAS PRECISIONES METODOLÓGICAS
Luego de estos elementos históricos y de enunciar
el problema al que estará dedicada la presente obra, se
hace necesario realizar algunas precisiones conceptuales y
metodológicas.
Para evitar repeticiones innecesarias con
relación a términos como: agente social, ser
humano", dignidad,
valor, valor ético-moral y valor fundamental, remitimos al
lector al artículo: "algunas reflexiones en torno al concepto de valor
ético moral", en donde se conceptualizan los
términos citados, se justifica la elección del ser
humano como bien supremo y a la dignidad humana como valor
fundamental, y se especifica qué elementos de la realidad
pueden ser portadores de los valores ético morales y a
través de que forma.
Aunque en el artículo especificado se definen con
claridad posiciones con relación al problema de la
elección del valor fundamental y bien supremo; por la
enorme importancia del tema resulta necesario retomarlo. La
orientación fundamental va a determinar el universo de
valores o virtudes y antivalores o vicios, y la posición
jerárquica de los mismos, ya que constituye el
núcleo alrededor del cual se elabora todo el cuerpo
teórico. Uno de los elementos que conforman el criterio
valorativo de excelencia de carácter y buen obrar lo
constituye precisamente la orientación fundamental, como
se verá con más detalle en el principio de
autonomía y orientación a valor fundamental:
"dignidad humana". El simple hecho de asumir a la dignidad humana
como la orientación fundamental trae como consecuencia
todo un replanteamiento de la teoría de la virtud desde
las posiciones del humanismo.
Debido a que el tema de la autonomía resulta
capital en el
problema de la responsabilidad moral, es necesario realizar
precisiones metodológicas. Como posiciones extremas sobre
la solución a las posibilidades del ser humano para
autodeterminarse sobre la base de un ideal tenemos al
voluntarismo y el fatalismo.
Para el voluntarismo el ser humano es responsable ante
todo lo que ocurre en su vida, tal es la posición del
existencialismo. Para el fatalismo el ser humano
no es responsable ante nada.
Existen elementos de la realidad que nos son dados son
que hayamos podido elegirlos: el lugar y la época de
nacimiento, nuestros padres, nuestra herencia genética,
etc. Ante estos elementos un ser humano no tiene ninguna
responsabilidad. Otros elementos de la realidad si son manejable
o modificables total o parcialmente por el ser humano o por un
ser humano en particular, y ante esos elementos de la realidad
que son modificables, el ser humano si es responsable tanto en el
sentido de modificar lo que puede y debe como en el de no
modificar lo que puede pero no debe.
En la presente obra, aunque el enfoque axiológico
es el fundamental, también se enfoca a la teoría de
la virtud desde el ángulo de otras disciplinas como:
teoría del derecho. psicología, cibernética y teoría de los sistemas.
La axiología, como ciencia joven que es,
todavía "pide prestado" métodos de
otras ciencias.
Además, por la complejidad del fenómeno analizado,
este requiere de un enfoque multidisciplinario para su adecuada
comprensión como un todo. Si la enfocamos solamente desde
el ángulo de una sola disciplinas, sólo
pudiéramos analizar algunos de sus componentes, y no ella
en su conjunto, por lo que, al igual que en la parábola de
los ciegos y el elefante, tendríamos una imagen reducida
de la misma.
El presente estudio se ha dividido en niveles de
principios porque con cada uno de ellos se aborda un nivel de
análisis diferente de la
problemática de los valores ético-morales. Estos
niveles se encuentran estrechamente interrelacionados formando
una unidad y cada uno de ellos prepara el camino a los que le
siguen, como se verá con más detalles en un
acápite dedicado a la relación entre los principios
y niveles de principios.
A través de un replanteamiento de la
teoría de la virtud, desde posiciones humanistas y un
enfoque axiológico, se intentará dar respuesta a
las interrogantes iniciales planteadas de la siguiente forma:
¿Qué características deben tener la conducta
humana y los procesos psíquicos que lo anteceden para que
pueda ser considerada valiosa desde el punto de vista
ético moral?.
AUTONOMIA DE LA
CONDUCTA Y SIGNIFICACION POSITIVA DE LA MISMA PARA EL VALOR
FUNDAMENTAL "DIGNIDAD HUMANA".
Este principio, al precisar que características
debe tener la actividad humana para que tenga implicación
ético-moral, nos permite conocer la extensión y los
límites del dominio axiológico analizado. Una de
estas características es que la conducta haya sido el
fruto de la libre elección del agente social. Donde no hay
autonomía, donde no es posible la elección libre,
sea cual sea la causa, no hay responsabilidad moral y por lo
tanto la conducta no le es imputable al agente social que la
realizó, ya que en ese caso no podía
exigírsele que hubiera elegido actuar de otra manera. Es
evaluable desde el punto de vista axiológico de valor o
antivalor por su significación para el valor fundamental
"dignidad humana", pero desde el punto de vista
ético-moral no tipificará valores ni antivalores,
los cuales no se dan sin elección libre.
Si un individuo se siente muy mal, pierde el
conocimiento y al caer produce lesiones graves a un recién
nacido; desde el punto de vista axiológico el suceso es un
antivalor, porque se produjo un daño en
un bien que es la integridad del niño, pero no lo es desde
el punto de vista ético-moral, ya que al no haber sido el
fruto de su libre elección no le es imputable desde el
punto de vista ético-moral. Podemos citar también
el ejemplo de un individuo que enfrenta un gran peligro
desconociéndolo o bajo los efectos de alguna droga,
¿será acaso valiente?
Pero la autonomía de la conducta no es suficiente
para que esta tenga implicación ético-moral, ya que
constantemente estamos realizando elecciones libres sin
trascendencia para nuestra existencia y la de otros agentes
sociales, como lo es el simple hecho de escoger el sabor de
helado que consumiremos.
Otro requisito importante que debe cumplir la conducta
para que tenga implicación ético-moral es que
afecte positiva o negativamente al valor fundamental "dignidad
humana". La conducta con significado neutro, aunque sea
autónoma, carece de implicación
ético-moral.
Pero la significación positiva para la dignidad
humana tampoco es suficiente por sí sola para determinar
que la conducta sea éticamente correcta. Un acto u
omisión puede tener consecuencias muy positivas para el
valor fundamental propuesto y no haber sido el fruto de la libre
elección del agente moral. En estos casos los motivos que
inspiraron la conducta pueden haber sido completamente opuestos a
las consecuencias. Por otro lado, la conducta puede ser
autónoma y sus resultados inmediatos tener un significado
muy positivo para el ser humano y su dignidad, pero si es
solamente un medio para el logro de objetivos con
consecuencias muy negativas para el valor fundamental, como
sería el caso de alguien que salve a un niño de un
grave peligro para ganarse la confianza de sus familiares con el
objetivo de
robarles con mayor facilidad, no puede decirse que la
proyección global de esta conducta sea valiosa desde es
punto de vista ético-moral. En el cine y la
literatura se
pueden encontrar numerosas sátiras a personas que han sido
elevados a la condición de héroes, cuando el
verdadero móvil de sus acciones fue la ambición o
la debilidad. Un acto en apariencia valiente puede haberse
realizado por equivocación o por
cobardía.
Un acto u omisión tiene implicación moral,
no sólo por sus consecuencias para el valor fundamental
sino también por el vínculo psicológico del
agente moral con los resultados de su conducta, por la calidad
ética de los motivos morales que participaron en la
elección libre.
La autonomía, la calidad ética de los
motivos morales, y la significación positiva para el valor
fundamental "dignidad humana" se han de concebir en estrecha
relación. La absolutización de uno u otro elemento
conduce a posiciones extremistas.
No puedo valorar a un individuo de portador de un
determinado valor si no efectúa actos u omisiones que lo
tipifiquen. No puedo valorar a un individuo de valiente si no
ejecuta actos u omisiones valientes, pero el hecho de que un
individuo sea portador de algún valor ético-moral
no significa que sus actos u omisiones vayan a corresponderse
siempre con él. En ocasiones se actúa de forma
contraria a las convicciones, y aunque no hubo una actividad
externa que coincidiera con un determinado valor, este se expresa
en la actividad interna por medio de estados emocionales y
pensamientos de autocensura y arrepentimiento.
En otras ocasiones el individuo actúa como si
fuera portador de un determinado valor ético moral del
cual no es depositario, y esta no correspondencia se expresa en
estados emocionales de asombro ante sus actos.
Los valores ético-morales son, en esencia,
actitudes o
predisposiciones a la reacción, de las cuales se derivan,
con un alto grado de probabilidad,
actos u omisiones que garantizan la adaptación social de
agentes sociales. Pero el hecho de que las actitudes sean
predisposiciones a la reacción no significa que las
reacciones vayan a ser idéntica a ellas, ya que las
actitudes son sólo uno de los factores en la
determinación del comportamiento, de ahí que en ocasiones la
conducta no se corresponda con ellas.
Debido a esta no correspondencia en todo momento entre
el valor ético-moral portado y las reacciones del
individuo, para tener una idea acertada de la calidad humana de
una persona debemos no dejarnos llevar por la apariencia, y
valorarlo en reiteradas ocasiones.
RELATIVA INDEPENDENCIA
ENTRE VALORES ÉTICO-MORALES RELACIONADOS CON ESFERAS
DIFERENTES DE LA VIDA.
Este principio permite evaluar de forma diferenciada
formas de pensar, sentir y actuar ante aspectos diferentes de la
vida.
Los seres humanos somos portadores de valores y
antivalores al mismo tiempo. No
existe el individuo absolutamente bueno ni el absolutamente malo,
y sería un grave error la tendencia a esta forma de
valoración maniqueista que en la práctica trae tan
malas consecuencias.
Existe relativa independencia entre las actitudes de un
individuo ante esferas diferentes de la vida, ante elementos
diferentes de la realidad externa e interna a él. Se puede
ser un buen trabajador y un buen padre, y al mismo tiempo ser un
mal amigo.
Así como existe relativa independencia entre
actitudes hacia esferas diferentes de la vida, también
existe relativa independencia entre los valores
ético-morales que se expresan mediante esas
actitudes.
Es necesario señalar que no se trata de actitudes
hacia objetos aislados e indeterminados en el tiempo y en el
espacio, ya que estos se encontrarán dentro de un
determinado contexto que matizará la relación
de agente social con ellos. Se ha de hablar más bien de
situaciones como sistemas de elementos dentro de los cuales se
encuentra el propio agente social, el cual tendrá
actitudes hacia elementos externos a él, hacia él
mismo, y hacia la situación de forma general.
RELATIVA
ESTABILIDAD DEL VALOR ÉTICO-MORAL PORTADO.
Este principio permite evaluar de forma diferenciada
actos aislados, y actos que son el resultado de
características estables de la
personalidad y se expresan reiteradamente. Con esto permite
evaluar si una persona es portadora o no de un determinado valor
o antivalor ético-moral.
Puedo valorar a un acto aislado como valioso o no desde
el punto de vista ético-moral si fue fruto de la libre
elección de un individuo y afecta positiva o negativamente
al valor fundamental dignidad humana, pero para catalogar a una
persona como portadora de un determinado valor o antivalor, la
forma de decidir que lo tipifica tiene que constituir un rasgo
permanente del carácter y no la manifestación de un
acto aislado. Debe existir una preferencia volitiva a un actuar
moralmente valioso. Ya Aristóteles planteó que las virtudes
morales son hábitos de elección.
El hecho de que un individuo se embriague una vez no
significa que sea un alcohólico. Se puede hacer con
justeza una valoración ético-moral del hecho en
tanto hubo elección, pero no puede catalogarse de
alcohólico si no existen las condicionantes
psicológicas, biológicas y sociales, que le den
estabilidad a esta orientación. Un individuo airado no
tiene por que ser iracundo, ni un individuo muy enamorado que
despliega todo su ingenio para conquistar el amor de
otra persona tiene por que ser un lujurioso o débil ante
el amor.
Un ejemplo muy claro lo encontramos en el antivalor
avaricia: El individuo es portador de la misma cuando su
orientación a obtener riquezas con el fin de atesorarlas
tiene carácter permanente. De hecho, hay quienes durante
un tiempo priorizan el ganar y almacenar dinero, porque
las condiciones económicas así lo exigen , pero no
puede decirse que alguien sea portador de avaricia si esta
orientación es transitoria, y de forma global es
considerada, no como un fin en si misma, sino como un medio para
satisfacer, de manera más efectiva, futuras necesidades.
Aunque la persona corre el riesgo de que esa
actitud se haga permanente.
En la medida en que un determinado valor o antivalor
ético-moral se consolida en un individuo va aumentando la
probabilidad de que este actúe en correspondencia con
ellos.
Este principio es de vital importancia para los
proyectos formativos de valores, ya sean pedagógicos o
terapéuticos. Al valor ético-moral no solo hay que
formarlo, sino también reforzarlo.
ANÁLISIS DIFERENCIADO ENTRE LA
PROYECCIÓN GLOBAL DE UNA CONDUCTA Y SUS COMPONENTES
ESTRUCTURALES.
Para realizar una evaluación global de una
conducta o proyección existencial, tanto los fines como
los medios han de
ser correctos desde el punto de vista ético-moral. Un fin
noble logrado a través de medios inmorales es inmoral,
como lo es también un fin inmoral logrado a través
de medios nobles. Pero desde el punto de vista formativo se ha de
diferenciar la proyección global de una conducta y la
proyección existencial de un agente social de sus
componentes estructurales.
Los fines sin los medios son inalcanzables, y los medios
sin finalidad carecen de sentido, y desde el punto de vista
ético, ni el fin justifica los medio ni los medios el fin.
Ambos son inseparables en la práctica, pero si puedo
separarlos mentalmente para una mejor comprensión de los
mismos, y hacer un análisis diferenciado de cada uno de
ellos. Puedo intentar obtener buenos fines, en el sentido de que
contribuyen al bien común, a través de medios
reprobables. También puedo intentar alcanzar fines
reprobables utilizando algún que otro medio con beneficio
para el bien común.
Así como todo ser humano es portador de valores y
antivalores, y es valorable de forma general, también su
conducta puede tipificar al mismo tiempo valores y antivalores
ético-morales, y puede ser evaluable de forma
global.
La orientación global de un acto puede tipificar
antivalor, pero alguno de sus componentes estructurales pueden
tipificar valores. Al igual que la orientación existencial
de un individuo puede ser valorable de antivalor, y sin embargo
el individuo será portador de algunos valores
ético-morales. Así mismo, el hecho de que la
orientación existencial de un individuo sea socialmente
valiosa no significa que todas sus actividades, que toda su
proyección hacia el mundo y a sí mismo sean
moralmente valiosas.
Tomemos como ejemplo un individuo que actúa con
paciencia, perseverancia y laboriosidad con fines
egoístas.
En este caso la conducta analizada de forma global
tipifica egoísmo, el cual es un antivalor, pero la
paciencia, perseverancia y laboriosidad, que también
tipifica, son valores por el hecho de que sin ellos los motivos
más nobles, los que tengan la mayor significación
positiva para la dignidad humana no podrán realizarse. No
dejan de ser valores por el hecho de que se utilicen para
finalidades egoístas de la misma manera que un
puñal con un cabo hermosamente labrado no pierde su valor
de uso ni su valor estético por el hecho de que sea
utilizado para quitar la vida a una persona.
Este principio es muy importante en el trabajo
formativo. Si vamos a trabajar formativamente sobre un
niño laborioso pero egoísta, debemos intentar
modificar su egoísmo, pero mantener y reforzar su
laboriosidad. Lo contrario sería desechar al fruto junto
con las hojas.
EL TÉRMINO
MEDIO O JUSTO MEDIO.
Una de las características básicas de los
valores es su polaridad, la cual consiste en que a cada valor le
corresponde un antivalor formando entre ellos una unidad de
contrarios. Pero los valores ético-morales tienen una
peculiaridad, y es que ellos ocupan una posición
intermedia entre extremos viciosos, o antivalores, uno por
exceso, y otro por defecto; Por lo que a diferencia de valores de
otros dominios axiológicos, a cada valor le corresponden
dos antivalores. Ellos tienen dos posible líneas de
desviación, por ejemplo: la valentía se encuentra
entre la cobardía y la temeridad.
De los extremos uno se encuentra más cerca de la
posición intermedia que ocupa el valor que el otro y es
más semejante a él, por lo que comúnmente no
oponemos al medio este extremo, sino más bien el
contrario, el cual, en la mayoría de los casos induce,
más al error. Si retomamos el ejemplo de la
valentía, vemos que la temeridad como imprudente arrojo se
le asemeja más que la cobardía, la cual parece ser
totalmente contraria a ella, por lo que este último
extremo es el que comúnmente le oponemos.
Existen ciertos trazos de este principio en varios
sistemas éticos filosóficos de la antigüedad,
pero es Aristóteles el que lo sistematiza en sus tratados
de ética en los que constituye uno de los axiomas
fundamentales.
¿Cuál es el criterio que me permite
definir la posición intermedia y los excesos en las
predisposiciones a la reacción?
Se encontrarán en una posición intermedia,
y por lo tanto serán valiosas desde el punto de vista
ético-moral, si favorecen a la adaptación a nivel
social tanto del individuo que porta el valor como de otros, y de
esta forma tributan a la dignidad humana. Presentan exceso cuando
desadaptan u obstaculizan la adaptación a nivel social de
individuos y grupos.
Es importante señalar que aunque los valores
ético-morales ocupan una posición intermedia entre
extremos viciosos, ellos no son en ningún momento una
prudente transacción entre las virtudes y los vicios como
plantea José
Ingenieros, ni una tendencia a la mediocridad. Desde el punto
de vista de la perfección y del bien ellos constituyen
siempre un "pináculo", un extremo".
El término medio no constituye un punto fijo que
exige una y sólo una forma de pensar, sentir y actuar ante
el mundo circundante, ante los demás y ante uno mismo,
sino que representa todo un rango más o menos amplio de
posibles predisposiciones a la reacción, de las cuales se
derivan, con un alto grado de probabilidades, conductas que
garantizan la adaptación social. Más allá de
ese rango se encuentran las posibles predisposiciones
desadaptadoras, las cuales existen también en un rango que
va del antivalor que produce o impide compensar un desequilibrio
ligero, hasta el antivalor típico que produce gran
desadaptación y sufrimiento.
Este principio es sumamente importante; los que le
siguen no hacen otra cosa que explicar que características
debe tener la conducta para que se encuentre en el medio entre
extremos viciosos, y sea, por lo tanto, valiosa desde el punto de
vista ético-moral.
De las denominadas virtudes cardinales: fortaleza,
moderación, justicia y prudencia, sólo la primera
es susceptible de ser abordada a través de este
principio.
En el caso de la moderación, se es solamente
moderado o inmoderado, no existe el extremo vicioso por exceso.
Este valor existe y es evaluable su existencia sólo a
través de otros valores ético-morales, exceptuando
la justicia y la prudencia. Esto ocurre porque la esencia de la
moderación radica precisamente en la observación de
este principio: mantenerse en el término medio y evitar
los extremos, y un principio no puede ser aplicado a si
mismo.
En el caso de la prudencia, también se es
solamente prudente o imprudente, incluso, el filosofismo
inoportuno, la reflexión estéril que no se traduce
en una actividad efectiva y justa, califican como
imprudencia.
La justicia, por ser un "valor compendio", existe con la
confluencia de los múltiples valores ético-morales
que las circunstancias y el contexto sociohistótico
exijan. Se es solamente justo o injusto, aunque la injusticia
aparece por la desviación hacia cualquiera de los extremos
polares de cualquiera de los valores que en ese determinado
contexto de la actividad sean necesarios.
Esta excepción de la norma está dada por
el grado de generalización de estos conceptos. La
justicia, prudencia y moderación son supravalores, y la
fortaleza y demás valores ético-morales, que sin
son enfocables a través de este principio, se conforman
sobre la base de ellos.
FLEXIBILIDAD O
AJUSTE DE LAS ACCIONES A LAS CIRCUNSTANCIAS
Si el término medio representara de forma
invariable y rígida, una y sólo una forma de
pensar, sentir y actuar ante el mundo, ante los demás y
ante uno mismo, la conducta y toda la actividad psíquica
que la precede garantizarían la adaptación a nivel
social mientras las circunstancias fueran convenientes, pero en
cuanto las variaciones que se producen en ésta, alcanzaran
cierto punto crítico, las predisposiciones a la
reacción se tornarán
desadaptadoras.
Una característica importante de los valores
ético-morales es que las predisposiciones a la
reacción y las conductas que se derivan de ellas deben
adecuarse a las exigencias de las circunstancias y de la
época para que sean efectivas. Y esto ha sido observado
desde la antigüedad. Encontramos insinuaciones de este
principio en el viejo testamento cuando se expresa que: "En este
mundo todo tiene su hora; hay un momento para todo cuanto
ocurre…"(Eclesiastés 3, 1-8). Aristóteles al
explicar las virtudes morales las condiciona al: "cuando",
"como", "donde", "con quien" y "en la forma" en que es preciso
actuar. En el Renacimiento
Maquiavelo
insiste en sus obras políticas
en la adecuación de la actividad a las circunstancias para
que sea efectiva y pueda garantizar el éxito
político y en la vida.
¿Cómo se logra la adecuación de la
conducta a las exigencias de las circunstancias?. A través
del mecanismo de retroalimentación negativa o feed back, el
cual es el fundamento de la autorregulación. Mediante
él se compara el estado actual
con el estado deseado y sobre la base de esta comparación
se evalúan y corrigen los medios y procedimientos
empleados.
Es importante tener en cuenta que este principio
concebido de manera absoluta conduce a la llamada ética de
circunstancias, la cual promueve un individuo sumamente voluble.
Para no caer en posiciones teóricas extremistas hay que
tener en cuenta a otros elementos sumamente importantes para la
autorregulación: el objetivo y la orientación al
mismo, los cuales serán analizados en los siguientes
principios.
El principio del término medio y el de epocalidad
y circunstancialidad de la actividad tanto interna como externa,
sólo tienen sentido en función de
objetivos, ideales morales, propósitos o cualquier
categoría que exprese proyección hacia el futuro,
cumpliendo así la función de patrón de
autorregulación. Adecuo mi conducta a las circunstancias y
logro así el término medio en función de
objetivos e ideales.
El patrón de autorregulación y la
orientación y adecuación a él, es el
criterio de efectividad de la actividad, el cual constituye un
elemento importantísimo de los valores
ético-morales. Si este falta no puede haber
autorregulación moral, y por lo tanto tampoco podrá
haber una actividad que tipifique valores de este dominio
axiológico. – Si no sabes a donde vas no
habrá ningún camino que te lleve allí.
– nos dice el Corán.
La voluntad que es el eje de la toma de
decisiones, no funciona de manera independiente, ella tiene
que apoyarse en algún motivo, tiene que estar orientada a
alguna meta o ideal Cuando ser portador de un determinado valor
moral se convierte en un objetivo en sí mismo, al margen
de un objetivo que lo sustente, la actitud será poco
sólida y no resistirá presiones fuertes. Esta
postura pudiera considerarse como narcisismo ético o
virtudmanía.
Un individuo sin objetivos ni ideales se encuentra
perdido con relación a determinada actividad, y si falta
el sentido de la vida como orientación de máximo
grado de generalización se encontrará perdido con
relación a su existencia.
Pero a pesar de la importancia de la existencia del
patrón de autorregulación, la mera existencia de
metas u objetivos no es suficiente para que la
autorregulación sea efectiva, lo cual será
analizado en el siguiente principio.
El patrón de autorregulación debe ser
alcanzable, de lo contrario se producirán trastornos
graves en la autorregulación. De hecho la infactibilidad
de la meta
constituye una forma bastante grave de
desorientación.
Es necesario que individuos y grupos
sociales tengan una expectativa realista del modelo de
realidad al que aspiran. No existen medios ni conductas efectivas
para lograr metas inalcanzables, y es que resultan irrealizables
porque los medios conque cuentan o pueden contar individuos o
grupos son insuficientes.
Este principio se refiere también a las metas e
ideales que proponen los sistemas
ético-filosóficos, los cuales deben ser humanamente
alcanzables. Las normas y principios morales no deben
obstaculizar la satisfacción de las múltiples
necesidades normales de nuestra especie sino canalizarlas para su
adecuada satisfacción en el ámbito socio-ambiental
en el que se desenvuelve el agente social. De no ser así
traerán como consecuencias alteraciones en la
autorregulación y desadaptación social en mayor o
menor medida.
Los valores ético-morales existen por y para el
ser humano, para el logro de la adaptación social de los
distintos agentes sociales a través de sus funciones de
regulación y autorregulación de la conducta. La
adaptación es equilibrio y
el sistema ético no nos conducirá a ella si
no se fundamenta en el conocimiento de la naturaleza
humana, en el conocimiento de las necesidades de nuestra
especie, las cuales constituyen el motor impulsor de
la actividad tanto interna psíquica como
externa.
El hombre es la medida de todas las cosas. –
planteó Protágoras (481-411 a.n.e). ¿Y
cuál es la medida del hombre?. El propio hombre. Uno de
los requisitos para que la moralidad sea
éticamente correcta es que no se salga en sus
planteamientos de los límites de la naturaleza humana, y
proponga metas humanamente alcanzables.
Este principio y como ha sido tratado presupone que se
parta de la concepción de que el ser humano no es bueno ni
malo por naturaleza, sino educable.
Con los principios hasta aquí planteados podemos
hablar de valores con un carácter instrumental u operativo
desde el punto de vista ético-moral como son: la
paciencia, la valentía, la constancia, etc., los cuales
son valores a pesar de estar orientados a fines con una
significación negativa para el ser humano y su dignidad,
porque sin ellos, los objetivos más nobles no
podrán realizarse. Puedo ser valiente y constante para
robar el dinero del
pago de los trabajadores de una empresa. En
tal caso la valentía y la constancia son valores a pesar
de su orientación a semejante fin, porque sin ellas el que
tiene la obligación de impedir que se cometa el delito,
sería incapaz de cumplir sus funciones a
cabalidad.
La importancia de la existencia de objetivos es
realmente grande, pero un individuo puede orientarse eficazmente
hacia objetivos no edificantes para él mismo o para la
sociedad, y en
tal caso su actividad será evaluable de forma global
de antivalor ético-moral. Por lo anterior podemos decir
que este principio tampoco es suficiente para explicar
acertadamente a los valores ético-morales. Sin los que
siguen es insuficiente desde el punto de vista
teórico.
Si el criterio de legitimidad ético-moral de la
actividad humana fuera su efectividad estarían
justificados el robo, el asesinato, el fraude, o
cualquier acto u omisión que perjudique al prójimo
o a uno mismo, con la única condición de que se
realicen eficientemente. Estaríamos en presencia de una
ética de exclusión de los débiles y de los
que no pueden ser eficientes.
El principio de justicia aborda el problema de la
responsabilidad moral del agente social no solo con los
demás sino también con él mismo. En su
expresión positiva plantea que la actividad humana debe
aportar beneficio a la sociedad y al equilibrio y
perfeccionamiento personal. En su expresión negativa o
prohibitiva plantea que la actividad de un individuo o agente
social no debe producir de manera injustificada desequilibrio en
su propia persona u obstaculizar su perfeccionamiento individual,
así como tampoco producir injustificadamente desequilibrio
u obstáculos al perfeccionamiento personal de
otros.
También la proyección existencial de
individuos y grupos, será legítima desde el punto
de vista ético-moral si contribuyen a la
realización digna tanto del propio agente social que la
porta como de otros.
El fundamento de este principio radica en la esencia
social de nuestra especie humana. El ser humano no debe ser
analizado al margen de sus relaciones sociales. Nuestro "yo" se
construye con los lazos que tejemos con los demás.
Sólo a través de las relaciones que establecemos
con los demás podemos realizar nuestros objetivos e
ideales, y lograr una tendencia a la satisfacción
armónica de nuestras necesidades. Si un individuo
intentara vivir única y exclusivamente para él
mismo se aísla socialmente y se desadapta. Y es que "…la
esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo.
Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones
sociales".
No existe el ser humano tan suficiente que él
mismo elabore todos los medios necesarios para satisfacer todas
sus necesidades. Esto es imposible dada la especialización
del trabajo.
Tendría que dominar todos los oficios y profesiones y ser
capaz de elaborar todos los instrumentos y herramientas
que ellas utilizan, además existen necesidades
específicamente humanas que se satisfacen de manera
esencial en las relaciones con los demás, por lo que
nuestro individuo suficiente también tendría que
fabricar seres humanos.
El principio de justicia propone una correlación
legítima desde el punto de vista ético-moral, entre
los diferentes agentes sociales, correlación que es
históricamente determinada.
El individuo se debe a la sociedad, pero no siempre en
la misma medida. La legitimidad ético-moral de la
correlación entre individuos, grupos sociales y sociedad
está determinada por el grado de exigencia al cuerpo
social. En tiempos de grandes exigencias como son: guerras,
epidemias, catástrofes naturales, etc., la individualidad
debe disolverse en la colectividad, porque esas grandes
exigencias sólo podrán ser superadas con el
esfuerzo coordinado de todos, dirigidos por una voluntad central.
La desobediencia injustificada pone en peligro la integridad del
todo, y con esto, la del propio individuo que forma parte de
él.
En tiempos en los que no exista la emergencia, la
correlación debe ser diferente y el individuo debe
recobrar su autonomía. Esto es aplicable no sólo a
la relación individuo-estado sino también a
cualquier relación del tipo parte-todo que se establezca
entre agentes sociales con diferentes grados de
generalización.
Así como no es concebible un ser humano sin sus
relaciones con otros seres humanos, tampoco es concebible la vida
en sociedad sin justicia, la cual tiene como función
garantizar cierto orden al regular la autonomía de los
diferentes agentes sociales en relación. Sin ella
prevalecerían los factores que tienden a la
destrucción de nuestra especie y
desapareceríamos.
La justicia no puede ser analizada al margen de las
categorías "deber" y "derecho", y hablando en tales
términos podemos decir que una acción
justa constituye una posición intermedia entre exigir
nuestros derechos y
respetar los derechos del prójimo, lo cual no es otra cosa
que el término medio entre cometer y sufrir
injusticia.
La justicia, como cualquier otro valor se da siempre en
una relación no sólo con el prójimo, sino
también con uno mismo, e incluso las relaciones de una
persona con elementos no humanos de la realidad se valoran
éticamente en función de como afecten a otros
agentes sociales o a ella misma. La calidad ética de esas
relaciones estará determinada por la justicia que en
ella exista.
No sólo podemos ser injustos con los demás
sino también con nuestra propia persona, y esto ocurre
cuando no nos damos lo que de nosotros mismos merecemos, cuando
no cumplimos con los deberes que tenemos con nuestra propia
persona.
La justicia con uno mismo implica el deber de desplegar
una actividad vital encaminada a alcanzar una tendencia a la
satisfacción armónica de nuestras necesidades, de
forma tal que las que se dejen parcial o totalmente insatisfechas
no afecten de manera considerable nuestro equilibrio total. Este
deber del ser humano consigo mismo se encuentra respaldado por el
derecho que tiene todo individuo a recibir de la sociedad lo
mínimo indispensable para que pueda cumplirlo. La
proyección existencial de un individuo debe aportar
beneficio a la sociedad, y esta debe retribuirlo
permitiéndole satisfacer las necesidades para las cuales
no pudo producir los bienes de consumo,
debido a su especialización laboral.
La justicia analizada en su totalidad sólo admite
a la injusticia como extremo vicioso, sin embargo este valor
existe por la concurrencia de todos los demás valores
ético-morales, los cuales si tienen extremos viciosos, y
pueden ser analizados como formas parciales de este valor. Por
ejemplo, si tomamos como punto de partida a la flexibilidad se
puede ser injusto por volubilidad, lo cual es
blandenguería, y se puede también ser injusto por
inflexibilidad.
Cada valor ético-moral contribuye al mantenimiento
del equilibrio general que es la existencia humana, aportando al
mantenimiento de algún equilibrio parcial. La justicia es
el valor que expresa la concurrencia de todos los demás
valores, de manera que se garantice ese equilibrio total o
general.
ADHERENCIA A LAS
EXIGENCIAS DE AUTORREGULACIÓN MORAL.
Los principios de los niveles anteriores permiten
conocer las exigencias de autorregulación
ético-moral, lo cual es sumamente importante, pero no
basta con determinar correctamente lo que debe hacerse, muchas
veces se sabe lo que es debido o justo y se actúa de una
manera diferente y a veces totalmente contraria. Para que la
conducta sea valiosa desde el punto de vista ético-moral
debe realizarse realmente sobre la base de las exigencias de
autorregulación moral correctamente apreciadas,
sobreponiéndonos a inclinaciones o aversiones que nos
presionan a actuar de forma contraria a ellas.
La virtud moral no sólo es conocimiento, como
plantearon Sócrates y seguidores, sino también
afectividad y actividad. El simple conocimiento de lo que debemos
hacer no garantiza que actuemos correctamente. Para que lo
considerado como justo o debido se exprese eficazmente en la
actividad externa a través de actos u omisiones debe tener
el carácter de una convicción y no de un simple
concepto, ya que este último por el poco o nulo compromiso
afectivo del individuo con él, tendrá poco o
ningún potencial inductor de la actividad del individuo.
Claro que no existe un límite preciso entre la
convicción y el simple concepto, sino que existe una
gradación de compromiso afectivo con los diferentes
contenidos cognitivos.
Es importante señalar que "exigencia de
autorregulación ético-moral" no es lo mismo que lo
que alguien considera que debe hacer. Aunque la firmeza o
adherencia a lo que consideramos justo o debido es importante, no
garantiza la existencia de valores ético-morales en la
persona, ya que sus principios, patrones de conducta, y estrategias de
solución de problemas
pueden ser incorrectas y el adherirse a ellos le producirá
desadaptación. Este principio sin los anteriores resulta
perjudicial. No se trata sólo de la adhesión a
normas o imperativos con implicación ético-moral,
ya que estas pueden haber sido deficientemente determinadas o
definidas, y ser por lo tanto ilegitimas desde el punto de vista
que venimos analizando. La adhesión ciega e inflexible a
determinadas normas o principios de espalda a los cambios que se
producen en la propia persona y en el medio circundante, es
autotiranía. Por otro lado tenemos al que conoce lo que
debe hacer pero no tiene la fuerza de
carácter necesaria para actuar en correspondencia, lo cual
es debilidad.
RELACION ENTRE PRINCIPIOS Y NIVELES DE
PRINCIPIOS
En el primer nivel se plantean principios generales para
el estudio de los valores ético-morales. Con el principio
de autonomía y significación positiva para el valor
fundamental "dignidad humana", se definen la extensión y
los límites del dominio de los valores
ético-morales. Los principios de relativa estabilidad de
las actitudes, el de relativa independencia de las actitudes
hacia esferas diferentes de la vida y el de análisis
diferenciado entre la proyección global de una conducta y
los elementos morales que la integran, permiten definir que es lo
que se va a evaluar: La proyección existencial de
individuos y grupos, la proyección por separado hacia las
diferentes esferas de la vida, la proyección global de una
conducta aislada, y las formaciones morales que la
integran.
En el segundo nivel tenemos en primer lugar al principio
del término medio, el cual es un planteamiento
fundamental. Los que le siguen no hacen otra cosa que permitirnos
comprender como lograr la posición intermedia entre
extremos viciosos.
Con los elementos abordados en este nivel podemos hablar
de valores que tienen un carácter instrumental u
operativo, sin los cuales la conducta será inefectiva y
los fines más elevados desde el punto de vista
ético no podrán ser alcanzados, por lo cual ellos
son valores, independientemente de la calidad ética del
fin al que se orienten. Sin los valores que funcionan en este
nivel, habrá insuficiencia de individuos y grupos
ante las circunstancias y de forma global ante su
existencia.
La efectividad es importantísima, pero ella no es
criterio último de moralidad, ya que el fin al que se
orienta eficientemente la actividad puede ser éticamente
incorrecta, y ya con esto la conducta de forma global
también lo será.
En el principio de justicia, tratado en el tercer nivel,
se aborda el problema de la responsabilidad del agente social
tanto con los demás como con él mismo. Con este
principio se proponen las bases para evaluar la
correlación entre los diferentes agentes sociales y define
la sanidad y legitimidad moral de la proyección
existencial de estos, así como de la proyección
general de actos aislados.
El cuarto nivel se refiere a la fidelidad de la conducta
con la las exigencias de autorregulación moral y expresa
la necesidad de cierto grado de compromiso afectivo con ellas
para que realmente se puedan expresar conductualmente. Conocer lo
que debe hacerse no es suficiente, es necesario actuar en
correspondencia con ese conocimiento, y esto sólo es
posible cuando existe un nivel de compromiso afectivo con ese
contenido cognitivo, que haga posible la adherencia a
este.
¿Qué relación existe entre estos
niveles de principios?
Los elementos planteados en los principios del segundo y
tercer nivel están estrechamente relacionados y se
complementan unos a otros. El término medio
está determinado por el ajuste a los cambios del
medio tanto interno como externo. El ajuste a las circunstancias
se realiza en función de objetivos e ideales, y esta
orientación a objetivos e ideales será
correcta desde el punto de vista ético-moral si
representan una causa justa, si garantizan la tendencia a la
satisfacción armónica de las necesidades de
individuos y grupos.
Sin justicia la conducta pudiera ser muy efectiva pero
moralmente ilegítima. Por otro lado la justicia es un
valor sumamente frágil, por lo que degenerará en
injusticia si en la conducta del individuo no se observan los
principios del segundo nivel.
Sin la adherencia a las exigencias de
autorregulación ético-moral no pueden existir los
valores del dominio axiológico analizado, ya que sin
cierto grado de compromiso afectivo, lo que un individuo entiende
como justo o debido no pasaría de ser un
formalismo.
La observación de este último principio
sin tener en cuenta a los principios de niveles anteriores, es
ceguera ética. La adherencia a lo que se considera justo o
debido sin una correcta apreciación de lo
éticamente legítimo trae como consecuencia
desadaptación en cuanto los cambios de circunstancias
tanto internas como externas al agente social precisen de un
cambio de
actitud, que este no realiza por su adherencia ciega a lo que
considera justo o debido.
Podemos resumir planteando que la predisposición
a la reacción será legitima desde el punto de
vista ético-moral si guarda el medio entre el exceso y el
defecto, y para esto debe adecuarse a las circunstancias en
función de objetivos que han de ser realizables y deben
ser justos en el sentido de garantizar una tendencia a la
satisfacción armónica de las necesidades y guardar
una relación entre los deberes y derechos de los
diferentes agentes sociales. Por último el individuo debe
estar emocionalmente comprometido con sus metas o
ideales.
RELACION DE ESTOS
PRINCIPIOS CON LAS VIRTUDES CARDINALES
Estos principios se encuentran formando parte esencial
de las llamadas virtudes cardinales: prudencia, justicia,
fortaleza y templanza o moderación.
La prudencia contiene al principio de adecuación
a objetivos, y al valor flexibilidad que contiene el principio de
epocalidad y circunstancialidad de la actividad; la
moderación contiene el principio del término medio,
la justicia contiene el principio que lleva su nombre. Estos
principios contenido en estos valores tienen una función
autocorrectora, autorreguladora. La fortaleza que es el otro
valor pilar contiene al principio de adherencia a las exigencias
de autorregulación moral, el cual expresa una cualidad
importante de la conducta moralmente valiosa que es la firmeza en
el bien definido por los otros principios, a pesar de las
presiones del medio tanto interno como externo al individuo que
lo induzcan a actuar de manera contraria. La fortaleza representa
actitudes hacia el mundo circundante, hacia los demás y
hacia uno mismo, corregidas por los principios anteriores.
Retomando palabras de Tomás de Aquino, ella permite
adherirnos al bien. El antivalor más diferente a ella es
la debilidad, la cual es falta de adherencia al sentido de lo
justo o debido, falta de adherencia a los propios principios,
independientemente de la causa que lleva a ceder ante
inclinaciones o aversiones que se oponen a nuestros principios.
Dicho en otros términos, el individuo decide atendiendo no
a la norma internalizada, sino a necesidades urgentemente
actualizada por las circunstancias, en detrimento de la norma. El
otro antivalor relacionado con ellas es la autotiranía, la
cual es una adherencia rígida a determinadas normas. Este
extremo vicioso está más relacionado con
fallos en las virtudes o valores reguladores: prudencia,
templanza y justicia.
Toda conducta valiosa desde el punto de vista
ético-moral tipifica las virtudes o valores cardinales,
además de tipificar otras virtudes o valores
específicos según las singularidades de las
circunstancias que rodean al acto. Estas virtudes
específicas hacen referencia a la relación del
agente social con elementos específicos de la realidad
tanto interna como externa a él.
Dr. Arturo Sánchez
Hernández
Doctor en Medicina,
Especialista en Medicina General Integral, Residente de
Psiquiatría, Diplomado en Bioética y
Teoría de los valores.