Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Descodificando a Da Vinci. Los hechos reales ocultos en El Código Da Vinci




Enviado por anco



Partes: 1, 2

    1. Cómo usar este
      libro
    2. Introducción
    3. Secretos y
      mentiras
    4. ¿Quién
      seleccionó los Evangelios?
    5. Elección
      divina
    6. ¿Reyes
      derrocados?
    7. María, llamada
      Magdalena
    8. ¿La
      era de las diosas?
    9. ¿Dioses
      robados? El cristianismo y las religiones
      mistéricas
    10. ¿Seguro que ha
      entendido correctamente a Leonardo?
    11. El Grial,
      el Priorato y los Caballeros Templarios
    12. El
      código católico
    13. Epílogo:
      ¿Por qué importa?

    "Ignorar las Escrituras es ignorar a
    Cristo".

    SAN JERÓNIMO

    Prólogo a Isaías

    Prólogo

    En la primavera del 2003, Doubleday
    publicó una novela titulada
    The Da Vinci Code, de Dan Brown.

    Desembarcó apoyada por una extraordinariamente
    intensa campaña de marketing
    previa a su aparición, y al cabo de poco más de un
    año, había vendido casi seis millones de
    ejemplares; y muy pronto podréis ver en cualquier sala
    cercana una película sobre ella dirigida por Ron Howard
    (Apolo 13, Una mente maravillosa).

    Las estanterías de vuestra librería local
    están repletas de novelas de
    intriga, pero parece suceder algo especial con El
    Código Da Vinci
    … la gente no habla de ella como de
    las novelas de James Patterson o John Grisham. ¿Qué
    está pasando?

    Bueno; para decir toda la verdad, lo primero que
    está pasando es que cuenta con un marketing
    espléndido. Es importante ser conscientes de que en estos
    días, si un producto
    especial va rodeado de un "zumbido", en la mayoría de los
    casos se debe a que la compañía ha trabajado duro
    para crear ese zumbido, como hizo Doubleday con este
    libro antes de
    su publicación.

    Pero, por supuesto, hay algo más. Una vez que la
    gente empieza a leer no puede evitar preguntarse por algunas de
    las desconcertantes afirmaciones que el autor, Dan Brown, expresa
    en su novela:

    • ¿Empleó realmente Leonardo da
      Vinci su arte para
      comunicar sus conocimientos secretos sobre el Santo
      Grial?
    • ¿Es cierto que los Evangelios no relatan la
      verdadera historia de
      Jesús?
    • ¿Estuvieron casados Jesús y
      María Magdalena?
    • ¿Designó Jesús realmente a
      María Magdalena cono líder de su movimiento, y no a Pedro?

    Lo que parece intrigar a los lectores es que los
    personajes de la novela tienen
    respuesta a sus preguntas, y que las expresan en el libro como
    hechos basados objetivamente, apoyados en el trabajo y
    en las opiniones de historiadores e investigadores. Brown llega
    incluso a citar libros reales
    como fuentes de su
    novela. Naturalmente los lectores se preguntan cómo no
    habían oído
    hablar antes de todo esto. Y también se preguntan si lo
    que dice Brown es verdad y qué implicaciones puede tener
    para su fe. Después de todo, si lo que narran los
    Evangelios es falso, ¿no será una mentira todo el
    cristianismo?

    Este libro pretende ayudaros a desenredar todo esto y a
    explorar la verdad que oculta El Código Da
    Vinci.
    Investigaremos las fuentes de Brown y veremos si
    merecen ser consideradas como testimonios históricos.
    Estudiaremos la exactitud de sus interpretaciones de los escritos
    del cristianismo primitivo, sus enseñanzas y sus
    controversias, unos hechos que han sido ampliamente documentados
    y estudiados durante cientos de años por investigadores
    inteligentes y sin prejuicios. Y a lo largo de este estudio
    encontraremos un número sorprendente de errores flagrantes
    y manifiestos tanto sobre temas importantes como de poca
    importancia que deberían llamarnos la atención al leer la novela,
    considerándola como de ciencia
    ficción.

    En El Código Da Vinci se nos recuerda
    constantemente que las cosas no son realmente como
    parecen.

    Leed este libro sin prejuicios y descubriréis
    dónde está la auténtica verdad.

    Cómo usar
    este libro

    No necesitas leer El Código Da Vinci para
    sacar provecho de este libro: te proporciona una sinopsis del
    argumento que te ayudará a comprender las importantes
    cuestiones que plantea la novela con objeto de que estés
    mejor informado cuando las discutas con otros.

    En Descodificando a Da Vinci, he tratado las
    cuestiones más frecuentes que me han planteado los
    lectores de aquella novela, especialmente las que se refieren a
    temas históricos y teológicos. Este libro encierra
    también un material que corrige y clarifica muchos de los
    errores e inexactitudes que se contienen en El Código
    Da Vinci
    .

    Este libro será útil a individuos y a
    grupos.

    Las afirmaciones de la novela dan pie a un
    propósito más importante. El hecho de examinarlas
    nos brinda la oportunidad de repasar la enseñanza cristiana sobre la persona de
    Jesucristo y su misión, la
    historia de la Iglesia de los
    primeros siglos, el papel de las mujeres en la religión y la
    conexión entre la fe apostólica y la fe de nuestros
    días. Tanto si has leído la novela como si no,
    espero que encuentres en este libro una oportunidad para crecer
    en el
    conocimiento de las raíces históricas de la
    auténtica fe cristiana.

    Introducción

    El Código Da Vinci incluye unos elementos
    atractivos para muchos lectores: intriga, secretos, un enigma, un
    indicio de romance, la sospecha de que el mundo no es lo que
    parece y que los poderes establecidos no desean que conozcas la
    verdad que está ahí fuera.

    La novela comienza cuando Robert Langdon, personaje que
    es profesor de
    "simbología religiosa" en Harvard (por cierto, esa
    asignatura no existe), de visita en París, es convocado a
    la escena de un crimen en el Louvre. Otro personaje, un
    conservador del museo, llamado Jacques Sauniere, considerado un
    experto en diosas y en "lo sagrado femenino", aparece muerto
    –probablemente, asesinado- en una de las
    galerías.

    Parece que, antes de su muerte,
    Sauniere tuvo tiempo para
    colocarse sobre el suelo en la
    postura del dibujo de
    Leonardo da Vinci, Homo vitruvianus –la famosa
    imagen de una
    figura humana con los brazos extendidos dentro de un
    círculo- así como para dejar dibujados sobre su
    cuerpo, con su propia sangre, algunas
    otras claves relacionadas con números, anagramas y el
    símbolo de un pentáculo.

    En ese momento, aparece en escena sophie Neveu, una
    criptóloga que es también la nieta de Sauniere. Ha
    recibido una llamada de su abuelo pidiéndole que vaya a
    verle para reconciliarse con ella y darle a conocer algo
    importante relacionado con la familia.
    Sophie logra descifrar las claves que ha dejado su abuelo,
    mantiene varias conversaciones con Langdon a propósito del
    culto a las diosas, encuentra una clave muy importante oculta
    detrás de otra pintura de
    Leonardo, y… hasta aquí.

    ¿Quién mató a Sauniere?
    ¿Qué secreto guardaba? ¿Qué deseaba
    que supiera Sophie? ¿Por qué el personaje del
    "monje" albino del Opus Dei pretendía matar a todo el
    mundo? El resto de la novela abarca quinientas cincuenta y siete
    páginas en ciento cinco capítulos, pero,
    sorprendentemente, su trama, que ocupa poco más de un
    día, nos remite a varios lugares europeos junto a Langdon
    y Sophie, en busca de una respuesta que, sencillamente, es la
    siguiente:

    (Perdón por descubrir la trama, pero no hay
    más remedio que hacerlo).

    Sauniere era el Gran Maestre de una oscura sociedad
    secreta llamada el "Priorato de Sión", dedicada a la causa
    de proteger la verdad sobre Jesús, María Magdalena
    y, por extensión, a toda la raza humana.

    Según se nos dice en el libro, originalmente y
    durante milenios, la humanidad practicaba una espiritualidad
    equilibrada entre lo masculino y lo femenino en la que se
    veneraba a las diosas y al poder de las
    mujeres.

    Este fue el mensaje de Jesús. Vivió y
    predicó un mensaje de paz, amor y unidad
    humana, y para plasmarlo, tomó como esposa a María
    Magdalena y le confió el liderazgo de
    este movimiento. En el momento de la crucifixión, ella
    estaba embarazada del hijo de ambos.

    Pedro, celoso del papel de María, se puso a la
    cabeza del movimiento formado en torno a
    Jesús, dedicándose exclusivamente a suprimir la
    auténtica enseñanza del Maestro,
    sustituyéndola por la suya propia, y suplantando a
    María Magdalena como líder de ese
    movimiento.

    María se vio obligada a huir a Francia, donde
    finalmente murió. Ella y el hijo póstumo de
    Jesús fueron el origen de la dinastía merovingia
    francesa, y ella la "deidad femenina" que encarnaba –no una
    copa material- son el auténtico "Santo Grial".

    ¿Fue la familia real
    merovingia la fundadora de París, como dice Brown? (ver
    El Código Da Vinci , p. 319). Nada más lejos
    de la realidad. París fue fundada por una tribu
    céltica gala llamada los Parisii en el siglo III a.C. Los
    merovingios hicieron de París la capital del
    reino franco en el 508 d.C.

    De este modo, según la novela, la historia de los
    dos mil años pasados es, en el trasfondo de los
    acontecimientos relatados en los libros de historia (por los
    "vencedores", por supuesto), la historia de la lucha entre la
    Iglesia católica, (atención: no el cristianismo en
    su conjunto, sino la Iglesia católica) y el Priorato de
    Sión. La Iglesia, después de establecer el Canon de
    la Sagrada Escritura, las
    verdades doctrinales e, incluso, el trato con las mujeres,
    trató de ocultar la verdad sobre el Santo Grial y, por
    extensión sobre la "deidad femenina", mientras que los
    Caballeros Templarios y el Priorato de Sión luchaban por
    proteger el Santo Grial (que eran los huesos de
    María), su descendencia y la devoción a lo "sagrado
    femenino".

    Sauniere custodiaba estos conocimientos, unos
    conocimientos que Leonardo da Vinci, miembro del Priorato,
    había incluido en su obra. Además, Sauniere
    tenía un interés
    personal en el
    asunto: él y, en consecuencia, su nieta Sophie
    pertenecían a la dinastía merovingia. Por supuesto,
    Sophie desconocía todo aquello y llevaba varios
    años distanciada de su abuelo porque una vez
    irrumpió en una habitación secreta de su casa de
    campo y lo encontró con una mujer en una
    especie de éxtasis ritual sexual al que acompañaban
    los cánticos de una multitud de espectadores
    enmascarados.

    Por supuesto, al final veremos que la mujer era su
    abuela y que lo que hacía con su abuelo en aquella
    habitación era mantener viva la fe. También nos
    enteramos de que el "Grial" –los restos de María
    Magdalena y los documentos que
    acreditan su descendencia- están enterrados en el interior
    de los setenta pies de la brillante pirámide de cristal
    del arquitecto I. M. Pie, situada en la nueva entrada del Louvre,
    donde, al final de la novela, Langdon cae respetuosamente de
    rodillas, oyendo, según cree, la sabiduría de los
    Tiempos a través de la voz de una mujer que le llega desde
    lo más profundo de la
    tierra.

    Nada nuevo bajo el
    sol

    Muchos de los argumentos en los que se apoya la trama de
    El Código Da Vinci pueden parecer nuevos e
    intrincadamente ingeniosos, pero la dura realidad es que la mayor
    parte de ellos no son nuevos en absoluto.

    Lo que Brown ha hecho es, simplemente, tejer cierto
    número de tramas especulativas, añadir tradiciones
    esotéricas y pseudo-historias publicadas en otros libros,
    y agruparlas en las páginas del suyo. Si estás
    familiarizado con esos otros, te sorprenderá lo mucho que
    hay de ellos en esta novela.

    En su página
    web, Brown incluye una bibliografía, y en su obra
    cita algunos de esos libros. Divide sus fuentes en tres
    categorías básicas:

    1. Holy Blood, Holy Grail (traducido en España
      por
      El enigma sagrado) y sus secuelas. Este
      libro, escrito por Michael Baigent, Richard Leigh y Henry
      Lincoln, fue publicado en 1981 y empleado como guión de
      un programa de
      televisión de la BBC. Calificado de hecho
      real, fue ridiculizado y tomado como trabajo de
      mera especulación, lleno de suposiciones infundadas y
      basado en documentos fraudulentos. En el momento de la
      publicación del libro, sus autores eran: un profesor
      licenciado en psicología, un
      novelista y un productor Lynn Pycknett y Clive Prince, expertos
      en fenómenos paranormales, que también cuentan en
      su haber con The Mammoth Book of UFOs. Toda la parte que
      se refiere a Jesús- María Magdalena-Santo
      Grial-Priorato de Sión que aparece en El
      Código Da Vinci
      procede de esos dos
      libros.
    2. Lo "sagrado femenino". A partir del siglo XIX
      surgieron ciertas especulaciones sobre esa edad perdida de las
      diosas, durante la cual, la "divinidad femenina" fue venerada,
      un período que fue sustituido por un patriarcado
      belicista. Años más tarde, algunos escritores han
      mezclado esta teoría con sus ideas de María
      Magdalena. Una americana llamada Margaret Starbird ha hecho su
      particular cruzada en varios libros. La descripción que hace Brown de
      María Magdalena procede del trabajo de Starbird, en
      especial, de The Woman with the Alabaster Jar (traducida
      en castellano
      como María Magdalena ¿la esposa de
      Jesús?
      ), que la misma autora califica de
      "ficción".
    3. Gnosticismo. Como veremos más adelante,
      el "gnosticismo" era un sistema
      intelectual y espiritual ampliamente difundido en el mundo
      antiguo. Tiene numerosas facetas pero, en pocas palabras, la
      mayor parte del pensamiento
      gnóstico es esotérico (dice que el
      verdadero conocimiento
      sólo es accesible a unos pocos –la palabra
      "gnosis" significa "conocimiento"-) y ese pensamiento
      también es anti-material (consideran funesto el mundo
      material, incluido el cuerpo).

    Existen escritos desde el siglo II hasta el siglo V que
    son síntesis
    claras del pensamiento gnóstico y del cristiano. Los
    eruditos tienen distintos criterios sobre estos escritos, pero la
    mayor parte datan de una época muy posterior a los
    Evangelios, con –y esto es importante- una escasa,
    si la hay, visión objetiva de las auténticas
    palabras y hechos
    de Jesús. Brown ignora esta
    opinión, y prefiere fiarse de los trabajos de una exigua
    minoría de escritores eruditos y no eruditos que creen que
    los escritos gnósticos reflejan la realidad del primitivo
    movimiento formado en torno a Jesús. Y Brown basa en esos
    trabajos sus descripciones de lo que "realmente"
    enseñó Jesús.

    Estas fuentes deberían hacer saltar
    inmediatamente las señales
    de alarma. En su bibliografía no figura un trabajo serio
    sobre la historia del cristianismo, ni un solo trabajo
    significativo sobre el Nuevo Testamento, ni siquiera un volumen de
    calidad al
    alcance de cualquier estudiante interesado en la historia del
    cristianismo primitivo. Tampoco cita al Nuevo Testamento como
    fuente de la historia del Cristianismo de los primeros
    tiempos.

    En las entrevistas
    que le han hecho los medios de
    comunicación, Brown insiste en que parte de su trabajo
    consiste en recuperar esa historia perdida que se ha hecho
    desaparecer. Y le complace afirmar que la historia está
    "escrita por los vencedores". Esto significa que, si consideras
    los acontecimientos históricos como una lucha entre
    fuerzas, los vencedores harán su propio relato de ella, y
    esa será la versión que perdurará. Las
    fuentes que emplea pretenden ofrecer esa "historia
    perdida".

    Por supuesto, en este punto de vista hay un fondo de
    verdad. La historia nunca se escribe de un modo completamente
    objetivo,
    porque los seres humanos nunca son completamente objetivos.
    Siempre vemos y relatamos los sucesos desde nuestra perspectiva.
    Por ejemplo, cada uno de los implicados en un accidente ofrece
    una versión ligeramente distinta del suceso. Pero eso no
    significa que el accidente no haya tenido lugar. Aunque los
    testigos pueden no estar seguros de
    cómo se produjo, y la víctima tenga una
    versión distinta de la del culpable, no hay duda de que
    hubo un accidente, ni tampoco hay duda de que, a pesar de
    las limitaciones de los testigos, hay una verdad objetiva sobre
    quién lo causó, independientemente de lo
    difícil que sea descubrirla.

    Sucede lo mismo con los relatos históricos. Es
    cierto que, en tiempos recientes, la historia de la conquista del
    Oeste se contó desde la perspectiva europea: los
    "vencedores". Actualmente, los eruditos han intentado contarla
    desde otro lado de la historia, el de los pueblos nativos, cuya
    perspectiva de los hechos es, obviamente, distinta. No hay duda,
    pues, de que hay algo más en la conquista de América
    del Norte de lo que cuentan los conquistadores y de lo que
    cuentan los pueblos nativos, y que ninguno de nosotros
    llegará a conocer completamente. Sin embargo, lo que sigue
    siendo cierto es que la conquista tuvo lugar,
    independientemente de los motivos y las consecuencias que, con la
    información adecuada, podemos llegar a
    percibir, incluso si se interpretan de modo diferente.

    Sin embargo, en El Código Da Vinci, Brown
    utiliza la expresión "la historia la escriben los
    vencedores" para insinuar que la historia del cristianismo en su
    conjunto, empezando por el mismo Jesús, es una
    mentira
    , escrita por aquellos que estaban dispuestos a
    suprimir el "auténtico" mensaje de Jesús. Y no
    estamos hablando de diferentes interpretaciones de su vida y de
    su mensaje, se trata de los datos
    fundamentales: que lo que leemos en el Nuevo Testamento y en los
    relatos de la primitiva cristiandad no describe fielmente lo que
    sucedió en realidad.

    En la novela, el personaje erudito de Sir Leigh Teabing
    dice tajantemente que, en la primitiva cristiandad, los "herejes"
    –a los que Brown cita como representados por sus escritos
    gnósticos- fueron los que permanecieron fieles a la
    "historia original de Cristo" (p. 305).

    Aquí reside lo fundamental y esta es una
    acusación seria. Dedicaremos el resto de esta obra a
    examinar esas afirmaciones detalladamente, pero es aún
    más importante exponer el armazón básico al
    que hemos de enfrentarnos para ver así lo que está
    en juego.

    Brown afirma que Jesús deseaba que sus seguidores
    tuvieran un gran conocimiento de "lo sagrado femenino". Dice que
    este movimiento, bajo el liderazgo y la inspiración de
    María Magdalena, se desarrolló durante los tres
    primeros siglos hasta que fue brutalmente suprimido por el
    Emperador Constantino.

    No existe evidencia alguna que indique que esto es
    cierto. No sucedió.

    Ciertamente, en el cristianismo primitivo hubo
    divergencias. No hay duda de que se produjeron unas intensas
    discusiones sobre lo que Jesús había dicho y lo que
    quería decir. Existe también una clara evidencia de
    que, en algunas comunidades, las mujeres desempeñaron
    papeles de importancia en la cristiandad –tales como el de
    diaconisa- que finalmente desaparecieron (y de los que,
    incidentalmente, se están recuperando diversos
    modos).

    Pero lo que en realidad es preciso saber es que ninguna
    de esas diversidades, cambios o desarrollos en la historia de la
    primitiva cristiandad tuvieron lugar del modo en que El
    Código Da Vinci
    lo sugiere. Cuando los líderes
    de los primeros cristianos trataron de afirmar la verdad de la
    enseñanza de Cristo, sus opiniones no se referían
    al sexo o al
    poder. Como se deduce de sus escritos –si nos tomamos la
    molestia de leerlos-, trataban sobre la fe en lo que Jesús
    hizo y dijo.

    Hay una enorme cantidad de datos sobre la primitiva
    cristiandad que desconocemos o de los que no estamos seguros:
    temas que expertos serios han discutido amplia y libremente
    durante años, y en ocasiones, incluso dos mil años
    después de los sucesos: evidencias
    nuevas que vienen a iluminar lo que expresa la imagen que
    tenemos.

    No obstante, no encontrarás ningún trabajo
    que estudie seriamente la sugerencia de que la misión de
    Jesús consistió en hacer que María Magdalena
    fuera portadora de su mensaje de "lo sagrado
    femenino".

    Las fuentes dignas de crédito
    ni siquiera insinúan algo semejante. Y las fuentes de los
    expertos dignos de crédito indican también que
    muchas de las afirmaciones de Brown –sobre todo, en lo que
    se refiere al mito de la
    naturaleza del
    Grial, al del Priorato de Sión o al papel del culto a las
    diosas en el mundo antiguo- no se apoyan en unas evidencias que
    se mantengan en pie.

    Y, como veremos según avancemos en la dificultosa
    lectura de esa
    novela, hay otras muchas aseveraciones curiosas, extravagantes y
    plagadas de errores. Desde las afirmaciones de la geografía de
    París hasta las que se refieren a la vida de Leonardo da
    Vinci, no hay razón alguna para considerar este libro como
    una fuente medianamente creíble sobre ningún
    campo de estudio, excepto, quizá, la criptografía.

    "Calma, no es
    más que una novela"

    El Código Da Vinci ha producido una
    auténtica conmoción y, junto a esa
    conmoción, surgen llamadas a la tranquilidad y a dejar que
    se olvide todo el asunto. Yo las he oído
    continuamente.

    "Solamente es una novela", dicen algunos. "Todo el mundo
    sabe que es una ficción. Así que
    ¿porqué no aceptarla como tal?".

    Pues bien, hay algunas razones por las que no podemos
    hacerlo. En primer lugar, nada es "sólo una novela". La
    cultura
    importa. La cultura informa. Siempre estaremos interesados en los
    contenidos de la cultura y en su impacto sobre nosotros, con
    independencia
    de que hablemos de arte, de cine, de
    música o
    de literatura.

    Más concretamente, el autor de este libro tan
    especial sugiere que, realmente, hay en él más
    trabajo que imaginación, y anima a sus lectores a que
    acepten como realidades algunas aseveraciones
    problemáticas sobre la historia.

    Desde luego, existe una larga tradición
    –que data desde los primeros días del cristianismo-
    que entreteje los hechos conocidos sobre Jesús con unas
    historias imaginarias, comparables a la tradición
    judía de la "midrash". Por ejemplo, abundan las leyendas sobre
    la Sagrada Familia, Como la que dice que la planta del romero
    recibió su dulce aroma como premio, después de que
    María pusiera a secar su túnica sobre uno de esos
    arbustos durante la huida a Egipto.

    A través de los años, el arte cristiano
    está lleno de detalles interesantes y a menudo
    iluminadores que no están basados en las palabras de la
    Sagrada Escritura o en la primitiva tradición cristiana. Y
    en las últimas décadas, los escritores de
    ficción han ganado lo suyo usando la historia de
    Jesús como argumento para sus novelas: La
    Túnica
    , de Lloyd C. Douglas, y El Cáliz de
    Plata
    , de Thomas Costain, son dos ejemplos muy populares
    entre otros muchos en los que incidentalmente se trata el tema
    del santo Grial.

    La ficción histórica es un género muy
    popular; pero al escribirla, el autor hace un trato
    implícito con el lector. Él o ella prometen que,
    aunque en la novela aparecen unos personajes implicados en
    actuaciones imaginarias, la trama histórica fundamental es
    correcta. De hecho, son muchas las personas que disfrutan leyendo
    este tipo de ficción porque es una manera amena de
    aprender historia sin gran esfuerzo.

    El Código Da Vinci es diferente. En los
    ejemplos anteriores, todo el mundo, desde el autor hasta el
    espectador o el lector, capta la diferencia entre hechos
    conocidos y detalles imaginarios y, cuando la aplica,
    confía en una responsabilidad básica y espera una
    credibilidad histórica. El Código Da Vinci
    presenta los detalles imaginarios y las falsas afirmaciones
    históricas como hechos y como resultado de investigaciones
    históricas serias que, sencillamente, no lo
    son.

    Como vimos en el capítulo anterior, Brown ofrece
    una extensa bibliografía de los trabajos que ha empleado
    al escribir la novela, todos los cuales muestran un barniz
    histórico, aunque la mayoría de esos libros no
    hablan de historia auténtica.

    En la presentación del libro, Brown presenta una
    lista de datos contenidos en su novela. Afirma que el Priorato de
    Sión es una organización real; y lo mismo dice del Opus
    Dei. Y termina afirmando: "Todas las descripciones de obras de
    arte, arquitectura y
    rituales secretos de esta novela son exactos".

    No incluye de modo explícito en su lista las
    diversas declaraciones sobre los orígenes del cristianismo
    que pueblan la novela, pero están implícitas en la
    inclusión de "documentos" que realiza. Y abundando en
    ello, Brown pone siempre en boca de sus personajes eruditos (en
    especial, las de Langdon y Teabing) todas las aseveraciones sobre
    los orígenes del cristianismo; los personajes suelen citar
    trabajos contemporáneos reales y basan sus afirmaciones en
    frases tales como "los historiadores se asombran de que…" y
    "afortunadamente para los historiadores…" y "muchos expertos
    afirman…".

    Estas disquisiciones funcionan como un recurso para
    comunicar ideas de Holy Blood, Holy Grail (el enigma
    sagrado), de Margaret Starbird o de algunos otros, y hacerlo de
    tal modo que parezcan objetivas y aceptadas por "historiadores" y
    "expertos".

    Además, Brown se ratifica en las entrevistas como
    un experto en sus métodos y
    en sus objetivos. Afirma repetidamente que le encanta compartir
    sus descubrimientos con los lectores porque desea participar en
    el relato de esta "historia perdida". Dicho de otro modo, Brown
    sugiere que parte de lo que intenta hacer con El Código
    Da Vinci
    es enseñar una parte de la
    historia.

    "Hace dos mil años vivíamos en un mundo de
    dioses y diosas. Hoy vivimos solamente en un mundo de dioses. En
    la mayoría de las culturas, las mujeres fueron despojadas
    de su poder espiritual. La novela se relaciona con el cómo
    y porqué se produjo ese cambio… y
    qué lecciones hemos de aprender respecto a nuestro futuro"
    (www.dan-brown.com).

    Y, sorprendentemente, los lectores aceptan en gran
    medida esas teorías
    como si fueran hechos. Para comprobarlo, sólo basta leer
    en Amazon.com los comentarios de los lectores, o estudiar
    detenidamente las muchas historias que relatan los
    periódicos sobre el impacto de este libro. Quizá
    empezaste a leerlo porque llegaste incluso a tropezar con
    reacciones como esas, entre tu propia familia o tus
    amigos.

    Pues no; no es "sólo una novela". El
    Código Da Vinci
    se propone enseñar historia en
    el contexto de una ficción. Echemos una mirada sobre ese
    plan de
    estudio.

    Capítulo 1

    Secretos y
    mentiras

    Todo El Código Da Vinci está basado
    en secretos: sociedades
    secretas, conocimientos secretos, documentos secretos e incluso,
    familias secretas.

    El secreto más importante, por supuesto, se
    refiere a Jesús y a María Magdalena. Los personajes
    de Brown afirman con frecuencia que el conocimiento tradicional
    cristiano de la vida de Jesús y de su ministerio es falso.
    Esto significaría que el Nuevo Testamento, y la base de
    ese conocimiento, no merece ser considerado como una fuente de
    información.

    Ya está. Así lo afirma la novela y no da
    más explicaciones. Déjate intrigar por las
    posibilidades, si quieres, pero si das crédito alguno a
    las supuestas afirmaciones históricas de El
    Código Da Vinci
    , llevarás las cosas a su final
    lógico; al rechazo del relato de Jesús que hace el
    Nuevo Testamento, de su misión y de los primeros tiempos
    del cristianismo.

    ¿Es una postura razonable? ¿Será
    realmente inútil el Nuevo Testamento o, lo que es peor
    será un fraude?

    Consideremos también esto: ¿Acaso las
    fuentes que emplea Brown sobre Jesús son realmente
    superiores a las del Nuevo Testamento?

    Por ejemplo, todos esos otros "evangelios", de los que
    hablan continuamente los personajes de Brown, esos misteriosos
    escritos. ¿Hemos de creer que dicen la verdad sobre
    Jesús sólo porque ellos así lo afirman?
    Veamos.

    Evangelios gnósticos

    Como ya hemos apuntado, las ideas de Brown sobre
    Jesús, María y el Santo Grial proceden de libros
    pseudo-históricos como El enigma sagrado y La
    revelación de los Templarios
    . No obstante cuando
    describe lo que asegura ser la auténtica naturaleza de la
    misión de Jesús y el papel de María
    Magdalena en ella, se remite a otras fuentes.

    Concretamente, en la página 305 y siguientes, el
    personaje del historiador, Teabing, se refiere a Los
    Evangelios gnósticos
    , como pruebas de la
    historia que está urdiendo sobre Jesús. Dice que
    hablan de "la misión de Cristo en términos muy
    humanos" y cita algunos pasajes que describen la estrecha
    relación que existía entre Jesús y
    María Magdalena, una relación que habría
    provocado los celos de los apóstoles.

    Según Teabing, todo ello revela el
    auténtico papel de María Magdalena como
    paladín y preeminente destinataria de la
    transmisión de la sabiduría de Jesús, y crea
    el marco adecuado para el enfrentamiento entre ella y Pedro, un
    enfrentamiento que emana claramente de otras teorías
    procedentes de distintos libros.

    Pero ¿hacen honor a tal dislate esos escritos?
    ¿Hemos de confiar en que nos dicen la verdad sobre la
    vida, el mensaje y la misión de Jesús? Y ¿es
    realmente un ser "humano" encantador el Jesús que nos
    presentan, como afirma Brown?

    Claramente, los "Evangelios gnósticos", como se
    les llama, son documentos reales. Tienen siglos de
    antigüedad, desde luego, pero, hablando con propiedad, no
    son evangelios, sino el resultado de un movimiento confuso y
    difícil de precisar, muy extendido en el mundo antiguo
    durante los siglos II y III y cientos de años
    después.

    El gnosticismo no fue un movimiento organizado. Era
    claramente distinto de las sectas gnósticas, pero sus
    conceptos y las líneas de pensamiento se infiltraron en
    otros sistemas intelectuales
    de la época. Se podía comparar con el impacto del
    movimiento del "sé tú mismo" americano, y del "saca
    lo mejor que hay en ti", de los últimos veinte
    años. Parece que, mires donde mires, oyes recomendaciones
    tales como "sé tú mismo". Lo verás
    impregnado en los programas de
    televisión, las películas, la
    música, los negocios,
    la
    educación e incluso, las iglesias. No es un movimiento
    organizado, no tiene un liderazgo central, se manifiesta de
    distintas formas, unas más explícitas que otras,
    pero, claramente, está ahí.

    El pensamiento gnóstico, distinto en los
    diferentes lugares y épocas, suele implicar unos cuantos
    temas constantes:

    • El origen de la bondad, de una vida
      auténtica, es lo espiritual.
    • El mundo material y corpóreo es
      funesto.
    • La grave situación de la humanidad se debe
      al encarcelamiento de ese "destello" espiritual dentro de la
      prisión del cuerpo material.
    • La salvación –o liberación de
      este espíritu aprisionado- se logra alcanzando el
      conocimiento ("gnosis" significa
      conocimiento).
    • Son escasas las personas dignas de llegar a ese
      conocimiento secreto.

    En el mundo antiguo existían infinitas
    variaciones del pensamiento gnóstico, algunas de las
    cuales incluían jerarquías elaboradas y ritos
    complicados.

    Inevitablemente, los elementos gnósticos se
    abrieron camino dentro de la ideología de algunos cristianos (tal como
    el lenguaje
    del esfuerzo personal y del "sé tú mismo" se ha
    deslizado sigilosamente en el modo en que hablamos de nuestra
    fe). Durante los siglos II y III, el gnosticismo tuvo un
    atractivo especial y planteó a los pensadores cristianos
    su primer desafío teológico real. Generalmente las
    versiones gnósticas del cristianismo denigraban al Antiguo
    Testamento, rebajaban o negaban la humanidad de Jesús e
    ignoraban su pasión y su crucifixión.

    Los gnósticos escribían sobre sus
    creencias, atraían a sus seguidores y los captaban con su
    enseñanza y sus ritos secretos. Durante los primeros
    años de su edad adulta, el gran san
    Agustín fue miembro de una secta gnóstica
    llamada los Maniqueos, que por cierto, abandonó tras haber
    comprobado honradamente lo absurdo y lo inconsistente de dicha
    enseñanza.

    Contra las herejías: Algunos
    trabajos de los siglos II y III que proporcionan una
    versión sobre la réplica de los cristianos al
    gnosticismo; son fáciles de acceder en bibliotecas o en
    Internet:
    Adversus Haereses, de Ireneo, Adversus Marcionem,
    de Tertuliano, y Philosophumena o Refutación de
    todas las Herejías,
    de Hipólito.

    Los documentos que Brown emplea para ofrecer la imagen
    de Jesús son realmente los mismos que muestran los
    seguidores de la versión gnóstica del cristianismo.
    Esta corriente de pensamiento se desarrolló durante los
    siglos II y III, lo que significa, pues, que aquellos escritos,
    que se supone que revelan un conocimiento secreto y
    verídico de Jesús, proceden de ese mismo
    período: es decir, más de cien años
    después
    de la misión de Jesús y muy
    posteriores a cualquiera de los libros del Nuevo Testamento, que
    fueron compuestos a finales del siglo I.

    Así, con un criterio amplio y honesto, debemos
    preguntarnos por qué razón tendríamos que
    creer, que esos documentos posteriores nos hablan mejor de
    los acontecimientos reales, que los documentos anteriores,
    más cercanos a esos acontecimientos.

    Los «otros» Evangelios

    Estudiemos ahora los dos documentos a los que los
    personajes de la novela de Brown prestan una atención
    especial: el supuesto Evangelio de Felipe y el supuesto
    Evangelio de María, de los cuales extrae Teabing
    unos pasajes que indican una íntima y personal
    relación entre Jesús y María Magdalena, y
    según llos cuales esa relación provocaba los celos
    de los apóstoles.

    El Evangelio de Felipe es uno de los documentos
    hallados en Nag Hammadi, Egipto, en 1945. El sorprendente
    descubrimiento, conservado en una vasija, constaba de una
    colección de 45 títulos diferentes, excluidas las
    copias. Estaban escritos en copto (el lenguaje
    egipcio traducido a caracteres griegos), copiados por unos monjes
    anónimos, y casi todos incorporaban algunas ideas
    gnósticas y varios de ellos reflejan las creencias de los
    cristianos gnósticos. Basándose en las
    características de algunas envolturas, los expertos opinan
    que tales documentos fueron escritos en la segunda mitad del
    siglo IV, aunque algunos de los originales, de los que existe
    copia, son ciertamente anteriores.

    No muy anteriores por otra parte. Según indica
    Philip Jenkins en su libro The Hidden Gospels, los
    expertos datan El Evangelio de Felipe -del que Teabing lee
    un párrafo
    sobre María como «compañera» de
    Jesús- del 250 d.C. como el más antiguo.

    Puede recibir el nombre de «evangelio», pero
    difícilmente muestra cualquier
    materia en
    común con los Evangelios y como la mayoría del
    material gnóstico, emplea un estilo completamente
    distinto. El lenguaje de los Evangelios canónicos es claro
    y firme, y destaca la pasión, muerte y resurrección
    de Jesús. El Evangelio de Felipe es un conjunto de
    frases inconexas y capciosas en forma de diálogo
    que reflejan claramente el pensamiento
    gnóstico.

    Lo mismo podemos decir de El Evangelio de
    María,
    un texto
    procedente también de Nag Harnmadi. Es más corto
    que el de Felipe y tiene algo más de trama por
    así decirlo. Jesús habla con sus discípulos
    antes de partir. María Magdalena trata de animarlos
    compartiendo con ellos algunas de las enseñanzas de
    Jesús, enseñanzas que algunos apóstoles
    aceptan y otros discuten. Estudiaremos con más detalle
    este documento, pero ahora tratemos de valorarlo como fuente de
    información sobre la vida y enseñanzas de
    Jesús.

    Parte de lo que María Magdalena describe en este
    documento es el ascenso del alma a
    través de varias etapas de la vida después de
    la muerte.
    Refleja claramente el pensamiento gnóstico de finales del
    siglo II, y por esta razón, la mayoría de los
    expertos lo datan, como mucho en este período.

    Brown sostiene la afirmación de su personaje
    Teabing, según la cual, los documentos de Nag Hammadi,
    así como los Pergaminos del Mar Muerto, relatan la
    «verdadera historia del Grial». Esto es realmente
    curioso. Dos de los cuarenta y cinco textos de Nag Hammadi
    describen una única, pero no por ello menos ambigua,
    relación marital entre Jesús y María
    Magdalena, un tema que desarrollan las enseñanzas de los
    gnósticos; pero no hay mención alguna a la
    «historia del Grial», a pesar de lo que él
    diga. Además, los Manuscritos del Mar Muerto (descubiertos
    en 1947 y no en 1950 como dice Brown) no contienen textos
    cristianos en absoluto. Son los textos de una secta
    judía eremita, llamada de los esenios, y lamentablemente,
    no mencionan a Jesús, a María Magdalena o al
    Grial.

    Esto es lo que se deduce de esos escritos
    gnósticos: tienen valor por lo
    que revelan sobre los híbridos cristiano-gnósticos
    del siglo II en adelante. Nos indican el modo en que aquellas
    comunidades usaron la historia de Jesús que aparece en los
    evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas, ampliamente
    extendidos a principios del
    siglo II y los manipularon a su conveniencia, hablándonos
    incluso sobre los conflictos
    surgidos en el interior de aquellas comunidades.

    Y con todo, estos escritos gnósticos no nos
    ofrecen
    una información independiente y objetiva sobre
    Jesús de Nazaret y sus primeros seguidores.

    El experto en Sagrada Escritura John P. Meier resume el
    consenso general entre los eruditos en su libro Un
    judío marginal,
    cuando escribe:

    «Lo que vemos en estos últimos documentos
    es… la reacción frente al Nuevo Testamento o la
    reelaboración de sus escritos por… los gnósticos
    cristianos con el fin de desarrollar un sistema místico
    especulativo. Su versión de las palabras y los hechos de
    Jesús pueden incluirse en unos «escritos sobre
    Jesús», si se entiende sencillamente como nada que
    cualquier fuente antigua pueda identificar como procedente de
    Jesús. Tales escritos son la red barredora de Mateo (ver
    Mateo 13, 47 a 48), según el cual, los peces buenos
    de la tradición primitiva deben ser seleccionados para el
    acerbo de una seria investigación histórica, mientras
    que los peces malos de la posterior invención y de la
    manipulación deben ser devueltos al turbio mar de las
    mentes que carecen de sentido crítico. Nos hemos sentado
    en la playa, hemos sacado la red y hemos arrojado de vuelta al
    mar los agrapha, los evangelios apócrifos y el
    Evangelio de Tomás».

    Así, devolvamos al turbio mar los
    «evangelios» de Felipe, de María y de
    Tomás. Simplemente, no sirven para intentar comprender la
    misión de Jesús y la forma del cristianismo
    primitivo.

    Capítulo 2

    ¿Quién
    seleccionó los Evangelios?

    Si vais a aprender de El Código Da Vinci
    algo de historia del cristianismo primitivo, aquí
    tenéis la lección de hoy:

    Jesús fue un hombre sabio,
    un mortal, sobre cuya vida se han escrito muchos -miles- relatos
    durante aquellos primeros siglos. De hecho, más de ochenta
    evangelios, pero ¡solamente cuatro fueron incluidos en la
    Biblia! ¡Y lo hizo el Emperador Constantino en el
    325!

    Luego, a consecuencia del Concilio de Nicea -nos hace
    saber El Código Da Vinci-, aquellos miles de
    trabajos que presentaban a Jesús como un maestro humano
    fueron suprimidos por meras motivaciones políticas,
    y, como dice el personaje de Langdon, los que defendían la
    historia de un Jesús, maestro mortal -que según
    dice, era la historia original de Cristo-, fueron llamados
    «herejes».

    Hasta este momento, hemos intentado realmente mantener
    un tono ponderado y objetivo en nuestro tratamiento, pero,
    llegados a este punto, no podemos continuar.

    Esto es un error y más que un error. Es una
    fantasía, y ni siquiera la investigación más
    profana y la universidad menos
    religiosa posible apoyarían el relato de Brown sobre la
    formación del Nuevo Testamento.

    No es historia seria y no podemos tomarla como tal.
    Observemos su peculiar interpretación del pasado con mayor
    atención, para captar todo lo que hay en las
    páginas de esta novela tan «objetiva». Y
    aprovechemos la oportunidad de aprender la historia mucho
    más interesante de cómo el Nuevo Testamento
    llegó a serlo.

    Un desarrollo no
    tan sorprendente

    En El Código Da Vinci, el erudito Teabing
    deja aparentemente atónita a Sophie cuando le anuncia:
    «La Biblia no nos llegó impuesta desde el
    cielo» (p. 287). Se supone que esta es una noticia
    sorprendente, con la que contrasta su relato de lo que
    «sucedió en realidad».

    La consecuencia es que, si la Biblia realmente no nos
    cayó de las nubes completa, acabada y con un útil
    índice de materias escrito por Dios, la única
    alternativa que nos queda es pensar que la formación de la
    Escritura fue un proceso en el
    cual pasajes igualmente válidos de la vida de Jesús
    fueron aceptados o descartados por gentes movidas por el deseo de
    poder.

    Pues bien: sencillamente, eso no
    sucedió.

    Podéis estar seguros de que el proceso -el
    establecimiento del Canon de la Sagrada Escritura- no es secreto.
    Uno puede sacar un libro de la biblioteca y
    enterarse de toda la historia en cuestión de minutos. Y
    sobre todo, la participación humana no disminuye la
    santidad de los libros.

    Después de todo, Jesús no nos dejó
    una Biblia cuando subió al cielo. Dejó una Iglesia:
    los apóstoles, María su madre, y otros
    discípulos entre los que había hombres y mujeres.
    Tan esencial como es la Biblia para los cristianos como
    fundamento y fuente segura de la revelación, es importante
    destacar que durante aquellas primeras décadas, los
    cristianos vivían, aprendían y rezaban sin el Nuevo
    Testamento. Habían recibido la fe por reflejo del Antiguo
    Testamento y por medio de la enseñanza oral, esa fe
    enraizó con el testimonio de los apóstoles; y esta
    fe fue moldeada y alimentada a través de sus encuentros
    con el Señor vivo en el bautismo, en la Cena del
    Señor, en el perdón de los pecados y en la vida
    compartida con otros cristianos.

    Y no por otro camino que el de esta iglesia llegaron los
    libros del Nuevo Testamento: el testimonio escrito finalmente por
    los testigos de Jesús, cribado y concreto.

    ¿No llegó un fax del cielo?
    No hay problema. Quizá fue una gran noticia para la pobre
    Sophie, pero no es una novedad para nosotros.

    Dichos e historias

    Desde los primeros inicios, algunos textos cristianos
    fueron valorados por encima de otros.

    Y lo fueron por varias razones: tenían su origen
    en la primera época apostólica; conservaban con
    exactitud las palabras y los hechos de Jesús;
    podían emplearse en la liturgia, la predicación y
    la enseñanza para comunicar fielmente la fe en
    Jesús a toda la comunidad
    cristiana.

    Por favor, advierte la ausencia de «referencias al
    sagrado femenino» o de «injurias al poder de las
    mujeres» en la lista.

    De todos modos, hacia la segunda mitad del siglo II, los
    cristianos ya se habían afianzado en lo que
    llegaría a llamarse «la regla de la fe»: dos
    importantes conjuntos de
    escritos: los Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y las
    Cartas de
    Pablo.

    ¿Cómo sabemos que aquellos trabajos fueron
    los seleccionados? Porque se leían en el culto y aparecen
    referencias a ellos en los escritos de los Padres cristianos que
    han llegado hasta nosotros.

    Es realmente importante apuntar que a pesar de lo que
    dice Brown, no había ochenta evangelios en
    circulación. De hecho, ese número carece
    absolutamente de base.

    Seguramente existieron otros evangelios junto a los
    cuatro de nuestro Nuevo Testamento. Lucas lo indica claramente al
    comienzo del suyo:

    «Ya que muchos han intentado narrar ordenadamente
    las cosas que se han cumplido entre nosotros… me pareció
    también a mí, después de haber estudiado
    todas las cosas con exactitud desde los orígenes,
    escribírtelo por su orden, distinguido Teófilo,
    para que conozcas la firmeza de las enseñanzas que has
    recibido».

    «Evangelio» significa
    literalmente «buena nueva». El Evangelio es la Buena
    Nueva de nuestra salvación por medio de Jesucristo. Los
    Evangelios son relatos escritos de esa Buena
    Nueva.

    Los expertos creen que el conjunto de los dichos y
    enseñanzas de Jesús sirvió de fuente a los
    Evangelios, y que hubo unos pocos -El Evangelio de Pedro, El
    Evangelio de los Egipcios
    y El Evangelio de los
    Hebreos-
    que tuvieron un uso muy limitado.

    El hecho es que, incluso ya a mediados del siglo II, los
    Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan fueron las fuentes
    primitivas que usaron los primeros cristianos para difundir la
    historia de Jesús a través de la enseñanza y
    el culto.

    Igualmente interesante es otra clase de
    escritos que mucho antes de que fueran escritos los Evangelios,
    leía la comunidad cristiana durante el culto: las cartas
    de Pablo.

    Es cierto. Los primeros libros escritos del Nuevo
    Testamento fueron las cartas de Pablo, quizá la 1
    Tesalonicenses, escrita aproximadamente en el año 50 d.C.
    Pablo se convirtió en seguidor de Cristo dos o tres
    años después de la muerte y resurrección de
    Jesús, y pasó el resto de su vida viajando, creando
    comunidades cristianas a lo largo de todo el Mediterráneo
    y como sabemos, murió mártir en Roma.
    Escribió numerosas cartas a las comunidades que
    había fundado y posteriormente, aquellas comunidades
    empezaron a hacer copias de las cartas y a enviarlas a otros
    cristianos. De hecho, la colección de cartas de Pablo
    circulaba ya entre ellos al final del siglo I.

    En la novela, Teabing describe un
    «legendario Documento Q», de la enseñanza de
    Jesús, escrito quizá por su propia mano, cuya
    existencia admite incluso el Vaticano. La verdad sobre
    «Q», no es tan sorprendente. Existe una gran cantidad
    de material que comparten Mateo y Lucas, no Marcos. La hipótesis de los expertos sugiere que
    podrían haber empleado una fuente documental común,
    llamada «Q», por quelle, la palabra alemana para
    «fuente». El Vaticano -junto con otras muchas
    personas- está completamente de acuerdo con su posible
    existencia.

    Ahora, volvamos atrás y veamos hasta dónde
    hemos llegado.

    Desde muy pronto, los relatos de la vida de Jesús
    -que con el tiempo fueron reunidos en los cuatro Evangelios que
    hoy tenemos-, circulaban entre los cristianos, que los
    consideraban un relato fiel de la vida del Cristo vivo y un
    auténtico punto de encuentro con Él. También
    estaban difundidas las cartas de Pablo, que se usaban para el
    culto, junto a textos del Antiguo Testamento. Los escritores
    cristianos los citan con frecuencia. La historia que nos
    transmiten de Jesús -como Aquel a quien Dios envió
    para reconciliar al mundo, que padeció, murió y
    resucitó, y ahora reina como Dios y Señor- fue la
    historia que moldeó el pensamiento, el culto y la vida de
    los primeros cristianos.

    Hablando con propiedad, no existieron
    «miles», de documentos que «informaran de Su
    vida como hombre mortal», ni existieron otros
    ochenta evangelios que, como dice un personaje de la novela, a
    partir de los cuales se eligiera solo algunos, como si se tratara
    de un conjunto de códices y pergaminos en la mesa de
    reunión de un consejo de administración. De eso estamos
    completamente seguros.

    Volviendo a los Evangelios (que es nuestro asunto
    principal), no cabe duda de que los que hoy tenemos fueron
    considerados como normativos por la comunidad cristiana a
    mediados del siglo II. Escritores cristianos como Justino el
    Mártir, Tertuliano e Ireneo -que escribieron y
    enseñaron en su tiempo en Roma, África del Norte y
    Lyon (en lo que ahora es Francia), respectivamente- se refieren a
    los cuatro Evangelios que conocemos ahora como las primeras
    fuentes de
    información sobre Jesús.

    Sencillamente, Constantino no lo hizo.

    Innumerables traducciones, adiciones y
    revisiones

    Según relata la novela, en su conferencia sobre
    la historia de la Biblia, después de afirmar que la
    Escritura no llegó por fax, Teabing alerta a Sophie sobre
    las «innumerables traducciones, adiciones y revisiones.
    Históricamente, nunca ha habido una versión
    definitiva del libro».

    Bien, de acuerdo, si por «definitivos»
    quieres decir «textos absolutamente originales escritos por
    la mano de su autor».

    De nuevo, esto es lo que llamamos «sofisma»:
    un aspecto que aparece en una argumentación y que es
    increíble.

    Ciertamente, existen muchos manuscritos del Nuevo
    Testamento y muchos fragmentos de los libros: más de cinco
    mil fragmentos de los primeros siglos del cristianismo, el
    más antiguo fechado en el 125 a 130 d.C., junto a
    más de treinta datados a finales del siglo II o primeros
    del III, que contienen «gran cantidad de libros enteros, y
    dos que contienen la mayoría de los evangelios, los Hechos
    o las cartas de Pablo» (Craig Blomberg en Reasonable
    Faith,
    de William Lane Craig).

    En esos manuscritos aparecen algunas variaciones
    insignificantes, pero es importante apuntar lo
    siguiente:

    «Las únicas variaciones del texto que
    afectan a más de una frase o dos (y la mayoría
    afectan solamente a una palabra aislada o a una frase) son Juan
    7,53; 8,11 y Marcos 16, 9-20… Pero, sobre todo, el 97 a 99 %
    del Nuevo Testamento puede ser reconstruido más
    allá de cualquier duda razonable».

    Ahora, si os tomáis la molestia, atended a
    esto:

    «De la Guerra de las Galias
    (aproximadamente, 50 a.C.) solo hay nueve o diez manuscritos
    fiables, y el más antiguo data de novecientos años
    después de los sucesos que relata. Solo sobreviven treinta
    y cinco libros de los ciento cuarenta y dos de la historia de
    Roma de Livio, y de los veinte manuscritos, solo uno data del
    siglo IV (Livio vivió desde el 64 a.C. hasta el 12 d.C.).
    De los catorce libros de la historia de Roma de Tácito
    solamente tenemos cuatro y medio en dos manuscritos que se
    remontan a los siglos IX y X. El caso es, sencillamente, que
    existe la evidencia de que los autores del Nuevo Testamento
    aventajan en tiempo a la documentación que poseemos de cualquier
    otro escrito antiguo. No hay base para afirmar que las ediciones
    clásicas del Nuevo Testamento griego no siguen fielmente
    lo que los escritores del Nuevo Testamento escribieron en
    realidad».

    Los cristianos sabemos que nuestras Escrituras son el
    resultado de la acción
    de Dios a través de instrumentos humanos. Esos
    instrumentos son imperfectos, limitados, pero el caso es que el
    testimonio de los manuscritos del Nuevo Testamento es, en gran
    parte, el de unos relatos antiguos y convincentes, cuyas
    variaciones manuscritas no alteran el significado del
    texto.

    La formación del Canon

    Ahora bien, ciertamente hubo otros libros que circulaban
    entre las comunidades cristianas e incluso, se usaban en la
    liturgia. Textos instructivos como Didache y El Pastor
    de Hermas.
    Hubo cartas de otros apóstoles o de los que
    estaban unidos a ellos. La Primera Carta de
    Clemente,
    escrita alrededor del 96 d.C. desde la Iglesia de
    Roma a la Iglesia de Corinto, estuvo ampliamente difundida,
    especialmente en Egipto y en Siria. Incluso hubo otros textos que
    con el título de «evangelios» emplearon varias
    comunidades cristianas: por ejemplo, un Evangelio de los
    Hebreos,
    un Evangelio de los Egipcios y un
    Evangelio de Pedro.

    ¿Por qué no figuran hoy en nuestro Nuevo
    Testamento?

    Existen razones que es preciso aclarar aquí
    frente a esas otras que no tienen nada que ver con las
    maquinaciones políticas que sugiere Brown, ni nada que ver
    con el Concilio de Nicea o de Constantinopla. Es también
    importante señalar que los textos gnósticos en los
    que Brown centra su teoría nunca fueron
    considerados canónicos excepto por los autores
    gnósticos que los escribieron.

    Como sucede en muchas ocasiones a lo largo de la
    historia del cristianismo, el motivo para determinar qué
    libros eran aceptables para su uso en el culto fue la respuesta
    de la Iglesia a un desafío.

    Canon: De una palabra griega que
    significa «regla», es el grupo de
    libros reconocido por la Iglesia como inspirados por Dios y
    autorizados para ser empleados por toda la
    Iglesia.

    El desafío se produjo a mediados del siglo II y
    tomó dos direcciones: la del movimiento que trataba de
    reducir drásticamente el número de libros
    reconocidos como Sagrada Escritura, y la del movimiento que
    trataba de añadir otros libros.

    El primer tipo de oposición procedía de un
    hombre llamado Marción. Marción, hijo de un obispo
    que, por cierto lo excomulgó, organizó un
    movimiento en Roma a favor de sus creencias que, entre otros
    puntos rechazaba al Dios que describe el Antiguo Testamento.
    Enseñaba que las únicas Escrituras válidas
    para los cristianos eran solo diez cartas de San Pablo y una
    versión corregida del Evangelio de
    Lucas.

    Puede resultar sorprendente el hecho
    de que Marción fuera hijo de un obispo, especialmente por
    la afirmación de Brown sobre la enemistad del cristianismo
    primitivo hacia el matrimonio y la
    sexualidad. En
    la cristiandad oriental, tanto católicos como ortodoxos
    pueden casarse. Esta tradición se remonta a la
    antigüedad. Por ejemplo, san Patricio de Irlanda era hijo de
    un diácono y nieto de un sacerdote.

    El segundo tipo de oposición partió de los
    gnósticos, ya estudiados en el capítulo anterior, y
    de otra herejía llamada montanismo. Tales versiones del
    cristianismo tenían sus propios libros, como hemos visto,
    y la pregunta surge inmediatamente: ¿Qué lugar
    ocupan? ¿Representan un conocimiento válido de
    Jesús?

    La presión
    venía por ambos lados: Marción deseaba eliminar
    libros; los gnósticos exigían la misma autoridad para
    los suyos. Obviamente, era necesaria una
    definición.

    Lo primero, pongamos en claro un punto. La necesidad de
    la definición no surgió porque las personas que
    estaban en el poder sintieran amenazada su posición.
    Durante ese período, el cristianismo era una
    minoría religiosa, perseguida periódicamente por
    las autoridades romanas, y cuyos seguidores arriesgaban mucho
    -incluidas sus vidas- para ser fieles a la fe en Cristo.
    Permanecer fiel al Evangelio no era beneficioso. Si acaso, era
    todo lo contrario.

    No; la necesidad de la definición nació
    por la gravedad de las consecuencias de aceptar tanto las ideas
    de Marción como la idea gnóstica de Cristo. Ambas,
    cada una por su lado, ofrecían una explicación
    distinta que rebajaba la persona de Jesús y su
    enseñanza. Ambas separaban tajantemente al cristianismo de
    sus raíces judías, y en especial el gnosticismo
    despojaba a Jesús de su humanidad. Ningún relato
    gnóstico-cristiano incluye la Pasión y Muerte de
    Jesús. Ambas presentaban una imagen de Jesús
    profundamente ajena a los recuerdos que los primeros cristianos
    guardaban de Él, recuerdos que están documentados
    en los cuatro Evangelios, en Pablo y en la vida de la Iglesia que
    iba desarrollándose.

    En respuesta a estos desafíos, los líderes
    cristianos empezaron a definir con mayor claridad los libros
    apropiados para su uso en las Iglesias cristianas en la liturgia
    y en la catequesis. Durante un par de siglos, esto se hizo a
    través de estudios en común y de las definiciones
    de cada obispo. Los Evangelios y las cartas paulinas eran el
    núcleo comúnmente aceptado. Algunos obispos,
    especialmente los de Occidente, pensaban que la carta a los
    Hebreos no era aceptable, y algunos obispos orientales no estaban
    seguros sobre el Apocalipsis o Libro de la
    Revelación.

    Sin embargo, las dudas no versaban sobre el
    mérito espiritual de esos libros. Las dudas estaban
    siempre relacionadas con la calidad implícita de este
    proceso desde el principio: ¿Qué libros encarnaban
    mejor quién era y es Jesús para toda la Iglesia?
    ¿Proceden esos libros de la época de los
    apóstoles? ¿Coinciden los Evangelios lo que nos
    dicen de Jesús? ¿Son edificantes para el conjunto
    de la Iglesia o tienen un interés más
    local?

    No; a lo mejor estáis pensando que
    discutían sobre: ¿No contendrán una historia
    secreta sobre Jesús y María Magdalena que debemos
    ocultar al mundo?». No. Ese no parecía ser el
    problema.

    Con el tiempo, cuando el cristianismo estuvo más
    asentado, y desaparecida la amenaza de la persecución, los
    líderes cristianos fueron capaces de reunirse y tomar
    decisiones para una Iglesia más extensa. El Concilio de
    Laodicea, alrededor del 363 d.C., confirmó la
    enseñanza y los usos seculares de la Iglesia por medio de
    una lista de libros canónicos que incluían todos
    los que conocemos, excepto el Apocalipsis. En el 393, un concilio
    reunido en Hipona, en el norte de África,
    estableció el Canon -incluyendo el Apocalipsis-, tal y
    como lo conocemos hoy, y declaró que aquellos libros eran
    los libros que debían leerse en los templos en voz alta y
    añadiendo, y es importante apuntarlo, que en el día
    de la fiesta de los mártires, también debía
    leerse el relato del padecimiento y muerte del mártir.
    Esto era varios años después del decreto de
    Constantino.

    Resumiendo: repasemos el proceso una vez más: Los
    apóstoles y otros discípulos fueron testigos de la
    predicación de Jesús, de su ministerio, de sus
    milagros, de sus padecimientos, de su muerte y de su
    resurrección. Guardaron lo que habían visto y
    oído y lo transmitieron. Desde su aparición, los
    primeros textos escritos fueron constantemente comparados con la
    antigua historia relatada por los primeros testigos. Finalmente,
    frente a las nuevas enseñanzas surgidas en directa
    contradicción con los antiguos testimonios, los
    líderes de la Iglesia declararon que, por estar ligados a
    los apóstoles y coincidir con los antiguos testimonios,
    estos libros son los apropiados para el uso en el culto y para
    transmitir la fe en Jesús.

    No hay secreto, podemos añadir. No hay unos
    conocimientos ocultos que los obispos hayan ido pasando de mano
    en mano por orden del emperador Constantino. El proceso estaba
    ahí, a la vista, desde los testimonios originales hasta la
    gradual definición del canon.

    Y no fueron suprimidos miles de relatos sobre
    Jesús, ni tampoco ochenta evangelios. En una novela,
    quizá, pero no en la realidad.

    ¿Y qué?

    Puede parecer un punto de poca importancia, pero no lo
    es. Muchos lectores se han sentido desconcertados por la
    versión de la historia que ofrece El Código Da
    Vinci.
    Parece insinuar que la Biblia que hoy tenemos es el
    resultado del rechazo desleal hacia los relatos válidos de
    Jesús por parte de los líderes de la Iglesia, que
    se veían amenazados por ellos.

    Como habéis visto, no fue así. Sí;
    las manos humanas desempeñaron un papel en el
    establecimiento del Canon, pero sus decisiones no fueron
    motivadas por el deseo de oprimir a las mujeres o de conservar el
    poder. Se vieron en la obligación -muy seriamente asumida-
    de asegurarse de que la vida y el mensaje de Jesús fueran
    absoluta y exactamente preservados para las futuras generaciones
    en un Canon inspirado por el Espíritu
    Santo según la fe cristiana. Por supuesto, hubo libros
    que no se incluyeron. Unos porque no eran de aplicación
    universal, o porque sus huellas no se remontaban a los tiempos
    apostólicos. Otros fueron rechazados porque solamente eran
    descripciones de Jesús -difícilmente reconocible
    como el mismo Jesús que encontramos en los Evangelios y en
    Pablo- en intentos para situarlo en filosofías y
    movimientos espirituales nuevos.

    Capítulo 3

    Elección
    divina

    Según El Código Da Vinci, el
    cristianismo que conocemos hoy no es obra de Jesús y sus
    discípulos, sino del emperador Constantino, que
    reinó en el Imperio Romano en
    el siglo IV.

    ¿Es cierto?

    ¿Es preciso deletreado? Por supuesto que
    no.

    Ciertamente, el cristianismo moderno puede ser diverso,
    pero el núcleo de la fe cristiana es la creencia en que
    Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, es el Único
    a través del cual Dios se reconcilió con el mundo
    -y con cada uno de nosotros-, y que la salvación (la
    participación en la vida de Dios) se alcanza a
    través de la fe en Jesús, que no está
    muerto, sino que vive.

    Hablando a través de los personajes de su libro,
    Brown pretende hacemos creer que la fe es una creación de
    un emperador romano del siglo IV. En su opinión (explicada
    por Teabing), esto es lo que sucedió:

    Jesús fue venerado como un sabio maestro humano.
    Los escritos que exaltaban su humanidad fueron ampliamente
    difundidos. Recordemos, «miles de ellos». Cuando
    Constantino llegó al poder, se sintió inquieto por
    los conflictos entre el cristianismo y el paganismo que
    amenazaban con dividir su Imperio. Así que eligió
    el cristianismo, y reunió en el Concilio de Nicea a
    cientos de obispos a los que obligó a afirmar que
    Jesús era el Hijo de Dios, y eso fue todo.

    Sinceramente, esto es muy extraño.
    Veámoslo poco a poco, y luego tratemos del tema crucial de
    la divinidad de Jesús.

    Constantino

    Constantino (aproximadamente. del 272 al 337 d.C.)
    inició su reinado como emperador romano en el 306 d.C. y
    asentó su poder en el 312 d.C. al vencer a un rival en la
    famosa batalla de Puente Milvio, en la que se sintió
    fortalecido e inspirado por una visión que
    consideró cristiana.

    No está claro lo que
    Constantino vio ni cuándo (si antes de esta batalla o
    después de alguna otra). Algunas versiones dicen que se
    trató de «chi-ro», las letras griegas
    «x» y «r» combinadas, que son las dos
    primeras letras de Cristo
    «Xç». Otros
    relatos dicen que fue una cruz.

    Hasta ese momento, la práctica de la doctrina
    cristiana era esencialmente ilegal en el Imperio Romano y de
    hecho, solo unos años antes (303 a 305 d.C.), los
    cristianos habían sufrido una persecución
    especialmente despiadada en todo el Imperio bajo el reinado de
    Diocleciano.

    (Sería oportuno detenemos aquí y
    preguntamos el motivo de que el Imperio Romano encarcelara y
    torturara a los que permanecían fieles a un maestro sabio,
    si Jesús no era más que eso. Y ¿por
    qué habían de ser una amenaza para el Imperio los
    seguidores de aquel maestro sabio? En el Imperio abundaban los
    sistemas y las escuelas filosóficas. No estaban
    perseguidas. ¿Por qué lo era el
    cristianismo?).

    Por alguna razón -quizá una tenue luz de la
    verdadera fe, la presencia de cristianos en su propia familia o
    alguna misteriosa estrategia
    política-,
    una de las primeras actuaciones de Constantino fue la de publicar
    un edicto de tolerancia del
    cristianismo, que daba fin a las persecuciones al menos por el
    momento.

    Es cierto que durante su reinado, Constantino
    amplió no solo la tolerancia, sino sus preferencias por el
    cristianismo. Los motivos no están claros. Deseaba
    unificar el Imperio, seriamente agitado durante un siglo por las
    divisiones y los continuos conflictos. Ciertamente, la
    religión representaba un instrumento en aquel proyecto, y,
    quizá, él detectaba la fuerza del
    cristianismo y el declive del poder tradicional de la
    religión romana. Quizá influyeron los pensadores
    cristianos que tenían acceso a él, y posiblemente
    alguien de su propia familia, pero parece que finalmente,
    Constantino decidió hacer del cristianismo la única
    fuerza unitiva.

    Todo ello resulta muy extraño para nosotros,
    acostumbrados como estamos a la separación entre la
    Iglesia y el Estado, una
    situación que sencillamente, no existía en el mundo
    antiguo ni en ninguna cultura. Cualquier Estado se
    sabía apoyado en cierto modo por el favor divino, con la
    subsiguiente responsabilidad de apoyar, a su vez, a las instituciones
    religiosas. Hasta Constantino, aquellas instituciones
    habían sido los templos de los dioses romanos. Cuando
    Constantino cambió de opinión y apoyó a la
    cristiandad, asumió, naturalmente, la misma actitud
    respecto a las instituciones cristianas, financiando la construcción de templos e interviniendo en
    los asuntos de la Iglesia de un modo hoy sorprendente para
    nosotros.

    Brown dice que Constantino hizo del
    cristianismo la religión oficial del Imperio Romano. No lo
    hizo. Proporcionó un fuerte apoyo imperial al
    cristianismo, pero el cristianismo no llegó a ser la
    religión oficial del Imperio Romano hasta el reinado del
    Emperador Teodosio, que gobernó desde el 379 d.C. hasta el
    395 d.C.

    El Concilio de Nicea

    Ciertamente, Constantino hizo convocar el Concilio de
    Nicea en el 325 d.C. en Asia Menor, la
    zona que hoy conocemos como Turquía. En realidad, fue la
    segunda reunión de obispos que convocó durante su
    reinado. Aunque no todos acudieron, y apenas alguno de Occidente,
    el propósito del Concilio era el de adoptar decisiones que
    afectaran a toda la Iglesia, por lo que se le llamó
    «Concilio Ecuménico».

    Pero ¿por qué? ¿Por qué lo
    hizo Constantino? Pues bien, según Brown, lo hizo con
    objeto de hacer más poderosa y más eficaz a la
    cristiandad según convenía a sus
    propósitos.

    Un Concilio Ecuménico es la
    reunión de los obispos de toda la Iglesia. Cada uno acude
    desde las diócesis que ocupa. Los católicos
    reconocen veintiún concilios ecuménicos. Empezando
    por el Concilio de Nicea y terminando con el Concilio Vaticano II
    (1962 a 1965).

    Un mero maestro mortal como Jesús no tenía
    valor para él, pero si era el Hijo de Dios podría
    serle útil.

    Realmente, hemos de detenernos y considerarlo.
    Trescientos obispos se reúnen en Nicea, obispos que,
    según el relato de Brown, creen que Jesús fue un
    «profeta mortal».

    Constantino les dice que declaren que Jesús es
    Dios.

    Y ellos dicen: de acuerdo. Todos ellos.

    De nuevo tenemos que decir: no, en absoluto. No por que
    lo digan las fuentes: simplemente porque no fue
    así.

    ¿Por qué no es lógico? Quizá
    porque cuando examinas lo que hacían los obispos antes de
    reunirse en Nicea no nos mostraban un Jesús como
    «profeta mortal» en las liturgias que celebraban, ni
    en los tratados que
    escribían y usaban, ni en las Escrituras (perfectamente
    establecidas por ellos) desde las que predicaban y
    enseñaban.

    ¡Jesús es el
    Señor!

    ¿Es cierto que, trescientos años antes de
    Nicea, lo que llamamos la cristiandad consistía realmente
    en pasarse de mano en mano la sabiduría del profeta
    Jesús?

    No. De hecho, el cristianismo nunca lo hizo.

    Cuando examinamos los Evangelios y las cartas de Pablo,
    todo datado entre el 50 d.C. y el 95 d.C., lo que encontramos es
    una muestra coherente de descripciones de Jesús
    como un ser humano en el que Dios mora de un modo
    único.

    Los Evangelios muestran con toda claridad que los
    apóstoles no llegaron a conocer la identidad de
    Jesús hasta después de la Resurrección.
    Estaban continuamente confusos, equivocados y naturalmente,
    seguían siendo unos judíos
    fieles, capaces de pensar sobre Jesús solamente dentro de
    un contexto accesible a ellos: como profeta (sí), maestro,
    «hijo de Dios» y «Mesías». En el
    ambiente
    judío, ninguno de estos términos implicaba una
    naturaleza divina, sino, más bien, el sentimiento de que
    era un ser elegido por Dios.

    Sin embargo, a la luz de la Resurrección,
    comprendieron lo que Jesús les había insinuado
    durante su ministerio y que por fin afirmó
    explícitamente, como relata Juan en los capítulos
    14 a 17 que Él y el Padre son uno.

    Si leéis el Nuevo Testamento, lo
    encontraréis expresado de distintos modos: en los
    Evangelios; en el recuerdo de la concepción única y
    virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo (ver
    Mateo 1-2; Lucas 1-2); en todos los relatos del bautismo de
    Jesús y de la Transfiguración; en la
    actuación de Jesús perdonando los pecados, lo que
    provocó el escándalo porque «solo Dios puede
    perdonar pecados)) (ver Lucas 7, 36-50; Marcos 2, 1-12); y en
    varios pasajes esparcidos a través de los
    sinópticos y de Juan, en los que Jesús se
    identifica con el Padre de un modo que implica que, cuando nos
    encontramos con Jesús, nos encontramos con Dios en su
    misericordia y en su amor (ver Mateo 10,40; Juan
    14,8-14).

    Si recorres los Hechos de los Apóstoles y
    las cartas de Pablo, que describen a la Iglesia primitiva y
    reflejan la predicación apostólica, no
    podrás evitar llegar a la convicción, que se
    encuentra en el núcleo de esa predicación, de que
    Jesús es el Señor -no solo un gran maestro o un
    hombre sabio-. (Lee 1 Colosenses o 2 Filipenses, por ejemplo,
    datadas ambas un par de décadas después de la
    Resurrección).

    (Por cierto. el tema de esta sección no es
    «demostrarte» que Jesús es una Persona divina.
    Es hacerte ver que los primeros cristianos le daban culto como
    Dios, y que no eran sus seguidores por considerarle un sabio y un
    maestro mortal. Descifrar lo que tú crees sobre
    Jesús no depende de mí, ni ¡por todos los
    santos! de Dan Brown. ¡Encuéntrate con Jesús,
    no a través de una novela, sino a través de los
    Evangelios!).

    Se profundizó en aquel conocimiento de que
    Jesús comparte su naturaleza con Dios alrededor de los
    siglos siguientes, como demuestra un rápido estudio de
    cualquier grupo de escritos de ese período. Por poner un
    ejemplo, Taciano, un escritor cristiano que vivió en el
    siglo II, escribe: «No actuamos como locos, ¡oh
    griegos!, ni contamos historias vanas, cuando anunciamos que Dios
    nació en forma de hombre» (Oratio ad Graecos,
    p. 21).

    Como hemos visto, a lo largo de esos siglos, los
    maestros cristianos ya habían tenido que aclarar la fe en
    Cristo frente a las herejías. Una de ellas, que
    ocasionó un problema en el siglo II, fue el
    «docetismo», nombre que se deriva de una palabra
    griega que significa «Me parece». Los docetistas
    afirmaban que Jesús era Dios, pero excluían toda
    humanidad real.
    Creían que su forma humana y sus
    sufrimientos no fueron auténticos, sino solamente una
    visión. La existencia del docetismo demuestra, de un modo
    exagerado que la divinidad de Jesús estaba muy asentada
    antes del siglo IV.

    No es este el lugar adecuado para explicar el
    significado y las implicaciones de las naturalezas divina y
    humana de Jesús sino simplemente para señalar lo
    profundamente equivocado que es el relato de Brown cuando se
    refiere a lo que pensaban los cristianos respecto a
    Jesús.

    Afirma Brown que Constantino fue el inventor de la
    noción de la divinidad de Jesús en el siglo IV.
    Como demuestran los testimonios del Nuevo Testamento y aclaran
    los tres primeros siglos de doctrina y culto cristianos no fue
    así. Y si estamos realmente interesados en lo que
    enseñaban y creían los primeros cristianos
    sería mucho mejor que acudiéramos a una fuente
    original en lugar de a una novela popular.

    ¿Cuál es esa fuente? El Nuevo Testamento
    por supuesto, que cualquier persona seriamente interesada en
    estos temas debería leer, estudiar y
    reflexionar.

    Y no olvidéis esto. Cuando Brown cuestiona la
    persona de Jesucristo en El Código Da Vinci
    jamás cita algún libro del Nuevo Testamento.
    Jamás.

    Partes: 1, 2

    Página siguiente 

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter