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Descodificando a Da Vinci. Los hechos reales ocultos en El Código Da Vinci (página 2)




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Arrio y el Concilio

Ahora bien, el Concilio de Nicea tuvo algo que ver con
el tema de la divinidad de Jesús, pero no lo que dice
Brown en El Código
Da Vinci.

Como probablemente sabes, si intentas explicar durante
uno o dos minutos la realidad de Jesús como perfecto Dios
y perfecto Hombre,
captarás la dificultad que tienes en entenderlo y
expresarlo, pues surgen toda clase de
preguntas espinosas e interesantes que no están
explícita y directamente respondidas en la Escritura.

El Nuevo Testamento deja constancia de lo que
experimentaron los que conocieron a Jesús: un hombre
perfecto en el que encontraron a Dios, que como Dios, perdonaba
los pecados, que hablaba con la autoridad de
Dios y al que la muerte no
pudo vencer. ¿Cómo explicarlo? ¿Cómo
definirlo?

Eso llevó varios siglos y, como suele ocurrir en
estos casos, la necesidad de definir a Jesús con mayor
claridad y exactitud nació en el contexto de un conflicto.
Había surgido la siguiente teoría:
Jesús no era, en realidad, un ser humano, sino que Dios
adoptó forma humana como si fuera un disfraz (docetismo),
lo que era claramente incoherente con el testimonio de los
apóstoles. En consecuencia, los obispos y los
teólogos tuvieron que reexpresar el testimonio de los
apóstoles de un modo asequible para su época y que
respondiera a las preguntas que la gente les
planteaba.

No era fácil, pues, como hemos dicho, es un
concepto
extremadamente arduo para que lo comprendan nuestras mentes. Pero
recordemos que fue fundamental para los que defendían la
antigua creencia en Jesús como perfecto Dios y perfecto
Hombre. Y lo fue. ¿Cómo podemos hablar de
Jesús de un modo que sea completamente fiel al complejo y
completo relato de Él que leemos en los testimonios
apostólicos? Porque los Evangelios nos describen a
un Jesús hambriento, atemorizado y enojado. Lo
describen actuando con la autoridad de Dios y venciendo a
la muerte. De
cualquier modo que hablemos de Jesús, hemos de ser fieles
a todo el misterioso y apasionante testimonio de los Evangelios y
de los primeros escritos cristianos.

A comienzos del siglo IV apareció en escena un
nuevo problema especialmente atractivo propagado por un sacerdote
llamado Arrio, de Alejandría, Egipto.

Arrio enseñaba que Jesús no era perfecto
Dios: era, ciertamente, la más excelsa de las criaturas de
Dios, pero no compartía con Él la identidad ni
la naturaleza.
Estas ideas llegaron a hacerse rápidamente muy populares
entre los seguidores de Arrio y entre los seguidores del cristianismo
tradicional, y hubo que convocar el Concilio de Nicea para
resolver el problema.

Así lo hizo, reafirmando la naturaleza divina de
Jesús en términos filosóficos, pues tal era
el tipo de lenguaje con
el que Arrio basaba su argumentación. El resultado es el
que leemos en el Credo de Nicea, que Jesús es: «Dios
de Dios, Luz de Luz, Dios
verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma
naturaleza que el Padre…».

Un experto en Sagrada Escritura, Luke Timothy Johnson,
escribe en su libro El
Credo:

«En el Concilio los obispos consideraron que
estaban corrigiendo una tergiversación, no la
invención de una nueva doctrina. Emplearon el lenguaje
filosófico del ser, porque se había convertido en
el lenguaje del análisis, y porque la Escritura no les
proporcionaba los términos precisos para expresar lo que
era necesario exponer… consideraban que no estaban desvirtuando
sino preservando la totalidad del testimonio de la
Escritura» (p. 131).

Y sí; el debate fue
sometido a una votación que Brown describe
entrecortadamente, y que para él significó el final
de toda la aventura. Pues bien, tanto la tradición
judía como la cristiana ha buscado de distintas formas la
intervención de la sabiduría y la voluntad divinas.
Leemos, por ejemplo, que los líderes del Antiguo y del
Nuevo Testamento eran escogidos por sorteo, porque significaba
que Dios guiaba el resultado de la elección.

Y no fue, en contra de lo que afirma Brown, una
votación reñida. Solamente dos obispos de los
aproximadamente trescientos (el número exacto
varía) votaron en apoyo de lo que Arrio enseñaba en
detrimento de Jesús.

Un error más

Como podemos ver de nuevo, absolutamente todo lo que
Brown dice sobre este aspecto de la historia del cristianismo es
incorrecto.

Dice que, hasta el siglo IV, la
«cristiandad» era un movimiento
formado en torno a una idea
de Jesús como un «profeta mortal». Una simple
lectura del
Nuevo Testamento, escrito unas pocas décadas
después de la resurrección, demuestra que no es
así. Los primeros cristianos predicaban a Jesús
como el Señor.

Dice que el Concilio de Nicea inventó la idea de
la divinidad de Cristo. Al contrario. Actuó con objeto de
preservar la integridad de esta fe constante en Jesús,
misteriosamente humano y divino.

Una nueva equivocación en cada párrafo.

¿Cuál será la siguiente?

Capítulo 4

¿Reyes
derrocados?

Detengámonos un momento y hagamos un
balance:

Hasta ahora, en nuestro recorrido a través de la
visión histórica que tan alegremente describe El
Código Da Vinci
, hemos encontrado que:

  • Las fuentes
    para esas afirmaciones sobre la historia del cristianismo
    primitivo varían desde la absoluta fantasía y
    la falta de base hasta lo irrelevante.
  • Al fabricar su versión de los hechos, no
    emplea ni una sola fuente del período en
    cuestión, como el Antiguo Testamento, los escritos de
    obispos y Padres o los documentos
    litúrgicos o históricos.
  • Sus planteamientos de la formación del Canon
    de la Sagrada Escritura, del Concilio de Nicea, del reinado
    de Constantino y del primitivo conocimiento cristiano de la identidad de
    Jesús son todos erróneos, sin excepción,
    y carecen de cualquier relación pasada o presente con
    tales acontecimientos.

En realidad, esto bastaría para no seguir
adelante ¿no es así? Pero aún no hemos
llegado a dar fin a todas las falsedades y mentiras
históricas de este libro, así que…
adelante.

Por cierto, ¿realmente Jesús
destronó reyes?

Destronando reyes y atrayendo a
millones

Ha llegado el momento de investigar lo que El
Código Da Vinci
intenta mostrar como la
auténtica historia que hay tras el ministerio de
Jesús. ¿Qué enseñó?
¿Qué trataba de realizar?

Uno pensaría, naturalmente, que al primer lugar
al que deberíamos acudir cuando intentamos responder a
estas nada especialmente espinosas preguntas sería a los
Evangelios que figuran en el Nuevo Testamento. Al fin y al cabo,
solo datan de décadas después de la muerte de
Jesús, y aunque cada uno subraya distintas facetas de la
misión
y la
personalidad de Jesús, coinciden sustancialmente en el
núcleo de su enseñanza y en las pautas de su
vida.

Uno lo pensaría así… pues no.

Al presentarnos a Jesús, Brown no se remite a los
Evangelios.

En la novela,
Teabing dice a Sophie que, por supuesto, Jesús fue una
persona real
que, como había sido profetizado, "derrocó reyes,
inspiró a millones de personas y fundó nuevas
filosofías… Es comprensible que miles de seguidores de
su tierra
quisieran dejar constancia escrita de su vida».

Pues bien; no.

Conocemos un poco de la historia de Palestina y del
Imperio Romano durante la vida de Jesús. No hay
ningún testimonio escrito sobre un judío de Nazaret
que derrocara a alguien.

Es difícil calcular ciertos datos, pero
podemos estimar con toda seguridad que en
la población de las zonas donde se dice que
Jesús predicó -en Galilea en el norte y en Samaria
y Judea en el sur- vivían, según cálculos
muy aproximados, alrededor de medio millón de personas, la
mayor parte de las cuales nunca oyeron predicar a
Jesús.

¿No hay una gran diferencia con esos supuestos
«millones»?

¿Por qué dice esto el personaje de
Teabing? ¿En qué se basa? Desde luego, no en
relatos históricos; eso es seguro.

Ciertamente, los Evangelios nos pintan un retrato mucho
más complejo del ministerio público de
Jesús. Por supuesto que en algunas ocasiones se
reunió con una enorme multitud, tan enorme que en una de
ellas tuvo que sacar una barca hasta el lago para predicar; pero
también fue rechazado, no solo por algunos líderes
religiosos, sino también por la gente de su ciudad natal y
de otros lugares. Sus discípulos le seguían y le
escuchaban, pero también peleaban entre ellos, y huyeron
cuando las cosas se pusieron difíciles.

Brown describe a Jesús como si fuera una estrella
del rock del siglo I,
seguido por una muchedumbre de admiradores continuamente pasmada
ante su presencia.

No fue así.

¿De qué habló?

En El Código Da
Vinci,
Brown no aclara ni explica en qué
consistió el mensaje de Jesús. Hace frecuentes
alusiones a Él como un profeta y un maestro venerado, pero
no es más explícito.

Según eso, la consecuencia es que el
auténtico mensaje de Jesús está contenido en
los evangelios gnósticos que ya hemos estudiado
anteriormente, y en todo el tema de lo «sagrado
femenino».

Después de todo, ese es el punto central del
libro: se había perdido la devoción por lo
«sagrado femenino» y Jesús, especialmente a
través de su relación con María Magdalena,
intentaba restablecerla, y que gracias a ella, el mundo
recuperaría su rastro.

¿De dónde sale esto? Quizá de las
lecturas que hace Brown de los escritos de los
cristianos-gnósticos, que incluyen un estado
original andrógino de la humanidad que es preciso
restablecer.

Este tema ya lo hemos explicado antes desde luego. En
los escritos gnóstico-cristianos no hay huellas del
testimonio de ningún testigo sobre Jesús. Algunas
alusiones que contienen frases conocidas de Jesús proceden
de documentos más antiguos: la mayoría de las
veces, de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y
Lucas).

Si esto no os convence, la segunda cuestión es el
modo extraordinariamente selectivo con el que Brown emplea los
documentos gnósticos. Esos textos han llegado a nosotros
en diversos pasajes, porque, por supuesto, el gnosticismo era
diverso. Junto a unos ocasionales ecos de lo «sagrado
femenino», encontrarás con mayor frecuencia unos
abstrusos y esotéricos sistemas de
pensamiento
que incluyen destellos, contraseñas, fuerzas buenas y
malas y miríadas de niveles en el cielo. También
encontrarás antisemitismo
e, inoportunamente, también algo de misoginia.

Como indica Philip Jenkins en su libro The Hiddell
Gospels:
«Los defensores del valor de los
textos gnósticos en busca de algo que se perdió en
el movimiento y enseñanzas de Jesús, que valoraba
esa cosa que llamamos lo «sagrado femenino», nunca
parecen mencionar otros pasajes»:

«El Jesús gnóstico vino a conceder
la libertad
espiritual, y en los textos encontramos repetidas variantes sobre
el tema del Salvador 'venido a destruir los trabajos de la mujer'. En el
Diálogo del Salvador, leemos que: 'Judas dijo…
Cuando recemos, ¿cómo hemos de hacer?'. El
Señor respondió: 'Rezad en un lugar donde no haya
mujeres'. Es curioso denunciar al cristianismo por el celibato y
el odio al cuerpo, mientras se ignoran exactamente los mismos
errores en el gnosticismo…»

Así pues, no; no hay evidencias de
que Jesús derrocara reyes, fundara filosofías o se
adhiriera a lo «sagrado femenino». Los primeros
testigos, por su parte, no silencian lo que dijo, y lo que
relatan es coherente con las Escrituras y con la vida de
oración -el punto de contacto entre los cristianos y el
Dios vivo- de las primitivas comunidades cristianas.

«Simón Pedro les dijo:
'Dejad que se vaya María, porque las mujeres no son
merecedoras de la Vida'. Jesús dijo: 'Yo las dirijo para
hacerlas varones, y así, también ellas
llegarán a ser almas vivas parecidas a las vuestras, pues
toda mujer que se
convierta en varón entrará en el Reino de los
Cielos'". (Evangelio de Tomás, p. 114
[Iñe Nag Hammadi Library, James M. Robinson,
editor, Harper & Row, 1976]). Este es el párrafo final
del escrito gnóstico más conocido, pero que no
cita El Código Da Vinci.

El núcleo de la enseñanza de Jesús
fue el reino de Dios. Expresaba su mensaje predicando con
parábolas y con su relación con las demás
personas. A través de sus palabras y de sus hechos
enseñaba que Dios es amor: amor,
compasión y misericordia para todos. Este amor de Dios
estaba presente en Él, como lo manifestaban sus palabras y
sus acciones.
Cuando Jesús actuaba, el reino estaba presente. Somos
parte del reino de Dios cuando vivimos en unión con
Jesús y cuando imitamos su vida: es nuestro modelo de
amor, de obediencia sacrificada que no lleva en cuenta el
precio.

Este núcleo no es secreto, por cierto. La lectura del
Nuevo Testamento nos revela una sorprendente coherencia en el
relato general de lo que sobre todo, era Jesús: Obediencia
a la voluntad de Dios, amor, sacrificio y
alegría.

Un Jesús más humano

Uno de los temas más frecuentes en El
Código Da Vinci
se refiere a que el cristianismo
tradicional estaba dispuesto a suprimir los escritos
gnósticos que trataban de Jesús porque
ofrecían un retrato más «humano» de El,
un retrato que perduró durante siglos hasta que
Constantino apareció en escena. Y así
sucesivamente.

Ya hemos tratado esto, señalando que el
conocimiento de Jesús como Señor, como Dios,
como Hijo de Dios, aparece claramente en los escritos del Nuevo
Testamento, que datan del siglo I.

No obstante, interesa profundizar un poco más en
la afirmación de que la historia oficial subraya la
divinidad de Jesús a expensas de su humanidad, un hecho
que los escritos gnósticos sacan a la luz. Brown habla de
ellos algunas veces, pero nunca aporta pruebas
concretas que apoyen su argumentación. ¿Hemos de
creerle?

Quizá no. Cualquiera que dedique una hora para
leer detenidamente los evangelios canónicos y, luego, un
par de consideraciones gnósticas, puede ver la falsedad de
dicha argumentación.

Porque, cuando lees los escritos gnósticos, te
puede sorprender el hecho de no encontrar a un Jesús
especialmente «humano». Es un maestro, pero hay muy
poco sobre Él que sea característica o
identificablemente humano. Reparte sabiduría, revela
secretos y deambula en medio de una suave niebla espiritual, y
habla, y habla. Y habla.

Esto tiene sentido, por supuesto, pues las doctrinas
gnósticas devalúan el mundo material, incluido el
cuerpo humano.
Por ejemplo, sus escritos sobre Jesús ignoran sin rodeos
su Pasión y Muerte. Para asegurarte, lee los textos
favoritos de los gnósticos, como el Evangelio de
Felipe,
el Evangelio de Tomás y el quizá
gnóstico Evangelio de María. Lee todos esos
extensos diálogos y luego introdúcete en el Libro
de Mateo.

«Y tomando a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo,
empezó a entristecerse y a sentir angustia. Entonces les
dijo: 'Mi alma
está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad
conmigo'».

Y luego, lee detenidamente el resto de los evangelios.
Verás a Jesús comiendo, bebiendo, enfadado,
aterrado, solo y afligido, sufriendo y muriendo.

Solamente quien desconozca absolutamente los Evangelios
puede mantener que ofrecen la imagen de un
Jesús «des humanizado». De hecho, es todo lo
contrario. El motivo de que los maestros cristianos lucharan tan
esforzadamente contra las teorías
gnósticas y otras similares fue precisamente el de que
esos sistemas no resaltaban suficientemente la humanidad
de Jesús y, en consecuencia, no eran fieles a los antiguos
testimonios presentes en el Nuevo Testamento.

Quizá, cuando Brown y otros como él
sugieren que necesitamos un Jesús más
«humano» que, según ellos, no aparece en los
Evangelios, no están al corriente de las
características que hemos expuesto anteriormente.
Probablemente se refieren a algo más. Deben estar hablando
exactamente de sexo.

¿Estuvo casado Jesús?

En este siguiente apartado vamos a investigar el
intrigante y maravilloso personaje de María Magdalena (que
por cierto, es venerada como una santa en la religión
católica y en la ortodoxa, y no ultrajada como
insinúa Brown), y especialmente veremos las pruebas de su
relación con Jesús.

Ya que hemos estado hablando del entorno general y el
sentido de la vida de Jesús según El
Código Da Vinci,
es un buen momento para tocar el tema
del matrimonio de
Jesús.

Es importante asentar desde el principio que cualquier
duda sobre el matrimonio de Jesús no se debe al
«miedo» o al odio a la sexualidad.
Con extremada frecuencia, los que defienden a un Jesús
casado sugieren que los demás no podemos ni hablar de que
estuvo casado porque somos tan enemigos del sexo que incluso
pensarlo podría hacer añicos nuestra fe, porque
odiamos el sexo.

¡Oh! ¿De verdad?

El miedo o el rechazo no son precisamente el tema
importante en este momento. El tema es saber lo que revelan las
fuentes y las mayores evidencias cuando se las estudia honesta y
objetivamente.

En El Código Da Vinci, nuestro amigo
Teabing (por supuesto) hace saber a Sophie que Jesús
estuvo casado, diciendo tajantemente: «Ese matrimonio
está documentado en la historia».

¿Dónde?

Como ya hemos indicado, el mejor «documento
histórico» que tenemos para describir la vida de
Jesús son los Evangelios canónicos, escritos
solamente unas décadas después de su muerte y
resurrección. Ciertamente tienen sus límites,
como cualquier documento antiguo, pero cuando deseamos responder
a preguntas sobre cómo era Jesús y lo que hizo,
esos textos serían los más adecuados para empezar.
(Unos textos que, repetiremos incansablemente, jamás
menciona Brown).

Y la gran noticia es esta: no mencionan a Jesús
casado. Nunca.

Ahora bien, existe un argumento relacionado con este
silencio, sobre el que alguien escribió un libro, y que
hemos oído en
numerosas ocasiones: los Evangelios silencian el matrimonio de
Jesús porque el estado de
casado era el normal en un hombre judío de aquella
época, así que se daba por supuesto y esto no se
consideraba lo bastante importante como para
mencionarlo.

Brown sugiere otros motivos para ese silencio. Si no
estuviera casado, los escritores del Evangelio se habrían
tomado un minuto o dos para explicar que no estaba
casado.

Por supuesto, el argumento basado en el silencio es un
argumento astuto, pero hay algo más que decir sobre ese
tema como para dejarlo así. John Meier, de la Catholic
University of America, ha refutado hábilmente esa
explicación en su libro Un judío marginal.
Consideremos ahora dos de sus puntos:

En primer lugar, Meier critica ese argumento basado en
el silencio porque los Evangelios no ocultan otras relaciones de
Jesús. Con gran frecuencia mencionan a sus padres y a
otros parientes. Le describen poniéndose en contacto con
ellos, así como en conflicto con la gente de Nazaret, su
lugar de nacimiento. Lucas nombra incluso a las mujeres que
formaban parte de sus discípulos y le seguían,
prestándole ayuda: María Magdalena, Juana y
Susana.

Después de estos datos concretos sobre los lazos
familiares de Jesús y sobre las mujeres que le
seguían, no hay motivos para no mencionar a una
esposa.

A continuación, Meier aborda la afirmación
(que también hace el personaje de Teabing) de que el
matrimonio era absolutamente normativo para un hombre
judío en tiempos de Jesús, especialmente para un
rabino, y un Jesús soltero habría necesitado una
defensa especial con objeto de preservar su credibilidad, y que
no se habría podido tomar en serio a Jesús si
hubiese sido un hombre soltero.

Sencillamente, esta suposición es falsa. Meier
critica esta afirmación en varios aspectos. En primer
lugar, Jesús no era un rabino. Sus discípulos le
llamaban «rabbi», que significa
«maestro», pero eso no significa que fuera un rabino
en el sentido formal o institucional.

También es falsa la afirmación de Teabing,
porque ofrece un retrato monolítico del judaísmo
del siglo I que no refleja la realidad. De hecho, en aquella
época hubo al menos una secta judía cuyos miembros
permanecían célibes: los esenios, que vivieron en
comunidad en
Qumran, cerca del Mar Muerto, y que dejaron los Manuscritos del
Mar Muerto.

Concretamente, en el judaísmo existe
también una tradición de personajes cuyas vidas
estaban plenamente entregadas al servicio de
Dios y de la Ley, y que eran
célibes. Uno de ellos fue el profeta Jeremías. Las
tradiciones judías expuestas en los textos del Antiguo
Testamento nos ofrecen un retrato de Moisés que
después de reunirse con Dios en el Monte Sinaí,
permaneció célibe. Juan Bautista, uno de los
más importantes personajes históricos, no estaba
casado, ni en opinión de muchos eruditos, el
apóstol Pablo.

Meier concluye:

«Cuando relacionamos todas esas tendencias,
observamos que el siglo I d.C. estaba poblado por algunos
notables individuos célibes y por grupos: algunos
esenios y qumranitas, los terapeutas, Juan Bautista,
Jesús, Pablo, Epicteto, Apolunio y varios cínicos
aislados. El celibato seguía siendo una elección
rara y algunas veces censurada en el siglo I d.C. Sin embargo,
era una opción viable».

En resumen: según los textos más
creíbles no existen pruebas de que Jesús estuviera
casado, y el conocimiento del ambiente del
siglo I indica que no sería absolutamente inaudito que un
individuo
plenamente dedicado a Dios fuera soltero.

La verdad y las consecuencias

La afirmación de El Código Da Vinci
de que el cristianismo tradicional devalúa la humanidad de
Jesús es absolutamente falsa. Los Evangelios nos lo
presentan sistemáticamente como un personaje real, muy
humano, opuesto a la bastante etérea figura que
encontramos en los escritos gnósticos. Muchas de las
discusiones teológicas y de los conflictos en
los primeros cuatro siglos de la historia del cristianismo
reflejan la determinación de los Padres cristianos de ser
fieles a los relatos del Evangelio, y de permanecer firmemente
unidos a la perfecta humanidad de Jesús.

Durante unos instantes, podríamos echar una
mirada a la devoción y al arte cristianos a
través de los siglos, desde el funesto día en el
325 d.C. en que Constantino sacó a empujones del cuadro a
la humanidad de Jesús.

En el transcurso del tiempo, la
oración cristiana ha conectado con Jesús a
través de sus «aflicciones», a través
de la compasión y a través de sus sufrimientos. El
genial arte cristiano nos ofrece a un niño Jesús
mamando del pecho de su madre, a un hombre sangrando y
maltratado, y también a un cadáver devuelto a los
brazos de su madre.

El que haya alguien que se tome en serio lo que se
cuenta en El Código Da Vinci dice mucho. Nos dice
que demasiadas personas -de dentro y fuera del cristianismo
están totalmente desconectadas del retrato
evangélico de Jesús y de la rica tradición
de la teología cristiana y la meditación espiritual
sobre el misterio de su humanidad. Todo lo que saben sobre
Jesús no lo han aprendido en los Evangelios ni en la
tradición cristiana, lo que les deja expuestos a las
distorsiones que podemos encontrar en El Código Da
Vinci.

¿Que el cristianismo no valora la humanidad de
Jesús? La verdad está tan próxima como la
imagen que aparece en los muros de una iglesia. Un
hombre. No un fantasma. Ni un mito. Un
hombre.

Capítulo 5

María, llamada
Magdalena

Realmente, El Código Da Vinci no es justo
con Jesús, pero lo es mucho menos con su supuesta esposa,
María Magdalena.

Antes de llegar a lo que sabemos sobre María
Magdalena (que no es mucho), hagamos un rápido repaso a lo
que dice Brown de ella.

Según Brown, era una mujer judía de la
tribu de Benjamín, que se casó con Jesús y
dio a luz a su hijo. Jesús trató de dejar a la
Iglesia en sus manos; esa Iglesia iba a devolver la «deidad
femenina» a la vida humana y al conocimiento general.
Después de la crucifixión de Jesús,
María Magdalena huyó a la comunidad judía de
Provenza, donde ella y su hija Sarah hallaron refugio. Su vientre
es el «Santo Grial». Sus huesos descansan
bajo la pirámide de cristal a la entrada del Louvre. El
Priorato de Sión y los Caballeros Templarios se dedicaron
a proteger su historia y sus reliquias. El Priorato le da culto
«como Diosa… y como Madre Divina».

Realeza judía… esposa de Jesús… Santo
Grial… Diosa. He aquí un completo currículo.

Considerando que los Evangelios mencionan a María
de Magdala en escasas ocasiones, ¿de dónde proceden
esas ideas?

Bien, la respuesta está exactamente en la
novela, cuando
Teabing, nuestro notable erudito, muestra su
biblioteca
alardeando: «La descendencia real de Jesucristo la han
documentado exhaustivamente muchos historiadores». (De
nuevo nos encontramos con un matiz de
erudición).

Y cita La Revelación de los Templarios y
El enigma sagrado -dos obras de pedante pseudo-historia y
teoría conspiratoria-, The Goddess in the Gospels (Las
diosas en los evangelios,
en castellano) y
The Woman With the Alabaster Jar (María Magdalena,
¿esposa de Jesús?
en castellano), de Margaret
Starbird, quien, entre otros medios, emplea
la numerología -la suma de los números de su
nombre- para llegar a la conclusión de que María
Magdalena fue venerada como diosa en la primitiva
cristiandad:

«Ellos conocían la «teología
de los números» del mundo helénico,
codificados en el Antiguo Testamento y basados en el antiguo
canon de la geometría sagrada derivada de los
pitagóricos desde años atrás… No era
accidental que María Magdalena llevara los números
que los cultos de la época identificaron como la 'Diosa de
los Evangelios'» (Mary Magdalme, The Beloved, por
Margaret Starbird: www.magdalene.org/beloved-essai.htm).

Bien; detengámonos unos momentos para reflexionar
sobre todo lo que nos han dicho en esta novela: que los
Evangelios no deben consultarse o leerse en sentido literal, y
que ni por un momento nos podemos creer que transmiten cualquier
verdad sobre los sucesos que relatan. Pero ¿no nos han
dicho también que transmiten en código que los
primeros cristianos consideraban una diosa a María
Magdalena?

Bien; si la consideraban como una diosa, ¿por
qué no lo difundieron? ¿Por qué fastidiar
con ese buen Jesús crucificado-resucitado, cuando
podían dar culto a la Magdalena, si era lo que deseaban
hacer? No es como si hubiera alguna censura política, social o
cultural hacia los que deseaban dar culto a una diosa.
Seguramente no serían arrestados, encarcelados y
ejecutados por profesar una fe centrada en otra persona que
permanecerá sin nombre y que, supuestamente no
recibirá culto hasta el siglo IV.

Una vez más, antes de alborotarnos ante las
afirmaciones de El Código Da Vinci, recordemos la
importancia de comprobar sus fuentes. Estas son las
básicas en relación con María
Magdalena:

María Magdalena como esposa de Jesús y
madre de su hijo y el verdadero «Santo Grial»: El
enigma sagrado
y La revelación de los
Templarios.

María Magdalena como diosa, como origen del
«sagrado femenino»: un trabajo de
Margaret Starbird.

María Magdalena como líder
designada de la primitiva cristiandad: una variada serie de
eruditos contemporáneos que trabajan sobre textos
gnósticos.

Antes de entrar en detalles sobre esos puntos, conviene
parar, olvidar las especulaciones, y volver al lugar donde por
primera vez oímos hablar de María
Magdalena.

¿Quién fue María
Magdalena?

No hay duda de que María es una figura
histórica. En los Evangelios aparece con su nombre y.
junto a otras mujeres, desempeña un papel muy importante
en relación con la Pasión y Resurrección de
Jesús.

Solamente un Evangelio la menciona fuera de los
últimos días de Jesús. Se trata de Lucas,
que nos habla de la predicación de Jesús y su
proclamación de la Buena Nueva en compañía
de sus Doce Apóstoles:

«… y algunas mujeres que habían sido
curadas de espíritus malignos y de enfermedades: María,
llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, mujer de Cusa, administrador de
Herodes. Esas mujeres, galileas según parece, deciden
compartir el destino de Jesús, le ayudan de un modo
práctico, como proporcionándole alimento y,
quizá, incluso dinero, y
Susana y otras muchas que le servían con sus bienes».

«Magdalena» no es el
apodo de María: en aquella época no existían
los apodos. Se identificaba a las personas por su relación
con el padre o con el lugar de nacimiento. La mayoría de
los expertos creen que Magdalena significa «de
Magdala», una ciudad en la orilla occidental del Mar de
Galilea.

Y para más datos concretos sobre María,
veamos el final de los Evangelios, donde en cada uno de ellos se
la describe asistiendo a la crucifixión y a la sepultura
de Jesús, y volviendo a la tumba en la mañana de
Pascua para ungirle el cuerpo.

Allí, según los cuatro Evangelios, Maria
recibe la Buena Noticia, primero de un ángel. Y luego, del
mismo Jesús, que no solo se aparece a María y a las
otras mujeres, sino que además, les dice que no teman, y
las envía a dar a conocer la Buena Noticia a los
apóstoles.

Así, María Magdalena fue una de las
primeras evangelizadoras o como el cristianismo oriental la ha
llamado durante largo tiempo, la
«igual-a-los-apóstoles», por haberles
anunciado la Buena Noticia de que Jesús había
resucitado.

Entonces, ¿qué
sucedió?

Tenemos que darnos cuenta de algo que podemos estar
dejando de lado (además de todo el asunto de la diosa,
naturalmente) en las escasas ocasiones en que se la menciona:
¿No fue una prostituta arrepentida?

Esto adquiere gran importancia en El Código Da
Vinci,
que a menudo se refiere a la identificación de
María Magdalena con una prostituta como parte de una
maliciosa conjura tramada por la Iglesia para hacer frente a
cualquier sospecha, o incluso (se dice) evidencia
histórica, del liderazgo de
María Magdalena en el cristianismo primitivo.

Veamos dos puntos: en primer lugar que la
asociación de María Magdalena con la prostitución se extendió durante
siglos en el cristianismo occidental (aunque no en el oriental).
Sin embargo, no hay pruebas de que se hiciera como afirman Brown
y sus fuentes por maldad, por misoginia o por temor a la
autoridad femenina.

En los Evangelios aparecen varias Marías
así como otras mujeres destacadas aunque sin nombre. Los
estudiosos de las Escrituras han confundido a cualquiera de ellas
o se han preguntado por los motivos de asociar a la María
mencionada en un lugar determinado con la María mencionada
en otro.

Por ejemplo, hay dos relatos diferentes sobre las
mujeres que secan los pies de Jesús con sus cabellos. En
Lucas 7, 36-50, Jesús se encuentra con una «mujer…
que era una pecadora». y que llorando de arrepentimiento,
unge y baña sus pies. y luego los seca con sus cabellos.
Su unción se debe a la gratitud por el perdón de
sus pecados (que podemos añadir no están
explícitamente concretados). En Juan 12, 1-8 Jesús,
de camino a Jerusalén, se detiene en casa de Lázaro
(resucitado de la muerte, Juan 11) y de sus hermanas Marta y
María. María unge los pies de Jesús y los
seca con sus cabellos en una prefiguración solemne de la
unción que unos días después,
recibirá en su sepultura.

El relato de la mujer penitente aparece en Lucas, unos
versículos antes de la mención a María
Magdalena, y hubo quienes -entre ellos, el eminente papa Gregorio
I, en un sermón del 591 d.C.- asociaron a ambas. El
problema que plantea esta teoría es el siguiente: cuando
introduce a un personaje cualquiera, Lucas especifica su nombre.
Si esta mujer fuera María Magdalena, como creen muchos, la
habría identificado inmediatamente como lo hace la segunda
vez que la menciona.

Por lo tanto, como María de Betania unge a
Jesús antes de la entrada en Jerusalén, algunas
tradiciones la relacionan con la mujer que le unge en Lucas 7, y
luego con la llamada María Magdalena en Lucas 8, reuniendo
a las tres mujeres en una.

Esto es exactamente lo que sucedió en la Iglesia
occidental que hasta comienzos de la Edad Media y
hasta la reforma del calendario litúrgico en 1969,
celebraba el día de María Magdalena el 22 de julio
en recuerdo de las tres mujeres de cada uno de los relatos del
Evangelio.

Sin embargo, la Iglesia Ortodoxa oriental no
reunió a las tres mujeres, pues las consideró
siempre tres personas distintas. La Iglesia Ortodoxa honra
especialmente a María Magdalena, calificándola de
«la portadora de mirra» (una de las especias usadas
para las unciones) y calificándola de
«igual-a-los-apóstoles».

Llegamos ahora a un punto extraordinariamente
importante, un punto vital:

Brown insinúa repetidamente que María
Magdalena fue marginada y demonizada por el cristianismo
tradicional, que la pintó, dice, como una mujer libertina,
una prostituta, etc., con el propósito, se supone, de
rebajar su importancia.

Como mucho de lo que encontramos en Brown, esto no solo
es falso… es sencillamente una insensatez.

El cristianismo, tanto oriental como occidental, ha
honrado a María Magdalena como santa.

Una santa. Los cristianos han puesto su nombre a
iglesias, han rezado ante la supuesta tumba donde reposan sus
reliquias y le atribuyen milagros.

¿Es posible llamar demonizar a eso?

Respuesta: no.

En cuanto al tema de la prostitución, incluso
quienes relacionan a María Magdalena con «la mujer
que era una pecadora» de Lucas 7, no ahondan en sus culpas.
El cristianismo no hace hincapié en el pecado tras el
arrepentimiento. Ese es el resultado de la fe en Jesús.
No; María Magdalena, como lo atestigua la leyenda sobre
ella, es recordada esencialmente por su papel como testigo de la
resurrección de Jesús.

Antes del Renacimiento, las
imágenes de María Magdalena eran
bastante serenas. Solo a partir de entonces nos la encontramos
como una arrepentida, desaliñada, medio desnuda y con el
cabello suelto. Los artistas del Renacimiento mostraban un
interés
creciente por una presentación más naturalista de
la forma humana, y por una integración más explícita de
las emociones en las
representaciones artísticas. Esas imágenes de
María Magdalena tienen más que ver con intereses
artísticos que con el modo en que la Iglesia cristiana
hablaba de ella.

«La Cristiandad Magdalena»

Este es el término que emplea la estudiosa Jane
Schaberg para describir su visión, basada en sus hipótesis sobre el pasado, de las futuras
posibilidades del cristianismo.

Schaber y otras expertas feministas
contemporáneas, como Karen King de la Harvard Divinity
School, han aprovechado el papel prominente de María
Magdalena en algunos escritos gnósticos del siglo II en
adelante para insinuar una lucha por el poder entre el
partido de Pedro y el de María Magdalena en el interior
del cristianismo.

En El Código Da Vinci, el personaje de
Teabing declara otro tanto, al afirmar que también
Leonardo da
Vinci da la clave de esta verdad, una verdad que, asegura,
está contenida en «esos evangelios
inalterados».

María Magdalena en Provenza:
Una parte de la historia de Brown sobre María Magdalena
afirma que terminó su vida en Provenza, al sur de Francia. La
tradición católica la sitúa allí, y
la acredita como evangelizadora de la gente de esa zona. La
tradición oriental afirma que fue a Éfeso y
allí evangelizó junto a San
Juan
.

Veamos ahora los problemas
lógicos que se derivan sobre ello, tal y como están
expresados en la novela:

Si el partido de Pedro -al que podemos suponer vencedor,
según manifiesta repetidamente Brown en su novela- fuera
tan poderoso como para depurar a María y rebajar su
importancia, ¿por qué iba a destacar su papel
primordial en los relatos de la resurrección, y como el de
la primera persona que recibió la Buena
Noticia?

Brown nos ha dicho anteriormente que, antes de que
Constantino llevara a cabo su perversa hazaña en 325 d.C.,
los cristianos de cualquier lugar creían que Jesús
era un «hombre mortal». En este caso,
¿quiénes formaban exactamente el partido de Pedro?
Presumiblemente eran los «vencedores», lo que
significa que tenían que haber creído en la
divinidad de Jesús, porque esta fue la doctrina que
«venció». Pero, si no se inventó la
divinidad de Jesús hasta el 325 d.C., ¿dónde
estuvieron todo ese tiempo?

Por último, dejando a un lado el placer de
desvelar esas patentes inconsecuencias, volvamos a las
pruebas.

¿Existe la evidencia de que una parte de la
ortodoxia cristiana luchara por la supremacía sobre el
partido de Magdalena, y degradaran su figura durante el proceso?

No. Se trata de una pura especulación basada en
la lectura, ideológicamente motivada, de unos textos
fechados por lo menos cien años después de la vida
de Jesús. Así lo hicieron algunas sectas
gnóstico-cristianas que surgieron a finales del siglo II,
y que atribuían a María Magdalena un papel
preponderante. En los pasajes de los escritos gnósticos
del siglo I no hay datos que indiquen una intimidad entre
Jesús y María Magdalena, ni que proporcionen
argumentos teológicos que apoyen su versión del
cristianismo y rebajen el papel de Pedro y los
apóstoles.

Esta es la cuestión: si lo sabían los
escritores cristianos ortodoxos de ese período, y si les
afectaba, probablemente habrían abordado el tema
directamente; y lo hicieron por cierto, hablando negativamente de
algunas sectas gnósticas en las que las mujeres se
comportaban como líderes o profetisas. Sin embargo, los
textos que están a nuestro alcance no critican
especialmente a algún grupo que
considere a María como líder en detrimento de
Pedro. Y además, y más extraño
todavía, durante este período en el cual se supone
que María había sido demonizada por los ortodoxos,
solamente leemos alabanzas hacia ella.

Hipólito, escribiendo en Roma en el siglo
II y comienzos del III, describe a María Magdalena como
una Nueva Eva, cuya fidelidad contrasta con el pecado de Eva en
el Jardín del Edén (una imagen empleada
también generalmente para María, la Madre de
Jesús). Igualmente llama a María
«apóstol de apóstoles». San Ambrosio y
San
Agustín, que escriben aproximadamente un siglo
después, se refieren también a María
Magdalena como la Nueva Eva.

Una vez más, todo lo que dice Brown carece de
sentido. Durante el período en que se supone que el
partido de María luchaba contra el partido de Pedro por el
cuerpo de la Iglesia, los Padres le dedicaban plegarias y citaban
los Evangelios que describían su papel en las apariciones
posteriores a la Resurrección.

Ni los datos que aparecen en las Escrituras sobre
María Magdalena ni el modo en que ha sido tratada en la
tradición cristiana oriental u occidental nos permiten
aceptar las teorías de Brown.

Y como vamos descubriendo, la verdad es mucho más
interesante y más apasionante que cualquiera de las
fantasías de El Código Da Vinci.

Capítulo 6

¿La era de las
diosas?

Para muchos lectores, uno de los elementos más
atractivos de El Código Da Vinci es la idea de la
«deidad femenina».

Les intriga la intención que mueve a Brown al
revelarles el pasado: que hubo un oscuro período de la
historia, muy al principio, en el que la humanidad vivía
consciente de la necesidad de mantener equilibrados los elementos
masculino y femenino, y que lo conseguían por medio del
culto a espíritus y deidades masculinas y femeninas. Y es
aún más intrigante que hubiera, como dice Langdon a
Sophie, un período en el que un «paganismo
matriarcal» regía el mundo.

Los lectores se interesan también por la
afirmación de Brown sobre las mujeres y el cristianismo:
que Jesús enseñó la unión de los
aspectos de la realidad masculina y femenina, y que las mujeres
fueron líderes en la primitiva cristiandad hasta que el
«cristianismo patriarcal» llevó a cabo una
«campaña de propaganda que
demonizaba lo sagrado femenino y erradicaba definitivamente a la
diosa de la religión moderna».

En esta visión del pasado es fácil
detectar una llamada a las mujeres que se sienten apartadas del
cristianismo por considerar (acertada o equivocadamente) injusto
el concepto que el cristianismo tiene de la mujer y el trato que
le dispensa.

Ahora bien, una opinión puede ser atractiva, pero
si no es cierta, ¿qué valor tiene?,
¿cómo puede ser una fuente de fuerza o de
inspiración?

Lo «sagrado femenino»

Brown se inspira en un par de argumentos cuando escribe
(como hace incesantemente) sobre lo «sagrado
femenino».

En primer lugar está refiriéndose a una
escuela de
pensamiento que surge en el siglo XIX afirmando que el antiguo
culto popular a las diosas había nacido de uno más
elemental a la «Madre Diosa», explicado en parte por
la antigua y profunda devoción popular por el misterio y
el poder del alumbramiento. Para apoyar esta teoría, se
basaba, entre otros hallazgos, en descubrimientos
arqueológicos de figuras femeninas embarazadas. Esta
teoría se desarrolló a finales del siglo XX hasta
afirmar, como aduce la escritora Charlotte Allen, que:

«Esta consonancia con la naturaleza, el respeto a la
mujer, la paz y la cultura
igualitaria prevalecieron en la actual Europa Occidental
durante miles de años… hasta que los invasores
indo-europeos arrasaron la zona introduciendo dioses guerreros,
armas
diseñadas para matar a seres humanos y una
civilización patriarcal» (The Atlantic, enero
2001).

Sin embargo, en los últimos años, debido a
la ambigua naturaleza de esos artefactos hallados, al
descubrimiento de armas y a la patente evidencia del reparto del
trabajo basado en la división de sexos en muchos de esos
lugares, ha delimitado recientemente el mito de la Diosa Madre.
No existen pruebas que indiquen que tal época haya
existido alguna vez.

Una de las más extravagantes opiniones de Brown
es que incluso el antiguo judaísmo valoraba lo
«sagrado femenino» como un aspecto distinto del
divino, como lo demostraban las prácticas de sexo ritual
en el Templo de Jerusalén.

Esto es absolutamente extraño, y resulta
difícil averiguar dónde ha conseguido Brown tal
información. Ciertamente no hay prueba
alguna que la apoye, pues está en absoluta
contradicción con lo que las Escrituras hebreas requieren
para los que están involucrados en los sacrificios y los
cultos del Templo: unos ritos escrupulosos para la
purificación que implican la abstención de toda
actividad sexual durante el período anterior al desarrollo del
culto. El jesuita experto en Sagrada Escritura Gerald O'Collins
refuta tajantemente ese aserto:

«A propósito del judaísmo, Brown
introduce algunos errores increíbles sobre Dios y la
práctica ritual del sexo. Los estudiosos del Antiguo
Testamento coinciden en que, en algunas ocasiones, se empleaba la
prostitución para obtener dinero para el templo. Pero no
hay evidencias sobre la prostitución sagrada o ritual, y
ningún hombre israelita que acudiera al templo para
encontrarse con la divinidad y alcanzar su plenitud espiritual,
practicaría el sexo con las sacerdotisas (ver El
Código Da Vinci,
p. 384). En la misma página,
Brown explica que 'el Sancta Sanctorum albergaba no solo a Dios,
sino también a su poderosa equivalente femenina,
Shekinah'. Una palabra que no aparece en la Biblia, pero en los
escritos rabínicos antiguos, Shekinah se refiere a
la proximidad de Dios con su pueblo y no a una consorte
femenina» (America, 15 de diciembre del
2003).

O'Collins niega también la afirmación de
Brown que aparece en el mismo párrafo, según la
cual, YHWH se deriva de Jehováh, lo que, por supuesto, es
algo absolutamente ajeno a la realidad:

«Es también una pasmosa insensatez asegurar
como un "hecho" que el tetragrámaton judío, YHWH se
"deriva de Jehová, una andrógina unión
física
entre lo masculino Jah y el nombre prehebraico que se le
daba a Eva, Havah".

YHWH se escribe en hebreo sin vocales. Los judíos
no pronuncian el nombre sagrado, pero "Yahvé" era
aparentemente la vocalización correcta de las cuatro
consonantes. En el siglo XVI, algunos escritores cristianos
introducen "Jehová" debido a la errónea creencia en
las vocales empleadas. Jehováh es un nombre artificial
creado hace menos de quinientos años, y ciertamente, no es
un antiguo nombre andrógino del que se deriva
YHWH».

Por supuesto, hubo deidades femeninas en las culturas
antiguas, como las hay hoy en los sistemas animista y
politeísta (tales como el Induismo). La mayoría de
las deidades femeninas eran consortes de las masculinas. Los
sistemas antiguos reflejan una conciencia de los
principios
masculino y femenino en el tejido de la realidad, pero no
manifiestan un particular conocimiento o veneración por lo
«sagrado femenino», como Brown lo describe
insistentemente.

Una mirada hacia el cristianismo católico y
ortodoxo tal y como ha sido practicado durante dos mil
años no expresa exactamente una espiritualidad impregnada
de una imaginería patriarcal a expensas de la femenina.
Pero hablaremos de ello más tarde.

Por último, podríamos suponer que esas
sociedades
alimentadas por el sistema
espiritual sugerido por Brown serían profundamente
igualitarias. Sorprendentemente, no encontramos ejemplos de tal
igualitarismo en cualquier cultura antigua que diera culto a
dioses y diosas, ni tampoco. en los que practicaban el sexo
ritual (no tan cercano ni universal como sugiere) que, en
opinión de Brown, unía la masculinidad y la
feminidad en un extático todo vivificante.

Herejes y brujas

Aún la siguiente etapa de este panorama,
después de que la era matriarcal fue reemplazada, la
devoción a lo femenino pasó a la
clandestinidad.

En cuanto al cristianismo, Brown, aprovechando el trabajo de
varios escritores contemporáneos sobre las mujeres y el
cristianismo primitivo, insinúa que hubo una rama del
movimiento de Jesús centrada en la mujer. Esto es lo que
vemos, según Brown, cuando leemos los documentos
gnósticos que ponen al frente y como centro a María
Magdalena.

En realidad, ciertos sistemas se apartaron de la
corriente principal del cristianismo. Usaban la figura de Cristo
y algunas de sus enseñanzas para difundir esencialmente
las ideas gnósticas. No tuvieron relación directa
con los testigos del primitivo cristianismo, ni, por otra parte,
estaban centrados en la constante tradición antigua de lo
«sagrado femenino».

Según El Código Da Vinci lo
están. Después de que el cristianismo ortodoxo
«venciera» en Nicea -y sigue con su tema-,
continuó suprimiendo o seleccionando las pruebas de las
creencias paganas, a las que equipara con la devoción a lo
«sagrado femenino». Asimismo destruyó con
saña a las que persistían en sus ideas, como en el
caso de las brujas.

Concretando, cinco millones.

Sí, has oído bien. Brown afirma que esa
hostilidad hacia las mujeres, que borboteaba durante siglos, por
fin salió a la superficie cuando la Iglesia
católica ejecutó a cinco millones de mujeres
durante los trescientos años de la caza de brujas (Brown
no concreta de qué siglos se trata, pero podemos suponer
que se refiere a los años 1500 a 1800, el período
en el que tuvo lugar con mayor rigor la caza de brujas en
Europa).

Esto lo tienes que haber oído antes: es una cifra
que sueles encontrar en los coloquios de Internet sobre los horrores
de la Iglesia católica. Pero eso, como tantas cosas en
este libro, es falso.

Charlotte Allen, en su artículo de la revista
Atlantic, reúne las investigaciones
más recientes sobre el tema (que es importante) y dice que
la mayoría de los expertos han fijado en unas cuarenta mil
las ejecuciones relacionadas con la brujería durante este
período, algunas por orden de organismos católicos,
otras por protestantes y la mayoría por los gobiernos. y,
a propósito, alrededor de un treinta por ciento de las
acusaciones de brujería se hicieron en contra de
hombres.

«El estudio más completo sobre la
brujería es Witches and Neighbors (1996), de Robin
Briggs, un historiador de la Oxford University que ha estudiado
detalladamente los documentos sobre los juicios europeos a las
brujas, llegando a la conclusión de que la mayoría
de ellos tuvieron lugar durante un período relativamente
corto, de 1550 a 1630, Y que se limitaron a la actual Francia,
Suiza y Alemania, que
ya estaban sacudidas por la confusión política y
religiosa causada por la Reforma. La mayoría de las
acusadas lejos de ser un grupo de mujeres librepensadoras, eran
principalmente pobres e impopulares. Sus acusadores solían
ser ciudadanos corrientes (a menudo, otras mujeres) y no
autoridades clericales o seculares. De hecho, a las autoridades
les disgustaba, generalmente, juzgar casos de brujería y
absolvían a más de la mitad de los demandados.
Briggs ha descubierto también que ninguna de las brujas
que fueron encontradas culpables y condenadas a muerte fueron
acusadas específicamente de practicar una religión
pagana» (Allen, «The Scholar and the Goddess»,
Atlantic Monthly, enero 2001).

¿Es el Malleus
Malleficarum
(El martillo de las brujas) un documento
auténtico? Sí, y, aunque importante, no es el
manual
universal para juzgar a las brujas, como afirma Brown.
Está escrito por un dominico, Heinrich Kramer, que afirma
haberlo basado en su experiencia tras juzgar un centenar de
casos. En realidad, los documentos indican que solamente
juzgó a ocho mujeres y que fue expulsado por el obispo de
la siguiente ciudad en la que trató de
trabajar.

Realmente es trágico y, desde nuestro punto de
vista, injusto que hombres y mujeres fueran ejecutados por dichos
motivos. Sin embargo, a lo largo de la historia humana, la
mayoría de las sociedades no han protegido la libertad de
pensamiento, de religión o de expresión. De hecho,
se da exactamente el caso opuesto. Muchas de ellas han implantado
serias restricciones sobre lo que sus miembros pueden manifestar
en público y sobre el modo de animar a actuar a los
demás, y frecuentemente han hecho retractarse a los
transgresores por medio de duros castigos. Esto no lo ha
inventado la Iglesia católica ni la protestante. Por
supuesto, eso no hace menos desafortunado el hecho de que, en ese
periodo de la historia, las Iglesias cristianas no fueran unos
testigos firmes del Evangelio.

¿No estamos olvidando algo?

En El Código Da Villci, Brown insiste en
que, aproximadamente, en los dos mil últimos años,
el cristianismo ha sido ferozmente patriarcal, y está
dispuesto a honrar todo indicio de lo «sagrado
femenino» en cualquier lugar que surja.

Aparentemente, Brown nunca ha oído hablar de
María, la Madre de Jesús.

Si realmente deseas apreciar la distancia que hay entre
las afirmaciones de esta novela y la realidad del cristianismo,
reflexiona un momento sobre esta patente y extraña
omisión. Y pregúntate por la razón. Y solo
podemos llegar a la conclusión de que la enorme
importancia de María en el pensamiento y las
manifestaciones cristianas socavan a los argumentos de Brown
sobre el temor que el cristianismo siente por lo «sagrado
femenino»; en consecuencia, Brown decide que lo mejor es
pretender que nunca sucedió.

Pero sucedió. El estudioso Jaroslav Pelikan
escribe:

«…si pudiéramos permitir que los miles de
mujeres del medioevo recuperaran sus voces perdidas, las pruebas
que encontramos en los escasos documentos escritos que nos
dejaron demuestran que muchas de ellas se identificaban
plenamente con la figura de María: con su humildad,
sí, pero también con su fortaleza y con su
victoria. Por el papel que ha desempeñado en la historia
de los veinte siglos pasados, la Virgen
María ha sido el tema de más pensamientos y
discusiones sobre lo que significa ser una mujer que cualquier
otra de la historia occidental» (María a
través de los siglos).

Cuando los seres humanos intentan conocer a Dios y
relacionarse con Él, la misma humanidad que hace posible
la intimidad con Dios -porque los humanos están hechos a
su imagen- también les limita. Nuestro lenguaje no llega a
tanto, nuestra idea de Dios no puede alcanzar más
allá de nuestra existencia de criaturas encarnadas en el
espacio y en el tiempo, y nuestra experiencia personal nos
tiene apresados.

Sin embargo, es dentro de este mundo, y a través
de las cosas que Él mismo ha creado donde Dios se
encuentra gratuitamente con nosotros y se nos da a
conocer.

Brown dice que las imágenes de
la diosa Isis alimentando a Horus eran un «boceto» de
las imágenes de María y Jesús. Pues bien, en
lo que se refiere a madres e hijos, existen, obviamente, unas
cuantas escenas clásicas comunes a cualquier
iconografía, como en este caso. Sin embargo, Brown
establece una conexión causal: El culto a María es
una imitación del culto a Isis. No: en el mundo romano,
Isis estaba fuertemente asociada a la promiscuidad y la
«milagrosa» concepción a la que alude el
personaje de Teabing en la novela tuvo lugar bien por la
reconstrucción de las partes del cuerpo de su marido
muerto, bien por arte de magia. Ambas tienen muy poco en
común.

La experiencia de los cristianos a lo largo de la
historia ha consistido en que, aunque María no es Dios,
porque es la Madre de Dios, a través de su papel en la
salvación -al decir «sí» a Dios, su
fiat-, su vida nos revela la fidelidad de Dios, su
compasión y, sí, la magnitud de su amor, como se
manifiesta a través del amor de una madre.

La figura de María, la Madre de Jesús, no
es monolítica, está llena de facetas. Algunos
cristianos se sienten incómodos por el culto a
María, pensando que interfiere en el campo de la
devoción y de las manifestaciones que deben reservarse
únicamente a Dios. Este, por cierto, es el argumento que
necesitamos contra las afirmaciones de Brown sobre la
tradición cristiana.

No importa lo que pienses sobre María o sobre la
devoción a ella: la única cosa en la que coincide
cualquiera que tenga ojos para ver, es en que, durante cientos de
años, ha desempeñado un papel vital, casi central,
en el pensamiento cristiano, en la oración y en la
piedad.

En este sentido, Brown se equivoca de nuevo. El
cristianismo no ha reprimido la atención a lo «sagrado
femenino». En María, la cristiandad católica
y ortodoxa lo ha celebrado y alimentado.

Además, ignorar eso es ignorar la verdad. Si la
verdad interesa, esta es la verdad.

Capítulo 7

¿Dioses
robados? El cristianismo y las religiones
mistéricas

Esto tienes que haberlo oído antes:

Los temas cristianos de un dios muerto y resucitado, de
la iniciación por el agua y el
alimento sagrado no son exclusivos. Pueden encontrarse mitos
similares por todo el Mediterráneo en ese periodo. Por lo
tanto, se llega a la conclusión de que los cristianos
copiaron de lo que ya había en el ambiente la
Resurrección del Hijo de Dios, su Bautismo y su
Eucaristía, transformando lo que no era más que un
sistema filosófico en una nueva y atrayente
religión.

Esto puede arrojarte a los leones.

En cualquier caso, los autores de esta
superchería siempre olvidan la última
parte.

Brown nos ofrece una versión de esta
teoría en El Código Da Vinci. Es corta,
enrevesada y no se remite a las pruebas, pero puede confundirte
si la tomas literalmente. Algo que, por cierto, no debes
hacer.

La evidencia

En El Código Da Vinci, nuestro personaje
erudito particular, Teabing, afirma que la doctrina sacramental,
las prácticas rituales y el simbolismo cristiano que
conocemos son el resultado de la «transformación
mágica» o adaptación de los símbolos y ritos paganos por parte de los
cristianos para su propio uso.

El primer problema que surge ante la teoría de
Brown se debe a que lo mezcla todo con Constantino (por
supuesto): imágenes de «los discos solares
egipcios» que se convierten en las aureolas de los santos
católicos, Isis amamantando a Horus, en las
imágenes de María amamantando a Jesús, y el
Acto de «comer a Dios», en la
comunión.

Pues bien: Constan tino no hizo nada de esto. De
acuerdo: el trato de Constantino hacia cristianos y paganos
durante su reinado fue incoherente según unos y flexible
según otros. Por ejemplo, el Dios Sol ocupaba un lugar
prominente en la acuñación de moneda incluso cuando
Constantino gastaba dinero a raudales en la construcción de templos católicos.
Pero lo que definitivamente no hizo, aunque lo diga Brown, fue
incorporar símbolos paganos, fechas y ritos, a la
creciente tradición cristiana».

Pero la cuestión sigue en pie: aunque Constan
tino no lo hizo, muchos sitios de Internet y también
algunos libros sobre
el tema podrían hacerte creer que existe una
relación entre las creencias y las prácticas
cristianas, y las «religiones
mistéricas» que aparecieron en el Oriente
Próximo durante los cuatro primeros siglos después
de Cristo.

¿Habrá nacido de un plagio el
cristianismo?

Misterios sobre misterios

Esas religiones mistéricas -de las que parece ser
que se apropiaron los cristianos para sus creencias y sus
prácticas, y que formaban un grupo que surgió por
casi todo el antiguo Oriente Próximo- veneraban a unos
dioses distintos entre sí, aunque compartían
ciertos rasgos.

No eran deidades del culto oficial, que exigía un
cumplimiento público de los deberes religiosos con objeto
de obtener el favor divino. De hecho, son numerosos los expertos
que mantienen que esos cultos mistéricos surgieron porque
la religión protegida oficialmente no llegaba a colmar sus
auténticas necesidades espirituales.

Las religiones mistéricas hacían
hincapié en la salvación individual, en la iluminación y en la vida eterna por medio
de una unión con la deidad a través de unas
prácticas secretas de culto. A pesar de ser diferentes, la
mayoría de las religiones mistéricas tendían
a concentrarse en la unión del aspirante con lo divino a
través de una reconstrucción de sucesos
místicos que solían implicar a una deidad muerta y
resucitada.

Antes de entrar en materia es
preciso hacer dos puntualizaciones históricas.

El personaje de Teabing dice en la
novela que los cristianos adoptaron «directamente»
los altares de las religiones mistéricas. Lo cierto es que
todas las religiones antiguas usaron para los sacrificios altares
hechos de rocas apiladas,
de madera o de
piedra. La fe cristiana explica que uno de los dos aspectos de la
Eucaristía es el memorial y actualización del
sacrificio de Cristo. En el Nuevo Testamento aparecen referencias
a los altares.

En primer lugar, independientemente de lo que pienses
sobre las raíces cristianas, en lo primero sobre lo que
debes reflexionar no es en las antiguas religiones paganas, sino
en el judaísmo.

Jesús era judío, y la gran mayoría
de sus seguidores después de su muerte y su
resurrección fueron judíos. Los fundamentos de la
fe cristiana en Jesús e incluso, la piedad fueron
establecidos en aquellas dos primeras décadas, como lo
confirman las cartas de Pablo
escritas entre los años 50-60 d.C..

Entonces, ¿no te sorprende el intento de
relacionar el bautismo cristiano con las inmersiones rituales de
las religiones mistéricas? Recuerda que el rito de la
purificación por agua para
judíos y conversos se practicaba en tiempos de
Jesús. Recuerda que lo hacía Juan Bautista, que no
era un seguidor de Mitra. Y bautizaba.

¿Y lo que se refiere a la Eucaristía?
Teabing en la novela la llama «comer a Dios» y de
nuevo sugiere que es una copia de los ritos mistéricos de
antiguas tradiciones paganas. En este caso, ignora completamente
el hecho que recordaban los primeros cristianos: que la
Última Cena fue la cena de la Pascua (según los
Sinópticos; Juan la sitúa el día anterior).
Sus celebraciones eucarísticas representaban la
Última Cena, un acto que fue descrito con términos
judíos: nueva alianza, sacrificio, etc.

Segunda puntualización que es preciso recordar:
la mayoría de las pruebas que tenemos sobre las
prácticas de las religiones mistéricas datan del
siglo III al V, y lo que es más importante, no se ha
encontrado prueba arqueológica alguna que indique la
existencia de cultos mistéricos durante el siglo I en
Palestina,
lugar de nacimiento del cristianismo.

Así que, si te enfrentas con esas afirmaciones,
cambia la dirección. ¿Alguien te dice que el
cristianismo adaptó las comidas paganas comunes a la
Eucaristía? ¿De veras? ¿Dónde
está la prueba de la causa y el efecto? No aceptes otro
material ni más textos que los que coincidan exactamente y
de primera mano con la época y las limitaciones
geográficas.

Ya quisieran haber encontrado algunos.

El Dios-Sol

Brown implica al emperador Constantino en ese proceso de
«transformación mágica» cuando dice
que, al divinizar a Jesús, Constantino se limitó a
convertir el culto al Sol en el culto al Hijo, y ahí lo
tienes: un Hijo de Dios al que previamente tenías por un
simple «maestro mortal».

Como hemos visto, el emperador Constantino no
inventó la idea de la divinidad de Jesús. Los
cristianos le definieron y dieron culto como a Dios desde el
siglo I .No obstante, es cierto que, en distintos momentos del
reinado de Constantino, las celebraciones religiosas oficiales
honraban lo mismo al dios Sol que al Hijo de Dios
cristiano.

En el 274 d.C., el emperador Aureliano había
elevado a nuevas alturas el culto al dios Sol, aclamando a la
deidad como «Señor del Imperio
Romano» y construyendo en Roma un enorme templo en su
honor (ver W. H. C. Frend, The Rise of Christianity, p.
440). El culto a esta deidad se prolongó durante unas
pocas décadas, y los cristianos fueron perseguidos, a
veces duramente, hasta que Constantino asentó su poder en
la mitad occidental de su Imperio en el año
312.

A su guiso lleno de digresiones mitológicas,
Brown añade también una deidad pagana
mezclándola con el dios Sol. Teabing introduce al dios
pagano Mitras como modelo de la fe cristiana en Jesús,
afirmando que ostentaba un título semejante y que
«fue enterrado en una tumba excavada en la roca y
resucitó al tercer día».

Mitras fue un dios de formas muy variadas. Durante
siglos después de Cristo, su culto fue principalmente el
de una religión mistérica, muy popular entre los
hombres, especialmente los soldados. Al contrario de lo que
asegura Brown, en las investigaciones sobre Mitras no
aparecen advocaciones atribuidas a él como la de
«Hijo de Dios» o «Luz del Mundo». Tampoco
se menciona una muerte y una resurrección en la mitología mitraica. Parece ser que Brown ha
obtenido esta información de un desacreditado historiador
del siglo XIX, que no proporciona documentación sobre su aserto. Y el mismo
historiador es la fuente, a la que alude Brown, de la
conexión con Krishna. En la actual mitología
hindú de Krishna no aparecen datos sobre el oro, el
incienso o la mirra en el momento de su nacimiento.

Constantino, como todas las personas de su tiempo,
atribuía su éxito a
los poderes divinos. Sencillamente, no está claro que,
durante la mayor parte de su reinado, distinguiera entre el dios
Sol y el Único Dios del cristianismo. Corno apunta el
historiador W. H. C. Frend, a lo largo del reinado en el que
Constantino fue asentando sus normas y
estabilizando el Imperio, «… no abandonó su
lealtad al dios Sol, aunque se consideraba un servidor del Dios
cristiano».

Sin embargo, parece ser que, al acercarse el final de su
vida, Constantino hizo su elección y recibió el
bautismo (no bajo presión,
como afirma Brown) antes de morir en el 337 d.C. Era frecuente
que los aspirantes al cristianismo esperaran hasta el momento de
su muerte para bautizarse, especialmente los que se encontraban
en situaciones que implicaran la comisión de un pecado,
corno el de quitar la vida a otros. Los pecados cometidos
después del bautismo se examinaban estrictamente durante
aquel tiempo, y la penitencia para los graves significaba la
amenaza de excomunión de la comunidad
cristiana.

Brown repite dos afirmaciones concretas relacionadas con
el cristianismo y el dios Sol. En primer lugar, asegura que la
elección del 25 de diciembre como fecha de la Navidad
tenía como objeto sustituir la celebración pagana
del nacimiento del dios Sol, una fiesta instituida por
Aureliano.

La mitra es una pieza con la que se
cubren los obispos la cabeza en la Iglesia occidental. El
personaje de Teabing dice en la novela que es una
adaptación de las religiones mistéricas, pero la
mitra no se empezó a emplear hasta el siglo XI. En
Oriente, la zona más cercana a los cultos
mistéricos, los obispos usan corona.

No existen pruebas de una relación concreta entre
ambas fechas, especialmente porque no hay documentación
que indique que Constantino patrocinara la celebración del
nacimiento de Jesús el 25 de diciembre. Encontramos la
primera mención de esa fiesta en Constantinopla en el 379
o 380 d.C., festividad que se extendió gradualmente por
toda la Iglesia oriental. Además, otra prueba sugiere
-como lo hace el historiador William Tighe- que la
elección del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de
Cristo dependió realmente de otros factores inherentes al
cristianismo:

Aproximadamente en el siglo II, los cristianos
occidentales habían fijado el 25 de marzo como fecha de la
crucifixión de Jesús, apoyándose en una
antigua tradición judía, según la cual, los
grandes profetas morían el mismo día en que
habían nacido o habían sido concebidos. Y
así, el 25 de marzo se fijó en Occidente como el
día en que Jesús fue concebido por el Espíritu
Santo en el vientre de María (hoy se celebra como
fiesta de la Anunciación). Y contando nueve meses a partir
de esa fecha, llegamos al 25 de diciembre.

No tenemos la seguridad, pero lo cierto es que no hay
evidencias que relacionen directamente la fiesta de Aureliano con
la Navidad, que se celebró por primera vez un siglo
después, cuando el cristianismo se había convertido
en la religión oficial del Imperio Romano.

¿Hablamos ahora del domingo?

A través del personaje de Teabing, Brown afirma
alegremente que Constan tino trasladó simplemente el
sábado, día de descanso y de culto, al Día
del Sol (el domingo).

Esto es absurdo. Tenemos la completa seguridad de que el
domingo fue un día especial para los cristianos desde el
siglo I, aunque, por supuesto, no lo nombraban así. El
Apocalipsis, escrito a finales del siglo I, le llama el
«Día del Señor» (1, 10). Y por todas
partes se le ha llamado el «Día Primero» y
también el «Octavo Día», término
que se refiere a un octavo día de la acción
creadora de Dios.

A mediados del siglo II, la práctica de las
reuniones eucarísticas en el domingo ya estaba firmemente
establecida, y ya aparece en los Hechos de los Apóstoles
(ver 20, 7). El mártir Justino, que escribe desde Roma en
esa época, describe detalladamente las asambleas
eucarísticas semanales celebradas en ese
día.

Como se ve, Constantino no trasladó el culto
cristiano del sábado al domingo. Los cristianos
habían estado celebrando la Eucaristía en domingo
durante siglos. Lo que hizo fue establecer la semana de siete
días, ya conocida y practicada en otros lugares, como base
del calendario, y luego fijó el domingo como día de
descanso para todo el Imperio. Previamente, el tiempo se
había marcado de manera oficial en el Imperio utilizando
tres días importantes al mes como puntos de referencia:
las calendas (el primero), las nonas (el
séptimo) y, por supuesto, los idus (el
decimoquinto).

Hasta aquel momento, los judíos y algunos paganos
que honraban a Saturno habían fijado el sábado como
día de descanso, pero Constantino institucionalizó
el domingo con objeto de crear el calendario oficial romano. En
cierto sentido, el hecho agradó a los cristianos, pero
seguramente verían mitigada su alegría ante el
nombre que Constantino dio a aquel día: dies
Solis.

Las aureolas se emplearon en el arte
antiguo para distinguir a los dioses y también a los
emperadores. En el arte cristiano aparecen en los siglos III y
IV, al principio solamente en tomo a la figura de Cristo, una
selección simbólica que indicaba la
asociación de Cristo con la luz. Es un símbolo,
como la corona, pero no pertenece necesariamente a ninguna
creencia en particular.

Ciertamente, vemos que el emperador Constantino, en su
afán por unificar el Imperio y asentar su poderío,
parecía caminar entre dos aguas en el terreno religioso.
Empleaba los símbolos cuando le eran útiles y
convenían a su estrategia, por
lo menos durante aproximadamente la primera década de su
reinado, después de la cual recorrió un camino algo
más directo hacia el cristianismo.

Sin embargo, sí sabemos que lo que dice Brown no
es cierto. Constantino no instituyó la Navidad el 25 de
diciembre, y no trasladó del sábado al domingo el
día de culto de los cristianos.

El tema fundamental

Brown pretende hacemos creer que la validez de las
doctrinas religiosas, creencias y símbolos dependen, desde
el principio hasta el fin, de la plena independencia
de otras doctrinas religiosas, creencias y símbolos.
Sencillamente, así no es como funcionan las doctrinas
religiosas humanas. Existen determinados aspectos de la vida que
todos compartimos, y eso parece tener una intrínseca
capacidad para suscitar lo trascendente.

En el nacimiento y en la muerte nos encontramos con el
misterio y el milagro de la existencia y con la esperanza en algo
más.

En el agua y el óleo encontramos la limpieza, y
ello nos lleva a pensar en nuestra propia necesidad de
purificación.

Al compartir la comida, encontramos alimento y comunidad
cristiana.

Hay muchas palabras, muchas «cosas» en la
vida humana que nos tienen que ayudar a simbolizar y a hacer
presentes las verdades que nos han sido reveladas.

El hecho de que en otras religiones haya ceremonias de
purificación por agua y comidas rituales no afecta a la
realidad de la validez de la piedad cristiana. No hay pruebas que
indiquen, como dice Brown, una adaptación directa de los
fundamentos de la fe y la piedad cristiana a partir de las
religiones mistéricas. Las raíces del cristianismo
están en el judaísmo. Los seres humanos abrazan y
viven el cristianismo en medio de la cultura y la sociedad
humanas, y la manifestación de su fe ha de ser activa,
adoptando el simbolismo que hace sus creencias más
comprensibles. Este dinamismo realza y profundiza nuestros
conocimientos y experiencia de la fe.

Es exactamente una cuestión de sentido
común. Este es el modo en que funciona el mundo y, como
creen los cristianos, el modo en que Dios actúa en
él.

Capítulo 8

¿Seguro que
ha entendido correctamente a Leonardo?

No. realmente no.

Si quieres saber cómo se equivoca Brown sobre
Leonardo da Vinci, solo necesitas pensar en algo tan sencillo
como el nombre del artista.

Empezando por el título y continuando por la
novela, Brown y todos sus eruditos personajes se refieren al
artista simplemente como «Da Vinci», como si fuera su
nombre.

Pues bien, ¿sabes una cosa? Ese no es
su nombre.

Ninguna literatura histórica
o libro de referencia le nombra de ese modo.

Su nombre era «Leonardo». Hijo
ilegítimo de un tal Piero da Vinci, nació en la
ciudad de Vinci, cerca de Florencia. De modo que, obviamente,
«Da Vinci» significa «que procede de la ciudad
de Vinci».

Alguien que afirma ser un experto en arte y que se
refiere continuamente a él como «Da Vinci» es
tan creíble como un supuesto experto en religión
que llamara a Jesús continuamente como «de
Nazaret».

Busca un libro de historia y leerás cosas sobre
Leonardo, no «Da Vinci». Ve a la biblioteca y pide
una biografía del artista. No la
encontrarás en la «D» ni en la
«V». La encontrarás en la «L» de
Leonardo, porque ese es su nombre.

Quizá estemos de acuerdo en esto: un autor que ni
siquiera puede dar el nombre del personaje histórico
central de su libro, no merecería que confiáramos
en sus conocimientos de historia. Ciertamente, puede
entretenernos de otro modo, pero, por favor, que no pretenda que
El Código Da Vinci nos informe sobre
historia, religión o incluso arte.

¿Quién fue Leonardo?

Leonardo es, seguramente, una de las figuras intelectuales
más intrigantes de la historia occidental. El conjunto de
su trabajo y sus ideas podrían proporcionar tema para
muchas novelas, pero el
auténtico Leonardo, tal y como lo conocemos, muestra muy
poco parecido con el que Brown nos presenta.

Afirma que Leonardo era «abiertamente homosexual y
adorador del orden divino de la naturaleza, cosas ambas que le
convertían en pecador a los ojos de la
Iglesia».

Según Brown, Leonardo tuvo una «ingente
obra artística de pasmoso arte cristiano»:
«cientos de encargos lucrativos del Vaticano, aunque en
constante conflicto con la Iglesia».

En realidad, el único conflicto constante de
Leonardo con «la Iglesia» se debía a su
tendencia a abandonar, sin concluirlo, el trabajo que
tenía contratado. Pero ese es otro tema.

La imagen general que obtenemos del artista en El
Código Da Vinci
es la de un genio desafiante,
obsesionado por su rechazo al cristianismo y vertiendo ese
rechazo en la enorme producción de su obra. (¡Ah!, y
también la de un gran maestre del Priorato de Sión,
una organización que, como veremos en el
próximo capítulo, probablemente no existió
nunca, sobre todo, en la forma y modo que indica
Brown).

Esa imagen no capta la realidad de lo que fue Leonardo,
especialmente, en el contexto de su tiempo.

Tomemos, en primer lugar, el material de prensa amarilla.
¿Fue Leonardo «abiertamente homosexual»? No
existen pruebas de que lo fuera. En 1476, fue acusado de
sodomía, junto a otros tres, con un joven prostituto
florentino. Los cargos fueron desestimados.

Esta es la única mención a su posible
actividad homosexual -o a cualquier otra actividad sexual-
relacionada con Leonardo, según las primeras fuentes que
relatan su vida, incluido el voluminoso volumen de sus
cuadernos. En su biografía de Leonardo, Leonardo da
Vinci,
Sherwin B. Nuland escribe:

«Ese episodio es el único indicio de la
actividad sexual de Leonardo, y los más concienzudos
estudiosos de su vida afirman que nunca tuvo
lugar».

Por lo tanto, como dice el historiador Bruce Boucher, en
su artículo de The New York Times del año
2003, «a pesar de la acusación de sodomía
contra él cuando era joven, las pruebas de su
orientación sexual continúan siendo fragmentarias y
no definitivas».

Hablemos ahora de la ingente producción de
pasmoso arte cristiano. Quizá Brown está al tanto
de alguna información secreta, porque lo que ha
sobrevivido, incluidos unos bocetos preliminares, refleja, todo
lo más, una docena de pinturas de tema cristiano.
Ciertamente no eran los «cientos de encargos lucrativos del
Vaticano». Cerca del final de su vida, Leonardo
trabajó bajo el mecenazgo de un único Papa,
León X, aunque pasaba parte de su tiempo ocupado en
experimentos
científicos.

Ciertamente, cuando observamos la obra de Leonardo en
términos de cantidad, no es la pintura lo que
destaca: destacan los cientos de dibujos, los
esquemas de ingeniería y arquitectura, los
experimentos científicos y los inventos. Es
ridícula la caracterización de Leonardo como la de
un personaje dedicado a crear cuadros de temas cristianos con
mensajes anticristianos ocultos, sobre todo, porque los cuadros
de tema cristiano ni siquiera parecen ser el centro de
atención de su trabajo.

¿Fue Leonardo un hereje?

En El Código Da Vinci se nos muestra a
Leonardo como una especie de radical en el terreno
espiritual que se burlaba maliciosamente de la tradición
cristiana por medio de un empleo
subversivo de los símbolos en su arte. Antes de sentimos
intrigados y sorprendidos por esta aseveración, veamos en
perspectiva las creencias espirituales de Leonardo.

En la época del Renacimiento, Leonardo da Vinci
vivió en Italia y (durante
corto tiempo) en Francia. «Renacimiento» significa
«un nuevo nacimiento» y no se refiere al renacimiento
de la cultura en general, sino al renacimiento de la cultura
clásica: filosofía, literatura, arte y una
sensibilidad general respecto a las antiguas Grecia y Roma.
Uno de los frutos de las Cruzadas -las continuas guerras entre
los cristianos occidentales y los musulmanes- fue el
redescubrimiento de aquellas obras: manuscritos y obras de arte
que se conservaban en Oriente y que los cruzados llevaron a
Occidente como botín.

Leonardo vivió en una época de actividad
brillante y tumultuosa, centrada en el mundo de naturaleza y en
la vida de los seres humanos en él, y enriquecida por el
encuentro con las culturas griega y romana. Sin embargo, no
podemos afirmar que esta actividad estaba directamente enfrentada
con la Iglesia católica. No lo estaba. La Iglesia ocupaba
todavía el primer lugar en el terreno intelectual de aquel
tiempo: patrocinaba todas las universidades, y muchos de los
investigadores de la cultura clásica en el contexto de su
tiempo fueron clérigos: sacerdotes, monjes e incluso,
obispos.

Leonardo nació y vivió en medio de una
cultura integrada en un cristianismo católico, pero, como
se deduce de sus cuadernos, no era en modo alguno un creyente en
las prácticas tradicionales del catolicismo. No obstante,
escribe sobre Dios y también sobre Cristo. En su
biografía sobre Leonardo (Leonardo: The Artist and the
Man
) Serge Bramly escribe:

«Creía en Dios… aunque quizá no en
un Dios muy cristiano… Descubría a Dios en la belleza
milagrosa de la luz, en el armonioso movimiento de los planetas, en
la intrincada disposición de los músculos y los
nervios en el interior del cuerpo, y en la indescriptible obra
maestra del alma humana. Leonardo no era un católico
practicante. o más bien, practicaba a su modo. Su arte
sigue siendo esencialmente religioso hasta la médula.
Incluso en sus trabajos profanos [no religiosos], Leonardo
alababa la sublime obra creadora del Altísimo, que
pretendía captar y reflejar».

Sin embargo, Leonardo fue un furioso anticlerical.
Criticó la riqueza de algunos clérigos, la
explotación del temor y la credulidad de los creyentes,
así como la venta de
indulgencias y la rebuscada devoción a los
santos.

Por el hecho de vivir antes de que estallara la Reforma
en Europa (Martín Lutero clavó sus 95 Tesis
en la puerta de la iglesia de Wittenberg en 1517, dos años
antes de la muerte del artista), Leonardo manifestaba unas
opiniones que estaban muy extendidas, especialmente en los
círculos intelectuales, aunque también entre muchos
católicos observantes y piadosos, disgustados por los
excesos que observaban en las vidas de los líderes de la
Iglesia.

Por lo tanto, Leonardo, aunque notable y único en
su genio, no era realmente un radical en sus creencias
espirituales, como a Brown le gustaría que pensaras. De
algún modo, era, sobre todo, un hombre de su tiempo:
abierto a la exploración del mundo en la medida de sus
posibilidades, que empleó sus experiencias sobre el mundo
y la humanidad como principio y punto de referencia para sus
investigaciones; un creyente en Dios y, según parece, en
Cristo, pero un profundo anticlerical que desdeñaba los
excesos en la piedad y en las manifestaciones
religiosas.

Ahora, vayamos a sus cuadros.

La Virgen de las Rocas

Según El Código Da Vinci, las dos
versiones de La Virgen de las Rocas, una en el Louvre y
otra en la Nacional Gallery de Londres, pretenden contar la
historia de un Leonardo tratando de comunicar unos secretos
anticristianos.

Pues bien, un sencillo examen del cuadro en
cuestión muestra lo desatinado de la argumentación
de Brown.

Leonardo había recibido el encargo de pintar ese
cuadro como parte de un retablo para la capilla de un grupo
llamado la Cofradía de la Inmaculada Concepción de
María. Brown afirma que se trataba de un grupo de
monjas.

No. Una «cofradía», especialmente en
aquella época, era un grupo de hombres que se organizaban
con un propósito, en este caso, promover la creencia en la
Inmaculada Concepción de María (la doctrina de que
Dios preservó a María del pecado original desde el
comienzo de su vida). Las monjas eran mujeres, no eran
hombres.

La cofradía explicó detalladamente al
artista sus deseos: María en el centro, vestida en tonos
dorados, azules y verdes, acompañada de dos profetas, Dios
Padre en lo alto y el Niño en una plataforma dorada. El
encargo se hizo en 1483, pero, a lo largo de los veinticinco
años siguientes, Leonardo y la cofradía entablaron
una prolongada batalla a causa del cuadro.

Parece ser que la batalla no tuvo nada que ver con los
detalles que menciona Brown, aunque el estilo naturalista de
Leonardo no iba a incorporar las aspectos requeridos por la
fraternidad. No; parece que el conflicto se debiera al pago,
aunque los detalles continúan siendo desconocidos:
Leonardo pedía dinero continuamente y la cofradía
se negaba a dárselo.

¿Por qué hay dos versiones de la obra? Se
supone que en cierto momento el cuadro fue regalado. Hay quien
dice que Ludovico Sforza, gobernante de Milán, lo
entregó al rey francés o al emperador
alemán: esta es la versión que hay en el Louvre. La
segunda, que está en Londres, fue sacada directamente de
la capilla (que ya no existe).

Veamos ahora las sorprendentes afirmaciones de Brown
sobre esta pintura. Asegura que, en ella, Juan Bautista
está bendiciendo a Jesús, todo lo contrario de lo
que cabía esperar.

Bien, la verdad es esta: en ambas versiones,
Jesús es quien bendice a Juan Bautista.

La argucia de Brown consiste en decir que, en el cuadro,
Jesús está junto a María, que le rodea con
su brazo. Y no es así. No hay experto en arte que no opine
que ese bebé que aparece arrodillado a su lado, con las
manos juntas, sea Juan Bautista. Es una disposición
desacostumbrada, pero se ve con mayor claridad en la
versión de Londres, donde Juan viste una pequeña
piel de animal
y sujeta la vara que la iconografía siempre ha asociado
con él. Juan es el bendecido.

¿Y qué sucede con el resto del cuadro del
Louvre? La mano de María, cerniéndose sobre
Jesús, resulta realmente algo misteriosa, pero parece
indicar un sentido de protección. La mano del ángel
no amenaza: señala a Juan Bautista como el profeta al que
hemos de escuchar.

Es una pintura poco corriente, especialmente por el
encargo. Ciertamente, su relación con la Inmaculada
Concepción tuvo que resultar bastante oscura para los
clientes. Sin
embargo, Bramly afirma que es posible establecer una
relación concreta:

«Leonardo parece decir: la lnmaculada
Concepción está pavimentando el camino para la
agonía de la cruz…».

Así pues, Brown adopta la personalidad
de cliente de
Leonardo, confunde las principales figuras del cuadro,
malinterpreta la naturaleza del conflicto y malinterpreta la
pintura.

La Adoración de los Magos

En este momento, Langdon, nuestro protagonista de la
novela, intenta explicar los discutidos mensajes misteriosos de
la obra de Leonardo aludiendo a La Adoración de los
Magos
de la Galería Uffizi en Florencia. Cita un
artículo del New York Times Magazine (una
auténtica referencia del 21 de abril del 2001, fecha de la
publicación) que destaca el trabajo de Mauricio Seracini,
un crítico de arte que supuestamente descubrió unos
tremendos secretos ocultos en ese trabajo.

La Adoración de los Magos es un boceto
para una pintura encargada por un monasterio de Florencia. Parece
ser que Leonardo realizó el trabajo antes de marcharse a
Milán. Según Seracini, una capa de pintura ocultaba
el dibujo
original de Leonardo y, según dice Brown, hubo un
auténtico conflicto sobre la eliminación de dicha
capa de pintura.

Sin embargo, está absolutamente confundido sobre
el motivo. No se trata de que el cuadro revele algo, pues los
dirigentes de los museos de la ampliamente secularizada Italia no
sienten temor por los sentimientos antirreligiosos o
heréticos en el arte. No: la controversia surge a causa de
una división fundamental en el mundo del arte entre los
que se dedican a devolver a la obra artística a su estado
original y los que se oponen a ello.

En el caso que nos ocupa, una vez que se anunciaron los
planes para la restauración -la eliminación de la
capa de pintura, varias personas del mundo artístico
organizaron un grupo llamado Art Watch lmernational que
elevó grandes protestas. Decían que la obra era
demasiado frágil para tal restauración, que no
había pruebas de que el mismo Leonardo no la hubiera
cubierto con la capa de pintura, y que no era un intento por
aplicar el color, sino una
capa preparatoria para poder seguir pintando encima. y
discutían la afirmación (que también hace
Brown en la novela) de que esa capa preparatoria no
procedía de la mano de Leonardo.

En resumen, Art Watch lnternational aseguraba que
la reparación podría dañar la obra a
distintos niveles. Vencieron, y los planes para la
restauración quedaron detenidos en el 2002, pero no por
las razones que alega Brown (para más información,
ver www.artwatchintemational.org).

La Mona Lisa

En El Código Da Vinci, el personaje de
Langdon recuerda una conferencia que
dio a los presos, en la que explicó la Mona Lisa en
términos de androginia, y que el cuadro, según los
análisis realizados por ordenador, muestra unos puntos de
semejanza con los autorretratos de Leonardo, con el decidido
propósito de crear el retrato andrógino de un
hombre-mujer que reflejara su ideal del equilibrio
entre lo masculino y lo femenino. Incluso el nombre «Mona
Lisa» es un anagrama de los nombres de las deidades
egipcias de la fertilidad: Amón (varón) e Isis
(mujer).

Aquí hemos de hacer algunas
puntualizaciones:

La identidad del personaje de Mona Lisa,
también llamada «La Gioconda», pintada
entre 1503 y 1505, es realmente un misterio. Hay docenas de
teorías, ninguna de ellas demostrable: una, de hecho la
más antigua, es la de que se trata del retrato de una
mujer real, Monna Lisa, la esposa de un ciudadano florentino
llamado Francesco del Giocondo.

Según el crítico de arte del New York
Times,
Bruce Boucher, «no existen imágenes
definitivamente documentadas de Leonardo» con las que se
pudiera comparar ese retrato, y Bramly califica de descabellada
la teoría del autorretrato.

Arnón (o Arnmon o Arnun) era un dios del sol
egipcio que, a pesar de ciertas impresionantes proporciones
fálicas, no estaba especialmente asociado a la fertilidad.
Si lo estaba con alguna deidad femenina, era con Muth y no con
Isis.

Además, cualquier relación entre nombres
de dioses egipcios y Leonardo y su pintura puede ser inmediata y
fácilmente descartada gracias al siguiente dato: Leonardo
no ponía nombre a sus cuadros, incluso no los menciona en
cualquiera de sus cuadernos, aunque no cabe duda de que son obra
suya. Aproximadamente tres décadas después de la
muerte de Leonardo, Giorgio Visari, su primer biógrafo,
identificó el trabajo como Mona Lisa. Esta es la
única referencia que encontramos para autentificar el
retrato como el de Mona Lisa, aunque Leonardo no lo
menciona en ninguna parte. Por lo tanto, ¿cómo
podía haber comunicado alguna cosa a través del
título del cuadro cuando, aparentemente, no tenía
nada que ver con aquel nombre?

La Última Cena

Por fin llegamos al núcleo del tema: es La
Última Cena,
llena de códigos que apuntan a un
Jesús casado con María Magdalena y a un enfurecido
Pedro.

Brown afirma que Leonardo comunica en este cuadro su
convicción de que Jesús y María Magdalena
estaban casados, que ella iba a ser la jefa de su Iglesia. que
Pedro no lo aprobaba, y que ella era el auténtico Santo
Grial.

¿En qué se basa? Nos lo explica: porque el
personaje que se ha considerado como el de Juan es en realidad
María Magdalena; por la postura de Jesús y de
María formando una «M»; por una mano sin
cuerpo, supuestamente la de Pedro, que esgrime un cuchillo; y
porque allí no hay cáliz: así que el
cáliz tiene que ser María.

Primero, vayamos a los antecedentes. Leonardo
pintó La Última Cena en la pared del
refectorio de un convento en Milán. Y no es un fresco como
dice Brown. Un fresco es una pintura realizada con pigmentos
disueltos en agua sobre un enlucido de cal húmeda que,
cuando retiene la pintura y se seca, produce fuertes colores y un
efecto duradero. Leonardo trabajaba con demasiada lentitud como
para emplear el fresco y trataba de hacer algo diferente.
así que puso una delgada base sobre la pared de piedra y
pintó sobre ella con témpera. Fue una desgraciada
elección. porque, pocos años después de
acabado el mural, la pintura empezó a perder color ya
desconcharse.

Para comprender perfectamente esta pintura. es
importante considerar que no se trata de una Última Cena.
en general. Representa un momento específico basado en un
pasaje determinado de la Escritura.

Cuando pensamos en la Última Cena, la asociamos
inmediatamente con la institución de la Eucaristía.
Brown juega con esta experiencia, indicando que en la pintura no
hay cáliz ni el imprescindible pan. Dice que la ausencia
de cáliz implica que María es el Santo Grial, y
así sucesivamente.

La cuestión es que el tema de esta pintura no
representa el momento de la institución de la
Eucaristía. En cambio, se
refiere al momento en que Jesús anuncia que alguno de sus
discípulos le va a traicionar, como está
específicamente descrito en el Evangelio de
Juan:

«Dicho esto, Jesús se turbó en su
espíritu, y declaró: 'Os lo aseguro: uno de
vosotros me entregará'. Los discípulos se miraban
unos a otros sin saber a quién se refería. Uno de
sus discípulos, aquel al que Jesús amaba, estaba
reclinado sobre el pecho de Jesús. Simón Pedro le
hizo señas y le dijo que preguntara '¿De
quién habla?'. Inclinándose sobre el pecho de
Jesús, le preguntó: 'Señor,
¿quién es?

Leonardo intentó que cada una de las figuras
expresara su personal respuesta al anuncio de la traición.
Es un momento intensamente dramático, con los
apóstoles apartándose de Jesús,
dejándole aislado en cierto modo, hablando entre ellos,
preguntándose quién puede ser el traidor e
incluyendo la imagen de Pedro dirigiéndose a Juan. Pero no
trata el tema de la institución de la Eucaristía,
porque el Evangelio de Juan, a diferencia de los
Sinópticos, no contiene el relato directo del hecho y, por
lo tanto, en esta especial representación el cáliz
no es necesario.

¿Es realmente de María Magdalena la figura
que todos creemos de Juan?

No. En aquel tiempo, San Juan se representaba
invariablemente como un hermoso joven. Nos puede parecer muy
femenino pero, para la gente de aquella época, era
claramente un hombre sentado junto a Jesús, como aparece
siempre en las representaciones de esta escena.

¿Por qué no relata Juan
la institución de la Eucaristía? La mayoría
de los expertos creen que, en la época en que se
escribió el Evangelio, a finales del siglo I los
cristianos pensaban que solamente los plenamente iniciados
debían conocer los detalles de los ritos más
sagrados. Por ejemplo, este era el motivo de que los conversos no
tuvieran acceso a la Palabra de Dios hasta un par de semanas
después del bautismo, y ciertamente, no participaban en la
liturgia completa hasta que estaban iniciados. Es de suponer que
el Evangelio de Juan expresa esta práctica.

La crítica
de arte Elizabeth Levy nos ayuda a comprender este tema con gran
profundidad:

«Brown aprovecha el rostro de suaves rasgos y la
figura de un Juan imberbe del cuadro de Leonardo para
presentarnos su fantástica afirmación de que se
trata de una mujer. Por otra parte, si realmente San Juan fuera
Mana Magdalena, hemos de preguntamos por el apóstol que
falta en aquel crítico momento. El problema real es el
resultado de nuestra falta de familiaridad con los "tipos". En su
Tratado de la Pintura, Leonardo explica que cada personaje
debe ser pintado con arreglo a su edad y condición. Un
hombre sabio tiene ciertas características, una anciana
otras y los niños
otras. Un tipo clásico, como en muchos cuadros del
Renacimiento, es el "estudiante". El favorito, el protegido o el
discípulo son siempre hombres muy jóvenes,
totalmente afeitados y de cabello largo, con objeto de transmitir
la idea de que aún no han madurado lo suficiente como para
haber encontrado' su camino. A lo largo del Renacimiento, los
artistas pintaron así a San Juan: es el estudiante ideal;
es el "discípulo amado", el único que
permanecerá al pie de la cruz. Y lo representaron siempre
como un joven imberbe, sin la fisonomía dura y resuelta
del hombre. LA Última Cena de Ghirlandaio o de
Andrea del Castagno nos muestran al mismo dulce y joven
Juan» (de un artículo en www.zenit.org). Como
escribe el 3 de agosto del 2003 en el New York Times el
critico de arte Bruce Boucher, la mano misteriosa sin cuerpo que,
según Brown, amenaza a María Magdalena tiene
también una explicación:

«… pero no es una mano sin cuerpo. El dibujo
preliminar y las copias posteriores de La Última
Cena
demuestran que la mano y el cuchillo pertenecen a Pedro:
una referencia al pasaje del Evangelio de San Juan en el que
Pedro saca la espada en defensa de
Jesús».

Sí; La Última Cena es un cuadro
sugerente, rico en posibilidades para la meditación, por
ejemplo, en nuestra propia actitud hacia
Jesús cuando consideramos las distintas reacciones de los
apóstoles. Pero no hay en él nada de lo que Brown
sugiere. Sencillamente, las pruebas no están
ahí.

Y no lo olvides: se trata de Leonardo.

Capítulo
9

El Grial, el Priorato y los Caballeros
Templarios

La historia de la imagen del Santo Grial es ambigua y
misteriosa, y conduce fácilmente al mito, la
fantasía y lo novelesco. Ha desempeñado un
importante papel en las leyendas (Rey
Arturo), la poesía
(The Idylls of the King, de Alfred Lord Tennyson) y,
naturalmente. la ópera (Parsifal y
Lohengrin, de Richard Wagner).

Desde esta perspectiva no podemos criticar a Brown por
inspirarse en El enigma sagrado y La revelación
de los Templarios
y aprovecharlos para una novela. Puede
resultar algo desagradable. pero el hecho de usar la imagen de
ese modo es coherente con el empleo que hace de ella durante todo
su relato.

No obstante, sigue siendo un tema de discusión.
pues el propósito de El Código Da Vinci es
el de cruzar la línea que divide la mera ficción y
la posibilidad. En cada una de sus páginas presenta a sus
lectores unas pruebas que parecen aceptables y les deja
preguntándose si son veraces.

¿Existe alguna tradición fundamentada en
el hecho de considerar a María Magdalena y a su vientre
como el Santo Grial? ¿Es cierta la implicación de
los Caballeros Templarios y del Priorato de Sión en todo
ello?

En una palabra: no.

El Santo Grial

La leyenda del Santo Grial es oscura, basada
quizá en la bruma de las leyendas célticas sobre
los recipientes de sangre que
vivifican. El primero y más importante texto sobre el
Grial es el poema medieval Perceval, de Christian de
Troyes, que vivió en el siglo XII.

La descripción concreta del Grial varía
de unas leyendas a otras: era una vasija maravillosamente
cubierta de joyas, capaz de proporcionar unas cantidades
ilimitadas de comida y bebida; era el plato en el que
Jesús y sus apóstoles comieron el cordero pascual;
era la copa que Jesús usó en la Última Cena,
o el frasco en el que José de Arimatea guardó la
sangre que manaba del cuerpo crucificado de Cristo.

En la leyenda, una mujer, cuya existencia ha dado pie a
numerosas investigaciones, protegía el Grial. Las leyendas
del Grial son una mezcla de folclore, novela y mitos religiosos.
Aunque hay varias copas por todo el mundo consideradas como el
Santo Grial, la copa de Jesús en la Última Cena, la
Iglesia no ha incorporado formalmente el tema del Grial a su
tradición.

El papel de la mujer como protectora del Santo Grial,
así como los ejemplos en los que aparece grabada la imagen
de un niño, remiten ciertamente a un simbolismo
relacionado con la gestación y con el parto. Sin
embargo, no existe una tradición que relacione
explícitamente el Grial con los símbolos de la
«diosa desaparecida», con María Magdalena o
con la descendencia de Jesús (como aseguran los autores de
El enigma sagrado, y como afirma Brown). Y cuando la
mayoría de los expertos conocedores de este simbolismo lo
emplean en un contexto cristiano, lo relacionan con la Virgen
María, hacia la que se acrecentó la devoción
durante la Alta Edad Media.

¿Y qué decir del asombroso y apasionante
momento de la novela, cuando Teabing divide la palabra francesa
sangreal? Asegura que la etimología tradicional la
divide en san Creal, pero ¡ah, no!, veamos lo que
sucede si la partimos en Sang Real: ¡significa sangre Real!
¡La prueba!

Tengo ante mis ojos un artículo sobre el Santo
Grial de la edición
de 1914 de la Catholic Encyclopedia. Dice
así:

«La versión de «San Greal» como
«sangre real» no se difundió hasta el final de
la Baja Edad Media».

En el contexto de las historias tradicionales del Grial,
«sangre real» es, por supuesto, la sangre de Cristo.
Esa peculiar división de la palabra no fue una gran
noticia al final de la Edad Media, ni en 1914, ni lo es
ahora.

Los Caballeros Templarios y el Priorato de
Sión

Las historias que nos cuenta Brown sobre los Caballeros
Templarios y el Priorato de Sión se basan en el material
-no es necesario repetirlo- de El enigma sagrado y La
revelación de los Templarios.
De hecho, la mayor parte
de lo que dice carece de fundamento.

En primer lugar, es preciso saber que, en contra de las
afirmaciones de Brown al comienzo de su libro, el Priorato de
Sión no era la
organización que él describe. Los documentos
que cita, junto con la famosa lista de grandes maestres, que
incluye a Víctor Hugo y, por supuesto, a Leonardo, son
unas supercherías introducidas en la Biblioteca Nacional
Francesa, posiblemente, a finales de 1950.

Esta es la historia en breves trazos:

Existen pruebas evidentes de que el Priorato de
Sión surgió en Francia a finales del siglo XIX. Se
trataba de una organización derechista dedicada a luchar
contra el gobierno
establecido.

Este nombre aparece de nuevo antes de la Segunda Guerra
Mundial gracias a los esfuerzos de un hombre llamado Pierre
Plantard. Plantard era un «antisemita» que luchaba
por «purificar y renovar» Francia. A mediados de
1950, Plantard comenzó a proclamar que era el heredero del
trono francés por la línea merovingia. Creó
una asociación llamada el Priorato de Sión,
distribuyó por las bibliotecas y por
los archivos
franceses ciertos documentos falsos que acreditaban su
antigüedad y propagó el mito de la
«descendencia real de Jesús».

Y como concluye Laura Millar su artículo de
The New York TImes, del 22 de febrero del 2004:

«Por último, la veracidad de la historia
del Priorato de Sión se reduce a un alijo de recortes y
documentos sin firma que, hasta los autores de Holy Blood,
Holy Grial (El enigma sagrado)
insinúan que fueron
introducidos en la Biblioteca Nacional por un hombre llamado
Pierre Plantard. A comienzos de 1970, uno de los colaboradores de
Plantard confesó haberle ayudado a fabricar el material,
incluidos los árboles
genealógicos que acreditaba a Plantard como un
descendiente de los merovingios (y, posiblemente, de Jesucristo),
además de una larga lista de «grandes
maestres» del anterior Priorato. Este claramente absurdo
catálogo de célebres estrellas de la
intelectualidad como Boticelli, Isaac Newton,
Jean Cocteau y, naturalmente, Leonardo, es la misma lista que
Brown pregona, junto con el supuesto pedigrí del
Patronato, en la presentación de El Código Da
Vinci
bajo el encabezado de «Los hechos». Por
cierto, se demostró que Plantard era un empedernido
granuja fichado por fraude y
afiliación a grupos de ultra-derecha y de lucha
antisemita. El auténtico Priorato de Sión era un
grupo reducido e inofensivo de amigos con idénticas ideas
creado en 1956.

«El fraude de Plantard fue desmantelado por una
serie de libros franceses (todavía sin traducir) y un
documental de la BBC de 1996, pero, curiosamente, esa serie de
sorprendentes revelaciones no han resultado ser tan populares
corno las fantasías de Holy Blood, Holy Grial (El
enigma sagrado)
y, en este caso, como El Código Da
Vinci».

En El Código Da Vinci,
la iglesia de Saint-Sulpice (edificada de 1646 a 1789) era el
lugar en el que el Priorato de Sión ocultaba un secreto
relacionado con el Grial. La mítica historia del
inexistente Priorato saca a la luz esta relación que, en
realidad, no existió. La «Línea Rosa» y
el obelisco carecen de significado esotérico. La verdad es
que un número sorprendente de templos europeos eran
también observatorios astronómicos. Había un
pequeño orificio en el techo o en un muro, y el movimiento
del sol trazaba una línea sobre el suelo. Cuando
el sol
incidía en un punto determinado, el obelisco en este caso,
había llegado el solsticio de invierno o de
primavera.

Hablando claro: nunca ha existido un Priorato de
Sión como un grupo dos veces milenario dedicado a proteger
el Grial.

Sin embargo. sí existieron los Templarios.
fundados en Tierra Santa después de la conquista de
Jerusalén en el siglo XI. Los Caballeros, llamados
también Caballeros Pobres de Cristo y del Templo de
Salomón, eran una orden monástica de caballeros.
Eran «monjes» en el sentido de que hacían
votos -especialmente, el de proteger los Santos Lugares y el
recorrido de los peregrinos- y vivían la obediencia a una
regla que marcaba sus obligaciones
religiosas (Misa y oración diarias, dirigidas por
sacerdotes de la Orden) y las exigencias de su comportamiento:

«Precisamente, algunas ordenanzas parecían
tener el objeto de limitar los excesos del ideal caballeresco.
Tenían que ser personas humildes, de recursos
limitados… No podían participar en torneos ni en
cacerías» (The Waniors of the Lord, de
Michael Walsh).

El poder de los Caballeros Templarios se
acrecentó a lo largo de los siglos XIII y XIV, así
como el de otras Órdenes militares, incluida su principal
rival, los Hospitalarios. Amasaron grandes riquezas y actuaron
como casa de banca en
París y en Londres.

¿Tuvieron los Templarios alguna relación
con la leyenda del Grial? No hasta el siglo XIX, según
parece, cuando aumentó el interés por las
sociedades secretas, especialmente, por la masonería. En
1818, el alemán Joseph von Hammer-Purgstall publicó
un libro, Mystery of Baphomet Revealed, en el que esboza
una supuesta historia de Caballeros Templarios a los que describe
como devotos de Mahoma y guardianes del Santo Grial. En esta
versión no se trata del cáliz de la Última
Cena, sino de una especie de conocimiento gnóstico, y en
particular, «de una rama especial de gnósticos a los
que maldijo Cristo». Es patente que las modernas
especulaciones sobre los Templarios hunden sus raíces en
este tipo de escritos.

Volvamos a la auténtica historia. Ciertamente, la
Orden fue disuelta, pero Brown no da los detalles
exactos.

En primer lugar, centra sus críticas en el Papa
Clemente V, pero las pruebas demuestran claramente que fue el rey
francés Felipe IV quien decidió suprimir a los
Templarios a causa de su propia quiebra frente a
las grandes riquezas de las que eran dueños. El 13 de
octubre de 1307 dio el primer paso mandando arrestar a todos los
Templarios de Francia, no de Europa como dice Brown, aunque es
correcta la subsiguiente asociación de esta fecha, viernes
13, con la mala suerte.

La actuación de Felipe indignó al Papa,
pues los Caballeros Templarios estaban bajo su protección,
pero en noviembre, cediendo a las presiones, accedió a la
campaña en todo el continente.

¿Inventaron y propagaron los
Caballeros Templarios la arquitectura gótica como un medio
de transmitir la importancia de la «divinidad
femenina»? No existen datos que impliquen a los Caballeros
Templarios en la arquitectura, excepto para la
construcción de sus propias iglesias. El estilo
gótico se desarrolló y perfeccionó, en
primer lugar, en Francia desde el 1100 hasta el 1500, como una
investigación del modo de construir los
muros de las iglesias más altos y más resistentes,
además de conseguir dejar pasar la mayor cantidad posible
de luz. Las construcciones góticas están cargadas
de simbolismo, pero no hay nociones de una imitación
explícita y deliberada de la anatomía
femenina.

Cuando trata de los Templarios, Brown suele referirse al
«Vaticano» como origen de las decisiones papales. Una
vez más se equivoca de un modo que trasluce su
desconocimiento fundamental de este período. Durante
aquellos años, el Papa Clemente V no vivía en el
Vaticano, ni siquiera en Italia. Vivía en Avignon,
Francia, como un virtual prisionero del rey Felipe IV, sometido a
tremendas presiones por parte del monarca.

Los Templarios fueron definitivamente disueltos en 1312
por el Concilio de Viena que, aunque dudaba en hacerlo, tuvo que
entrar en acción tras la aparición de Felipe IV
ante las puertas de la ciudad. Según indica el escritor
Michael Walsh, «la condena fue solamente provisional y no
se aceptó la culpabilidad
de los Templarios».

Irónicamente, las propiedades de los Templarios
pasaron a manos de la otra importante Orden militar, los
Hospitalarios. La brutal acción no llegó a
favorecer al rey Felipe, que murió, como Clemente V, al
año siguiente.

Así, en lo que se refiere a los Templarios, Brown
exagera la antipatía de Clemente V hacia ese grupo, y se
equivoca al no hacer recaer la vergüenza sobre la persona
adecuada: el rey Felipe de Francia.

Por último, Brown comete un error aún
más importante: afirma que el diseño
circular de la iglesia del Temple en Londres es un diseño
pagano, pues los Templarios decidieron «ignorar» la
construcción tradicional de la Iglesia y, en cambio,
honrar al sol.

Eso es absolutamente imposible, teniendo en cuenta que
los Caballeros Templarios eran, con la mayor evidencia, un grupo
católico cuyos miembros hacían voto de
defender la fe católica. Además, comete otro error,
porque la forma circular de las iglesias del Temple imitaba,
lógicamente, la de una iglesia de gran importancia para
los Caballeros Templarios: la iglesia del Santo Sepulcro,
construida en el lugar donde tradicionalmente se sitúa el
sepulcro de Jesús, en Jerusalén. Y que, por cierto
es redonda.

Conviene añadir que «el
Vaticano» no fue la primera residencia papal durante
aquella época, aunque Clemente V estuvo en ella. Desde el
siglo IV hasta el XIV lo fue Letrán, que resultó
destruida por el fuego en 1308, justo antes de la cautividad en
Aviñón. En 1337, tras su regreso a Roma, el papado
fijó su residencia en el Vaticano.

Capítulo 10

El código
católico

Al terminar la lectura de El Código Da
Vinci,
te quedas con una imagen concreta, y no muy
halagadora, de la Iglesia Católica Romana.

De vez en cuando, la novela trata de cubrirse las
espaldas afirmando que la Iglesia católica moderna no se
implicaría en hechos tan viles, porque, ¡caramba!,
ha hecho mucho bien, a pesar de que ha hecho mucho mal. Y,
además, al final se demuestra que los malos chicos
católicos no eran tan malos chicos después de todo
(excepto por los asesinatos), sino víctimas de las
estratagemas de Teabing, al que descubrimos como el misterioso
«Maestro» que pone a todo el mundo contra las
cuerdas.

Sin embargo, nada de todo ello puede rebajar el
resultado global de la novela, en la que la Iglesia
católica aparece como una institución
monolítica y férreamente controlada, dedicada a
propagar una ficción a un mundo que anhela ser
libre.

Esta imagen de la Iglesia católica no está
ausente en la cultura popular ni se limita a la historia
reciente. No hay más que acudir a la rica propaganda
anticatólica, gráfica y verbal, del siglo XIX en
América. Las mismas cosas, solo que en un
lenguaje más florido y con una dureza más descarada
cuando se dirigen contra el odiado clero.

Esta es la imagen que recorre El Código Da
Vinci,
y más vívidamente en su
descripción del Opus Dei.

El Opus Dei

Parece como si el Opus Dei hubiera sido elegido en estos
días para desempeñar en la cultura
contemporánea el papel que la Compañía de
Jesús representó durante siglos: el de un grupo
férreamente organizado, controlado directamente por el
Vaticano, que se ha infiltrado en las instituciones
civiles con objeto de obtener poder y hacer… algo.

Los jesuitas,
fundados por san Ignacio de Loyola en 1534 como una orden
misionera y de enseñanza, se hicieron tan enormemente
sospechosos que fueron expulsados de distintos países de
Europa a finales del siglo XVIII, e incluso disueltos por el Papa
en ciertas zonas desde 1773 a 1814. Sus supuestos hechos
tenebrosos fueron destacados en la literatura anticatólica
por fuentes seculares y protestantes, e incluso hoy, el
término «jesuítico» puede parecer
peyorativo.

En ese sentido, el Opus Dei, cierta y desgraciadamente,
ha reemplazado a la orden jesuita en sectores descreídos
de la imaginación popular como un símbolo de
secreteo y ocultación.

Ahora bien, ciertas personas manifiestan haber tenido
una experiencia negativa con el Opus Dei. Hablan de sentirse
manipuladas y excesivamente controladas desde el primer momento.
Para obtener un cuadro completo del Opus Dei quizá
podría ser importante escuchar a esas personas y tomar en
serio sus relatos. Pero lo sorprendente es que las únicas
fuentes que Brown emplea para describir al Opus Dei en El
Código Da Vinci
procedan de declaraciones negativas y
decepcionadas. Este es solamente un aspecto de la historia, un
aspecto que podría ser importante, pero solamente
uno.

En El Código Da Vinci, Brown ofrece
algunos datos reales sobre el Opus Dei. Sí; tiene una
amplia y relativamente nueva sede en la ciudad de Nueva York.
Sí; sus miembros viven una vida de piedad tradicional.
Sí; es una prelatura personal (enseguida lo
explicaremos).

Y sí; algunos miembros practican la
mortificación corporal.

Y eso es todo.

Antes de continuar, aclaremos un grave error. Silas,
nuestro enorme albino asesino, aparece descrito como un
«monje», y para demostrarlo viste
hábito.

En el Opus Dei no hay «monjes».

En primer lugar, no es una orden religiosa como los
dominicos, benedictinos o los jesuitas. Cualquier monje que te
encuentres por las calles de Roma pertenece a una orden religiosa
y vive en monasterios o ermitas.

Un «monje» es un hombre
que se retira de la sociedad con objeto de entregarse a Dios a
través de la oración. Las mujeres que adoptan el
tipo de vida monástica se llaman
«monjas».

El Opus Dei es una prelatura personal compuesta por
laicos y sacerdotes. En el Opus Dei hay muchos más
miembros seculares que clérigos, de acuerdo con el
designio divino de su fundación en 1928. Solamente quince
años después, se creó la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz, que permitió la ordenación de
sacerdotes en el Opus Dei.

El fundador del Opus Dei fue Josemaría
Escrivá de Balaguer, un sacerdote español.
Fundó esta institución como medio de que los fieles
vivieran su personal llamada a la santidad en medio del mundo,
creciendo en amor a Dios y a los demás. El libro
más conocido de Josemaría Escrivá, en el que
se pueden encontrar algunos aspectos del espíritu del Opus
Dei, se titula Camino. Existen también otras obras
del fundador del Opus Dei, como Es Cristo que pasa, de la
que incluimos el párrafo siguiente:

«Jesús, creciendo y viviendo como uno de
nosotros, nos revela que la existencia humana, el quehacer
corriente y ordinario, tiene un sentido divino. Por mucho que
hayamos considerado estas verdades, debemos llenarnos siempre de
admiración al pensar en los treinta años de
oscuridad, que constituyen la mayor parte del paso de
Jesús entre sus hermanos los hombres. Años de
sombra, pero para nosotros claros como la luz del sol. Mejor,
resplandor que ilumina nuestros días y les da una
auténtica proyección, porque somos cristianos
corrientes, que llevamos una vida ordinaria, igual a la de tantos
millones de personas en los más diversos lugares del
mundo».

Este pasaje resume acertadamente el espíritu del
Opus Dei y sirve también para aclarar las ideas de
aquellos a los que Brown ha convencido de que el cristianismo
tradicional ignoraba la naturaleza
humana de Jesús y las realidades de la vida
humana.

Monseñor Escrivá murió en 1975 y
fue canonizado el 6 de octubre de 2002.

En realidad, lo que puede intrigar a la gente, o incluso
la sorprende, son unos aspectos de la vida de sus miembros,
aspectos que Brown destaca en El Código Da
Vinci.

En el Opus Dei hay diferentes tipos de miembros, lo que
simplemente refleja los diferentes modos de disponibilidad y
distintas circunstancias personales, con un idéntico
fenómeno vocacional. Todos ellos viven el mismo
«plan de
vida»; que incluye el Rosario, la Misa diaria, la lectura
espiritual y la oración mental. Los hay -la
mayoría- que lo viven en el contexto de su vida
matrimonial: los supernumerarios. Los numerarios trabajan en
medio del mundo y se comprometen al celibato, entregan sus
sueldos al Opus Dei y suelen vivir juntos en casas de la Obra.
Hay otros miembros, todos los cuales tienen un papel
específico en ella.

Y ¿qué es la Obra? Es simplemente una
manera de vivir la llamada de Dios en el mundo buscando la
santidad y el compromiso apostólico. Esto implica un
trabajo profesional intenso y una acción apostólica
personal; además, los fieles de la prelatura junto con
otras personas promueven iniciativas apostólicas por todo
el mundo: escuelas de todo tipo, programas de
formación agro-cultural en países subdesarrollados,
clínicas, y otras instituciones.

El Opus Dei es una «prelatura
personal», lo que significa que las actuaciones de sus
miembros en lo que respecta a los aspectos relacionados
con su vocación al Opus Dei dependen de la autoridad de su
propio prelado. En los demás aspectos, como cualquier otro
fiel cristiano, dependen del obispo de su
diócesis.

Uno de los aspectos cristianos menos entendidos del Opus
Dei es el que destaca El Código Da Vinci: la
mortificación corporal por medio del cilicio, una especie
de cadena claveteada que rodea el muslo, y el uso de las
disciplinas, una cuerda de nudos para usarla como
azote.

Ciertamente, esta práctica parece extraña
entre la gente moderna, pero es importante hacer ver que la
mortificación corporal, como medio ascético
cristiano, aparece en todas las religiones del mundo de un
modo u otro: el ayuno, en ocasiones hasta niveles extremos, la
oración o la meditación en posturas
incómodas, e incluso el propósito de vestir ropas
incómodas o de andar descalzo.

La mortificación corporal, incluido el uso de
esos artículos especiales, no ha sido un invento del Opus
Dei. Si lees las vidas de los santos, encontrarás que
muchos de ellos se sentían llamados a vivirla. ¿Por
qué?

Para quien ama, al compartir sus dolores, se acerca
más a Cristo. Otros los emplean como penitencia por sus
propios pecados o por los ajenos. Los hay que ven en ello un
medio eficaz para crecer en el dominio propio,
buscando alcanzar un momento en el que, a pesar de las
contradicciones que pueda sufrir en la vida diaria, el alma se
concentre en Dios y se conforme con saberse en Su
presencia.

No es lo habitual, pero para adquirir cierta
perspectiva, se puede comparar con las «mortificaciones
corporales» a las que se someten tantas personas con tal de
mejorar su apariencia física: regímenes, soportar
el dolor del ejercicio, e incluso acudir a procedimientos
-cirugía- que producen sangre y causan dolor. Y todo ello
solamente por la apariencia, que significa en esencia lo que los
demás ven cuando nos observan.

Los que han experimentado un avance en su vida interior
podrían argüir que «sin dolor no hay
fruto», y lo aplican a la vida espiritual, al menos en su
caso.

Algunos han creado en tomo al Opus Dei un ambiente de
secretismo, estimulando las especulaciones. Por ejemplo, el Opus
Dei no publica la lista de sus miembros ni suelen ir exhibiendo
su pertenencia a la Obra.

La razón, podrían decirte, no es porque
haya algo malo en ello, sino por un sentido de naturalidad y
sencillez junto con la obediencia al Evangelio. Jesús, en
el Evangelio de Mateo instruye a sus seguidores para que vivan la
santidad, pero que lo hagan en secreto. «Si das limosna, no
dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace tu derecha».
Cuando ores, entra en tu habitación, cierra la puerta, y
ora. Cuando ayunes, no parezcas triste (¡y podríamos
añadir, hambriento!). Lava tu cara, dice Jesús,
unge tu cabeza y así nadie verá que estás
ayunando.

Este es el motivo de que los miembros del Opus Dei no
vayan exhibiendo su pertenencia y sus prácticas de piedad.
Consideran que están llamados a ser levadura y luz del
mundo, y que viviendo sencillamente, realizan la obra de Dios en
su vida diaria.

¿Los únicos cristianos?

En todo caso, los católicos romanos que lean
El Código Da Vinci tendrían que sentirse
halagados. Según el concepto de Brown sobre el pasado y el
futuro, el cristianismo se ha encarnado exclusivamente en la
Iglesia Católica Romana.

En realidad, este no es el caso. Por ejemplo, la
mayoría de los datos teológicos que hemos empleado
en este libro -la formación del Canon, las discusiones
sobre las naturalezas divina y humana de Jesús-
están contenidos en Oriente y no en Occidente, e incluyen
principalmente a obispos orientales. Las Iglesias Católica
Oriental y Ortodoxa Oriental encarnan la antigua tradición
con la misma profundidad que la Iglesia Católica
Romana.

Además, existen Iglesias cristianas que surgieron
a raíz de la Reforma, y que (a pesar de las diferencias
con el catolicismo y la ortodoxia sobre temas que varían
desde la justificación y la salvación, hasta los
sacramentos) siguen exponiendo la doctrina tradicional sobre las
naturalezas divina y humana de Jesús -como aparece en sus
credos primeros-, incluyendo las interpretaciones que,
según se afirma en la novela, violaron la «historia
original» de Jesús. Y algunas de ellas estuvieron
tan involucradas en la caza de brujas y de herejes como la
Iglesia Católica Romana. (Por ejemplo, los obispos
católicos no fueron quienes presidieron los juicios de
Salem, Massachussets, en el siglo XVII).

Por alguna curiosa razón, Brown no identifica al
cristianismo como el enemigo de los auténticos proyectos de
Jesús, sino solamente a la Iglesia católica, en
bloque y sin excepción. Las Iglesias ortodoxa y
protestante, aparte del hecho de que proclaman la divinidad de
Cristo definida en Nicea y en los primeros concilios, aceptan
aproximadamente el mismo Canon para la Escritura, y que, en el
caso de las segundas, han minimizado el papel de María, la
Madre de Jesús, en su teología y en su piedad,
merecerían cnticas, en mucha mayor medida que el
catolicismo, por haber desterrado de su espiritualidad lo
«sagrado femenino».

Por esta razón, podríamos dar a El
Código Da Vinci
el calificativo de
anticatólico. No solo es injusto que Brown haga
afirmaciones falsas (muchas de ellas) sobre el catolicismo, sino
que, además, culpabilice a la Iglesia católica de
unos delitos -la
tergiversación de la figura de Jesús, la
represión de lo «sagrado femenino» y el
rechazo del papel de líder de María Magdalena- por
los cuales, siguiendo su lógica,
sería preciso declarar culpable a toda la
cristiandad.

¿Por qué ha hecho esto? Me figuro que
porque es más sencillo; por eso. Esa es la
suposición más caritativa. Es más
fácil escribir eso y es más fácil leerlo.
Mucho más que acudir a escritos más veraces o
más fieles a la complejidad de la vida real y de la
historia real. Y es que eso sería más
difícil que sacar un montón de seres malvados
vestidos con ropas sueltas y curiosos sombreros, cargados con
maletines llenos de dinero.

Entonces, según El Código Da Vinci
¿los católicos son los únicos
cristianos?

Pues bien, quizá, como dije, los católicos
tendrían que sentirse halagados. Seguramente
comprenderemos que no lo estén.

Epílogo

¿Por qué importa?

Si hemos encontrado algo provechoso en el
fenómeno de El Código Da Vinci, es el de
haber despertado un gran interés por temas importantes:
quién es Jesús, cómo era el cristianismo
primitivo, el poder del arte y el tema del sexo y la
espiritualidad.

Desgraciadamente, la opinión
pública, ha aceptado las afirmaciones
históricas que aparecen en El Código Da
Vinci
con enorme entusiasmo.

Ese entusiasmo denuncia un fallo importante: un fallo de
las Iglesias de todas clases, por no dar a conocer a sus miembros
unos hechos básicos de la historia y la teología
cristianas. La credulidad con la que los lectores de Brown han
aceptado sus afirmaciones de que los cristianos primitivos no
creían en la divinidad de Jesús y de que la forma y
el contenido del cristianismo actual son nada menos que las
consecuencias de una lucha por el poder, debían ser una
llamada a todos los responsables de la labor de
formación.

¿Qué estamos enseñando al pueblo
sobre Jesús? ¿Nada?

Seamos lógicos

Muchos lectores se han sentido desconcertados por las
afirmaciones sobre la fe, que aparecen en El Código Da
Vinci.
Espero que este libro os confirme que la fe en
Jesús como Dios es íntegramente fundamental para la
fe cristiana, y que lo ha sido desde el comienzo de la
predicación apostólica de la Buena
Nueva.

Permitidme poner un punto final para aclarar aún
más este tema.

En El Código Da Vinci aparece la
presunción de que el lado «vencedor» del
cristianismo se dedicó a suprimir hechos sobre
Jesús que eran incómodos o inaceptables, o que no
se hizo lo que Él quería.

Pensad por un momento en lo ilógico de esta
afirmación. Yo he apuntado algunos aspectos a lo largo del
libro y todo se reduce a lo siguiente:

Aquellos que Brown califica de «vencedores»,
y debemos insistir, falsamente, sufrieron terriblemente
por su fe en Jesús.

Empezando, por supuesto, por el mismo
Jesús.

Piénsalo. Si Jesús no fue más que
el amable maestro del relato de Brown, ¿qué
autoridad podría ejercer? ¿Por qué se iban a
molestar en crucificarle cuando la crucifixión era el modo
de ajusticiar reservado a los criminales más viles y
peores?

Y si, ciertamente, fuera un maestro ejecutado de aquella
espantosa manera, ¿por qué sus seguidores
abandonaron sus vidas normales y seguras para extender sus
enseñanzas, exponiéndose a un destino
semejante?

Lo cierto es que, a lo largo de los siglos, fueron
arrestados, torturados y encarcelados, pero no por seguir a un
filósofo. Fueron castigados porque, tal y como se
entendía el cristianismo, daban culto a Dios, encarnado en
Jesús de Nazaret con una fidelidad que les impedía
honrar a César como señor o como dios. Su
visión de un mundo en el que Dios reinaba como
Señor del universo era, con
absoluta certeza, una traición para los
demás.

En este punto, nuestra búsqueda de lo
lógico nos lleva a dos
direcciones:

La primera: aunque Brown dice que el cristianismo
primitivo no honró a Jesús como Dios hasta Nicea,
no se comprende que, si fuera verdad lo que dice Brown, hubiera
razones para ponerlos en el centro de la diana de la
persecución.

La segunda: si, a pesar de la enseñanza y la
liturgia con las que proclamaban que Jesús era Dios,
solamente creían en Él como en un maestro mortal,
¿por qué no cambiaron su historia? Si no
creían que era el Señor, y conscientes de que su fe
les llevaría a ser arrojados a los leones o al exilio a
las minas de sal… ¿por qué continuar con esa
superchería?

Sencillamente, no tiene sentido.

Lo importante para nosotros, los que estamos interesados
en lo que es Jesús y en lo que la cristiandad cree sobre
Él, es:

Que toda la argumentación de El Código
Da Vinci
sugiere que el cristianismo, tal y como lo
conocemos, es una maquinación, y que la verdad ha sido
suprimida. Tenemos que pensar con lógica y seriedad sobre
esto. ¿Qué provecho obtenían los
apóstoles y los primeros cristianos para ocultar la
verdad? ¿Les proporcionaba honra y alabanzas? ¿Les
hacía más ricos? ¿Les hacía ganar
poder? ¿Lo que afirmaban hacía sus vidas más
cómodas y más seguras?

¿Soportarías los mismos padecimientos de
los primeros cristianos si supieras que era una
mentira?

Y, además de todo lo anterior, ¿qué
sucedió al final con el cuerpo de Jesús?

El encuentro con Jesús

He escrito este libro para ayudar a los lectores a
revisar muchos de los interesantes temas que surgen en El
Código Da Vinci.

En el centro de estos temas aparece uno que no es un
tema, sino que es una persona: Jesús de Nazaret. Estoy
convencida de que el motivo de que muchos de los nuestros hayan
aceptado las afirmaciones de El Código Da Vinci con
tanta credulidad se debe a que no hemos intentado tratar de
conocer seriamente a Jesús. Tanto si vamos a la Iglesia
como si no, nos hemos mantenido a distancia de Él, dejando
que sean los demás quienes nos digan lo que hemos de
pensar, sin molestarnos en leer ni un solo Evangelio desde el
principio hasta el fin. Y, en consecuencia, asumimos la
conclusión, tan común en nuestra cultura, de que,
en cualquier caso, se trata de un tema opinable, sin una
auténtica seguridad en el fondo.

Pues bien, como aclaran brillantemente los testimonios
de los primeros apóstoles, no se trata de opiniones, de
mitos o de metáforas. Pedro, Pablo y, sí,
María Magdalena no dieron sus vidas a una metáfora.
Conocieron a Jesús como ser humano y misteriosamente,
gloriosamente, como algo más, y le entregaron sus vidas
literalmente, unas vidas en plenitud de la gracia que les
invadía.

Cualquier efecto negativo de El Código Da
Vinci
se debe al hecho de que, con todo lo que dice sobre
Jesús y su esposa, lo «sagrado femenino» y
todas las especulaciones sobre la «historia real»…
se ha perdido la Historia Real.

Jesús, crucificado, muerto y resucitado, el
Único cuya auténtica muerte y resurrección
nos ha liberado del poder de nuestros pecados reales y de la
muerte reconciliando a la creación con Dios.

Insisto: esta historia se ha perdido realmente. No es un
secreto, sin embargo, y no hay nada que nos impida
encontrarla.

¿Curiosidad sobre Jesús?

La verdad la tienes tan próxima como un libro de
tu propiedad.

Y no, no es El Código Da Vinci.

AMY WELBORN

ISBN: 84-8239-872-5

Este libro se puede comprar en los Distribuidores en
cada país de:

EDICIONES PALABRA, S.A. MADRID

3.ª edición, octubre 2004

Partes: 1, 2
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