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La Revolución Científico-Tecnológica y su influencia en la epidemia de obesidad




Enviado por vladimirruiz



    1. Revolución
      Científico-Tecnológica
    2. La epidemia de
      obesidad
    3. Obesidad y desarrollo
      científico tecnológico
    4. Conclusiones
    5. Referencias
      bibliográficas

    Introducción.

    Históricamente la obesidad y el
    sobrepeso han sido subestimados como problemas de
    salud
    pública. A través de la evolución de la humanidad estas dos
    condiciones han sido consideradas por muchas sociedades y
    culturas, como indicadores de
    bienestar, de poder;
    coincidentes, incluso, con determinados patrones estéticos
    que los asumen como sinónimos de belleza física; sin tomar en
    cuenta las graves consecuencias que estos estados pueden
    provocar, no solo para el individuo en
    sí, sino también para los sistemas de
    salud y las
    economías de los países.

    En los últimos decenios la prevalencia de
    obesidad y sobrepeso se ha incrementado a cifras alarmantes,
    tanto en países de altos como de bajos ingresos, y hoy
    es considerada una epidemia mundial cuyas causas y consecuencias
    deben ser analizadas en el contexto socioeconómico de cada
    país.

    La Revolución
    Científico-Tecnológica ha repercutido en todos los
    ámbitos de la vida moderna. Su influencia ha condicionado
    la adopción
    de estilos de vida cada vez más sedentarios, lo que unido
    a la producción masiva de alimentos con
    alto contenido energético y baratos, por demás;
    constituyen factores que se consideran responsables de la
    explosión de obesidad que padece el mundo.

    Revolución
    Científico-Tecnológica.

    La Revolución
    Industrial.

    La Revolución Industrial tuvo su origen en Gran
    Bretaña desde mediados del siglo XVIII y con ella se
    produjo un cambio radical
    en la historia de la
    humanidad; se produjo el paso de una economía agraria y
    artesanal a otra dominada por la industria y la
    mecanización. Las profundas transformaciones en los
    sistemas de trabajo y la
    estructura de
    la sociedad
    fueron el resultado de cambios producidos de manera paulatina,
    lenta; pero imparable. Se pasó del viejo medio rural al de
    las ciudades, del trabajo manual a la
    máquina, del taller con varios operarios a las grandes
    fábricas, de la pequeña villa de varias docenas de
    vecinos a la metrópoli de centenas de miles de habitantes.
    Los campesinos abandonaron los campos y se trasladaron a las
    ciudades; surgió una nueva clase de
    profesionales. Esta revolución vino a ser un proceso de
    cambio constante y crecimiento continuo donde intervinieron
    varios factores: las invenciones técnicas y
    descubrimientos teóricos, los capitales y transformaciones
    sociales, y la revolución de la agricultura y
    el ascenso de la demografía. Factores éstos que se
    combinaron y potenciaron entre sí (Garza,
    2004).

    Las profundas transformaciones producidas en la
    agricultura se tradujeron en aumento de la producción
    (rendimiento) y la productividad
    (menor volumen de
    trabajadores y mayor volumen de cosecha); la
    especialización de los cultivos, cuyo precio se
    abarató notablemente; y la orientación de la
    producción hacia el mercado, en lugar
    del autoabastecimiento tradicional (Garza, 2004).

    Uno de los elementos sustanciales de la
    mecanización y modernización industrial fue la
    aplicación de un nuevo tipo de energía: el vapor,
    cuya producción requería carbón. La
    máquina de vapor, del escocés James Watt, se
    convirtió en el motor incansable
    de la Revolución Industrial. La introducción de máquinas
    automáticas, movidas por la fuerza
    expansiva del vapor se produjo por primera vez en Inglaterra, en el
    sector textil del algodón. En los años anteriores a la
    Revolución
    Francesa, ya se habían puesto a punto las principales
    innovaciones que afectaron a las dos operaciones
    básicas del sector: hilado y tejido. Los talleres
    artesanales no reunían las condiciones necesarias para
    albergar las máquinas. Estas se concentraron en grandes
    naves destinadas exclusivamente a la producción: las
    fábricas. La industria algodonera fue el primer sector en
    el que se invirtieron los capitales obtenidos en el comercio y la
    agricultura. Además, dio lugar a la mecanización
    industrial, cuyos efectos positivos y negativos se dejaron sentir
    rápidamente (Garza, 2004; Revolución Industrial e
    Industrialización, 2004).

    Los grandes beneficios obtenidos buscaron pronto otros
    objetivos. La
    industria algodonera sirvió de motor para el desarrollo de
    la industria química: blanqueado
    (legías, detergentes a base de cal y sales), tinturas,
    fijadores, no ya de origen vegetal o animal como se utilizaban
    anteriormente, sino a partir de combinaciones de elementos
    minerales
    tratados
    convenientemente (Garza, 2004).

    En 1825 Stephenson aplicó la máquina de
    vapor capaz de desplazarse (locomotora) como fuerza de
    tracción para arrastrar los vagones que antes eran tirados
    por caballos y personas. La fuerza del vapor se empleó
    también, posteriormente, en la navegación. La
    aparición del ferrocarril y el barco de vapor
    estimuló extraordinariamente la demanda de
    hierro. La
    fabricación de vías, locomotoras, vagones y barcos
    disparó definitivamente la industria siderúrgica.
    Además, la siderurgia y la aplicación del vapor a
    la industria incrementaron las necesidades de carbón. Su
    explotación masiva abarató el precio, con lo que se
    fue extendiendo para uso doméstico (cocinas,
    calefacción) (Garza, 2004; Revolución Industrial,
    2004).

    Como consecuencia de la industrialización
    apareció un fenómeno sin precedentes en la historia
    de la humanidad y fue el explosivo crecimiento de la población conocido como Revolución
    Demográfica. Los cambios en la industria, la agricultura y
    los transportes produjeron un aumento espectacular de la riqueza
    (que se tradujo en una mayor alimentación); esto,
    unido a la disminución de las más temibles
    epidemias que habían azotado a Europa durante
    siglos y a ciertas mejoras sanitarias; se reflejó en un
    crecimiento notable de la población que serviría
    para multiplicar los habitantes de Europa en muy pocos
    años e incluso para poblar con emigrantes a otros
    continentes (Garza, 2004; Revolución Industrial,
    2004).

    La Segunda Revolución Industrial.

    Si bien Gran Bretaña se convirtió en el
    principal país industrial del mundo y también la
    primera nación
    comercial, ya hacia 1870, aún cuando siguió
    aumentando la producción y el comercio total, fue
    perdiendo su primacía y llegó a ser superado por
    Estados Unidos
    y Alemania.
    Precisamente es en Estados Unidos donde se inicia el nuevo
    proceso industrializador, que ha sido llamado "Segunda
    Revolución Industrial" y con el cual se produce un cambio
    en los métodos de
    trabajo con la incorporación de la electricidad, el
    montaje en cadena y la automatización (Revolución
    Industrial, 2004).

    La principal innovación en este período fue el
    descubrimiento de los procedimientos
    para generar electricidad y transmitirla (acumulador, dinamo,
    motor eléctrico) todo lo cual fue sustituyendo poco a poco
    al vapor. Se hicieron nuevos descubrimiento que afectaron la
    producción industrial y el modo de vida (lámpara
    incandescente, la radio, el
    teléfono). El
    petróleo y el gas natural
    fueron parte de los cambios de siglo XX, se constituyeron en
    fuente de energía y materia prima
    y permitieron la aparición de industrias como
    la de plástico o
    las fibras textiles. El petróleo y la electricidad desarrollaron,
    además, los sistemas de transporte y
    renovaron los ya existentes (Revolución Industrial,
    2004).

    La Nueva Revolución Industrial (Tercera
    Revolución Industrial).

    Desde mediados del siglo XX la humanidad asiste a uno de los
    períodos de mayor aceleración en la
    generación, transmisión y asimilación del
    conocimiento,
    donde, unido al afianzamiento de tecnologías ya
    tradicionales, aparecieron otras (cibertecnologías,
    biotecnologías, nanotecnologías, etc.) que han
    revolucionado el planeta en todos los órdenes. El
    vertiginoso desarrollo de la ciencia y
    la técnica ha irrumpido en todos los ámbitos y
    niveles sociales, de modo que en los tiempos actuales las
    nuevas
    tecnologías se han convertido en productos
    fundamentales del consumo de la
    modernidad.

    La Revolución Científico-Tecnológica cuya
    característica fundamental es la conversión de la
    ciencia en una
    fuerza productiva directa, comenzó por la
    aplicación de la física en la ingeniería. El impresionante desarrollo,
    sobre todo en las últimas tres décadas; se ha
    debido en gran medida a los logros de la ciencia y la tecnología de los
    materiales, es
    decir, el
    conocimiento acerca de la microfísica de los
    materiales permitió el diseño
    de tecnologías para producir nuevos materiales con
    múltiples aplicaciones en casi todas las esferas de la
    vida (Material Science and Technology, 2004).

    La revolución tecnológica contemporánea
    además de impactar los medios de
    producción con sus evidentes consecuencias, trasciende los
    medios y las relaciones de producción para penetrar y
    revolucionar todas las áreas de la vida humana. La rapidez
    conque se mueve el mundo actualmente ha sido incentivo
    fundamental para el desarrollo de herramientas
    dirigidas a ahorrar tiempo y
    esfuerzo físico y mental. En los últimos 50
    años aparecieron las computadoras,
    las máquinas de escribir eléctricas, las
    calculadoras eléctricas, las máquinas
    fotocopiadoras, el telefax, los teléfonos, (digitales,
    portátiles, máquinas contestadoras, correo mediante
    la voz), los satélites,
    la
    televisión, las videocámaras y grabadoras, los
    robots, equipamiento automatizado para el trabajo,
    equipos eléctricos o de gas para el
    hogar, hornos microondas,
    escaleras eléctricas y la tecnología
    inalámbrica; y si bien es cierto que varios millones
    de personas en el mundo actual nunca tendrán acceso a
    ninguna de estas tecnologías (Manet, 2003), el creciente
    fenómeno de la urbanización con la migración
    de grandes volúmenes de personas desde el campo hacia la
    ciudad (UN, 1999), las pone, al menos potencialmente, en
    posibilidades de entrar en contacto con estos medios.

    La epidemia de
    obesidad.

    A menudo la obesidad ha sido definida como una
    condición de anormal o excesiva acumulación de
    grasa en el tejido adiposo, al extremo de llegar a afectar la
    salud (Garrow, 1988). La OMS (1998) define este concepto como una
    enfermedad en la cual se ha acumulado un exceso de grasa en el
    cuerpo hasta niveles que pueden afectar el estado de
    salud del individuo. Un adulto es considerado obeso cuando tiene
    un Índice de Masa Corporal (IMC) entre 25 y 29,9 y obeso
    cuando el IMC es mayor o igual a 30. Para los niños,
    el sobrepeso y la obesidad se calculan sobre la base de curvas de
    crecimiento, desarrollo físico, género y
    edad; y los puntos de corte difieren de los del adulto (Fierro,
    2002).

    La prevalencia de obesidad se ha incrementado
    considerablemente tanto en países desarrollados como en
    vías de desarrollo y es considerada hoy una epidemia a
    nivel mundial (Fierro, 2002; Tillotson, 2003). En la
    mayoría de los países de Europa el incremento ha
    sido del 10 al 40% (WHO, 1998; Grabauskas, Petreviciene,
    Klumbiene & Vaisvalacius, 2003). En Estados Unidos,
    según la National Health and Nutrition Examination Survey
    (NHANES, 1999-2000) (National Health and Nutrition Examination
    Survey. Health, overweight and obesity among U.S. adults, 2004),
    en adultos mayores de 20 años el sobrepeso y la obesidad
    alcanza el 64% de su población. Según datos de estos
    estudios, en Norteamérica el porciento de adultos obesos
    varió poco de 1960 a 1980; sin embargo, el incremento fue,
    entre 1980 y 1991, de un 13 a un 21% entre los hombres y de un 17
    a un 26% entre las mujeres; patrón que se ha mantenido en
    1999-2000, con un incremento de la obesidad del 28% en hombres y
    del 34% en mujeres. En Canadá por su parte, la prevalencia
    de obesidad en la población adulta alcanza el 15% para
    ambos sexos (WHO).

    En el continente africano el enfoque ha estado
    dirigido, tradicionalmente, hacia la desnutrición y la seguridad
    alimentaria y como resultado hay pocos informes sobre
    la situación de la obesidad en la mayoría de estos
    países; sin embargo, un estudio realizado en
    Sudáfrica en el año 1998, en 13089 individuos
    reporta una prevalencia de obesidad y sobrepeso del 29,2% para
    los hombres y del 56,6% para las mujeres (Puoane et al, 2002). En
    Brasil se ha
    encontrado una prevalencia de obesidad para ambos sexos de 9,6%
    (WHO, 1998), mientras que en Cuba, la
    segunda encuesta de
    factores de riesgo y enfermedades no
    transmisibles (2001) encontró un porciento de prevalencia
    del sobrepeso (IMC25) de 42,3 (Bonet, 2001).
    En los países asiáticos y el Medio Oriente la
    prevalencia es variable y el espectro va desde países como
    China donde no
    constituye un problema de salud, hasta países como Samoa
    que alcanza valores del
    59% para ambos sexos, aunque en todos ellos es
    característica la tendencia al incremento de este problema
    (WHO).

    En los niños y adolescentes
    se ha reconocido la falta de consistencia y acuerdo entre los
    diferentes estudios para clasificar la obesidad. Por esta
    razón no es posible aún dar una visión
    global de la prevalencia de la obesidad para estos grupos de edades.
    No obstante, cualquiera que sea el método
    empleado para clasificar la obesidad, los estudios disponibles
    reconocen altas prevalencias de obesidad y las tasas
    continúan en aumento (WHO, 1998).

    Costo social, económico y para la salud de la
    obesidad

    El especial interés
    que se le da en la actualidad a la obesidad y el sobrepeso como
    problemas de salud en el mundo radica en la bien documentada
    asociación de este estado con enfermedades crónicas
    no transmisibles como el cáncer
    a diferentes niveles, la diabetes mellitus
    e intolerancia a la glucosa, la
    hipertensión arterial y los trastornos
    cardiovasculares y los accidentes
    vasculares encefálicos; todas ubicadas entre las primeras
    causas de muerte en el
    mundo (WHO, 2003). Se asocian también a la obesidad:
    trastornos endocrinos y metabólicos, la osteoartritis y la
    gota, los cálculos biliares y las enfermedades pulmonares
    (WHO, 1998); que aunque no constituyen causas principales de
    muerte, sí se convierten en situaciones invalidantes en
    muchas ocasiones para las personas que las padecen.

    Existe otro aspecto relacionado con la obesidad que
    puede afectar el estado de salud del individuo y son los
    problemas psicosociales. El aspecto psicológico de la
    obesidad ha transitado por varias etapas a lo largo de la
    evolución de la humanidad, influido en gran medida por
    factores culturales. Si bien es cierto que en determinadas etapas
    la gordura ha sido considerada como sinónimo de belleza
    (fundamentalmente en las mujeres), salud, prosperidad, riqueza y
    honorabilidad, ya hacia principios del
    siglo XX estas asociaciones comienzan a desaparecer como
    consecuencia de la acción
    de los médicos y las compañías de seguro que dan
    inicio a la promoción de un tipo de "cuerpo ideal"
    bastante más delgado que el estereotipo anterior
    (Contreras, 2002).

    A lo largo de los últimos 40 años se han
    consolidado una serie de cambios en relación con el ideal
    del cuerpo, tanto masculino como femenino, de tal manera que el
    deseo de salud, de longevidad, de juventud y
    atractivo sexual son una poderosa motivación
    contra la obesidad. Muchas explicaciones han sido ofrecidas para
    la profunda importancia de un físico delgado. La
    mayoría de ellas enfatizan la estética física y rasgos de personalidad
    asociados con el físico. La delgadez no sólo es
    presentada como atractiva, sino que se asocia con el éxito,
    el poder y otros atributos altamente valorados. En cambio, la
    gordura es considerada física y moralmente insana,
    obscena, propia de perezosos, glotones (Mennel, Murcott & Van
    Oterloo, 1992). Sin embargo, las investigaciones
    en esta área no han producido resultados concluyentes.
    Algunos estudios muestran poca o ninguna diferencia en los
    test
    psicológicos estándares entre personas obesas y no
    obesas en cuanto a síntomas psicológicos,
    psicopatológicos y la autoestima
    (French, Store & Perry,1995; Stunkard & Sobal, 1995); en
    contraste con algunos reportes de individuos con sobrepeso y con
    toda una consistente literatura que muestra una
    predisposición cultural y actitudes
    negativas hacia las personas obesas (Puhl & Brownell,
    2001).

    Los mecanismos que conducen a un deterioro en la salud
    psicológica de estas personas son diferentes a aquellos
    que originan enfermedades físicas. Las consecuencias
    psicológicas desfavorables de la obesidad no son
    consecuencia inevitable de la obesidad sino que derivan de
    los valores
    unidos a la cultura, por
    los cuales las personas ven la grasa corporal como "no saludable"
    o "fea" (WHO, 1998). En tal sentido Stunkard y Sobal (1995)
    señalaron: "… la obesidad no crea la carga
    psicológica. La obesidad es un estado físico. Las
    personas crean la carga psicológica".

    La obesidad es un estado físico altamente
    estigmatizado en muchos países, tanto en términos
    de apariencia corporal indeseablemente percibida, como en
    términos de su significado, señalándoseles a
    estos individuos, muy a menudo, un número defectos del
    carácter. (WHO, 1998) Las personas obesas
    son sometidas muchas veces a presiones sociales, prejuicios y
    discriminación como consecuencia de su
    condición, lo cual ha sido comentado claramente en
    estudios que han incluido áreas como el empleo,
    la
    educación y los servicios de
    salud (Prentice, 2003; Study shows obesity discrimination
    widespread, 2004).

    Unido al evidente costo que para la
    salud constituye el hecho de estar obeso o sobrepeso, está
    el costo económico el cual tiene tres componentes
    principales "costos directos"
    (costos al individuo y proveedores de
    servicios asociados con el tratamiento de la obesidad), "costos
    intangibles" (costos por enfermedades asociadas al impacto de la
    obesidad en la salud individual) y los "costos indirectos"
    (usualmente medidos como pérdidas de producción
    debido a ausentismo al trabajo y muerte prematura) (Fierro, 2002;
    WHO, 1998, 2003).

    El costo económico de la obesidad ha sido
    evaluado por varios países desarrollados y va desde un 2 a
    un 7% de los costos totales de los servicios de salud (WHO,
    1998). En Estados Unidos, por ejemplo, se han estimado los costos
    totales como consecuencia de la obesidad en alrededor de 117
    billones de dólares anuales, de los cuales 61 billones
    corresponden a costos directos y el resto a costos indirectos
    (Fierro, 2002). En los países en desarrollo, aún
    cuando no existen estudios comparables, se estima que para el
    2020 el incremento de los costos por terapias debido a
    enfermedades crónicas no transmisibles asociadas a la
    obesidad será superior al de los países
    desarrollados (WHO).

    Obesidad y
    desarrollo científico
    tecnológico.

    La creciente industrialización,
    urbanización y mecanización que está
    apareciendo en mayor o menor medida en la mayoría de los
    países en todo el mundo está asociada a cambios en
    la dieta y el comportamiento
    de los individuos. En particular las dieta son más ricas
    en energía y carentes de nutrientes esenciales y los
    estilos de vida son más sedentarios (WHO,
    2003).

    Aún cuando se sabe que existen varios factores
    genéticos y metabólicos que conducen a la obesidad,
    está claro que la composición genética
    de la población no cambia tan rápidamente; por lo
    que la actual explosión de sobrepeso en el mundo debe
    reflejar cambios mayores en otros factores. Hoy se considera que
    la elevada prevalencia de obesidad es el resultado de factores
    ambientales y del comportamiento de los individuos; en otras
    palabras, pobre nutrición e
    inactividad física (Fierro, 2002; Hill & Trowbridge,
    1998; Prentice, 2003).

    La Revolución Industrial aplicada a la industria
    alimentaria ha permitido en muchos países, en las
    últimas décadas, incrementar considerablemente la
    disponibilidad de todo tipo de alimentos hasta el punto de que en
    los países más industrializados se ha pasado de la
    escasez a la
    sobreabundancia. Con la evolución de la producción
    y de la distribución agroalimentaria se ha perdido
    progresivamente todo contacto con el ciclo de producción
    de los alimentos; su origen real, los procedimientos y las
    técnicas empleadas para su producción, su
    conservación, su almacenamiento y
    su transporte (Contreras, 2002). En tal sentido Grugier (1989) ha
    señalado: "los animales que hoy
    consumimos (también los vegetales) son auténticos
    mutantes que poco tienen que ver con sus "antepasados" de hace
    tan sólo 30 ó 40 años; mientras que el hombre
    contemporáneo, al menos biológicamente, se parece
    como dos gotas de agua a su
    antepasado medieval". Otro punto de vista interesante en este
    sentido es el de Fisher (2004) y tiene que ver con una frase de
    Hipócrates que en los últimos tiempos está
    siendo muy empleada: " Somos lo que comemos". Este autor
    señala que a diferencia de los animales salvajes que
    consumían nuestros antepasados cazadores-recolectores, los
    productos de origen animal que comemos hoy provienen generalmente
    de animales domesticados los cuales tienen sus almacenes
    repletos de grasa saturada; de manera que la naturaleza
    sedentaria de estos animales, casi como nuestros estilos de vida
    sedentarios, contribuye a la obesidad.

    Paradójicamente, el incremento de la
    producción y variedad de los alimentos no se
    acompaña de una adecuada nutrición. En lo que los
    expertos llaman la "transición nutricional", las
    sociedades en todo el mundo se están alejando de sus
    alimentos y métodos de preparación tradicionales,
    para consumir alimentos procesados y producidos industrialmente,
    que suelen ser más ricos en grasas y
    calorías, y contener menos fibras y
    oligoelementos, particularmente hierro, yodo y vitamina A
    (Eberwine, 2004; Fierro, 2002; Philipson & Posner,
    2004).

    El problema no se debe solamente a la comida "chatarra";
    gran parte también es económico. En general, los
    alimentos comercializados masivamente son cada vez más
    baratos, especialmente en las ciudades, y los alimentos frescos
    son cada vez más caros. En muchos países puede
    observarse el aumento en el consumo de aceites para freir,
    azúcar,
    bebidas azucaradas y cereales, principalmente arroz y pastas,
    mientras que el consumo de frutas, hortalizas y leguminosas
    está bajando. Los pobres se ven obligados a comer
    alimentos menos saludables, debido a sus recursos
    limitados (Eberwine, 2004).

    El declinar en el gasto de energía visto con la
    modernización y otros cambios sociales se asocia con un
    estilo de vida
    más sedentario en el cual el transporte motorizado, el
    equipamiento mecanizado y los equipos electrónicos y
    electrodomésticos han reemplazado las tareas
    físicamente arduas tanto en el hogar como en el trabajo.
    La actividad física relacionada con el trabajo ha
    disminuido en décadas recientes, mientras que el tiempo de
    ocio dominado por el acto de ver televisión
    y otros pasatiempos físicamente inactivos han aumentado
    (Eberwine, 2004; WHO,1998). Según Fisher (2004) se puede
    encontrar hoy, por ejemplo, una relación entre los postes
    de teléfono y la obesidad. Obviamente los postes de
    teléfono no causan obesidad pero son marcador de algo
    más (significan menos actividad física). Asimismo,
    se puede mostrar relación entre las horas semanales que
    pasa un niño frente al televisor y la probabilidad de
    obesidad. Todos estos factores están en alguna manera
    claramente relacionados con la "industrialización", y es
    evidente la disminución de la actividad física del
    hombre moderno
    comparado con los niveles del hombre de hace dos siglos
    atrás.

    Urbanización.

    La urbanización es un fenómeno que se da a
    nivel mundial aunque es mucho más acentuado en los
    países de menores ingresos. Consiste en el movimiento de
    las personas, sobre todo pobres, desde las zonas rurales hacia
    las ciudades (Torun, 2000). La proporción de personas que
    viven en las áreas urbanas de los países de menos
    desarrollo se incrementó del 16,7% en 1950 al 37% en 1994
    y se pronostica que crecerá a un 57% en el 2025 (Fierro,
    2002).

    La urbanización está altamente asociada
    con factores de riesgo tanto dietéticos como del
    comportamiento no solo para las enfermedades crónicas,
    sino también para la obesidad. Las personas que viven en
    las zonas rurales son más independientes para obtener sus
    alimentos y por otra parte tienden a comer dietas ricas en
    granos, frutas y vegetales y bajas en grasas. Una vez que estas
    personas se mueven hacia la ciudad tienden a depender más
    de las fuerzas externas para su sustento, resultando en el cambio
    desde una posición de productores de sus propios alimentos
    a la adquisición de alimentos ya procesados; alimentos con
    alto contenido de energía, azúcar, granos refinados
    y grasas (Hoffman, 2004) que resultan los más baratos y de
    más fácil adquisición acordes con sus
    niveles de ingresos (Peña & Bacallao,
    2000).

    La modificación en los hábitos
    alimentarios muchas veces se asocia al cambio también a un
    modo de vida más sedentario, condicionado por el
    desarrollo tecnológico más característico de
    las zonas urbanas y al hecho de que estas personas tienden a
    vivir en las áreas periféricas de las ciudades
    donde la atmósfera de violencia,
    agresividad e inseguridad
    reinante las inhibe para caminar, trotar o andar en bicicleta por
    la calle y donde carecen de instalaciones cerradas o cercadas
    para ejercitarse en forma regular. Además de que las
    iniquidades en el acceso a los mensajes de promoción de
    salud, a la educación sanitaria y
    a los servicios adecuados de atención a la salud, les impiden conocer la
    importancia de los cambios de comportamiento necesarios para
    lograr un modo de vida más sano. En consecuencia, una
    persona que
    cambia de esta manera sus prácticas de vida puede tener
    una reducción del gasto energético de hasta 1000
    calorías diarias, lo que se traduce en una
    disminución de la actividad física en más
    del 50%, todo lo cual puede conducir inevitablemente a la
    obesidad (Hoffman, 2004; Peña & Bacallao,
    2000).

    A esta situación que se da fundamentalmente en
    los países en desarrollo y en las personas de más
    bajos ingresos en los países desarrollados se le ha
    denominado "Obesidad en la pobreza"
    (Peña & Bacallao, 2000). En este individuo se
    encuentra asociada la obesidad a la deficiencia de nutrientes
    esenciales.

    Existe otro fenómeno que en los últimos
    años está siendo muy estudiado y es la llamada
    hipótesis del genotipo ahorrador (thrifty
    genotype). Los cambios, tanto en los hábitos
    dietéticos como en la actividad física, crean un
    ambiente en el
    cual una persona predispuesta a la ganancia de peso puede devenir
    obesa. Tal predisposición incluye tanto factores
    genéticos como una mala nutrición en las
    épocas tempranas de la vida asociada fundamentalmente a la
    pobreza
    (Hoffman, 2004). La hipótesis postula
    que las poblaciones expuestas a un consumo inadecuado o
    fluctuante de alimentos desarrollan un mecanismo de
    adaptación metabólica para lograr un nivel alto de
    eficiencia en
    el uso de la energía y el depósito de grasa. Estas
    personas que tienden a tener una baja estatura (Schroeder &
    Martorel, 2000) como consecuencia de la carencia de nutrientes
    esenciales importantes para el desarrollo en talla; cuando logran
    disponer de alimentos en forma regular pero fundamentalmente con
    las características que han sido señaladas pueden
    presentar entonces un exceso de ganancia de peso (Peña
    & Bacallao, 2000).

    Conclusiones:

    El desarrollo tecnológico asociado a la
    Revolución Industrial la cual ha tenido su máxima
    expresión en los últimos años con la
    Revolución Científico-Tecnológica ha dejado
    su impronta en todas las esferas de la vida de la humanidad. La
    introducción de las nuevas tecnologías tanto en el
    ámbito laboral como
    hogareño han creado las condiciones para una
    disminución progresiva de la actividad física. La
    industria productora de alimentos bajo el impacto de los
    adelantos tecnológicos ha posibilitado la
    incorporación al mercado de un grupo
    importante de productos alimenticios, a la vez que baratos y de
    fácil acceso, con un alto contenido de energía,
    azúcar y proteínas
    y un bajo contenido de nutrientes esenciales. La actual epidemia
    de obesidad en el mundo responde a múltiples factores pero
    tienen un papel fundamental la mala nutrición y los
    estilos de vida cada vez más sedentarios.

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    Vladimir Ruiz Álvarez

    Médico Especialista en Bioquímica, Máster en Ciencias en
    Bioquímica General, Departamento de Bioquímica y
    Fisiología, Instituto de Nutrición e
    Higiene de los Alimentos, Ciudad de La Habana, Cuba,

    Beatriz Basabe Tuero

    Licenciada en Bioquímica, Doctora en Ciencias
    Médicas, Departamento de Bioquímica y
    Fisiología, Instituto de Nutrición e Higiene de los
    Alimentos, Ciudad de la Habana, Cuba,

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