Una revisión
bibliográfica sobre el diálogo
entre la búsqueda de una institucionalidad y el peso de
las armas desde
Maipú a Loncomilla
Abril 5 de
1818, nueve de la mañana.
Los
ejércitos rivales estaban separados apenas por unos siete
kilómetros. Morgado y Ordoñez querían trabar
combate cuanto antes. En medio del desconcierto y ausencia de
mando se ordenó la marcha oblicua. Osorio pretendía
deslizarse por el flanco patriota, si la inoperancia de San
Martín de lo permitía. Este, desconcertado ante la
marcha del enemigo, se disfrazó de campesino y se
acercó a las columnas realistas. Desde 500 metros pudo
observar el desfile a tambor batiente y banderas desplegadas.
"Qué brutos son estos godos -exclamó-. Osorio es
más torpe de lo que pensaba". Y volviéndose hacia
sus acompañantes, les añadió: "¡El
triunfo de este día es nuestro!. El sol por
testigo". A las diez de la mañana el ejército
patriota salvó el kilómetro y medio que lo
distanciaba del realista y se tendió en batalla sobre el
borde sur de una loma. El movimiento del
ejército patriota obligaba a Osorio a presentar la
batalla. Ante lo ya inevitable, sacó al terreno el mejor
partido que pudo.
Luego de media
hora de incesante cañoneo, San Martín
comprendió que sus efectos eran prácticamente
nulos, y dio orden de atacar con las dos divisiones. La embestida
general corrió distinta suerte en las dos alas. Por un
lado, las tropas patriotas de Las Heras cortaron el ala izquierda
realista del centro y del ala derecha, por otro, Ordoñez
derrotaba completamente a dos batallones de Alvarado, y
después rechazaba al batallón Infantes de la Patria
enviado de refuerzo por Las Heras. Por un momento creyese
asegurada la victoria realista. Más las reservas de Osorio
estaban agotadas y las de San Martín
intactas.
Cuando la incertidumbre era mayor,
se oyó en la retaguardia patriota el toque de carga. San
Martín había ordenado el ataque de la reserva. Los
cazadores de Freire y de Bueras cargaron sobre el enemigo; la
infantería realista empezó a ser copada y rodeada
por los batallones patriotas. Pero el Burgos se negaba a
rendirse. Sus soldados al grito de "¡Aquí
está el Burgos! ¡Dieciocho batallas ganadas, ninguna
perdida!", Desplegaron al viento su bandera, y los demás
cuerpo siguieron su ejemplo, trabándose un combate
demoníaco. Soldados de uno y otro bando se fusilaban a
mansalva. Viéndolo todo perdido Osorio se retiró a
galope del campo de batalla con el resto de la caballería.
Las tropas realistas se replegaron hacia las casas de Lo Espejo y
la caballería patriota los acuchillaba impunemente. Cuando
las últimas tropas realistas se retiraban, llegó
O´Higgins al campo de batalla al frente de unos mil
milicianos. Echándole el brazo izquierdo al cuello,
gritó a San Martín: "¡Gloria al salvador de
Chile!", Y el vencedor le respondió: "General, Chile no
olvidará jamás el nombre del ilustre
inválido que en el día de hoy se presentó en
el campo de batalla en ese estado". El
ejército patriota había triunfado en la Batalla de
Maipú, dejando en el campo de batalla el 35% de sus
efectivos. A pesar de las bajas, el resultado inmediato era el
fin de la amenaza realista, tal como escribió San
Martín en el parte de la batalla: "Acabamos de ganar
completamente la acción.
Un pequeño resto huye. Nuestra caballería lo
persigue hasta concluirlo. La patria es libre".
Con este triunfo, se abría un escenario
totalmente nuevo. Los vencedores, se enfrentaban con el problema
de la
organización de un territorio que había
internalizado un sistema colonial
de gobierno.
Había que establecer un modelo
político nuevo; una organización cívica y administrativa
que lograse reemplazar la antigua administración española. En este
sentido, nos encontramos con el primer sentimiento de identidad
chilena, configurado bajo la doble forma de quiebre
político (producto de
las guerras de la
Independencia), y quiebre de la identidad
subjetiva de la nación
(la ruptura con el pasado que significaba la
administración española).
Este rol de reconstruir un orden político, de
"hacer política", de constituir un ideal de estado
y nación
propio, irían emparejados a la importancia que adquirieron
las armas en este periodo formativo del estado chileno. Al
respecto, Raymond Aron afirma que "la guerra no es
solamente un acto político, sino un verdadero instrumento
de la política, una continuación de las relaciones
políticas y una realización de
éstas últimas por otros medios". En este
sentido, cuando se habla de armas, se está refiriendo a
los conflictos que
vivió la nación durante sus primeros cien
años de existencia, como también, el valor e
influencia que adquirieron importantes personajes provenientes de
la esfera militar. Así, esta revisión
bibliográfica busca realizar una observación de la importancia que
significó para la constitución del estado, el diálogo
y relación establecido con la dimensión de las
armas y la guerra a lo largo del siglo XIX. De este modo, la
estructura
política del Chile del XIX, no se puede comprender en su
totalidad, sin asignar la debida importancia de fenómenos
de la primera mitad del siglo lo fueron la Guerra de la
Independencia, Portales y la Batalla de Lircay, la Guerra contra
la Confederación Perú-Boliviana, los motines de
Urriola y Campino, los presidentes-militares Prieto y Bulnes, y
la Guerra Civil de 1851.
El objetivo es
visualizar el papel que jugaron las armas y las guerras de
primera mitad del siglo XIX, en la creación y
consolidación de pilares políticos fundamentales en
la estructura del Estado-Nación, aproximándonos a
la máxima de Charles Tilly (1990) de que "la guerra
hizo al Estado y el Estado hizo
la guerra". A modo de ejemplo, el contexto de conflicto que
termina con la Batalla de Lircay, permite la aparición de
una carta
constitucional que va durar hasta 1825. Por otro lado, la Guerra
contra la Confederación Perú-Boliviana,
permitirá el ascenso del componente identitario, dentro de
la historia
política del Estado. En otras palabras, la guerra se
convertiría en un "solidificador de las sociedades
políticas".
El presente análisis, se estructura en dos fases de
observación. Un primer periodo, que abarca desde la Guerra
de la Independencia hasta la Guerra hasta el asesinato de
Portales. El segundo análisis, abarca desde la Guerra
contra Confederación Perú-Boliviana y la Batalla de
Loncomilla. En todo ellos, la intensidad de la relación
entre la figura del Estado y las armas fue bastante notoria y
significativa. El objetivo, es describir la formación del
estado desde la perspectiva de la guerra e influencia militar,
tomando como vértices del análisis
bibliográfico dos frases claves: Chile como "una
tierra de
experiencias de guerra" (argumento de Góngora) y donde
el origen y consolidación institucional del siglo XIX se
forjó bajo "el yunque de espada".
EL CENIT PORTALIANO:
De la inestabilidad post-mortem del régimen colonial a la
bayoneta de Cerro Barón.
La guerra de la Independencia, fue un periodo de prueba
para el embrionario Estado Chileno que emergía en los
campos de batalla desde 1813. Desde la formación de la
junta en 1810 hasta el triunfo patriota en Maipú, se
enmarcan en el deseo de organizarse; de establecer un modelo
institucional propio. La respuesta realista ante el deseo de
emancipación y autoorganización chileno, fue de no
tolerar la subversión.
A pesar de la oposición realista, el proyecto
independentista se impuso, y la primera figura institucional que
emerge luego del triunfo patriota de 1817 en la Batalla de
Chacabuco (y que sienta las bases políticas de la naciente
administración), fue la Declaración
de la Independencia, la que representa el abandono oficial de la
experiencia administrativa española. Sin embargo,
consolidado el ideal emancipatorio, por medio de la Batalla de
Maipú en 1818, existe una sensación general de
inseguridad
ante el nuevo escenario político que emerge luego del
triunfo de las armas patriotas. Como bien señala un
observador de la época, se visualiza a Chile como un
Estado "que ha vuelto a la infancia de
manera forzada, que se encuentra sin navegación, comercio ni
industrias". A pesar de lo anterior, este periodo marca el inicio
de un proceso de
organización del orden republicano que se refleja en la
publicación del proyecto de Constitución Provisoria
para el Estado de Chile de 1818, "sancionado por la unanimidad
de los electores de la época, que representan a los
chilenos desde Copiapó a Cauquenes".
Lo que vivía Chile, no era un proceso aislado.
Con las consolidaciones de los distintos procesos de
Independencia a lo largo del continente sudamericano, éste
mismo dejaba de ser políticamente un continente con sello
de gobiernos coloniales, y a medida que los territorios iban
siendo liberados de la Corona Española, urgía
instalar nuevas estructuras
institucionales. De este modo, se iniciaba una de las etapas
más arduas y ásperas posteriores a las batallas
finales de la Independencia, ya que las estructuras coloniales
habían desaparecido y era necesario organizar a las nuevas
naciones, como también encontrar un nuevo equilibrio
intercontinental y regional "en las dilatadas comarcas
devastadas por la lucha armada, conmovidas socialmente,
desprovistas de los más elementales recursos
económicos". Al respecto, Jaime Eyzaguirre se muestra bastante
pesimista en su análisis, donde señala que "el
espíritu de los Cabildos arrancaría a América
de la Madre Patria para conducirla en breve a la propia
desintegración. La independencia
política iba a conquistarse con mucha sangre y
sacrificando la comunión del cuerpo y del espíritu.
Así partida América en veinte pedazos y con un
sinfín de recelos y susceptibilidades lugareñas,
acabaría lanzándose por una senda cargada de
incertidumbres y amenazas". Este es el escenario en que se
encuentra Chile en términos políticos
(incertidumbre) y militar (los significativos triunfos patriotas
de Chacabuco y Maipú).
A partir de 1818 la unidad política en torno a un
proyecto aglutinador de Estado-Nación se verá
confusa, incierta e inestable. Es decir, personajes de forja
militar y de estilos "caudillescos" como O´Higgins, Freire
y Pinto, operaban como fuerzas disgregantes (dentro de la misma
clase
dirigente) en torno a la instauración de un sistema de
gobierno estable que reemplazara al antiguo orden colonial. Lo
que establecía O´Higgins en cuanto a gobierno
Político era derribado y reemplazado por Freire, y
éste a su vez era desplazado por Pinto. De cierto modo, la
influencia de estos personajes constituían diques a la
integración de un orden nacional, ya que la
tarea de conciliar los intereses divergentes, y los
enfrentamientos internos entre facciones, era de enorme
complejidad, e iba a recorrer toda la década del veinte.
Así, una vez liberado el territorio chileno de
españoles en abril de 1818, Bernardo O´Higgins
organizó la naciente república aplicando un
autoritarismo progresista, pero fracasó enfrentado por los
grandes terratenientes (quienes se hacían representar por
un hombre de
armas como Freire). Tras estos intentos de organización
política, el país conoció una experiencia
federalista, que rápidamente desembocó en una
situación de crisis ante la
rivalidad entre los dueños de la tierra (la
clase dirigente) y las pequeñas burguesías urbanas.
Esto provocó que el abandono del proyecto federalista. En
otras palabras, estos procesos de creación de pilares
políticos del prematuro Estado, enmarcado en los proyectos de
connotados militares, o bien, en los ensayos
constitucionales como el de Mariano Egaña en 1823 o el
Federalista de 1828; ellos representan un entramado de
"momentos republicanos", de expresiones de deseo de
organización política, que las armas habían
consolidado desde 1813 (con la expedición de
Pareja).
Sin embargo, no es menor, el peso de estos personajes de
armas como O´Higgins, Freire, y más tarde, Prieto y
Bulnes. Ellos concibieron programas
políticos que le permitiesen dar a Chile gobernabilidad e
institucionalidad. Para O´Higgins, por ejemplo, la
solución era el establecimiento de un gobierno
autoritario, una dictadura, la
que se fue quedando si base de apoyo. Freire, emerge como el
personaje que le desea imprimir el componente pipiolo y liberal a
la forma de gobierno del Estado, reflejado en la significativa
cantidad de ensayos constitucionales de la época. La
indisciplina terminó por resquebrajar su obra. En el caso
de Prieto y Bulnes, es hablar de cierta manera del régimen
portaliano. A pesar de las diferencias, todos ellos
"concibieron su misión
fundamental como la formación y consolidación
posterior de un estado libre, independiente y soberano." En
otras palabras, son el reflejo de la síntesis
entre la espada y el deseo político de una
institucionalidad de gobierno.
Es en este contexto, en el cual se insertan las demandas
de organización del Estado, donde numerosos autores
enmarcan la figura de Diego Portales (se diría su contexto
de acción). Desde la visión de Mario Góngora
y Alberto Edwards, es el personaje que permitiría encauzar
el orden y contener las pugnas de la clase dirigente en cuanto
organización del poder
político en el naciente territorio. Lo destacable, es
dentro de la perspectiva de estos autores; en cuanto que sin ser
un militar asume las funciones de
gatillador del orden y organización del Estado Chileno.
Visión opuesta, encontramos en Villalobos, quien afirma
que Portales nunca forjó una institucionalidad ni fue un
creador de orden, sino que instrumentalizó la
búsqueda de organización política para
garantizar su interés
privado. Sin embargo, el análisis de esta revisión
busca visualizar la relación en Portales, el Estado y los
conflictos del periodo.
Si fijamos el foco de orientación desde la
perspectiva de Edwards y Góngora, es posible identificar
el ideal político de gobierno portaliano en una de las
cartas
enviadas a José Miguel Cea en 1822, donde señala la
inviabilidad de un modelo democrático como el
norteamericano en países latinoamericanos, y del cuidado
que hay que tener de la influencia internacional de los Estados Unidos.
Al respecto expresa: "Estados Unidos reconoce la independencia
americana, pero cuidado con salir de una dominación para
caer en otra. Hay que desconfiar de esos señores que muy
bien aprueban la obra de nuestros campeones de la libertad, sin
habernos ayudado en nada. Puede ser la conquista de
América no por las armas, sino por la influencia en todas
las esferas". Con relación a la inviabilidad del
modelo democrático señala en esa carta: "La
democracia que
pregonan esos ilusos, es un absurdo en los países
americanos, llenos de vicios y donde los ciudadanos carecen de
toda virtud, cuando es necesario establecer una buena
república. La monarquía no es tampoco el ideal americano,
salimos de una terrible para volver a otra y ¿qué
se gana?. La república es el sistema que hay que adoptar,
un gobierno fuerte, centralizado, cuyos hombres sean verdaderos
hombres de virtud y patriotismo, y así enderezar a los
ciudadanos por el camino del orden y de las virtudes. Cuando se
haya moralizado, que venga el gobierno liberal, libre y lleno de
ideales, donde tengan parte todos los ciudadanos". Es una
crítica
al desorden de la década del veinte, donde participan
personajes de estampa militar.
Desde la perspectiva de Edwards, la clave en el orden
portaliano es la clase dirigente, la cual por más de
veinte años va estar quieta, obediente, dispuesta a
prestar apoyo desinteresado y pasivo a todos los Gobiernos, que
permitirá establecer el proyecto político de
país que buscaba para poder organizar a la nación.
Sin embargo, antes y después de ese milagro, la historia
política del Chile independiente es la de una fronda
aristocrática siempre hostil a la autoridad de
los gobiernos, y veces en abierta rebelión contra
ellos.
Sin embargo, el elemento revelador en este
análisis, es que la clase dirigente (la fronda) nunca fue
guerrera y tampoco lo ha sido nunca. A diferencia de la reducida
y nada opulenta sociedad
pencona, la cual vivía en estrecho contacto con los jefes
del ejército. Mario Góngora, al respecto
añade, que el país "del
Bío-Bío" era un país militar de
importancia decisiva y fundamental, que caracterizaba a la
imagen de
Chile como país de guerra, con relación al
país pacificado de La Serena y Santiago. La clase
dirigente, la llamada Fronda, no estaba constituida en las armas
sino en la tierra, en la hacienda, ya que la experiencia de
guerra está ausente en ella. En términos de
Edwards, habría una rivalidad y paradoja entre
"civilidad y la espada" respecto de la organización
del Estado; en la manera de hacer política en la
embrionaria nación. Puesto que cuando, el peso de la
"civilidad" en las decisiones de la configuración
de los pilare organizativos, no lograban imponerse por la
civilidad, era necesario recurrir los hombres de armas. En otras
palabras, habría una estrecha y paradójica
relación entre armas y espada respecto de la
organización del Estado, antes de la llegada de Portales,
el cual paradójicamente, debió recurrir a la espada
y el rifle, para imponer su modelo organizativo.
Lo que deseaba Portales era restaurar material y
moralmente la monarquía, no en su principio
dinástico (no como sucesión por vínculos de
sangre, si eventualmente, a través de elecciones de jefes
de gobierno por vía de sufragios "universales"),
sino que en sus fundamentos espirituales como fuerza
conservadora de orden y de las instituciones.
El mismo Edwards refuerza lo anterior al señalar que lo
que hizo Portales fue crear una "religión de Gobierno"
(Un gobierno respetado por su autoridad, inmutable, superior a
los partidos y prestigios personales), basada en una
"reacción colonial" núcleo de su sistema
político, es decir, el restablecimiento del principio
colonial monárquico, pero de carácter impersonal y sin vínculo de
sangre; así el Gobierno "no debe estar vinculado a
nadie, y mucho menos que a nadie, a él mismo". Se
reposaba en una fuerza espiritual orgánica que
había sobrevivido al triunfo de la Independencia: "el
sentimiento y el hábito de obedecer al Gobierno
legítimamente establecido". Pero para llevarlo a la
práctica, había que hacer surgir del caos
revolucionario un gobierno improvisado, que inspirase desde un
principio una la veneración religiosa; es decir, que
motivara una restauración moral del
país años de anarquía, que tendiera un
puente que restableciera la tradición
interrumpida.
Para lograr esto, desde la perspectiva de Portales,
debía eliminar toda oposición a su proyecto
político de organización y orden del Estado,
personificado en la figura de Freire. De este modo, se vale de
las armas y en la Batalla de Lircay de 1830 consuma "una
revolución
dentro de la revolución". Consolidado el triunfo, es
interesante observar, que organiza la Guardia Nacional sobre el
modelo de las milicias de la Colonia (elemento que expresa su
ideal de rescate de la herencia colonial
en cuanto a sistema de gobierno); "con lo que la sociedad
queda jerárquicamente armada frente a una posible
resurrección del caudillaje". La batalla misma de
Lircay marca un importante hito en el Chile de comienzos de la
década del treinta, ya que por orden de Portales, se hizo
silencio en torno a esta batalla fraticida, para que el
régimen de 1830 surgiera de "la libre voluntad de los
pueblos". La derrota de Freire en Lircay, marca un periodo de
acelerada evolución institucional.
Bajo el mismo análisis de Edwards, Portales
designa al general Prieto, jefe del ejército vencedor de
Lircay, como Presidente de la República, por iniciativa y
bajo protección del mismo estadista. Sin embargo, es
paradójico, ya que es un personaje que
representaría las armas, pero a su vez, la impersonalidad
del gobierno buscado por Portales. Así, Portales en
septiembre de 1831 había llegado a la cumbre de su poder,
al consolidar, desde la visión de Alberto Edwards, la
formación del "Estado Portaliano". Simon Collier,
señala que esta alianza política- militar entre
Portales y Prieto, permitió que Chile se ganara una
reputación única en Hispanoamérica por la
estabilidad política y la continuidad institucional,
subrayando el rol del general en este proceso histórico.
Collier, afirma que Prieto fue revestido con la inmensa
autoridad, casi monárquica, que le fue conferida por la
Constitución de 1833.
Mario Góngora, afirma que hacia 1830 surge un
gobierno fuerte, extraño paradojalmente al militarismo y a
los caudillos de los tiempos de la Independencia, que proclama en
la Constitución de 1833 que Chile es una república
democrática representativa, pero carente de la virtud
clásica del republicanismo, para ser gobernada
autoritariamente con celo en el bien público. Desde esta
observación, establece una distinción respecto del
análisis de Edwards en cuanto la impersonalidad y
abstracción del gobierno del "Estado Portaliano".
Góngora en este sentido, piensa que en Portales "el
principal resorte de la máquina" es lo que llama en
sus cartas "los buenos" y "los malos". Los primeros
serían los hombres de orden, los hombres de juicio y que
piensan; son hombres de conocimiento
de juicio, de notorio amor al
país y de las mejores intenciones. Los segundos, sobre
quienes debe recaer el rigor absoluto de la ley, son los
"forajidos", los "lesos y bellacos", aludiendo sin duda a los
pipiolos y los conspiradores de cualquier bando. Esto se ve
reforzado en una carta enviada por Portales a Joaquín
Tocornal en 1832, donde se refleja este deseo de virtud que debe
existir en el modelo de "Estado Portaliano": "En cada
resolución se dará un gesto de
justificación, de imparcialidad, de orden, de respeto a la ley,
que insensiblemente irá fijando una marcha conocida en el
gobierno; y así vendrá a ganarse el acabar de poner
derrota a la impavidez con que en otro tiempo se
hacía alarde del vicio, se consagraban los
crímenes, y ellos servían de recomendación
al gobierno, minando así los cimientos de la moral
pública, y rompiendo todos los vínculos que
sostienen a todos los hombres reunidos". Para Sergio
Villalobos, crítico de la postura épica de
Portales, afirma que el principal "resorte de la máquina"
es la voluntad y la dureza de los hombres de gobierno y del
sector social que representaban.
Por otra parte, Góngora concuerda con Edwards
respecto de la centralidad y orden que debía irradiar el
sistema portaliano hacia la sociedad, pero considera que la
institucionalidad creada tras la Batalla de Lircay, debía
apoyarse en una clase dirigente. Esta clase debía estar
sujeta obedientemente al gobierno, por el propio interés
en el orden público. Esta relación de
cooperación y sometimiento, impediría la
impersonalidad del gobierno, ya que aristocracia terrateniente
(clase dirigente), debe responder a un gobierno claramente
definido en su ideal de conseguir el orden
público.
En el plano internacional, el "Estado Portaliano"
se ve enfrentado a la amenaza de la Confederación
Perú-Boliviana de Santa Cruz. Ella emerge como la
única rival capaz de derribar al sistema institucional
levantado por Portales desde el triunfo de Lircay. Lo anterior,
queda reflejado en el temor que siente el estadista sobre de la
Confederación, en la carta enviada
a Blanco Encalada de 1836. En ella señala que "la
posición de Chile frente a la Confederación es
insostenible. No puede ser tolerada ni por el pueblo ni por el
gobierno, porque ello equivaldría a un suicidio. Esos
dos estados siempre serán más que Chile en todo
orden de circunstancias y cuestiones". Agrega que "la
Confederación debe desaparecer para siempre jamás
del escenario de América. Por su extensión
geográfica; por sumador población de raza blanca; por sus riquezas;
por el dominio que la
organización trataría de ejercer en el
Pacífico; por el mayor número de gente ilustrada de
la raza blanca, muy vinculada a las familias de influjo de
España
que se encuentran en Lima; por la mayor inteligencia
de sus hombres públicos; por todas estas razones la
Confederación ahogaría a Chile antes de muy
poco". Es interesante comentar, desde la perspectiva de Jorge
Larraín, que el discurso
encendido de Portales, sumado a la experiencia misma de la
guerra, conlleva a que el conflicto contra la
Confederación Perú-Boliviana se manifieste como uno
de los tres pilares del surgimiento de la identidad chilena
impulsada por las guerras; los otras dos, son la Guerra de Arauco
y la Guerra del Pacífico.
La Confederación amenaza la estabilidad del
sistema institucional y político chileno. Portales en sus
cartas afirma que la clave está en la virtud: "La
conquista de Chile por Santa Cruz no se hará por las
armas…pero intrigará a los partidos, avivando los odios
parciales de los O´Higgins y Freire, echándolos unos
contra otros". Es decir, Portales teme que los esfuerzos de
instalar un sistema institucional centralizado y fuerte, basado
en hombres virtuosos, sea corrompidos por las influencias de
Santa Cruz, y provoquen el colapso. Por ello, la única
solución es la derrota militar de la Confederación,
y por ello se ve reflejado en su carta a Blanco Encalada: "Las
fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando
golpes decisivos. Debemos dominar para siempre el
Pacífico; esta debe ser su máxima ahora y
ojalá fuera del Chile para siempre. Las fuerzas militares
vencerán por su espíritu nacional, y si no
vencerán contribuirán a formar la impresión
de que es difícil dominar a los pueblos con
carácter". De lo anterior, es importante analizar dos
puntos: el dominio del Pacífico y el espíritu
nacional. Respecto del primero, se visualiza que todo estado
chileno fuerte y centralizado debe ser potencia
terrestre y marítima, esta última, reflejada en el
dominio del Pacífico. El mismo Góngora al respecto,
señala que es posible "que nunca haya sido vista con
tanta claridad el destino de Chile, y a ese horizonte
histórico de Portales corresponde precisamente la
expansión territorial y la expansión comercial
marítima de Chile en el siglo XIX". El segundo punto,
tiene que ver con el espíritu nacional. Portales, llama a
imponerse sobre la Confederación desde la identidad
chilena; desde el espíritu guerrero heredado desde las
guerras de la Independencia. Góngora, corrobora lo
anterior, cuando afirma que cada generación del siglo XIX
vivió una guerra: guerras de la Independencia, guerra
contra de la Confederación, guerra del Pacífico, y
la guerra Civil de 1891. Sin embargo, Portales no alcanza a
contemplar el triunfo chileno, pues muere asesinado antes de que
la primera expedición militar zarpe del puerto de
Valparaíso con la finalidad de enfrentar a la
Confederación.
Al respecto, Villalobos afirma que desde que Portales
había asumido la dirección política y gubernativa en
1830, las conjuraciones para derrotarlo se habían sucedido
unas tras otras, formando un cuadro de permanente inestabilidad y
preocupaciones, distando mucho de la tranquilidad atribuida a
este periodo por Edwards. En este sentido, describe una ola de
conspiraciones militares como la del capitán José
María Labbé en 1831; la del comandante
Joaquín Arteaga en 1833; la expedición de Freire en
1836; la conspiración en el ejército del sur en
1837. Todas ellas, reflejan un desequilibrio de la
relación entre espada e institucionalidad. La
última conjura tuvo una larga preparación, y estuvo
encabezada nuevamente por militares, como lo fue el coronel
José Antonio Vidaurre, en momentos de que las tropas
debían preparar su lucha contra la Confederación.
El argumento de los conspiradores, era que Portales personificaba
un gobierno tiránico que atropellaba los fundamentos de la
libertad y era el causante de arrastrarlos a una guerra no
justificada. El ministro fue apresado, y en el Cerro
Barón, el sargento Santiago Florín, con un grupo de
soldados, le dio muerte a punta
de proyectiles y bayonetazos.
Resulta paradójico, que el ascenso de Portales a
un sitial protagónico en la creación de una
institucionalidad "moderna", sea por medio de las bayonetas de
Lircay; y termine siendo asesinado por las mismas en el Cerro
Barón. La fórmula "civilidad y espada", o en
otras palabras, "institucionalidad estatal y espada"
persiste sin ninguna modificación, independiente de la
visión tanto de Edwards, como su opuesta, la de
Villalobos.
VISIONES CAMBIANTES:
De una guerra forjadora de identidad a la revolución del
último patriota.
Si se remite a la lectura del
manifiesto de los conspiradores encabezados por Vidaurre, uno de
los motivos del alzamiento contra Portales, era la
identificación declara guerra contra la
Confederación Perú-Boliviana, como un
acontecimiento injustificado e indeseado: "el proyecto de
expedicionar sobre el Perú y por consiguiente, la guerra
abierta contra esta república, es una obra forjada
más bien por la intriga y la tiranía, que por el
noble deseo de reparar agravios a Chile, pues aunque
efectivamente subsisten estos motivos, se debía procurar
primeramente vindicarlos por los medios
incruentos de transacción y de paz, a que parece dispuesto
sinceramente el mandatario del Perú".
El propósito de los conspiradores no se
cumplió, y la expedición militar encabezada por
Blanco Encalada zarpó con destino a las costas del
Perú. La indignación frente al asesinato es de tal
magnitud, según Carlos Molina, que "de impopular, la
guerra pasa a constituirse en la aspiración más
profunda de cada chileno". Francisco Antonio Encina, destaca
la inesperada reacción del pueblo chileno, que a la postre
iba a decidir la contienda. Señala que "artesanos,
empleados y jornaleros abandonaban sus hogares y sus ocupaciones
para pedir un puesto cualquiera en el ejército, resueltos
a reintegrarse a su régimen de vida normal después
de cumplido el deber". En términos del análisis
de Larraín, la guerra contra la Confederación,
señala el primer indicador de identidad
nacional, el cual fortalecería los pilares de
institucionalidad y gobernabilidad.
Manuel Bulnes, ante la firma del Tratado de Paucarpata,
que significó una tratado de paz del ejército de
Blanco Encalada con la Confederación sin derramar una bala
y que causara revuelo en el país, encabeza un nuevo
ejército contra los ejércitos de Santa Cruz. Se
suceden los Combates de Guías y del Buin, el Combate Naval
de Casma; y finalmente la Batalla de Yungay, que corona el
triunfo de las tropas chilenas de Bulnes sobre la
Confederación. La última batalla consolidó
la imagen del pueblo triunfante, y el arquetipo del "roto
chileno", como artífice del triunfo en la Batalla de
Yungay, que no escatimaba oportunidad en combate de sacrificarse
por su patria. Tal como afirma Benedict Anderson: de ofrendar su
vida.
Encina, afirma que a Bulnes, como el personaje vencedor,
se lo convirtió en héroe, despertando enorme
admiración en el país. La única recompensa
que pidió, fue el de reincorporar a los derrotados en
Lircay y la reposición del grado y honor a
O´Higgins. El general vencedor de Yungay, en 1841, asume el
cargo de Presidente de la República, sucediendo
Joaquín Prieto, quien luego, del triunfo del
Ejército Restaurador, se encargó de organizar la
hacienda pública y de retornar a la normalidad
institucional, suprimiendo los consejos de guerra de 1837. Es
decir, se mantiene esta fuerte relación entre la
política organizativa de Estado desde la influencia de las
armas. El ganador de Lircay y de Yungay, asumen como
líderes políticos de joven Estado.
El gobierno de militar, miembro de la clase dirigente de
Concepción, se destacó por ser un periodo de
expansión, de avances, progresos, bonanzas y vida
intelectual; fueron tiempos de prosperidad del trigo, de la
llegada de Ferrocarriles y la explotación de las mineras.
Por otra parte, a partir del gobierno de Bulnes se comenzó
un plan de
formación de la marina de guerra. Se constituyen cuadro de
oficiales y de una escuadra permanente, y cuyo primer comandante
general fue el ex –Presidente Prieto.
Sin embargo, es menester analizar la tradición
portaliana que significaba la figura de Bulnes en la cima del
poder del Estado. Portales había frenado el caudillaje en
1830 con una hábil táctica política; la de
su empeño en poner a la cabeza del gobierno del
país a un general pencón, pues no ignoraba que la
sociedad pencona era temible, en cuanto estaba vinculada a los
generales del ejército de la frontera,
algunos de ellos aristócratas y grandes terratenientes.
Tal como señala Edwards: "Desde la Independencia,
Concepción hubo de ser escuchada". De esta manera, por
más de veinte años la sociedad política de
Santiago, administró y configuró las bases
políticas bajo el amparo de la
"espada de Penco".
A principios de la
década del cincuenta, por un lado, se intensificaban los
antagonismos entre el gobierno y los opositores liberales. Por
otro, concluía el decenio de Bulnes y debía
elegirse el candidato del gobierno, que por tradición
portaliana, tendría que ser un militar miembro de la
sociedad pencona; eventualmente el conocido actor de los
principales hechos bélicos desde la Independencia hasta
Yungay: el General José María de la Cruz. Sin
embargo, arrastrado por las decisiones partidarias del grupo
conservador más duro, el Presidente Bulnes se inclina por
Manuel Montt como futuro candidato oficialista a la presidencia,
quebrando el equilibrio "espada/política".
La situación entró en una espiral de alta
complejidad. La clase dirigente percibió que este era el
momento de retomar su papel decidor como el que poseía
antes de 1830, y esperaban usar a al general de Concepción
tal como usaron a Freire en la década del veinte.. Por
otra parte, los ciudadanos de Concepción, en febrero de
1851, proclamaron a De La Cruz como candidato
independiente.
El conflicto que desembocó en la Batalla de
Loncomilla, fue generado específicamente en la
no-aceptación por parte del general De La Cruz, del
triunfo abrumador de Montt en las elecciones, y la
organización de un ejército oficialista al mando de
Bulnes, dispuesto a frenar la insurrección contra el
gobierno conservador:
"Al llegar a las inmediaciones de Reyes, Bulnes
captó el panorama táctico, y de acuerdo a sus
jefes, se decidió dar la batalla no obstante haberse
frustrado la sorpresa. Envió una columna con la orden de
flanquear la derecha enemiga y tomarle a toda costa la espalda.
García debía entretener la batalla por el frente
con el resto de la infantería y la artillería. Mas,
en vez de acatar la orden explícita, desplegó este
jefe sus tropas en guerrilla, señalándoles como
objetivo la captura de las casas. Los crucistas se defendieron
con vivísimo fuego, que no logró, sin embargo,
frenar a los atacantes. El campo quedó sembrado de
cadáveres.
Mientras en el centro se consumaba la matanza,
Baquedano, con el propósito de salvar la batalla ya
perdida y sin parar mientes en los profundos barrancos que
tenía por delante, ordenó una carga general en
masa. Los 900 jinetes se precipitaron como un alud. Los primeros,
al llegar al barranco de Barros Negros, empujados por los
inmediatos seguidores, cayeron al fondo en confusos montones de
hombres y caballos. Bulnes conocía palmo a palmo el
terreno, de suerte que pasó por el espacio libre y
acuchilló a mansalva a las masas arremolinadas de la
caballería enemiga. La carga estuvo a punto de costar la
vida al general. La lanza de un soldado cruciata pasó a
pocos centímetros de su
vientre.
Poco después de las 11 de la mañana,
luego de cuatro horas de rudo combate, De la Cruz había
perdido toda la caballería y casi un 30% de la
infantería. Los restos se replegaron en las casas de
Reyes. Toda resistencia era
inútil. No tenían víveres ni municiones. La
rendición había de producirse fatalmente antes de
48 horas. Pero la tropa gobiernista embistió frontalmente
contra los muros erizados de fusiles de las casas de Reyes,
perdiendo en tres horas el 30% de los efectivos. Durante cuatro
horas se repitieron los ataques. Sordos y ciegos, caían
ahora dos o tres por cada defensor abatido. Poco después
de las tres de la tarde se agotaron, al fin, las fuerzas
sobrehumanas…"
Desde la perspectiva de Edwards, el pronunciamiento del
ejercito de sur, encontró a un país indiferente, y
"el genio de Portales combatió en Loncomilla al frente
de los cuerpos cívicos improvisados que él mismo
creara. Desde su tumba asestó aquel último golpe al
caudillaje." Desde la visión de Maurice Zeitlin, la
guerra civil de 1851 (junto con la de 1859), tendrá una
significativa importancia en la contribución y avances de
las libertades civiles y los derechos políticos en
Chile. Desde la perspectiva de análisis inicial, en cuanto
a la relación entre política y espada, la Batalla
de Loncomilla, se configura en el enfrentamiento entre dos
espadas patriotas, donde la ganadora, no es ninguna de ellas,
sino que la institucionalidad del Estado. Es decir, desde las
guerras de la Independencia se venía dando un equilibrio
entre espada y política, orientado a obtener un beneficio
común. Con el resultado "incierto" de Loncomilla (dato
revelador, ya que los dos generales se proclamaron vencedores),
se rompe el equilibrio entre la espada y la política, en
cuanto organización de los pilares del Estado (que no
volvería repetirse hasta 1891). Por el contrario, la
importancia de la guerra en la dimensión nacional
identitaria, heredada de la Batalla de Yungay, permanece estable.
Reflejo de ello, el sentimiento nacionalista en la Guerra contra
España de 1866 y la Guerra del Pacífico,
análisis que merecen investigación aparte.
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CHRISTIAN OROS NERCELLES
Santiago, Diciembre del 2004
Director de Estudios