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El y sus exploradores



    1. ¿Es real la
      realidad?
    2. El paisaje, el Paititi y el
      romanticismo
    3. Grandezas y miserias de una
      búsqueda: paititólogos y
      paititeros
    4. Bibliografía sobre el
      Paititi

    "La capacidad de vivir con verdades
    relativas,

    con preguntas para las que no hay
    respuestas,

    con la sabiduría de no saber nada y
    con las paradójicas

    incertidumbres de la existencia, todo esto
    puede ser la

    esencia de la madurez humana y de la
    consiguiente tolerancia

    frente a los demás. Donde esta
    capacidad falta, nos entregamos

    de nuevo, sin saberlos, al mundo del
    inquisidor general (…)."

    Paul Watzlawich

    ¿Es real la realidad?

    Como en las películas de aventuras, la
    búsqueda del Paititi reúne a una singular
    fauna humana, exótica y heterogénea;
    un verdadero ejército de soñadores que se niegan
    —consciente e inconscientemente— a considerar la
    existencia del mundo como algo inacabado y explorado por
    completo, manteniendo así viva la llama de la pesquisa y
    del descubrimiento más allá de las pantallas de
    la
    televisión o las computadoras.

     Ellos encarnan como pocos la verdadera veta
    romántica —en parte perdida— no siempre bien
    vista por los académicos de gabinete; que prefieren
    los entuertos verbales y la seguridad de los
    archivos al
    riesgo
    físico de buscar por selvas y montañas, corriendo
    el riesgo de dejar que sus huesos terminen
    puliéndose en alguna parte ignorada de Perú o de
    Bolivia. De
    hecho, para muchos no habría mejor muerte que
    ésa. Una muerte que los redimiera por completo,
    justificando la obsesión de toda una vida y dándole
    legitimación a una forma de ser y estar en
    el mundo que reniega de las colas de jubilados, del sedentarismo
    mental y de una visión no asombrada y asombrosa de la
    existencia.

    Los exploradores del Paititi son individuos tocados, en
    gran parte, por la locura, por la insatisfacción, por un
    juvenil impulso de ver al mundo con los ojos de un hereje que
    reniega de los dogmas pre-establecidos por las instituciones,
    que califican de "poco científicas" las
    búsquedas de ciudades
    perdidas. De alguno manera, son partícipes de una sana
    rebelión. Osados bandidos aventureros
    que atentan contra esos rostros de mandíbulas apretadas
    pensando que el compromiso con la verdad radica en negar los
    sueños, apoyándose en un corpus
    bibliográfico que oficializan como cierto, muchas veces
    guiados por intereses mezquinos (una beca o un puesto en el
    escalafón de la carrera docente, por dar un
    ejemplo).

    Como descarriadas ovejas del rebaño que les dio
    cobijo —o nunca se los dio— deben luchar contra la
    ortodoxia que los condena y defenderse de quienes pretenden
    "curarlos". Así todo, persisten en sus males y sus
    pecados… Y hacen bien; porque son conscientes que las meras
    palabras escritas suelen resbalar hacia la palabrería
    pomposa que desoye muchos hallazgos materiales,
    producto del
    vagar buscando quimeras. Es que aspiran a ellas, combatiendo las
    muecas reprobadoras de los eruditos con sonrisas irónicas;
    burlándose del miedo al ridículo que, en ocasiones,
    es el fundamento de la pedagogía y educación de nuestros
    días.

    Los exploradores del Paititi abren nuevas rutas, no
    sólo en el sentido literal de la palabra —como las
    que nacen a fuerza de
    machete a medida que se avanza—, sino también rutas
    epistemológicas que prueban que algunas leyendas son
    ciertas o que la mayoría que circulan sobre el tema no
    deberían ser tomadas al pie de la letra, a menos que se
    quiera ser tildado de loco.

    ¿Cuántas mentes desequilibradas
    podrían dedicar parte de su vida a encontrar una supuesta
    ciudad de oro puro,
    habitada por angelicales "Hermanos Blancos" de una
    cofradía extraterrestre, perdida en el corazón de
    la selva sudamericana? La respuesta es, lamentablemente:
    muchas.

    Hordas de místicos y pseudo-investigadores han
    tergiversado y manoseado tanto la búsqueda del Paititi y
    no es de extrañar que un tópico tan rico para
    historiadores, arqueólogos y antropólogos, haya
    quedado ligado a los delirios etílicos de aquellos que lo
    conectan con ovnis,
    dimensiones desconocidas y una espiritualidad barata y
    lucrativa propia de la New Age; que
    encarna como nadie lo que suelo denominar
    el "Síndrome del Rey Midas Invertido", que consiste
    en la capacidad que algunos tienen de convertir los temas que
    tocan (valiosos por cierto), no en oro, como reza la leyenda
    bíblica, sino en excremento.

    En mi opinión, son esos personajes y sus escritos
    los que le quitan seriedad a la cuestión. Lo apartan del
    campo de estudio científico, al que debería volver
    en algún momento; y que no es otro que el de las ciencias
    sociales. Pero, aún topándonos con esas
    hipótesis desquiciadas, sería
    factible realizar su análisis desde el ángulo de la
    sociología o la historia de mentalidades,
    buscando las causas profundas que llevan y explican a entender
    porqué se cree lo que se cree, o cuáles son las
    bases en las que se apoya ese pensamiento
    mágico y esotérico. Estoy convencido que un estudio
    de ese tipo no diría mucho sobre nuestra época, sus
    miedos, perturbaciones, ansiedades y fracasos. Pero no es mi
    intención abordar en este artículo —al menos
    pormenorizadamente— las teorías
    estrafalarias que circulan, respecto de la "ciudad perdida de los
    incas".
    Más allá de los portales
    dimensionales que los gurúes
    mercachifles afirman haber atravesado, está el
    Paititi real. Ruinas que seguramente nos desilusionarán un
    poco cuando las encontremos; no por su relevancia
    histórica, sino por las características
    morfológicas y materiales que deben poseer: muros
    derruidos, tambos abandonados, caseríos y edificios
    devorados por las raíces de la selva que aún las
    esconden. En dos palabras: restos arqueológicos. Ni
    más ni menos. Nada extraordinario. Nada de murallas de oro
    y plata o avenidas con estatuas resplandecientes, flanqueando el
    camino a la plaza principal. Nada de incas perdidos en un islote
    terrestre, rodeados por la jungla e ignorantes de los 400
    años de cambios vertiginosos operados en el "mundo
    exterior".

    Sólo ruinas; que probaran —como lo
    están haciendo de a poco— que la penetración
    de los incas en el Antisuyu (parte oriental del Imperio) fue
    mucho más profunda, significativa y duradera de lo que se
    piensa actualmente.

    El explorador del Paititi tiene algo de nómada;
    y, como tal, encarna al aventurero por excelencia, abriendo su
    mirada y su cuerpo a un futuro ambiguo, azaroso, en el que todo
    puede suceder. Como aventurero, es el protagonista de vivencias
    inusitadas y un sibarita de los tiempos intensos que genera la
    propia inseguridad.
    El temor y el deseo —en una extraña pulsión
    de muerte— se combinan generando una atracción
    difícil de explicar en la que se unen, por una parte, la
    voluntad por superar la incertidumbre y los problemas; y
    por la otra, la comprobación empírica de su propia
    buena suerte. El explorador-aventurero tiene mucho de
    egocéntrico y personifica como nadie ese optimismo del que
    habla E.M. Cioran cuando escribe:

    "Si uno no creyese en su buena estrella, no se
    podría efectuar el menor acto sin esfuerzo: beber un vaso
    de agua
    parecería una empresa
    gigantesca e incluso insensata".

    Pero por ser en parte trotamundos no sometidos del todo
    a los principales dictados de la sociedad, esta
    casta de exploradores al que referimos suelen catalogarse como
    parias enajenados, sospechosos por el sólo hecho de no
    comulgar con los paradigmas
    históricos vigentes y quedar fuera de los controles que
    éstos ejercen.

    Como aventureros que son, arrastran la cuota de
    irresponsabilidad que la propia aventura tiene en el lenguaje
    corriente; lo que no excluye que haya artículos
    —generalmente periodísticos— que no dejen de
    alabar y avalar esa misma condición que otros, más
    conservadores, critican: la osadía de la libertad
    plena
    ; o la valentía de personificar el ideal
    romántico de ir a la selva tras ciudades olvidadas, en un
    contexto académico que margina esa búsqueda al
    campo de la ficción cinematográfica o la
    novela.

    Es lógico que los especialistas en el Paititi
    despierten esos sentimientos contradictorios, de atracción
    y rechazo. En un mundo que construye su realidad cotidiana
    enfrente de un monitor de
    computadora,
    alumbrado por lámpara de neón, en oficinas con
    aire
    acondicionado y encierro, el regreso a la selva es mirado
    como una válvula de escape psicológico al tedio urbano,
    que muchos critican pero que muy pocos se arriesgan a romper.
    Quizás la atracción radique, justamente, es ese
    contraste entre los dos mundos: el artificial, de cemento y
    concreto; y el
    natural, de enredaderas, y árboles
    ocultando misterios.

    a
    b

    EL
    PAISAJE, EL PAITITI Y EL ROMANTICISMO

    "No es fácil destruir un
    ídolo.

    requiere tanto tiempo como
    el

    que se precisa para promoverlo

    y adorarlo".

    E.M. Cioran

    Adiós a la
    Filosofía.

    "Si los historiadores y arqueólogos
    europeos,

    que mueren por un simple jarrón o plato
    de

    origen griego, supieran lo que se puede

    encontrar en estos valles, cambiarían de
    especialidad.

    ¡Estamos hablando de ciudades enteras, y pocos
    saben

    o creen en ello!".

    Testimonio de un historiador de la Universidad de
    California.

    Cusco, agosto de 1998

    Archivo del autor

    La mayoría de los testimonios escritos que
    refieren sobre el Paititi, en los siglos XVI, XVII y XVIII, lo
    ubican al oriente del Cusco, más allá del cauce del
    río Paucartambo; en una región delimitada por el
    río Manú, al norte, y el Madre de Dios
    —antiguo Amarumayo—, por el sudeste. Toda la zona es
    una enmarañada selva tropical, cruzada por cordones
    montañosos y decenas de afluentes, con denominaciones tan
    sugerentes como Callanga, Palatoa,
    Nistrón, Piñi Piñi,
    Shinkibenia
    o Pantiacolla. Es este último
    toponímico el que le da nombre a todo el territorio. Una
    comarca de difícil acceso que, a pesar de no tener
    demasiados terrenos planos, es llamada la Meseta de
    Pantiacolla
    .

    Para ver el gráfico seleccione la
    opción "Descargar" del menú superior

     Alejada de todo —incluso de la influencia
    del propio Estado
    peruano—, la mencionada meseta representa uno de los pocos
    bolsones por explorar minuciosamente que quedan en
    Sudamérica. Si a este atractivo le agregamos la
    posibilidad de encontrar las ruinas de una ciudadela incaica
    perdida en la enramada, tendremos los condimentos básicos
    para proyectar en ella ese espíritu romántico del
    que hablábamos en las páginas anteriores. Y los
    buscadores del
    Paititi no son ajenos a ello.

    De hecho, una buena parte de los libros
    publicados no hacen otra cosa que describir el paisaje y las
    peripecias que allí se corren. Es emocionante,
    ¿quién puede dudarlo? Pero cuando el marco natural
    y sus insuperables trabas se convierten en los protagonistas
    principales —y el Paititi en sí queda relegado a un
    segundo plano— estamos frente a una silla a la que le
    falta más de una pata
    .

    Porque si lo que se pretende es dilucidar y probar que
    los incas ingresaron a la región —antes y
    después de la conquista española—, el recurso
    de quedarse simplemente describiendo el paisaje es insuficiente;
    a menos que se quiera justificar con ello los fracasos por
    encontrar las pruebas de la
    presencia quechua en el lugar; o, simplemente, sustituir la
    investigación histórica por la
    literatura de
    aventuras.

    El paisaje, durante años desatendido por el
    sentimiento —y aprehendido únicamente por una
    preocupación meramente informativa que buscaba la descripción fidedigna y la
    objetividad— cambió hacia 1830, aproximadamente, y
    el viajero del siglo XIX, el romántico, empezará a
    darle importancia a la impresión global, a la
    sensación, al sentimentalismo; recreando un paisaje ideal,
    fantástico, en el que poco importaba acercarse a la
    realidad objetiva. Surgía una nueva sensibilidad en la que
    la naturaleza,
    hasta entonces concebida como una máquina armónica
    y racional, se convertía en un océano de
    inquietudes e incomprensión. Los románticos
    empezaban a dudar de los esquemas claros, perfectos y
    predecibles. El universo,
    reglado por el neoclasicismo
    (expresión artística del siglo XVIII), se
    abría a sensaciones nuevas y empezó a ser pensado
    de manera diferente. Lo estético, impregnado con una
    filosofía menos segura de sí misma, se orientaba
    hacia el misterio y el esoterismo. El paisaje dejó de
    mostrar leyes universales
    y pasó a expresar sentimientos movilizadores. El hombre se
    sintió pequeño, indefenso, y al mismo tiempo
    asombrado ante la magnitud del cosmos y sus enigmas. El
    "paisaje real" —concebido como algo medido,
    controlado, racionalizado, humanizado
    es reemplazado por el "paisaje sublime", que sacude y
    produce sorpresa, estupor, en el alma de los
    exploradores.

    En sus relatos de viajes se pasa
    de las descripciones genéricas y citas de "autoridades"
    —referenciadas en testimonios antiguos— a la percepción
    de lugares específicos, que no tienen ya la serenidad ni
    el equilibrio que
    creían tener.

    Como bien dijera, Rafael Argullol:

    "El romanticismo le
    dice adiós a las reglas, las normas, las
    escuelas (…); deja de considerar la realidad exterior como
    único modelo digno
    de reproducir y se vuelve hacia la única fuente que le
    merece credibilidad: su interioridad, su ‘yo’. Deja
    de ver a través de los ojos, para mirar a través
    del corazón".

    El paisaje romántico refleja el espíritu
    atormentado de sus nuevos observadores. El viajero empieza a
    buscar una comunión más original, más pura
    con la naturaleza. Por eso, en él no cabe ya la idea
    racional del jardín; espacio domesticado, alejado
    de todo riesgo y símbolo de la serenidad y
    equilibrio.

    Así pues, el explorador romántico del
    Paititi
    se hunde, se funde, en el medio vital que
    recorre. De ahí la importancia que se le da no sólo
    a la percepción visual, sino a la percepción
    interior
    , considerada como la victoria de la expresión
    y el sentimiento sobre las normas y las leyes. Porque, más
    allá de que el romanticismo sea un movimiento
    cultural que se enmarca en un período determinado,
    asociado generalmente a la primera mitad del siglo XIX, es
    también una "forma de ser y estar en el mundo" que sigue
    viva en nuestros días.

    En las ruinas, los viajeros de este tipo, pretenden
    encontrar saber, conocimiento,
    y una prueba indeleble de la fuerza de voluntad. Están
    inclinados a ver en ellas la nostalgia de un pasado
    irremediablemente perdido y el inevitable paso del
    tiempo.

    Es que en la selva, la naturaleza, siempre termina por
    vencer a la obra humana. La vida no es otra cosa que un largo
    camino hacia el olvido y los restos antiguos son leídos
    como signos del
    fatalismo por venir. Así adquieren, en parte, cierto
    carácter fúnebre; una clara muestra de la
    impermanencia de todas las cosas y ejemplo evidente de la
    pérdida
    y lo desconocido. Las ruinas esconden
    más de lo que revelaban y personifican el misterio.
    Se cargan de poesía
    y reflexión, gracias a la imaginación que se les
    sabe imprimir en textos y dibujos.

    Por otra parte, el aumento del interés
    por rescatar la "identidad nacional", hace que se busque,
    en los restos arquitectónicos de épocas
    pretéritas, "la esencia originaria" del orgullo
    nacionalista o de resistencia.
    Así pues, las ciudades perdidas o exóticas suelen
    verse como los testimonios de un pasado ancestral en el que la
    dignidad no es
    cosa de otros solamente.

    a
    b

    GRANDEZAS Y MISERIAS DE UNA
    BÚSQUEDA:

    PAITITÓLOGOS Y
    PAITITEROS

    "No le preocupaba si una doctrina se
    adecuaba o no a la

    realidad del mundo sino qué tipo de
    vida promovía: activa

    o reactiva, generosa o resentida. No le
    importaba su validez

    epistemológica sino su estricto
    valor
    ético, incluso estético.

    El filósofo está así,
    más cerca del poeta o del profeta, del

    creador de mitos o de
    imposturas, que del juez o el detective.

    ¿Cuándo algo es verdadero?
    ¿Cuándo cuenta algo que ocurrió

    o cuando tiene el poder de
    engendrar nuevas formas de vida

    y de pensamiento?".

    Scavino

    filósofo argentino.

    "La tolerancia tiene
    un límite: la estupidez".

    George Orstond

    Escritor inglés.

    A nadie debería extrañarle que la competencia
    desleal es un mal que se da en todas las profesiones y que las
    actitudes
    mezquinas son el "sidecar" que suelen acompañarla.
    Desafortunadamente nos han educado para competir
    más que para compartir y ese es uno de los motivos
    por los cuales el campo de acción
    de los buscadores del Paititi se ha convertido en un
    "ring" en el que "todo vale"; inclusive la mentira,
    el sensacionalismo y la violencia.
    Permítame ahora el lector cometer un pecado de soberbia e
    incluir dos neologismos que, espero, esclarezcan mejor las ideas
    que pretendo transmitir. Estas dos nuevas categorías son
    las de paititólgos y paititeros.

    Empecemos por la primera.

    Los que damos en llamar "paititólogos"
    constituyen un gremio bastante reducido. No inclinados al
    sensacionalismo y guiados por razonamientos lógicamente
    sustentados en pruebas positivas —materiales y
    escritas—, hacen de la honestidad
    intelectual un bastión no negociable; respetando los
    indicios y partiendo de preguntas, no de afirmaciones
    dogmáticas sin posibilidades de ser verificadas. Por lo
    general tienen formación universitaria, no necesariamente
    en humanidades, pero mantienen en alto el rigor
    metodológico que exige toda investigación seria;
    formulando hipótesis
    coherentes y respetando la herencia de
    conocimientos históricos dados por historiadores y
    arqueólogos profesionales (con los que discrepan,
    sí; pero siempre guardando un lenguaje
    común y un respeto que
    muchas veces no es correspondido por los escépticos de las
    universidades).

    Otro de los aspectos que caracteriza a los
    "paititólogos" es su espíritu de
    colaboración y generosidad intelectual. Si la
    búsqueda de la verdad es la meta, y
    certificar la existencia de ruinas incas en el oriente andino el
    objetivo
    principal, el intercambio de información es necesario para su correcta y
    amplia discusión. Claro que este espíritu abierto
    no siempre es correspondido con lealtad. Más de un
    paititólogo se ha visto estafado y plagiado por
    inescrupulosos pseudo-sponsors que prometían fondos para
    las expediciones y lo único que buscaban era indagar en
    los archivos personales, para publicarlos posteriormente con sus
    firmas a final de página.

    No quiero olvidar a nadie pero, en mi opinión,
    tres son los más emblemáticos paititólogos
    que han existido y existen. En primer término, un
    historiador argentino, Roberto Levillier, quien recopilara la
    más rica serie de documentos
    coloniales sobre el Paititi en un libro de
    merecida fama en el ambiente,
    El Dorado, El Paititi y las Amazonas. En segundo lugar el
    ya célebre explorador y médico arequipeño,
    doctor Carlos Neuenschwander Landa, lamentablemente fallecido
    hace un año y con quien tuve el privilegio de entablar una
    muy cordial e ilustrativa amistad
    epistolar. Finalmente, el investigador que más esfuerzo,
    seriedad y conocimiento de campo ha brindado sobre el Paititi y
    sus "misterios", Gregory Deyermenjian, psicólogo y
    explorador arqueológico de la ciudad de Boston.

    Con ellos los estudios del Paititi alcanzan sus cotas
    más altas. El ensamblaje perfecto entre teoría
    y trabajo de
    campo — escritorio y selva del Pantiacolla
    que estos investigadores han conseguido desarrollar, constituye
    la columna vertebral más firme, y a la vez flexible, que
    cualquier interesado en la temática pueda leer. Por otro
    lado, Neuenschwander y Greg, tienen en su haber el mayor
    número de expediciones a la región y son, a la hora
    de probar o refutar hipótesis ajenas, los mejores
    especialistas en la materia.

    La reciente muerte del doctor Neuenschwander dejó
    un hueco muy difícil de llenar; pero su espíritu
    emprendedor, constancia y dedicación al trabajo
    responsable fue heredado por su hijo Fernando, quien junto a
    Deyermenjian promueven la difusión e investigación
    desde la Asociación Cultural Exploraciones
    Antisuyo/Pantiacolla
    (ACEAP).

    Otro muy respetable veterano especialista es el Padre
    Carlos Polentini Wester, responsable también él de
    infatigables viajes por la región del Pantiacolla y uno de
    los más importante recopiladores de testimonios orales en
    la selva, conseguidos de boca de colonos y aborígenes. Su
    labor misionera fue —hasta el momento de su retiro—
    compatible con la seriedad de sus hipótesis y
    pasión por la temática.

    Antes de terminar con el grupo de
    paititólogos, no quisiera dejar de nombrar a un
    viejo historiador cusqueño, el doctor Daniel Heredia,
    autor de un corto pero muy bien documentado artículo que
    publicara en 1951. Sus objetivas consideraciones lo convierten en
    un investigador digno de recordar.

    Como dije antes, con investigadores como estos la
    problemática Paititi queda realzada y puesta honestamente
    sobre el tapete para ser discutida amigablemente, sin celos ni
    intereses mezquinos. Pero al lado de los
    paititólogos se levantan ejércitos de
    oportunistas, buscadores de tesoros, huaqueros y delirantes a
    sueldo, dispuestos a todo; incluso a desprestigiar un tema digno
    de ser estudiado seriamente. Ellos son los
    "paititeros".

    ¿Qué clase de
    personajes son los que integran este grupo?

    Los "paititeros", en esencia, son los
    apóstoles de lo irracional; charlatanes de feria que dan
    un vago toque de credibilidad y verosimilitud, salpicando sus
    escritos con retazos de conocimiento y referencias mutiladas o de
    ambigua significación. Volcados hacia una
    arqueología delirante, sin conocer nada—o muy
    poco— de historia, son espíritus vulnerables e
    ingenuos en los que, los elementos más espectaculares y
    turbadores de la ficción-científica, se mezclan y
    confunden con datos objetivos
    generando una nebulosa en la que es difícil distinguir lo
    real de lo imaginario. En esta visión sin lógica
    ni distinción, la inteligencia
    queda sometida a fuerzas y energías misteriosas que
    —por naturaleza— escapan a toda necesidad explicativa
    o probatoria.

    Con segura autoridad
    arzobispal, los "paititeros" afirman sus delirios,
    inventando indicios y generando sensacionalismo dentro de una
    prensa escrita
    siempre hambrienta de noticias
    rimbombantes. Sus técnicas
    esotéricas (intuición, revelaciones
    divinas
    , viajes astrales, comunicación con hermandades
    extraterrestres, etc
    ) se combinan con descubrimientos de los
    que nunca dan pruebas y que lanzan —generalmente por
    Internet
    sabiendo que no serán refutados, porque toda
    refutación debe partir de pruebas concretas.

    ¿Qué validez científica puede
    tener una afirmación que sostenga que, a 10.000
    años luz de la Tierra hay
    una tetera gigante de porcelana girando en la órbita de un
    planeta desconocido? ¿Quién puede probar o refutar
    eso
    ?… Nadie. Así es como actúan los
    paititeros. Y así es como comunican sus
    convicciones, surgidas de un lenguaje envuelto en
    confusión y que no es más que una galimatías
    de términos tomados en préstamo de la física, la biología o la
    historia.

    La imaginación desenfrenada, la fantasía
    ingenua o la mentira bien dirigida, son sus dardos.
    Afortunadamente ninguno de ellos encuentra un lugar en las
    ciencias
    sociales. Por eso, con todas sus alocadas intervenciones, los
    paititeros contribuyen a falsear considerablemente la
    realidad. Aggiornando viejos mitos y creencias, siempre
    tendrán como seguidores a los golosos consumidores de
    supercivilizaciones, de atlantes o extraterrestres.

    En tanto los auténticos cultores humanos
    —surgidos del esfuerzo e ingenio de generaciones—
    sean tergiversados o ignorados por el gran público, estos
    defensores de la pavada seguirán lucrando y
    difundiendo las prácticas —contagiosas— del
    Síndrome del Rey Midas Invertido.

    Ya para terminar, invito al lector a empaparse sobre la
    temática, leyendo —de ser posible— las obras
    que cito convenientemente en la bibliografía, o escribir la
    palabra Paititi en un buscador de
    Internet.

    Juzgue usted mismo quién es quién
    en esta búsqueda.

    BIBLIOGRAFÍA
    SOBRE EL PAITITI

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    Por

    Fernando Jorge Soto Roland

    Profesor Universitario en Historia

    Director de la Expedición Vilcabamba
    ’98

    Buenos Aires, Argentina

    Enero de 2005.

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