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La revolución de la Ciudadanía. Participación Ciudadana y Desarrollo en América Latina




Enviado por azonaim



    Ensayo Crítico
    Conflictual

     "…la soberanía política no es sino
    una burla

    sin los medios para
    hacer frente a la pobreza,
    a

    la ignorancia y a la
    enfermedad…"

    John Fitzgerald Kennedy

    1

    La razón de ser de América
    Latina no está circunscrita sólo al crecimiento
    económico o a la superación de la marginalidad y
    pobreza en que
    se ven envueltos la mayoría de sus países. Va
    más allá. Existe como realidad civilizatoria y su
    tendencia es a seguir existiendo, por lo cual se hace necesario
    el ejercicio constante de descubrirla y explicarla, al menos
    antes de que algún fenómeno natural o social
    influya en su escenario actual.

    Noam Chomsky (1928, lingüista, profesor y
    activista político de perfil anarquista, de origen
    estadounidense), en su investigación publicada en 1979 con el
    título de "The Washington connection and the third world
    fascism", en colaboración con Edward S. Herman, expresaba
    que el modelo de
    desarrollo norteamericano"…aplicado por los socios es tan
    abiertamente explotador que ha exigido el terror y la amenaza del
    terror para asegurar la necesaria pasividad" (Washington y el
    fascismo en el
    tercer mundo, México,
    Editorial Siglo XXI, Traducción al español de
    1981: 34). Y esta versión es confirmada veintidós
    años después, en el 2001, con el cambio de
    juego
    político que impulsó el gobierno de G.
    Bush j.r., tras el atentado a las torres gemelas de la ciudad de
    New York, como parte de las represalias del sector radical
    musulmán y que detonó las invasiones a
    Afganistán e Irak. El
    modelo de desarrollo fue adquiriendo un sentido
    estratégico, puesto que la única vía para
    imponer una hegemonía política y económica,
    al parecer, sigue siendo el miedo: el miedo a que los alemanes
    invadieran los espacios de interés
    económico de EE.UU. en Europa trajo
    consigo el detonante de la II Guerra Mundial;
    el miedo a que Afganistán fuera un mal ejemplo para los
    demás países árabes trajo consigo el ataque
    al Gobierno Taliban y con él a la euforia religiosa que se
    estaba esparciendo por los países de la región; y
    el miedo a perder la cuota de petróleo en el medio Oriente trajo consigo
    la invasión a Irak. Ese temor, hoy justificación de
    lo que en el pasado fue la Guerra
    Fría, ha invadido la toma de decisión
    política en el nuevo orden mundial, el cual se caracteriza
    por ser global, interactivo y hegemónico, puesto que se
    impone, hasta en la orbe comunista de China, el
    capitalismo de
    estado como
    premisa de bienestar, progreso, éxito.

    Para Gilles Kepel (La Yihad. Expansión y declive
    del islamismo Barcelona, España,
    Editorial Círculo de lectores, 2001), en un basto estudio
    acerca del islamismo y las consecuencias de este en el nuevo
    orden mundial, detalló con claridad el sentido del
    terrorismo en
    el espectro del nuevo ordenamiento global, enfatizando que el
    daño
    causado por el modelo de desarrollo capitalista terminó de
    doblegar la conciencia de los
    líderes y por ello la reacción hostil y
    desenfrenada de quienes no contando con políticas
    de estado prosperas e igualitarias, tenían que ocupar la
    mente y el ánimo de sus conciudadanos con esquemas de
    inestabilidad y guerra.

    Esto nos lleva a la idea medular, o "causa primera", en
    el argó de los filósofos, que moviliza o da sentido a las
    políticas de estado del y para el desarrollo. Es decir,
    el hombre, con
    su dimensión política y humana, la cual lo
    representa como ciudadano, membresía de un Estado,
    arte y parte
    de la razón de ser de la sociedad
    contemporánea. Por esta razón para iniciar un
    análisis que involucre las teorías
    de desarrollo, su desenvolvimiento y sus nuevas tendencias, es
    necesario partir de una definición precisa y
    contextualizada, que no dé motivo a dudas, menos
    aún a divagaciones.

    Las revoluciones políticas de finales del siglo
    XVIII, efectuaron un movimiento
    terminológico que aparentemente da reemplazo al
    término súbdito por el término ciudadano.
    Innegablemente este cambio en el discurso
    político está asociado a un punto de ruptura real
    en la historia de la
    institución de ciudadanía. Está asociado a
    la transición a un segundo y moderno modelo de
    ciudadanía. La discontinuidad revolucionaria sin embargo,
    no debe impedirnos ver una continuidad tal vez más
    profunda y fundamental en el desarrollo del concepto desde
    fines de la época medieval. El sujeto se volvió de
    nuevo ciudadano pero en un mundo de aparatos de estados
    crecientes y reforzados, que a través de sus técnicas
    específicas produjeron un ciudadano
    disciplinado.

    Esto último implica, según nos dice Roland
    Anrup y Vicente Oieni (2003), entender a la ciudadanía
    como un proceso de
    sujetivización y personificación que regula,
    enseña y forma al ciudadano. Nace en 1789 con la Revolución
    Francesa y su principal fundamento es reconocer como
    ciudadano francés a cualquiera persona a
    condición de que aprendiera la lengua y
    obedeciera las leyes francesas.
    La ciudadanía francesa desde entonces, ha aparecido como
    la representación del estado abierto, libre y tolerante el
    cual no tenía problemas en
    adoptar a los individuos que quisieran ser parte de él.
    Esta ciudadanía encuentra su fundamento en una idea
    central de la modernidad:
    aquella que concibe al hombre como un
    individuo que
    es libre e independiente y toma decisiones sobre su propio
    destino y con su voz contribuye políticamente al bienestar
    de la sociedad. En lo fundamental es esta imagen del
    ciudadano la que se ha convertido en un ingrediente importante
    para la fórmula a través de la cual, las sociedades
    occidentales se conciben a sí mismas. Al mismo tiempo, es
    evidente que esta idea presupone un ciudadano activo que apenas
    ha existido, y que si hubiera existido los estados

    probablemente lo hubieran considerado como un problema.
    Tampoco se ha realizado la idea de la ciudadanía abierta
    como la libertad de la
    que los individuos hacen uso para moverse libremente, residir
    donde quieran y allí gozar del estatus de
    ciudadano.

     La nacionalidad y
    la ciudadanía muchas veces se conciben como
    sinónimos, como conceptos que se corresponden; la
    ciudadanía se define así en relación a la
    nacionalidad o
    como efecto de ella; bajo esta óptica
    es difícil imaginar una ciudadanía no nacional. Sin
    embargo, se hace necesaria la distinción. Si alguna
    lección nos dejan los últimos acontecimientos en
    América Latina (entre los que se puede citar las acciones
    revolucionarias en Venezuela
    luego del intento de Golpe de Estado
    del 11 de abril del 2002, así como los sucesos sociales en
    Bolivia a
    finales del 2003 que terminaron con la renuncia del Presidente)
    ésta sería que el nacionalismo y
    el pensamiento en
    torno a la
    nacionalidad puede constituirse en un peligro incluso letal para
    el ciudadano y para la ciudadanía.

    Cada día que pasa se ve que es imprescindible
    salvar a la ciudadanía de la ola nacionalista que amenaza
    con ahogarla. Detrás del pensamiento nacionalista hay una
    concepción de la ciudadanía que está en
    contradicción con la concepción abierta de
    ciudadanía de la Revolución Francesa. Esta
    concepción nacional de la ciudadanía se
    articuló durante las guerras
    napoleónicas sobre todo por filósofos y pensadores
    políticos del romanticismo
    alemán; en ellos hay un rasgo decisivo
    anti-individualista, los individuos se vuelven verdaderos y
    reales sólo incorporados a una unidad más grande y
    esta unidad es el estado.

    El debate que en
    los últimos años se ha desarrollado sobre la
    identidad y
    extensión del capitalismo de estado, en gran medida puede
    remitirse a estas dos concepciones de ciudadanía.
    También en el entusiasmo y respectivamente escepticismo
    frente a la integración política de los
    países inmersos en la hegemonía del capitalismo que
    suelen ser partidarios de los ideales de la ciudadanía
    francesa; los escépticos en cambio se adhieren a una
    ciudadanía nacional. Estos paradigmas
    también podemos encontrarlos en las tipologías que
    ahora son comunes en la investigación sobre el
    nacionalismo. En éstas se suele distinguir entre un
    nacionalismo territorial que tiene su referente en la
    Revolución Francesa y por otro, un nacionalismo
    ético-cultural que tiene sus raíces en el
    Romanticismo. A dichas tipologías corresponden una
    ciudadanía territorialmente basada -jus solis- y una que
    se basa en la comunidad
    sanguínea -jus sanguinis.

     El nuevo concepto de ciudadano entró en el
    vocabulario del mundo colonial, según lo expresara Darcy
    Riveiro (El Proceso Civilizatorio. Caracas, Ediciones de la UCV,
    1984) casi al mismo tiempo que se desatara el proceso de independencia,
    perfilándose en el imaginario colonial urbano de comienzos
    del siglo XIX.

    En él se concentran significados múltiples
    y más o menos difusos, estuvo claramente asociado a la
    idea de posesión de una identidad nueva: americana,
    nacional, patriótica; definitivamente diferente a la
    repudiada y negada madre patria convertida, en el proceso, en
    madrastra. La introducción de la institución de la
    ciudadanía, según nos expresa el conocido
    filósofo venezolano José Manuel Briceño
    Guerrero (Discurso Salvaje. Caracas,Fundarte, 1979), no fue
    sólo retórica sino que cumplió la función de
    sumar fuerzas para garantizar el triunfo frente a España.
    Esta debía ser el soporte de los nuevos estados que no se
    fundaban ya en el derecho divino, sino en el principio de
    representación política de ciudadanos
    autónomos. La ruptura del orden colonial en la esfera
    política se produjo generando en lo interno, una
    alteración institucional del estatuto étnico
    gestado durante tres siglos de dominación colonial; en lo
    externo, el desmembramiento de la unidad política
    colonial, dio lugar al nacimiento de nuevas naciones
    políticamente soberanas que se incorporaban a un orden
    internacional dominado por las ideas liberales. La
    revolución de independencia y la creación de la
    institución de la ciudadanía, buscó integrar
    en la nueva etapa a indígenas, mulatos, negros, e incluso
    a los españoles que así lo deseasen.

    Pronto el discurso de amplia ciudadanía
    entró en contradicción con las estructuras
    socio-políticas heredadas de la colonia y también
    con el nuevo proceso social y político generado por la
    independencia. Para Celso Furtado se fueron ejecutando sucesivos
    recortes a la amplia y concesiva institución de la
    ciudadanía de la primera hora. En los no infrecuentes
    períodos de abierta dictadura o
    guerras internas, se suspendieron los derechos políticos;
    pese a todo, los fundamentos filosóficos del discurso de
    la ciudadanía no se modificaron.

    En el caso de las dictaduras se apeló al
    principio de estado de excepción, figura jurídica
    de la que ninguna constitución carece. Así, los
    derechos y obligaciones
    del ciudadano no quedaron abolidos sino que se suspendieron. La
    ficción del discurso liberal por lo general, se mantuvo en
    pie. Desde ese proceso fundador, hasta hoy, el mecanismo es el
    mismo. Desde el proceso de independencia a nuestros días,
    en América Latina siempre circularon las ideas
    occidentales dominantes sobre la ciudadanía y los derechos
    humanos que emergen de la Declaración de los Derechos del
    Hombre y el Ciudadano.

    Las constituciones latinoamericanas están
    moldeadas sobre la matriz de las
    constituciones liberales de tradición francesa y
    norteamericana. Aún en nuestros días, la ola de
    reformas constitucionales que se llevan adelante en
    América Latina están influidas, como desde los
    orígenes, por los debates teóricos de los
    países europeos y los EEUU. La constatación de esta
    realidad corre paralela a otra: en la actualidad, se experimenta
    un replanteamiento en el plano teórico de las bases sobre
    las que se asentó tanto la ciudadanía en las
    democracias liberales, como las de otras formas de
    ciudadanía surgidas de las revoluciones de carácter socialista. En los debates se
    dirige la mirada tanto hacia el horizonte del pasado que dio
    origen a la tradición demoliberal, como hacia el horizonte
    de futuro en el que el proceso de globalización se hará más
    intenso y demandará respuestas para la que esa
    tradición resulta insuficiente.

    Hoy se plantean interrogantes como: ¿Cuál
    es la extensión de los derechos? Educación, salud, vivienda digna,
    respeto por el
    ambiente,
    acceso a la cultura,
    ¿son derechos inalienables del ciudadano? ¿Lo son
    los derechos de los niños,
    de los ancianos, de las minorías étnicas y otras
    minorías? ¿Son derechos de los ciudadanos el
    control frente a
    poderes corporativos que se imponen por encima de los intereses
    de las comunidades? ¿Cuál debe ser el balance entre
    los derechos individuales y los de la comunidad? entre otros; es
    decir, ya no es un asunto de definición, sino de
    ejecución real acerca del rol de la ciudadanía:
    ¿de qué vale condimentar la sociedad de ideales
    sino es posible materializarlos en respuestas concretas y en
    beneficios palpables?

    En el contexto de las ideas y aspiraciones
    democráticas, y buscando identificar el estado real
    del concepto, el ciudadano corresponde a los hombres y mujeres
    que se asumen como sujetos llamados a la libertad, que reconocen
    para sí y para los demás los derechos propios de su
    dignidad
    humana, que movidos según sus identificaciones y
    diferencias acuerdan privadamente variados ámbitos de
    interacción, que eligen autoridades a las
    que perciben como sus representantes y que se asocian para
    participar colectivamente en la deliberación de las
    decisiones públicas.

    2

    El significante ciudadano, al igual que el de democracia, se
    refieren al sujeto que se trasciende a sí mismo y se
    conecta con los otros en una nueva forma de existencia: la
    comunidad. Ambos conceptos nos hablan de la proyección
    desde el sujeto hacia algo que no es él mismo y que lo
    hace ser de otro modo, y esto nos introduce en el tema de la
    dimensión ética de
    la práctica de la democracia.

    Distintas épocas y tradiciones de pensamiento han
    formulado respuestas diferentes acerca de las finalidades, es
    decir, de los valores
    que se realizan en este trascender y dar lugar a algo
    nuevo.

    En la polis griega y su filosofía, aquello hacia
    lo que se trasciende son valores
    puramente ideales, cuya existencia no depende de lo que hagan los
    individuos y, por el contrario, se imponen sobre éstos
    compeliéndolos a la acción.
    Esos valores son: el bien común, lo universal, el ser
    esencial del hombre, su concepto: el zoon politikon.

    La tradición de pensamiento judeo cristiana,
    tiene en Dios el horizonte de esa trascendencia. La vida de la
    comunidad es trascendencia hacia Dios, es la realización
    de su designio; por esa vía, el individuo se vuelve uno
    con lo infinito, se hace Persona.

    En el pensamiento de la
    Ilustración, las realidades trascendentes a que da
    lugar la vida de la comunidad son: la libertad, la historia, la
    voluntad general; mediante ellas el individuo se convierte en
    ciudadano. Como vemos, tanto en la idea moderna de
    ciudadanía, como en la judeo cristiana o la griega, se
    responde al problema de los valores que se realizan en la vida de
    la comunidad con una noción abstracta o extraterrenal de
    la vida colectiva, con una idea de la comunidad colocada
    más allá de las comunidades realmente existentes y
    de los beneficios reales que esa interacción humana
    alcanza.

    Estas respuestas no reflejan ni la heterogeneidad de las
    comunidades realmente existentes ni lo que realmente constituye
    su aporte a la vida de los individuos que la componen y a la
    humanidad en general, en términos de enriquecimiento
    mutuo. Los movimientos comunitaristas actuales ya han insistido
    bastante en que la verdadera realidad social está en las
    comunidades efectivamente existentes y en que el problema de lo
    que se consigue con la vida en común ni puede tener un
    concepto abstracto como referente ni necesita abarcar a la
    humanidad completa. Es un hecho que, al menos a lo largo de la
    segunda mitad del pasado siglo XX, se fue perfilando el completo
    desvanecimiento de la significación histórica de
    las nociones de comunidad, ciudadanía y democracia de la
    modernidad. Muchas voces se han hecho oír desde entonces,
    apuntando a la falta de perspectiva histórica de dichas
    nociones y han proclamado su desencanto de la cultura moderna, su
    visión del mundo, sus estructuras sociales y, sobre todo,
    de sus promesas de libertad, bienestar y felicidad.

    El incumplimiento de las promesas de la modernidad, el
    deterioro de la calidad de vida
    de un número cada vez mayor de hombres y mujeres en el
    mundo, la crítica
    radical del carácter mítico de los fundamentos y de
    las esperanzas, generaron un desencanto y un pesimismo que cada
    día parece cobrar mayor presencia entre nosotros, y que,
    ante la falta de perspectiva, reivindica como valores
    máximos la realización individual, el placer y la
    comodidad. Para el individuo posmoderno, sólo resulta
    importante la no-sujeción a nada que contravenga su
    interés; se trata sólo de estar bien y disfrutarlo,
    desde la sensualidad y la sensoriedad, mientras dure. Se ha
    venido imponiendo así, lo que Ronald Inglehart (1994)
    llama el síndrome cultural posmoderno y que es aplicable a
    la pauta de conducta de
    hombres y mujeres, sobre todo en los países avanzados,
    cuyas opiniones, criterios y sentimientos asumen un sistema de
    valores distinto de aquel que fue clave en el surgimiento de la
    sociedad industrial. El éxito económico, la
    racionalidad, la sujeción a la voluntad mayoritaria en la
    conducción de la vida colectiva, la idealización
    del progreso y el avance de la ciencia, han
    perdido importancia para estos nuevos ciudadanos que hoy
    prefieren subordinar el crecimiento económico a la
    protección del ambiente, que privilegian la
    realización personal frente
    al éxito económico o el imperio de la voluntad
    general. La autoridad
    jerárquica, la centralización y la grandeza del Estado
    (dice Inglehart) han caído bajo sospecha y han alcanzado
    el punto en que su eficiencia se
    vuelve menor y resultan menos aceptables. La mentalidad
    posmoderna refleja una disminución creciente de la
    importancia que se acredita a toda autoridad y una pérdida
    de la confianza en las instituciones
    burocráticas y jerárquicas típicas del
    estado moderno.

    Según Fernando Ponce (en Ponencia presentada en
    la Conferencia
    regional "Globalización, migración
    y derechos
    humanos", organizada por el Programa Andino
    de Derechos Humanos, PADH. Quito –
    Ecuador.
    Septiembre 16, 17 y 18 de 2003), el fenómeno del
    multiculturalismo ha dado lugar a un gran número de
    análisis y propuestas teóricas, sobre todo en
    países de habla inglesa, acerca de la idea de
    ciudadanía y la razón de ser de sus derechos. Los
    derechos humanos no son un sueño de utópicos; ya
    funcionan como parte del imaginario colectivo y desempeñan
    una función reguladora en la
    globalización. A pesar de lo que digan los
    etnocentristas, a la hora de la verdad el relativismo no se lo
    cree nadie. Quien tiene por irracional quitar la vida,
    dañar física y moralmente,
    privar de libertades, o no aportar los mínimos materiales y
    culturales para que las personas desarrollemos una vida digna, no
    lo cree sólo para su sociedad, sino para cualquiera. Los
    derechos humanos constituyen un camino de salida de las falacias
    del relativismo cultural y ético, aunque no estén
    exentos de dificultades. Una consecuencia práctica de
    pensar la ciudadanía desde los derechos humanos se refiere
    directamente a la inmigración: las naciones receptoras tienen
    que responder con más coherencia al desafío de este
    ideal.

    Como es sabido, el artículo 13 de la
    Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948)
    protege la libertad de circulación: "toda persona tiene
    derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el
    territorio de un Estado". También conviene recordar
    aquí el artículo 3º, aunque su sentido sea
    mucho más general: "Todo individuo tiene derecho a la
    vida, a la libertad y a la seguridad de su
    persona". Frente a estos imperativos, las legislaciones de estos
    países se quedan cortas porque "en la práctica, el
    derecho de cada Estado a regular y limitar esta libertad[de
    circulación] prevalece sobre el derecho de los migrantes,
    y lo que debería ser un derecho inalienable se ha
    convertido, de hecho, en una excepción que los diversos
    Estados conceden a regañadientes y con muchas
    reticencias". Junto a los derechos humanos, la ciudadanía
    en un mundo globalizado tiene que construirse a partir de la
    noción de solidaridad. Por
    solidaridad no debería entenderse únicamente el
    deber moral de
    acoger al inmigrante o compadecernos de sus sufrimientos. La
    solidaridad se refiere a una de las dimensiones de la
    ciudadanía: la responsabilidad cívica. El ser ciudadano de
    una comunidad política significa también el deber
    de construir el ámbito de lo público y de buscar el
    bien común por encima de los intereses particulares. Sin
    embargo, este deber cívico, que no
    se identifica ni de lejos con el patriotismo, está muy
    venido a menos últimamente. La ciudadanía parece
    haberse reducido en todos las naciones únicamente al
    reclamo de los derechos políticos y sociales que ella
    garantiza.

    En la configuración de este nuevo concepto de
    ciudadano, continua Ponce, los derechos humanos juegan un papel
    que puede parecer paradójico a primera vista. Por un lado
    refuerzan las demandas de más derechos y más
    beneficios socio-económicos para los inmigrantes, pero al
    hacerlo parecieran dar a entender que la ciudadanía es
    únicamente un soporte de derechos y beneficios. Por este
    motivo, un nuevo concepto de ciudadanía debe integrar
    también la solidaridad, como responsabilidad cívica
    por el bien común.

    Derechos humanos y solidaridad pueden entonces dar una
    identidad renovada a las naciones que, con razón o sin
    ella, se preocupan por el rostro cada vez más
    multicultural de sus sociedades.

    3

    Esta visión general del concepto de ciudadano y
    ciudadanía, contextualizándolos en la realidad
    histórica de América Latina, nos permite marcar la
    guía en razón de la cual se exponen los idearios en
    la cultura occidental acerca de los modelos de
    desarrollo. Porque si bien es cierto que la interpretación de la sociedad se esgrime en
    razón de las acciones de sus miembros, es decir el hombre,
    no es menos cierto que el desenvolvimiento de esas teorías
    del desarrollo aparece rodeando y condicionando al hombre libre,
    portador de derechos y deberes que configura el ciudadano
    moderno. Ese ciudadano nutre de insumos a las teorías para
    que estas graviten en razón de él y de sus
    expectativas. No puede existir una teoría
    del desarrollo que no se piense primero en un bienestar concreto y
    directo para el ciudadano. Sea a corto, mediano o largo plazo,
    pero siempre la brújula ha
    de ser el bienestar del ciudadano. Si la historia, o los propios
    teóricos dicen lo contrario, es porque no entienden en
    qué planeta están, peor aún, cuáles
    son las realidades que les rodean.

    En definición de Gustavo Esteva (W. SACHS,
    editor, Diccionario
    del desarrollo. Una guía del conocimiento
    como poder, PRATEC,
    Perú, 1996 ,primera edición
    en inglés
    en 1992, 399 págs.) al decir desarrollo, la mayor parte de
    la gente dice actualmente lo contrario de lo que quiere expresar.
    Todo mundo se confunde. Por usar sin sentido crítico esta
    palabra sobrecargada, ya condenada a la extinción, se esta
    transformando su agonía en una condición
    crónica. Han empezado a emanar todo género de
    pestes del cadáver insepulto del desarrollo. Ha llegado el
    tiempo de revelar su secreto y verlo en toda su
    desnudez.

    A finales de la segunda guerra
    mundial, EE.UU era una maquina productiva formidable e
    incesante, sin precedente en la historia. Constituía sin
    disputa el centro del mundo. Todas las instituciones creadas en
    esos años reconocieron ese hecho: hasta en la Carta de las
    Naciones Unidas
    se escuchó el eco de la Constitución
    norteamericana. Pero los norteamericanos querían algo
    más, necesitaban hacer enteramente explícita su
    nueva posición en el mundo; querían consolidar su
    hegemonía y hacerla permanente. Para esos fines,
    concibieron una campaña política a escala global que
    portara claramente su sello. Concibieron incluso un emblema
    apropiado para identificar la campaña y eligieron
    cuidadosamente la oportunidad de lanzar uno y otra (el 20 de
    enero de 1949). Ese día, el día en que el
    presidente Truman tomó posesión, se abrió
    una era para el mundo: la era del desarrollo.

    Debemos emprender dijo Truman, un nuevo programa audaz
    que permita que los beneficios de nuestros avances
    científicos y nuestro progreso industrial sirvan para la
    mejoría y el crecimiento de las áreas
    subdesarrolladas. El viejo imperialismo
    la explotación para beneficio extranjero no tiene ya
    cabida en nuestros planes. Lo que pensamos es un programa de
    desarrollo basado en los conceptos de un trato justo y
    democrático.

    Al usar por primera vez en este contexto la palabra
    subdesarrollo,
    Truman cambió el significado de desarrollo y creó
    el emblema, un eufemismo, empleado desde entonces para aludir de
    manera discreta o descuidada a la era de la hegemonía
    norteamericana. Nunca antes una palabra había sido
    universalmente aceptada el mismo día de su
    acuñación política. Una nueva percepción, de uno mismo y del otro,
    quedó establecida de pronto. Doscientos años de
    construcción social del significado
    histórico-político del término desarrollo
    fueron objeto de usurpación exitosa y metamorfosis
    grotesca. Una propuesta política y filosófica de
    Marx, empacada
    al estilo norteamericano como lucha contra el comunismo y al
    servicio del
    designio hegemónico de Estados Unidos,
    logró pernear la mentalidad popular, lo mismo que la
    letrada, por el resto del siglo.

    El subdesarrollo comenzó, por tanto, el 20 de
    enero de 1949. Ese día, dos mil millones de personas se
    volvieron subdesarrolladas. En realidad, desde entonces dejaron
    de ser lo que eran, en toda su diversidad, y se convirtieron en
    un espejo invertido de la realidad de otros: un espejo que los
    desprecia y los envía al final de la cola, un espejo que
    reduce la definición de su identidad, la de una
    mayoría heterogénea y diversa, a los
    términos de una minoría pequeña y
    homogeneizante.

    Truman no fue el primero en emplear la palabra. Wilfred
    Benson, quien fuera miembro del Secretariado de la Oficina
    Internacional del Trabajo, fue
    probablemente la persona que la inventó, cuando se
    refirió a las áreas subdesarrolladas al escribir
    sobre las bases económicas de la paz en 1942. Pero la
    expresión no tuvo mayor eco, ni en el público ni en
    los expertos. Dos años más tarde, Rosenstein-Rodan
    siguió hablando de áreas económicamente
    atrasadas. Arthur Lewis, también en 1944, se
    refirió a la brecha entre las naciones ricas y las pobres.
    A lo largo de la década, la expresión
    apareció ocasionalmente en libros
    técnicos o en documentos de
    Naciones Unidas. Sólo adquirió relevancia cuando
    Truman la presentó como emblema de su propia
    política. En este contexto, adquirió una virulencia
    colonizadora insospechada.

    En expresión de Hernando Agudelo Villa (La
    revolución del desarrollo. México, Editorial Roble,
    1966), el desarrollo connota por lo menos una cosa: escapar de
    una condición indigna llamada subdesarrollo. Cuando
    Nyerere propuso que el desarrollo fuera la movilización
    política de un pueblo para alcanzar sus propios objetivos,
    consciente como estaba de la locura de seguir las metas que otros
    habían establecido; cuando Rodolfo Stavenhagen propone
    actualmente el etnodesarrollo o el desarrollo con autoconfianza,
    consciente de que debe mirarse hacia adentro y buscar en la
    propia cultura, en vez de seguir adoptando puntos de vista
    prestados y ajenos; cuando Jimoh Omo-Fadaka plantea el desarrollo
    de abajo hacia arriba, consciente de que ninguna de las estrategias
    basadas en el diseño
    de arriba hacia abajo ha logrado alcanzar sus objetivos
    explícitos; cuando Orlando Fals Borda y Anisur Rahman
    insisten en el desarrollo participativo, conscientes de las
    exclusiones practicadas en nombre del desarrollo; cuando Jun
    Nishikawa propone "otro" desarrollo para Japón,
    consciente de que la era actual esta terminando; cuando ellos y
    muchos otros califican el desarrollo y emplean la palabra con
    advertencias y restricciones, como si se estuvieran refiriendo a
    un campo minado, no parecen estar al tanto de la contra productividad de
    sus empeños.

    Para que alguien pueda concebir la posibilidad de
    escapar de una condición determinada, es primero necesario
    que sienta que ha caído en esa condición. Para
    quienes forman actualmente las dos terceras partes de la población del mundo, pensar en el
    desarrollo, en cualquier clase de
    desarrollo, requiere primero percibirse como subdesarrollados,
    con toda la carga de connotaciones que esto conlleva. En la
    actualidad, para dos terceras partes de la gente en el mundo, el
    subdesarrollo es una amenaza cumplida; una experiencia de vida
    subordinada y llevada por el mal camino, de discriminación y subyugación. Dada
    esta condición previa, el simple hecho de asociar con el
    desarrollo las intenciones propias las anula, las contradice, las
    esclaviza. Impide pensar en objetivos propios, como quería
    Nyerere; socava la confianza en uno mismo y en la cultura propia,
    como exige Stavenhagen; solicita la
    administración de arriba hacia abajo, contra la que se
    rebeló Jimoh; convierte la participación en un
    truco manipulatorio para involucrar a la gente en la lucha para
    obtener lo que los poderosos quieren imponerle, que era
    precisamente lo que Fals Borda y Rahman trataban de
    evitar.

    Según Eugenio Ortega Riquelme, el fracaso del
    pensamiento único sobre las formas de crear desarrollo y
    bienestar en una economía de mercado es puesto
    en evidencia por las propias autoridades del Banco Mundial
    que en su propuesta Un Marco Integral de Desarrollo , en 1999,
    señalaba que si bien es cierto que la economía
    mundial ha abierto muchas nuevas oportunidades para muchos
    pueblos y personas, no podemos darnos por conformes cuando hay
    tres mil millones de personas que siguen subsistiendo con US$ 2
    al día, se registra creciente desigualdad entre ricos y
    pobres, degradación de los bosques ( a la razón de
    un acre por segundo), hay 130 millones de niños que
    todavía no asisten a clases, 1.500 millones de personas
    que siguen sin tener acceso a agua apta para
    el consumo y
    otros 2.000 millones sin acceso a alcantarillado. Y más
    adelante agrega que todo lo anterior debe preocuparnos aún
    más al constatar que para el año 2025
    tendrán que alimentarse otras 2.000 millones de
    personas.

    En América Latina, continua Ortega Riquelme,
    todos los países, unos más radicalmente que otros,
    impulsaron sus reformas en la lógica
    de la naturalización de las recetas económicas.
    Desviarse de la ortodoxia, se nos pronosticaba, iba a ser
    penalizado con el retraso, con la expulsión de la
    globalización, con la ausencia de inversión extranjera o con malas
    calificaciones de riesgo
    país. Lo que otros hacen en el mundo de los países
    emergentes o desarrollados a nosotros muchas veces nos cae como
    amenaza. Y, lo más insano, es que muchas veces nosotros
    mismos nos negamos a interrogarnos si no hay más espacio
    para mejores alternativas que sirvan para políticas
    económicas que logren aumentar el crecimiento y, al mismo
    tiempo, disminuir la pobreza y la desigualdad. Dani Rodrick hace
    al respecto una afirmación que pocas veces se traduce en
    políticas públicas: "ahora disponemos de
    considerable evidencia empírica que indica que la
    fragmentación social va en detrimento de los logros de la
    economía…y la desigualdad de renta reduce el
    rendimiento económico subsiguiente".

    Para el Nobel Joseph E. Stiglitz, en su obra El malestar
    en la globalización (Traducción de Carlos
    Rodríguez Braun. Madrid:
    Taurus, 2002. 314 págs.), la percepción del
    desarrollo en el contexto de la globalización, en que
    todas las economías nacionales se encuentran en constante
    interacción, ha de estar en sintonía con el
    crecimiento económico de los países menos
    desarrollados; pero para que ello sea posible, no basta con que
    las instituciones económicas supra-nacionales se apliquen
    a proporcionar recetas de crecimiento, sino que éstas
    deben de respetar las secuencias y los ritmos que exigen algunas
    economías con un débil grado de desarrollo. Por
    otra parte, la ideología neoliberal que supone el abandono
    de las ideas sobre el papel desempeñado por los Estados en
    el fomento de las economías nacionales, tal como se
    había propuesto a partir del final de la II Guerra
    Mundial, para, regresando a la línea del pensamiento
    liberal de Adam Smith, dejar actuar a dichas economías
    según las leyes del libre mercado, según las cuales
    la
    motivación del beneficio constituye la fuerza que
    dirige la economía hacia resultados eficientes como si la
    llevara una mano invisible.

    Stiglitz ahonda sus percepciones afirmando que la
    globalización actual no funciona. Para muchos de los
    pobres de la Tierra no
    está funcionando. Para buena parte del medio ambiente
    no funciona. Para la estabilidad de la economía global no
    funciona. La transición del comunismo a la economía
    de mercado ha sido gestionada tan mal que -con la
    excepción de China, Vietnam y unos pocos países del
    este de Europa- la pobreza ha crecido y los ingresos se han
    hundido. Sin embargo, Stiglitz concluye que, a pesar de todo
    ello, la globalización puede ser una fuerza benigna. Puede
    ayudar a generalizar el
    conocimiento y el intercambio de ideas, puede contribuir a la
    transmisión de concepciones sobre la democracia y promover
    una sociedad civil más justa; y puede beneficiar a los
    países que, sin confiar en la noción de un mercado
    autorregulado, reconozcan el papel que puede cumplir el Estado en
    el desarrollo, y que, en consecuencia, estén en
    condiciones de resolver sus propios problemas. Y al hablar que la
    globalización no funciona sino que tiene potencialidad de
    funcionar, no nos dice más que las nuevas teorías
    del desarrollo aún no han madurado su estancia en el nuevo
    orden mundial.

    4

    Las primeras grandes teorías económicas
    del desarrollo, según expone ampliamente D. Lal en su obra
    The Poverty of Development Economics (Institute of Economic
    Affairs, Londres,1983), formuladas en los años 50,
    preconizaban, siguiendo el modelo del Plan Marshall,
    grandes transferencias financieras internacionales en favor de
    los estados del tercer mundo, de manera que pudieran acumular el
    capital
    necesario para atravesar un umbral de inversiones
    considerado decisivo para abordar una modernización
    industrial acelerada. Los economistas occidentales del desarrollo
    esperaban que esta masa de inyecciones financieras rompiera el
    "círculo vicioso de la pobreza" (teoría de Ragnar
    Nurkse), que acelerara la transferencia en masa de la mano de
    obra de la agricultura
    hacia la industria
    (teoría de Arthur Lewis), que iniciara el "gran
    empujón" del crecimiento industrial (teoría de Paul
    Rosenstein-Rodan) y más en general que provocara el
    "despegue" mundial de la sociedad hacia la era industrial (la
    tercera etapa en la famosa teoría del desarrollo en cinco
    etapas de Walt Rostow).

    Mientras que la mayoría de esos economistas
    liberales anglosajones limitaban la función del Estado a
    la asignación eficiente de las inversiones en una
    economía abierta, los heterodoxos europeos recomendaban un
    mayor intervencionismo estatal en un sector industrial protegido.
    La idea central era que los Estados del tercer mundo
    debían llevar a cabo una inversión pública
    voluntarista y selectiva en favor de los sectores industriales
    considerados más estratégicos por sus repercusiones
    económicas: se habló entonces de efectos de
    arrastre (Albert Hirschman), de polos de crecimiento
    (François Perroux) y de industrias
    industrializantes (Gérard de Bernis). En cuanto a la
    actitud con
    respecto al mercado mundial, este desarrollo industrial
    planificado se concibió en general como una conquista
    prioritaria del mercado interior por las políticas de
    sustitución de importaciones
    (influencia de las tesis de Paul
    Prebisch).

    Dentro de la tendencia de un intervencionismo
    teñido de socialismo
    planificador, el economista Paul Baran iba a preconizar la
    apropiación y rentabilización por parte del Estado
    del "excedente económico" existente en potencia en las
    economías subdesarrolladas (recursos del
    suelo y del
    subsuelo, inversiones extranjeras) gracias a una enérgica
    política de nacionalización de esos sectores
    productivos estratégicos.

    Por último, culmina D. Lal, otros heterodoxos
    como el social-demócrata sueco Gunnar Myrdal,
    tempranamente preocupado de convertir el crecimiento
    económico en desarrollo social
    equitativo, apelaban a la emergencia en el tercer mundo de
    Estados redistribuidores según el modelo de los
    Estados-providencia nacientes en Occidente. Muy
    rápidamente fueron las estrategias más
    intervencionistas las que obtuvieron el favor de los Estados del
    tercer mundo, por lo menos, de los Estados más influyentes
    en el liderazgo
    ideológico de los países no alineados: la planificación económica argelina iba
    así a inspirarse en la teoría de las industrias
    industrializantes, una versión india de
    ésta (modelo de crecimiento Mahalanobis) orientó el
    segundo Plan Quinquenal de la India (1956-61), mientras que las
    nacionalizaciones de los recursos del subsuelo incluidos los
    intereses occidentales (canal de Suez) se extendían por
    todos los estados del Medio Oriente. En América Latina,
    las tesis de la CEPAL fomentaban las estrategias de
    sustitución de las importaciones.

    En el origen de estas teorías de desarrollo hubo
    grandes diferencias entre todos los economistas, tanto por sus
    tesis como por su formación intelectual, (hay un mundo
    entre los anglosajones liberales como Lewis o Rostow y los
    heterodoxos franceses como Perroux o de Bernis), no es
    excesivamente simplificador decir que la teoría
    económica del desarrollo de los años 50 a 60, en su
    conjunto, se articuló en general en torno a una
    concepción que atribuía a los Estados del tercer
    mundo una capacidad de producir, por medio de una
    modernización industrial acelerada, un desarrollo
    económico y social prometeico.

    Para François Perroux en 1962, basta con que
    surjan minorías capaces de asumir los intereses de varias
    naciones y de servir a estos intereses, sin olvidar nunca que es
    inherente a la expansión histórica de la industria
    y a su destino racional, servir a todos los hombres. Quizá
    fuera el sueco Gunnar Myrdal el único, en la comunidad de
    los economistas del desarrollo, que daba muestras de un cierto
    escepticismo planteando la cuestión de la naturaleza de
    los Estados del tercer mundo como posible obstáculo para
    el desarrollo: en efecto, insistió en varias ocasiones en
    el riesgo que suponía la existencia de Estados ya fueran
    demasiado "blandos" para emprender políticas de desarrollo
    eficientes, o demasiado autoritarios, o demasiado corruptos para
    llevar a buen término las políticas necesarias para
    redistribuir los frutos del crecimiento. Pero estas llamadas a la
    vigilancia fueron ahogadas en el optimismo de la época,
    sobre todo en el economicismo dominante que dejaba fuera del
    campo económico este tipo de cuestionamiento
    político.

    Luisa Fernanda Velasco, en un trabajo amplio y riguroso
    titulado: Lo "etno" del desarrollo: una mirada a las estrategias
    y propuestas del desarrollo indígena, publicada en la
    dirección web www. unimag.
    edu. co, expone que el desarrollo, desde un punto de vista
    más bien general se entiende como "…impulso progresivo y
    afectiva mejora cuando de los pueblos y sistemas
    políticos y económicos se trata." Se enfoca el
    desarrollo de un modo evolutivo, como en una etapa superior al
    subdesarrollo y a la que todos deben llegar como meta
    única. Van Kessel hace una diferenciación entre el
    desarrollo que se relaciona a grandes procesos
    revolucionarios vividos por la humanidad y el creado por el
    sistema capitalista europeo que presenta como
    contradicción la aparición del subdesarrollo, del
    que se encargan hoy en día los estudiosos.

    Así mismo, Velasco afirma que desarrollo es el
    esfuerzo que pone una sociedad para asegurar y optimizar el
    bienestar integral de sus propios miembros por medio de un
    proceso de emancipación material, social y humana,
    idealmente proyectada en el pasado mitológico o en el
    futuro utópico.

    Esa definición, basada en la teoría del
    desarrollo autocentrado de D. Senghaas, introduce el concepto de
    bienestar, pretende evitar el etnocentrismo expresado en muchas
    teorías desarrollistas y lo relaciona por un lado al
    bienestar humano, por otro pretende garatizar la
    autodefinición de grupos
    socio-culturales acerca de su propio concepto de bienestar. Las
    concepciones del desarrollo podrán darse ya sea como
    crecimiento económico, como etapas para conseguir
    bienestar general o como proceso de transformación desde
    las estructuras propias de una sociedad tradicional a una
    sociedad moderna, un proceso de cambio social con la finalidad de
    igualdad de
    oportunidades sociales, políticas y económicas.
    Todas estas maneras de desarrollo pretenden homogeneizar a la
    población.

    Por lo general, la idea del concepto desarrollo, se
    centra en un proceso permanente y acumulativo de
    transformación de la estructura
    económica y social, resultando transformaciones profundas
    y cambios estructurales e institucionales. Para la citada autora,
    el objetivo del
    desarrollo debería ser, no solamente "tener más"
    sino de "ser más". El desarrollo es cambiante según
    la época, "es relativo en el tiempo" y lo que alguna vez
    se consideró desarrollo, en el caso que permanezca sin
    cambios puede convertirse en subdesarrollo. Se lo considera,
    entonces, como un problema de dinámica social y
    económica.

    La teoría de la modernización, que
    planteaba que los países "menos desarrollados" debieran
    seguir los mismos pasos de desarrollo que los industrializados,
    la teoría de la dependencia que tiene como origen la
    revolución
    cubana decía que al provenir la materia prima
    para la gran producción en los países
    desarrollados gracias a la avanzada tecnología, en los no
    desarrollados, se crearía la dependencia. Surge como
    contrapropuesta a esta la teoría crítica de la
    dependencia que plantea que el contacto de los países no
    desarrollados con los del "primer mundo" les ha traído
    beneficios y no solamente imposiciones no deseadas. Por
    último, la teoría del desarrollo desigual se
    refiere a la existencia de diferentes niveles de desarrollo
    según las regiones y el acceso desigual a diferentes
    recursos.

    El desarrollo humanista e integral, parecería ser
    la solución al problema de la pobreza desigual en
    diferentes sectores sociales, se lo ha tomado poco en cuenta en
    políticas públicas. De alguna manera se sabe que
    las teorías desarrollistas puestas en práctica no
    cumplieron del todo con el objetivo deseado de acabar con la
    pobreza y más bien funcionaron de manera paliativa y a
    veces etnocida. En este sentido, y preocupados por un enfoque
    más integral desde una pespectiva culturalista, surge el
    planteamiento del etnodesarrollo, que pretende agrupar en una
    teoría de desarrollo, con un enfoque más bien
    integral, elementos socio-culturales, políticos,
    económicos desde la perspectiva local, puesto que plantear
    en este tiempo histórico (año 2004) una
    macro-teoría del desarrollo sería volver a cometer
    el error de mirar los espacios de los ciudadanos como esquemas
    globales de participación, la idea es fortalecer en micro
    el poder del ciudadano, de la
    organización política, el municipio, para
    evidenciar qué posibilidades reales tenemos de impulsar un
    verdadero criterio de desarrollo. En el futuro la sumatoria de
    micro teorías del desarrollo hará posible el nuevo
    paradigma
    desarrollista.

    5

    En el nuevo orden mundial, ese mismo que los
    acontecimientos del 11 de septiembre del 2001 cambiaron
    radicalmente los puntos de interés político,
    social, económico y cultural, se circunscriben en tres
    líneas de pensamiento: 1) Los debates de filosofía
    política, en sus diferentes corrientes; 2) Las
    formulaciones sobre Desarrollo; y 3) La reafirmación de lo
    humano en el campo de los valores y los derechos
    humanos.

    Un referente para desarrollar las ideas centrales de
    esta reflexión, se ubica en dos interpretaciones muy
    actuales la de Michael Walzer y la de Amartya Sen. En la
    discusión de Walzer, la justicia
    está intrínsecamente relacionada con los problemas
    de distribución y redistribución de los
    bienes
    sociales; esta distribución a su vez implica tres
    dimensiones: La igualdad de tratamiento, el tratamiento
    según merecimiento y el respeto por los derechos
    inalienables de cada quien, siendo estos derechos: la vida, la
    libertad y la propiedad.

    La sociedad moderna ofrece diferentes esferas y tipos de
    servicios, a
    los cuales los individuos acceden de manera equitativa o
    inequitativa. Aunque cada comunidad produce (y define) sus
    propios bienes sociales. El concepto de igualdad compleja que
    Walzer contraponer al de igualdad simple (todos los seres humanos
    son en cuanto humanos, iguales), en el que al reconocer el
    conjunto heterogéneo de bienes que produce y ofrece una
    sociedad, los diferentes sujetos sociales tienen posibilidad de
    acceder y competir por determinados conjuntos de
    bienes, y así ocupar distintas jerarquías en cada
    sector, según su necesidad, su merecimiento, y el
    ejercicio de sus derechos. La igualdad compleja, entendida dentro
    de principios de
    distribución justa se puede equivaler con
    ciudadanía y se ilustra como tener poder, mando, en
    algunos sectores, mientras en otros, es sujeto de obediencia,
    donde mandar no significa ejercer poder sino disfrutar de una
    porción mayor sea cual fuere el bien distribuido. Quien se
    vea a sí mismo como un desvalido en todas y cada una de
    las esferas de la justicia no puede contemplarse como un
    ciudadano igual, un miembro pleno de su comunidad
    política.

    Los significados sociales de algunos bienes son
    múltiples y a veces conflictivos; y persisten
    consideraciones morales que atraviesan las esferas distributivas,
    sobre la equidad, la
    responsabilidad individual, la igualdad de ciudadanía y la
    dignidad de las personas que influyen sobre el modo en que se
    piensa la distribución de los bienes.

    En otro orden, pero con la misma intencionalidad de
    redimensionar la visión paradigmática del
    desarrollo, Amartya Sen define ésta percepción como
    el proceso que busca la superación de los problemas
    centrales que enfrenta cada sociedad, los cuales en mayor o menor
    intensidad en cada sociedad, hacen referencia a la pobreza y la
    miseria, las necesidades básicas insatisfechas, las
    hambrunas y el hambre, la violación de las libertades
    políticas y básicas, la falta de atención a las mujeres, y las amenazas al
    entorno.

    En síntesis,
    el desarrollo debe permitir la expansión de las libertades
    reales de los individuos, las cuales dependen de las
    instituciones sociales y económicas. Pese a la opulencia
    alcanzada, el mundo contemporáneo niega libertades
    básicas a una gran mayoría de personas y familias,
    en especial en bienes, servicios y ciudadanía.
    Según Sen, "la libertad de participar o la oportunidad de
    educación y asistencia sanitaria, son los elementos
    constitutivos del desarrollo".

    En el contexto de la reflexión de Sen, las
    libertades a su vez pasan a constituirse en derechos, exigiendo
    la presencia de tres condiciones: 1.-La legitimidad: Para que los
    derechos trasciendan el plano retórico (muy
    característico de la discusión actual) se requiere
    que adquieran un status real a través de los derechos
    sancionados por el Estado. Es decir, los derechos se adquieren
    por su definición en una legislación; 2.- La
    coherencia: La sola definición legal no es suficiente para
    garantizar su cumplimiento, por ello, al reconocimiento de los
    derechos debe corresponder la asignación de una
    obligación definida para una agencia ó
    institución específica; y 3.- La ética
    social: implica la consideración de aquello que define
    cada cultura en sus marcos valorativos, pero que si bien reconoce
    la particularidad cultural, parte del principio que lo
    ético, en su especificidad, no puede causar daño a
    nadie en su aplicación.

    En este aspecto volvemos a Joseph E. Stiglitz,
    quien en una conferencia en la Universidad de
    Oxford, en mayo del 2003, denominada "Clarendon", sobre la puesta
    al día de la teoría de Keynes para el siglo XXI,
    dijo de manera contundente que la nueva percepción de las
    teorías de desarrollo se apreciaban en el marco de la
    brecha entre la teoría pionera sobre las
    asimetrías de la información y las recetas
    políticas
    para el Banco Mundial, la
    Casa Blanca y el FMI. Stiglitz
    agregaba que se ha quebrado el intríngulis de
    décadas de cómo proporcionar bases
    microeconómicas
    (supuestos sobre el comportamiento
    individual) a la visión macroeconómica de
    Keynes
    . La convención económica actual, expone
    Stiglitz, supone la existencia de un "agente representativo", una
    persona cuya conducta económica puede ser modelizada
    mediante ecuaciones
    matemáticas y luego trasladadas a
    millones
    para deducir los efectos macroeconómicos de
    las diferentes políticas. Esos modelos impregnan los
    errores de las políticas de Bush y el FMI. El problema con
    esa teoría es que no existe ese representante singular de
    la conducta económica del hombre. En realidad, accesos
    diferentes a la información
    guían la toma de
    decisiones económicas.

    6

    El capitalismo que se le vendió a Occidente a
    comienzos del siglo XX, tenía como características:
    autonomía en la vida económica, descentralización de las decisiones
    económicas en manos de los individuos como unidades de
    producción y la subordinación de las decisiones
    económicas, principalmente las que tenían que ver
    con las fuerzas del mercado; la propiedad privada de los medios
    de producción; el ejercicio sin control de los derechos
    privados que darían un máximo de bienestar a la
    comunidad, como producto de la
    competencia; y la
    ideología política basada en la libertad
    individual, la democracia representativa y los derechos del
    individuo.

    A finales de la década de los veinte,
    según expresa Hernando Agudelo Villa (1966), el panorama
    fue muy distinto: el sistema capitalista tuvo que ser
    redimensionado producto de su fracaso en el colapso
    económico de 1929. Se planteó así la tesis
    de Keynes, quien
    entendió que existía una profunda
    contradicción entre una alta tasa de capitalización
    y una desigual distribución del ingreso, pues la baja
    capacidad de compra de las masas impedía la
    adquisición de los bienes de consumo que producía
    la creciente maquinaria industrial.

    El capitalismo del siglo XX, introdujo como premisa de
    su credo que era necesario un consumo en masas, si se quiere
    sostener la producción que impuso la revolución
    industrial. Tal consumo no puede existir a menos que haya una
    distribución en masa del poder de compra y a su vez, que
    se puedan crear condiciones de inversión que repercutan en
    la oferta de
    mayores empleos. Esta realidad, que se torna evidentemente
    materialista y económica, es un elemento directo de la
    esencia de una teoría del desarrollo, que
    edificándose en el marco local hace posible esbozar un
    primer acercamiento a lo que debería constituirse en
    teoría del nuevo desarrollo.

    ¿Es posible aumentar del bienestar material de
    las generaciones actuales de un modo compatible con la
    conservación de la naturaleza y del medio ambiente? Si
    atendemos al importante debate que sobre esta cuestión
    tuvo lugar en el último cuarto de siglo, podría
    decirse que la humanidad recorrió el largo camino que va
    desde el pesimismo radical de quienes, como los autores de los
    primeros informes del
    Club de Roma,
    veían en la detención del crecimiento
    económico la única manera de mejorar el grado de
    conservación de los activos
    ambientales, hasta la proyección ingenua de buenos deseos
    de quienes veían en el concepto de desarrollo
    sostenible, entendido como el tipo de crecimiento que
    satisface las necesidades presentes sin comprometer las
    posibilidades de las generaciones futuras, la definición
    de una estrategia
    ganadora en la que los objetivos de crecimiento y
    conservación dejan de ser incompatibles.

    Esta percepción de la realidad, en la cual la
    tarea es considerar todo el espectro de bienestar que sea posible
    para promover tendencias de desarrollo palpables e inmediatas,
    nos lleva, guiados por los aportes teoréticos de Giovanni
    E. Reyes, de la University College, Universidad de Pittsburgh,
    EE.UU, a enmarcar el nuevo escenario desarrollista en una
    interpretación sobre el desarrollo alcanzado por los
    países no desarrollados.

    El Escenario actual tiene las siguientes
    características:

    A) Los países latinoamericanos que relativamente
    han cambiado su estructura de exportación han sido Ecuador (petróleo),
    México (petróleo e industria), Brasil y
    Haití (industria). Este último ha desarrollado una
    industria manufacturera liviana especialmente en la línea
    de ensamblaje y maquiladoras;

    B) Las condiciones de mayor estabilidad durante los
    sesenta, en términos de las condiciones internacionales,
    estuvieron asociadas al patrón monetario
    dólar-oro. Durante
    ese tiempo Latinoamérica experimentó un
    sostenido crecimiento económico;

    C) Aún cuando las naciones latinoamericanas
    tuvieron que enfrentar alguna inflación durante los
    sesenta, los valores de la misma en esa época fueron
    significativamente menores que los niveles registrados en los
    ochenta;

    D) Desde 1974 y debido principalmente al efecto del alza
    de precios del
    petróleo, y a los regímenes más liberales de
    la región en cuanto al manejo de las políticas
    cambiarias, los países enfrentaron mayores problemas para
    mantener estables sus coeficientes de crecimiento
    económico;

    E) A fin de evitar los procesos de ajuste
    económico en los países sin capacidad de
    exportación de petróleo en la región, varias
    naciones se embarcaron en la generación del problema de la
    deuda externa,
    algo que llegaría a hacer crisis durante
    los ochenta. Por lo tanto, la década de los setenta tuvo
    un crecimiento económico producto de la
    incorporación de recursos de acreedores debido a la alta
    liquidez del sistema
    financiero internacional;

    F) Durante los ochenta, las medidas de ajuste
    económico fueron inevitables. Estas medidas vigorizaron el
    papel de las exportaciones
    como eje de la recuperación económica que se
    buscaba, más que la aplicación tradicional de las
    políticas fiscales y monetarias;

    G) El factor más evidente para la crisis, dentro
    de las condiciones domésticas de la región, fue la
    necesidad del pago de la deuda externa. Entre 1978 y 1981,
    Latinoamérica cosechó los beneficios de mejores
    términos de intercambio en el mercado internacional y de
    un notable y fácil acceso a recursos financieros en el
    sistema financiero mundial, especialmente de la banca
    privada;

    H) Durante los ochenta, las devaluaciones de monedas que
    tuvieron lugar en la región fueron unas de las principales
    causas para que se establecieran los procesos de "importación de inflaciones" en las
    economías. Esta situación se basa fundamentalmente
    en la dependencia que la región tiene respecto a
    importación de insumos de otros países;

    I) Los problemas con la inflación fueron
    particularmente importantes en los casos de Perú, Bolivia,
    Costa Rica,
    Argentina y Brasil;

    J) Los procesos de ajuste económico hicieron
    posible reducir el déficit fiscal en 5
    ó 6 puntos del PIB en la
    mayor parte de los países de la región. Con unas
    pocas excepciones, esta situación, sin embargo, no produjo
    totalmente los beneficios que se esperaban fundamentalmente
    cuando se mantuvieron condiciones adversas en la esfera de la
    economía
    internacional;

    K) Una comparación entre las condiciones
    existentes entre la segunda parte de los años ochenta y
    los noventa revela importantes cambios en el ambiente
    macroeconómico, tales como un moderado aumento de la
    actividad económica, menor nivel de déficit fiscal
    en los gobiernos, una menor expansión de las masas
    monetarias, así como recuperaciones en los niveles de
    inversión y relativo descenso en los niveles de desempleo;

    L) Más aún, las tasas reales de cambio en
    las monedas se elevaron menos dramáticamente que como lo
    hicieron durante los procesos de ajuste en los ochenta. Esto fue
    favorecido por nuevos flujos de recursos financieros que llegaron
    a la región. En muchos países que basaron sus
    políticas de estabilización en el uso de recursos
    externos, se llegó a registrar ciertas apreciaciones en
    las monedas, algo que ocurrió en algunos casos a mediados
    de los ochenta, como por ejemplo en Costa Rica y
    Honduras;

    M) Hasta cierto punto, el grado de inequidad en
    términos de los mercados de
    trabajo menguó en la década de los noventa en
    sólo dos países: Colombia y
    Uruguay. En el
    resto de la región la inequidad laboral
    continuó siendo la misma o empeoró;

    N) En todos los países el porcentaje de hogares
    bajo el nivel de pobreza aumentó durante los ochenta,
    aún cuando al principio de esta década algunos
    países consiguieron aliviar el problema. Pero muchas
    economías se estancaron, entraron en recesión o
    bien no crecieron lo suficiente para disminuir los niveles de
    pobreza. Durante los noventa, algunas naciones manifestaban al
    menos estabilización y alguna mejora en la
    superación de la pobreza, tales los casos de Chile y
    Uruguay;

    O) Las condiciones económicas regionales jugaron
    un papel significativo para atraer inversiones. De 1991 a 1995,
    solamente Chile, Costa Rica y El Salvador mantenían
    niveles de inversión directa que eran cercanos o
    superiores a los observados en el período 1978-1981. Por
    el contrario, en el otro extremo, Brasil, Ecuador y Venezuela
    tenían niveles de inversión menores que los
    registrados en el período de crisis;

    P) Durante los noventa y comienzos de la década
    del dos mil, ha sido posible observar un cambio positivo en la
    inversión bruta como porcentaje del PIB. Este cambio
    refleja y a su vez ha contribuido a la consolidación de
    los procesos de estabilización en varios casos. Aún
    cuando este indicador comenzó en niveles bajos a
    principios de los noventa, sus índices han tendido a
    mejorar a lo largo de los diez últimos años,
    aún con los efectos de la crisis financiera del
    sudesteasiático de 1997;

    Q) Especialmente durante los ochenta y hasta cierto
    punto en los noventa, la liberalización comercial y las
    reformas en los mercados de trabajo llegaron a tener efecto en el
    aumento de los niveles de desempleo en la región. Las
    empresas que
    fueron incapaces de competir con las firmas extranjeras en los
    mercados nacionales, incurrieron en despidos de trabajadores a la
    vez que los gobiernos reducían su propio personal y muchos
    de los contratos,
    especialmente aquellos de corto plazo;

    R) Respecto al salario
    mínimo, tanto las reformas a los mercados laborales como
    las transformaciones fiscales influyeron en la reducción
    del salario mínimo real. Esta situación
    agravó las condiciones sociales si se toma en cuenta que,
    paralelamente, se reforzaba el desempleo, el subempleo y como
    consecuencia se expandía la economía
    marginal;

    S) A pesar de que los salarios
    mínimos reales disminuyeron durante la crisis, los mismos,
    en algunos casos, aumentaron conforme se alcanzó un mayor
    crecimiento económico, como en el caso de
    Chile;

    T) El impacto de las reformas fiscales, la
    liberalización del comercio y de
    los mercados de capitales, además del flujo creciente de
    capitales foráneos, hizo posible que aumentara la riqueza
    de los sectores capitalistas y empresariales en
    particular;

    U) Durante la fase de ajuste económico
    estructural, el sector informal de la economía ha tendido
    a expandirse en la medida en que más y más unidades
    de producción entran a las condiciones de ninguna
    regulación. Esta ha sido una característica
    básicamente observada en la marginalidad de los sectores
    urbanos.

     Esta realidad latinoamericana nos
    induce a pensar que América Latina no ha podido terminar
    de ajustar a su realidad regional una política de
    desarrollo desprendida del capital del primer mundo, por lo cual
    vale interpretar su realidad desde una perspectiva del desarrollo
    que sucintamente señale las principales consideraciones
    desarrollistas como producto de los resultados de una
    búsqueda de bienestar más que de un bienestar
    propiamente alcanzado.

    Existe en la región un alto nivel de
    concentración de poder económico y un sistema
    social de la región basado fundamentalmente en la
    exclusión.  Aún durante la década de
    los sesenta, cuando la estabilidad y el crecimiento fueron
    más evidentes, los patrones de alta concentración
    de la riqueza y exclusión de beneficios operaron en el
    área.  El sistema económico general de
    América Latina ha demostrado que, a fin de funcionar,
    concentra beneficios y excluye de oportunidades a los sectores
    mayoritarios de la sociedad, lo que profundiza su
    condición de pobreza, de marginalidad y de
    vulnerabilidad.  Estas condiciones debilitan las
    instituciones de los sistemas democráticos y disminuyen la
    efectividad de la consecución de estados de derecho
    basados en legitimidad concreta, más allá de la
    legalidad de
    los sistemas jurídicos en que se amparan los gobiernos.
    América Latina mantiene ante sí el permanente
    desafío de enfrentar el desempleo y el subempleo. 
    Muchos de los más severos problemas
    sociales tienen su raíz en esos componentes.  El
    subempleo está caracterizado por la carencia que tienen
    las personas o grupos
    sociales de una actividad remunerada permanente.  Este
    fenómeno se manifestaba en la región aún
    antes de la crisis de los años ochenta.  La
    aplicación de los programas de
    ajuste estructural, a la vez que mejoraron en cierta forma las
    cifras macroeconómicas, han tendido a agravar los
    problemas ocupacionales.  Se estima que para fines del
    año 2005 el desempleo en la región llegue como
    mínimo al 16 por ciento, mientras el subempleo alcance la
    redonda cifra de un 30 por ciento de la población
    económicamente activa.

     Las políticas de ajuste económico
    implementadas en la región han tenido limitaciones
    estructurales en términos de la naturaleza de las
    exportaciones.  Los procesos de ajuste macroeconómico
    favorecieron el estímulo a las exportaciones como medios
    para activar la economía, más allá de la
    aplicación tradicional de solamente políticas
    monetarias y fiscales. No obstante, una de las más
    significativas limitaciones fue la naturaleza de las
    exportaciones del área.  Las mismas continúan
    basándose en los mismos productos, con
    poco valor
    agregado, y con casi inalteradas estructuras productivas en los
    países de la región.  Esto es particularmente
    claro en el caso de las economías pequeñas con
    exportaciones basadas en productos primarios con poco
    procesamiento, tales los casos de América Central, Bolivia
    y Paraguay.
    América Latina como región está enfrentando,
    más que un fenómeno de globalización basada
    en la integración, un proceso de marginalización de
    los sistemas económicos internacionales.  En 1960 la
    región participaba con un 8 por ciento del comercio
    internacional.  Esa participación era de 4 por
    ciento en 1995. Esto refleja un proceso de globalización
    segregativo en la esfera económica mundial. Los sectores
    sociales que no logran integrarse en la nueva dinámica
    económica, dentro de las naciones, y los países que
    no logran una mejor inserción en lo internacional, son
    sujetos de marginalización. Las condiciones de pobreza
    tanto extrema como no extrema ilustran dramáticamente esta
    condición en América Latina.

    La necesidad de estabilización implica
    también una mejora en las condiciones sociales y
    económicas de muchos sectores. Esa mejora es vital para la
    credibilidad y la representatividad de las instituciones
    sociales. Los grupos sociales que están llamados a apoyar
    políticamente los regímenes requieren de mejoras en
    las oportunidades para elevar su calidad de
    vida. Si esas condiciones están ausentes, los
    gobiernos pueden mantener la legalidad formal de los sistemas,
    pero pierden el apoyo social en la aplicación de muchas
    medidas políticas. En América Latina ha tenido
    lugar en los últimos veinte años una seria y rica
    producción teórica acerca de lo autoritario de los
    regímenes "democráticos", y Venezuela es un ejemplo
    de ello, los que fueron requeridos para ejecutar las
    políticas de ajuste económico. Debido a la carencia
    de oportunidades de mejora para los sectores mayoritarios de
    Latinoamérica, se ha establecido una atmósfera de
    inestabilidad y de inquietud social en muchas naciones del
    área.

    7

    Para Roberto Jiménez (América Latina y el
    Mundo Desarrollado. Caracas, Universidad Católica Andrés
    Bello, 1977), el problema de la falta de la ausencia de
    germinación de una política de desarrollo que sea
    consecuente con el valor humano y productivo de la región
    Latinoamericana, se debe al "efecto colonizador". El efecto
    colonizador de la inversión, es decir, su efecto
    alienante, por la transferencia a los extranjeros del control
    sobre los procesos productivos de un país, está en
    el meollo mismo, recalca Jiménez, de lo que los
    partidarios de la teoría de la dependencia han llamado
    nueva forma de dependencia en América Latina, o utilizando
    un término más descriptivo, perteneciente al
    economista Pedro Paz, "la desnacionalización de la
    industria interna". Y es que el cúmulo de intereses
    transnacionales ha marcado huella en el intento independiente de
    los países latinoamericanos para volcarse a premisas
    propias de desarrollo regional, limitante que se traduce en un
    crecimiento sostenido de la pobreza y un desgaste de los
    regímenes políticos vigentes.

    Esta visión cruda de la realidad Latinoamericana
    nos centra en una interrogante urgente: ¿a quién le
    interesa si hay o no desarrollo en América Latina? Los
    habitantes de este hemisferio nos hemos vuelo indiferentes a lo
    que pudiese ser el aseguramiento de nuestro futuro. Aceptamos de
    forma indómita que hay un índice desfavorable para
    el bienestar y lo tomamos como garantía de que siempre
    seremos inferiores y que no hay manera de cambiar esta realidad.
    El latinoamericano se ha cimentado en el conformismo y por ende
    no tiene caminos alternativos ni creativos para inducir nuevas
    fórmulas que le permitan ver la realidad de la
    región de una manera más generosa con la sapiencia
    que en ella existe.

    Esto nos lleva a otra interrogante: ¿qué
    futuro nos aguarda? El capitalismo salvaje, según
    Francisco Javier Guerrero ("Del internacionalismo proletario al
    turismo rojo".
    Revista
    Universo de El
    Búho, México, año 3, número 28, marzo
    2002, pág. 11) será responsable de millones de
    muertes infantiles en un futuro próximo, así como
    el hambre y desnutrición de grandes masas en el mundo.
    Como de costumbre, explotará y oprimirá a
    innumerables hombres y mujeres. Para combatir esa peste no basta
    tomar conciencia, es indispensable tomar las riendas de una nueva
    cultura democrática, en donde lo fundamental no sea
    imponer un orden autoritario nacionalista, sino una auto gestión
    laboral, bregar por las autonomías indígenas,
    paliar la explotación si no es posible erradicarla
    totalmente, combatir la opresión en todas sus formas;
    incluirnos en el orden capitalista sin que este nos utilice,
    porque pensar en el siglo XXI bajo la premisa de un "bloque
    continental" anti-imperialista no sólo es descabellado,
    sino suicida.

    Si llevamos la realidad de América Latina a una
    visión cuantitativa, el muestrario nos presenta,
    según informe de la
    CEPAL del año 2000, que la pobreza alcanzó en 1997
    el 45 % de su población contra un 48% en 1990; es decir,
    al año 1997 existían 204 millones de personas, no
    obstante que durante los ocho primeros años de la
    década la incidencia de los pobres se redujo en un
    número importante de países y especialmente en las
    zonas urbanas. En los menores de 20 años se mantuvo la
    proporción de pobres en ese período en alrededor de
    100 millones y con la crisis de los últimos años
    esa cantidad podría elevarse a los 117
    millones.

    Es decir, más de la mitad de los pobres son
    niños y adolescentes
    con las consecuentes patologías sociales como la droga y la
    criminalidad. En otros términos, no pueden los
    líderes, lo intelectuales
    y la sociedad latinoamericana darse por satisfechos frente a esta
    realidad después de años de reformas.

    El proceso globalizador y la revolución
    tecnológica ya no produce sólo explotación
    sino también exclusión. Los excluidos aumentan. Se
    trata de aquellos que no logran trabajo por mucho tiempo y que
    sólo pueden sobrevivir de la caridad. No lograron ni
    siquiera entrar a la cola del cambio técnico; pero lo
    más grave aún, y allí podemos citar
    nuevamente como ejemplo a Venezuela, es que esa masa de excluidos
    está siendo alimentada por gobiernos deslegitimados para
    mantenerse en el poder. Y no precisamente con apertura de plazas
    de empleo, sino
    con financiamiento
    subsidiado por el Estado para que sirvan al Gobierno como
    milicia, aspecto que ha deteriorado hondamente las posibilidades
    de desarrollo en estos pueblos.

    Ralf Dahrendorf describe esta categoría en
    aumento, también en los países desarrollados y que
    algunos denominan como "indigentes", como "aquellos que la
    sociedad no necesita de ellos". Agrega Dharendorf: "Si se me
    perdonan la crueldad de la expresión, el resto
    podría ( y querría) vivir sin ellos. En
    consecuencia, ellos no pueden ayudarse a sí mismos y
    muchos quieren terminar con todas las instituciones de la
    solidaridad. Más aún, la exclusión no abarca
    a aquellos que se encuentran en la base de la pirámide de
    la estratificación social. La cuestión es que sus
    miembros no pueden siquiera alcanzar a poner sus pies en el
    primer escalón".

    8

    América Latina buscando hacerle frente a los
    problemas del subdesarrollo, que esta íntimamente
    relacionado a las necesidades básicas de cada uno de sus
    habitantes, ha unido esfuerzos desde finales de la década
    de los setenta para determinar un enlace favorable en las
    condiciones imperantes dentro del sistema Capitalista Mundial,
    del que forman parte todos los países latinoamericanos. A
    esa búsqueda de salidas se le ha llama, como se hizo
    referencia anteriormente, Modelos de Desarrollo. Dichos Modelos
    de Desarrollo han partido de la tesis de que sus propuestas
    constituyen reacciones del sistema frente a las situaciones de
    crisis, mediante los cuales se intenta lograr reacomodos para
    enfrentar sus dificultades en los planos económicos,
    políticos, sociales e ideológicos. Podemos encerrar
    en cuatro aspectos a través de los cuales se manifiesta la
    crisis dentro del mundo capitalista: 1. Disminución
    significativa en los niveles de empleo, tanto de materia prima,
    como de fuerza de trabajo; 2. Contracciones de las tasas de
    ganancia que pretenden lograr los empresarios; 3. Bajos niveles
    de productividad; y 4. Niveles profundos de deterioro de las
    condiciones de vida de la mayoría de la población
    de los países, tales como salud, educación,
    vivienda, alimentación.

    La búsqueda del desarrollo y el progreso
    económico, es el objetivo de todos los países,
    sobre todo en el presente siglo, para apreciar esta realidad
    valga la contextualización de las concepciones que nos
    ofrece la doctrina, acerca de lo que debemos entender por
    Desarrollo. Sergio Bagú, historiador argentino, manifiesta
    sobre el particular:"…Que es en medio de las crisis que las
    sociedades comienzan a mirarse críticamente a sí
    mismas, en su conjunto, en su contexto internacional y en su
    trayectoria histórica de largo plazo".

    En efecto, en los momentos de crisis es cuando aparece
    con mayor énfasis el tema del Desarrollo, pero este tema
    no es posible visualizarlo sin concatenarlo con las propuestas
    puntuales de deberes y derechos de los ciudadanos, ante lo cual
    se nos presentan dos variantes teoréticas que se unen en
    la formulación de una teoría del desarrollo que
    involucra directamente al ciudadano: Desarrollo es
    sinónimo de crecimiento económico, a partir de la
    medición de ciertos indicadores
    económicos, que encierran el producto interno
    bruto PIB, el ingreso económico por habitante, el
    poder adquisitivo de los mismos entre otros; lo cual le da un
    lugar legitimo a la persona que ejerce su ciudadanía
    participando en los asuntos públicos de la sociedad; y el
    Desarrollo apreciado sobre la base de una concepción
    integrada que comprende además de los principales
    agregados económicos de productividad y crecimiento,
    elementos de poder político y económico, sociales,
    tecnológicos, sectoriales y regionales.

    Otro teórico que ha estudiado con
    precisión el fenómeno de desarrollo en
    América Latina es Osvaldo Sunkel, el cual nos ofrece una
    definición más completa del término, al
    considerarlo como "un proceso de transformación de la
    sociedad", que se caracteriza por: La expansión de su
    capacidad productiva; La elevación de los promedios de
    productividad por trabajador y de ingreso por persona; Cambios en
    la estructura de clase y grupos en la organización social; y Transformaciones
    culturales y de valores; Modificaciones en las estructuras
    políticas y de poder. Claro esta, que todas estas
    transformaciones deben llevar a la elevación de los
    niveles medios de vida, lo que indica claramente que el
    Desarrollo está dirigido hacia las personas.

    El Desarrollo de los Estados puede determinarse por
    medio de indicadores, los cuales consideramos necesarios para
    establecer modificaciones y transformaciones dentro de sus
    políticas económicas, encaminadas a la
    elevación de los niveles de vida, lo que nos indica que el
    desarrollo debe estar proyectado hacia las personas. Puede que
    esta afirmación tenga sus críticas en el
    ámbito académico latinoamericano, pero no hay que
    cerrar realidades: el Desarrollo tiene que verse, palparse; que
    incida sobre un colectivo que gravita entre la esperanza y la
    democracia. No podemos edificar teorías que compensen
    abstracciones, puesto que allí no estaríamos
    ganados a concebir un búsqueda teorética del
    Desarrollo, sino del desarrollismo hegemónico propuesto
    por los países desarrollados.

    En apreciación de Giovanni Carrión
    Cevallos, a finales de la década de los ochenta y comienzo
    de los noventa, la gran mayoría de países
    latinoamericanos habían adoptado el modelo neoliberal, el
    cual se reflejaba en programas de "ajuste estructural" y de
    estabilización, sugeridos por el Fondo Monetario
    Internacional (FMI). Estas reformas tanto económicas
    como políticas son las que caracterizan al modelo
    neoliberal: "apertura completa de las economías a los
    mercados y al capital internacional, recorte del gasto
    público y eliminación de los subsidios
    sociales, privatización de las empresas estatales y,
    en general, el establecimiento del clima más
    propicio para la inversión
    extranjera", en apreciación de Ahumada
    (1998).

    La deuda externa es una responsabilidad compartida tanto
    de quienes contrataron la deuda, es decir, los gobiernos
    latinoamericanos, así como de quienes facilitaron los
    créditos, éstos últimos
    interesados en ubicar sus capitales en una región que por
    su dinamismo económico ofrecía la posibilidad de
    tasas de retorno importantes a sus inversiones. Esta tendencia
    perniciosa estuvo también presente en la década de
    los noventa cuando "la especulación financiera en los
    mercados de valores se ha convertido en el tipo de
    inversión de mayor rentabilidad
    para las grandes multinacionales: Los países del Tercer
    Mundo se volvieron el centro de atención de los
    principales mercados de capitales, por cuanto eran los que
    ofrecían tasas de
    interés más altas. Fue así como entre
    1990 y 1993 los inversionistas de Estados Unidos compraron
    acciones en diez países asiáticos y nueve
    latinoamericanos por un valor neto de 127.000 millones de
    dólares" (Ahumada, 1998).

    Keynes, en su momento, advirtió que el cáncer
    del capitalismo era la especulación y vaya que esa
    predicción no se aparta de la realidad. O si no
    cómo explicamos las crisis financieras de México
    (efecto tequila), Brasil (efecto Zamba), Argentina (efecto
    tango) y
    crisis asiática, si no por la existencia de las llamadas
    economías de casino o burbujas financieras en las que la
    velocidad del
    dinero supera
    irracionalmente la velocidad de los bienes en el circuito
    económico; economías sostenidas por capitales
    golondrinas e inversiones cortoplacistas que permanecen en un
    país mientras la economía les ofrece tasas elevadas
    de retorno; y, la segunda, que los países latinoamericanos
    se habían acostumbrado para esa época a vivir en
    forma artificial, esto es, que el gasto era superior a sus
    ingresos, brecha que fue cubierta con deuda externa que hoy en
    día constituye la peor rémora para alcanzar el
    desarrollo de la región y ha propiciado, por otra parte,
    la venta de los
    activos nacionales en cada uno de los países
    latinoamericanos.

    América Latina ha cumplido, de cierta manera, con
    el propósito de alcanzar un CRECIMIENTO económico
    (aunque muy heterogéneo en la región), controlar la
    inflación y el manejo del déficit fiscal, no ha
    facilitado a Latinoamérica encontrar su DESARROLLO, esto
    como resultado de la desigual distribución del ingreso,
    los vergonzosos niveles de pobreza e indigencia y la falta de
    empleo que afrontamos los latinoamericanos. Esta fuerte
    contradicción entre crecimiento económico por una
    parte y desigualdad y exclusión
    social, por otra, rompen aquellos paradigmas, como el de la
    teoría de la modernización, que señala que
    el crecimiento nos llevará al goce de la democracia. Lo
    que se advierte, principalmente, a lo largo de la década
    con la implementación del modelo neoliberal es la
    existencia. Por otra parte, no podemos dejar de destacar el hecho
    de que las economías latinoamericanas antes de la crisis
    de la deuda en los ochenta, concretamente en la década de
    los setenta, estaban gastando más de lo que
    producían y que ese déficit se lo venía
    cubriendo con empréstitos, por lo que era lógico
    pensar en la necesidad de que los países entraran en un
    programa de "ajuste".

    Osvaldo Sunkel corrobora esta percepción: "Debo
    insistir en que es preciso reconocer definitivamente, asumir
    plenamente, y por todos los sectores y actores sociales, que el
    paso por el purgatorio de la reforma económica es tanto
    inevitable como necesario… Lo que no es inevitable y
    necesario es una reforma económica ultraneoliberal, con
    sus gravísimos costos
    económicos y sociales" (Sunkel, 1995: 12-13).

    A todo esto: ¿cuál ha sido el problema del
    neoliberalismo
    en América Latina? La respuesta es contundente: la
    aplicación del modelo neoliberal ha sido su inmediatez y
    su visión cortoplacista de las cosas. En el plano
    conceptual una de sus peores consecuencias ha sido que "su centro
    de atención casi exclusiva son los equilibrios en los
    diferentes mercados y en los balances macroeconómicos en
    el corto plazo. Todo esto es muy importante, pero implica desviar
    la atención de los problemas estructurales determinantes
    del desarrollo a mediano y largo plazo. En el fondo se
    suponía que esa problemática se arreglaría
    más o menos automáticamente con las
    políticas de liberalización" (Sunkel, 1989:
    22).

    "El supuesto implícito o incluso explícito
    en algunos, de que con liberar los precios, controlar el
    déficit del gobierno y abrir la economía, todo lo
    demás -la distribución del ingreso, el subempleo,
    el ajuste estructural externo, la acumulación, las
    reformas estructurales, la inserción asimétrica en
    la economía internacional- o sea, lo que consideramos lo
    central de la problemática del desarrollo vendría,
    por añadidura, a resolverse solo" (Sunkel,
    1989:23).

    La década de los ochenta fue la llamada
    "década perdida" mientras que la del noventa es la
    década de la "exclusión social", la misma que ha
    tenido rostro de injusticia, de pobreza, de deuda externa, de
    racismo, de
    violencia,
    etc., en la que los ajuste económico si bien
    equilibró, en algunos casos, las cuentas fiscales
    de los países, ha determinado, en una forma más
    amplia y generalizada, el desajuste social. La década del
    dos mil, primera del siglo XXI, tiene connotaciones de ser la
    "década del terror", en la cual bajo la égida del
    miedo se modelará la propuesta desarrollista para
    América Latina.

    Ante esta realidad: ¿qué necesitamos para
    impulsar una visión de desarrollo integral para
    Latinoamérica? Necesitamos una sociedad con un fuerte
    capital social donde las relaciones de confianza, reciprocidad y
    compromiso cívico como lo anota Norbert Lechner, deben ser
    "los rasgos de la organización social que mejoren la
    acción colectiva" (Lechner, 2000). Lo que urge en los
    países latinoamericanos es la existencia de una sociedad civil
    robusta, responsable y articulada, promotora de discursos
    alternativos; pues, sin sociedad civil no hay ciudadanos con
    capacidad para reclamar una identidad, así como sus
    derechos y obligaciones dentro de un marco legal y
    político. Con la existencia de una sociedad civil
    saludable se puede romper aquello que John Keane denomina
    "sociedad incivil", es decir, esa sociedad que vive en la
    incivilidad. Sólo así podemos pensar en la
    existencia, aunque a largo plazo, de un sistema lo más
    democrático posible. De otro lado, Latinoamérica
    debe estar consciente que "no es suficiente hoy en día
    enarbolar filosofías de denuncia, hacen falta
    filosofías de anuncio; una filosofía matinal. En
    lugar de filosofías de protesta, a los latinoamericanos
    les hacen más falta filosofías de propuesta". Este
    argumento se apoya en la posición de Eduardo Galeano para
    quien "es desde la esperanza y no desde la nostalgia, que hay que
    reivindicar el modo comunitario de producción y de vida,
    fundado en la solidaridad y no en la codicia, la relación
    de identidad entre el hombre y la naturaleza y las viejas
    costumbres de libertad" (citado por JARAMILLO, 1995).

    La caída del bloque socialista no sólo ha
    corroborado las dificultades internas de las economías
    estatalizadas, sino que además constituye para los pueblos
    pobres el punto final de una estrategia de liberación cuyo
    eje era la conquista del poder político del Estado. Esto
    no es, en sí mismo, ninguna confirmación de la
    bondad del sistema capitalista, pues los problemas estructurales
    de la pobreza, la desigualdad económica y la injusticia
    social siguen vigentes e incluso se agravan.

    Los movimientos de liberación están
    adoptando nuevas estrategias de lucha, en las que lo local y lo
    global se entrelazan, al mismo tiempo que lo estatal adquiere una
    función más bien complementaria. La sociedad civil
    global, y las estrategias que en ella aparecen (como la nueva
    economía popular), adquieren una importancia decisiva. La
    perspectiva de una sociedad mundial ya existente permite que
    tales luchas se funden, no en apelaciones a los sentimientos
    solidarios o caritativos de los más poderosos, sino en la
    exigencia de unos derechos que les corresponden a todos. Por
    ello, el fin de ciertas estrategias no disminuye la radicalidad y
    urgencia de la lucha, sino que en realidad la aumenta. Y es que
    no se trata sólo de resistir al Imperio, de salirse de
    él, o de pasarse a un Imperio concurrente. Se trata
    más bien de transformar internamente al único
    Imperio existente, en el que estamos. Por ello lo que se ha
    denominado "revolución de la ciudadanía" no es
    más que la consideración, a título formal,
    de la realidad latinoamericana desde los centro primario de
    organización política y social, es decir los
    municipios. La implementación de planes de desarrollo
    local es una muestra de la
    nueva tendencia a ser impuesta en la teoría desarrollista
    del futuro, porque eso sí tiene que quedar claro: se
    mantiene la idea de una teoría del desarrollo.

    Esos lineamientos desarrollistas en el ámbito
    local tienen que estar elaborados en función al marco
    jurídico y presupuestario de cada localidad,
    preferiblemente obedeciendo a planes nacionales de
    inversión, los cuales al ir materializándose den
    forma a una macro teoría desarrollista.

    9

    En un contexto general la presencia de las
    teorías de desarrollo en América Latina tiene
    concomitancia con la teoría de la Participación Ciudadana. Antes que nada
    porque las teorías de desarrollo modelan el sentido
    organizacional del aparato Estado, induciéndolo a tomar
    mecanismos alternativos que acerquen el consenso colectivo a los
    proyectos o
    propuestas de desarrollo. Uno de estos mecanismos alternativos es
    la Participación Ciudadana a través de los diversos
    canales de manifestación social en que se han venido
    presentando en el marco normativo e institucional del estado en
    los países latinoamericanos.

    Acerca de estos canales de Participación
    Ciudadana se ahonda en el escrito titulado "El Fortalecimiento de
    los canales de participación ciudadana frente a los retos
    de la desigualdad
    social", cuyo autor es Félix Bombarolo, consultor en
    la Organización Poleas de
    Buenos Aires
    (Políticas Públicas, inclusión social y
    ciudadanía, compilador Klaus Bodemer, editor, Caracas,
    Editorial Nueva Sociedad, 2003, págs. 257-282.). El
    enfoque de Bombarolo esta realizado sobre países de
    América Latina que se han volcado normativa e
    institucionalmente a impulsar la Participación
    Ciudadana.

    Bombarolo presenta en una primera aproximación
    una visión general de las causas que llevaron a la
    América Latina a volcarse hacia un modelo participativo y
    de inclusión de los ciudadanos en la ejecutoria de leyes y
    asuntos atinentes al Estado. Estas consecuencias iniciales el
    autor las clasifica en seis causales directas: La Presión
    Continua a la que ha estado expuesta Latinoamérica
    después de la Segunda Guerra Mundial; el debilitamiento de
    las Economías Nacionales; la necesidad por parte de los
    Inversionistas Extranjeros de propiciar mejores condiciones
    jurídicas a sus concesiones y contratos; la
    aceleración del desmejoramiento de la trama social; las
    presiones del Bloque de países desarrollados de Occidente
    por motorizar a través del Fondo Monetario Internacional
    las políticas económicas y sociales de los pueblos
    latinoamericanos por la vía de recetas; y el evidente
    cierre de los canales de Participación Ciudadana que han
    propiciado una acción directa de rebeldía y
    violencia en la búsqueda de respuestas institucionales que
    le den espacio en la toma de decisiones políticas al
    emisor de la voluntad de Gobierno, es decir, al
    pueblo.

    Esta situación ha dado como respuesta una
    revisión del Estado en América Latina, siendo
    Colombia en 1991, la que primero daría el paso propiciando
    una Ley Suprema que
    resguardara la Participación de los ciudadanos en los
    asuntos de índole público del Estado; le siguieron
    Perú en 1993, Argentina y República Dominicana en
    1994, Nicaragua en 1995, Costa Rica en 1997, Ecuador en 1998 y
    Venezuela en 1999. Esta primera apertura es denominada Espacios
    de Participación Instituidos en la legislación
    vigente.

    Las nuevas legislaciones latinoamericanas se han
    caracterizado por: Inclusión de Mecanismos para acrecentar
    la injerencia ciudadana en los Asuntos Públicos;
    Reorientación del Sistema
    Político Institucional; y transformación de la
    vigente y débil Democracia representativa en una
    versión de participativa.

    Bombarolo le da importancia igualmente a la figura del
    proceso de descentralización en los pueblos
    latinoamericanos, como una vía de creación de
    vínculos directos con el Estado por el camino de una
    política nacional pre-establecida. Y una de las bases que
    ese proceso ofertaba a la política nacional era
    precisamente la Participación Ciudadana.

    El Ciudadano es un individuo perteneciente a la sociedad
    política o a un Estado determinado, al que debe lealtad y
    al que puede exigirle a cambio protección y bienestar.
    Esta definición es rígida, por lo cual vale
    entender que el ciudadano es aquel que se encuentra involucrado
    con un Sistema Social y Político, el cual le exige cumplir
    con los deberes.

    Cuando se habla de participación ciudadana,
    expresa Bombarolo, se hace alusión a organizar a los
    ciudadanos para que participen en la acción de Gobierno
    encaminada a su beneficio. Las asociaciones de vecinos, los
    grupos ambientalistas, los gremios profesionales, entre otros;
    son el ejemplo de organizaciones
    ciudadanas que han de coordinarse conjuntamente con el Gobierno
    para dar acción y seguimiento a políticas
    nacionales de Estado.

    En otro orden de ideas, Bombarolo expresa que el otro
    nudo de nuevos canales de Participación Ciudadana lo dan
    los Espacios de la Participación en la definición,
    ejecución y control de las políticas
    públicas. Redefiniéndose en carácter
    estratégico de los Planes de Gobierno, las
    Políticas y los Programas Sectoriales. Esta
    redefinición se inicia por darle un sentido técnico
    y concreto a los Planes de Gobierno, especialmente a los de
    índole local; estos planes son asumidos bajo el marco
    metodológico de la Planificación
    Estratégica. Así mismo, las políticas y
    Programas Sociales, ya no sólo son apreciados como
    instrumentos de impacto para el colectivo, sino como cisiones y
    métodos
    que paulatinamente irán transformando buena parte de la
    acción del Estado en muchas de sus
    áreas.

    Para propiciar un mecanismo más fluido y menos
    burocrático en lo concerniente a las políticas y
    Programas Sociales, Bombarolo expresa que se aprecian tres
    estrategias muy de la localidad para generar nuevos espacios
    participativos: los consejos consultivos, los planes
    estratégicos locales y los programas de formación
    para la participación ciudadana.

    En el ámbito de la Participación Ciudadana
    el modelo de desarrollo ha de ir enfocado hacia adentro, muy en
    concordancia con postulados de la Escuela Cepalina
    de los cincuenta, sesenta y parte de los setenta, la cual
    centró su énfasis en el tema de las supuestas
    ventajas que una "industrialización acelerada" (y por
    ende, forzada) sobre la base de reducir importaciones,
    sustituyendo comercio exterior
    por actividades locales, iba a tener en fases sucesivas tasa de
    crecimiento nacional, creación de empleos productivos y
    distribución factorial de los ingresos.

    Hacia la década de los setenta (u ochenta, a
    más tardar), ya eran decenas los países que se
    tensionaban con formas insospechadas de desequilibrios
    macroeconómicos y sectoriales, producto del fracaso de la
    mencionada estrategia de "industrialización forzada y
    hacia adentro". El estancamiento, las crisis de balanza de pagos,
    el conflicto
    social, y el retraso en las organizaciones de producción,
    terminaron creando pocos y malos empleos.

    La otra gran "cara" del desarrollo
    económico-social, estuvo más bien enfocada en la
    macro temática político-redistributiva. Nos
    referimos a los grandes experimentos de
    Juan e Isabel Perón en
    la Argentina, de un Velasco Alvarado en Perú, de Joao
    Goulart en Brasil, del General Torrijos en Panamá, y
    tantos otros países del Caribe. Podríamos, a riesgo
    de caer en una fuerte simplificación de los asuntos
    históricos efectivos, caracterizar estas experiencias como
    las de "los planificadores sociales" que imbuídos por
    políticos y economistas con fortísimo approach
    sociológico para mirar el mundo, intentando toda clase de
    políticas públicas que rompieran los "monopolios
    del poder", y masificaran en cortos tiempos, el acceso a puntos
    neurálgicos básicos, del esquema económico
    (tierras agrícolas; hospitales públicos; empleos
    fiscales; industrias de primera necesidad, entre otros), a las
    clases medias y al mundo obrero (proletariado) de ciudades y
    regiones enteras. El enfoque fue el de enfatizar la equidad
    social; la redistribución acelerada de los frutos del
    crecimiento; el status y las oportunidades políticas
    efectivas del mundo sindical y popular organizado por vía
    del sistema partidista.

    En una palabra, los elementos que han influido en la
    compleja Latino América de la segunda mitad de siglo XX,
    mostraron superposiciones y tensiones entre el tema del
    crecimiento económico per se, las estrategias de
    generación de empleos, la redistribución, la
    equidad social, y los resultados político-institucionales.
    Hay allí toda una gama de factores que debemos confrontar
    y analizar, para intentar acercar nuestra propia
    conceptualización del proceso de Desarrollo. En
    consecuencia, e intentando sintetizar esta primera
    aproximación al concepto de Desarrollo en su
    relación con la Participación Ciudadana, se hace
    necesaria una visión humanista que contenga dinamismo,
    perspectiva y equilibrio, al
    tratar tratar el término.

    Dinamismo, porque el tema del Crecimiento
    Económico (su aceleración, su
    desaceleración, su estancamiento, sus ciclos) constituye
    una característica central del tema del Desarrollo. El
    Crecimiento Económico constituye una condición
    necesaria (aunque no suficiente) para los logros del Desarrollo.
    Por su propia naturaleza, el factor de Crecimiento envuelve un
    elemento dinámico (cambiante en el tiempo). Segundo, que
    envuelva una Perspectiva, en el sentido de una Visión del
    país generada por sus ciudadanos a través del
    sistema político. No puede hablarse del desarrollo de un
    pueblo, sin inscribir ese proceso dentro de una visión
    histórico-cultural.

    No sería necesariamente lo mismo el concepto
    socio-cultural de Desarrollo visto hoy día desde la ciudad
    de Miami, que visto desde Sao Paulo (Brasil), Buenos Aires
    (Argentina), Kuala Lumpur (Malasia), o Concepción (Chile).
    Hay factores históricos, de costumbres, de tradiciones, de
    valores culturales diversos (valorables en su diversidad), de
    trayectorias étnicas y de lenguajes, que hacen diferencias
    para cada una de las comunidades locales y nacionales
    aludidas.

    En resumen, el Desarrollo en su relación con la
    Participación Ciudadana, se ha de concebir en este primer
    acercamiento, como un proceso dinámico, inscrito en una
    visión cultural de país, donde se persigue un
    equilibrio virtuoso entre las necesidades humanas y la
    plusvalía producto de los negocios
    económicos internacionales. ¿Qué se persigue
    en el proceso?. Se persigue igualar las oportunidades, avanzar en
    la base productiva, y abrir todos los espacios necesarios para la
    felicidad individual y colectiva.

    La visión teorética de Nuria Cunill Grau,
    es bastante puntual al respecto, destacando "…la
    primacía de la política en la conducción de
    los asuntos públicos y la recuperación del papel de
    la sociedad en su definición y gestión, imponen la
    necesidad de recuperar el triangulo de poder concernido al
    respecto: los representantes electos, la administración
    pública y los propios ciudadanos. La reforma
    administrativa debería poder fortalecer a la segunda e,
    indirectamente, a los primeros, apuntando a su
    democratización y estimulando su orientación de
    servicio a la ciudadanía. La participación
    ciudadana, por su parte, debería proporcionar una voz
    directa a los últimos". (CURILL GRAU, 1997:
    307)

    10

    En los últimos 50 años, el mundo
    latinoamericano sufrió grandes transformaciones
    económicas, sociales, políticas, culturales y
    ambientales; originadas, en buena parte, por la aplicación
    de los modelos de desarrollo de industrialización
    sustitutiva y el neoliberal. A continuación presentamos,
    de forma resumida, la manera cómo se presentan cada uno de
    estos dos modelos, el papel del estado en el desarrollo de cada
    modelo y los efectos que sobre él tuvieron y han tenido en
    términos de la producción, los recursos
    naturales, pobreza, ingresos, entre otros
    aspectos.

    A partir de 1950 y hasta mediados de los setenta, en los
    países de América Latina se aplicó el modelo
    de industrialización sustitutiva, en el cual la idea de
    progreso descansaba en el desarrollo del sector industrial, al
    considerarlo como el sector líder
    del desarrollo, pues se asumía que era el más
    productivo y tenía mayores posibilidades de
    generación de empleo para absorber la
    sobre-población rural, con miras a un mejoramiento de sus
    condiciones de vida. Este modelo de desarrollo ponía
    especial énfasis en los procesos de urbanización y
    de modernización técnica para el mejoramiento de
    los índices de producción y
    productividad.

    En este modelo de industrialización, el estado
    necesitaba un sector agrícola dinámico que
    produjera una mayor oferta de alimentos y
    materias primas para suplir la demanda
    interna. Así mismo, se esperaba que generara capital y
    divisas o que al
    menos permitiera ahorrar estas últimas.

    Esto condujo al desarrollo de varios problemas, entre
    otros:

    · Se perdió la claridad de las acciones
    que le correspondía asumir al estado;

    · El sector privado se mantuvo con un bajo
    perfil;

    · Hubo fuerte Inhibición de
    formación de mercados, tanto de recursos como de
    bienes;

    · Se privilegió el abastecimiento del
    mercado interno; y

    · Sólo se desarrollaron los mercados
    externos de productos tropicales y de algunos commodities como
    granos y carnes.

    Por otro lado se tiene el modelo liberal, cuya
    aplicación se hace en diferentes momentos y de manera
    diversa en los distintos países de América Latina,
    aunque las medidas y la motivación
    para su implementación, en general, fueron las mismas. La
    apertura comercial se empieza a hacer en algunos países a
    finales de la década de los setenta, pero se generaliza en
    los ochenta para toda la región. A mediados o finales de
    la década de los ochenta, los primeros ya se encuentran en
    una situación de alta o media liberalización
    comercial. Por su parte, otros países inician más
    tarde este proceso, haciéndolo de manera muy rápida
    en los noventa.

    Las tendencias se orientan a que el estado no determine
    directamente las variables
    macroeconómicas ni sectoriales, sino que deje operar los
    mercados de recursos y bienes. Se espera que las tasas de
    interés, la tasa de cambio y los salarios sean
    determinados por el mercado respectivo.

    De manera especial, el estado deja de jugar un papel
    activo en la producción y comercialización y se busca un proceso
    amplio de privatización de la economía, que se
    advierte en la venta de agroindustrias y agro comercios
    públicos en los países donde
    existían.

    Todos los aspectos anteriormente mencionados, no solo se
    han mantenido, sino también se han agudizado y consolidado
    en la última década. Vale la pena resaltar algunos
    procesos que han sido el origen de muchas de las grandes crisis
    que están viviendo algunos de los países del
    continente, en la actualidad:

    · La disminución del tamaño del
    estado, entendida como la reducción de las entidades
    públicas, de manera especial, las que prestaban servicios
    al sector rural;

    · Los procesos acelerados de
    descentralización político – administrativa,
    dándole un aparente papel protagónico a los
    municipios, sin garantizar su estabilidad económica, ni la
    creación de las bases de Sostenibilidad
    financiera;

    · La privatización de los servicios
    públicos y la libre concurrencia para el desarrollo de
    la infraestructura básica;

    · El debilitamiento de las organizaciones
    sociales, en general, y las del sector rural, en particular. Esto
    es contradictorio con un amplio desarrollo de leyes y normas de
    participación ciudadana;

    · Resquebrajamiento de las democracias y de la
    gobernabilidad en casi todos los países de la
    región; y

    · Nadie ha llenado el vacío dejado por el
    retiro del estado para el cumplimiento de las funciones en
    investigación, crédito, asistencia técnica, entre
    otros.

    Para apreciar en el contexto real la relación
    entre los fundamentos o principios de la Participación
    Ciudadana y los Modelos de Desarrollo que han influido en la
    conformación del estado latinoamericano los últimos
    cincuenta años, se hace necesario ubicar bajo qué
    perfil tiene cabida esa Participación Ciudadana en las
    decisiones que como Estado se toman en el marco de los modelos
    antes señalados. Se aclara que esa conexión es
    producto de la interpretación de los escenarios que han
    presentado en América Latina y los cuales muestran, sin
    lugar a dudas, la ausencia de condiciones ideales para que se
    desenvuelva y fortifique la Participación Ciudadana, ante
    lo cual es válido afirmar lo difícil de ver con
    factibilidad
    un Gobierno que asuma como bandera los elementos de
    ciudadanía que acerquen al colectivo a la toma de
    decisiones, siempre va a existir, mientras prevalezcan estos
    modelos de desarrollo, obstáculos técnicos y de
    información que harán cada vez más "cuesta
    arriba" una sociedad involucrada con sus políticas
    públicas y con las decisiones de sus
    gobernantes.

    En el caso de Venezuela, estamos ante la presencia de un
    Sistema Político adherido al modelo neoliberal,
    quizás con mayor lazos comunicantes que otros gobiernos
    del hemisferio, y esto en razón de que se han cerrado las
    brechas para una sustitución de las importaciones,
    así como se ha disminuido superlativamente la capacidad de
    inversión en la industria, quedando un parque industrial
    en el país deteriorado, desactualizado e
    improductivo.

    En conjunto, se puede afirmar que, desde hace cuarenta
    años en América Latina, la teoría
    económica del desarrollo viene movilizando, a la medida de
    sus necesidades de demostraciones y prescripciones sucesivas,
    otras tantas categorías del Estado en desarrollo.
    Categorías cuya función política,
    paradójicamente, no es neutra puesto que todos han
    contribuido a determinar los comportamientos de las
    minorías y a dar forma a las "políticas de
    desarrollo" de varios decenios. De todas formas, se puede
    destacar una cierta evolución de la condición del Estado
    en la teoría económica del desarrollo. El Estado
    desarrollador en los decenios de 1950 y 60, después el del
    Estado fantoche en el de 1970, fueron el producto de un
    economicismo teoricista que incorporaba el "factor estatal" de
    una forma bastante impensada por sí misma. Con la
    concepción del "gobierno" transmitida por el Banco
    Mundial, el paradigma neoclásico desemboca quizá
    por primera vez, extendiendo la teoría del desarrollo, en
    la cuestión del Estado. Sin embargo, el análisis
    estructurado esencialmente en torno a un discurso normativo que
    moviliza la figura de un Estado liberal-democrático que no
    existe en esta forma típica ideal en ninguna democracia de
    mundo. Al igual que los paradigmas precedentes de la
    teoría del desarrollo, tampoco el paradigma
    neoclásico escapa, pese a todo, al recurso a un Estado
    moderno, construido a la medida de las necesidades de su gente,
    es promover cambios en el modelo de desarrollo asumido para dar
    mayor participación al colectivo, puesto que si bien es un
    riesgo para el Estado, en virtud de que se verá asediado
    por los miembros de la sociedad civil organizada, no es menos
    cierto que garantiza la transparencia del acto de Gobernar y
    permite ciertos márgenes de tolerancia conque
    un gobierno "no transparente" no podría contar.

    Bien lo expresa Rafael Merchán, en su
    artículo "Participación Ciudadana" (Revista
    Perspectiva, Bogotá, Nº 2, 2002, págs. 44-47),
    la participación ciudadana es un valor agregado para el
    Estado, puesto que "…cada uno de los individuos y
    comunidades que participen en los procesos de toma de
    decisión, van a estar concentrados en defender sus
    intereses particulares y por ende va a ser supremamente
    difícil la construcción de una racionalidad
    colectiva que se sobreponga a la racionalidad individual. Si las
    demandas son amplias y los bienes que se van a repartir son
    escasos, la única forma de que la decisión sea lo
    suficientemente legítima y racional es que ésta
    obedezca a un criterio colectivo que, al menos parcialmente,
    trascienda las visiones, expectativas y necesidades estrictamente
    particulares".

    CUADRO
    DESCRIPTIVO-COMPARATIVO

    Para ver el cuadro seleccione la
    opción "Descargar" del menú superior

    El Desarrollo Rural en el actual marco de la
    globalización. 24 – 26 de Octubre de 2002. Rioja
    Alavesa. España.

    **.- Rafael Merchán le da la connotación a
    estos principios de: Relevancia, el involucrar a la
    discusión política nacional temas que toquen las
    necesidades inmediatas del colectivo; Transparencia, que la
    autoridad explique cuál va a ser el impacto de la
    participación ciudadana en las políticas
    públicas; Integralidad, que se involucre a todos los
    sectores en las etapas de la formulación, ejecución
    y vigilancia de las políticas públicas;
    Continuidad, hacer de la participación ciudadana un
    compromiso de formación continua, en el cual la
    institucionalidad oriente y brinde nuevos espacios al colectivo;
    Progresividad, que las cuotas de participación ciudadana
    sean abiertas en rigor a los alcances de cada sector y no de
    manera abrupta, porque ello desencadenaría trastornos
    significativos en el sistema; Universalización, involucrar
    a la mayor cantidad posible de participantes; y
    Concientización, mostrar y hacer comprender al colectivo
    que la participación es útil para motorizar el
    aparato productivo de un país.

    REFERENCIAS
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    Por:

    Ramón E. Azócar A.

    Politólogo, Msc. Administración; Candidato a Doctor en
    Estudios del Desarrollo por el CENDES-UCV; docente e investigador
    universitario.

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