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Alberti, Ghiberti y Botticelli




Enviado por gnomos



    por Álvaro
    Zarzuela

    SU MUNDO.

    • EL MUNDO DEL RENACIMIENTO.
    • CONTEXTO SOCIOCULTURAL DE LOS SIGLOS XV Y
      XVI.
    • El Renacimiento
      nace en Italia.
    • El Humanismo. La
      corriente ideológica del Renacimiento.
    • El panorama político en la Italia de los
      siglos XIV y XV.
    • El contexto religioso. Reforma y
      Contrarreforma.
    • Sociedad y cultura en
      la Europa del
      Renacimiento.
    • La era de los grandes descubrimientos
      geográficos.
    • EL ARTE DEL
      RENACIMIENTO.
    • Características del arte del
      Renacimiento.
    • Yo, el artista.
    • El mecenazgo.
    • Evolución del arte del
      Renacimiento.
    • EL QUATTROCENTO ITALIANO.
    • Florencia y los Medici.
    • La arquitectura
      del Quattrocento.
    • La escultura del
      Quattrocento.
    • La pintura del
      Quattrocento.
    • Algunos otros grandes artistas del
      Quattrocento.

    ALBERTI.

    • EL ARTISTA.
    • SU OBRA
      ARQUITECTÓNICA.
    • Palacio Rucellai.
    • Fachada de la Iglesia de Santa Maria
      Novella
      .
    • Templo Malatesta.
    • Iglesia de San
      Sebastián
      .
    • Iglesia de
      Sant’Andrea
      .

    GHIBERTI.

    • EL ARTISTA.
    • SU OBRA.
    • Análisis comparativo de los
      Sacrificio de Isaac de Ghiberti y de
      Brunelleschi.
    • Segundas Puertas del Baptisterio principal
      de San Giovanni
      de Florencia.
    • Las Puertas del
      Paraíso
      .

    BOTTICELLI.

    • EL ARTISTA.
    • Su vida.
    • Su personalidad.
    • Reconocer al pintor.
    • SU OBRA.
    • Epifanía
      (1465-1467).
    • Madonnas.
    • Regreso de Judith a Betulia (1469-1470)
      y
    • Descubrimiento del cadáver de
      Holofernes
      (1469-1470). pág. 48
    • La Fortaleza. pág.
      49
    • Virgen con Niño y seis santos.
      pág. 49
    • Epifanía (1470-1475).
      pág. 50
    • Desconocido con medalla con Cosme de
      Medici
      . pág. 50
    • Epifanía (1475). pág.
      50
    • Alegoría de la Primavera.
      pág. 51
    • Madonna del Magnificat. pág.
      52
    • Rebelión contra la Ley de
      Moisés
      . pág. 53
    • Epifanía (1481-1482).
      pág. 54
    • Historia de Nastaglio degli Onesti.
      pág. 54
    • Minerva dominando al centauro.
      pág. 55
    • Venus y Marte. pág.
      55
    • Nacimiento de Venus. pág.
      56
    • Frescos decorativos de la Villa Lemmi.
      pág. 57
    • Anunciación (1489-1490).
      pág. 57
    • Coronación de la Virgen.
      pág. 58
    • Calumnia de Apeles. pág.
      58
    • Natividad (1500). pág.
      59
    • Oración en el huerto.
      pág. 60
    • Transfiguración de Cristo.
      pág. 60
    • Historia de Virginia e Historia de
      Lucrecia
      . pág. 61

    BIBLIOGRAFÍA pág.
    64

    ALBERTI, GHIBERTI y
    BOTTICELLI.

    SU MUNDO.

    EL MUNDO DEL RENACIMIENTO. CONTEXTO
    SOCIOCULTURAL DE LOS SIGLOS XV y XVI.

    Se entiende por RENACIMIENTO el periodo
    de renovación ideológica y artística que
    durante los siglos XV y XVI comienza en Italia y se
    extiende al resto de Europa, dando
    paso de la Edad Media a
    la Moderna. Su característica esencial es la
    admiración del clásico grecolatino, de ahí
    el nombre de Renacimiento, pues se supuso que había
    "renacido" todo el esplendor de los antiguos griegos y romanos.
    Los renacentistas consideraban esta cultura
    clásica como la realización máxima del ideal
    de perfección e intentaban imitarla en cuanto
    podían.

    El Renacimiento nace en Italia.

    El Renacimiento es un fenómeno
    fundamentalmente italiano, que aunque se extendió
    rápidamente a otros lugares de Europa
    guardó en cada uno de ellos unas características propias tan definitorias y
    en algunos casos tan profundas que puede hablarse de varias
    clases de Renacimientos, lo cual enriquece su concepto
    genérico. Es natural que fuera en Italia donde
    naciera este movimiento de
    renacimiento de los clásicos. Para empezar, es en esta
    península donde el Imperio romano
    tenían su centro de gobierno y los
    días gloriosos del Imperio todavía se recordaban
    con añoranza. Además, la península
    itálica nunca se había visto implicada
    íntimamente en la corriente internacional del
    gótico sino que sus manifestaciones medievales
    habían tenido una carácter muy particular, siempre
    más ligado a su propia tradición románica y
    clásica que a las evoluciones estilísticas de
    Francia, el
    gran rector del estilo gótico. Amén de que en
    prácticamente todas las ciudades se encontraban restos
    arqueológicos, arquitectónicos y
    escultóricos del antiguo Imperio, que favorecieron el
    estudio de esta cultura
    grecolatina. También favoreció este redescubrir el
    mundo clásico la emigración de numerosos eruditos,
    intelectuales y artistas desde Bizancio, conquistada por los
    turcos, trayendo consigo manuscritos de grandes autores helenos y
    romanos. Además, Italia, fraccionada en numerosos estados
    ricos y con fuertes personalidades al frente de sus gobiernos,
    llenos de numerosas y florecientes ciudades, con un sentido
    realista de la política y la
    economía,
    era el país que mejor podía favorecer una vida y
    una cultura como
    la del Renacimiento, basada en el Hombre y la
    Naturaleza.

    El Humanismo. La
    corriente ideológica del
    Renacimiento.

    Esta vuelta a los clásicos fue,
    sin embargo, más que una causa, una consecuencia. Los ejes
    de esta renovación son varios, mas el pilar más
    llamativo es la nueva corriente de pensamiento,
    el Humanismo,
    así llamado por ensalzar con preferencia las cualidades
    propias de la naturaleza
    humana. Su nuevo enfoque, que rechazaba la visión
    teocrática del Medievo, defendía una
    concepción antropocéntrica del Universo, un
    papel central
    del individuo y sus actos. Consecuentemente, el humanista se
    interesa por el Mundo que le rodeaba, de ahí su amor a la
    naturaleza,
    del mismo modo que, apoyándose en esta
    reintroducción de la sabiduría grecolatina,
    defiende la Razón para solucionar los conflictos
    humanos y busca un ideal de equilibrio y
    armonía. Este antropocentrismo fue lo que le llevó
    a girar los ojos hacia los valores de
    la cultura
    clásica.

    Tiene el Humanismo su cuna
    en Italia, y si bien comenzó a gestarse en el siglo XIII,
    se desarrolló durante los XIV y, sobre todo, XV en toda la
    Europa
    Occidental. Lo que condujo a la aparición del Humanismo fue la
    profunda inquietud por una renovación espiritual latente
    ya en el Hombre de
    la Alta Edad Media, el
    cual, viendo cómo se debilitaban las tres instituciones
    básicas de la sociedad de su
    tiempo, el
    Pontificado, el Sacro Imperio y las Universidades, sentía
    que no eran ya suficientes para la consecución de sus
    nuevos ideales los principios en que
    se había basado la vida medieval, por lo tanto
    debía buscar otros pilares en que apoyar su nueva
    ideología. Con este anhelo de renovación, se
    fijó en los modelos
    clásicos y dio un profundo viraje a lo que habían
    sido su modo de pensar, pasando de una sociedad
    colectivista y teocéntrica a la exaltación del
    individuo y la Naturaleza.
    Rompió con escolasticismo medieval, las filosofías
    basadas en las doctrinas aristotélicas, y se
    inclinó hacia las escuelas neoplatónicas, filtradas
    por el cristianismo.
    El Humanismo halló en la antigüedad clásica el
    perfecto modelo que
    sí correspondía con su nueva ideología y
    concepción del mundo, lo que le llevó a
    reverenciarla e imitarla, considerándola el máximo
    exponente de perfección a que podía aspirar el ser
    humano. Su finalidad era un nuevo examen del Hombre y su
    Mundo, tomando como maestros y ejemplo los autores
    clásicos. Hombre y
    Naturaleza,
    desligados de todo su sentido trascendente y sobrenatural, se
    convierten así en los dos polos de la cultura y la vida
    renacentista.

    Dado el pensamiento
    antropocéntrico del humanista, su principal campo de
    estudio son las ciencias
    humanas, y especialmente las filologías clásicas,
    progresando con ello ampliamente la lingüística. Los
    humanistas realizaron la labor de rastrear por doquier antiguos
    textos griegos y latinos, copiándolos,
    traduciéndolos, comentándolos, empapándose
    de la cultura clásica; numerosas obras
    prácticamente olvidadas, copiadas durante siglos
    mecánicamente por los monjes, son rescatadas del fondo de
    las bibliotecas y las
    intelectuales exiliados de Bizancio traen consigo otra gran
    cantidad de manuscritos antiguos. Pero para que los
    clásicos pudieran hablar en su genuino lenguaje era
    menester librar sus textos de las interpolaciones, deficiencias y
    errores que habían sufrido con el paso del tiempo y las
    sucesivas copias, lo cual requería un amplio bagaje de
    conocimientos históricos, geográficos,
    lingüísticos, arqueológicos, etcétera,
    y de esta ardua faena se encargaron los humanistas. Mas no se
    limitaron exclusivamente a un aspecto técnico en sus
    estudios sino que buscaron en los escritores clásicos la
    confianza en la inteligencia
    del Hombre y
    el amor a la
    naturaleza. También la anatomía humana fue
    objeto de cuidadosos estudios por parte de los
    científicos, que se preocupaban por dibujar con todo
    detalle sus descubrimientos, con lo que el papel del
    dibujante toma una relevancia inusitada hasta el momento. El
    invento de la imprenta fue de suma importancia para la
    rápida y amplia difusión del pensamiento
    humanista desde Italia al resto de Europa.

    Este volver a centrarse en lo humano, no
    obstante, no significa en absoluto un abandono de lo divino, que
    tan fuertemente había marcado toda la sociedad,
    cultura, ciencia y
    arte durante
    la Edad Media.
    Bien al contrario, la religiosidad, y en concreto el
    cristianismo,
    sigue bien presente en todas las facetas de la vida durante
    el Renacimiento.
    El humanista valora el Mundo Antiguo como contribución al
    cristianismo.
    Lo divino es revisado desde la perspectiva humana para dotarlo de
    una mayor significación: Dios trata de hacerse inteligible
    a la razón humana, en lugar de limitarlo a la
    emoción de la fe.

    Cierto que fue una minoría de
    banqueros, filósofos, intelectuales y artistas quienes
    llevaron a cabo esta renovación cultural, pero no es menos
    cierto que el Humanismo fue calando en todos los campos de la
    sociedad. Esta
    renovación en todas las parcelas de la cultura humana,
    filosofía, ética,
    ciencia,
    arte, etc.,
    estaba encaminada a la hechura de un Hombre que
    fuera compendio de todas las perfecciones físicas e
    intelectuales y en el que la razón dominara sobre la
    pasión. De aquí surge la figura del cortesano,
    diestro en letras, ciencias y
    armas, docto
    en todos los campos del saber y las artes, valiente, refinado,
    gentil, modesto, universal. La frontera entre letras y ciencias no
    existían, el intelectual debía estar ducho en todos
    los campos del saber, interrelacionados y complementarios.
    El Hombre
    integral, el genio múltiple en quien se concilian todas
    las ramas del saber en una actitud
    fecunda, fue la gran creación del Renacimiento, que
    cristalizó en figuras que mantienen viva la
    admiración de los tiempos, como Leonardo Da
    Vinci, Miguel Ángel, Rafael Sanzio, León
    Battista Alberti, Lorenzo Ghiberti, Sandro
    Botticelli

    El panorama político en la
    Italia de los siglos XIV y XV.

    Italia se convierte con el Renacimiento
    por primera vez desde la Antigüedad grecolatina en el eje
    rector de la cultura de una época. Esto supone un elemento
    paradójico dado que la Italia de los siglos XIV y XV era
    mucho menos rica de lo que lo había sido, pues, al igual
    que el resto de Europa, sufría una decadencia
    económica que abarcó, aproximadamente, la totalidad
    de estos dos siglos, y su vida política estaba llena
    de guerras
    intestinas dentro de los pequeños estados y entre ellos.
    El papado, fiel a su antigua política, continuaba
    impidiendo el desarrollo de
    una poder
    predominante, pero sólo lo lograba a expensas del poder
    político de los papas mismos. Cuando la Curia
    volvió a Roma,
    después de haber permanecido fuera de Italia en la ciudad
    francesa de Aviñón durante casi todo el siglo XIV,
    se produjo el Gran Cisma de 1378, que duró hasta 1417, al
    cual siguieron tres décadas durante las cuales la autoridad del
    Papa se vio en entredicho, a causa del intento conciliar de
    convertirlo en monarca constitucional. Los principados italianos
    evolucionaron dentro de este marco. Las comunas del norte
    estuvieron dominadas por tiranos locales, las repúblicas
    de la Toscana absorbieron las ciudades adyacentes y, en el sur,
    un reino de Nápoles, crónicamente mal gobernado por
    la casa de reinante de origen francés se fue desgastando
    como consecuencia de sus ambiciones en el Mediterráneo
    oriental y del temor a los aragoneses, establecidos en Sicilia. A
    fines del siglo XIV, la familia de
    los Visconti, de Milán, logró dominar toda la
    llanura de Lombardía. En 1395, Giangaleazzo Visconti,
    casado con una princesa francesa, obtuvo del emperador Wenceslao
    el título de duque y no ocultó sus
    propósitos de extender su poder hacia el
    sur, a través de los estados divididos de la Iglesia, y
    llegar hasta Toscana. No lo consiguió, pero el duque
    Filippo Maria Visconti (f. 1447) continuó soñando
    con lo mismo. No obstante, los Visconti establecieron un gobierno fuerte,
    el cual pasó a manos de Francesco Sforza en 1450. En la
    Toscana, Florencia ostentaba una superioridad indiscutible, y
    la familia de
    los Medici consolidó, a partir de 1434, su dominio efectivo
    de la ciudad, si bien conservando brillantemente su forma de
    gobierno
    republicana. Sólo otro gran centro comercial
    competía con Florencia, se trataba de otra
    república, Venecia, que salió triunfante de su
    larga rivalidad con Génova por obtener los frutos del
    comercio
    levantino, y que, bajo la autoridad de
    un dux electo y vitalicio, pero desprovisto de poder real,
    gozaba de una constitución de envidiable solidez,
    mediante la cual las familias "nobles" o patricias gobernaban la
    ciudad y sus tierras de ultramar con una administración coherente y refinada. A
    principio del siglo XV, las guerras de
    Italia obligaron a Venecia a mezclarse en una agresión a
    tierra firme,
    y a finales del siglo se había convertido en una gran
    potencia
    territorial, pese a que los turcos otomanos le estaban
    arrebatando rápidamente sus colonias del mar Egeo.
    Finalmente, tendría suma importancia el hecho de que el
    rey aragonés Alfonso V pasara de Sicilia a tierra firme y
    conquistara el reino de Nápoles (1435-1442). En efecto, al
    morir Ferrante, sucesor de Alfonso en Nápoles, el rey
    francés Carlos VIII reclamó esa ciudad e
    invadió Italia, en 1494. Otro rey francés, Luis
    XII, se tituló duque de Milán desde su subida al
    trono en 1498, pero en aquella época el rey de
    Aragón comenzó a reclamar su parte y, a partir de
    entonces, Italia fue víctima de los invasores extranjeros.
    Cuando las "guerras
    italianas" llegaron a su fin, efectivamente en 1538, el
    país estaba a la merced de Carlos V. Este príncipe
    Habsburgo, criado en Borgoña, no sólo gobernaba la
    mayor parte de Italia, sino también Aragón y
    Castilla, con sus colonias americanas, y las tierras de Austria,
    y como Sacro Emperador Romano también era jefe titular de
    los principados alemanes. Bajo su reinado, Italia estuvo regida
    por gobernadores y virreyes españoles y sometida a la
    ocupación de tropas españolas.

    Si durante los siglos XIV, XV y principios del
    XVI la historia
    política
    de Italia fue violenta, sería erróneo buscar en
    ello un contraste con la paz de otros lugares. Los reinos de
    España,
    Francia,
    Inglaterra,
    Alemania, los
    países escandinavos… todos ellos sufrieron turbulentas
    historias políticas
    y militares. En general, a finales de la Edad Media
    hubo poca paz en Europa.

    El contexto religioso. Reforma y
    Contrarreforma.

    Aunque la cada vez más pujante
    clase burguesa rompió el monopolio de
    mecenazgo que mantenía la Iglesia,
    ésta continuaba siendo la principal patrocinadora del arte
    y la ciencia
    durante el Renacimiento,
    realizándose la mayoría de las más
    importantes obras por encargo eclesiástico, de igual modo
    que se veían favorecidos los estudios humanistas
    relacionados con la Biblia. Así, a pesar de la
    multiplicación temática renacentista frente al
    omnipresente cristianismo
    del teocéntrico gótico medieval, el arte religioso
    se desarrolló enormemente. De hecho, durante los siglos
    XIV, XV y XVI parecía que la Iglesia se
    preocupara más del arte que del bienestar espiritual y
    físico de sus fieles, despreocupación agravada por
    la participación del papado en asuntos políticos
    internacionales. El alto clero se hallaba rodeado de lujo y
    ostentación mientras, en contraste, el pueblo vivía
    en humildad y mostraba una viva fe, como también apreciaba
    y demandaba el arte religioso. El papada tenía un
    lucrativo negocio con la venta de bulas e
    indulgencias, cobrando buenas sumas a cambio de la
    salvación espiritual de aquel que podía pagarla,
    así como con los cargos eclesiásticos, que eran
    vendidos a cualquiera que desembolsara lo requerido. Las
    indulgencias que llegaron a adquirir un carácter tan
    material y profano que serían, en última instancia,
    la gota que colmaría el vaso y desembocaría en el
    cisma protestante con la publicación de las 95 tesis de
    Lutero contra las indulgencias. Con esta ostentación
    desmedida del alto clero y el tráfico de salvaciones
    divinas y cargos eclesiásticos, frente a la humildad de
    los beatos fieles del pueblo llano, es obvia la situación
    de crisis en el
    seno de la Iglesia. Ya en
    1378 tuvo lugar el Gran Cisma, originado por la división
    de la corte papal entre los seguidores del recién nombrado
    Papa Urbano VI de Roma y quienes
    consideraron nula su elección, que eligieron como Papa a
    Clemente VII y reinstalaron la sede pontificia en la ciudad
    francesa de Aviñón. El Gran Cisma duró hasta
    1417, y le siguieron tres décadas durante las cuales la
    autoridad del
    Papa se encontró tambaleante.

    Todo ello, unido a las condiciones
    sociales, ideológicas y espirituales del Renacimiento,
    ocasionaron un movimiento de
    reforma en el orden religioso de la Europa Occidental, una
    profunda revolución
    que se realizó a principios del
    siglo XVI en el seno de la Iglesia
    católica y que provocó la separación de
    muchos fieles de la obediencia al Papa de Roma con la
    aparición del Protestantismo. Las causas de esta Reforma,
    no obstante, se hallan enraizadas más atrás,
    fundamentalmente en la aparición de la mentalidad
    humanista en la transición del Medievo a la Edad Moderna.
    El humanista, inquieto y egocéntrico, que ha apartado
    definitivamente la perspectiva teocrática, utiliza ahora
    la Razón y se da cuenta de las incoherencias dentro de la
    Iglesia y, aunque en ningún momento reniega de su
    religiosidad, aspira a cambiar los errores de los que ahora se
    percata, adoptando una inédita actitud
    crítica.

    El hecho concreto que
    originó el cisma entre catolicismo y protestantismo fue la
    exposición por parte del agustino alemán
    Martín Lutero en la puerta de la iglesia de Wittenberg de
    sus 95 tesis contra
    las indulgencias en 1517. Esto provocó diversas
    discusiones entre el Papa León X y Lutero que finalmente
    desembocaron en la excomunión de éste
    último, el cual a partir de entonces va estructurando su
    doctrina, para la que pronto encontraría adeptos y
    seguidores. La base de la doctrina luterana es la
    salvación por la fe, esto es la exclusiva importancia de
    la fe para la salvación del alma al morir, sin que importe
    el arrepentimiento ni las obras. Otro punto fundamental de su
    doctrina es la ruptura con el papado y la negación la
    jerarquía de la Iglesia, afirmando que todos los
    cristianos tienen el mismo valor.
    También establece la libre interpretación de la
    Biblia, negando el valor de la
    Tradición de la Iglesia, y defiende su traducción a
    la lengua del
    pueblo, realizando él mismo una traducción al
    alemán, que se trata de uno de los pilares básicos
    de esta lengua. Del
    mismo modo, entre otras reformas de la fe católica, reduce
    los sacramentos a sólo bautismo y eucaristía, abole
    el culto a la virgen y los santos y suprime toda
    ostentación en los templos.

    Las doctrinas luteranas se extendieron
    con bastante rapidez por toda Alemania,
    especialmente por los Estados del Norte, a lo que contribuyeron
    también factores económicos y políticos.
    Algunos nobles vieron la oportunidad de aumentar sus posesiones,
    puesto que con el luteranismo la Iglesia debía renunciar a
    todos sus bienes y,
    así, sus tierras fueron secularizadas, pasando a manos de
    esta nobleza; otros nobles se transformaron a la fe luterana
    porque significaba la posibilidad de enfrentarse al emperador
    Carlos V, uno de los más feroces defensores del
    catolicismo; y, en conjunto, el luteranismo resultó ser un
    movimiento
    nacionalista de oposición a Roma. Así
    pues, esta expansión del luteranismo no fue fácil
    ni pacífica, sino que provocó numerosas y cruentas
    guerras entre
    los señores y el pueblo y entre los nobles y el emperador.
    Carlos V y sus consejeros católicos pretendieron en un
    principio contener el progreso de lo que ellos consideraban la
    herejía luterana en sus estados mediante el
    diálogo. El emperador convocó asambleas de
    representantes de los estados alemanes en Worms para intentar que
    Lutero abjurase de sus ideas y después en Spira,
    prohibiendo en esta ocasión la propagación de las
    ideas luteranas, decisión contra la que los reformistas
    protestaron, ganándose ahí el nombre de
    protestantes. Fracasado este intento de solución, Carlos V
    pretendió que el papado convocara un concilio pero
    éste se retrasaba interminablemente. Se llegó a la
    lucha armada entre católicos y protestantes y, a pesar del
    sonado triunfo de Carlos V contra los protestantes en
    Mühlberg en 1547, finalmente el emperador tuvo que aceptar
    en 1555 la paz de Augsburgo, por la cual se reconocía la
    libertad
    religiosa de los príncipes alemanes y la
    supeditación del pueblo a la fe espiritual de
    éstos.

    La convocatoria de un concilio para
    resolver el problema de la escisión protestante fue largo
    tiempo
    pospuesto por los papas, en parte por miedo a que prevaleciera la
    superioridad conciliar frente al Papa y en parte a causa de las
    guerras entre
    España
    y Francia.
    Cuando por fin se inició el Concilio de Trento en 1545 ya
    era demasiado tarde para atajar la expansión del
    luteranismo y, además, las sesiones del concilio fueron
    interrumpidas en dos ocasiones y se alargaron durante dieciocho
    años. En el concilio se adivinan dos tendencias, por un
    lado la que trata de conseguir algún tipo de
    armonía con los protestantes y por otro una postura
    totalmente intransigente, que finalmente es la que
    triunfaría. Mediante el Concilio de Trento se reafirmaron
    las características católicas
    diferenciadoras del Protestantismo: se afianzó la autoridad del
    Papa, aumentó la disciplina
    eclesiástica y fueron reforzados el valor de las
    buenas obras, el culto a la virgen y los santos y todos aquellos
    puntos de la fe católica que Lutero había
    negado.

    Sociedad y cultura en la Europa del
    Renacimiento.

    A finales de la Edad Media en
    todas partes había nobles, caballeros, sacerdotes y
    abogados. La burguesía comienza a ser una clase
    incipiente, cada vez con mayor poderío
    económico e influencia política, y su
    bonanza económica le lleva a convertirse en un importante
    mecenazgo artístico. Cada vez se le atribuía un
    valor
    creciente a la cultura y las escuelas y universidades se
    multiplicaban en todos los países. En este aspecto
    educacional el continente se encontraba relativamente unido,
    aunque la educación superior
    tendía a estar más regionalizada. Otro aspecto
    común a toda Europa era la importancia de la religión, ya fuera
    católica o protestante, cuya moralidad empapaba todos los
    actos de la vida pública y privada de la población.

    El Renacimiento es también una
    época de importantes adelantos técnicos y
    científicos. Uno de los inventos de mayor
    importancia para la difusión de la cultura apareció
    durante esta época renacentista: la imprenta. Tomó
    entonces gran importancia el papel, que
    había sido introducido por los árabes en la
    península itálica por Lombardía. La
    invención de la imprenta tuvo lugar hacia 1448,
    considerándose inventor a un orfebre de Maguncia llamado
    Gutenberg, y partió de la xilografía (grabado sobre
    madera) pero
    nació verdaderamente cuando se idearon las letras
    móviles de metal, que permitían componer una
    página, entintarla con tinta gruesa y sacar copias
    mediante una prensa. Los
    escritos e ideas de los humanistas tuvieron una enorme
    difusión gracias a la imprenta, extendiéndose su
    pensamiento
    rápidamente por toda Europa. Ahora se podían editar
    muchas copias de cualquier libro en muy
    poco tiempo, mientras
    que antes copiar un libro llevaba
    años. Otros adelantos técnicos vinieron a
    sumársele, tales como la brújula o el astrolabio,
    que favorecieron enormemente la navegación, o la
    pólvora y las armas de fuego,
    que revolucionaron el panorama armamentístico y militar.
    Junto al movimiento
    renovador desde el punto de vista intelectual, se asienta a lo
    largo de los siglos XV y XVI una nueva ciencia, o
    ciencia
    experimental, que frente a los principios
    aristotélicos del pensamiento
    medieval intentaba explicar todas las cosas mediante al
    Razón y la experiencia. Aquí surge la teoría
    heliocéntrica de Copérnico, que, frente a la idea
    geocentrista medieval, formuló en 1543 el principio de que
    la Tierra y
    los demás planetas
    giraban en torno al Sol, la
    cual no pudo ser comprobada hasta el siglo siguiente.
    También hubo importantes avances en el campo de la
    medicina, como
    el descubrimiento de la circulación pulmonar de la
    sangre. Sin
    embargo, a pesar de todos estos adelantos y del evidente impulso
    que supone la curiosidad científica del Hombre
    renacentista, no hay que pensar que esta nueva ciencia se
    impuso totalmente en Europa, sino que por el contrario las
    supersticiones medievales perduraron durante largo tiempo.

    En Italia era harto elevada la
    proporción de ciudades, florecientes gracias al periodo de
    expansión económica de los siglos XII y XIII, lo
    cual ocasionó que la burguesía tuviera allí
    mucha más importancia que en otros lugares. En realidad,
    la nobleza italiana, incluso los príncipes y tiranos,
    procedía en su mayoría del pueblo (con la
    excepción del reino de Nápoles) y la sociedad
    tendió a una menor jerarquización. El
    poderío económico y la influencia política de estos
    burgueses era cada vez mayor, hasta llegar a formar
    auténticas dinastías que llevaban
    prácticamente el gobierno de las
    ciudades, y fueron generoso financiadores e impulsores del arte
    renacentista. También era característico de Italia la alta
    proporción de abogados y sacerdotes respecto al conjunto
    de la población. Los abogados solían ser
    hombres sumamente cultos de ideas humanistas, con gran interés
    por la literatura clásica y
    la antigüedades, a menudos empleados en altos cargos de la
    administración de repúblicas y
    principados y que, con frecuencia, canalizaban y expresaban
    valores
    locales. Aunque más importantes aún eran los
    grandes mercaderes, sobre todo en los mayores centros
    comerciales: Venecia, Génova y las ciudades toscanas, en
    especial Florencia.

    La era de los grandes descubrimientos
    geográficos.

    Nunca en la historia de la humanidad se
    había dado una ampliación del mundo conocido a
    nivel universal tan vertiginosa como la que tuvo lugar en los
    siglos XV y XVI. En muy pocos años, como consecuencia de
    los grandes descubrimientos geográficos se amplia de un
    modo prodigioso el reducido Mundo conocido por el europeo, y
    consecuentemente el del resto de los Hombres, desde Asia hasta
    América
    pasando por África. Primero castellanos y portugueses y
    más tarde otros pueblos europeos se lanzan a alta mar al
    descubrimiento de nuevas tierras, azuzados por un fuerte
    afán de riquezas y aventuras. Velozmente, el Viejo Mundo,
    la bien definida imagen que
    comprendía Europa, África y Asia, con la
    ciudad santa de Jerusalén en el mismo centro y el oscuro
    océano a su alrededor, había desaparecido para
    siempre. En su lugar surgía un Nuevo Mundo, más
    grande, más extraño, más imponente, un Mundo
    cuyas maravillas parecían no tener fin.

    Los portugueses encaminaron sus rutas a
    bordear África para llegar hasta Oriente, mientras que la
    corona castellana patrocinó el proyecto de
    Colón que pretendía llegar hasta las Indias
    navegando hacia el oeste, basándose en la teoría
    de que, contrariamente a la creencia de la época, la Tierra era
    redonda. Dicha teoría
    resultó ser cierta, lo que ignoraba Colón era que
    entre Europa y las Indias se hallaba un nuevo continente y que,
    en realidad, lo que acababa de descubrir, en 1492, era América. En 1519 una expedición
    marítima castellana al mando del portugués
    Magallanes consiguió, tras un viaje repleto de calamidades
    y penurias, dar por primera vez la vuelta al mundo, demostrando
    que, efectivamente, la Tierra era
    redonda y se podía circunnavegar. Las costas africanas,
    las Indias, Japón, Oceanía y demás
    territorios orientales, toda América… Todo un nuevo mundo se
    abría ahora, ofreciendo infinitas
    posibilidades.

    Fueron varias las causas que impulsaron a
    castellanos y portugueses a embarcarse en arriesgadas e inciertas
    empresas
    marítimas. En principio, de carácter
    económico: la necesidad de una expansión
    económica debido al aumento de la población, la búsqueda de materias
    primas y de nuevos mercados, la
    falta de oro y metales preciosos que se
    estaban agotando en las minas europeas y el deseo de conseguir
    más baratas las especias y otros productos
    venidos del Lejano Oriente a través de una larga serie de
    intermediarios. También hay que tener presente la sed de
    aventuras del Hombre renacentista, cuya imaginación
    había sido estimulada por el Libro de las
    Maravillas
    de Marco Polo y el afán de enriquecimiento
    le hacía saltar a la aventura; así como el
    espíritu evangelizador de las Cruzadas, tan vivo en la
    Edad Media y
    que aún no había desaparecido por completo, el cual
    llamaba a los Hombres a marchar a esas nuevas tierras
    desconocidas a cristianizar, a fuerza de
    palos si era necesario, a sus habitantes (de aquí surge la
    leyenda del Preste Juan, un reino de cristianos rodeado de
    paganos, situado en algún lugar impreciso de Asia o
    África, al que se debía ayudar). Mas fue necesario
    que a esos estímulos humanos se les unieran un desarrollo
    científico de los estudios geográficos y unos
    descubrimientos técnicos de gran valor para la
    navegación: se desarrolló en gran medida la
    cartografía, con la realización de cada vez
    más precisos portulanos (mapas que
    detallaban las costas) y cartas marinas
    (que indicaban las corrientes), así como un mayor conocimiento
    del Sol y las estrellas para orientarse; la brújula y el
    astrolabio, empleados a partir del siglo XV, fueron de suma
    importancia para la navegación; se idearon dos nuevos
    tipos de naves, la nao y la carabela, más adecuadas para
    la navegación en alta mar que las hasta entonces
    utilizadas para el comercio
    galeras.

    Pero los renacentistas no se sintieron
    muy atraídos por estas nuevas tierras descubiertas. Para
    aquellos que se interesaban por las ideas, la antigua Roma
    parecía encerrar más enseñanzas que el Nuevo
    Mundo, hasta el punto de que podríamos hablar de que
    Renacimiento y Era de los Grandes Descubrimientos no fueron sino
    dos grandes manifestaciones culturales que coexistieron en el
    mismo periodo de tiempo. Los motivos particulares de los
    exploradores y de las organizaciones
    que los financiaban sólo en parte se conjugaban con la
    ampliación de los horizontes intelectuales del Hombre
    renacentista. En general, los humanistas se interesaban poco por
    los relatos de los descubridores, excepto como curiosidad o
    ejemplos morales y tuvo que transcurrir algún tiempo para
    que la filosofía se hermanase con el descubrimiento. No
    obstante, el diluvio de información geográfica que
    cayó sobre Europa debía obligatoriamente ejercer un
    efecto depurador en una serie de temas al margen de la geografía, sobre todo
    en el estudio del Hombre, de la sociedad, la ética y la
    religión
    "natural". Ideas que parecían obvias se derrumbaron,
    normas de
    conducta que se
    creían absolutas deberían ser consideradas como
    relativas a fin de cuentas, ya no
    resultaba tan seguro como antes
    el que la civilización, en todos sus aspectos, fuera
    superior a la Naturaleza. El renacentista debía ver ahora
    todas las facetas de su condición humana y de su mundo
    bajo un prisma nuevo. Al reflexionar sobre el Nuevo Mundo, Europa
    tenía que volver a meditar sobre sí
    misma.

    Los siglos XV y XVI fueron pues un
    periodo de intensa actividad cultural y también de febril
    expansión. En ninguna época anterior había
    existido tanta variedad, experimentación y prosperidad en
    las artes; ante las hazañas de los grandes descubridores,
    todas las anteriores fases de exploración (griega, romana,
    mongólica, árabe….) palidecían por su
    insignificancia. Dos cumbres de la capacidad humana: una de
    imaginación, otra de acción. Los geniales artistas
    y los grandes exploradores del XV y el XVI llevaron a cabo sus
    impresionantes logros siguiendo un impulso común, derivado
    de una experiencia compartida, un modo de pensar, una
    concepción de la vida llamada
    Renacimiento

    EL ARTE DEL
    RENACIMIENTO

    El RENACIMIENTO es una de las
    épocas más importantes para el devenir
    histórico y artístico de Occidente. Gran cantidad
    de las más importantes obras de arte se realizan en esta
    época, reconociéndose por primera vez las artes
    plásticas como tales y el valor del trabajo intelectual
    del artista. Amén del redescubrimiento de la cultura
    clásica que tanto influiría en épocas
    posteriores. Es en el Renacimiento
    cuando surgen algunos de los más grandes genios
    universales de arquitectura,
    escultura, pintura y
    todos los campos del saber, como Filippo Brunelleschi,
    León Battista Alberti, Donatello, Lorenzo
    Ghiberti, Masaccio y Sandro
    Botticelli.

    Características del arte del
    Renacimiento.

    También en arte se pretende un
    resurgir del mundo Antiguo. Se intenta revivir el estilo
    clásico, considerado feliz culminación del esfuerzo
    del Hombre por lograr un canon de perfección,
    acatándose como definitivo cuanto el genio de helenos y
    romanos produjo en todas las artes.

    Mirando hacia los clásicos, el
    arte del Renacimiento se inspira en un concepto de
    belleza abstracta basada en arquetipos, es decir, cánones
    que se ajustan a una previa y calculada concepción de lo
    bello entendido como exactitud y proporción. Y en la
    elaboración de esta idea de belleza abstracta entra en
    juego de forma
    decisiva el sentido razonador del renacentista, quien, sin negar
    del todo la inspiración, le asigna una modesta parte en el
    acto creador, pues considera que la belleza del arte surge de
    leyes que
    establecen relaciones numéricas exactas. El número,
    la proporción, la regla de oro, la armonía, el
    orden, en fin, están presentes en todas sus obras. Esta
    exacta proporción entre las partes, esta justa
    relación entre los distintos elementos de la obra infunden
    a ésta una seguridad y
    reposo que se traduce en la sensación de serenidad,
    equilibrio y
    armonía. La pintura y la
    escultura, salvo en raras ocasiones, se propusieron dar una
    imagen
    plácida y serena de la realidad, y la arquitectura, en
    su contenido juego de
    líneas y volúmenes, aspiraba a presentarse como una
    totalidad orgánica en la que cada una de sus partes
    ejerciera su función sin esfuerzo alguno. Sin embargo,
    este principio idealista no excluía la obediencia a la
    naturaleza, tomada como modelo y
    maestra de sabiduría infalible. El estudio de la
    armonía, de la luz, de las
    leyes
    ópticas responde al afán del artista por acercarse
    a la naturaleza y poder representarla con toda la apariencia de
    realidad posible. La observación infatigable del Mundo es la
    virtud cardinal del artista.

    En líneas generales, se pude
    considerar el arte renacentista como una exaltación del
    Hombre y el Mundo, los dos ejes que guiaban el pensamiento
    humanista de la época. Este antropocentrismo, unido al
    hecho de que el placer de los sentidos ya
    no se consideraba sospechoso de herejía y por lo tanto no
    había razón para privarse de las imágenes
    sensuales y los sonidos evocadores, y apoyado por el nuevo
    mecenazgo de la burguesía, hizo brotar en el arte nuevos
    géneros, perdiendo el arte religioso la total
    hegemonía que había mantenido durante el
    gótico, si bien su importancia continuaba siendo enorme.
    Con la revalorización del mundo grecolatino, a los temas
    cristianos se les suma ahora los relatos de la mitología
    romana y helena, frecuentemente con trasfondos religiosos,
    incluso mistéricos, y a veces de difícil
    interpretación excepto para círculos restringidos;
    el retrato se consolida como tema específico, consecuencia
    de los deseos de los mecenas burgueses de verse inmortalizados;
    merced a la revalorización del ser humano se cultiva
    buenamente el desnudo, prácticamente inexistente durante
    el Medievo; autores como Uccello hacen surgir en pintura el
    tema de las batallas.

    En definitiva, el objetivo
    último del arte del Renacimiento fue hacer obras
    inspiradas en principios
    inmutables que asegurasen su permanencia ejemplar, tal como lo
    habían sido las grandes obras clásicas. Los
    artistas renacentistas se esforzaron en dar realidad a un arte
    insuperable y, por lo tanto, válido para siempre y para
    todo el Mundo. Universalidad y eternidad son las dos ideas
    rectoras del arte del Renacimiento.

    En la arquitectura del
    Renacimiento sí se observa una marcada ruptura con el
    periodo anterior, pues el gótico había alcanzado en
    sus edificaciones durante sus últimas etapas unos logros y
    una perfección tales que ya resultaban difíciles de
    superar; las catedrales góticas no podían ser
    más ligeras ni más esbeltas, con lo que la arquitectura
    sólo podía optar entre repetirse o buscar nuevos
    caminos. Así, volviendo sus ojos hacia los
    clásicos, por supuesto, a la arquitectura
    renacentista la caracteriza el empleo de
    elementos constructivos grecorromanos, tales como el arco de
    medio punto, la bóveda de cañón, el
    frontón, los órdenes clásicos…, así
    como por su fuerte sentido de la proporcionalidad, también
    de herencia
    grecorromana. Se da un extraordinario desarrollo de
    la arquitectura civil, pues ya no sólo la Iglesia tiene el
    poder y el dinero para
    llevar a cabo grandes obras, sino que los señores
    burgueses también desean edificarse suntuosos palacios,
    edificios estos de creación renacentista. Sin embargo,
    siguen teniendo gran importancia las iglesias, inspiradas en las
    basílicas cristianas….

    En escultura el Renacimiento
    irrumpe con los relieves de las segundas Puertas para el
    Baptisterio de Florencia por Ghiberti y muestra las
    mismas características comunes en todo el arte
    renacentista: vuelta a cánones clásicos,
    antropocentrismo y consiguiente revalorización de la
    figura humana. Factor también importante para esta
    escultura renacentista resulta ser el movimiento, en
    absoluto reñido con el ideal de equilibrio y
    proporcionalidad. Por primera vez desde la antigüedad se
    realiza una escultura exenta, el David de Donatello, pues
    durante la Edad Media
    sólo se había practicado el relieve y
    siempre como elemento decorativo de los edificios religiosos; mas
    no por ello el relieve deja
    de ejecutarse, antes al contrario, se estudia en él con
    afán el uso de la perspectiva debido al deseo de
    naturalismo, y el relieve llega
    a alcanzar unos niveles de perfección difícilmente
    superables.

    La pintura toma una importancia
    que hasta entonces no se le conocía y resulta, sin duda,
    la manifestación que mejor acogió la influencia del
    nuevo arte. La práctica inexistencia de restos de pintura
    grecolatina no fue un impedimento para que los pintores
    renacentistas se empaparan de todo el sentir clásico de la
    época y lo plasmaran en sus obras, recogiendo de la
    escultura los cánones de proporcionalidad humana y de la
    literatura
    inspiradores relatos. Rompe la pintura renacentista con la
    puramente gótica, rígida y simbolista,
    inclinándose ahora por la belleza naturalista y el
    juego de
    volúmenes. La preocupación por el total realismo en la
    plasmación pictórica de una escena, que revierte en
    un arte verosímil y naturalista, llevó a un
    concienzudo estudio de la óptica
    y la perspectiva, estableciéndose en un principio la
    matemática
    perspectiva geométrica, basada en un haz de líneas
    que fugan en un punto, para más adelante ser superada por
    la perspectiva aérea. En el campo técnico
    resultó de suma importancia la aparición del
    óleo, esto es la utilización del aceite como
    aglutinante, técnica que aunque ya era conocida en la
    época medieval es ahora perfeccionada, principalmente por
    Jan Van Eyck, y extendida por toda Europa; el óleo, que
    permite crear veladuras merced a la superposición de capas
    y conseguir unas texturas perfectas y unas calidades brillantes
    en los objetos que los hacen hiperreales, es utilizado por los
    pintores renacentistas con maestría, confiriendo a las
    obras unos nuevos y revolucionarios valores de
    finura, brillo, minuciosidad y realismo.

    También en la música
    influyeron las ideas renacentistas, naturalmente. Tal vez fue
    el Renacimiento
    el último periodo en el que la música
    disfrutó de una posición tan importante dentro de
    la cultura, pues todo el que gozase de cierto nivel educacional
    debía conocer tanto la teoría
    como la práctica musical. Esta música renacentista
    heredó de la religiosa medieval la polifonía, pero
    la orientó de manera totalmente distinta. La música ya no se
    creaba e interpretaba exclusivamente en ambientes religiosos y
    por juglares populares, sino que también comienza a
    tocarse en academias y salones de la nobleza. La música
    eclesiástica continuaba, no obstante, teniendo gran
    importancia y recogió la nueva estética,
    constituyendo las ceremonias religiosas fastuosos
    espectáculos audiovisuales gracias al talento de los
    maestros de capilla. Paralelamente, a lo largo del s. XVI la
    música
    instrumental comenzó a emanciparse, dado que el placer de
    los sentidos
    ya no se consideraba sospechoso de herejía y ya no
    existía razón, pues, para privarse del sonido evocador y
    la sugestión rítmica de los instrumentos, los
    cuales abandonan su papel de mero
    apoyo de la voz para pasar a un primer plano. De este modo,
    comenzaron a componerse obras para clavecín,
    órgano, laúd y toda clase de instrumentos de la
    época, y cobró gran auge la composición de
    obras para conjuntos.
    Importantísima en el proceso de
    difusión musical fue la aparición de la imprenta,
    siendo el veneciano Petrucci el primero que publicó, en
    1501, un libro de
    partituras.

    Importante también en el panorama
    cultural resultó la literatura, que goza de una
    etapa de esplendor. A parte de las obras ensayísticas de
    los humanistas y de los tratados
    teóricos de los artistas plásticos,
    se desarrolló a lo largo de los s. XV y XVI un amplio
    movimiento literario que desde Italia se extendería por
    toda Europa, a través de obras que caracterizan la nueva
    mentalidad como El Cortesano de Baltasar Castiglione,
    donde se traza el ideal del caballero del Renacimiento, y los
    poemas
    épicos en imitación de los clásicos latinos,
    donde destacan obras como Orlando furioso de Ariosto o
    Jerusalén libertada de Torquato Tasso. Nace en
    Italia, a partir de Arcadia de Sannazaro, el género
    de la novela
    pastoril. Importante también resulta la figura de
    Nicolás Maquiavelo,
    secretario de gobierno
    florentino a principios del siglo XVI, con su obra El
    Príncipe
    . Y la más bella poesía
    llega de la mano de Poliziano, poeta mediceo que inspiró
    algunos de los cuadros de Botticelli. Huelga
    explicar la importancia de la imprenta para la difusión y
    consecuente influencia de toda esta obra
    literaria.

    Yo, el artista.

    Es precisamente en el mundo de las artes
    donde surge el concepto
    originario de Renacimiento, como periodo de descubrimiento y
    revalorización del mundo clásico. El Renacimiento
    es el primer movimiento en tener plena consciencia de
    época. Sus integrantes se autodenominan Hombres del
    Renacimiento, como inauguradores de una nueva Edad, la Edad Moderna,
    por contraposición a la que ya identifican como Edad Media,
    nexo de transición entre el esplendor de la
    Antigüedad clásica y el nuevo esplendor de su propia
    época. Así, establecen tres momentos en las
    Historia del
    Arte: la Edad Antigua, el mundo clásico grecolatino
    paradigma de
    belleza y perfección; la Edad Media, un
    periodo de transición cuyo arte consideraban decadente y
    propio de los bárbaros, los godos (de ahí el
    término "Gótico"); su propia edad, la Edad de Oro,
    el Renacimiento
    del esplendor de la Antigüedad
    clásica.

    Por primera vez los artistas plásticos
    reivindican su papel
    intelectual más allá del de meros artesanos y
    desean ser incluidos en la élite cultural y la alta
    sociedad, equiparándose a músicos y escritores,
    quienes si venían recibiendo un reconocimiento cultural.
    Es en el Renacimiento
    cuando los artistas comienzas a firmar sus obras, rompiendo con
    el anonimato medieval, e incluso a menudo recurren a un
    seudónimo artístico con el que ser identificados.
    Sus datos
    biográficos empiezan a ser recogidos por los especialistas
    en arte, sus teorías
    artísticas componen tratados de gran
    elaboración y sus escritos son publicados e
    intelectualmente reconocidos. El arte adquiere un prestigio
    inusitado hasta entonces, hasta el punto de que el buen cortesano
    debe ser entendido, tanto en la teoría
    como en la práctica, en todas las artes; y señores,
    cortes e Iglesia se disputan a los artistas de todas las ramas,
    pues el arte se convierte en un factor importante para el
    prestigio de una ciudad: cuantas más bellas obras de arte
    posea, cuantos más artistas trabajen en ella, mayores
    serán su reconocimiento y fama. Surge aquí el
    mito del genio
    moderno.

    Todos los campos del saber estaban
    interrelacionados, sin noción de frontera entre letras y
    ciencias.
    El Hombre
    renacentista entendía tanto de historia como de medicina y
    practicaba por igual la pintura y las matemáticas, aunque obviamente, cada cual
    se especializaba y destacaba en una actividad concreta. Esto
    llevó a considerar el arte casi como una ciencia
    más, de ahí también en parte su
    reconocimiento intelectual, máxime cuando la vuelta a los
    cánones clásicos suponía la
    concepción de la belleza como algo exacto y
    matemático, sujeto a las leyes del
    número y regido por la armonía de las formas.
    Más aún cuando la labor del dibujante tomó
    una importancia hasta entonces inusitada por ser necesario a la
    hora de plasmar los descubrimientos técnicos y
    científico, ya fueran sofisticados inventos
    mecánicos o planos de anatomía humana, por
    lo que se confundió frecuentemente el papel del dibujante
    con el del científico. Además, dada la
    multiplicación de los temas, el artista debía tener
    profundos conocimientos de mitología, historia y teología
    para estar capacitado en la buena representación de lo que
    deseaba transmitir, lo que convertía a la figura del
    artista en la del Hombre integral, compendio de todos los saberes
    humanos, el genio múltiple ideal del
    Renacimiento.

    El mecenazgo.

    El patrocinio de la Iglesia sobre las
    artes sigue siendo mayoritario pero abandona el monopolio
    frente a la incipiente burguesía, enriquecida gracias al
    desarrollo
    comercial en Italia durante los siglos XII y XIII. Así,
    las florecientes repúblicas mercantiles se llenan de
    familias de comerciantes que establecen auténticas
    dinastías y que, acumulando riquezas y poder, logran
    hacerse con el poder práctico de las ciudades. La
    más importante de estas familias es sin duda la de los
    Medici, que apoyan su poder en la Banca
    internacional, el control de las
    rutas marítimas y el prestigio que les otorga ser mecenas
    de científicos y artistas.

    La rica burguesía italiana, en
    especial la florentina, encargaba sus palacios a los mejores
    arquitectos y luego contrataba a pintores y escultores para su
    decoración. Los gobernantes y los ciudadanos, con un
    espíritu heredado de la época gótica,
    desearon embellecer su ciudad con construcciones de todo tipo. La
    Iglesia continuaba siendo el más importante patrocinador
    de los artistas, especialmente en el clima de lujo y
    ostentación que la caracterizó durante este
    periodo, llevando a cabo monumentales obras para las que hacia
    llamar a los mejores arquitectos y artistas. Se generó
    así, entre todos, un ambiente
    particularmente propicio para la proliferación de los
    artistas y el desarrollo del
    arte.

    Gracias a esta entrada en escena del
    nuevo mecenazgo burgués, se produjo un aumento de los
    género, hasta ese momento limitados exclusivamente a la
    pintura religiosa. Se inicia con gran fuerza el
    esplendor del retrato, puesto que quienes pagaban el arte
    deseaban contemplarse en él, y con la
    revalorización del mundo grecolatino aparece el tema de la
    mitología romana y helena.

    Evolución del arte del
    Renacimiento.

    Pero no se trata el Renacimiento
    de una revolución
    cultural que corta bruscamente con toda la tradición
    medieval anterior, como se ha considerado hasta no hace mucho,
    sino por el contrario una evolución lógica
    de la misma. Los lazos que unían el Medievo con la
    Antigüedad clásica, si bien muy débiles, no
    habían llegado a perderse por completo, y con anterioridad
    al siglo XV ya se advierten otros intentos menores de recuperar
    el clasicismo. El Renacimiento
    se encuentra, pues, fuertemente enraizado en el periodo anterior,
    del que puede considerarse una especie de culminación. Las
    aportaciones más importantes para la creación del
    nuevo estilo las hallamos en el siglo XIV en las elaboraciones
    teóricas de personajes como San Francisco de Asís,
    los frescos de Giotto, las esculturas de los Pisano o las
    aportaciones técnicas de los primitivos flamencos,
    principalmente el óleo. La pintura de este Trecento
    rompe ya con la tradición medival descollando,
    especialmente Giotto di Bondone (1266-1344), quien, pese a
    mantenerse dentro de la corriente del Gótico apunta ya
    hacia un nuevo estilo con sus volumétricas figuras, su
    luz
    diáfana y moldeadora, su preocupación por la escena
    misma más que por el sentido narrativo, su
    utilización de fondos paisajísticos o
    arquitectónicos frente a los planos medievales, etc. Hay
    quien afirma que es con él con quien comienza realmente
    el Renacimiento,
    y si bien esta afirmación puede resultar exagerada por
    encontrarse en su obra, principalmente frescos, multitud de
    elementos medievales, no lo es el afirmar que fue el
    auténtico precursor de este movimiento.

    Pero el Renacimiento
    en toda su plenitud comienza realmente coincidiendo con el siglo
    XV. En este periodo, denominado Quattrocento, se produce
    una auténtica explosión artística como
    consecuencia de esa gira de las miras hacia la Antigüedad
    clásica. Es un momento de gran creatividad y
    afanosa experimentación en todos los campos
    artísticos, movida por el espíritu investigador del
    humanista. Es ahora cuando el egocentrismo del Hombre
    renacentista le lleva a una revalorización del sí
    mismo y el Mundo, multiplicándose los temas, los artistas
    y su prestigio. La capital
    indiscutible de este panorama artístico es la ciudad de
    Florencia, en la región italiana de la Toscana, gobernada
    por la familia de
    los Medici, brillantes comerciantes y políticos burgueses
    que llegaron a hacerse con el control
    práctico de la ciudad pero manteniendo hábilmente
    su forma de gobierno republicana, siendo conocidos especialmente
    por su generoso mecenazgo para el arte. Es el siglo de grandes
    nombres propios como Brunelleschi, Michelozzo, Alberti,
    Donatello, Ghiberti, Masaccio, Piero della Francesca,
    Botticelli… y de obras como la cúpula de la
    Catedral de Florencia, las Puertas del Paraíso,
    El nacimiento de Venus... El Quattrocento desemboca, a
    principios ya del siglo XVI, en el periodo conocido como
    Cinquecento.

    El Cinquecento es el periodo de
    asentamiento del estilo, de utilización de los resultados
    de las experimentaciones quattrocentistas, de apogeo de las
    novedades, de plenitud del Renacimiento. Sin embargo, este nuevo
    periodo dura en realidad poco tiempo, apenas dos décadas,
    pues pronto comienza a aparecer una nuevo estilo, el Manierismo,
    si bien la delimitación cronológica entre ambos
    periodos es más bien difusa, pues existen autores que
    realizan incursiones en ambos estilos. El Cinquecento es la
    continuación natural del Quattorcento, regido igualmente
    por los principios clásicos de perfección y
    belleza. En la arquitectura se aprecia una magnificencia mayor
    que en el siglo anterior y un distinto planteamiento centralizado
    de las plantas; destaca
    especialmente la dilatada obra del nuevo Vaticano, encargada
    originariamente por el Papa Julio II y en la que, prolongada
    desde 1502 a 1546, participan un variado plantel de arquitectos
    con nombres como Bramante, Rafael, Antonio de San Gallo el Joven
    y Miguel Ángel, y cuya cúpula se considera la cima
    de todo el arte cinquecentista. La escultura también
    continúa con la tradición del siglo anterior,
    tendiendo quizás ahora hacia una mayor monumentalidad. La
    pintura alcanza la conquista plena del clasicismo y un nivel
    incomparable, descollando auténticos portentos del arte
    universal, tales como Tiziano, Leonardo Da
    Vinci o el mismo Rafael. Nunca antes se había dado en
    pintura tanta perfección técnica, tal exactitud,
    tal naturalismo y realismo como
    durante este periodo. Rafael Sanzio (Urbino 1483 – Roma 1520),
    llamado "el Divino", resulta paradigma del
    ideal del Hombre renacentista, artista múltiple y ejemplo
    del equilibrio
    clásico cinquecentista; uno de los más
    sobresalientes pintores, autor, entre otras obras, de los frescos
    La Escuela de Atenas
    y La disputa del Sacramento, así como un afamado
    arquitecto, que participó en la construcción de la Basílica de
    San Pedro
    del Vaticano; fue uno de los primeros artistas en
    realizar incursiones manieristas, advirtiéndose en sus
    últimas obras numerosos rasgos de esta estética,
    como en los frescos Expulsión de Heliodoro o
    Incendio del Borgo. Roma pasa a convertirse en el
    Cinquecento en la capital
    artística de Europa, perdiendo Florencia el gran
    protagonismo que tuvo durante la etapa anterior; esto es debido
    principalmente a la recupración del poder papal, el cual
    había estado en
    entredicho durante el siglo XV, con el consiguiente aumento del
    mecenazgo artístico de la Iglesia, que pretendía
    embellecer el Vaticano.

    Una de las figuras que sobresalen con
    luz propia en
    este siglo XVI es Leonardo Da Vinvi (Vinci, Florencia 1452 –
    Castillo de Cloux, Amboise 1519), Hombre del Renacimiento por
    antonomasia. Compendio de todas las virtudes que se le
    atribuían al perfecto renacentista, es a la vez
    excepcional artista, infatigable científico, brillante
    inventor, persona inquieta
    y experimentadora, ducha en todos los campos del saber y las
    artes, un genio como pocos ha habido en toda la Historia de la Humanidad.
    Nos ha legado una ingente cantidad de notas y apuntes sobre toda
    clase de temas, desde curiosos aparatos voladores hasta planos de
    anatomía
    humana. El incansable estudio de la óptica
    llevó a Leonardo a conseguir notables aportaciones al
    campo de la perspectiva, tales como la perspectiva aérea,
    que supera a la rígida y falsa perspectiva
    geométrica, y la revolucionaria técnica del
    sfumato. Su obra más popular quizás sea la
    Gioconda, el retrato de Monna Lisa, tal vez el cuadro
    más famoso de la Historia de la pintura, rodeado de un
    sentido enigmático y una eterna
    universalidad.

    El Cinquecento deja, sin embargo, pronto
    paso a una nuevo estilo: el Manierismo. El Manierismo
    resulta un movimiento de oposición al clasicismo, de
    ruptura del hasta entonces tan idolatrado lenguaje
    grecorromano en un afán de novedad y rebeldía. No
    se pierden las referencias al Mundo Antiguo ni sus motivaciones,
    y los recursos plásticos
    y los elementos formales propios del clasicismo siguen siendo
    utilizados, pero ahora el artista busca la tensión en
    lugar del equilibrio, el
    agobio espacial enfrentado a la amplitud, el colorido intenso y
    apasionado en vez del suave y sosegado, la luz viva en
    contra de la homogénea, la volumetría frente a la
    gracilidad, la sorpresa y la zozobra oposición al orden y,
    en fin, la expresividad sustituye al idealismo. El
    nuevo estilo pronto traspasó las fronteras de Italia y
    alcanzó un carácter más internacional que
    el Renacimiento
    clasicista del Quattrocento y el Cinquecento, resultando sus
    manifestaciones más homogéneas por toda Europa.
    Suele considerarse que el Manierismo comienza en torno a 1520 con
    la descollante figura de Miguel Ángel Buonarroti (Caprese,
    Casentino 1475 – Roma 1564), precoz artista, heraldo de esta
    vanguardia,
    que nos ha legado tan trascendentes obras como su popular
    David, la finalización definitiva de la
    Basílica de San Pedro del Vaticano o la
    impresionante decoración de la Capilla Sixtina, en
    la que plasma su famosísima Creación de
    Adán
    . Sin embargo, ya en 1515 se advierte un foco de
    manierismo en la ciudad de Florencia de la mano de pintores como
    Pontormo y Rosso, amén de las incursiones manieristas de
    Rafael. El Manierismo, considerado durante mucho tiempo como una
    simple decadencia del estilo renacentista, se trata en realidad
    de un estilo cultural y artístico profundamente
    intelectualista y refinado, que se enfrentó al equilibrio
    y desapasionamiento del Renacimiento clásico para
    desembocar, finalmente, en el siglo XVII, en una nueva etapa
    artística: el Barroco.

    EL QUATTROCENTO
    ITALIANO

    Florencia y los
    Medici.

    El QUATTROCENTO italiano tiene nombre
    propio: Medici. Y un centro neurológico claro:
    Florencia

    La ciudad italiana de Florencia, capital de la
    región de la Toscana, resulta ser indiscutiblemente la
    capital
    artística del Renacimiento durante el siglo XV. Cuna de
    grandes genios y hogar de importantes mecenas, Florencia
    ofrecía las más propicias condiciones para el
    florecimiento de la vida artística. El generoso patrocinio
    de los burgueses, y en especial de la familia
    Medici, que gobernaba la ciudad, unido a la coincidencia de
    grandes talentos, tales como Botticelli, Ghiberti y
    Alberti, algunos allí nacidos y otros
    atraídos por el mecenazgo y ambiente de
    esta brillante urbe, confirieron a Florencia un vida cultural y
    artístico no comparable con el de otras ciudades de su
    siglo. Algunos de los más importantes talleres, como el de
    Verrocchio y el de Pollaiuolo, se encuentran en esta urbe y los
    artistas de todo el mundo occidental entienden Florencia como un
    paso obligado en su formación, lo cual cebó
    todavía más este ambiente
    creativo. Cierto es que otras ciudades alcanzaron también
    un importante renombre en los círculos artísticos,
    como Venecia, Roma, Perusa o Padua, pero sus obras no
    podían en modo alguno hacer sombra a la Catedral de
    Santa María dei Fiori
    , el David de Donatello o
    los frescos de la Iglesia Carmine, por poner algunos
    ejemplos, que se encontraban en la capital
    toscana. Así, embellecida por toda esta serie de obras de
    arte, Florencia podía considerarse una de las más
    hermosas ciudades de la época, si no la más, y su
    legado renacentista permanece aún hasta nuestros
    días.

    Debe agradecer la ciudad de Florencia en
    gran medida su importancia a la Casa de los Medici. Los Medici
    fueron una familia de
    banqueros y comerciantes, perteneciente a la cada vez más
    pujante burguesía, que, con gran habilidad para la
    diplomacia y los negocio, llegaron a gobernar Florencia,
    estableciendo una auténtica dinastía que
    duró cuatro centurias. Brillantes políticos y
    comerciantes, arruinaban a sus enemigos y manejaban a los
    políticos, llegando a hacerse con el dominio del
    gobierno florentino pero manteniendo hábilmente su
    sistema
    gubernamental republicano. Apoyaban su poder en la Banca
    internacional, el control de las
    rutas marítimas mercantiles y el prestigio que les
    aportaba ser mecenas de numerosos artistas y científicos.
    Naturalmente, existieron otras familias burguesas de importante
    renombre y poderío económico, como los Rucellai,
    los Pitti o los Strozzi, pero fue el apellido Medici el que se
    convirtió en el más importante del
    Quattrocento.

    La primera vez que los Medici alcanzaron
    notoriedad en Florencia fue a principios del siglo XIII, como
    comerciantes y prestamistas, y en la década de 1260
    pasaron a formar parte de la vida pública. Gracias a sus
    numerosos negocios y a
    sus operaciones
    comerciales, los Medici se convirtieron en una de las familias
    más ricas de la Italia del siglo XV, y respaldaron siempre
    a la facción popular frente a los gobernantes
    aristocráticos de la ciudad. Cosme de Medici el Viejo,
    banquero del Papa y de los reyes de Francia e
    Inglaterra,
    inició el irrefrenable ascenso de esta familia. Se
    trataba de un político sagaz que estableció el
    dominio de
    la familia en
    Florencia a partir de 1434. Su nieto, Lorenzo el
    Magnífico, reafianzó el control de los
    Medici y convirtió a la familia en
    una de las más poderosas de la Italia renacentista,
    continuando la política de equilibro
    y bienestar social iniciada por su abuelo. Fueron expulsados en
    dos ocasiones de la ciudad por sus rivales políticos
    (1494-1512 y 1527-1530), mas las dos veces regresaron, gracias a
    la ayuda de España.
    Dos de los papas más destacados del Renacimiento,
    León X y Clemente VII, fueron miembros de la familia
    Medici. Clemente concedió a Alejandro de Medici el
    título de duque de Florencia. Cuando Alejandro fue
    asesinado, Cosme I, miembro de la rama de menor antigüedad
    de la familia, le
    sucedió y posteriormente se convirtió en el gran
    duque soberano de Toscana. Sus descendientes gobernaron Florencia
    hasta 1737.

    Pero si la Casa Medici es recordada como
    de preclaros diplomáticos, con igual fuerza es
    conocida por su sobresaliente mecenazgo artístico. Fueron
    los miembros de esta familia unos de
    los mayores promotores del arte durante el Renacimiento,
    especialmente en el Quattrocento. Apreciaron en gran medida las
    manifestaciones artísticas y un sinfín de obras,
    desde palacio hasta esculturas para decorarlo, pasando por
    frescos y una ingente cantidad de retratos sobre sus efigies,
    fueron realizadas por encargo de los Medici. Para ellos
    trabajaron en algún momento la mayoría de los
    más importantes artistas renacentistas, nombres tan
    descollantes como Botticelli, Filippino Lippi, Perugino,
    Ghirlandaio… Merced a las generosas subvenciones de los Medici
    en el campo del arte existen ahora muchas de las obras maestras
    del genio humano. Este generoso mecenazgo artístico es
    debido en gran parte a su nueva filosofía, el
    neoplatonismo mediceo, que marca en menor o
    mayor medida a los artistas que trabajan para ellos. Esta
    corriente entiende la materia del
    cuerpo como la cárcel del espíritu y la la
    espiritualidad como el mundo ideal que se aspira a alcanzar, lo
    cual sólo es posible a través de la belleza. Los
    postulados neoplatónicos defienden la relación
    entre la Naturaleza, llena de cosas bellas e imperfectas, y la
    belleza divina, que es absoluta, y partiendo de este supuesto
    considera que la única vía para alcanzar la
    perfección, para superar ese encierro que es el cuerpo, es
    la belleza de esa Naturaleza, que se halla directamente
    relacionada con el mundo espiritual. Las creaciones
    artísticas, llenas de belleza, se consideran como el
    perfecto puente hacia la ansiada espiritualidad. Aplicar estas
    doctrinas a las artes plásticas equivale a la
    ejecución de representaciones idealizadas, lejos de las
    corrientes naturalistas apoyadas en la imitación de la
    realidad inmediata; el paganismo, la idealización, los
    desnudos, el lujo de riquezas, todas las características y
    propuestas, en fin, relacionadas con lo bello, son comprendidas
    como el vehículo ideal para la búsqueda del tan
    deseado mundo espiritual. Al trabajar para los Medici, muchos
    artistas se encuentran, lógicamente, influenciados por
    esta corriente filosófica, dado que sus creaciones van a
    ser puestas al servicio de
    esta concepción neoplatónica del Mundo,
    dejándose notar su huella en obras tan capitales como, por
    ejemplo, la Alegoría de la Primavera de
    Botticelli. Su inclinación por el nuevo pensamiento
    neoplatónico llevará a Cosme el Viejo a fundar un
    lugar de reunión de sabios, artistas y filósofos, la Academia, local de grandes
    tertulias en donde se reúnen figuras intelectuales tan
    destacadas del siglo como Marsilio Ficcino, Cristoforo Landino o
    Pico della Mirandolla y que vivirá su máximo
    esplendor bajo el gobierno de Lorenzo el
    Magnífico.

    Cosme el Viejo fue el fundador de la saga
    Medici, que estableció el dominio
    florentino de la familia. El
    siguiente gobernante fue su hijo Pedro y, más tarde, ene
    1469, le suceden sus hijos Guiuliano y Lorenzo el
    Magnífico. En 1478 estalla el temido enfrentamiento entre
    las dos familias más poderosas de Florencia, los Medici y
    los Pazzi. Los orígenes de este acontecimiento radican en
    las alianzas que buscan los Medici con otras ciudades como
    Milán y Venecia para mantener la hegemonía
    florentina y frenar el ansia de poder de otros estados como Roma
    y Nápoles. La consecuencia inmediata de estas coaliciones
    se plasma en la conjura de los Pazzi, quienes logran asesinar a
    Giuliano de Medici, aunque Lorenzo logra escapar. La venganza de
    la Casa Medici no se hace esperar y los conjurados son ahorcados
    en la plaza pública, siendo Botticelli el artista
    encargado de inmortalizar ese momento. El Papa Sixto IV exige a
    Lorenzo de Medici la liberación del cardenal Riario, uno
    de los conspiradores en la conjura de los Pazzi, antes de ordenar
    el destierro de Lorenzo, quien además es excomulgado,
    junto con sus hijos y sucesores. Lorenzo busca entonces alianzas
    con otras potencias como Bolonia, Milán y Francia, ante
    lo que el Papa decide hacer las paces con el Medici en 1480 para
    evitar una posible derrota ante el avance turco y las poderosas
    alianzas florentinas. El año 1492 representa la decadencia
    de la época del Renacimiento en la ciudad de Florencia,
    debida en gran parte al fallecimiento de Lorenzo el
    Magnífico, hábil político e importante
    mecenas del arte, heredando el poder su hijo Piero, quien carece
    de dotes diplomáticos. Roma pasa a convertirse ahora, en
    el Cinquecento, en la capital artística de Europa, merced
    a la recuperación del poder papal. Savonalora, un erudito
    monje dominico con estudios de teología, medicina,
    filosofía, música y dibujo, llega
    al convento de San Marcos de Florencia en 1482 y comienza a
    predicar contra el lujo de la Iglesia y la relajación de
    costumbres del alto clero, de familia noble,
    frente al clero humilde como frailes y monjes, de origen popular.
    Acusa a los altos cargos de la Iglesia de vivir rodeados de tanta
    riqueza como sus parientes los príncipes, reyes o
    emperadores, y denuncia la ostentación que se ha
    convertido en característica habitual del papado y va en
    contra de la verdadera moral
    cristiana. Paulatinamente, sus sermones comienzan a atrapar la
    atención y después el espíritu descontento
    de los florentinos. Con una concepción medieval del arte,
    ataca las obras que sólo busca el placer de los sentido
    pero, consciente de la cada vez mayor influencia que el arte
    ejerce sobre la sociedad, pretende que este sea utilizado para
    mostrar la grandeza de la divinidad, que nada tiene que ver con
    los mundanal. El inteligente fraile no se limita a profetizar las
    mayores desgracias apocalípticas imaginables y a predicar
    contra la inmoralidad y el lujo cortesano y eclesiástico,
    sino que agita a los espíritus republicanos y
    democráticos contra los tiranos Medici. La reacción
    del pueblo enfurecido obliga al joven Piero de Medici a huir de
    la ciudad. La fuerza e
    influencia de Savonalora es cada vez mayor y Florencia se vuelca
    en este fraile, quien, utilizando su popularidad para favorecer
    la reforma de la constitución florentina en tono republicano
    y democrático, llega a convertirse en el verdadero jefe de
    estado. Sin
    embargo, a mediados de la década de los noventa, la suerte
    cambia para Savonarola y sus enemigos, es decir, los seguidores
    de los Medici y los defensores de un gobierno oligárquico,
    se coaligan contra el dominico. Savonarola se convierte en un
    fanático y un tirano, aunque todavía cuenta con un
    gran número de seguidores, que reciben el nombre de
    piagnioni o llorones. Éstos se encargaron de arrojar al
    fuego purificador las obras de arte inmorales y los
    artículos de lujo, ardiendo las llamadas Hogueras de las
    Vanidades en Florencia en1497, en las que se dice que incluso
    Botticelli, influenciado por los sermones del monje,
    quemó algunos de sus cuadros. El Papa Alejandro VI
    excomulga a Savonarola pocos meses después y al año
    siguiente el dominico es ahorcado y quemado en una hoguera. En
    1502 es elegido gobernador de Florencia, cargo político
    máximo de la ciudad, Piero di Tommaso Soderini, el cual,
    contrario al sistema
    oligárquico impuesto por
    la familia
    Medici, defiende una república popular y
    democrática. Su gobierno, con el escritor y pensador
    político Maquiavelo como
    secretario, se caracteriza por sus continuas alianzas con el
    invasor francés, postura un tanto impopular. Finaliza en
    1512 su gobierno sobre Florencia, cuando el ejército
    francés abandona la ciudad ante el avance de las tropas
    pontificio-españolas que han invadido Prato y se hallan
    sitiando Florencia. Soderini se vio obligado a dimitir y a vivir
    en el exilio y Maquiavelo se
    retiró a la finca de Sant'Andrea en Percussina, donde
    escribió su famoso libro El
    Príncipe
    . Con la victoria de las tropas
    españolas y la retirada de los galos, los Medici tienen
    vía libre para regresar a Florencia y volver a gobernar la
    ciudad, como efectivamente harán hasta
    1737.

    La arquitectura del
    Quattrocento.

    La arquitectura del Renacimiento se va a
    caracterizar, naturalmente, por el empleo de los
    elementos constructivos del mundo clásico: arco de medio
    punto, bóveda de cañón, frontones,
    órdenes clásicos, etc. y como materiales la
    piedra, rústica o desbastada, el mármol y el
    ladrillo.

    Se produce una auténtica
    renovación urbana, articulándose las ciudades en
    torno a una plaza
    principal. Aparece un nuevo edificio que toma enorme importancia:
    el palacio. Los palacios, levantados por las principales familias
    de las ciudades más florecientes, aparece como muestra de la
    renovación urbana del Renacimiento y emblema de la pujante
    burguesía, que pretende mostrar su poderío con
    estas construcciones abiertas, por tanto, a la ciudad e
    integradas en su urbanismo, a menudo enmarcando la plaza
    principal. Otro edificio harto importante, obviamente dada la
    marcada presencia de la religión, es la
    iglesia. En el Quattrocento la planta de la iglesia es, como de
    la basílica, de tres naves y con testero plano, es decir
    sin girola, y en algunas ocasiones con crucero. Un elemento que
    adquiere gran importancia es la cúpula, la cual se levanta
    en el crucero, sobre una linterna octogonal, y se remata en otra
    pequeña linterna con su correspondiente cupulín. La
    cúpula se construye frecuentemente doble, esto es formada
    por dos cascarones distintos, semiesférico el de dentro y
    peraltado el de fuera, unidos por anillos y contrafuertes
    interiores; el ejemplo más claro de lo cual es la
    célebre cúpula de la Catedral de Santa
    María dei Fiori
    de Florencia, aunque ya había
    algunos antecedentes en el Gótico. Brunelleschi populariza
    los cielorrasos planos y artesonados y las tres naves separadas
    por columnas al estilo basilical. Después, por influencia
    de Alberti, se impone la nave única, con
    bóveda de medio cañon reforzada por los
    contrafuertes de las capillas laterales. En cuanto a los
    órdenes, al principio domina el corintio mas luego se
    introducen los otros, admitiéndose, al modo romano, la
    superposición de órdenes en un mismo edificio; la
    escuela venesiana
    empleó el llamado orden colosal, que abarca dos pisos. El
    arco es, casi exclusivamente, de medio punto y puede descansar
    bien sobre un pequeño establecimiento, bien sobre una
    imposta o directo sobre el capitel. Columnas, pilastras, molduras
    y nichos cumplen a menudo una función
    ornamental.

    Se considera la obra inicial de la
    arquitectura del Renacimiento la cúpula de la Catedral
    de Santa María dei Fiori
    de Florencia. Fue en 1296,
    aún en pleno gótico, cuando la orgullosa Florencia
    decidió que su vieja catedral no era adecuada para los
    tiempos de pujanza que atravesaba la ciudad. Así, se le
    encomendó la construcción de un nuevo templo a Arnolfo
    di Cambio, un
    escultor con intereses y cierta experiencia en lo
    arquitectónico, quien concibió un ambicioso
    edificio de planta octogonal cubierto por una grandiosa
    cúpula. A su muerte, la
    obra pasó a manos de otros arquitectos y sufrió
    diversos cambios, como la conversión a una planta de cruz
    latina, pero, con todo, la cúpula que culminaba el espacio
    ideado originalmente continuó presente en el proyecto y se
    convirtió en símbolo de la que pretendía ser
    la más bella y grandiosa catedral de la Toscana. Mas los
    problemas
    técnicos que suponía el levantar una cúpula
    de más de cuarenta metros de diámetro retrasaban
    interminablemente su construcción. En la Toscana no se
    habían experimentado empeños de tal calibre, si
    bien en otras ciudades italianas sí se habían
    resuelto retos constructivos tanto o, si cabe, más
    difíciles, como la cubierta carenada del Palazzo della
    Ragione
    en Padua. Las obras avanzaron y en 1410 la cabecera
    estaba lo suficientemente terminada como para que fuera levantado
    el tambor octogonal que debería soportar la cúpula,
    pero aún no había solución a las exigencias
    técnicas de la misma, y en 1420 la cúpula, que
    abarcaba un ancho de tres naves con un diámetro de
    cuarenta y dos metros, seguía inconclusa. Para poner fin
    de una vez a este problema, en 1418 el gremio de tejedores de
    lana, responsable del proyecto,
    organizó un concurso en el cual participaron afamados
    arquitectos. Consecuencia de esta competición
    resultó el que Ghiberti y Brunelleschi fueran
    encargados de la dirección de la obra, si bien en 1423
    Filippo Brunelleschi, más experto en las artes
    constructivas que el gran escultor, fue designado único
    "inventore e governatore della cúpula maggiore". Esta
    cúpula, levantada entre 1420 y 1434, a excepción de
    la linterna, de ejecución posterior, ha sido tenida por lo
    común como emblema del Renacimiento, como primera obra que
    revela la presencia de una nueva arquitectura. Brunelleschi,
    quien había estudiado el problema de las numerosas
    cúpulas de las arquitecturas orientales, optó por
    construir una cúpula interior esférica y otra
    exterior más alta que, peraltándose en perfil de
    ojiva, hacía de contrafuerte de la primera. En su construcción no empleó
    címbaras sino que la cúpula se iba cerrando a
    medida que se levantaba. Como ingenio constructivo la
    impresionante obra prudujo admiración, pero, exceptuando
    las cornisas y molduras de la linterna, la cúpula no
    recoge ninguna tradición clásica, sino que
    actualiza procedimientos de
    los últimos tiempos del Románico y, más
    lejos aún, usados en Oriente, por lo que su
    aportación es fundamentalmente
    técnica.

    La aportación de Brunelleschi de
    revivir el arte grecolatino no es, por tanto, notoria aquí
    sino en sus otras obras posteriores. La primera donde
    Brunelleschi, admirador de los edificios romanos y también
    de los románicos florentinos, expresó su manera de
    entender el espacio y los elementos constructivos fue el
    Hospital de los Inocentes, en el que apartó los
    planos desordenados medievales en favor de un modelo
    centralizado con las dependencias dispuestas alrededor de un
    patio central e ideó un pórtico con columnas y
    capiteles corintios y arcos de medio punto. Especial
    atención requieren sus Iglesia de San Lorenzo e
    Iglesia de Santa María del Santo Espíritu,
    pues establecen el tipo de todos los templos del Quattrocento. Se
    inspira Brunelleschi en la basílica romana de tres naves,
    la central, más alta, con ventanas y techo plano y las
    laterales con bóvedas y columnas aisladas sostenidas por
    arcos de medio punto. Con el Palacio Pitti, Brunelleschi
    crea el tipo de residencia nobiliaria florentina, modelo al que
    se someten sus continuadores, como Michelozzo Michelozzi,
    arquitecto del Palacio Ricardi, y Benedetto da Majano,
    autor del Palacio Strozzi.

    La arquitectura quattrocentista dio
    artistas de la talla de Alberti, Brunelleschi, Michelozzo
    y Majano y obras como la Catedral de Santa María dei
    Fiori
    , la Capilla Pazzi, el Palacio Rucellai o
    la Iglesia de Santa María Novella entre otras
    muchas

    La escultura del
    Quattrocento.

    Como en el resto de manifestaciones
    artísticas, la escultura gira sus ojos hacia la
    Antigüedad clásica. Los restos arqueológicos
    del periodo grecorromano en Italia resulta numerosos y son
    buenamente estudiados y reverenciados. Se produce una vuelta a
    los cánones clásico, aunque ahora más
    variables
    debido a la importancia del sentido de movimiento, si bien
    éste se desarrollaría plenamente en el Cinquecento.
    Equilibrio, proporcionalidad y movimiento son pues factores
    fundamentales de la escultura renacentista. Junto a la
    temática religiosa, resurge también en escultura el
    género mitológico clásico, y la
    revalorización del Hombre provoca la atención a la
    figura humana y la utilización del desnudo, retomando
    técnicas antiguas como las telas mojadas de Fidias. Los
    géneros se multiplican: estatuas, bustos, relieves,
    medallones, tondos, etc. Por primera vez desde la Antigüedad
    un escultor realiza una estatua exenta, se trata del
    magnífico bronce del David de Donatello, brillante
    discípulo de Ghiberti. También es este
    escultor quien realiza la primera estatua ecuestre del Mundo
    Moderno, tomando el género de los antiguos romanos, el
    Condottiero Gattamelatta, una muestra del
    espíritu individualista de la época. El relieve se
    sigue practicando con gran fuerza,
    estudiándose las leyes de la
    óptica
    para aplicarlas, como en pintura, al campo de la perspectiva, con
    la aparición de la perspectiva lineal introducida por
    Brunelleschi. Los materiales son
    múltiples: piedra, mármol, madera,
    terracota, yeso y, sobre todo, bronce.

    Las primeras manifestaciones del arte
    renacentista a comienzos del siglo XV se dan, precisamente, en el
    campo de la escultura. Las influencias clásicas en el
    relieve
    italiana ya se había manifestado en algunos autores de
    finales del periodo Gótico como Nicolás y Juan
    Pisano, pero fue Lorenzo Ghiberti quien marcó el
    cambio de
    signo de la escultura renacentista con sus relieves de la segunda
    Puerta del Baptisterio de Florencia, que se separaba de la
    estética del Gótico introduciendo en su obra
    elementos del nuevo arte inspirado en la Antigüedad
    grecolatina.

    El siglo XV se abre con la
    celebración, en 1401, del concurso para la
    realización de dos de las tres Puertas del Baptisterio
    principal de San Giovanni
    de la Catedral de Santa
    María dei Fiori
    de Florencia. Las primeras
    habían sido realizada entre 1330 y 1336 por Andrea Pisano,
    uno de los precursores del estilo renacentista que ya en el
    Trecento había asimilado las lecciones de arte
    clásico pero sin alejarse del espíritu
    gótico. Al concurso acudieron los mejores escultores
    italianos del momento, maestros ya afamados Jacop della Quercia,
    Francesco de Valdambrina, Simone de Colle o Nicolai de Arezzo y
    dos jóvenes escultores, Filippo Brunelleschi y Lorenzo
    Ghiberti. El concurso consistía en realizar, en el
    plazo de un año, un relieve en bronce, ejecutado dentro de
    un marco cuatrilobulado, cual los de las Puertas de Andrea
    Pisano, que mostrara la escena bíblica del Sacrificio
    de Isaac
    . En dicho relato, Yaveh pone a prueba a su fiel
    Abraham pidiéndole que sacrifique aquello que más
    quiere en el Mundo, su único hijo Isaac, a lo que Abraham,
    ciego seguidor de Dios, accede; lleva a Isaac hasta la cima de
    una montaña, acompañados de unos criados,
    engañándole diciendo que van a sacrificar un
    carnero, pero una vez allí a quien realmente pretende
    Abraham asesinar sobre el altar es a su propio hijo; mas en el
    último instante aparece un ángel enviado de Yaveh
    que impide el asesinato del joven e informa su padre de que
    solamente se trataba de una prueba para comprobar su lealtad a
    Dios, la cual ha sido perfectamente superada, pues Abraham estaba
    dispuesto a sacrificar cualquier cosa, hasta la más
    querida, ante el mandato divino. El fallo del jurado, compuesto
    por treinta y cuatro expertos en arte que valoraron las obras,
    recayó sobre Lorenzo Ghiberti, elección que
    no sólo muestra no
    sólo el gusto de los jueces sino también la
    sensibilidad escultórica de la ciudad de Florencia, que
    estaba entrando en su siglo de oro. Así, Ghiberti
    se convirtió en el artífice de las segundas
    Puertas del Baptisterio de Florencia, harto alabadas por
    su trabajo y consideradas las inauguradoras del Renacimiento en
    el arte, aunque aún mantienen en gran medida un
    espíritu gótico. También es Ghiberti
    el autor de las terceras Puertas del Baptisterio, las
    llamadas Puertas del Paraíso, consideradas la cima
    máxima del relieve renacentista.

    Fueron fundamentalmente tres orfebres
    florentinos quienes realizaron las innovaciones que supusieron
    una ruptura con las convenciones del estilo gótico:
    Ghiberti, Brunelleschi y Donatello, pero el Quattrocento
    ha dado también otros nombres célebres en la
    escultura, como Verrocchio, Donato, Jacopo della Quercia,
    Francesco de Valdambrina, Simone de Colle o Nicolai de Arezzo. Y
    nos ha legado el siglo XV italiano esculturas tan hermosas como
    las Puertas del Paraíso, el David de
    Donatello, el Condottiero Colleoni o la Cantoría
    de la Catedral de Florencia
    .

    La pintura del
    Quattrocento.

    La pintura italiana toma en el siglo XV
    una importancia que hasta entonces le había sido
    desconocida y la práctica inexistencia de restos de
    pintura clásica no resultó óbice para que
    los pintores del Quattrocento plasmaran en sus obras todo el
    sentido clásico que caracterizaba su época. La
    búsqueda del naturalismo se muestra
    también en la pintura, que pretende ser lo más
    realista posible, lo cual supone un profundo estudio de la
    óptica
    y sus leyes que lleva a
    establecer la perspectiva geométrica, basada en el
    encuadre de los objetos representados en un haz de líneas
    que convergen en un punto, constituyendo lo que se ha venido a
    llamar "pirámide visual". Otras de las preocupaciones que
    trae la búsqueda de ese naturalismo es la
    proporcionalidad, para la que se fijan en los modelos de la
    escultura grecorromana. La búsqueda del equilibrio y la
    armonía, entendido como el ideal de belleza, tal cual lo
    comprendían en la Antigüedad, produce una mayor
    atención hacia el factor compositivo en las
    representaciones, abundando las composiciones triangulares y
    siempre perfectamente equilibradas. Del mismo modo, la
    revalorización renacentista del Hombre, llevan al pintor a
    plasmar los personajes de una manera individualizada y a tener en
    cuenta la psicología de los mismos. En resumen, la
    pintura del Quattrocento rompe con la rigidez y simbolismo del
    Medievo, buscando ahora el naturalismo idealizado y la belleza
    plástica. En el campo técnico resulta de enorme
    importancia la utilización del óleo, ya conocido
    pero poco aprovechado, con el que los pintores quattrocentistas
    comienzan a trabajar y experimentar; con el óleo se
    consigue una calidad nueva, un
    realismo nunca
    antes conseguido y una minuciosidad hasta entonces desconocida.
    Las técnicas y soportes se multiplican: fresco, temple,
    óleo; sobre muros o sobre soportes móviles como
    tablas y lienzos. Fruto de la idolatría al clasicismo,
    surgen nuevos géneros que acompañan ahora a los
    religiosos que habían monopolizado la pintura
    gótica: la mitología clásica, el retrato,
    los desnudos, las batallas…

    Gran deudora es la pintura del
    Quattrocento, y por extensión de todo el Renacimiento, de
    Giotto de Bondone. En los frescos de este artista trecentista ya
    se advierten intentos naturalistas que anuncian cambios
    importantes. La pretensión de verismo, el individualismo
    de los personajes, la utilización de fondos
    arquitectónicos o paisajísticos, el empleo que
    hace de la luz, la
    volumetría de sus figuras son factores todos ellos que,
    aunque dentro de un contexto plenamente gótico, marcan la
    pauta de lo que sería la nueva pintura del siglo XV. El
    arranque de toda la nueva pintura del Renacimiento lo hallamos,
    sin embargo, en Masaccio, con sus talentosos frescos para la
    Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa Maria del
    Carmine
    en Florencia. El estudio directo de la naturaleza, la
    fuerza de sus pinceladas, el impresionismo de
    efectos, la ilusión de la luz, la expresión humana
    de los gestos son algunos de los factores que muestran la
    aparición del nuevo estilo y hacen de Masaccio un hito de
    la pintura. Masaccio comienza la línea realista que
    seguirá la pintura italiana. Rechaza los colores
    brillantes y emplea blancos y negros en busca de una pintura
    más sólida, y es con este mismo afán de
    realismo que
    investiga las leyes de la óptica,
    observa la degradación de los colores por la
    distancia y nota la influencia que la calidad de la
    tela tiene en la estructura de
    los pliegues. La escuela de Perusa
    aporta a la pintura quattrocentista una elegante luminosidad
    cargada de colorido y calidez. Piero della Francesca es su
    principal representante, interesado en la perspectiva, los
    problemas del
    claroscuro y, sobre todo, los luminosos, pero no tanto por el
    efecto de la luz sobre las cosas como por la naturaleza de las
    mismas. Sus retratos son de una elegancia impecable y sus frescos
    se desvelan como obras maestras de luminosidad. Uno de los
    autores que más trabajaron la perspectiva, que tanto
    interesó a los renacentistas, es Mantegna, preocupado por
    las cuestiones de representación visual del objeto y que
    presenta frecuentemente en sus cuadros una dificultad
    perspectívica resuelta con talentosa elegancia. Sus
    impecables escenarios arquitectónicos, tomados del Mundo
    Clásico, ofrecen puntos de fuga muy a ras del suelo, huidas de
    líneas hacia el centro del cuadro en prodigiosa
    alusión de profundidad, y los escorzos de sus figuras son,
    de este modo, violentos y de complicada resolución
    dibujística, como el extraordinario Cristo Muerto.
    Grandes artistas quattrocentistas buscan inspiración en
    los temas mitológicos paganos que caracterizan el
    Renacimiento, e incluso los mismos temas piadosos pasan a ser un
    pretexto para mostrar el fausto de la alta burguesía
    florentina. Sus paisajes son, a menudo, las campiñas
    toscanas; sus personajes, los de la brillante corte de los
    Medici; y sus escenarios urbanos, los suntuosos palacios de la
    época. Sandro Botticelli es uno de los artistas que
    pinta alegorías de refinada sensualidad en las que refleja
    el gusto paganizante de sus mecenas, como las famosísimas
    La Primavera y El nacimiento de
    Venus
    .

    Botticelli, Piero della Francesca,
    Mantegna, Paolo Ucello, Gentile de Fabriano, Filippo Lippi,
    Filippino Lippi, Pinturichio, Luca Signorelli, Carpaccio… La
    lista de grandes pintores que ha dado el siglo XV italiano parece
    interminable, al igual que la de sus excelsas obras. El
    nacimiento de Venus
    , los frescos para la Capilla
    Brancacci
    de Santa Maria del Carmine, el Cristo
    Muerto
    , la Alegoría de la Primavera y un
    sinfín de pinturas más de este periodo son
    consideradas obras maestras del arte universal.

    Algunos otros grandes artistas del
    Quattrocento.

    Brunelleschi: Filippo Brunelleschi
    (Florencia 1377 – 1446) es el arquitecto más importante
    del Quattrocento italiano. Aunque tributario del Gótico
    por formación y por ambiente, fue
    uno de los iniciadores del Renacimiento con su impresionante
    cúpula para la Catedral de Santa María dei
    Fiori
    de Florencia, que construyó entre 1420 y 1436.
    El encargo de la construcción de la cúpula lo
    ganó en el concurso organizado en 1418, donde sus ideas se
    impusieron ahora sí sobre las de su rival Ghiberti, quien
    le había vencido en el concurso de las Puertas del
    Baptisterio
    . La cúpula, considerada un hito de la
    arquitectura universal, ofrece la integración de la tradición
    gótica a una concepción mucho más libre y
    amplia, pero su estilo aún no puede considerarse
    plenamente renacentista. En la Capilla de los Pazzi
    (1429-1446) y en otras varias construcciones sí emplea
    buenamente Brunelleschi el vocabulario arquitectónico
    romano. Otras de sus obras más importantes son el
    Hospital de los Inocentes, la Iglesia de San
    Lorenzo
    , el Palacio Güelfos, el Palacio
    Pazzi
    … Proyecto un gran
    número de edificios florentinos pero, aunque es
    principalmente un arquitecto, sus movimientos en el campo de la
    escultura y la pintura también resultan destacables,
    especialmente por introducir la perspectiva lineal y por sus
    rompedores planteamientos.

    Michelozzo: Michelozzo di
    Bartolommeo Michelozzi (Florencia 1396 – 1472) es un notable
    arquitecto del Renacimiento, aunque con abundantes reminiscencias
    góticas, que poseyó un sentido de los
    volúmenes y de las líneas tradicional e innovador a
    la vez, como lo demuestran en Florencia la Iglesia de San
    Marcos
    (1437-1440) y el Palacio Medici-Riccardi
    (1444-1459), su obra maestra, cuya influencia posterior resulta
    indiscutible. Michelozzo trabajó no sólo en la
    capital toscana sino también en Milán y en Ragusa.
    Su trascendente obra arquitectónica eclipsa a menudo a sus
    creaciones de escultor y adornista, que no dejan de tener cierta
    categoría.

    Donatello: Donato di Betto Bardi,
    alias Donatello (Florencia 1386 – 1466), es tal vez el escultor
    más conocido del Renacimiento, pues se trata de uno de los
    artistas más influyentes no sólo por la fuerza
    expresiva de sus figuras sino por difundir las innovaciones
    artísticas por Italia e introducir el elemento popular en
    el campo de la escultura, y es también recordado como el
    primer escultor de una estatua exenta del Mundo Moderno, su
    rompedor David. En 1401 estudia en Roma la Antigüedad
    clásica y a la edad de diecisiete años entra a
    formarse en el taller de Ghiberti en Florencia, con quien
    colabora en la realización de las segundas Puertas del
    Baptisterio
    de Florencia. Entre 1408 y 1409 realiza su primer
    David en mármol, la primera escultura exenta desde
    el Mundo Antiguo. En 1415 realiza para la Catedral de
    Florencia su primera obra maestra: San Juan Evangelista.
    Cabe destacar también su San Jorge en mármol
    (1415-1417), cuyo realismo acreditó ya para siempre la
    autoridad de
    Donatello. Entre 1431 y 1433 permaneció en Roma
    acompañado de su buen amigo Brunelleschi, aprovechando
    para aprender de las obras antiguas e iniciando en su arte el
    periodo de madurez; buena muestra de ello es su David en
    bronce (1430-1440), encargado por Cosme de Medici, una de sus
    más conocidas obras. Una de sus más importantes
    innovaciones fue la de aplicar al bajorrelieve las leyes de la
    perspectiva, con lo que aquél adquiere una nueva
    dimensión; muestra de ello es el Festín de
    Herodes
    (1421-1427) para la Pila bautismal de la Catedral
    de Siena
    o su célebre Cantoría
    (1433-1439) para la Catedral de Florencia. En 1443
    realizó la primera estatua ecuestre del Mundo Moderno, el
    Condottero Gattamelatta, y en torno a 1455
    otras dos de sus obras capitales, la María Magdalena
    penitente
    y la Judith matando a
    Holofernes
    .

    Verrocchio: Andrea di Cione, alias
    Verrocchio (Florencia 1435 – Venecia 1488) fue un excelente
    escultor, orfebre y pintor quattrocentista. Entre 1465 y 1480,
    dirigió el taller de escultura que, junto al de Pollaiolo,
    se trataba del más importante de Florencia. Realizó
    numerosas obras: armaduras, bustos, la tumba de Pedro y Juan de
    Medici en la Iglesia de San Lorenzo (1472), Cristo y
    Santo Tomás
    para Orsanmichele (1461-1482), su
    David en bronce, que resulta más soñador que
    luchador, etc. En pintura, Verrocchio intensificó la
    búsqueda de técnicas que tendían a los
    efectos pulidos y luminosos, herencia que
    transmitió a su célebre discípulo Leonardo Da
    Vinci, con quien realizó el Bautismo de Cristo
    (1470-1475). Al final de su vida fue llamado a Venecia para
    realizar la estatua ecuestre de Bartolomeo Colleoni, el
    Colleone (1482), de extraordinaria amplitud
    plástica y trémula de vida a un
    tiempo.

    Masaccio: Tommaso di Giovanni
    Cassai, alias Masaccio (San Giovanni Valdarno 1401 – Roma 1428)
    es quien comienza el Renacimiento en la pintura. Heredero de la
    tradición de Giotto, supo reaccionar, mediante la fuerza
    de la expresión y un sentido de lo humano de gran
    penetración psicológica, contra los procedimientos
    convencionales del estilo gótico, debilitado por la
    repetición. La decoración al fresco de la
    Capilla Brancacci de la Iglesia de Santa Maria del
    Carmine
    en Florencia (1426-1428) es su obra maestra,
    consistente en escenas de temática religiosa como la
    Expulsión del Paraíso o San Pedro
    repartiendo limosnas
    . Estos fresco han ejercido una
    influencia considerable hasta nuestros días y prueba la
    amplitud y la autoridad de la visión de Masaccio, basadas
    en una estricta repartición geométrica y
    desarrolladas mediante un sentido del espacio que es un
    precedente de las conquistas modernas (aunque durante mucho
    tiempo ha sido difícil diferenciar la parte por él
    pintada de la de Masolino). Los frescos de la Capilla
    Brancacci
    , el Políptico de Carmine de Pisa
    (1425) y el fresco de La Trinidad de Santa Maria
    Novella
    de Florencia, junto con varias obras cuya
    atribución al artista es discutida, el conjunto de la
    producción de Masaccio.

    Piero della Francesca: Piero della
    Francesca (Borgo San Sepolcro 1416 – 1492) fue un reconocido
    pintor, discípulo de Masaccio y de Domenico Veneziano.
    Trabajó inicialmente en Florencia junto con Veneziano y
    después viajó por distintas ciudades italianas
    realizando obras como el políptico de la
    Misericordia (1445-1460), la Pinacoteca de Borgo
    San Sepolcro o la decoración de la Capilla de las
    reliquias
    de la Iglesia Malatesta en Rímini
    (1451) y la decoración del Coro de la Basílica
    de San Francisco
    (1452-1460). Este fresco sobre La leyenda
    de la Vera Cruz
    le sirvió a Piero como pretexto para
    experimentos
    espaciales en una dimensión monumental, las cuales
    confieren a esta obra, de innegable acento épico, una
    importancia capital para el futuro de la pintura. Equilibrio,
    armonía, ciencias de la
    perspectiva y de la expresión concisa concuerdan con una
    preocupación por la construcción plástica y con una
    sensibilidad táctil en las que la nobleza y el rigor se
    unen a la poesía.
    Además de su trabajo práctico como pintor, Piero
    della Francesca escribió dos tratados sobre la
    perspectiva, De prospectiva pingendi y Lubellus de
    quinque corporibus
    , de gran trascendencia para la pintura
    naturalista.

    Mantegna: Andrea Mantegna (Isola
    di Carturo 1431 – Mantua 1506) es introducido de muy joven en la
    cultura clásica y tiene como maestro a Squarcione en
    Padua. Se hizo rápidamente famoso con la decoración
    de la Capilla Ovetari de la Iglesia de los
    Eremitani
    en Padua (1448-1456), destruida en 1944, y con el
    retablo La virgen con el Niño, rodeada de santos.
    En 1459, Mantegna fue nombrado pintor oficial de la corte de los
    Gonzaga en Mantua. Suavizando su estilo duro y vogoros,
    realizó numerosas decoraciones, sobre todo en la capilla
    del marqués de Gonzaga en el palacio ducal, hoy
    desaparecido, y en la famosa Camera degli sposi
    (1472-1474). De este periodo datan sus dos versiones de Cristo
    Muerto
    , El tránsito de la Virgen y los nueve
    lienzos cuadrados de El Triunfo de César destinados
    a servir de colgadura. Su prestigio en la corte creció
    todavía más gracias a la protección de
    Isabel de Este y se vio confirmado por la invitación del
    Papa, en 1489, a decorar la Capilla Sixtina del Vaticano.
    Antes de morir se encontraba trabajando en Mantua junto con otros
    pintores en el estudio de Isabel. Empezando, en pleno
    Quattrocento, con obras todavía góticas, Mantegna
    inició, tanto en Florencia como en Venecia, una nueva fase
    en la evolución artística, etapa dominada
    por la admiración de la Antigüedad y la observación incansable de la Naturaleza, el
    movimiento y la expresión.

    ALBERTI, GHIBERTI y
    BOTTICELLI.

    TRES GENIOS DEL
    QUATTROCENTO.

    ALBERTI

    "Una armonía
    regular entre todas las partes del objeto, armonía de
    una especie tal que nada podría ser suprimido o
    añadido o cambiado en él, sin que perdiera algo
    de su encanto."

    (Alberti, De re
    aedificatoria
    )

    EL ARTISTA.

    León Battista ALBERTI
    (Génova, 14 de febrero de 1404 – Roma, 25 de abril de
    1472) fue el primer y más importante teórico del
    arte del Quattrocento, así como ejemplo del ideal de
    Hombre completo del Renacimiento. Hijo de un noble florentino
    exiliado, recibió una educación acorde con
    su clase social, primero en la escuela de
    Barsizia (Padua) y luego en la Universidad de
    Bolonia, donde estudió griego, matemáticas y ciencias
    naturales. En 1432 fue nombrado abreviador apostólico,
    léase secretario, del Papa Eugenio IV y durante esta su
    primera estancia en Roma se inició en el estudio de la
    arquitectura clásica. Más tarde, en 1434, se
    incorporó a la corte papal, establecida en Florencia,
    ciudad capital del arte y la cultura del Renacimiento. Con sus
    ideas humanistas, se introdujo rápidamente en los
    círculos intelectuales de la ciudad, contando entre sus
    amigos nombres tan célebres como Donatello y Brunelleschi,
    por quien expresa gran admiración, estudiando con fuerte
    interés
    sus ideas sobre perspectiva en pintura y relieve. También
    participó plenamente en la vida literaria florentina,
    defendiendo el uso del italiano frente al latín.
    Después de su estancia en Florencia y en otras ciudades de
    Italia, Alberti volvió a Roma en 1452, donde fue
    secretario de seis papas. Para uno de ellos, Nicolás V,
    realizó labores de arqueólogo, consejero de
    restauración de monumentos antiguos y asesor en cuestiones
    de urbanismo. Desarrolló su actividad en diversos centros
    humanistas de Italia, como Florencia, Roma, Mantua y
    Rímini, por donde se dejó sentir su influencia, y,
    como reconocida personalidad
    artística, contó con numerosos discípulos y
    seguidores, quienes colaboraban con él en sus
    construcciones arquitectónicas.

    Alberti tuvo una formación
    más teórica que práctica, al contrario que
    la mayoría de los grandes arquitectos renacentistas, como
    Brunelleschi o Michelozzo. Aunque sus edificios se cuentan entre
    los más importantes de la arquitectura quattrocentista,
    fue fundamentalmente un teórico, que escribió tanto
    de arquitectura como de escultura y pintura. Sus importantes
    tratados sobre la
    teoría
    del arte le han llevado a ser considerado émulo de
    Viturbio, otro teórico del arte de la Roma clásica,
    al que efectivamente estudia y toma como referencia. En 1435
    escribe su tratado De pictura, que dedica a Brunelleschi,
    en el que estudia las leyes de la perspectiva desarrolladas por
    éste, considerándolas fundamentales para la pintura
    de su época y de las venideras. Durante su primera
    estancia en Roma descubre la grandeza del arte antiguo y
    manifiesta su admiración por el mismo, que le lleva a
    profundizar en el
    conocimiento de las proporciones, las tipologías y la
    decoración de la arquitectura de la Roma clásica y
    a escribir Descriptio urbis Romae (1434), primer análisis sistemático para la
    reconstrucción de la ciudad papal. En 1453 comienza a
    escribir el primer estudio concienzudo sobre arquitectura del
    Renacimiento, que finalizaría en 1485, De re
    aedificatoria
    , un tratado en diez libros en el
    que la perspectiva se entiende como el instrumento más
    preciado por el arquitecto y defiende un concepto
    clasicista de la belleza, entendiéndola como
    proporción y equilibrio entre todas las partes del objeto,
    una armonía perfecta en la que nada debe sobrar ni faltar.
    Uno de los últimos tratados que
    escribe sobre la teoría
    del arte es De statua (1464), en el que expone sus ideas
    sobre la escultura. Como completo humanista, escribió
    también poesía
    y sobre temas filosófico y sociales, tales como la familia,
    el estado,
    literatura… Sus
    escritos ejercieron una influencia decisiva, perdurando muchas de
    sus aportaciones hasta nuestros días.

    Aunque Alberti nunca participó en
    el levantamiento real de sus edificios, proyectaba todos los
    elementos con detalles y, sin llegar a conocer los secretos del
    oficio de maestro de obras, diseñó
    auténticos edificios maestros, modelos de
    tantos arquitectos posteriores. Encontramos en él uno de
    los introductores del Renacimiento en la arquitectura, imponiendo
    una belleza clásica precedente de las más
    importantes obras del Cinquecento. Alberti nos ha legado una
    influencia decisiva en la arquitectura y unos edificios tan
    bellos como el Palacio Rucellai y la fachada de Santa
    Maria Novella
    entre otros.

    Teórico del arte, arquitecto,
    organista, poeta, filósofo, pensador, humanista…. Con
    sus conocimientos a la vez enciclopédicos y
    prácticos, clásicos y modernos, Alberti
    realizó el ideal de Hombre nuevo propuesto por el
    Renacimiento, artista múltiple y ducho en todos los campos
    del saber, y en él se encuentra el máximo
    representante de aquellos que creyeron que el arte era más
    teoría
    que práctica.

    SU OBRA
    ARQUITECTÓNICA.

    Palacio
    Rucellai
    .

    La primera y más importante obra
    arquitectónica de Alberti en la ciudad de Florencia es el
    Palacio Rucellai (1446), muestra del poderío de
    esta familia burguesa
    que siempre se distinguió por su mecenazgo. Alberti, con
    la colaboración de Bernardo Rossellino, presenta una
    innovadora alternativa al resto de típicos palacios de la
    época, que si bien no gozó aquí de un total
    éxito, sí lo tuvo más tarde en la Italia
    septentrional y casi toda Europa hasta el neoclásico. Con
    una planta difícil por su asimetría, el arquitecto
    presta especial atención a la fachada, en la que su brusca
    e irregular terminación en el lado este indica que resta
    inacabada y, por lo tanto, ordenada sin el principio de
    simetría axial. Tampoco se ve en ella el concepto de
    entrada central monumental, el cual no apareció hasta
    finales del siglo con el Palacio Strozzi diseñado
    por Giuliano da Sangallo. Alberti opta en esta portada por un
    original orden geométrico propio, que incluso hace que los
    arquitrabes que marcan las divisiones horizontales no coincidan
    con las alturas de las plantas. Esta
    visión de horizontalidad está contrarrestado por
    las pilastras, que a modo de lesenas de escaso relieve, como el
    de los sillares, se superponen en altura presentando un orden
    distinto en cada piso, dórico en la planta baja y corintio
    en las superiores, lo cual nos recuerda al famoso Coliseo
    romano. Todo esto produce un interesante juego de luces
    y sombras que remarcan el sentido geométrico del edificio.
    A destacar también las personales ventanas, típicas
    de la arquitectura albertina, bíforas rematadas en sendos
    arcos de medio punto que a su vez se hallan englobados en uno
    mayor en cuyo tímpano se integra un característico
    óculo.

    Fachada de la Iglesia de Santa
    Maria Novella
    .

    La fachada de Santa Maria Novella
    (1458-1470) encargada por Giovanni Rucellai, es una obra muy
    definitoria de los últimos años de actividad de
    Alberti. Realizada en colaboración con el arquitecto
    Giovanni di Bertino, en ella acude a la tradición del
    románico toscano tanto en lo que respecta a los materiales,
    taraceado de mármoles verdes y blancos, como en la
    configuración geométrica de la superficie. A pesar
    de ese arraigo en la tradición, en el piso superior,
    correspondiente en altura con el sobrealzado de la nave central,
    definió una fórmula de gran fortuna posterior: un
    cuerpo central a modo de tamplete coronado por un frontón
    triangular y perforado, en este caso, por un gran óculo,
    que se encuentra con el inferior a través de dos
    contrafuertes triangulares convertidos en
    volutas.

    Templo
    Malatesta
    .

    Sigismondo Pandolfo Malatesta,
    príncipe de Rímini, quiso dejar para la posteridad
    un monumento en el que disponer su sepultura, la de su amada
    Issotta degli Atti, la de sus antepasados y la de los humanistas
    llamados a su lado. Para ello contrató a Alberti, quien le
    propuso convertir una humilde iglesia franciscana en un
    panteón romano, lo que sería el Templo
    Malatesta
    (1447-1468).

    Arquitecto y cliente
    coincidieron, pues, en convertir las ruinas del pasado en
    arquitectura del presente. Pero el proyecto
    quedó inacabado y su grandeza sólo es comprensible
    acudiendo a los dibujos y
    maquetas de Alberti y a la medalla conmemorativa diseñada
    por Matteo de Pasti, el arquitecto encargado de las obras. El
    templo debería haber quedado dominado por una gran
    cúpula que nunca llegó a realizarse, la fachada
    principal, concebida a modo de arco triunfal, alcanzó
    solamente la altura del primer piso y los sepulcros de Sigismondo
    e Isotta no se dispusieron, como estaba planeado, en los dos
    arcos laterales. Esto hace que, una vez cegados éstos, la
    fachada adquiera un falso carácter de tratamiento en
    superficie cuando en realidad el proyecto la preveía con
    fuertes contrastes de luz y sombra, como sí se aprecia en
    las fachadas laterales. En éstas, la superficie que
    recubre la estructura
    gótica queda abierta por profundos nichos que
    originariamente debían acoger los sarcófagos de los
    antepasado del príncipe y de los humanistas, lo cual
    sólo ocurre en una de ellas.

    En el Templo Malatesta no
    sólo se recupera un vocabulario formal clásico sino
    también un concepto arquitectónico puesto al
    servicio de
    una concepción más pagana que cristiana del
    templo.

    Iglesia de San
    Sebastiano
    .

    Al servicio del
    duque de Mantua, Ludovico Gonzaga, Alberti construyó la
    Iglesia de San Sebastiano (iniciada en 1460), la cual, como un
    gran número de edificios renacentistas, ha sido muy
    transformada en épocas posteriores, sufriendo la
    última de las intervenciones en nuestro propio siglo
    (1925), lo cual hace difícil apreciar el pensamiento
    original del arquitecto. Sin embargo, cabe pensar que Alberti,
    atendiendo a modelos
    antiguos, como el Mausoleo de Teodorico de Rávena,
    ideó una iglesia de planta centralizada con dos alturas,
    la superior coronado por una gran cúpula, la cual
    acentuaba su planta central pero nunca llegó a realizarse,
    y la inferior de tres naves separadas por dos filas de pilares.
    Pero tanto o más interesante que la distribución del espacio interior
    debió ser el diseño
    de la fachada, en la que seguramente una gran escalinata que
    alcanzaba la altura de la iglesia inferior servía como
    base a una superficie pautada por seis pilares y coronada por un
    frontón clásico de entablamento
    partido.

    Iglesia de
    Sant'Andrea
    .

    Como en San Sebastiano, el
    proyecto inicial de la Iglesia de Sant'Andrea, ideado por
    Alberti en 1470, sufrió sucesivas modificaciones, desde
    las propias de su construcción, iniciada por Luca Fancelli
    tras la muerte de
    Alberti en 1472, hasta las que provocó la
    decoración en extremo deformadora, pese a su pretendida
    clasicidad, que Paolo Pozzo llevó a cabo en
    1778.

    Alberti siguió aquí el
    concepto de "templum etruscum" que había expuesto en su
    De re aedificatoria, creando una iglesia sobre la planta
    de cruz latina. En Sant'Andrea se supera aparentemente el
    principio de que la fachada de un edificio debe ser reflejo del
    interior, actuando la misma como un cuerpo independiente que
    integra las soluciones del
    Templo Malatesta y de la Iglesia de San Sebastiano.
    Conjugando la tipología del arco de triunfo con la de la
    pronaos de un templo clásico, Alberti crea un gigantesco
    orden de pilastras que se alza para soportar un frontón
    triangular. El interespacio central dobla en anchura los de los
    laterales y, mientras que la altura de éstos se divide en
    tres pisos, la central acoge un profundo atrio cubierto por una
    bóveda de casetones.

    La majestuosidad de la portada es
    superada, si cabe, por la del interior, cuyo parangón
    más cercano hay que buscarlo en la arquitectura imperial
    romana. La bóveda de casetones del atrio, tal como ocurre
    en las Termas de Diocleciano o en la Basílica de
    Majencio
    , adquiere una contundencia sin igual cuando se
    convierte en cubierta de la nave central y del espacio en el que
    se abren las capillas laterales. A pesar de la decoración
    supuestamente clásica realizada en el siglo XVIII, que en
    realidad entorpece la buena apreciación de la obra
    original, el interior se revela como el más grandioso de
    Alberti, el que de una forma más rotunda traslada a la
    manera renacentista el sentimiento a la vez de sobriedad y
    grandeza del mundo clásico.

    GHIBERTI

    "Sus obras parecían
    estar hechas no con la fundición, sino con un soplo."
    (Vasari)

    EL ARTISTA.

    Lorenzo de Bartoluccio, alias Lorenzon
    GHIBERTI (Florencia, 1378 – Florencia, 1 de diciembre de
    1455), hijo y aprendiz de un orfebre florentino, fue el primer
    escultor que basó su arte en la cultura, en las fuentes del
    Humanismo. Sus Puertas del Baptisterio de Florencia son
    consideradas las inauguradoras del arte del Renacimiento. Amigo
    asiduo de artistas, humanistas y erúditos, Ghiberti
    estudió los clásicos, Plionio, Ateneo el Viejo,
    Vitrubio…, y fue un propagador activo de las ideas humanistas,
    así como uno de los primeros coleccionistas de arte
    antiguo. Aunque dedicado principalmente a la escultura,
    también ejerció de arquitecto y de pintor, y en sus
    últimos años escribió el libro I
    Comentarî
    , sobre diversos aspectos del
    arte.

    En 1402, en competencia con
    Brunelleschi y otros arquitectos afamados como Jacopo della
    Quercia, es cuando gana el concurso para la realización de
    las dos puertas que le restaban al Baptisterio de San
    Giovanni
    de Florencia. Las segundas que realizó, las
    Puertas del Paraíso, de una belleza incomparable,
    son consideradas la cima máxima del relieve
    renacentista.

    Sus esculturas traslucen una elegancia
    lírica acompañada de perfección
    técnica así como el interés
    que tenía por la sencillez clásica de peso y
    volumen. En
    sus primeros trabajos se observan todavía numerosas
    reminiscencias góticas, pero conforme va avanzando el
    siglo XV va desarrollando sus nuevas ideas de corte renacentista
    con mayor intensidad, como se desprende de una observación de la evolución de su obra, que va tendiendo
    hacia una representación más naturalista del
    movimiento, el volumen y la
    perspectiva, así como una idealización mayor del
    tema.

    En sus últimos años de
    vida, entre 1447 y 1448, escribió un tratado de arte en
    tres volúmenes, un manuscrito que dejó inacabado,
    llamado I Comentarî. En él realiza una
    historia del
    arte y de los artistas, tanto antiguos como del Trecento,
    desde el propio arte y, a la vez, trata de establecer la base
    científica del arte figurativo basándose en la
    óptica
    y en la teoría
    de las proporciones. Entendía Ghiberti la escultura, y
    también la pintura, no como artes de acción, artes
    mecánicas, sino como el resultado de la integración entre la técnica, la
    materia, y el
    razonamiento, la invención. I Comentarî
    refleja, además, el mundo del propio Ghiberti con una
    voluntad autobiográfica hasta entonces desconocida en los
    tratados de crítica del arte.

    SU OBRA.

    Ghiberti es conocido
    fundamentalmente por sus puertas para el Baptisterio de
    Florencia, consideradas las primeras inaguradoras del arte del
    Renacimiento y las segundas, las Puertas del
    Paraíso
    , como la cúspide del relieve
    renacentista. Estas obras hacen a menudo sombra a otras
    creaciones del artista que son igualmente merecedoras de
    reconocimiento. Mientras ejecutaba sus primeras Puertas del
    Baptisterio
    , fue maestro de obras de la iglesia de
    Orsanmichele. En su escultura destacan, por ejemplo, sus estatuas
    monumentales de San Mateo (1419-1421) para el gremio de
    cambistas de Orsanmichele o las de San Esteban (1425-1426)
    para el gremio de tejedores de lana. También a recordar
    sus bajorrelieves en bronce para la Fuente bautismal de la
    Catedral de Siena
    (1417-1427), con escenas como el
    Bautismo de Cristo o San Juan conducido ante
    Herodes
    , así como el Relicario en bronce de San
    Cenobio
    y otras tantas obras.

    Análisis comparativo de los
    Sacrificio de Isaac de Ghiberti y de
    Brunelleschi.

    En el Museo del Bargello, en Florencia,
    se han conservado las dos piezas presentadas por Lorenzo Ghiberti
    y por Filippo Brunelleschi al concurso de 1401 para la
    realización de dos de las tres Puertas del
    Baptisterio
    de Florencia, dos relieves en bronce sobre el
    relato bíblico del Sacrificio de Isaac. Resulta muy
    interesante comparar ambas obras para comprender no ya el gusto
    del jurado sino la valoración y sentido de la escultura en
    Florencia, una ciudad que estaba entrando en su periodo de
    máximo apogeo.

    La composición de Ghiberti,
    fundida en una sola pieza, es clara, diáfana; se dispone
    en un orden diagonal que separa el grupo del
    holocausto y el formado por los dos sirvientes y el asno. El
    relieve de Brunelleschi, fundido en cuatro piezas, es
    aparentemente confuso, aunque se ordena según dos planos
    superpuestos en altura cuya atención se centra en la mano
    del ángel que agarra el brazo de Abraham, en el eje
    central de la obra. El recuerdo de la Antigüedad está
    presente en ambas representaciones: la vestimenta y los gestos
    del patriarca; el ara del sacrificio; el desnudo de los
    niños, más en el de Ghiberti que en el de
    Brunelleschi; la importancia de los sirvientes, uno de ellos, el
    de la parte izquierda del relieve de Brunelleschi,
    traslación directa de la conocida estatua romana del
    Niño de la espina. Son como fragmentos de lo
    clásico engastados en un conjunto que todavía
    conserva resabios góticos, como el hecho de que el manto
    de Abraham quede suspendido en el aire, al igual
    que la aparición de los ángeles en vuelo y, entre
    otros elementos, la presencia simbólica del lagarto en la
    composición de Ghiberti. Pero el sentimiento renacentista
    queda patente, entre otros aspectos, en el tratamiento individual
    de los personajes.

    Ambos artistas, sin embargo,
    independientemente de sus hallazgos en invenciones, entienden la
    escena de una manera radicalmente distinta. El relieve de
    Ghiberti persigue ante todo la belleza, sea la del relato
    bíblico, sea la de los seres y las cosas representadas,
    mientras que el de Brunelleschi, muy al contrario, pretende
    expresar el dramatismo y lo inhumano del mandato divino. Mientras
    uno muestra la grandeza del rito, el otro es un arrebato ante la
    brutalidad del holocausto; si en la obra de Ghiberti, la voz del
    enviado de Dios, lo intangible, es lo que detiene el brazo de
    Abraham, dispuesto a dar muerte a su
    único hijo, al hijo que ama, en la de Brunelleschi es la
    fuerza física
    del ángel la que, en el último instante, detiene la
    mano asesina de Abraham sobre la cabeza rebelde del hijo. En el
    relieve de Brunelleschi, una nueva concepción de la vida
    en busca de la verdad de lo real parece oponerse al
    espiritualismo del Gótico que transita en la obra de
    Ghiberti. Basta cotejar los dos carneros: el de Ghiberti en lo
    alto, situado en el espacio divino, es verdaderamente la imagen
    premonitoria de Cristo crucificado; el de Brunelleschi, dispuesto
    en el ámbito de lo humano, no es más que un animal
    preocupado por rascarse la cabeza con una de sus
    patas.

    Al encargar la segunda Puerta del
    Baptisterio
    a Ghiberti, los jueces no se inclinaron
    seguramente hacia el artista más innovador sino hacia el
    mejor escultor, un escultor que supo alcanzar como nadie en todo
    el Renacimiento la belleza de lo sublime en el arte del
    relieve.

    Segundas Puertas del Baptisterio
    principal de San Giovanni
    de Florencia.

    La realización de las dos puertas
    que le restaban al Baptisterio de Florencia, para
    situarlas junto a las primeras que Andrea Pisano realizó
    en Trecento, fue el trabajo que
    Ghiberti consiguió al ganar el concurso de relieve sobre
    el Sacrificio de Isaac en 1402. Trabajó en las
    primeras durante más de veinte años, entre 1403 y
    1424, ayudado por sus discípulos. Cada batiente contiene
    catorce relieves en bronce dorado, con marco cuadrifolio y de un
    modelado extraordinario, en los que están representados
    episodios de la vida de Cristo y los padres de la Iglesia, como
    la Flagelación, Jesús ante los
    Doctores
    , Cristo en la tempestad o La
    oración en el huerto
    . Mucho tienen aún estos
    relieves del estilo gótico, deudores en gran medida del
    arte de su predecesor Andrea Pisano, un arte que intenta valorar
    la figura frente al vacío del entorno, pero se advierten
    claramente rasgos renacentistas. Tanto la perspectiva
    arquitectónica como la construcción de los cuerpos consiguen
    efectos de una gran expresividad plástica, se adivina una
    mayor preocupación por la profundidad del espacio
    pictórico, la ejecución de las figuras toma
    más importancia que la de los ropajes y se observa un
    creciente interés
    por el Mundo Antiguo, factores todos ellos que evidencian la
    irrupción del Renacimiento
    artístico.

    Las Puertas del
    Paraíso
    .

    El excelente trabajo que realizó
    con las segundas Puertas del Baptisterio de Florencia hizo
    que Ghiberti fuera considerado también el más
    adecuado para ser el artista que decorara las terceras.
    Así, emprendió en 1425 la realización de los
    relieves en bronce dorado de las últimas Puertas,
    que no finalizaría hasta 1452. Las puertas que, merced a
    su impresionante hermosura, Miguel Ángel bautizaría
    como las Puertas del Paraíso. El programa
    iconográfico de estas terceras Puertas de
    Baptisterio
    levantó encendidas polémicas entre
    los humanistas florentinos, como Leonardo Bruni, Ambrosio
    Travesari, Niccolò de Uzzano y Niccolò Niccoli,
    pues Ghiberti optó por modificar totalmente la estructura
    trecentista de Andrea Pisano que había mantenido en las
    segundas. El espacio disponible queda dividido en diez cuadros,
    cinco para cada batiente, inscritos en una rica y estrecha orla.
    La reducción del número de espacios ocasionó
    que dos o más episodios del programa tuvieran
    que fundirse en un solo cuadrado, creando en consecuencia un
    principio narrativo necesariamente distinto al de sus primeras
    Puertas. Si en éstas la figura humana concreta el
    espacio, en las segundas el paisaje y las perspectivas
    arquitectónicas dan fondo a las movidas
    escenas.

    Difícilmente el arte del relieve
    ha superado tal grado de perfección. Del bajo al alto
    relieve, los fondos y las figuras van emergiendo de la superficie
    hasta alcanzar una plena corporeidad, aunque los cuerpos
    henchidos del clasicismo no llegan a perder la armonía y
    la fragilidad de movimiento del último Gótico. Y,
    del mismo modo, las arquitecturas, aunque concebidas bajo en
    conocimiento
    de la invención brunelleschiana, no llegan a crear un eje
    inmóvil en el que coincidan todas las líneas del
    cono visual, sino que obedece al principio medieval del punto de
    vista variable que Ghiberti llama "región del ojo". Aunque
    todavía se mantienen resabios del Gótico, es
    evidente la evolución del estilo ghibertiano hacia un
    Renacimiento más pleno.

    El resultado de ese encuentro entre
    conceptos artísticos, ya que no opuestos, diferentes, es
    una síntesis que alcanza la perfección, una
    perfección que hizo exclamar a Miguel Ángel que
    aquellas Puertas, por su belleza, debían ser las
    que abrieran el Paraíso. Aunque la belleza del bronce
    ghibertiano al parecer no alcanzó la gloria que
    según Miguel Ángel merecía, lo cierto es que
    cuando en 1452 las Puertas de Ghiberti iban a ser
    colocadas en el lado sur del Baptisterio, dada su
    hermosura merecieron el honor de desplazar a las de Andrea Pisano
    para encararse con la gran portada de la catedral principal de
    Florencia, Santa María dei Fiori. En su inacabado
    manuscrito I Comentarî, Ghiberti considera que de
    todas sus obras la creación más extraordinaria son
    estas terceras Puertas del Baptisterio, realizadas "con la
    mayor habilidad, la mayor ponderación y el máximo
    espíritu de aventura".

    BOTTICELLI

    "Por los céfiros
    lascivos empujada

    veríais la diosa que
    del mar salía

    exprimiendo cabellera
    remojada

    mientras otra mano el pecho
    la cubría"

    (Poliziano, La
    Giostra
    )

    EL ARTISTA.

    Su vida.

    Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi,
    alias Sandro BOTTICELLI (Florencia, 1445 – Florencia, 17
    de mayo de 1510), nace en el barrio de la Iglesia de
    Ognissanti
    en una casa de la calle de Vigna Nuova en la
    próspera ciudad de Florencia. La infancia de
    Botticelli, último de cuatro hermanos, transcurre entre
    las calles de su ciudad y el olor del cuero curtido del taller de
    su padre, donde al parecer trabajaba de aprendiz y
    aprendió la técnica del orífice y del
    dorador.

    Sobre el origen del seudónimo
    artístico bajo el que es conocido Botticelli existen
    diversas versiones. El primer biógrafo de Botticelli,
    Giorgio Vasari, afirma que procede del nombre de un compadre
    suyo, Botticello, con quien aprendió de orífice.
    Otros estudiosos opinan que el apodo puede derivar de su
    actividad artística, pues a los orífices y orfebres
    se les denomina "battigellos", es decir, batidores de oro y
    plata. La posibilidad más moderna y menos extendida
    esgrime que el seudónimo procede de su hermano Antonio que
    desempeñaba la misma profesión. La versión
    más defendida por la crítica procede del apodo de
    su hermano mayor, Giovanni, que debido a su gruesa cintura era
    llamado "botticelli", es decir, "tonelete", extendiéndose
    más adelante esta denominación a todos los miembros
    de la
    familia.

    Tras dedicar varios años de su
    vida a las profesiones de orífice y de dorador, Botticelli
    decide encaminar sus pasos hacia el mundo de la pintura. Ingresa
    en 1462 en el taller de Fray Filippo Lippi en Prato, a los
    dieciséis años. La influencia que ejerce su maestro
    sobre sus obras más tempranas se deja sentir tanto en el
    estilo como en el tratamiento pictórico, aunque en poco
    tiempo se observa una clara evolución personal. De
    Filippo Lippi no sólo adopta la gama cromática,
    sino también la gracia de sus figuras, inspiradas en
    formas de estilo gótico. A lo largo de esta etapa sus
    pinceles se ocuparán de abordar temas de carácter
    sagrado, como la Adoración de los Reyes Magos
    (1465), la primera obra que se le atribuye. En esta
    composición, de formato alargado, introduce fondos
    arquitectónicos para acentuar el efecto de la perspectiva,
    aunque demuestra su inexperiencia tanto en la distribución del espacio como en la
    desproporción de los personajes. Con motivo del viaje de
    Lippi a Spoleto, se baraja la posibilidad de que Botticelli
    abandonase el taller de su maestro y se marchase al de Andrea
    Verrocchio o bien que ambos abran el suyo propio. En 1469,
    trabaja en la nueva casa de sus padres situada en la calle
    Porcellana y colabora en el taller de Verrocchio, y al año
    siguiente ya tiene uno propio.

    En seguida recibe su primer encargo
    oficial, para el tribunal del Gremio de Mercaderes. Es entonces
    cuando entra en contacto con Tommaso Sorderini, quien
    mantenía una buena amistad con los
    Medici, el cual le encomienda que ejecute La Fortaleza,
    donde ya se observan ciertos rasgos pictóricos que hablan
    de una rápida evolución: de la suavidad que definen los
    colores de sus
    primeras obras pasa a un cromatismo mucho más rico, al
    tiempo que acentúa el volumen de sus
    figuras. Llegados a este punto, la mayor parte de los
    críticos coinciden en atribuir este cambio a las
    enseñanzas de Verrocchio, por la delicadeza con la que
    describe los objetos metálicos, y a Pollaiuolo en la
    intensidad del dibujo.
    Después, en 1472, se inscribe como miembro de la
    Compañía de artistas de San Lucas. Botticelli
    continúa sus progresos y varios aprendices entran a su
    taller, entre ellos, el quinceañero Filippino Lippi, hijo
    de su anterior maestro, el fraile Lippi. La experiencia que va
    adquiriendo es notable y le permite resolver con gran
    maestría técnica sus obras. Un ejemplo de ello es
    cómo aborda la perspectiva en la Adoración de
    los Magos
    (1472) en la que gracias a la arquitectura que
    ampara al excesivo número de personajes, concentrados en
    la escena, logra salvar el punto de vista de esta
    composición circular, destinada a ser contemplada desde un
    lugar de gran altura.

    La vida de Botticelli transcurre
    mayoritariamente en la tumultuosa ciudad de Florencia, capital
    artística del Quattrocento. Abandona en contadas ocasiones
    la tierra que
    le vio nacer y cuando lo hace es por motivos de trabajo. Tras un
    viaje a Pisa en 1474, Botticelli comienza a trabajar para
    la familia
    Medici, relación que se mantendrá durante muchos
    años. Bajo la protección de estos importantes
    mecenas, el retrato será uno de los géneros al que
    mayor tiempo dedique. Uno de los primeros que se le atribuyen es
    el Retrato de un joven (1474), considerado un
    autorretrato; esta imagen, pintada
    al temple sobre una tabla y con un fondo plano, carece de
    elementos secundarios que sitúen al personaje dentro de un
    espacio con profundidad. Un año después, utiliza un
    paisaje de fondo para ubicar el Retrato de hombre con la
    medalla de Cosme el Viejo
    , al tiempo que muestra una original
    forma de introducir al personaje principal en el cuadro: pinta a
    un joven de medio cuerpo que sostiene una medalla con la efigie
    de perfil de Cosme I. Uno de los retratos más
    significativos de esta época, por su carácter
    alegórico, es el que realiza de Giuliano (1476); situado
    delante de una ventana entreabierta, muestra la imagen de un
    hombre sumido en la tristeza y, en el ángulo inferior
    izquierdo, una tórtola simboliza su castidad tras la muerte de
    su amada Simonetta. Los rostros de Cosme el Viejo, Lorenzo y
    Giuliano de Medici vuelven a protagonizar la escena de la
    Adoración de los Magos (1475), en la que Cosme el
    Viejo y sus hijos son identificados con los reyes mientras
    Giuliano aparece en el extremo izquierdo y la figura del pintor
    estaría situada en el lado derecho. El papel del donante
    es fundamental en este periodo, pues en todas las obras pagadas
    por particulares el pintor debía dar a conocer la
    generosidad de estos personajes, bien con sus retratos o bien
    reproduciendo el escudo de armas de la
    familia.

    Entrando en la década de 1480 y
    antes de su marcha a Roma, Botticelli decora la Iglesia de
    Ognissanti
    en Florencia con la figura de San
    Agustín
    (1480) por encargo de los Vespucci, una
    poderosa familia de burgueses florentina, y realiza
    también la Anunciación (1481) en el
    Hospital de San Martino della Scala. A lo largo de esta la
    década de los ochenta, el artista ilustra con diecinueve
    ilustraciones sobre pergamino una edición de La Divina
    Comedia
    de Dante, comentada por Landino, obra reeditada por
    los erúditos de la época pertenecientes a la
    Academia, que ven un carácter neoplatónico del que
    son partícipes en los versos de Dante. Su fama y
    éxito profesional van en aumento hasta el punto de que
    Botticelli es escogido por el Papa Sixto IV para ir a Roma con
    una comitiva de pintores encargada de ejecutar los frescos de la
    Capilla Sixtina. Ghirlandaio y Perugino, primero, y
    más tarde Piero di Cósimo, Signorelli y
    Pinturicchio fueron los artistas que junto con el florentino
    formaron tan excepcional séquito, acabando la
    decoración de la capilla en 1482. A Botticelli le
    corresponde poner en escena los episodios de Las Pruebas de
    Moisés
    , Las Tentaciones de Cristo y La
    Conturbación de Moisés
    . Fuentes de la
    época indican que ni él ni Ghirlandaio cobraron sus
    honorarios, por lo que las obras quedaron inconclusas. Una vez
    terminados estos frescos, el artista regresa a su Florencia
    natal, donde sus protectores, los Medici, le encargan en 1483 que
    decore las paredes de la villa de Lorenzo el Magnífico,
    situada en Spedaletto, localidad cercana a Volterra, trabajo que
    es ejecutado, de nuevo, junto con Perugino y Ghirlandaio y el
    joven Filippino Lippi. Botticelli también decorará
    la villa de Trebbio de Pierfrancesco de Medici en 1496. A su
    regreso a Florencia en 1482 su prestigio aumenta de forma
    notable, de manera que tiene que hacer frente a numerosos
    encargos. A esta década pertenece el grueso de su producción profana, como las pinturas sobre
    tabla del Decamerón de Bocaccio. Minerva
    dominando al centauro
    ( 1482), Venus y Marte (1483) y
    el Nacimiento de Venus (ap. 1485) serán tres de los
    cuadros más importantes que realiza en este periodo por
    encargo de Lorenzo Pierfrancesco, y que se piensa que
    acompañaban a La Primavera.

    La situación política se complica
    en Florencia. El fraile dominico Girolamo Savonarola llega a la
    ciudad en 1482, afectando en sumo grado a toda la sociedad
    toscana. Savonarola predica contra las obras de arte que
    sólo buscan el placer de los sentidos y
    propugna por la utilización del arte como medio para
    mostrar la grandeza y belleza divina de Cristo. Los Medici son
    expulsados de Florencia en 1494 y el poder del dominico se
    extiende cada vez con más fuerza por toda la región
    de la Toscana. La influencia del fraile preocupa al Papa, quien
    lo excomulga, y un año después, en 1498, Savonarola
    es quemado en la hoguera. Aunque Botticelli no era uno de sus
    seguidores, sus sermones influyeron no poco en su forma de
    pensar. De hecho, cuando en 1497 arden en Florencia las llamadas
    Hogueras de las Vanidades, a las que los seguidores de Savonarola
    arrojaron obras de arte, artículos de lujo y toda muestra
    de fastuosidad que les pareciera contraria a su moral, parece
    ser que el pintor también entregó a las llamas
    algunos de sus cuadros. En estos días, además, se
    produce, debido a la fuerte influencia savonaroliana, un aumento
    importante de encargos de carácter religioso en detrimento
    de la obra profana. Así, pone ahora Botticelli sus
    pinceles al servicio de la
    concepción del arte que predicaba Savonarola, tratando en
    sus obras el tema religioso y abandonando su naturalismo y
    fastuosidad en favor del contenido del cuadro y la humildad y
    sencillez de las formas. En esta época, la actividad
    pictórica de Botticelli sufre algunos altibajos, pues, al
    margen de la situación política en
    Florencia, cada vez más revuelta con la subida al gobierno
    del antimediceo Soderini en 1502, el artista pasa por un periodo
    de fuerte crisis
    espiritual y sufre todo un conglomerado de problemas.
    Pero, a pesar de todo ello, en 1499 tiene suficientes encargos y
    dinero para
    inscribirse en el Gremio de los Médicos, a la vez que
    continúa perteneciendo a la Compañía de
    Pintores de San Lucas. Pese a su periodo de crisis, el
    prestigio de Botticelli como artista sigue en pie y su
    opinión es buenamente valorada por sus compañeros y
    mecenas, motivo por el cual Lorenzo el Magnífico consulta
    a este pintor junto a otros prestigiosos artistas de gran talla,
    como Perugino, Ghirlandaio, Sangallo, Filippino Lippi y Leonardo Da
    Vinci, sobre un proyecto importante para la ciudad de
    Florencia: la elección de un lugar donde colocar la famosa
    estatua de David esculpida por Miguel
    Ángel.

    Los cinco últimos años de
    vida de Botticelli carecen de datos relevantes.
    Parece ser que la miseria y el olvido son sus únicos
    compañeros. Giogio Vasari, importante biógrafo de
    artistas, escribe en sus Vidas que "finalmente se vio
    viejo e inútil y caminando con dos muletas porque no
    podía tenerse en pie". Así murió uno de los
    grandes artistas de la Historia, enfermo y decrépito.
    Sandro Botticelli fallece a los sesenta y cinco años de
    edad y su cuerpo es enterrado en el cementerio de la Iglesia
    Todos los Santos de Ognissanti
    en Florencia, en el barrio que
    le vio nacer, acompañado de una de sus obras más
    valoradas, San Agustín en su gabinete, cuadro que,
    curiosamente, recoge el momento de la muerte del
    santo.

    Su personalidad.

    Los historiadores del arte, en especial
    Vasari, definen al pintor como un joven inquieto y extravagante,
    muy dado a las bromas; un hombre lleno de imaginación y
    con una inteligencia
    viva, dispuesto siempre a experimentar con nuevos métodos;
    un espíritu curioso e indagador que llegó a afirmar
    que "con sólo arrojar una esponja empapada en distintos
    colores contra un
    muro, ésta deja en la pared una mancha, donde se ve un
    hermoso paisaje". Esta extravagancia y su retorcido sentido del
    humor parecen ser características parejas a la
    genialidad.

    Los lazos familiares que unen a
    Botticelli con sus seres más queridos son bastante
    intensos. El artista convive con sus padres en los primeros
    años de su vida y luego con sus hermanos y sobrinos. Una
    vez finalizada la etapa paterna del artista, Botticelli sigue
    manteniendo lazos muy estrechos con el resto de la familia,
    quizás porque nunca llega a casarse. Se dice que
    Botticelli tuvo un amor
    platónico en una joven genovesa llamada Simonetta, esposa
    de Guiuliano de Medici, muerta en plena juventud en
    1476. Muchas de las hermosas mujeres pintadas en sus cuadros se
    interpretan como inspiradas en esta amada suya. También
    hay quien dice que Botticelli era en realidad homosexual. De
    hecho, fue denunciado anónimamente por mantener
    prácticas sexuales con uno de sus discípulos en
    1502, aunque esta acusación por sodomía no
    llegó a tener repercusiones

    Botticelli se introdujo en el
    círculo de los Medici y trabajó para ellos. El
    artista asumió el neoplatonismo mediceo, los principios
    filosófico-artísticos de esta poderosa familia
    florentina, corriente de pensamiento que marca durante
    muchos años su forma de vivir y pintar. El neoplatonismo
    defiende la belleza, la idealización, el lujo como
    medios para
    alcanzar la perfección espiritual, ideal al que el Hombre debe
    aspirar. Sin embargo, algo bullía en el interior de
    Botticelli, su fe cristiana se sacude incómoda con el
    paso de los años en ese ambiente
    mediceo cargado de lujo y palabras vacuas. Varias hechos hicieron
    reflexionar al pintor e influyeron en su ánimo: por un
    lado, la realización de los dibujos de un
    libro con un dantesco fondo religioso, La Divina Comedia;
    por otro los sermones del fraile dominico Girolamo Savonarola,
    cuyas palabras apaciguan la fuerte crisis de
    valores que el
    artista sufre en la década de 1490. Toda Florencia
    escuchaba a este monje que defendía la sencillez frente al
    lujo eclesiástico y mediceo. Savonarola predicaba contra
    la fastuosidad y la belleza mundanal pero, consciente de la cada
    vez mayor influencia que el arte ejercía sobre el pueblo,
    no propugnaba por la eliminación de todas las obras de
    arte sino que pretendía que éstas fueran puestas al
    servicio de
    Dios, que no buscasen el gozo de los sentidos sino
    expresar la belleza divina, que no tiene nada que ver con lo
    material, para promover la fe. Botticelli interiorizó
    profundos valores
    éticos y místicos del Cristianismo,
    que le hacen centrar su atención en la temática
    religiosa en detrimento de los asuntos mitológicos,
    así como sacrificar la belleza formal y la búsqueda
    de la perfección de las proporciones y las perspectivas,
    factores tan importante en la corriente neoplatónica y en
    el Renacimiento, en favor del contenido del cuadro, y renunciar
    al lujo de detalles y de la composición en pro de la
    humildad y de la sencillez de las formas.

    Reconocer al
    pintor.

    Estudiar la obra de Botticelli no se
    limita a realizar un análisis exhaustivo de sus creaciones, sino
    que conlleva el examen de toda una época. Su
    formación y su madurez coinciden con un momento de
    esplendor artístico bajo el mecenazgo de los más
    grandes amantes de las artes que ha visto la Historia. Todo ello
    en la ciudad de Florencia, cuna del intelecto. Filósofos, pintores, escultores y
    arquitectos alcanzarán el éxito en una etapa
    marcada por el gobierno de los Medici.

    Por tanto, la obra de Botticelli no
    escapa a la riqueza intelectual de estos años. Sus cuadros
    contienen toda una simbología difícil de
    desentrañar, por lo que para realizar esta labor es
    necesario tener en cuenta la literatura y las tendencias
    ideológicas predominantes. Así, La
    Primavera
    , el Nacimiento de Venus o la Minerva
    dominando al centauro
    contienen un significado que va
    más allá de la mera interpretación
    pictórica. Dante, Bocaccio, Ginevra degli Albieri y la
    literatura
    popular fueron una constante fuente de inspiración para
    Botticelli, cuyos frescos y tablas recuperaron en más de
    una ocasión las historias de estos autores. Sobre
    pergamino hizo decenas de dibujos con
    los que ilustró los versos de La Divina
    Comedia
    .

    Exquisito y refinado en el dibujo,
    enriquece sus composiciones con una amplia gama cromática
    que hereda de sus maestros. Los grandes fondos
    arquitectónicos y los contornos marcados son dos rasgos
    constantes en sus composiciones. Aunque uno de los elementos que
    verdaderamente distingue su obra del resto de sus
    contemporáneos es la melancolía de sus personajes.
    La firma de Botticelli se hace presente cuando el pintor envuelve
    todo este cúmulo de características en un ritmo y
    una cadencia que trasforma los trazos y colores en notas
    musicales.

    Mas si la melancolía aparece como
    uno de los rasgos más personales en la obra de Botticelli,
    el rostro de las mujeres que dibuja representa un ideal de
    belleza que siempre repetirá a lo largo de su obra. Una
    vez más hay que hablar de esa tristeza que define la
    expresión de sus personajes. En este sentido, el
    testimonio de Walter Pater es bastante acertado cuando en 1850
    afirma en su obra sobre el pintor: "infunde a sus personajes,
    sagrados y profanos, especial y muy reservada emoción, en
    cierto modo angelical; son como seres que se encontraran
    desplazados en este mundo, desterrados en el suelo, sin poder
    desarrollar sus cualidades, aunque conscientes de su
    pasión y energía. Esto da a ellos y a la obra de
    Botticelli un sentimiento de inefable melancolía".
    Féminas de piel
    pálida con largos cabellos y ojos dorados son el prototipo
    de mujer que plasma
    en sus composiciones. La inteligencia y
    la sabiduría de sus Venus, que como diosas presiden
    complicadas escenas mitológicas, se repite en las Madonnas
    de sus cuadros, cuya efigie también aparece distante
    frente al espectador. Prueba del éxito que obtiene con el
    ideal femenino que presenta son la cantidad de réplicas
    que realiza su taller de la diosa desnuda que aparece en el
    Nacimiento de Venus. Sin embargo, de la misma forma que
    Miguel Ángel dotará años más tarde a
    sus efebos de una sensualidad casi femenina, Botticelli imprime a
    las modelos de sus
    cuadros una virilidad que se traduce en fuerza. Precisamente, una
    de las obras en las que mejor se aprecia esta cualidad es en la
    representación de La Fortaleza.

    Por otra parte, el movimiento y la
    trasparencia de sus vestidos no sólo incrementa la
    sensualidad de sus figuras, sino que dota a sus composiciones de
    un ritmo que algunos autores han llegado a calificar como
    poesía.
    La capacidad de Botticelli para infundir vida a sus figuras es
    una de sus características principales, así como
    desde el punto de vista técnico, la ligereza de los
    vestidos que pinta, agitados por el viento, que potencian este
    efecto. La Primavera es, sin duda, una de las obras
    más dinámicas de su legado. Aquí el
    movimiento se convierte en una danza que
    comienza con la pasión de un céfiro lascivo que
    trata de fecundar a Cloris y continúa con el baile de las
    Gracias, unidas por sus manos. En el extremo izquierdo, Mercurio
    alza su brazo para despejar las nubes, cerrando así esta
    escena, presidida por Venus y Cupido. Resulta evidente que las
    vestimentas ligeras y trasparentes de sus personajes facilitan
    una sensación de fragilidad y delicadeza, como ocurre en
    el Regreso de Judith a Betulia. Quizá las obras de
    su última etapa carecen de esa frescura. Los conflictos
    religiosos y tal vez las circunstancias personales guían
    sus trazos con mayor austeridad.

    Una muestra de los rostros de los
    personajes más poderosos del Quattrocento, un recorrido
    por los planteamientos literarios y filosóficos, a
    través de la figura de Venus, o el reflejo de los
    sentimientos religiosos configuran el total de la producción de este autor. En esta
    relación hay que recordar aquellos temas de
    carácter profano, cuya fuente de inspiración se
    encuentra en las historias del Decamerón, en la
    Divina Comedia o en los avatares de sus antepasados. La
    propaganda
    política
    en un momento de intrigas y conspiraciones será otro de
    los motivos que ocupen parte del legado del
    toscano.

    La pintura dedicada a los temas sagrados
    ocupa una parte destacada de la producción de Alessandro Botticelli. Es en
    su obra religiosa donde mejor se advierte su evolución y los cambios que esta conlleva.
    La dulzura de sus primeras Madonnas o la alegría de las
    Adoraciones que corresponden a sus años de juventud no
    tienen nada que ver con el pesimismo y dolor que caracteriza sus
    últimos cuadros. La riqueza cromática y el
    preciosismo con el que reproduce la Ofrenda de los Reyes al
    Niño
    es la nota predominante a partir de 1470. En los
    cuadros que se refieren a este tema se repiten símbolos
    como el pavo real, o la presencia de elementos profanos como el
    mono o los ropajes. Otro elemento frecuente son las ruinas que se
    alzan al fondo, y edificaciones que además le facilitan la
    construcción de la perspectiva y de una
    tercera dimensión. Con el paso del tiempo los conflictos
    religiosos y las predicaciones de Savonarola transformarán
    esa dulzura de este periodo en amargura.

    El legado artístico de Botticelli
    permite conocer en la actualidad a algunos de los personajes
    más importantes de la época. Desde los Medici,
    hasta los filósofos, sabios y poetas de la Academia
    posaron para este artista que supo extraer de sus rostros una
    expresividad formidable.

    Poesía, ritmo y música son las tres
    palabras que vienen a la mente de la mayoría de los
    historiadores de Arte cuando se les pregunta por la obra de
    Botticelli. Uno de los elementos que contribuye a crear este
    efecto es la cadencia y armonía que contienen sus
    composiciones. Dibujante de trazo veloz y preciso, dota a sus
    líneas de una fuerza que acentúa el movimiento de
    los personajes que participan en la acción sin tener que
    recurrir a otras estrategias
    pictóricas. En definitiva, hoy su producción es considerada como la
    representación más característica del
    Quattrocento florentino, y algunos de sus cuadros como
    auténticas obras maestras. Pero no siempre ha sido
    así. A pesar del reconocimiento que Filipepi tiene en
    vida, tendrán que pasar más de trescientos
    años hasta que los estudiosos examinen su
    legado.

    La vida y obra de Botticelli
    continúan siendo en ocasiones un secreto para los
    historiadores del Arte, que se sienten incapaces de resolver
    más de una incógnita. Sus biografías, llenas de
    hipótesis y conjeturas, tratan de desvelar
    la identidad de
    sus Venus con la misma pasión que interpretan La
    Primavera
    de mil formas diferentes. Inmerso en una
    época de grandes pensadores, que consideraban la belleza
    como la vía más adecuada para alcanzar la
    espiritualidad, el arte de Botticelli se recreaba en la
    fantasía y los símbolos, razón por la que
    todos estos enigmas incrementan el encanto de sus obras. A la
    atmósfera
    ensoñadora que cubría sus cuadros se sumaría
    cuatrocientos años después el halo de misterio que
    rodea todo lo desconocido.

    SU OBRA.

    Epifanía
    (1465-1467).

    Tras abandonar el taller de Filippo Lippi
    donde había realizado su formación, Botticelli
    inicia su larga carrera con esta Epifanía, uno de
    sus temas más repetidos. Su obsesión por la
    perspectiva queda de manifiesto al colocar un pequeño muro
    en la zona derecha del primer plano, así como en las
    referencias arquitectónicas. La composición esta
    organizada en tres zonas separadas por pilares y columnas,
    existiendo una evidente descompensación entre la zona
    derecha más vacía y la izquierda recargada de
    figuras. Tampoco existe una conexión clara entre las tres
    partes citadas, empleando algunas figuras para este menester como
    el enano de la izquierda. A pesar de la multitud de personajes
    que se incluyen en la escena, apenas existe relación entre
    ellos, poniendo de manifiesto un evidente aislamiento. Dejando de
    lado las notas "negativas" que definen esta obra juvenil de
    Botticelli, debemos destacar el refinado tratamiento que otorga a
    la línea y al color así
    como la gracia con la que trata las figuras, especialmente la de
    María como repetirá más adelante en las
    Madonnas. El formato alargado de la tabla sugiere un elemento
    mobiliario, posiblemente el frontal de un arcón o el
    respaldo de un sofá, muy habitual en el
    Renacimiento.

    Madonnas.

    La dependencia de su maestro, Fray
    Filippo Lippi, se pone de manifiesto en toda la etapa juvenil de
    Botticelli, especialmente en la representación de las
    numerosas Madonnas con las que inicia su carrera
    artística, al estar muy demandadas por la clientela
    florentina. En ellas se aprecia una clara influencia de su
    maestro tanto en la composición como en el tratamiento de
    los ropajes o la delicadeza de los contornos, aunque el joven
    pintor ya incorpora algunos elementos que le alejan de la
    órbita de Lippi. La delicadeza de las figuras, en las que
    destaca el perfecto dibujo y el
    rico tratamiento de las telas, supone un completo avance ante la
    pintura del primer Renacimiento representado por Fra Angelico o
    Paolo Ucello.

    En la Virgen con Niño y
    ángel
    (1465-1467), Botticelli repite un esquema
    empleado por su maestro al colocar a la Virgen de perfil y a un
    ángel de espaldas mirando hacia el espectador. Las
    perfectas líneas de los contornos y el refinado
    tratamiento de las telas también están inspirados
    en la obra de Lippi, en una imagen de delicada belleza que era
    muy demandada por la nobleza florentina del momento. Una de las
    principales aportaciones de Botticelli será el brillante
    colorido, como aquí observamos en la túnica de
    María. Su preocupación por la perspectiva le lleva
    a colocar un arco como fondo, siguiendo las recomendaciones de
    Leon Battista Alberti. La delicada belleza de María y el
    ángel contrasta con el mayor realismo de la figura del
    Niño, mirando a su madre con viveza. Al dirigir la mirada
    del ángel hacia el exterior quiere Botticelli hacer
    partícipe a los espectadores de la escena, en una actitud muy
    utilizada años más tarde.

    En la Virgen con Niño, dos
    ángeles y San Juanito
    (1465-1470), la figura de
    María, con los ojos cerrados asumiendo el destino que
    correrá su hijo, ocupa la mayor parte de la
    composición, acompañada por dos ángeles de
    idealizados rostros. San Juan Bautista sujeta al Niño de
    amplio canon, siendo quizá el personaje de mayor realismo.
    Los colores empleados son muy vivos, destacando el rojo de la
    túnica de la Virgen y las transparencias del velo. En esta
    escena, Botticelli prescinde de referencias
    arquitectónicas, recortando las figuras sobre un fondo en
    el que sugiere una alusión al cielo. La cercanía de
    las figuras al espectador y la mirada de uno de los
    ángeles hacia el exterior son elementos utilizados para
    introducir el asunto y reforzar el mensaje religioso del
    conjunto.

    En la imagen de Virgen con Niño
    en gloria
    (1469-1470), una en las que más puede
    observarse la influencia de Fray Filippo, ambas figuras se
    recortan sobre un fondo dorado que refuerza su planitud aunque el
    artista se esfuerce por otorgar cierta volumetría
    colocándolas muy cercanas al espectador. Las calidades de
    las telas se manifiestan con exquisito detalle, especialmente Las
    transparencias del velo de la Virgen. El juego de
    miradas entre la Madre y el Niño resulta curioso al
    dirigirse María hacia su hijo y Jesús hacia el
    espectador, humanizando su figura a pesar de la amplitud de su
    cuerpecito. Si la comparamos con la Virgen del jardín de
    rosas podremos
    apreciar el avance en la pintura de Botticelli, gracias a su
    relación con los Pollaiolo y Verrocchio.

    Regreso de Judith a Betulia
    (1469-1470) y Descubrimiento del cadáver de
    Holofernes
    (1469-1470).

    La historia bíblica de Judith
    será una de las favoritas del Renacimiento en Florencia,
    poniendo en un lugar elevado la figura femenina. Ante el grave
    riesgo que
    suponía para los judíos establecidos en Betulia la
    presencia de las tropas del rey asirio Holofernes, la
    heroína fue la única persona de su
    pueblo que demostró suficiente valentía como para
    matar al tirano. Viuda desde hacía unos meses, Judith
    apenas salía de su casa, ayunaba todos los días y
    llevaba un cilicio sobre su cuerpo. Ante la desesperada
    situación de la ciudad sitiada y sin agua,
    decidió intervenir poniéndose sus mejores galas
    para destacar su belleza; se encaminó hacia el campamento
    de Holofernes, quien se prendó de sus encantos, obteniendo
    del rey cuanto pidiera. Una noche, Holofernes organiza un
    banquete al que asisten sus generales y la bella Judith con sus
    mejores vestidos y joyas. Tras abandonar los comensales la tienda
    del rey, Holofernes yace ebrio sobre su cama, momento que
    aprovecha Judith para cortarle la cabeza. Acompañada de su
    criada Abra, regresan a Betulia donde exhiben el trofeo. Los
    asirios, ante la muerte de
    su líder,
    huyen en desbandada, obteniendo el ingenio un sonado triunfo ante
    la fuerza.

    El momento elegido por Botticelli para su
    composición del Regreso de Judith a Betulia
    presenta a la bella heroína, quien porta la espada de
    Holofernes y una rama de olivo como símbolo de paz, y a su
    criada con la cabeza del tirano, enmarcadas en un hermoso
    paisaje. Ambas figuras están captadas en movimiento,
    reforzado por los pliegues de los paños, pegados a sus
    cuerpos. Pero también trasmiten serenidad, conjugando dos
    elementos muy comunes en la obra de Botticelli. Las figuras
    están sabiamente modeladas gracias al empleo de la
    luz, destacando su aspecto escultórico, en sintonía
    con los trabajos de los Pollaiolos y Verrocchio, con los que
    Botticelli se relacionó en estas fechas. El efecto de la
    perspectiva es un importante logro en esta escena al mostrar un
    amplio paisaje tras ambos personajes. Las tonalidades del fondo
    están en sintonía con el vestido de Judith, creando
    un efecto de delicada belleza.

    El Descumbrimiento del cadáver
    de Holofernes
    muestra cómo, tras ser decapitado por
    Judith, el rey asirio yace sobre el lecho siendo descubierto el
    cuerpo por sus generales a la mañana siguiente. Botticelli
    nos introduce en la escena al situar al cadáver en primer
    plano como si el espectador fuera un militar más que
    contempla el macabro descubrimiento. La perspectiva empleada es
    elevada, licencia pictórica utilizada para destacar a
    Holofernes, cuyo cuerpo escultórico se convierte en el
    protagonista. La luz resbala por el cadáver mostrando la
    admiración del artista hacia las esculturas de la
    Antigüedad gracias a su relación con los hermanos
    Pollaiolo y Andrea del Verrocchio. La expresión de los
    personajes transmite cierta resignación, ahondando en el
    efecto escenográfico que se respira en la
    composición. La perspectiva ha sido relegada al colocar
    como fondo las telas de la tienda de campaña donde se han
    producido los hechos, existiendo una referencia
    paisajística en la zona central.

    Con estas obras de exquisito dibujo y
    brillante colorido, Botticelli se abre un hueco entre la exigente
    clientela florentina que pronto hará de él uno de
    sus preferidos. Las pequeñas dimensiones de ambas tablas
    sugieren que estaríamos ante piezas de gran valor para su
    propietario, que se guardarían en cofres o estuches para
    mostrarlas en momentos especiales.

    La Fortaleza
    (1470).

    En 1469 los Sei della Mercanzia, tribunal
    compuesto por seis miembros que juzgaban los litigios entre los
    comerciantes florentinos, encargaron a Piero del Pollaiolo una
    serie sobre las siete virtudes cardinales. Al no presentar el
    ciclo en el tiempo previsto, se encomendaron dos de las figuras a
    Botticelli, pintor relativamente desconocido en la Florencia de
    aquellos momentos que posiblemente recibió el encargo
    gracias a su vecino Giorgio Antonio Vespucci. El incipiente
    artista sólo realizó la imagen de La
    Fortaleza
    , siendo pagada en agosto de 1470,
    convirtiéndose esta figura en la primera obra fechada del
    pintor. Botticelli ha colocado a la virtud sentada en un trono,
    en una postura muy similar a la Templanza, pero muy cercana al
    espectador, situando uno de sus pies fuera de la plataforma. De
    esta manera el artista quiere introducir al observador en la
    composición para hacerle partícipe. Los pesados
    ropajes están realizados con exquisita minuciosidad,
    destacando la coraza en la que se pone de manifiesto la
    formación inicial como orfebre de Botticelli. Las luces
    modelan la estructura
    escultórica de La Fortaleza, en sintonía con
    los trabajos de Verrocchio o Donatello. Los vivos colores del
    vestido y del manto contrastan con la oscuridad del fondo,
    resaltando en el trono y en la tarima la delicadeza de las
    calidades de la madera.
    Sujetando un bastón de mando entre sus manos como
    atributo, la figura pintada por Botticelli transmite su virtud a
    través de su expresivo rostro y su postura. El joven
    artista no defraudó a sus clientes y con
    estos trabajos se situaba en los primeros puestos de la pintura
    florentina de fines del Quattrocento.

    Virgen con Niño y seis
    santos
    (1470).

    En la década de 1470 la fama de
    Botticelli empieza a crecer recibiendo numerosos encargos de la
    nobleza florentina. Esta obra que contemplamos es el primer
    retablo que realizó el maestro; los protagonistas del
    primer plano son los santos Cosme y Damián mientras que a
    la derecha de la Virgen encontramos a san Juan Bautista y a la
    Magdalena y a su izquierda a san Francisco de Asís y santa
    Catalina de Alejandría, cada uno de ellos con sus
    respectivos atributos. Estas composiciones serán un
    preludio de las Sacras Conversaciones que tan de moda se
    pondrán en el Cinquecento. Las figuras se sitúan en
    un espacio cerrado decorado con mármoles de diferentes
    colores, un alusivo al ornato de los edificios de la Toscana,
    destacando su amplio canon con respecto a la habitación,
    excesivamente reducida. Las luces procedentes de la izquierda
    modelan a los personajes, acentuando su aspecto
    escultórico aprendido gracias a su relación con
    Verrocchio y Donatello. La perspectiva se pone de manifiesto
    gracias a las baldosas del suelo,
    disponiendo a María y al Niño en el centro,
    aludiendo a la perspectiva central que se había impuesto en
    aquellos momentos. A pesar de incorporar importantes novedades,
    Botticelli no abandona su deseo de implicar al espectador en la
    escena, que se demuestra en las miradas hacia el exterior de dos
    de los seis santos, así como su minuciosidad en los
    ropajes gracias a su aprendizaje como
    orfebre. La delicadeza de la línea, del color y del
    modelado convierten a Botticelli en uno de los más
    importantes maestros de su tiempo, situándose muy cercano
    a las nuevas tendencias.

    Epifanía
    (1470-1475).

    En esta Epifanía, encargada
    por la hermandad denominada Compagnia dei Magi, la escena de la
    Adoración se sitúa en el centro de la
    composición, colocando a la Sagrada Familia bajo unas
    ruinas clásicas. María se convierte en el centro de
    todas las miradas, con el Niño en sus piernas, mientras
    san José se muestra en un discreto segundo plano. Los
    Reyes Magos están de espaldas, acompañados por una
    amplia corte en la que encontramos las más diversas
    posturas y expresiones. El cortejo con los pajes y los caballos
    se sitúa en primer plano, junto a unas moles de piedra que
    se proyectan hacia el espectador para integrarle en la escena.
    Sus variados ropajes indican que proceden de lejanas tierras,
    interesßndose el artista por transmitir una
    sensación de pluralidad. Tras este primer plano nos
    encontramos el asunto principal, siguiendo las leyes de la
    perspectiva central recientemente descubierta; al fondo, un
    paisaje algo teatral cierra el conjunto. Esa variedad a la que
    hace alusión Botticelli está inspirada en
    León Battista Alberti quien, en su tratado Della
    Pittura
    , aconsejaba representar "la variedad y diversidad de
    las cosas". Sin embargo, el pintor no ha sabido unir a la
    perfección las diferentes escenas, resultando un conjunto
    con cierta desconexión.

    Desconocido con medalla con Cosme
    de Medici
    (1475).

    La anónima identidad de
    este Desconocido con medalla con Cosme de Medici que
    Botticelli retrata en esta tabla ha motivado diversas hipótesis: desde pensar que se trata de un
    simple fabricante de medallas hasta considerarle un miembro de la
    todopoderosa familia florentina de los Medici, especulando
    también con la posibilidad de que fuera un ahijado de
    Cosme el Viejo, dado que entre sus manos encontramos la medalla
    del hábil político y comerciante florentino. La
    figura se recorta sobre un fondo de paisaje atravesado por un
    río en el que se refleja la luz dorada, en sintonía
    con la medalla que protagoniza la composición. La intensa
    mirada del personaje se dirige al espectador, una de las
    características de la pintura de Botticelli que se repite
    en esta primera etapa. Los ojos verdes del caballero se resaltan
    gracias a la luz que modela su figura, destacando el
    carácter escultórico del rostro y de las manos.
    Este tipo de retratos se pondrá de moda entre los
    miembros de la alta sociedad florentina, que tendrán en
    Botticelli a su pintor favorito como observamos en el Retrato
    de dama
    (1470-1475) o en el Retrato de Guiuliano de
    Medici
    (1476-1478).

    Epifanía
    (1475).

    En torno a 1475
    Botticelli recibe uno de los encargos más interesantes de
    esta primera etapa; el cliente era un
    hombre de baja condición social llamado Gaspar del Lama
    quien había realizado una meteórica carrera
    ascendente en la Florencia del Quattrocento. Condenado en la
    década de 1440 por malversación de fondos
    públicos, unos años después amasó una
    considerable fortuna gracias a su trabajo como agente y cambista.
    Para elevar su categoría decidió ingresar en las
    hermandades de mayor prestigio, llegando a donar una capilla en
    la Iglesia de Santa Maria Novella para cuya
    decoración encargó esta obra a Botticelli. El
    nombre del mecenas, Gaspar, motivó la elección del
    tema.

    El asunto está tratado con mayor
    maestría que en las dos Epifanías precedentes,
    especialmente al dotar de cierta unidad dramática al
    conjunto. Bajo unas ruinas encontramos a la Virgen con el
    Niño en sus rodillas, recibiendo la adoración de
    los Magos, vestidos con suntuosos ropajes que aluden a su
    procedencia oriental. Los tres reyes rodean a la Sagrada Familia,
    situándose sus cortes en los laterales de la tabla. Entre
    esas cortes Botticelli ha incluido a su mecenas, el hombre de
    pelo cano y túnica azul que, desde la derecha, dirige su
    mirada hacia el espectador; a los miembros de la familia Medici,
    teniendo la figura que se arrodilla ante la Virgen las facciones
    de Piero de Medici, para mostrar la relación del cliente con este
    poderoso clan; e incluso al propio pintor, en la zona de la
    derecha y también mirando hacia el espectador. La ruinosa
    construcción permite contemplar en los
    laterales una ligera referencia al paisaje y algunas
    construcciones clásicas. El conjunto está
    sabiamente compuesto, destacando la variedad de posturas y gestos
    en las figuras así como la delicadeza de sus ropas y el
    vivo colorido. Al ascender el suelo de manera
    suave se aprecian todos los personajes, confluyendo nuestras
    miradas hacia la Sagrada Familia. El carácter
    escultórico de las figuras se entiende gracias a la
    estrecha relación de Botticelli con los hermanos Antonio y
    Piero Pollaiolo, Andrea del Verrocchio o Donatello, que eran
    descubiertas en aquellos años en toda
    Italia.

    Alegoría de la Primavera
    (1478).

    Cuando Botticelli realiza esta obra magna
    en pleno Renacimiento italiano no podía ser completamente
    consciente de la trascendencia que supondría para el arte
    posterior. Lo primero que debiera llamar nuestra atención,
    en relación con los usos de la época, es su enorme
    formato, pues la pintura profana casi nunca utilizó estas
    dimensiones, que se reservaban para la expresión de los
    temas sacros; esto le confiere un carácter de
    cristianización de un tema que a primera vista parece
    totalmente ajeno a las creencias religiosas. Por otro lado, bien
    pudiera relacionarse con otro género de la época,
    el tapiz (los tapices sí tenían este gran
    tamaño y se dedicaban sobre todo a la pintura profana,
    puesto que su función era decorar muros, cerrar vanos,
    etc.) reforzando el paralelismo de esta obra con el tapiz tenemos
    el suelo sembrado
    de flores, como ocurre en la Anunciación de Fra
    Angélico, según el modelo
    milflores de tejidos flamencos
    y franceses.

    El tema del cuadro es extremadamente
    complejo: abundan las figuras de la mitología
    clásica, pero no componen ninguna escena conocida de los
    textos clásicos, aunque parece seguro que se
    trata de una alegoría de carácter moral bajo la
    apariencia de la mitología antigua. Este cuadro ha sido
    interpretado por los críticos desde diferentes puntos de
    vista. Una de las versiones más hermosas por su romanticismo es
    aquella que, inspirada en los escritos de Piliziano, identifica
    la escena como una representación de amor entre
    Giuliano y Simonetta Cattaneo. Quienes sostienen esta teoría
    aseguran que la bella dama sería una de las tres gracias y
    la imagen de Mercurio correspondería con la de su amado,
    aunque, sin embargo, las flechas de Cupido se dirigen hacia
    Castidad, la única Gracia cuyo rostro apenas guarda
    parecido con el de Cattaneo. Es posible intuir la
    explicación del cuadro a través del cliente del
    encargo: Botticelli lo pintó para el jovencísimo
    Lorenzo di Pierfrancesco di Medici, miembro de la prestigiosa
    familia Medici. Lo encargó para él su tutor, el
    filósofo Marsilio Ficino, quien encarnaba el auge del
    Neoplatonismo florentino típico del Quattrocento. Es
    más que probable que fuera Ficino el diseñador del
    programa de la
    obra, siguiendo los postulados de Alberti en la parte
    estética. Siguiendo a los neoplatónicos, existen
    autores que reconocen en La Primavera los versos de Ovidio
    en Fastos. Así, comienzan por dividir el cuadro en
    tres partes donde se puede contemplar a la ninfa Cloris que tras
    ser perseguida por Céfiro, el viento primaveral, se
    transforma en Flora y aparece cubierta con un manto repleto de
    flores. En el lado izquierdo las Gracias danzan unidas entre
    sí y un Mercurio distraído dirige su gesto hacia el
    cielo para apartar las nubes con el mismo bastón que
    separó a dos serpientes en una pelea,
    convirtiéndose desde entonces en símbolo de la paz.
    Todo ello bajo la mirada reposada de Venus, cuya presencia
    garantiza la armonía y la concordancia de los elementos
    que se dan cita en el cuadro. Una de las teorías
    más extendidas es la que sostiene que la diosa del
    amor
    encarnaría un cúmulo de virtudes,
    identificándose con Humanitas. Venus, aquí, nace de
    la unión entre Júpiter y Juno, por lo que
    representa lo material y lo sexual. Quizás resulte
    más acertado, sin embargo, pensar que no se apoyó
    en un solo texto para
    interpretar esta escena, sino en diferentes fuentes, como
    en Lucrecio y Séneca.

    Mercurio, Las tres Gracias, Cupido, la
    Primavera, Flora y Céfiro fueron los ocho representantes
    del Olimpo que Botticelli escogió para que
    acompañaran a Venus, al figura que preside la imagen, en
    una de las que sería su obra maestra. Bajo un
    idílico marco, el pintor retrata a todos los personajes
    alrededor de la diosa del amor. La
    presencia de la diosa Flora, heraldo de la Primavera, da
    título a la obra. Independientemente de las versiones
    relacionadas con este cuadro, el aspecto más importante es
    su valor artístico. El color y el
    movimiento hacen de esta representación, pintada sobre
    tabla, una de las obras maestras de Botticelli y del
    Quattrocento. Las transparencias de los vestidos que llevan las
    Gracias y Cloris, y la liviandad de los personajes que parece que
    flotan en el aire convierten
    esta composición en una visión onírica
    repleta de ritmo y dulzura.

    Madonna del Magnificat
    (1480-1481).

    Una de las obras más famosas de
    Botticelli, realizada para algún importante cliente
    florentino, posiblemente un miembro de las familias Medici o
    Rucellai. La gran cantidad de pan de oro empleada indica la
    riqueza de este cliente anónimo, como se aprecia en los
    rayos dorados, la corona o los bordados de los ropajes. El nombre
    de esta Madonna del Magnificat procede de las primeras
    palabras del himno a María que aparece en la página
    derecha del libro, mientras que en la izquierda, sobre la que
    escribe la Virgen, se ha identificado el himno que san
    Zacarías realizó con motivo del nacimiento de su
    hijo, San Juan Bautista, patrono de la ciudad de Florencia.
    María escribe las últimas líneas de ese
    himno bajo los dictados de su hijo, que dirige la mano de la
    Virgen. Los cuadros circulares reciben el nombre de tondos,
    siendo muy populares en la Italia del Renacimiento, sobre todo
    para decorar palacios o edificios gremiales. Esta Madonna del
    Magnificat
    resulta una composición harto acertada al
    adaptarse las figuras al marco con una admirable gracia.
    Así la Virgen se curva para formar un semicírculo
    en sintonía con el marco, de la misma manera que el
    ángel que protege a los dos que sujetan el libro agacha su
    cabeza. En los laterales hay dos nuevos ángeles que
    incluso se muestran cortados; al fondo, un paisaje deudor de las
    influencias de la pintura flamenca de los Van Eyck o Rogier van
    Der Weyden, cuyas obras llegaban a Italia gracias al floreciente
    comercio entre
    ambos países. Un arco de medio punto sirve de marco
    arquitectónico al conjunto, en sintonía con las
    obras que se realizan en el Quattrocento. Los personajes
    están sabiamente modelados gracias a la luz, acentuando el
    aspecto escultórico que Botticelli exhibe tras su
    relación con los hermanos Antonio y Piero Pollaiolo y
    Andrea del Verrocchio. La línea domina un conjunto en
    donde el color tiene
    también un papel relevante, destacando los tonos rojos y
    azules acentuados por el pan de oro.

    Rebelión contra la Ley de
    Moisés
    (1481-1482).

    El éxito de Botticelli en
    Florencia fue tal que se extendió fuera de las fronteras
    de la ciudad, llegándole encargos de otros lugares. El
    más importante es la llamada del Papa Sixto IV para
    decorar en Roma las paredes de la capilla destinada a la
    elección del Papa, la famosa Capilla Sixtina, en
    cuyo techo realizará años más tarde Miguel
    Ángel sus famosos frescos. Junto a Botticelli
    trabajarán Domenico Ghirlandaio, Cosimo Rosselli y el
    Perugino. En menos de un año los distintos artistas
    tenían concluidos sus encargos, cuya temática
    comprende hechos del Antiguo y Nuevo Testamento con escenas de la
    vida de Moisés y de Cristo. Botticelli será el
    encargado de ejecutar tres de las escenas junto a diversos
    retratos de papas que se sitúan sobre ellas y unos
    cortinajes ficticios que se encuentran bajo las escenas. La
    Rebelión contra la Ley de
    Moisés
    es uno de los frescos más importantes
    del ciclo ya que lleva implícita la advertencia del Papa
    Sixto IV a aquéllos que se rebelen contra su
    autoridad.

    Moisés y su hermano Aarón
    fueron los elegidos por Yaveh para guiar al pueblo judío
    desde Egipto hasta
    la Tierra
    Prometida. Los sufrimientos que padecieron durante el trayecto
    provocaron diversas revueltas contra la Ley de Dios, que
    Botticelli recoge perfectamente en este trabajo. En el centro de
    la composición se muestra la revuelta de Coré,
    auspiciada por los hijos de Aarón y otros levitas contra
    la autoridad del Sumo Sacerdote Aarón al realizar un
    sacrificio de incienso; Aarón aparece vestido de azul y
    con barba blanca agitando su incensario y haciendo caer a los
    rebeldes. A la derecha, la rebelión de los judíos
    contra Moisés debido al cansancio de la población y los sufrimientos tras la salida
    de Egipto; la
    muchedumbre se abalanza sobre Moisés, el anciano con barba
    blanca y túnica amarilla que tiene rayos dorados sobre su
    cabeza, intentando lapidarle, recibiendo la protección de
    Josué. En la escena de la izquierda contemplamos el
    castigo divino al tragarse la tierra a
    todos los rebeldes mientras los inocentes se elevan sobre una
    nube.

    Tras las diversas escenas hay varias
    construcciones clásicas insertadas en un paisaje, que
    retoman la preocupación por la perspectiva tradicional en
    el Quattrocento. La representación de diversas escenas en
    el mismo espacio provoca la repetición de personajes,
    apareciendo Moisés en tres ocasiones. Estas repeticiones
    tienen un origen medieval, permitiéndose en el
    Renacimiento si el tema lo exigía. Sin embargo, el
    ambiente creado por Botticelli y las figuras no tiene
    ningún elemento gótico sino que exhiben toda la
    calidad del
    maestro florentino. Su dibujo es tan perfecto como el empleo del
    color y de la
    perspectiva; las figuras están dotadas de un amplio efecto
    escultórico que recuerda a Donatello o Verrocchio,
    colocándolas en diversas posturas para agradar a su
    cliente. Su admiración por la Antigüedad
    clásica viene determinada por el empleo de construcciones
    romanas como el Arco de Constantino con el que el Papa
    Sixto IV quiere aludir a su vinculación con el poder
    temporal del Imperio Romano,
    dentro de un programa
    iconográfico especialmente diseñado para resaltar
    los poderes del Sumo Pontífice.

    Los Sacrificios y tentaciones de
    Cristo
    y diversas Escenas de la vida de Moisés
    completan el ciclo de frescos pintado por Botticelli en las
    paredes de la Capilla Sixtina.

    Epifanía
    (1481-1482).

    Esta Epifanía es una de las
    más atractivas al colocar a la Virgen y al Niño en
    el centro de la composición, sin situar ningún
    personaje entre el espectador y las figuras divinas. Los cortejos
    de los Reyes Magos se presentan a ambos lados de la destruida
    edificación que sirve como portal, edificación
    totalmente clásica con que se refuerza la sensación
    espacial. Un acertado paisaje sirve como fondo al conjunto,
    recordando ligeramente a la pintura flamenca que tan bien se
    conocía en Italia gracias a las relaciones comerciales
    entre ambos países. Todos los personajes dirigen su mirada
    hacia la Sagrada Familia, ocupando san José un puesto
    más cercano. Entre el cortejo hay diversidad de posturas y
    edades, como demandaba el tratado Della Pittura escrito
    por Alberti. Una vez más, las figuras están dotadas
    de una poderosa monumentalidad debido a las luces empleadas,
    reforzadas por los hßbitos que portan, destacando sus vivos
    colores. La línea domina un conjunto en el que encontramos
    algo de frialdad y dureza tanto en los personajes como en las
    edificaciones.

    Historia de Nastagio degli
    Onesti
    (1483).

    Botticelli, en un periodo de madurez
    artística, se inspiró en la inmortal obra de
    Bocaccio, el Decamerón, para narrar esta historia
    trágica de amor y muerte. La
    serie de Nastagio degli Onesti fue encargada a Botticelli
    por el mercader florentino Antonio Pucci como regalo de bodas
    para su hijo Giannozzo en 1483, sirviendo para decorar las
    paredes del salón nupcial. Concretamente, el episodio que
    elige es la Historia de Nastagio degli Onesti. El modo de
    contarlo es de características medievales, puesto que
    utiliza la presencia simultánea del mismo personaje varias
    veces en el mismo cuadro; cada cuadro actúa como un
    viñeta de cómic, que muestra la evolución de la historia. Estos recursos fueron
    muy frecuentes en el Gótico italiano, pero en el
    Quattrocento, cuando se realiza esta serie, ya habían sido
    desechados por los artistas más
    avanzados.

    Nastagio, joven noble, ha sido rechazado
    en sus pretensiones matrimoniales por Paola Traversari, de quien
    está enamorado. Triste, pasea sus penas a solas por el
    bosque donde, de repente, presencia la aparición fantasmal
    de una mujer desnuda que
    huye desesperadamente de un jinete y su jauría. Estas
    acciones se
    recogen en el primer cuadro y se encuentran separadas por
    momentos gracias a los enmarques de los troncos de los
    árboles del bosque. El joven Nastagio aparece de tal modo
    dos veces. En el siguiente cuadro, Nastagio contempla horrorizado
    cómo los perros dan
    alcance a la mujer, a la
    cual el caballero mata y destripa, ofreciendo sus entrañas
    a los animales.
    Finalizado el suplicio, la mujer se
    levanta y la persecución se reanuda, como se observa en
    las figuritas del último plano del bosque. El caballero
    cuenta a Nastagio que la crueldad de ella ante sus peticiones
    amorosas provocaron su suicidio y el
    tormento eterno de ambos. En el tercer cuadro, Nastagio,
    notablemente impresionado, convoca a sus familiares y a su amada
    para un banquete en el mismo bosque donde apareció la
    terrible caza. Para ello, los árboles son talados y se
    crea un espacio, adornado con ricos doseles, que den cobijo al
    ágape. En pleno banquete, la persecución se
    materializa de nuevo, espantando a los presentes. Cuando Nastagio
    explica la historia a Paola, ésta se conmueve y acepta ser
    su esposa.

    Minerva dominando al centauro
    (ap. 1482).

    Tras su regreso de Roma, donde trabaja en
    la Capilla Sixtina, Botticelli realizará una serie
    de escenas mitológicas entre las que destacan el
    Nacimiento de Venus, Venus y Marte o esta imagen de
    Minerva dominando al centauro. En todas ellas el maestro
    parece hacer una interpretación de las ideas
    neoplatónicas introducidas en la Corte de los Medici por
    Marsilio Ficino y Picco della Mirandola, dos grandes humanistas
    que unieron las ideas platónicas con el pensamiento
    cristiano. De esta manera, Botticelli se convierte en un
    humanista más, interesado por los debates que se
    realizaban en la Florencia del Quattrocento. Esta tabla
    acompañaba a La Primavera en la decoración
    de una sala del palacio de Lorenzo di Pierfrancesco de Medici,
    formando un conjunto de increíble belleza
    plástica.

    La figura de Minerva, diosa de la
    sabiduría, se presenta vestida con un traje
    semitransparente adornado con tres anillos entrelazados que
    forman el escudo de los Medici; porta una alabarda y diversas
    ramas de olivo, símbolo de la paz, rodean su cabello y su
    cuerpo. Junto a ella vemos al centauro que gira su cabeza hacia
    la diosa con gesto de dolor, llevando en su mano derecha un arco
    y el carcaj en la espalda. La cornisa de un edificio cierra la
    composición por la izquierda mientras al fondo se aprecia
    un amplio paisaje marino y una supuesta valla formada por estacas
    puntiagudas. Al aparecer la diosa con la alabarda, arma empleada
    en exclusiva por los centinelas, y agarrar por el cabello al
    centauro, se puede deducir que nos encontramos ante una
    detención por lo que se sugiere que Botticelli ha
    representado el triunfo de la castidad sobre el vicio. Aunque
    también se le ha dado un significado, político
    poniéndola en relación con la conjura de los Pazzi.
    Las figuras están dotadas de monumentalidad gracias al
    empleo de la luz, pero exhiben cierto hieratismo, careciendo de
    movimiento. Desde el punto de vista técnico, la
    perspectiva está perfectamente captada, uniendo
    referencias arquitectónicas y paisaje, y la delicadeza de
    las telas y la minuciosidad de los detalles indican el aprendizaje
    del artista como orfebre durante su juventud. Es
    también importante destacar en este cuadro los contrastes
    que se producen dentro de la gama cromática entre los
    tonos claros del fondo y la fuerza de los colores que aparecen en
    primer término, consiguiendo con pinceladas precisas dotar
    a sus protagonistas de una expresión vigorosa y llena de
    fuerza.

    Venus y Marte
    (1483).

    Existe una enternecedora historia que
    narra el amor
    platónico que Botticelli siempre profesó a una
    joven genovesa llamada Simonetta. La belleza de esta joven
    partió muchos corazones en Florencia, entre ellos el del
    propio Guiliano de Medici. Desgraciadamente la joven
    falleció tísica en plena juventud en
    1476. La relación amorosa entre Simonetta y Giuliano ha
    sido interpretada por algunos críticos como la
    temática de varios de los cuadros del florentino.
    Así, el recuerdo de Giuliano y Simonetta será
    recuperado de nuevo por Botticelli en su representación de
    Venus y Marte. Los rasgos físicos de esta diosa del
    amor se repetirán incansablemente en la obra de
    Botticelli. La mujer rubia,
    de cabellos rizados, ojos dorados, mirada tierna, rasgos dulces,
    labios tersos y piel
    pálida representa el tipo de fémina preferido por
    el artista. La modelo está en la mente del pintor:
    Simonetta. Tradicionalmente, se ha hecho una segunda lectura de
    este cuadro que al igual que los anteriores está
    directamente relacionada con el pensamiento neoplatónico.
    Desde esta perspectiva, la diosa se alza como símbolo de
    la concordia y el amor frente
    a la conflictividad de Marte, dios de la guerra. El
    porte elegante y soberbio de la diosa contrasta con el cuerpo
    desnudo de su acompañante que cae rendido por el
    sueño. Los faunos, que juegan a su alrededor, ponen en
    contacto a las dos figuras.

    Nacimiento de Venus (ap.
    1485).

    El Nacimiento de Venus es una de
    las obras más famosas de Botticelli. Fue pintada para un
    miembro de la familia Medici, para decorar uno de sus palacios de
    ocio en el campo. El tema mitológico era habitual en estos
    emplazamientos campestres, surgiendo imágenes
    como La Primavera o Venus y Marte. Se desconoce la
    fecha exacta de su ejecución, pues mientras algunos
    autores piensan que fue realizado poco después que La
    Primavera
    , otros sitúan esta composición a
    mediados de la década de los ochenta. Por el contrario, la
    mayoría se ha puesto de acuerdo a la hora de traducir su
    significado e identificar el texto en el
    que se inspiró: los versos de Poliziano en La
    Giostra
    , que le servirán al maestro del Quattrocento
    para poner en escena el pensamiento
    neoplatónico.

    Venus es la diosa del amor y su
    nacimiento se debe a los genitales del dios Urano, cortados por
    su hijo Cronos y arrojados al mar. El momento que presenta el
    artista es la llegada de la diosa, tras su nacimiento, emergida
    del mar sobre una concha, a la isla de Citera, empujada por el
    viento como describe Homero, quien
    también sirvió de fuente literaria para la obra de
    Botticelli. Venus aparece en el centro de la composición
    sobre una enorme concha; sus largos cabellos rubios cubren su
    entrepierna mientras que con su brazo derecho trata de taparse el
    pecho, repitiendo una postura típica en las estatuas
    romanas de las Venus Púdicas. La figura blanquecina se
    acompaña de Céfiro, el dios del viento, junto a
    Aura, la diosa de la brisa, enlazados ambos personajes en un
    estrecho abrazo. En la zona terrestre encontramos a una de las
    Horas, las diosas de las estaciones, en concreto de la
    Primavera, ya que lleva su manto decorado con motivos florales.
    La Hora espera a la diosa para arroparla con un manto
    también floreado; las rosas caen junto
    a Venus ya que la tradición dice que surgieron con ella.
    La línea diagonal en la que se mueven los céfiros
    está cerrada por la posición de la Hora de la
    Primavera que se dispone a cubrir el cuerpo de Venus con una
    túnica de flores, formando una estructura
    triangular. Las olas del mar y la caída de las flores que
    fecundan las aguas dotan de movimiento a esta tela, en la que los
    personajes aparecen en el mismo plano, al tiempo que los
    céfiros agitan con su viento los cabellos de Venus y el
    manto de la Hora.

    Técnicamente, Botticelli ha
    conseguido una figura magnífica aunque el modelado es algo
    duro, reforzando los contornos con una línea oscura, como
    si se tratara de una estatua clásica. De esta manera, el
    artista toma como referencia la Antigüedad a la hora de
    realizar sus trabajos. Los ropajes se pegan a los cuerpos,
    destacando todos y cada uno de los pliegues y los detalles. El
    resultado es sensacional pero las pinturas de Botticelli parecen
    algo frías e incluso primitivas.

    Como en La Primavera, el
    refinamiento de la factura
    convierten esta composición en ritmo y poesía
    y una de las cumbres de la pintura universal.

    Frescos decorativos de la Villa
    Lemmi
    (1486).

    Las villas campestres de los miembros de
    las familias nobles florentinas estaban decoradas con asuntos
    mitológicos o paisajes, olvidando la temática
    religiosa que adornaban sus palacios urbanos. Es el caso de la
    Villa Lemmi, propiedad de
    Giovanni Tornabuoni, tío de Lorenzo el Magnífico.
    Con motivo del matrimonio entre
    su hijo Lorenzo y la bella Giovanna degli Albizzi, decidió
    encargar a Botticelli sendos frescos en los que se
    representará la introducción de los novios en el
    círculo de las figuras mitológicas y
    alegóricas.

    En la imagen de Venus regalando flores
    a Giovanna degli Albizzi
    contemplamos a Giovanna en la zona
    de la derecha, sosteniendo entre sus manos un paño blanco
    en el que la diosa Venus deposita rosas como
    símbolo de belleza y amor, dones que la diosa depara a la
    joven. Tras Venus encontramos a las Tres Gracias y junto a
    Giovanna un amorcillo, que originariamente portaba el escudo
    familiar. El estado de
    conservación del fresco es bastante lamentable pero nos
    sirve como perfecto ejemplo de la manera de trabajar del artista,
    marcando los contornos de las figuras con una línea
    contundente e interesándose por los pliegues de los
    paños, en un estilo que será característico
    y fácil de reconocer.

    Mientras la novia es la protagonista de
    Venus regalando flores a Giovanna degli Albizzi, Lorenzo
    es el personaje principal en la imagen de Lorenzo Tornabuoni
    en el Círculo de la Sabiduría
    . Lorenzo se ve
    aquí introducido por la Gramática en el c_rculo de las Siete Artes
    liberales, entre las que destaca la Sabiduría. Cada una de
    las artes aparece con su atributo: la Retórica con el
    rollo de papel, la Dialéctica con el escorpión, la
    Aritmética con una hoja de fórmulas matemáticas, la Geometría
    con una escuadra, la Astronomía con una esfera celeste y la
    Música con
    un pandero y un órgano portátil. La
    Sabiduría, que porta rama de olivo como símbolo de
    paz, saluda a Lorenzo. Con esta alegoría se indica la
    amplia educación recibida por Lorenzo,
    especializado en los asuntos aritméticos por sus negocios
    bancarios, siendo esta figura la única que mira
    directamente al joven. Junto a Lorenzo encontramos un amorcillo
    que sostenía el escudo familiar. El estilo de Botticelli
    queda de manifiesto en esta obra donde las figuras tienen una
    destacada monumentalidad, reforzada por la línea de los
    contornos y el volumen
    conseguido gracias a la luz. El colorido es muy vivo y variado, a
    pesar de tratarse de un fresco.

    Anunciación
    (1489-1490).

    Esta Anunciación es una de
    las obras más importantes entre los trabajos realizados
    por Botticelli en la década de 1480. Fue encargada por Ser
    Francesco Guardi, miembro de la burguesía media en la
    Florencia del Quattrocento, para la decoración de la
    capilla familiar, elevando así su prestigio social a la
    vez que obtenía una importante ayuda para su
    Salvación eterna, según el pensamiento de la
    época.

    Las dos figuras se insertan en un espacio
    cerrado, destacando el contraste entre paredes grises y baldosas
    rojizas. Tras ese suelo embaldosado contemplamos una puerta
    abierta a una balconada que permite observar un paisaje de claras
    reminiscencias flamencas, producto de
    los intensos contactos comerciales entre Italia y Flandes. Tanto
    el ángel como la Virgen se sitúan en posturas algo
    forzadas, remarcando el movimiento a través de los
    paños. Sus manos son el elemento fundamental de la
    composición, acercándose pero manteniéndose
    quietas a la vez, colocándolas en el lugar más
    observado de la tabla. El ángel quiere tocar a
    María y ésta admitir el mensaje que le transmite,
    pero Botticelli parece haber detenido el tiempo. Los dos
    personajes tienen un sensacional aspecto escultórico
    reforzado por esos amplios paños que cubren sus cuerpos,
    que demuestra la calidad como
    dibujante que exhibe el maestro en toda su producción. Los deseos de manifestar la
    perspectiva a través del suelo embaldosado y el paisaje al
    fondo relacionan a Botticelli con Mantegna o Piero della
    Francesca, maestros que buscan el efecto de profundidad para
    alejarse de la planitud gótica. Los colores empleados son
    de gran viveza, destacando la minuciosidad de los detalles y los
    pliegues de las telas, mostrándose como un pintor serio
    aunque con un cierto aire de frialdad,
    como si faltara un hálito de vida en la
    composición.

    Coronación de la Virgen
    (1490).

    Con esta tabla se inicia la última
    etapa de la pintura de Botticelli, caracterizada por la
    devoción y el ascetismo, situándose incluso en la
    órbita de Savonarola. La obra es un encargo para la
    capilla del Gremio de Orfebres en la iglesia de San Marco de
    Florencia lo que explica la profusión de pan de oro en el
    conjunto, especialmente en la zona superior. Dios Padre procede a
    la coronación de María, bendiciéndola con la
    mano derecha. Los querubines y ángeles rodean la escena
    por todas partes para aludir a su carácter celestial,
    formando en la zona inferior un círculo y situando a uno
    de ellos tras los rayos dorados. En la zona baja de la
    composición se hallan cuatro santos: a la izquierda san
    Juan Bautista y san
    Agustín, y a la derecha san Jerónimo y san
    Eligio, patrono de los orfebres. La gran novedad respecto a
    trabajos anteriores se aprecia en las expresiones de las figuras,
    que abandonan ese carácter frío que definía
    la producción de Botticelli en la
    década de 1480. Las figuras continúan con ese
    aire
    escultórico que tanto atraía al maestro, interesado
    también por las calidades de las telas y los detalles
    minuciosos, recordando sus años juveniles en los que
    había trabajado como orfebre. El colorido es sensacional
    así como el dibujo, destacando las líneas tan
    correctas que empleará Botticelli a lo largo de toda su
    carrera. En su interés
    por innovar, Botticelli eliminó la capa de
    imprimación en esta obra, pintando directamente sobre la
    madera y
    empleando una cantidad máxima de aceite que provocó
    un rápido secado, factores éstos motivaron que la
    pintura se desprendiera del soporte. En 1969 se decidió
    restaurar esta gran obra, trabajando durante veinte años
    para rescatar de la pérdida absoluta un cuadro de
    inestimable belleza.

    Calumnia de Apeles
    (1495).

    La Calumnia de Apeles es la
    última producción mitológica de Botticelli.
    Desconocemos quién fue el cliente que la encargó lo
    que ha motivado un aluvión de hipótesis; algunos especialistas consideran
    que se trata de una referencia directa a la acusación que
    sufrió el artista en 1502 de mantener relaciones
    homosexuales con sus discípulos, acusación que no
    tuvo ninguna consecuencia. También se considera como una
    obra en la que Botticelli se defiende de Savonarola, el
    predicador que lanzaba sus sermones contra los florentinos
    interesados especialmente por lo sensual. A pesar de su
    contenido, la obra se debe encuadrar en las transformaciones que
    estaba sufriendo la Florencia de fines del Quattrocento, final de
    siglo que conllevaba la tensión y el miedo ante la llegada
    del fin del mundo que gritaban los
    predicadores.

    El nombre por el que conocemos esta
    pequeña tabla viene determinado por una acusación
    por envidia del pintor griego Antifilos a su colega Apeles. Se le
    acusaba de provocar una revuelta contra el rey egipcio Ptolomeo
    IV por lo que fue encarcelado, obteniendo la libertad
    cuando un auténtico líder
    de la rebelión manifestó la inocencia del pintor.
    El rey rehabilitó a Apeles y le concedió a
    Antifilos como esclavo, realizando el artista una obra en
    referencia a su caso. La historia se conoce gracias al poeta
    Luciano, realizando Botticelli una nueva versión del
    asunto.

    Botticelli presenta en la Calumnia de
    Apeles
    a un buen número de personajes en el interior
    de un palacete típicamente renacentista, con una
    arquería en el fondo en la que apreciamos las
    bóvedas de casetones decorados con diversas escenas que se
    repiten en el friso. En la zona de la izquierda encontramos una
    figura desnuda que se cubre el sexo con su
    larga cabellera y con la mano izquierda; se trata de la Verdad,
    que eleva su brazo derecho al cielo como invocando a los dioses
    para que reparen esa injusticia, recordando por su postura y su
    desnudez al Nacimiento de Venus. Junto a ella se
    sitúa una anciana oculta bajo negros ropajes; es la
    Compunción que dirige su mirada hacia la desnuda Verdad.
    En el grupo
    principal aparecen diversos personajes: un hombre joven es la
    Víctima arrastrada por el suelo, desnuda porque no tiene
    nada que ocultar y en actitud
    implorante para que se ponga fin a esta situación; la
    Calumnia le agarra por los cabellos, portando en su mano
    izquierda una antorcha en relación a la manera de
    extenderse la calumnia como el humo del fuego; dos bellas
    jóvenes trenzan los cabellos de la Calumnia con una blanca
    cinta: la Impostura y la Perfidia, inseparables compañeras
    de la Calumnia, que bajo su apariencia dulce y serena destrozan a
    la Víctima. Un hombre vestido de oscuro cierra el grupo,
    agarrando con su mano derecha a la Calumnia; se trata del Odio,
    que mira al rey de manera acusadora y le señala. En la
    zona de la derecha apreciamos al Rey, con orejas de burro en su
    elevado trono, escuchando los consejos de la Ignorancia y la
    Sospecha, tendiendo su mano al Odio. Todos los personajes
    están ejecutados soberbiamente, destacando el
    carácter escultórico con que han sido tratados por
    Botticelli, ciñendo sus ropajes para resaltar su anatomía. La
    sensación de movimiento, las referencias a la
    Antigüedad en la arquitectura y las expresiones de las
    figuras hacen de esta obra una de las más atractivas del
    catálogo del artista, dentro de un marcado carácter
    renacentista

    Natividad
    (1500).

    El poder de Girolamo Savonarola
    inició un claro declive en los años centrales de la
    década de 1490 debido a que su fanatismo casi
    tiránico encontraba una mayor oposición popular.
    Ese momento fue aprovechado por sus enemigos, entre los que se
    incluía el Papa Alejandro VI, para darle el golpe
    definitivo; le acusaron de herejía debido a sus fuertes
    críticas a la Iglesia católica y le condenaron a
    muerte. La
    sentencia se cumplió en 1498, siendo colgado
    públicamente en la Piazza della Signoria de Florencia y
    posteriormente quemado su cuerpo. Botticelli estuvo muy afectado,
    como recoge en sus escritos, por todos los acontecimientos
    florentinos de finales de siglo: la expulsión de los
    Medici, el fanatismo de Savonarola, su excomunión por
    parte del Papa Alejandro VI y su posterior ejecución. Todo
    lo cual provoca un importante cambio en su
    pintura, como se aprecia en esta Natividad, la
    única obra firmada y fechada por el artista, en una
    inscripción en griego que se aprecia en la parte superior
    de la tabla.

    La escena que protagoniza la
    composición se sitúa en el centro: la Virgen adora
    al Niño, que yace en un sudario blanco, junto a san
    José y diversos pastores acompañados de
    ángeles. La Sagrada Familia se encuentra bajo un tejado de
    paja, a la entrada de una cueva, lo cual elimina las referencias
    arquitectónicas típicas del Quattrocento,
    destacando el tamaño de la figura de María, la
    más importante, siguiendo la ley de la
    jerarquía típica del mundo gótico. Sobre el
    tejado, tres ángeles, y en la zona superior un Rompimiento
    de Gloria en el que observamos el cielo dorado que alude a una
    imagen celestial. Un coro de ángeles con ramas de olivo,
    símbolo de paz, y cintas de alabanza a María ocupa
    la parte más elevada del conjunto, alternando los colores
    de sus vestiduras de manera rítmica. En la zona inferior,
    sobre la hierba, tres parejas de ángeles y hombres
    portadores de ramas de olivo se abrazan, junto a varios demonios
    encadenados, personajes éstos que cierran el conjunto por
    el inferior. Las figuras se han hecho más
    esquemáticas, interesándose más por el
    mensaje que por cuestiones artísticas, abandonando el
    interés
    por la arquitectura y la anatomía, resultando
    una evidente tendencia arcaica. Estas obras supondrán el
    declive de Botticelli en la Florencia del Cinquecento ante los
    jóvenes artistas que estaban iniciando su estilo como
    Leonardo o Miguel Ángel.

    Oración en el huerto
    (1500).

    Las relaciones comerciales entre Italia y
    la Península Ibérica eran muy estables a
    través de los diversos puertos: Valencia, Barcelona,
    Sevilla o Lisboa. Gracias a estos contactos llegaron los ecos del
    Renacimiento a España.
    Esta obra que contemplamos fue propiedad de
    Isabel I de Castilla, siendo el único cuadro que se
    exportó en vida de Botticelli. Esta noticia indica la
    exitosa fama del pintor que llegaba a países
    extranjeros.

    La composición se divide en dos
    zonas, ocupada la inferior por los Apóstoles durmiendo y
    la superior por el ángel y Cristo. Para unificarlas ha
    dispuesto el artista una empalizada que rodea el promontorio, al
    que se accede por un camino en cuesta. Numerosas plantas y
    árboles completan una escena en la que Botticelli parece
    regresar a la época gótica, interesado por los
    mensajes evangélicos más que por los aspectos
    técnicos. Así, las figuras pierden su elegancia
    inicial, las telas no tienen esos plegados elegantes y la
    perspectiva no adquiere la importancia que caracteriza al
    Quattrocento. Es un trabajo en el que se aprecian ecos de la
    pintura flamenca, tanto en el paisaje, el colorido y la
    expresividad de las figuras como en la minuciosidad de las
    plantas. La
    figura de Jesús ocupa el centro de atención, siendo
    más grande que las demás para acentuar su
    importancia, siguiendo la ley de la jerarquía
    típica del mundo gótico. Los sermones de Savonarola
    afectaron mucho a Botticelli, que hizo una pintura más
    mística y espiritual.

    Transfiguración de
    Cristo
    (1500).

    Botticelli ha interpretado en esta obra
    la Transfiguración de Cristo tal como la narra el
    Evangelio según San Marcos. Sitúa a los
    apóstoles en la zona baja de la tabla, en posturas muy
    escorzadas, para ocupar Cristo, Moisés y Elías la
    mayor superficie del cuadro, destacando la figura de Jesús
    por su túnica blanca y ceñida y los rayos dorados
    que se desprenden de su cuerpo. El canon de estas tres figuras es
    mayor que los apóstoles para marcar su importancia,
    siguiendo la ley gótica de la jerarquía. El
    episodio se desarrolla al aire libre
    mostrando algunos árboles al fondo, desapareciendo el
    interés
    por la perspectiva que se aprecia en el Botticelli maduro. A
    ambos lados de la Transfiguración encontramos a
    San
    Agustín, a la derecha, y a San Jerónimo, en la
    izquierda, dos de los Padres de la Iglesia más
    importantes. Ambos santos se encuentran en una misma
    habitación con techo de casetones y una repisa sobre la
    que depositan libros. Elevan
    su mirada para contemplar el milagro, mientras portan en sus
    manos libros y
    plumas, destacando la expresividad de sus rostros. La obra tiene
    importantes referencias al mundo flamenco tanto por la
    minuciosidad de los detalles como la expresividad de las figuras,
    el colorido empleado o los paisajes acartonados que sirven de
    fondo. Y es que Botticelli se interesa ahora por transmitir la
    espiritualidad cristiana en sus obras, cargándolas de
    mensajes evangélicos que tendrían relación
    con la situación de su ciudad en aquel convulso final del
    Quattrocento.

    Historia de Virginia (1504) e
    Historia de Lucrecia (1504).

    El cliente que encargó a
    Botticelli la Historia de Virginia y la Historia de
    Lucrecia
    quiso representar el triunfo republicano y el
    derrocamiento de los villanos, relacionándolos con la
    expulsión de la familia de los Medici de la Toscana. Para
    ello, toma dos historias del mundo romano exportables a la
    situación política de fines del
    Quattrocento en Florencia. Con estas obra, el artista demostraba
    su habilidad para representar los deseos de su
    clientela.

    La historia de Virginia será
    aprovechada por la religión cristiana
    como modelo de virtudes. La bella romana quiso ser tomada como
    esposa por Apio Claudio, uno de los diez hombres que
    ejercían el poder en Roma, cuando ella ya estaba
    prometida. Apio Claudio no dudó en raptarla, escena que
    encontramos en la izquierda; lo que provocó la solicitud
    de clemencia del padre de Virginia, respondida con una negativa,
    como se ve en la escena central, al fondo; ella fue asesinada por
    su propio padre para salvar el honor, acto representado en la
    imagen de la derecha; e hizo un llamamiento para acabar con la
    tiranía, provocando una rebelión militar que
    Botticelli sitúa en escena central, en primer plano.
    Así, en la Historia de Virginia las diversas
    escenas se suceden simultáneamente, influencia medieval
    que también encontramos en los frescos pintados para la
    Capilla Sixtina. La composición se desarrolla en
    tres partes, utilizando como escenario una sala con ricos pilares
    cerrada por un ábside cubierto con media cúpula. La
    perspectiva lograda con la sucesión de pilares es digna de
    elogio, al igual que la expresividad de las figuras y la correcta
    narración del episodio.

    Lucrecia era una noble romana casada con
    Colatino de la que se prendó el hijo del rey Tarquino;
    ante el rechazo de la joven a las solicitudes amorosas, el hijo
    del rey violó a Lucrecia. La patricia reunió a su
    padre, Lucrecio, a su esposo y a sus familiares para contarles lo
    que había ocurrido, acabando inmediatamente con su vida
    para lavar la afrenta. Bruto, presente en el suicidio,
    arrancó el puñal que Lucrecia había clavado
    en su corazón y
    juró venganza, en lo que sería el fin de la
    monarquía en Roma y la proclamación de la
    república en el año 510 a.C. Botticelli presenta de
    nuevo la Historia de Lucrecia dividida en tres zonas, cual
    su compañera Historia de Virginia, tomando
    también edificios romanos como decorado. En la izquierda,
    la afrenta sufrida por Lucrecia, en la derecha el suicidio y en el
    centro a Bruto arengando a las tropas para derribar la
    Monarquía ante el cadáver de la patricia. Un arco
    de triunfo enmarca esa escena central, apreciándose la
    estatua del David de Donatello, la victoria de la
    república sobre la tiranía. La composición
    goza de una tremenda expresividad dramática, empleando una
    sucesión de escenas de marcado carácter medieval
    que recuerda a los episodios pintados al fresco para la
    Capilla Sixtina. Las construcciones clásicas se
    relacionan con los que estaban haciendo otros pintores en ese
    tiempo como Filippino Lippi o Francesco di Giorgio
    Martini.

    BIBLIOGRAFÍA:

    · Historia de las
    civilizaciones y del arte. Occidente. A. Fernández, M.
    Llorens, R. Ortega, J. Roig. Ed. Vicens-Vives. Barcelona
    1995.

    · Historia del Arte.
    Bachillerato 2º curso. Martínez Buenaga,
    Martínez Prades, Martínez Verón. Ed. Ecir.
    Valencia 1999.

    · Diccionario universal del
    Arte. Pierre Cabanne. Ed. Argos-Vergara. Barcelona
    1981.

    · Historia universal del Arte:
    El Renacimiento. Isabel Mateo, Mª Concepción
    García, Joan Sureda. Ed. Espasa-Calpe.

    · Historia universal del Arte:
    Renacimiento (I). José Milicra, dirigida por. Ed.
    Planeta.

    · Diccionario
    enciclopédico Salvat. Ed. Salvat. Barcelona
    1964.

    · La época del
    Renacimiento. Denys Hay, dirigida por. Ed. Labor. Barcelona
    1972.

    · Clásicos del Arte: La
    obra pictórica de Botticelli. Carlo Bo, Gabriele
    Mandel. Ed. Planeta. Barcelona 1988.

    · Genios de la pintura. Ed
    Dolmen. 1999.

    · Enciclopedia Microsoft
    Encarta 98. Ed. Microsoft
    Corporation. 1993-1997.

    · Museo virtual renacentista. Gabriel
    Leonardo Stagno Izaguirre.

    Resumen: Alberti, el gran arquitecto.
    Ghiberti, el espléndido escultor.

    Botticelli, el genial pintor. Tres genios
    del Renacimiento italiano. Su

    mundo. Los artistas. Sus
    obras.

     

     

    Autor:

    Álvaro Zarzuela.

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