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Trastorno disocial de la conducta




Enviado por boris.isla



    1. Trastorno Disocial (conduct
      disorder)
    2. Reflexiones
      finales
    3. Bibliografía

    I.
    Introducción

    La definición o
    delimitación conceptual de lo que constituyen los
    trastornos conductuales es una tarea muy difícil, debido a
    que son demasiadas y muy complejas las variables
    implicadas en su manifestación y evolución. Lamentablemente no existe un
    consenso por parte de aquellos investigadores cuyo centro de
    interés
    es el comportamiento
    humano y aquellos profesionales que se ocupan de la evaluación
    y modificación de la conducta.

    El gran problema que entraña la multivocidad que
    existe en relación al fenómeno de los trastornos
    conductuales se relaciona con la dificultad de erigir una
    praxis
    adecuada al tratamiento y remisión de tales agrupaciones
    sintomáticas. En otras palabras si no logramos elaborar un
    constructo conceptual operacional que, por un lado contenga en su
    matriz la
    complejidad de los factores que inciden en la presencia de los
    trastornos conductuales, y por otro, que aúne las diversas
    perspectivas de las distintas disciplinas que centran su mirada
    en el estudio y tratamiento de tales trastornos, las
    posibilidades de llevar a cabo acciones
    coherentes y sinérgicas se reducen notablemente y por lo
    tanto a la acción
    desgajada y parcializada de profesionales cuyo éxito o
    fracaso depende de variables de carácter idiosincrásico.

    En razón de los argumentos arriba esgrimidos es
    fundamental comenzar por problematizar el concepto de
    "trastorno de conducta" enfrentándolo a aquellos elementos
    que dificultan su delimitación. Para este fin es necesario
    contar con una definición intuitiva de lo que
    podría entenderse por trastornos conductuales, para luego,
    a partir de ella, inferir aquellas variables que serán
    fundamentales para comprender con mayor profundidad este
    fenómeno.

    Los trastornos de conducta en general constituyen un
    constructo categorial que aglomera una serie de síntomas
    referidos a patrones conductuales o estilos de comportamientos
    considerados "anormales" o "disfuncionales" por parte de un
    individuo.
    Pero ¿Cuál es el contenido de éstos
    comportamientos?, ¿qué tipo de individuo es quien
    los sufre?, ¿en base a qué criterios se definen
    como "anormales"?.

    Tipos de
    comportamientos

    El tipo de conducta que expresan generalmente estos
    trastornos son aquellas denominadas conductas disruptivas,
    y reciben tal nombre debido a que su presencia implica la
    interrupción o desajuste en el desarrollo
    evolutivo del niño imposibilitándolo para crear y
    mantener relaciones sociales saludables, tanto con adultos como
    con los miembros de su cohorte. El mundo social del niño,
    o bien se ve muy reducido debido al quiebre de los contactos
    sociales y por lo tanto deja de ser un ambiente
    nutricio para la
    personalidad del niño, o bien recibe de él
    señales
    negativas acerca de su persona que minan
    su autoestima
    distorsionando la imagen de
    sí mismo y afirmando contenidos de identidad
    exógenos derivados del impacto de la
    estigmatización.

    Otro tipo de conductas habitualmente presentes en los
    niños y
    jóvenes que sufren este tipo de trastornos son las
    denominadas conductas de carácter negativo o
    negativistas
    y que se relacionan a un tipo especial de
    comportamiento
    que desafía los mandatos de los padres o bien de otras
    personas mayores a quienes tendría que deberle respeto. (ej:
    profesores, tíos, abuelos, etc.) El niño se
    comporta de manera insumisa y obstinada efectuando acciones que
    buscan molestar a las figuras de autoridad
    (véase trastorno negativista desafiante en el DSM
    IV-TR, 2002
    ). Este tipo de conductas generan muchas
    preocupaciones por parte de los padres debido a que por un lado
    el comportamiento del niño produce un desgaste
    significativo en la dinámica familiar, principalmente en la
    relación de pareja, y por otro que los actos rebeldes del
    niño movilizan una serie de señales sociales
    negativas por parte de las demás personas con respecto a
    la creencia en que su conducta se debe al fracaso en la crianza
    por parte de los padres. Este efecto psicosocial de la conducta
    del niño se convierte en un estresor psicosocial para
    la familia a
    quien, además del problema del niño, se le suma el
    aislamiento social.

    Por último otro tipo de comportamientos que
    aparecen con frecuencia en los trastornos conductuales son
    aquellos que encarnan una trasgresión a las normas
    sociales
    y que ponen al niño en un abierto conflicto con
    los estatutos normativos institucionales por un lado, y con los
    códigos residuales (implícitos) que fundan los
    vínculos sociales más íntimos,
    principalmente familiares. Este tipo de comportamientos son los
    que generalmente desencadenan las peores consecuencias, debido a
    que un niño en conflicto con las normas sociales puede
    llegar a ser víctima de la acción institucional de
    los mecanismos de control social
    desencadenándose un proceso de
    institucionalización que terminaría
    afianzando las conductas perturbadoras del niño como
    formas cristalizadas en la personalidad.

    El tema fundamental del
    desarrollo evolutivo

    El tipo de conductas señaladas son las que
    generalmente se reconocen en los sistemas de
    clasificación más utilizados (DSM IV-TR y CIE-10) y
    por lo tanto aquellas que sirven de guía para el diagnóstico de los diferentes tipos de
    trastornos conductuales. Sin embargo, es necesario considerar
    que, tal como lo especifica el DSM IV-TR, los trastornos de
    conducta forman parte de los trastornos que tienen su
    aparición durante la infancia y la
    adolescencia,
    y por lo tanto el tipo de comportamientos que los niños
    presenten debe ser cotejado con los procesos
    concomitantes a su desarrollo evolutivo. No hay que olvidar que
    muchas conductas que se consideran inapropiadas en una
    determinada fase del desarrollo no lo son en otra fase. Por lo
    tanto el eje o prisma para definir la adecuación o
    inadecuación de un determinado comportamiento debe ser la
    mirada desde el desarrollo evolutivo normal de los
    individuos.

    "los trastornos de comportamiento y emocionales no son
    cualitativamente diferentes de los que muestra cualquier
    individuo en determinados momento de su desarrollo"(Arias B.
    2000). En función de
    este argumento podremos darnos cuenta de que un
    diagnóstico adecuado de los trastornos de conducta resulta
    una tarea bastante compleja, debido a que entraña la
    necesidad de que el profesional que lo lleva a cabo tenga la
    habilidad de poder
    diferenciar aquellas variaciones evolutivas que no se encuentran
    fuera de los límites de
    la normalidad, de aquellas que conllevan un daño al
    desarrollo del niño, ya sea por que produzcan una
    alteración de éste o por que puedan remitirnos a
    procesos patológicos que dificulten el progreso evolutivo
    de la persona.

    La inclusión de la perspectiva del desarrollo
    evolutivo en el estudio del comportamiento perturbador conlleva
    entonces el esfuerzo de penetrar en la ontogénesis de los
    procesos evolutivos, tanto adaptativos como desadaptativos, y de
    relativizar las significaciones del comportamiento infantil
    "perturbado" en el curso del desarrollo filogenético de
    estos procesos. En palabras más cercanas, nos invita a
    privilegiar la duda antes que la certeza cuando se trata de
    hablar sobre lo normal y lo anormal en el periodo de la infancia.
    No a un relativismo poco fértil a la hora de actuar en la
    solución del conflicto que causa un dolor concreto y
    real al niño, sino más bien una invitación a
    no precipitar constructos teórico-prácticos que si
    bien puedan servir como herramientas
    pragmáticas, terminen por movilizar otro tipo de acciones
    y consecuencias (ej. jurídicas, legales, sociales,
    terapéuticas, etc.) que conlleven otro tipo de
    perturbaciones no consideradas hasta entonces.

    El problema de
    la anormalidad

    En la definición intuitiva de lo que es un
    trastorno de conducta mencioné la palabra "anormales"
    destacándola con comillas haciendo alusión a los
    patrones de comportamiento a la base del trastorno de conducta.
    Para tener una idea clara de lo que es un trastorno conductual
    entonces el concepto de "normalidad" constituye un corolario
    insoslayable. Cito nuevamente a Benito Arias "…cualquier
    intento de intervención sobre los problemas de
    comportamiento que pueda presentar un individuo en edad escolar,
    implica la habilidad de distinguir entre trastorno como
    anormalidad y las reacciones normales a los eventos
    estresantes del ambiente y otros problemas que no son
    patológicos…"

    Hablar de normalidad o anormalidad es en esencia hablar
    de criterios, de puntos de vista, de consensos por lo que
    brevemente explicaré cuáles son los criterios
    más utilizados y cuales son sus énfasis.

    Existe la inclinación a considerar como normales
    aquellas conductas que se dan con mayor frecuencia entre la
    población, en el caso que nos interesa, en
    la infancia, esto es entender la normalidad como media y
    constituye el modelo
    estadístico comúnmente conocido que utiliza como
    base un criterio dimensional frecuencial, en este sentido aquella
    conducta que es anormal, lo sería en esencia por el
    alejamiento de la curva normal en la ejecución de un
    comportamiento, o sea su grado de varianza. La gran crítica
    que se le plantea a este modelo es que no considera los extremos,
    tanto los "infradotados" y los "superdotados" se alejan de la
    normalidad, y por otro lado que homologa la diferencia con la
    anormalidad, y como es sabido no siempre ser diferente implica
    ser anormal.

    Otro modelo o criterio de distinción entre lo
    normal y lo anormal es considerar la normalidad como
    ideal
    , este criterio deviene de una vertiente
    psicoanalítica de acuerdo con la cual la normalidad
    integral constituiría una utopía, un ideal que se
    pretendería alcanzar, pero que nunca se alcanzaría.
    El peligro y dificultad que entraña es la
    sobrepatologización de la realidad humana y su poca
    funcionalidad para diferenciar normalidad de anormalidad en el
    continuo que supone.

    Otro criterio constituye en concebir la normalidad
    como ajuste
    en referencia a que supone en los individuos la
    capacidad de adaptación del sujeto a su medio, relegando
    todo aquello que dificulte el fortalecimiento de los
    vínculos de las personas con el medio que le brinda
    protección y salud al plano de la
    patología. Desde esta perspectiva anormal sería
    todo aquello que se volcara en contra del encuentro
    armónico entre el hombre y su
    entorno. el peligro que subyace a este criterio es la
    elevación del concepto de la adaptación al plano de
    la plenitud y el equilibrio sin
    considerar que muchas veces la sobreadapatación puede
    constituir una patología en sí misma, debido a la
    pérdida de creatividad
    que conlleva el sobreconsenso, o la absolutización de la
    norma colectiva como moral y
    ética
    individual.

    Desde estas tres formas generales de entender las
    distinciones entre lo normal y lo anormal se desprenden los
    criterios que se desarrollan en el plano más cercano del
    diagnóstico de los trastornos conductuales. Sólo
    por considerar algunos puedo nombrar, el sufrimiento
    personal
    que implica la percepción
    del propio sujeto respecto al sufrimiento que le produce su
    problema; la falta de adaptación; irracionalidad de la
    conducta; sensación de malestar del evaluador;
    condición biológica; violación de
    códigos implícitos; inadaptación a roles
    sociales, etc.
    (B. Arias, 2000).

    Tal vez es necesario aclarar ahora que estos criterios
    no son suficientes al momento de realizar un diagnóstico,
    por lo tanto es fundamental realizar algunas consideraciones o
    principios que
    nos orienten a utilizar estos criterios de la mejor manera
    posible, tratando de encontrar un equilibrio entre la parsimonia
    y la exhaustividad.

    La primera consideración es que ningún
    elemento aislado puede ser considerado necesario para
    definir una conducta anormal, en otras palabras no basta con la
    presencia de uno sólo como fundamental, por lo general su
    acción sinérgica es la evidencia del trastorno. En
    este mismo sentido la segunda consideración sería
    que ningún elemento sería suficiente por
    sí mismo
    para definir un trastorno de conducta. Una
    codificación de anormalidad debe implicar
    la presencia de una combinación de distintos
    criterios
    lo cual sería otra consideración,
    también hay que agregar que ninguna conducta es por
    sí misma anormal, deja de tener sentido sin la
    valoración del contexto,. Por último es necesario
    comprender que la conducta humana
    es dimensional, o sea que cualquier acción llevada a cabo
    por una persona se inscribe en más de un eje dimensional,
    Frecuencia, cantidad, calidad,
    intensidad, etc. y que por lo tanto una visión más
    simple, con menos intersticios constituiría una
    visión tubularizada sin bases en la naturaleza
    compleja del ser humano.

    Por qué tanta importancia a estos temas
    introductorios en relación al trastorno,
    específicamente disocial que veremos ahora. Simplemente
    porque la función del psicólogo es buscar la
    salud mental
    integral de las personas con las que trabaja, su acción
    debe ser una acción consciente y valórica cuya
    premisa debe estar fundada en el valor a la
    vida, en el respeto por lo demás y por él mismo.
    Llevar a cabo una trabajo tan
    delicado con niños, teniendo herramientas
    (¿armas?) tan
    poderosa como la posibilidad de diagnosticar, de comprometer un
    juicio profesional en función de la normalidad o
    anormalidad de una persona requiere de un ejercicio reflexivo e
    incesante. El futuro de los chicos con trastorno Disocial no es
    alentador según las cifras. Estos chicos en gran medida
    continúan escaladas delictuales cada vez mayores, es
    necesario cuestionar nuestras propias prácticas, no vaya a
    ser que ingenuamente, pero no menos irresponsablemente,
    terminemos colaborando con el destino adverso que promete no
    dejarles más vías que las de la violencia y la
    marginalidad.

    II Trastorno
    Disocial (conduct disorder)

    El trastorno disocial forma parte de lo que el DSM IV-TR
    especifica como uno de los trastorno de aparición en la
    infancia y la adolescencia, encontrándose en el subgrupo
    de los trastornos de la conducta perturbadora junto con el TDAH
    (trastorno por déficit atencional con hiperactividad) y el
    trastorno negativista desafiante.

    Su principal rasgo constituye el ser un "un
    patrón de comportamiento persistente y repetitivo en el
    que se violan los derechos básicos de
    los otros o importantes normas sociales adecuadas a la edad del
    sujeto"
    (criterio A DSM IV-TR año 2000) se trata por
    supuesto de desviaciones cualitativa y cuantitativamente
    más pronunciadas que la simple "maldad infantil" o la
    "rebeldía adolescente". Por lo general implica la
    participación consciente por parte del niño o
    adolescente en actos que involucran un conflicto con la normativa
    social o con los códigos de convivencia implícito
    en las relaciones en sociedad.

    Los tipos de comportamientos que se presentan en el
    Manual
    Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
    Mentales (DSM IV-TR) pueden ser operacionalizados en cuatro
    categorías o agrupaciones:

    1. comportamientos agresivos:
    • inicio de peleas
    • portar armas
    • actos crueles contra personas
    • contra animales
    • robo con violencia
    • violaciones
    • raras veces homicidio

    2. comportamientos no agresivos con daño a la
    propiedad
    privada. (no hay daño a personas)

    • ocasionar incendios
    • romper vidrios
    • dañar automóviles
    • actividades vandálicas en la
      escuela
    • daño a la propiedad pública y privada
      en general
    1. fraudes o robos.
    • mentiras
    • timos
    • falsificaciones
    • romper compromisos y promesas para sacar
      provecho
    • hurto
    • robos a tiendas
    1. violaciones a las normas
    • normas escolares
    • cimarras (huídas de clases)
    • normas familiares
    • fugas
    • ausentismo laboral (en
      mayores)
    • sexualización de la conducta
    • ingesta de alcohol y
      drogas

    La presencia de un trastorno disocial implica un
    daño a la actividad normal del sujeto, esto se relaciona a
    lo que el DSM especifica como un deterioro clínicamente
    significativo en las actividades (escolares, sociales, laborales)
    del sujeto, situación que se convierte en el principal
    factor de reproducción de las conductas perturbadas
    de los sujetos. El mundo se va volviendo progresivamente hostil y
    el niño que padece un trastorno disocial va captando esas
    señales y las va incorporando. El ser "malo" se construye
    socialmente y por lo general responde a una forma en que el
    sujeto busca defenderse de ese afuera que no lo considera o lo
    condena. Principalmente en los niños las implicancias
    sociales de su conducta constituyen el vuelco de considerar el
    espacio social como una fuente nutritiva para su desarrollo, a
    representar todos los valores
    que lo niegan como ser humano, la no aceptación de su
    etiqueta de infrahumanidad lo induce a identificarse
    progresivamente con valores
    "contraculturales" en abierta oposición con los escolares-
    institucionales y familiares.

    Subtipos de Trastorno Disocial

    El Trastorno Disocial tiene doble inicio; por un lado se
    encuentra aquella forma de trastorno que tiene su inicio en la
    infancia, subtipo inicio infantil,
    específicamente en la infancia media (5-6 años),
    para su diagnóstico se requiere que por lo menos una
    característica del trastorno esté presente antes de
    los 10 años. Por lo general es antecedido por el trastorno
    negativista desafiante. Aquí hablamos más bien de
    un continuo que encuentra sus primeros contenidos de conducta en
    la oposición y desafío a las figuras paternas de
    autoridad y que una vez que se ingresa al sistema
    educativo se generaliza a otras figuras de autoridad y
    comienza a adquirir nuevos contenidos. El enfrentamiento con
    reglas exógenas a las familiares puede ser un duro golpe
    para un niño, y muchas veces pueden aparecer conductas de
    tipo perturbadoras como protesta frente a los cambios
    drásticos del contexto, por lo general estas conductas
    declinan y deviene el proceso adaptativo. Sin embargo, en no
    pocos casos el niño continúa sus protestas y actos
    de insumisión iniciando la escalada de conductas
    disruptivas y etiquetamientos sociales.

    Por lo general el trastorno con inicio en la infancia
    implica niveles más elevados de agresividad, debido,
    seguramente, a que al ser el nivel de conciencia menor
    en el caso de los niños respecto de las consecuencias y
    efectos sociales de su comportamiento, las conductas son
    incorporadas de manera menos elaborada como formas de
    comportamiento habitual. Frente al rechazo, el niño no
    sospecha que su conducta es el objeto en cuestión, sino
    que todo él en su integralidad, el niño no
    cuestiona su conducta como conflictiva o negativa, ni busca
    cambiarla, porque muchas veces no tiene conciencia de que es
    ésta la increpada y no él en su totalidad. El
    rechazo en el niño se vive de manera más
    totalizada, dañando su autoestima, su capacidad de
    entablar relaciones saludables con pares y adultos, de ser feliz
    con el contacto. Contrariamente, el rechazo al no suspender la
    conducta hostil y agresiva del niño tiende a aumentarla,
    el niño combate el aislamiento y rechazo social con una
    mayor agresividad, la agresividad constituye una coraza que lo va
    desmoronando por dentro. El niño es presa de un
    círculo vicioso que le cierra poco a poco los lazos con el
    mundo, y surge entonces otro mundo, el de la contracultura, donde
    el niño encuentra comprensión, apoyo y
    valoración.

    La fórmula que nos permite entender el curso
    desfavorable de este subtipo de trastorno disocial es:

    AGRESION + RECHAZO SOCIAL à ESTABILIDAD CONDUCTA
    PERTURBADORA

    Por lo general el Trastorno Disocial de aparición
    en la infancia se da más en varones, cursa con mal
    pronóstico y en una gran parte de sus casos degenera en un
    trastorno antisocial de la personalidad.

    Una segunda forma tiene su inicio en la denominada
    primera adolescencia, subtipo de inicio en la
    adolescencia
    (11, 12 o 13 años) su
    diagnóstico implica la falta de presencia de cualquier
    característica del trastorno antes de los 10 años
    de edad y por lo general se le asocia a los cambios provocados
    por la pubertad. Una
    gran cantidad de las conductas que aparecen en esta etapa no
    difieren en demasía de las que muchos adolescentes
    mantienen en el camino hacia la búsqueda de su identidad,
    para la cual la oposición a las normas sociales constituye
    una prueba de los límites del individuo en la construcción y reafirmación de la
    personalidad. Muchas veces una conducta es enjuiciada de normal o
    anormal a esta edad en función de la tolerancia que
    presentan los padres o cuidadores para enfrentar estas conductas.
    Es necesario pedir información a distintas personas para tener
    una idea más acabada de la forma y fondo de la conducta
    perturbada y no limitarse a inferir unívocamente en base a
    comentarios parcializados de alguna de las partes. También
    es bien sabido el estigma que pesa sobre esta edad como una etapa
    conflictiva y pareciera ser que no muchas personas están
    dispuestas a aceptar que los conflictos
    adolescentes interrumpan sus cómodas y apacibles vidas. Es
    necesario entonces indagar acerca de las representaciones
    sociales que están asociadas a los actos disruptivos de
    los niños y los adolescentes para saber cual es el fondo
    social con el cual se deben contrastar nuestros
    diagnósticos.

    El subtipo de Trastorno Disocial de inicio en la
    adolescencia se caracteriza por tener un mejor pronóstico,
    lo cual puede deberse a que en muchos casos la oposición o
    disrupción no implica una cristalización interna de
    la conducta agresiva, sino más bien una
    exteriorización de la agresividad presente en el joven.
    Por lo general se observa un mejor nivel de relaciones en los
    adolescentes. Esto es fundamental debido a que se configura como
    un elemento de mucha importancia en un pronóstico de
    remisión, en este sentido la posibilidad y facultad de
    mantener relaciones sociales implica un factor positivo dado que
    el joven no ha perdido esta facultad, sino más bien la ha
    movilizado hacia relaciones menos convenientes socialmente. Esto
    permitiría trabajar con el joven en el área de las
    relaciones interpersonales. Bien podría no ser necesaria
    una intervención, en cuyo caso, el cause natural de los
    eventos posibilitaría al adolescente reencontrarse con el
    desarrollo de normas de conductas fundadas en relaciones
    nutritivas. Es necesario especificar que algunos grupos
    contraculturales o antisistémicos son tildados de
    antisociales por una razón política. En este
    sentido es necesario limpiar la noción de
    diagnóstico para que no se preste como una herramienta
    política al servicio de un
    determinado orden social. Si esto se puede lograr o no es tema de
    otra investigación, por ahora bástenos la
    advertencia.

    En resumen el subtipo de inicio en la adolescencia no
    tiene una diferenciación tan determinada entre hombre y
    mujeres como en el subtipo de inicio en la infancia. Existen a su
    vez menos conductas de tipo agresiva y a su vez las conductas y
    el trastorno en sí es menos persistente, o sea tiende en
    gran medida a su remisión en la adultez.

    Prevalencia

    Se ha producido un incremento durante las últimas
    décadas principalmente en los núcleos urbanos, lo
    cual puede estar relacionado al deterioro progresivo de la
    calidad de
    vida en las ciudades. Desde el surgimiento y auge de las
    ciudades durante fines del XVIII y comienzos del XIX se ha
    producido un proceso de poblamiento incesante, debido a la
    migración de personas del campo a la
    ciudad, debido a las posibilidades laborales que brindaba el
    surgimiento de una naciente clase burguesa
    (de la ciudad) que demandaba mayor mano de obra y de servicios,
    etc. Durante el siglo XX el enclave estratégico de la
    ciudad fue adquiriendo características de
    sobresaturación, esto significó que se produjesen
    diferenciaciones socioterritoriales al interior de la ciudad de
    manera concéntrica en función de los sectores
    más poderosos y los terrenos más saludables,
    así los mejores territorios fueron ocupados por las
    personas ricas y el resto de los territorios fueron ocupados por
    las demás personas ubicándose a los alrededores en
    terrenos de menor calidad. Esta diferenciación se tradujo
    posteriormente en diferenciación en accesos a servicios,
    alimentación, educación, etc. y es
    un proceso cuyas extensiones todavía se acomodan en
    nuestra sociedad. Existe una gran cantidad de gente excluida del
    acceso a los beneficios de la ciudad, hacinamiento, ruidos, smog,
    atochamientos, etc. Todo esto se traduce en mayores niveles de
    strees, difusión de limites familiares, culto al hedonismo
    debido a la hipervalorización de lo privado en desmedro de
    lo público, la sobreinformación, etc. hoy el
    vórtice que genera la vida moderna es abrumador y demanda muchas
    exigencias a las familias actuales, exigencias que muchas veces
    son imposibles de cumplir.

    Se cree que a nivel de la población general la
    prevalencia de los trastornos disociales alcanza desde un 1%
    hasta un 10%. Es bastante más frecuente en hombres que en
    mujeres, la proporción sería de más o menos
    4:1.

    Se estima que en los varones la prevalencia es de entre
    un 9 y un 16 %, y entre las mujeres sería de entre un 2 y
    un 9%. También es importante considerar la existencia de
    características diferenciadas en el tipo de conductas que
    muestran mujeres y hombres para establecer diferenciaciones de
    género
    en el fenotipo de estos comportamientos.

    En los varones suelen presentarse comportamientos con un
    mayor grado de agresividad que en las mujeres incurriendo
    frecuentemente en robos, peleas vandalismo y problemas de
    disciplina
    escolar. Pareciera ser los contenidos de las conductas disociales
    son modulados socialmente, en tanto que la socialización de los roles de género
    cuenta con diferencias en la orientación de las
    actividades según los sexos. Se ha identificado en este
    sentido que los niños son orientados a tareas más
    activas que las mujeres, las que por el contrario son orientadas
    a actividades de carácter más pasivas. Esta
    tendencia ha tendido a disminuir en la medida en que se han
    debilitado las diferencias entre los roles de género en
    nuestra sociedad, y hoy día es cada vez más
    evidente la incursión de niñas en acciones
    más activas y en el caso de las niñas con Trastorno
    Disocial conductas con un mayor correlato de
    agresividad.

    Sin embargo, en la mayoría de los casos las
    mujeres aún son socializadas en una pauta un tanto
    más pasiva que la de los niños varones, por lo que
    se explica la ausencia de conductas de agresividad abierta en las
    niñas con Trastorno Disocial. Sin embargo el nivel de
    "agresión" que existe en las conductas de las niñas
    no deja de ser elevado, pero con una forma de expresión
    más sutil, por ejemplo muchas niñas utilizan el
    rechazo social como forma de acción dañina hacia
    sus compañeras. El nivel de violencia implícito en
    estas conductas es comparable con el daño de la
    agresión abierta expresada por los niños varones, o
    bien algunas veces puede llegar a ser peor. Otras conductas
    desarrolladas por las niñas pueden ser; mentiras,
    ausentismo escolar, consumo de
    tóxicos y prostitución.

    Los niños están mucho más expuestos
    a ser víctimas o victimarios en acciones de violencia
    explícitas, por lo tanto es también mucho
    más notorio en el sistema
    institucional, a diferencia de las niñas que se ven
    envueltas en formas de agresión disimuladas y sutiles que
    hacen más difícil aún detectar su presencia.
    Esta puede ser una variable importante a la hora de reflexionar
    en torno a la
    prevalencia de este trastorno. Algo sí es muy claro, este
    trastorno constituye uno de los más diagnosticados en los
    contextos de desarrollo infantil, por lo que constituyen una
    problemática de bastante interés en los
    investigadores y profesionales de salud y
    educación.

    Síntomas Asociados al Trastorno
    Disocial.

    En los chicos que presentan este tipo de trastorno suele
    evidenciarse una falta de empatía, que en muchos
    casos se relaciona a una falta de conciencia con respecto a las
    dimensiones de las consecuencias que sus actos tienen en los
    demás. Tal vez es necesario indicar que esta falta de
    conciencia se relaciona menos con dificultades de tipo
    psicótico que con procesos del desarrollo evolutivo que no
    han tenido una maduración suficiente. En algunos casos los
    niños experimentan distorsiones con respecto a las
    intenciones que proyectan en los demás a partir de sus
    acciones
    , o sea muchas veces el niño atribuye
    intenciones negativas a los actos de los otros niños o
    personas que no necesariamente tienen esa intención, esto
    se debe principalmente a procesos de enseñanzaaprendizaje
    provenientes del plano familiar. En este caso existiría un
    aprendizaje de un determinado sistema de valores y creencias que
    induciría al niño a actuar con estereotipos
    negativos hacia los demás, lo cual podría encontrar
    su explicación en sistemas autoritarios de crianza o bien
    es pautas distorsionadas o abusivas. Es necesario aquí
    también diferenciar este tipo de distorsión
    cognitiva aprendida, de las distorsiones típicas de
    trastornos del pensamiento y
    la conciencia. Este complejo sistema de creencias
    idiosincrásico tiene su base en las experiencias tempranas
    del niño y actúa como paradigma
    justificativo de la violencia o la conducta agresiva. Es decir,
    ante a un sistema hostil frente a mí, actúo con
    hostilidad (hostilidad responsiva). Hago énfasis en esto
    dado que, no comprender cuál es el papel de los sistemas
    de creencias en la presencia de conductas agresivas nos induce a
    un diagnóstico totalizador, sesgado e
    irresponsable.

    Otro síntoma que cobra materialidad en el
    Trastorno Disocial es la falta de culpa. El niño no
    siente remordimientos por sus actos los cuales cuentan para
    él con una justificación legítima, "le
    pegué porque me molestó" el evento no cobra
    más dimensiones que esas. En otras palabras, pareciera ser
    que además el niño que sufre un trastorno disocial
    actúa basándose en la ley de la
    totalidad, sin importar la intensidad del acto que molesta al
    niño la respuesta es total e inmediata. En muchos casos el
    niño aprende a utilizar la culpa fingida para aminorar el
    castigo, esto se puede concebir como una culpa
    instrumental
    debido a que utiliza la emoción fingida
    para evitar o amortiguar el castigo. Otras veces los niños
    acusan de sus actos a sus propios compañeros
    generando quiebres a lealtades implícitas, utilizan la
    coerción para evitar que los delaten, o cualquier
    artimaña para no enfrentar el castigo.

    Es especialmente relevante el conflicto con la
    autoestima
    a que se ve enfrentado el niño debido al
    aparato social-institucional que entrega señales negativas
    acerca de él, un claro ejemplo es el fracaso
    académico que conlleva la etiqueta de niño burro, o
    bien el rechazo en los juegos, las
    palabras hirientes del profesor, etc.
    Hablamos antes que muchas veces la escalada de agresión es
    tributaria de la necesidad de defenderse frente a este mundo
    hostil que lo rechaza.

    Los niños con Trastorno Disocial, por lo general
    tienen poca tolerancia a la frustración,
    actúan de manera impulsiva y no suelen asumir
    internamente la responsabilidad de sus actos. En muchos casos el
    trastorno cursa con un aumento en la promiscuidad, sexualizando
    las conversaciones, instigando sexualmente a sus
    compañeros, etc. Se debe, en este sentido, indagar
    bastante acerca de las condiciones de vivienda del niño,
    dado que en casos de hacinamiento esta sobreinquietud sexual es
    algo normal, o en patrones sexualizados de crianza.

    En muchos niños y adolescentes con Trastorno
    Disocial cobra relevancia la presencia de la ideación
    suicida
    que está muy relacionada con el malestar
    concreto y real que siente el niño al ver como el mundo de
    sus relaciones sociales se aleja y lo hacen sentir mal, el
    rechazo social, el aislamiento, la crisis
    familiar, el deterioro de la calidad de vida del niño, son
    motivos bastante fuertes como para querer o bien pensar en la
    idea de la autodestrucción. Ellos sienten que no hay lugar
    para ellos en el mundo y precisamente esa es la señal que
    constantemente nosotros les estamos enviando.

    Consecuencias Derivadas de un
    Trastorno Disocial

    Una de las consecuencias más terribles para el
    desarrollo del niño la constituye el alejamiento del
    sistema escolar. Esta deserción escolar constituye
    un sino trágico en la vida del adolescente, debido a que
    este alejamiento constituye el primer paso hacia los valores
    contraculturales. La marginalidad del sistema social integrado
    produce estrategias
    alternativas de socialización, y de autovaloración,
    que por lo general se ubican en aquellas culturas que se erigen
    en la periferia del sistema. Con esto no se niega que muchas
    veces la presencia de grupos contraculturales puedan conseguir el
    control del dominio y volcar
    la matriz valórica hacia su dirección, sucedió así en el
    siglo XVIII con las revoluciones Francesa y Norteamericana, sino
    más bien confirma la existencia de grupos contraculturales
    que profitan del orden social dominante sin una propuesta de
    control, sino el mero desprecio infértil o la indolencia
    sosegada de los dominados en silencio.

    Muchas niñas comienzan a mantener relaciones
    sexuales a temprana edad, o bien comienzan a descubrir,
    primero por desafío a las reglas después por
    necesidad, que pueden obtener un beneficio económico de
    esto. La prostitución es una consecuencia bastante
    común en niñas que sufren este tipo de trastornos
    con la consecuencia secundaria, pero no menos importante, del
    embarazo adolescente. Las niñas que deciden
    quedarse con sus hijos difícilmente logran darle
    algún bienestar, otras los abandonan condenándolos
    a una vida institucionalizada y muchas veces precaria.

    Una gran cantidad de casos degeneran en trastornos
    por abusos de sustancias
    o en conflictos serios con la
    justicia
    esto desencadena la acción judicial de las
    instituciones
    pertinentes, desarrollándose un proceso denominado
    proceso de inadaptación social que implica la
    adquisición de un ethos personal
    construido en base a una carrera erigida en la institucionalidad
    primero y en la criminalidad después. Existe una
    apropiación subjetiva del "título" de delincuente,
    en este caso la categoría o cuerpo conceptual de
    "judicial" encarna en un sujeto que asume esta categoría
    como una señal interna de identidad. Este es un proceso
    irreversible y por lo tanto el camino final hacia una vida
    destinada a la antisocialidad. ( Valverde 1996)

    Factores de Riesgo o
    Predisposición para el Trastorno Disocial

    Familias desestructuradas: muchas veces la falta
    de precisión en la definición de los límites
    al interior de la familia genera
    confusiones en la adquisición de valores en el niño
    y en el desarrollo moral. El fracaso en las pautas de crianza
    familiares que no logran imponer límites a la conducta de
    los niños puede generar choques de gran intensidad entre
    el corpus normativo familiar y el corpus normativo escolar, lo
    que se puede traducir en un niño desorientado y confundido
    en función del cómo actuar adecuadamente. Las
    señales contradictorias son resueltas de la forma menos
    compleja (la insumisión) aunque el costo de esta
    decisión pueda traer consecuencias
    devastadoras.

    Incompetencias parentales: es indudable que el
    estilo de enseñanza de los padres es fundamental en la
    adquisición de patrones comportamentales en los
    niños. Así, ordenes claras y consistentes
    permitirán al niño el tener una noción
    coherente de lo que le piden. El tratar de respetar los castigos,
    la no contradicción por parte de los padres, el
    reforzamiento positivo y negativo en las situaciones oportunas en
    que sean necesarias, son todas acciones que pueden favorecer el
    surgimiento de formas conductuales adaptativas en los
    niños. Por supuesto la falta de estas garantías
    genera conductas distorsionadas y no adaptativas en los
    diferentes contextos en los que el niño se
    desenvuelve.

    Carencia de vigilancia: se entiende esta como la
    falta de control con respecto a la situación en la que el
    niño se encuentra, por ejemplo saber con quién
    está, dónde está, qué está
    haciendo, etc. Sin la posibilidad de saber responder a estas
    preguntas es muy complejo tratar de detectar cuáles son
    las variables que están perjudicando el desarrollo del
    niño. Muchas veces el seguimiento del niño no es
    posible porque ha sido una estrategia que ha
    producido quiebres con el niño y por lo tanto se percibe
    el alejamiento con los padres como una situación
    inevitable, otras veces el alcoholismo de
    algunos padres o algunas enfermedades mentales no les
    faculta para poder desarrollar este proceso de control, o bien
    los padres se encuentran muy enfrascados en su situación
    de pareja (ej. conflictos matrimoniales) y no le prestan la
    suficiente atención a los procesos del niño,
    etc.

    Diagnóstico diferencial

    Trastorno Negativista Desafiante:

    Si bien es cierto el Trastorno Disocial comparte varias
    características con este trastorno en este no se incluye
    el patrón persistente de agresión, ni
    violación de los derechos básicos de los
    demás. En el caso de que se cumplan las
    características para el diagnóstico de ambos
    trastornos se debe diagnosticar Trastorno Disocial.

    Trastorno por Déficit Atencional con
    hiperactividad (TDAH):

    Este trastorno involucra la presencia de un
    comportamiento hiperactivo que puede ser perturbador, pero que
    sin embargo no suele violar las normas propias de la edad. En
    caso de que se cumplan los criterios para ambos trastornos se
    deben diagnosticar ambos.

    Trastornos del Estado de
    Ánimo:

    Es muy probable que, o bien los Trastornos del Estado de
    Ánimo constituyan un correlato de la presencia de un
    Trastorno Disocial o viceversa, que los trastornos de conducta se
    deriven de un trastorno del estado de ánimo de base. Ante
    la presencia del cumplimiento de ambos, se deben diagnosticar los
    dos.

    Trastorno Antisocial de la Personalidad:

    Este trastorno puede presentar conductas muy similares y
    por lo general es el curso normal de los trastornos disociales,
    sólo se diagnóstica después de cumplido los
    18 años, en cambio el
    Trastorno Disocial rara vez comienza después de los 16
    años.

    Tratamientos para el Trastorno
    Disocial

    Debido al carácter heterogéneo tanto de la
    etiología como de la manifestación de las conductas
    disociales, no existe un tratamiento exclusivo del mismo, pero
    sí una serie de programas y
    tratamientos que pueden contribuir a su remisión o
    amortiguación.

    Formación para padres

    "…La formación para padres está entre
    los enfoques con más éxito para reducir los
    comportamientos antisociales y agresivos en los niños y
    adolescentes…" (Rita Wicks-Nelson, 1997) este tipo de programas
    se implementa con el objetivo de
    producir cambios en las estrategias de enseñanza parental
    con el fin de revertir, pero principalmente prevenir la
    aparición de conductas disruptivas. En esencia el
    tratamiento consiste en enseñar a los padres a dar
    órdenes directas y concisas tratando de privilegiar la
    claridad del contenido, en tonos no amenazantes. Se enseña
    también a ser paciente con los ritmos del niño y no
    mandarlo a hacer cosas sin darle el suficiente tiempo para
    cumplir la orden, si el niño es siempre interrumpido es
    muy difícil que comprenda el sentido de las ordenes y que
    se acostumbre a obedecerlas. Es necesario considerar que cierto
    nivel de oposición por parte del niño es buena
    porque le ayuda a descubrir sus propios límites y
    potencialidades, por lo que no se busca anular la capacidad del
    niño de rechazar una orden cuando está basado en la
    adquisición de conceptos y juicios de valor como por
    ejemplo la justicia.

    Terapia comunitaria

    Este modelo terapéutico tiene como objetivo
    evitar la estigmatización de los pacientes e integrarlos
    en los grupos de niños sanos. Este tratamiento busca
    generar la aparición de conductas prosociales por parte de
    los niños que sufren el T.D. a través de juegos,
    música,
    dinámicas, deportes, etc. Además
    posibilitan un espacio de canalización de energías
    e intereses que los hacen sentir participantes, aceptados y
    valorados.

    Terapia familiar.

    Este tipo de modelo terapéutico tiene como
    objetivo modificar patrones desadaptativos de interacción y comunicación entre los miembros de la
    familia. Busca el fortalecimiento de vínculos sanos e
    íntimos entre los miembros, evitando el aislamiento, la
    culpabilización, etc. Es complejo lograr el éxito
    en muchas familias debido a que en muchos casos se requiere
    reconstruir el tejido relacional de la familia, lo cual es un
    problema de solucionar a largo plazo, pero por lo menos sirve
    para reforzar los cambios logrados por el niño.

    Entrenamiento en habilidades sociales y
    resolución de problemas

    Se funda en la noción de que el niño es
    capaz de reconocer y resolver las situaciones conflictivas que se
    presentan en su vida. Se busca potenciar habilidades
    socioemocionales de los pacientes, con la guía de un
    profesional se resuelven problemas reales o simulados buscando
    siempre nuevas alternativas en esta solución. Los
    niños a través de rol playing u otras técnicas
    logran implementar un repertorio de conductas más
    extenso.

    III. REFLEXIONES
    FINALES

    Trastornos de conducta en el ámbito
    escolar

    El primer punto a considerar es la dificultad que existe
    en la
    comunicación entre los profesionales de la salud
    mental y los de la educación. Definitivamente pareciera
    ser que ambos mundos se encuentran divorciados por los celos de
    sus objetivos
    disciplinares.

    Es fundamental incrementar el desarrollo de vías
    o canales de comunicación interdisciplinarias con el fin
    de favorecer el intercambio de comunicación entre estos
    dos contextos. Así los informes por
    parte de psicólogos deberán ser sumamente claros,
    sin tantos tecnicismos, lo cual podría posibilitar
    traducir esos informes psicológicos en programas
    educativos especiales.

    El concepto de Necesidades Educativas Especiales
    (NEE)
    constituye una herramienta conceptual muy apropiada
    para intervenir a nivel educativo en los casos de niños
    con trastornos de conducta, debido que su función
    principal es orientar sobre aquellos déficit en el
    área del aprendizaje por parte de los chicos que sufren
    distintos trastornos, por lo que se orienta a los problemas del
    área educativa.

    "Un alumno tiene una necesidad educativa especial cuando
    presenta algún tipo de problema que influye negativamente
    en su aprendizaje, lo que implica hacer modificaciones en los
    recursos materiales;
    didácticos y personales para superar su dificultad"
    (Juaquín Díaz Atienza, 2001) Desde esta perspectiva
    se da relevancia a la particularidad de los niños con
    trastornos de distinto signo. No es el trastorno en sí el
    que importa sino su relación con los procesos
    educacionales involucrados. El concepto de NEE apunta a descubrir
    cuáles son las competencias
    involucradas en los problemas educacionales que presenta el
    niño y luego destina sus esfuerzos a fortalecer dichas
    competencias, entendidas éstas como habilidades, procesos
    y resultados asociados a la eficacia en la
    adaptación ambiental. En el caso particular del Trastorno
    Disocial, las competencias involucradas serían aquellas
    ligadas a las conductas relacionadas al cumplimiento y
    aceptación de las normas sociales propias de la
    edad.

    Bibliografía

    1. Asociación Americana de Psiquiatría
      (2000)."Manual Diagnóstico y Estadístico de
      los Trastornos Mentales texto
      revisado" (DSM IV-TR).Ed. Masson. España.
      Barcelona
    2. R. Wick-Nelson, A. Israel
      (1997). "trastornos disociales" pag. 175, cap 8.
      Prentice hall.
    3. B. Arias (2000). "concepto de los trastornos de
      conducta" Departamento de Psicología,
      Universidad
      de Valladolid.
    4. J. Díaz (2001). "problemas de conducta en
      la infancia o la LOGSE en el diván" Revista de
      Psiquiatría y Psicología del niño y el
      adolescente, vol 1 Nº 1.

    Boris G. Isla Molina

    Psicólogo Comunitario-Educacional

    Trabajo realizado en el 2002

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