"Estudio
teórico-práctico desde la perspectiva de la
sociología de la
desviación"
- Algunas consideraciones sobre
la delincuencia juvenil - Análisis
situacional - Análisis teórico:
etiología de la delincuencia
juvenil - Una tipología de los
delincuentes juveniles - Estadísticas
oficiales sobre la delincuencia juvenil - Limitaciones
- Conclusiones
- Recomendaciones y
propuestas - Bibliografía
- Anexo. Vía crucis
estadístico
El presente es un estudio teórico-práctico
de la delincuencia
juvenil en Venezuela
desde la perspectiva de la sociología de la
desviación.
Las fuentes para
el estudio están constituidas por una variedad de libros,
diccionarios,
investigaciones, datos
estadísticos y leyes
seleccionados por ser considerados pertinentes en la exposición
de ideas que se refieren a la delincuencia juvenil en el
país.
La información resultante de está
investigación será presentada en
cinco grandes apartados. Primero se presenta el apartado
Algunas consideraciones sobre la delincuencia juvenil,
donde se aclaran ideas dispersas sobre la temática, se
plantea, delimita y justifica el objeto de la
investigación. El segundo apartado es el
Análisis situacional, allí se establece un
contexto demográfico del país, la particular
situación del menor dentro de dicho contexto y el Sistema de
Responsabilidad Penal del Adolescente. En el
tercer y cuarto apartado se expone un marco
teórico derivado de la sociología de la
desviación que cuenta con un análisis de diversas teorías
que responden a la etiología de la delincuencia juvenil
– Análisis teórico– y con Una
tipología de los delincuentes juveniles. Por
último, en el quinto apartado se muestran las estadísticas se sustentan el
fenómeno social de la delincuencia juvenil, se le dio el
nombre de Estadísticas oficiales y en éste
se analizan las cifras disponibles del Instituto Nacional del
Menor. También se agregará un apartado especial de
anexos, el cual tratará de proporcionarle al lector la
mayor información posible en cuanto al proceso de
solicitud de estadísticas a los organismos gubernamentales
correspondientes.
La importancia de este estudio radica en que se trata de
un fenómeno social desviado considerado como universal,
que se nutre de una particular situación nacional, y que
ha sido poco estudiado hasta el momento.
Finalmente, cabe destacar que un trabajo de
esta magnitud difícilmente puede ser abordado
exhaustivamente, sin embargo los diferentes puntos del mismo
serán tratados de la
forma más completa posible para así proporcionar al
lector una clara visión del fenómeno de la
delincuencia juvenil en Venezuela.
Es muy importante destacar que esta investigación
es el paso inicial para estudios posteriores a efectuarse cuando
sean posibles, además de ser un requisito para orientar
las posibilidades de presentar algún tipo de
afirmación sobre la delincuencia juvenil en
Venezuela.
Algunas
consideraciones sobre la delincuencia
juvenil
Sin lugar a dudas, la delincuencia juvenil es uno de los
hechos sociales más importantes presente en las sociedades.
Además, es considerado como uno de los temas
criminológicos internacionalmente preferidos porque la
manifestación del hecho puede observarse con mayor
facilidad entre la población joven que entre la adulta, y por
ver la delincuencia juvenil de hoy como posible delincuencia
adulta del futuro.
La delincuencia juvenil es un fenómeno
problemático social mundial que se presenta en todas las
sociedades sin importar su carácter. (Morant, 2003)
Lograr una definición de delincuencia juvenil
resulta complejo, por lo que llegar a construirla obliga a
esclarecer los conceptos de los que se deriva: delito,
delincuente y delincuencia.
Son varias las definiciones que se le han atribuido al
delito. Para objeto de la presente investigación se
tomará el presentado por Ossorio que entiende el delito
como un acto típicamente antijurídico, culpable, a
veces sometido a condiciones objetivas de penalidad, imputable a
una persona a la que
se convierte en sujeto de sanción penal. (1981)
Por su parte, Sutherland sostiene que es importante la
definición de delito como medio para determinar si una
conducta debe ser
incluida en los límites de
la conducta delictiva. Así, los criterios abstractos
considerados como elementos necesarios para definir el delito
son: "la descripción legal de un acto como
socialmente dañino y la provisión legal de una
pena". (1969, p.30)
Por lo establecido anteriormente, el delincuente
sería aquel sujeto que ha cometido un acto sancionado como
delito por la ley
penal.
Visto el concepto de
delito y delincuente es necesario establecer la tercera
definición propuesta. La delincuencia es toda conducta
reprimida por la ley penal. Se trata de un fenómeno social
manifestado por la comisión de actos sancionados por la
ley que, además, implican transgresiones a los valores
reinantes en la sociedad. Son
conductas antijurídicas a la vez que antisociales.
(Ossorio, 1981)
A pesar de que la Escuela
Clásica del Derecho Penal y
del Positivismo
Criminológico consideraron el fenómeno de la
delincuencia como una realidad estrictamente individual,
actualmente los criminólogos sostienen que es un hecho
vinculado estrechamente a cada tipo de sociedad y es reflejo de
las principales características de la misma. Entonces, si
se pretende comprender la delincuencia es imprescindible conocer
los fundamentos básicos de dicha sociedad.
En este sentido, Herrero Herrero define la delincuencia
como el fenómeno social constituido por el conjunto de
infracciones contra las normas
fundamentales de convivencia, producidas en un tiempo y lugar
determinados. (1997)
De esta forma, el término delincuencia juvenil se
convierte en un concepto socio-histórico. Siguiendo estas
ideas, Garrido define la delincuencia juvenil como una figura
cultural debido a que su definición y tratamiento legal
responde a distintos factores en diferentes naciones, reflejando
una mezcla de concepciones. El delincuente juvenil es aquella
persona que no cuenta con la mayoría de edad penal y que
comete un hecho castigado por las leyes. (1986)
Los delitos
cometidos por los jóvenes generalmente difieren en
género
y motivo de los crímenes de los adultos. La gran
importancia de la edad para la culpabilidad y
los métodos de
represión es reconocida por cualquier sistema legal
moderno. (West, 1970)
En Venezuela, el Sistema de Responsabilidad Penal del
Adolescente fija que sus disposiciones –expuestas
detalladamente en otro apartado de la investigación-
sólo pueden ser aplicadas a los sujetos definidos como
adolescentes,
es decir, a toda persona entre los doce y los dieciocho
años de edad.
En definitiva, y tomando en cuenta todo lo expuesto, se
puede definir la delincuencia juvenil en Venezuela como el
fenómeno social constituido por el conjunto de las
infracciones penales cometidas por los sujetos mayores de catorce
años y menores de dieciocho. Esta definición, junto
a la premisa que los delitos cometidos se relacionan
íntimamente con la situación social en la que se
desarrollan, son los elementos que establecen las bases del
fenómeno a estudiar.
Distribución y
crecimiento poblacional
Según el Censo 2001 la población de
Venezuela es de 25.054.210 habitantes, que se encuentran
asentados sobre unos 916.445 km2, esto significa que posee una
densidad de
25,7 habitantes por kilómetro cuadrado. El aumento del
número de habitantes representa un crecimiento relativo de
27,3%.
La población del país se concentra en los
Estados: Zulia, Miranda, Carabobo, Distrito Capital, Lara,
Aragua y Bolívar.
De las 25 entidades federales, las siete mencionadas concentran
el 50,3% de la población total.
El ritmo de incremento anual de la población,
durante el período intercensal 1990-2001, se ubica en 2,3
por cada cien habitantes.
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Fuente: Cuadro 1.
También es necesario considerar que en Venezuela,
para el año 2001, la población urbana es bastante
superior a la población rural. Esto quiere decir que el
87,7% de la población del país vive en centro
poblados de 2.500 o más habitantes, mientras que tan
sólo el 12,3% vive en áreas rurales.
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La distribución de la población
venezolana por grupos de edad
evidencia una estructura
poblacional relativamente joven con una gran proporción de
personas de pocos años resultado de haber experimentado
moderadas de la tasas de natalidad.
De hecho, el 52,3% de la población total se
concentra entre los 0 y 24 años, siendo de mayor peso
porcentual los grupos de edad comprendidos entre los 5 y 9
años (11,5) y los 10 y 14 años (10,9).
En cuanto a la composición por sexo es
importante destacar que el índice de masculinidad revela
que en los cuatro primeros grupos de edad existe una ligera
mayoría de la población masculina sobre la
femenina. Sin embargo, esta tendencia se revierte en los grupos
de edad siguientes, a partir de los 20 años se evidencia
un predominio de las mujeres sobre los hombres que se
acentúa a medida que avanza la edad por una mayor
esperanza de vida de las mujeres.
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Venezuela posee una población expansiva, en la
que cada cohorte es más numerosa que la cohorte nacida
anteriormente. Las bases de la pirámide son amplias, lo
que indica un predominio de la población infanto-juvenil
sobre los demás grupos de edad. A medida que se avanza en
la edad, la pirámide muestra un
estrechamiento, que se pronuncia luego de los 45 años, e
indica una pérdida de miembros que puede ser causada tanto
por la mortalidad como por la migración.
Considerada a lo largo del tiempo, la base de la
pirámide tiende a estrecharse progresivamente lo que
indica que las cohortes nacidas recientemente han sido
relativamente menos numerosas. El peso de esta población
en el total se ha calculado en 11% para el 2001.
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En Venezuela, según el Censo 2001, la
población económicamente activa alcanza las
8.450.556 personas, lo que equivale al 54,8% de la
población total. El nivel de participación de la
población de 15 años y más en la actividad
económica del país asciende al 55,1%.
La mayor proporción de la población que se
encuentra fuera de la fuerza de
trabajo se registra en los grupos de edad de 15 a 19 y de 65 y
más años.
Al discriminar por sexo se verifica, como es de esperar,
tasas de actividad masculina superiores a las femeninas. Al igual
que un mayor porcentaje de ocupados (64,1%) y una baja
proporción de hombres fuera de la fuerza laboral
(28,7%).
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Fuente: Cuadro 4.
La participación en la actividad económica
varía en función de
la edad. Las tasas siguen una tendencia creciente hasta alcanzar
los valores
más altos en las edades adultas centrales para luego
descender hasta niveles relativamente bajos en las edades adultas
avanzadas. Así, los valores más altos se concentran
entre los 20 y 54 años y, los más bajos, de los 55
años en adelante.
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Vivienda y
disponibilidad de servicios
Otros aspectos de gran interés en
el panorama nacional son la vivienda y la medición de la disponibilidad de los
servicios
tales como electricidad,
agua, servicio
sanitario, recolección de basura y
telefonía fija.
Según el Censo 2001, en Venezuela se empadronaron
un total de 5.175.130 viviendas familiares, en las cuales el tipo
de vivienda ampliamente predominante es la casa (69,5%), en
segundo lugar, el apartamento en edificio (13%), y, en tercer
lugar, el rancho (9,1).
Al constituirse el rancho como el tercer tipo de
vivienda predominante en Venezuela, se hace necesaria una
revisión de la disponibilidad de servicios que estos
poseen pues allí habita una proporción importante
de individuos.
En Venezuela el 84,5% de las viviendas familiares tipo
rancho ocupadas disponen de electricidad. El abastecimiento de
agua en estas viviendas se da mayoritariamente por medio de
acueducto o tubería (59,9%), sin embargo los otros
medios de
abastecimiento son significativos.
El 18,5% y 18,3% de las viviendas cuenta,
respectivamente, con servicio de eliminación de excretas
mediante poceta conectada a cloaca y a pozo séptico,
mientras que 45% no tiene servicio sanitario.
En cuanto al aseo urbano los resultados censales han
revelado que aproximadamente un 56% de las viviendas no cuenta
con ese tipo de servicio para la recolección de
desechos.
En el Censo 2001 se ha investigado si en las viviendas
se cuenta con servicios de telefonía fija,
encontrándose que el mismo no está presente en el
97,8% de las viviendas de este tipo.
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Para el año 2003 el informe del
Programa
Naciones Unidas
para el Desarrollo da
cuenta de 54 naciones que experimentaron un crecimiento
económico negativo, que son más pobres que hace
diez años, que cuentan con una mayor tasa de mortalidad
infantil, que han visto reducida la matriculación escolar
y que poseen expectativas de vida menores.
El informe destaca 59 países de prioridad en
relación a sus retrasos para alcanzar los Objetivos del
Milenio (ODM) para el 2015. De estos países 31 son de
máxima prioridad por presentar, en combinación, una
pobreza humana
profunda y un estancamiento de las metas por lo que necesitan
acciones
urgentes. Otros 28 países son considerados de alta
prioridad por haberse detenido el progreso hacia dichas
metas.
De las naciones de prioridad cuatro se encuentran en la
región latinoamericana: Haití-de máxima
prioridad-, Venezuela, Bahamas y República Dominicana
–de alta prioridad.
Venezuela registró una evolución negativa del PIB per
cápita entre 1990 y 2001. Esta situación, aunada a
un aumento del 11 al 21% de la población subnutrida y a un
estancamiento de la matriculación en la educación
primaria, colocó a Venezuela dentro de los 28
países identificados en el informe como de alta prioridad
en función del logro de los ODM. A pesar de contar con un
índice de desarrollo
humano medio, el país ha registrado estancamiento y
retrocesos en varias metas claves: no se ha avanzado en la lucha
contra la pobreza.
(PNUD, 2003)
Según el Instituto Nacional de
Estadísticas (INE), entre finales de 1999 y principios del
2003 956.260 familias cruzaron la línea de la pobreza,
llegando a un total de 2.985332 familias que no poseen recursos para
comprar la canasta básica de alimentos. De
estas familias en pobreza, 1.386.957 se encuentran en pobreza
extrema.
Para el 2003 el 54% de los hogares venezolanos viven en
pobreza, de ellos el 25,1% se encuentra en pobreza crítica. Para finales de 1999, el
porcentaje de familias en situación de pobreza extrema era
de 9,9%. (Foro Nacional:
Pobreza, 2003)
La situación
particular de los menores
Para el año 2001 la población total de
Venezuela fue de 23.054.210 habitantes, distribuidos a lo largo
de los diferentes grupos de edad. La población menor de 18
años registrada fue de 9.505.1898, lo que representa el
41,2% del total de habitantes del país.
Estas cifras revelan que poco menos de la mitad de la
población total de Venezuela está compuesta por
niños y
adolescentes. Es un indicador elocuente que refleja la
importancia de este sector poblacional –los menores de
edad- en la dinámica del país en su conjunto, en
especial en el desarrollo socio-económico.
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En cuanto a la distribución porcentual de la
población menor de 18 años se evidencia una
proporcionalidad similar a lo largo de todas las edades sin
variaciones significativas, oscilando entre 4,9 y 5,8%. Sin
embargo, los porcentajes más elevados corresponden a las
edades comprendidas entre los 6 y 12 años.
Fuente: Cuadro 6.
Al discriminar por sexo, en la proporción de
niños y adolescentes del sexo femenino y masculino no se
observan diferencias significativas. Aunque, entre los 0 y 9
años existe un ligero predominio del sexo masculino sobre
el femenino, mientras que de los 10 a los 18 años dicha
situación se revierte.
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Asistencia a planteles
educativos
La tendencia de la asistencia escolar varía
según la edad. En el 2001 las tasas más altas de
escolaridad se registran en la población de 5 a 14
años, y en este caso la asistencia regular a planteles
educativos se estima en una proporción superior a 82%. Con
respecto a la población en edad preescolar (4,
5 y 6 años), el nivel de asistencia oscila entre 59 y 91%.
Las tasas más bajas se muestran en los niños de 3
años y en los jóvenes de 16 a 29 años, en
los dos casos no se sobrepasa los 68 asistentes a planteles por
cada 100 de esa misma edad.
Se observa un descenso importante en la tasa de
escolaridad a partir de los 15 años, a pesar que los
jóvenes de esta edad todavía estarían
cursando la etapa media- diversificada. Este fenómeno
podría estar asociado a niveles mayores de deserción
escolar para este grupo de
edad.
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De acuerdo con estimaciones de UNICEF, la pobreza afecta
de forma más intensa a los menores de 18 años.
Mientras la población total de Venezuela sufre un nivel de
pobreza de 56,6%, la pobreza entre menores de 18 años
alcanza la alarmante cifra de 71,8%.
En el país existen alrededor de 6 millones de
menores de 18 años en situación de pobreza, de los
cuales cerca de 3 millones se encuentran en situación de
pobreza crítica.
De los niños entre 6 y 12 años
aproximadamente el 6% no asiste a la escuela primaria, y de este
porcentaje el 35,2% no asiste a estos planteles educativos por
razones económicas.
De los adolescentes entre 13 y 17 años el 22,4%
no asisten a planteles educativos. De esta proporción, el
39,7% no asiste porque no quiere estudiar, el 17,3% no lo hace
por falta de recursos económicos y, el 15% no estudia
porque tiene que trabajar.
Según la encuesta de
hogares realiza en el primer semestre del 2002 por el Instituto
Nacional de Estadísticas, el promedio de menores de 20
años es significativamente mayor en los hogares en
situación de miseria alcanzando 2,8 menores, mientras que
en hogares no pobres la cifra se reduce a 1,2 menores de 20
años. (Foro nacional: Pobreza, 2003)
En función a los resultados de la encuesta de
hogares se estimaron los grupos etáreos, por debajo de 20
años, que se encuentran en condiciones de pobreza
crítica. La distribución porcentual de estos grupos
muestra la proporción de pobres extremos: la mayor
proporción se encuentra en el grupo de 6 a 13 años
con 33,5%, le sigue el grupo de adolescentes de 12 a 20
años con 26,5%.
Estas cifras presentan, para el 2002, un total de
2.965.223 pobres extremos distribuidos entre los 0 y 20
años.
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superior
Sistema penal de
responsabilidad del adolescente
El construir un Sistema Penal de Responsabilidad de
Adolescentes busca revertir el antiguo paradigma y
sustituir el binomio compasión-represión por
severidad-justicia. El
antigua paradigma de la Situación Irregular se caracteriza
por:
- La indefinición del hecho
antisocial - La aplicación de cualquier medida de
seguridad
sin tomar en cuenta la infracción
cometida. - La competencia ilimitada del juez para decidir
acerca del hecho antisocial y las medidas a aplicar, lo que
conduce al exceso de rigor o a la impunidad.
Para construir un nuevo sistema penal de responsabilidad
deben tenerse en cuenta ciertos requisitos
mínimos:
- Considerar al adolescente infractor como una
precisa categoría jurídica. Siendo infractor
quien ha cometido actos definidos como delito. - La responsabilidad, que implica que a los
adolescentes se les atribuya las consecuencias de sus actos
(de forma diferenciada a los adultos) puesto que ya en ellos
existe un proceso de maduración que hace posible
reprocharles el daño social que causen
imponiéndoles una sanción cuya finalidad es
educativa.
Es necesario asumir que los adolescentes infractores
tienen responsabilidad penal, de la misma naturaleza
que la del adulto, si bien atenuada.
- Garantía al debido proceso, el adolescente
debe tener los mismos derechos y
garantías de los adultos, más aquellos
inherentes a su especial condición. - Reducción de los márgenes de
discrecionalidad del juez gracias a la consagración de
los principios de la legalidad
del acto, del procedimiento, de la sanción y de su
ejecución. - La medida de privación de la libertad
como estrictamente judicial y excepcional, impuesta
sólo en caso de infracciones graves. La
ejecución de esta medida privativa es competencia
exclusiva e indelegable del Estado. - Previsión de una amplia gama de medidas
educativas que permitan dar respuestas diferenciadas
según el tipo de infracción y la edad del
infractor. - Control judicial de las medidas impuestas al
adolescente para garantizar sus derechos y los objetivos que
se le atribuyen a la sanción. La responsabilidad
sólo puede ser declarada en juicio y la sanción
sólo puede ser la prevista en la Ley según el
caso, cuya ejecución debe cumplirse en la forma que
ésta regula.
El sistema penal de responsabilidad del adolescente se
encuentra en el título V de la Ley Orgánica para la
Protección del Niño y del Adolescente (LOPNA), como
toda ley, se divide en títulos que se subdividen en
capítulos, y estos, a su vez, se dividen en secciones en
las que se encuentran los artículos.
En el título V, el capítulo I en su
sección 1º se comienza por definir el sistema,
señalar sus integrantes y consagrar los principios
básicos de derecho penal sustantivo: responsabilidad en la
medida de la culpabilidad, por conducta típica y
antijurídica.
El Sistema Penal de Responsabilidad del Adolescente
está conformado por un conjunto de órganos y
entidades que se encargan de establecer la responsabilidad del
adolescente por los hechos punibles en los que incurra,
así como aplicar y controlar las sanciones
correspondientes. Este sistema está integrado
por:
- La sección de adolescentes del tribunal
penal - La sala de casación penal de la Corte
Suprema de Justicia - El Ministerio Público
- Los defensores públicos
- La Policía de
Investigación - Programas y entidades de
atención
El adolescente que incurra en hechos punibles responde
en la medida de su culpabilidad, de forma diferenciada del
adulto. La diferencia está en la sanción y la
jurisdicción especializada.
En la Sección 2º se presenta el
ámbito de aplicación personal,
espacial y temporal de la ley y se dan pautas de interpretación. El que un niño
incurra en un hecho punible no puede ser objeto de sanción
penal sino de una medida de protección. Así se
cuenta con un régimen progresivo de existencia de
responsabilidad que se va acentuando a medida que el adolescente
tenga mayor edad.
Se entiende por niño toda persona con menos de
doce años de edad, y, por adolescente toda persona entre
doce y dieciocho años de edad. Las disposiciones del
sistema penal de responsabilidad serán aplicadas
únicamente a los sujetos definidos como adolescentes,
porque a los niños sólo se le aplicarán
medidas de protección.
A efectos de aplicación y ejecución de
sanciones se divide a los adolescentes en dos grupos erarios: los
que tengan de doce a menos de catorce y los que tengan de catorce
a dieciocho años.
En el caso de que en el hecho punible concurrieran
adolescentes y adultos, las causas se separarán conociendo
en cada caso la autoridad
competente.
La sección 3º consagra las garantías
fundamentales de orden sustantivo y procesal. Además de
los principios de igualdad,
dignidad,
proporcionalidad, inocencia, derecho de ser oído,
defensa, debido proceso y única persecución, se
incluyen los principios de información clara y precisa de
los motivos de la investigación, sobre el significado de
las actuaciones procesales y las decisiones que se produzcan.
Esto con la finalidad que el proceso sea totalmente conocido y
entendido por el adolescente, lo que contiene un sentido
altamente pedagógico dirigido a la concientización
de la responsabilidad. También se consagra la
confidencialidad de los datos del proceso y la excepcionalidad de
la privación de libertad.
El Capítulo II regula el procedimiento penal para
determinar la responsabilidad del adolescente. Entonces,
además de mantener la uniformidad de la
legislación, se le reconoce al adolescente todo un sistema
de garantías que constituye el marco de referencia de los
derechos del ciudadano enjuiciado penalmente.
La Sección 1º trata de la
investigación que tiene por objeto confirmar o descartar
la sospecha fundada de la existencia de un hecho punible y
determinar si un adolescente realmente concurrió en su
perpetración. En esta sección se le da especial
importancia al régimen de libertad al restringirse a
situaciones límite como:
- La sorpresa en flagrancia en la comisión del
hecho punible - Cuando surgen evidencias
contra un adolescente que no se encuentra civilmente
identificado o de cuya identidad
se tengan dudas - Que el adolescente no haya podido ser ubicado o
cuando no existe una forma posible de asegurar su
comparecencia a la audiencia preliminar.
La medida de detención preventiva no debe ser
confundida con la prisión preventiva, pues esta
última implica la declaración de haber
mérito para el enjuiciamiento del adolescente imputado al
ser admitida la acusación contra él presentada. La
investigación culmina con la presentación de una
acusación formal o con un pedido de sobreseimiento.
La Sección 2º establece fórmulas de
solución anticipada ya que, por la aplicación del
principio de oportunidad, puede dársele al asunto soluciones
distintas a la acusación, dichas soluciones
son:
- La conciliación: el fiscal del
ministerio público promueve un acuerdo que conlleva a
la suspensión del proceso a prueba, si se cumplen las
funciones del
acuerdo procede el sobreseimiento. Esto permite la
reparación individual o social del daño y
pretende la concientización del adolescente. Esta
fórmula excluye los hechos punibles que por su
gravedad y repercusión social se estima que deben ser
enjuiciados. - La remisión: permite prescindir total o
parcialmente del juicio en atención a lo insignificante del hecho
o a la mínima participación del adolescente. La
remisión procede cuando: se hace una
contribución decisiva a la investigación, el
adolescente sufrió daños físicos o
morales graves, la sanción que se espera carece de
importancia en relación a la sanción ya
impuesta.
Estas fórmula, fundamentadas en principios de
humanidad y proporcionalidad, permiten no sancionar la
culpabilidad exigua y decantar el proceso de modo de llevar a
juicio sólo lo más significativo del resultado de
una investigación.
La Sección 3º regula la acusación y
la audiencia preliminar estableciendo el enlace entre la
investigación y el juicio oral. De este modo al fiscal
estimar que la investigación arroja mérito,
presenta la acusación al juez de control que
decidirá si ordena o no el enjuiciamiento del imputado
previa audiencia. Así se garantiza el derecho a la defensa
y se crean mecanismos de control todo lo que permite una mejor
preparación para el debate. El
juez de control deberá decidir la medida cautelar
más conveniente para asegurar la comparecencia a juicio
del imputado , a cuyo efecto se le suministra una variada gama de
posibilidades que encuentran su forma más grave en la
prisión preventiva. Así se asegura el
enjuiciamiento de modo que se conciben gradualmente las medidas
de coerción personal una vez dispuesto el enjuiciamiento y
mientras concluye el juicio.
La Sección 4º regula el juicio oral que se
ha concedido con reducción de algunos plazos para hacerlo
lo más breve posible sin que esto signifique menoscabar el
derecho a la defensa. Se incorpora al tribunal de juicio la
figura del escabino cuando se trate de delitos graves, lo que
promueve la participación ciudadana en el juzgar de los
adolescentes bajo la dirección del juez profesional
especializado.
El núcleo del proceso es la audiencia de juicio
oral, continua y reservada. Se garantiza el debate entre
fiscal-querellante y imputado defensor en el que cada parte tiene
oportunidad de presentar sus pruebas y
controlar las del contrario, esto bajo la dirección de un
juez. Se dispone que la sentencia se pronuncie verbalmente al
concluir el debate.
La Sección 5º regula el régimen
impugnatorio, se incorporó el recurso de casación
al proceso para determinar la responsabilidad penal de
adolescentes, con lo que se les garantiza un derecho
tradicionalmente concedido sólo a los adultos. El
régimen de recursos es entendido dentro de los
parámetros del principio de inmediación porque, al
establecerse un juicio oral, el control que se pude ejercer en la
vida impugnatoria es mucho más restringido. El control
superior del fallo del tribunal de juicio se basa en que
éste cuente con una infracción legal que incluya
aspectos sustanciales y el quebrantamiento de las formas
procesales más importantes.
El Capítulo dos del sistema concluye con la
Sección 6º que prevé otras disposiciones
complementarias relativas a la competencia territorial, a la
regulación de los efectos de la evasión, al
cálculo
de la prescripción, a la acción
civil y a la perturbación mental. En cuanto a este
último punto se prevé que si el imputado al momento
del hecho punible sufre perturbación mental debe ser
decretado el sobreseimiento, pero si la perturbación es
posterior se suspende el proceso. Si la perturbación
mental se advierte después de la sentencia condenatoria se
suspende el cumplimiento de la sanción, el adolescente
debe ser objeto de la medida de protección que corresponda
a sus circunstancias.
El Capítulo III se refiere a las sanciones, el
catálogo es amplio y va desde la amonestación hasta
la privación de libertad, pasando por formas graduales. El
denominador común a todas las sanciones es una finalidad
primordialmente educativa que se complementa con la
participación de la familia y
el apoyo de especialistas; los principios orientadores de las
medidas son el respeto a los
derechos
humanos, la formación integral del adolescente y la
búsqueda de su adecuada convivencia familiar y social,
estas sanciones se presentan en detalle a
continuación:
- Amonestación: consiste en una severa
recriminación verbal al adolescente. Ésta debe
ser clara y directa de forma que el adolescente comprenda la
ilicitud de los hechos cometidos. - Imposición de reglas de conducta: consiste
en la determinación de obligaciones o prohibiciones impuestas por el
juez para regular el modo de vida del adolescente, así
como para promover su formación. Esta sanción
tiene una duración máxima de dos años y
su cumplimiento debe iniciarse, a más tardar, un mes
luego de haber sido impuestas. - Servicios a la comunidad:
consiste en tareas de interés general que el
adolescente debe realizar en forma gratuita por un
período no mayor a seis meses. La jornada
máxima es de ocho horas semanales trabajadas cualquier
día con tal que no obstruya la asistencia a la escuela
o la jornada normal de trabajo. - Libertad asistida: consiste en otorgarle la
libertad al adolescente obligándolo a someterse a la
supervisión, asistencia y
orientación de una persona capacitada designada para
el caso. La sanción tiene una duración
máxima de dos años. - Semi-libertad: consiste en la incorporación
obligatoria del adolescente a un centro especializado durante
el tiempo libre del que disponga en el transcurso de la
semana. Considerado tiempo libre aquel durante el que el
adolescente no deba asistir a un centro educativo o cumplir
un horario de trabajo. Esta medida no podrá durar
más de un año. - Privación de libertad: consiste en internar
al adolescente en establecimientos públicos especiales
de los cuales sólo podrá salir por medio de una
orden judicial. La privación de libertad es una medida
sujeta a los principios de excepcionalidad y de respeto a la
condición particular de persona en desarrollo. En el
caso de adolescentes que tengan más de catorce
años su duración no podrá exceder los
cinco años ni ser menor a un año; en caso de
ser menor de catorce años la duración no
será menor de seis meses ni mayor de dos
años.
La medida de privación de libertad sólo
puede ser impuesta cuando el adolescente:
- Comete los siguientes delitos: homicidio,
lesiones graves, violación, robo agravado, secuestro,
tráfico de drogas,
robo o hurto sobre vehículos automotores. - Es reincidente y el hecho punible cometido objeto
de la nueva sanción prevé una pena privativa de
libertad que sea igual o mayor a cinco años en su
límite máximo. - Incumple, sin justificación, otras sanciones
que le hayan sido impuestas.
Son de importancia fundamental las pautas para la
determinación de la sanción aplicable, sobre la
base del reconocimiento que la legislación penal versa
sobre conductas y la posible aplicación de sanciones
proporcionales a quien culpablemente las ejecutó y no
cuestiones relativas a la forma de vida del autor. La antigua
legislación tutelar no fue eficaz en la prevención,
además hacía referencia a la
personalidad del autor. En la ley actual se busca la
aplicación de una auténtica sanción
entendida como medio para lograr la concientización y
reinserción en la sociedad del adolescente infractor de la
ley penal y, por otra parte, busca dar respuesta a la sociedad
que exige seguridad y contención del fenómeno
criminal.
La Sección 2º da cabida a programas
socio-educativos incluso de iniciativa no gubernamental, con lo
que se integra a la sociedad civil a la tarea de rescate del
joven infractor.
La Sección 3º regula lo concerniente a la
ejecución de las sanciones, aspecto que explica cuestiones
como la exigencia de entidades y programas (públicos o
privados) registrados para garantizar su adecuado cumplimiento y
el logro de su finalidad educativa.
Se dispone también la obligatoriedad de la
escolarización, formación para el trabajo y
recreación en los institutos de
internamiento. Se resalta la necesidad de seleccionar
cuidadosamente el personal según su capacitación, lo que pretende hacer
efectiva una auténtica especialidad.
En el plan individual
de ejecución de la sanción de privación de
libertad participa el adolescente, este plan atiende al estudio
de los factores y carencias que incidieron en su conducta y al
establecimiento de metas concretas para fortalecer sus
potencialidades y suplir o manejar sus deficiencias. Aquí
la personalidad
del autor cobra un papel importante.
El Capítulo culmina con la Sección 4º
que prevé el control judicial de la ejecución de
las sanciones impuestas al adolescente para garantizar el
cumplimiento de sus objetivos. Se ha dispuesto la
intervención judicial especializada que debe revisar las
sanciones impuesta para verificar si se están cumpliendo
los objetivos que la fundamentaron, lo cual garantiza un
régimen progresivo en los programas
socio-educativos.
El Capítulo IV es el último del
Título, diseña y estructura la justicia penal del
adolescente. La Sección 1º regula la actividad del
Ministerio Público y la Policía de
investigación en este campo. Al primero le corresponde la
investigación y el ejercicio de la acción penal
pública, para la investigación rige el principio de
la oficialidad mientras que, para el segundo, rigen los criterios
de oportunidad.
Al segundo organismo le corresponde servir de auxiliar
en la investigación de los hechos punibles y sus
responsables para lo que debe contar con personal especialmente
capacitado para trabajar con adolescentes. Además son los
encargados de practicar las aprehensiones.
La Sección 2º regula al sujeto imputado,
disponiendo sus derechos y la participación de su defensor
desde el inicio de la investigación y durante todo el
proceso, se prevé también la defensa pública
especializada igual como está concebida para los adultos.
Se dispone que los padres, representantes o responsables puedan
intervenir en el proceso como coadyuvantes en la defensa sin
perjuicio de su participación como testigo del hecho
investigado.
La Sección 3º se refiere a la víctima
que amplia la participación en el proceso pudiendo incluso
recurrir a la apelación contra el sobreseimiento o la
absolución. La definición de víctima
sobrepasa al ofendido por el hecho punible extendiéndose a
otros afectados y otros entes legalmente constituidos, en caso de
delitos que afectan intereses difusos o colectivos siempre que el
objeto de la agrupación se vincule directamente con esos
intereses. Para el enjuiciamiento de hechos punibles que
requieren instancia privada, la víctima debe ejercer la
acción por medio de la querella.
El Capítulo culmina con la Sección 4º
dedicada a los órganos jurisdiccionales. En busca de la
mayor eficiencia se
concibe la Sección de adolescentes del Tribunal Penal, lo
que permite el uso de la
administración de justicia y caracteriza el proceso de
adolescentes dentro del marco que le es propio: un tribunal penal
especializado tanto a nivel de investigación como a nivel
del proceso en si mismo y, posteriormente, a nivel de la
ejecución de la sanción.
Este tribunal debe ser asistido por un servicio auxiliar
de equipos multidisciplinario y de una sala de citaciones y
notificaciones, además, debe estar dotado de
instalaciones, equipos y personal necesarios para el cabal
cumplimiento de sus funciones.
Por último, se encuentran las disposiciones que
engloban tres tipos de normas: las disposiciones que tienen
carácter preparatorio, las de carácter transitorio
y las finales.
Análisis
teórico: etiología de la delincuencia
juvenil
Algunas
teorías de corte bio-anatómico
Parte de la idea que ni en los vecindarios en los que
son muy altos los riesgos de
delincuencia se da el caso que todos cometan delitos. En base a
ello es razonable emprender la búsqueda de las cualidades
que hacen vulnerables a ciertos individuos.
Los teóricos del S XIX sostenían que el
significado de los hábitos delictivos se encontraba en una
deficiencia moral innata.
Algunos de estos autores sugirieron que los delincuentes
representaban un atraso evolutivo del hombre, otros
consideraban al delincuente como una persona incapaz de alcanzar
los niveles sociales normales debido a deficiencias cerebrales
innatas. Estos puntos de vista nacen en el seno de la antropología criminal que estudiaba medidas
del cuerpo, cráneo y características faciales de
los delincuentes.
La expresión más importante de esta
escuela del pensamiento se
halla en la obra de Cesare Lombroso. Para el autor muchos
delincuentes presentaban anomalías físicas que se
asemejaban a los rasgos de los salvajes primitivos o los
primates. De forma tal que en los delincuentes se observaba una
nariz chata, la parte inferior de la cara mal desarrollada, pocas
rayas en las palmas de las manos, frente estrecha, cara
asimétrica, cejas pobladas y baja bóveda craneal,
entre otras. Además de estos rasgos, las facultades
sensoriales de los delincuentes estaban embotadas.
Lombroso consideraba ciertas actitudes de
algunos delincuentes como su carencia de sentido moral,
impulsividad, violencia,
inmunidad al remordimiento y crueldad, como atributos propios de
una constitución primitiva.
Siguiendo la misma línea, Hooton comparó a
los presos norteamericanos con una muestra extraída de la
población "normal" y encontró que la causa
principal del delito es la inferioridad biológica. Las
diferencias entre civiles y presos se hacían evidentes,
aún dividiendo a los delincuentes según la
naturaleza de sus delitos.
Por otra parte, Goring es uno de los máximos
críticos de la antropología criminal y sus
supuestos hallazgos. Este autor estudió cerca de 3.000
presos y los comparó con un grupo de control,
encontró que no existía un tipo específico
para los delincuentes aunque estos, como grupo, se hallaban
física e
intelectualmente por debajo de la media estandarizada. (West,
1970)
Estructura
física del criminal
Existen corrientes somatotípicas que clasifican a
los individuos según su físico
característico al medir la musculatura, los huesos y la grasa
corporal. El precursor en este campo de pensamiento fue Kretchmer
quién enfocó su interés en la
asociación existente entre estructura del cuerpo y
susceptibilidad a las enfermedades mentales.
Llegó a construir una clasificación de las personas
según sus tipos corporales: asténico (delgado,
esbelto), atlético (musculoso), pícnico (regordete)
y displástico (mixto). Los resultados de sus estudios lo
llevaron a concluir que los asténicos eran propensos a la
esquizofrenia
y los pícnicos a la psicosis
maniaco-depresiva.
Sheldon, valiéndose de fotografías de
desnudos, desarrolló un método
para marcar de forma numérica los elementos corporales
somáticos. En este sistema cada persona se clasifica
según el predominio de tres componentes físicos
primarios: endomorfia, mesomorfia y ectomorfia. Los
endomórficos poseen grandes cavidades corporales, grandes
vísceras, y contornos suaves y redondeados; los
mesofórficos poseen una estructura corporal sólida,
pesada y con músculo abundante; y, los ectomórficos
son los de cuerpos delgados, esbeltos y ligeros.
El autor comparó las fotografías de
jóvenes residentes en una institución para
delincuentes con estudiantes universitarios. Sus hallazgos
revelaron que en los universitarios la proporción de
ectomórficos y mesomórficos era equitativa,
mientras que entre los jóvenes de la institución el
predominio era de mesomórficos acompañados de muy
pocos individuos ectomórficos. Los individuos
mesomórficos fueron identificados con un temperamento
fanfarrón, agresivo e indisciplinado cuya actitud para
con la vida es predatoria. Sin embargo, Sheldom también le
atribuyó cierta importancia a la crianza selectiva como
causa de la delincuencia por lo que las medidas
eugenésicas constituían un remedio en el largo
plazo.
Las diferencias temperamentales y físicas que
Sheldon establece pueden descubrirse a edades tempranas por lo
que se complementa con la idea que se consideran cualidades
innatas.
La investigación de Parnell confirma los
resultados de Sheldom. El primero encontró entre un grupo
de escolares una correlación positiva alta entre el
físico ectomórfico y los rasgos de pasividad,
susceptibilidad, sentimientos de culpa. Por el contrario, los
musculosos mantenían el mismo tipo de correlación
con rasgos de comportamientos agresivos, explosivos e inquietos.
(West, 1970)
La teoría
de la asociación diferencial
La vida delictiva parece ser algo que se aprende de la
experiencia, el que un joven se encuentre por el "buen" o el
"mal" camino depende del ambiente en el
que se haya criado.
Esta teoría fue expuesta por Edwin Sutherland, la
cual plantea que los jóvenes se vuelven delincuentes al
aprender maneras incorrectas de sus compañeros y al ver
como adultos poderosos infringen la ley. De esta forma la gente
joven entra en contacto con personas de las cuales aprenden a
rechazar los principios legales y adquieren habilidades para
infringir las reglas. Todo el mundo se expone a posibilidades de
este tipo, pero cuando se experimenta más a favor del
delito que en contra del mismo el resultado será un
delincuente. Las actitudes con las que ha estado en contacto han
llegado a poseer una fuerza tal que le han enseñado los
medios ilegales y no los legales para obtener sus fines. (West,
1970)
Toda conducta delictiva tiene su origen en la
asociación diferencial. Esta conducta se aprende en
asociación con los que definen lo delictivo favorablemente
y en aislamiento de los que lo definen desfavorablemente.
Según Sutherland: "…una persona en una
situación apropiada participa de esa conducta delictiva
cuando, y sólo cuando, el peso de las definiciones
favorables es superior al de las definiciones desfavorables."
(1969, p. 179)
El autor enfatizó su atención en dos
fenómenos: los delincuentes de cuello blanco y las
pandillas de adolescentes. Sus estudios le permitieron descubrir
una progresión en la conducta delictiva, desde
pequeños delitos cometidos en el estímulo del
momento hasta operaciones
profesionales organizadas bajo la premisa del mínimo
riesgo y el
máximo beneficio. Así los delincuentes aprenden sus
técnicas y, gradualmente, adquieren un
lugar propio en el seno de la sociedad de criminales
profesionales.
Es evidente que no se trata de una teoría que
suministre una explicación completa, realmente, explica la
forma en que se transmite el carácter delictivo pero poco
aporta al origen de las actitudes
antisociales.
Muchos fueron los autores que continuaron el desarrollo
de la teoría de la asociación diferencial. Thrasher
realizó un estudio de las pandillas juveniles de Chicago,
considerándolas como una especie de campo de entrenamiento
para el delito. Lo primero que anima al joven es unirse a sus
compañeros por medio de la pandilla, luego es arrastrado a
ciertas aventuras y a la experiencia de tener éxito
al desobedecer las reglas; así el muchacho es llevado
gradualmente a cometer delitos. Al crecer, los jóvenes se
han adiestrado en técnicas delictivas dentro de sus
pandillas juveniles que gravitan en la jerarquía de
profesionales.
Otros autores de la escena de Chicago fueron Tanenbaum y
Whyte quienes consideraron a las pandillas de delincuentes como
el resultado del fracaso de la comunidad para ofrecer salidas
razonables a la frustración.
Por otra parte, Block y Niederhoffer estudiaron las
pandillas de Nueva York y encontraron que los adolescentes
trataban de unirse por imitación a los delincuentes de
mayor edad cuyos golpes delictivos eran mejor planeados y
lograban mayor éxito. A su vez, los grupos delictivos de
más edad fungían de campo de entrenamiento y fuente
de reclutamiento.
De esta manera, el joven frustrado de barrios bajos tiene la
alternativa de unirse a una estructura profesional del delito que
puede comenzar en la esquina de su casa y terminar en actos
delictivos completamente profesionales.
De los autores planteados puede concluirse que la
imagen de los
delincuentes juveniles es la de muchachos sanos de una sociedad
enferma, su desgracia fue criarse en una clase en la
que el estilo de vida
delictivo es más accesible y se aprende más
fácil y rápido que la conformidad a los valores de
la clase media. (West, 1970)
Los adolescentes están particularmente abiertos
al aprendizaje de
normas, actitudes y valores de cualquier grupo al que se
expongan. El mejor elemento de predicción en solitario del
comportamiento
adolescente, tanto de conformidad como de desviación, es
el comportamiento de los amigos más cercanos. El
comportamiento delictivo de los adolescentes es,
fundamentalmente, un comportamiento grupal. (Akers,
1985)
A la final, así como las personas aprenden a
través del proceso de socialización como ser conformistas con las
normas de su sociedad, también aprenden cómo
apartarse de esas normas. Tanto la desviación como el
comportamiento conformista, son productos de
la socialización. (Zappen, s/f)
Se interpreta el comportamiento delictivo como un
síntoma de frustración que puede acentuarse entre
grupos que sufren una presión
social especial.
Emile Durkheim
utiliza la palabra anomia para designar una dolencia social en la
que las presiones reguladoras y controladoras de una costumbre
social son reducidas de forma que los individuos se encuentran
sin guía ni freno.
El autor plantea que cuando aumenta la movilidad social
el individuo
pierde sus esperanzas límites que podrían frenar
sus apetencias y ambiciones. Al aumentar las posibilidades, mayor
es el peligro de insatisfacción y desencanto. Así,
las libertades modernas exponen a las generaciones más
jóvenes a mayores oportunidades tanto para el bien como
para el mal. Un aumento de oportunidad para la expresión
de la personalidad se convierte en la causa que facilita el
aumento de las tentaciones y ocasiones para realizar actos
ilícitos.
La noción de anomia también ha sido
desarrollada por Merton que la define como una forma de caos
cultural producida por una discrepancia entre las metas
culturalmente aceptadas y los medios institucionalizados para
alcanzar dichas metas, ambos simbolizan la categoría y el
éxito en la sociedad contemporánea.
Según la posición de un individuo en la
sociedad, el sistema social actúa como una puerta abierta
o como una barrera. Así, los jóvenes pobres se
encuentran en desventaja en la carrera hacia los símbolos del éxito aunque
están bajo la misma presión de obtenerlos. Cuando
la sociedad se organiza lo hace de forma tal que suscita en la
clase baja aspiraciones que luego son frustradas, entonces la
sociedad obtiene los delincuentes que se merece.
Merton propone cinco modos de adaptación
social:
Modos de | Metas culturalmente | Medios culturalmente |
Conformista | + | + |
Innovador | + | – |
Ritualista | – | + |
Retraído | – | – |
Rebelde | Crea nuevas | Crea nuevos |
La más grave de estos tipos de respuesta es el
retraído por ser un individuo que rechaza todo el marco de
referencia de la sociedad convencional, repudiando tanto los
fines como los medios. Por su parte, los innovadores tuercen las
reglas para conseguir una mayor probabilidad de
obtener beneficios, son inadaptados de forma menos personal que
los retraídos pero son delincuentes en potencia.
Generalmente, estos individuos pertenecen a clases bajas en las
que las oportunidades de mejorar no se comparan con las
recompensas obtenidas por incurrir en una carrera delictiva.
(Merton, 1970)
La teoría de las
subculturas criminales
La teoría mertoniana sirvió como
fundamento a otros autores para examinar las reacciones de los
grupos que dentro de la sociedad se apartan de las normas y
valores de la mayoría, a estos grupos se les ha denominado
subculturas.
Albert Cohen es el principal exponente de esta
teoría, él estudió el aspecto social y los
orígenes de los miembros de pandillas de delincuentes
juveniles. Las actitudes de la clase obrera hacen a los
jóvenes menos capaces de beneficiarse de las oportunidades
de progreso convencionales, ellos están en desventaja
porque el éxito parece estar reservado para las personas
de clase media. Al darse cuenta de su situación, los
muchachos de clase baja reaccionan rechazando los valores, la
respetabilidad y la moralidad de
la clase media. Así, al manifestar desprecio por las
autoridades que los habían rechazado, el joven libera sus
sentimientos y obtiene la admiración de otros. Entonces,
los individuos afectados se juntan para conformar una especie de
solución colectiva para su descontento, y cada miembro del
grupo recibe apoyo de otros cuya situación es
parecida.
El resentimiento contra lo que los rodea y contra lo que
defienden las autoridades explica dos rasgos importantes de la
ética
de las pandillas: la hostilidad para con cualquier forma de
control externo y el hedonismo frustrado. Es importante tener en
cuenta que la lealtad característica de los miembros
pertenecientes a una pandilla contribuye a la ruina familiar de
la misma forma que los conflictos
familiares contribuyen a reclutar pandilleros. (Cohen,
1965)
Cohen atribuyó a las subculturas criminales las
características de no utilitarias, por no constituir
medios racionales para obtener un fin determinado, maliciosas,
porque causa diversión hacer daño a otros personas,
y negativistas, porque el comportamiento dentro de ellas es
aceptado por representar un polaridad negativa alas normas de la
clase media.
La subcultura criminal es una solución para los
jóvenes de clase baja porque les permite obtener los
modelos
sociales de éxito por medio de comportamientos de
agresión y vandalismo, logrando escapar de una intolerable
frustración y ansiedad. (Bergalli, 1983)
Otros autores han expuesto variaciones sobre la
temática de la subcultura de la delincuencia. Miller
sugirió que la subcultura de clase obrera pude producir la
delincuencia por si misma sin que sea necesaria la
reacción de la pandilla en contra de los valores de la
clase media. Esto porque los valores de la clase baja animan
actitudes consideradas semidelincuentes. En estas pandillas el
resentimiento ante la coerción representa una
compensación al sentimiento de dependencia representado
por la búsqueda de situaciones aptas para delinquir, de
forma de ser encerrado en una institución.
Por su parte, Wilkins trata de explicar la
dinámica social de la formación de una subcultura
de la delincuencia. Estudió el grado de tolerancia del
comportamiento desviado según la
organización de una comunidad. Así, en una
comunidad urbana muy organizada, las desviaciones
parecerán extremas y las reacciones también lo
serán. El autor observó que mientras mayor es la
presión hacia el conformismo, es más probable que
los individuos reaccionen negativamente y busquen refugio en las
subculturas criminales. Se da un círculo vicioso en el que
la información inadecuada hace que más actos sean
vistos como intolerables, esto significa que más
individuos son rechazados por su comportamiento y, estos
comienzan a desarrollar sus valores desviados, lo que comienza de
nuevo el ciclo.
En su estudio sobre pandillas de Nueva York, Yablonsky
sugiere que las pandillas están poco organizadas y mal
orientadas socialmente. Estas pandillas con simplemente conjuntos de
individuos inadaptados a los que no se les puede considerar como
coherentes formas de protesta contra la injusticia
social.
Cloward y Ohlin expusieron una teoría que explica
los contrastes entre las subculturas de delincuentes frustrados y
las que ascienden hacia una exitosa carrera delictiva. La
conquista de una protesta contra los valores de la clase media
depende de la medida en que se aprovechen los valores de
oposición y los cursos alternativos de acción.
Entonces, sólo los vecindarios donde crece una comunidad
delincuente ofrecen a los jóvenes una gran oportunidad
para aprender el papel delictivo.
En contraposición, Matza llama la atención
acerca de la falta de base para la existencia de actitudes que se
atribuyen a los delincuentes. El estereotipo sociológico
de un delincuente juvenil como un individuo dedicado a una
cultura de
oposición no parece ser real. Por lo general el
delincuente aprendido no se considera a si mismo como un
mártir de la cusa, por el contrario, siente remordimiento
por su comportamiento y lo plantea como una excusa. El valor de la
crítica de Matza está en llamar la atención
en cuanto a valoraciones exageradas del poder y la
importancia de las actitudes antisociales.
Fyvel describe los rasgos de los jóvenes y se
interesa por los géneros de conflicto de
clases que pueden originar una juventud
desilusionada e inclinada a la delincuencia. Una de las peores
fuentes de trastorno es el sistema
educativo, los muchachos son entregados al mercado laboral
sin la capacidad ni la preparación suficiente. De esta
forma son apartados de la estructura de la clase media que
conduce al éxito, y pasa a considerarse como un fracaso
social.
Los conflictos de clase responsables de las subculturas
delincuentes asumen formas diferentes según la naturaleza
de la cultura dominante de la que se derivan. Existen
fenómenos que simbolizan la repulsa a una meritocracia de
la educación
por parte de los jóvenes frustrados que sufren
restricciones sin lograr las recompensas que, supuestamente,
están abiertas para todos.
La teoría de la
elección racional
Ve a la delincuencia juvenil como una perspectiva
individual. Existen teóricos que argumentan que aquellas
personas que se desvían no saben lo que están
haciendo, sin embargo, los teóricos de la elección
racional sostienen que en algunos de casos la desviación
es el resultado de un cálculo altamente racional de
riesgos y recompensas. Los individuos ponen en uno de los lados
de la balanza las posibilidades de obtener un beneficio, y del
otro, los riesgos de ser atrapado. Es así como deciden su
curso de acción.
Pero, es importante tener en cuenta que, no todos los
jóvenes escogen las acciones más racionales. Sus
valores difieren de los valores de las personas adultas, y, en la
mayoría de los casos, estos valores todavía no se
han formado completamente. Por tal razón, sus motivos para
delinquir pueden ser diferentes de los motivos de un adulto
criminal. A los adolescentes se les conoce frecuentemente por no
pensar antes de actuar, de forma que las acciones delincuenciales
son resultado de actuar en contra de la autoridad o de rebelarse
contra los valores y normas dominantes en la sociedad. (Zappen,
s/f)
Los principales exponentes de esta teoría son
Vold, Chambliss, Quinney y Turk, quienes defienden la idea que la
sociedad está dividida en distintos grupos que poseen
valores, metas y normas diferentes lo que genera conflictos entre
ellos. Cada uno de estos grupos busca imponer sus intereses por
encima de los demás, así la definición de lo
que es correcto o no es una prerrogativa de aquellos que tienen
el poder político para definirlo de acuerdo a sus propios
intereses y concepciones. La naturaleza del delito es determinada
por la clase social dominante para procurar ventajas a sus
intereses materiales y
su concepción de la moralidad.
De lo expuesto se deduce que no todos los actos
considerados como delitos son la expresión de los
intereses del grupo social dominante, por lo que ninguna norma es
apoyada por todos los distintos grupos que conforman la vida
societal. (Bergalli, 1983)
Los teóricos del conflicto argumentan que la
delincuencia juvenil es el resultado de un conflicto societal
entre dos o más grupos, conflicto con base en la clase
social y la economía (lucha de
poder). El conflicto puede surgir entre el sistema legal y grupos
minoritarios que se sienten oprimidos por este sistema. El
carácter del conflicto puede ser étnico, racial o
ideológico.
Desde esta perspectiva la delincuencia juvenil es vista
como una situación en la que se recurre a la acción
delictiva para escapar de una situación abusiva, el
individuo se revela en contra de la sociedad represiva dominante.
Esta forma juvenil de exteriorizar el conflicto puede ser mal
vista desde el punto de vista legal, pero puede ser moralmente
correcta y estar justificada. Aunque, si un joven mata con un
cuchillo a un compañero, el acto es difícilmente
justificable de manera racional.
Un joven comprometido en actos delictivos hacia un grupo
conflictivo también puede llegar a ser sub-culturalmente
aceptado. (Zappen, s/f)
Una de las principales referencias del labelling se
encuentra en la construcción de la figura del outsider por
Howard Becker. Quien actúa violando las reglas
establecidas de los distintos grupos
sociales, le es adjudicada una etiqueta de desviado por parte
de las personas que cuentan con el poder de fijar las reglas. Es
importante tomar en cuenta que la comprensión de este
fenómeno debe enmarcarse en un contexto normativo dado y
una época determinada.
La aplicación de una etiqueta es el resultado de
un proceso político porque es sólo el
comportamiento discriminado el que viola las reglas dominantes
que han sido impuestas por medio de criterios de poder. Entonces,
la conducta desviada es consecuencia de un proceso de interacción entre la acción que es
cuestionada y la reacción que viene de otros
individuos.
Así se conforma una carrera criminal que, al ser
complementado con el mecanismo de la profecía
autorrealizable, hace que el individuo termine modelando su
identidad según la imagen que los demás tienen de
él. (Bergalli, 1983)
Los grupos sociales producen la desviación al
hacer las reglas cuya violación constituye una
desviación, al aplicar estas reglas a los individuos y al
etiquetarlos como extraños. Desde este punto de vista la
desviación no es una cualidad del acto que se comete, sino
que es consecuencia de la aplicación por otros de reglas y
sanciones al culpable. El desviado es aquella persona a la que la
etiqueta le ha sido aplicada exitosamente. Cuando un individuo es
atrapado por haber cometido un crimen pude comenzar a verse en un
contexto negativo. (Becker, 1963)
La teoría del etiquetamiento es crucial para
entender la delincuencia juvenil porque es durante la adolescencia
cuando termina de formar la identidad de si mismo. Esta
teoría también ayuda a explicar las consecuencias a
largo plazo de la etiqueta de desviado en la identidad social del
individuo. Si un joven es etiquetado como delincuente, su propia
identidad puede desarrollarse de forma que se vuelva más
propenso a verse envuelto en actividades criminales. Por el
concepto negativo de su identidad, escogerá involucrarse
con el crimen y asociarse con otros delincuentes con los que
comparte la etiqueta. (Zappen, s/f)
Por medio del control social se describen los mecanismos
mediante los que la sociedad ejerce su dominio sobre la
totalidad de los individuos que la integran. Es gracias a este
control que se superan tanto las tensiones como los conflictos,
mientras más rígido sea el control, mayor
afianzamiento y permanencia del sistema social.
El ejercicio del control social se da a través de
la reacción social, la respuesta reprobatoria que la
audiencia social atribuye al comportamiento
humano que llega a apartarse de las expectativas sociales.
(Bergalli, 1983)
Los teóricos del control social comienzan su
planteamiento con la premisa que el comportamiento es antisocial
y delincuente por naturaleza. Travis Hirschi establece que los
seres humanos son animales, capaces
cometer actos criminales porque está en su naturaleza
hacerlo. Así, los delincuentes son las personas que
externalizan sus inclinaciones más primitivas.
Esta perspectiva plantea que los miembros de una
sociedad forman vínculos con otros miembros o instituciones.
Los vínculos sociales identificados por Hirschi incluyen:
los lazos afectivos que se desarrollan entre los niños y
las personas más cercanas a ellos, el compromiso con las
normas sociales de comportamiento y con el éxito en lo que
se refiere a las recompensas de tales valores, la
participación en diferentes actividades ya que, mientras
más actividades realice una persona, menos tiempo le queda
para meterse en problemas, y,
por último, el hecho que la mayoría de las personas
son criadas para respetar y creer en las leyes. Por la
creación de estos vínculos el individuo internaliza
las normas de la sociedad.
Entonces, la teoría del control social atribuye
la delincuencia juvenil a la falla de la juventud de crear los
mismos vínculos y niveles de capital social que los
ciudadanos de ley. Esta falla en su proceso de
socialización hace que los jóvenes que la padezcan
sean más propensos a involucrarse en actividades
criminales. (Zappen, s/f)
Teoría de la
presión (Strain Theory)
Esta teoría se preocupa de cómo la
estructura de la sociedad contribuye a que algunos de sus
miembros no puedan alcanzar sus metas. Esto crea una
presión que abre el camino para que el individuo rechace
las metas aprobadas culturalmente y se acerque a la delincuencia
y al comportamiento criminal.
La teoría sostiene que las personas que cometen
crímenes poseen, básicamente, los mismos valores
que todos los demás, en estos valores se encuentra un
predominio de logros y éxito. Los caminos para conseguir
el éxito están restringidos para las personas de
clase social baja, entonces, los individuos de esta clase
enfrentan un gran dilema: o renuncian a los valores de
éxito y prosperidad o abandonan la obediencia a la
ley.
Las condiciones de la sociedad que le impiden al joven
lograr el éxito pueden causar un desafío hacia las
normas y valores socialmente aceptados, lo que lo conduce a
involucrarse en actos delictivos. Este patrón de
delincuencia puede llevar al joven a una vida en prisión o
a una vida sin éxito.
El planteamiento central es que los jóvenes de
clase baja comparten los valores de éxito de la cultura
dominante pero, por una inadecuada socialización, son
incapaces de competir efectivamente. Esto produce una
tensión que deben procurar resolver para no caer en una
vida de delito. (Zappen, s/f)
Teoría de la
cultura de la desviación
Ve a la delincuencia en función del ambiente en
el cual el joven vive. El ritmo de la delincuencia es mayor en el
interior de las ciudades, en vecindarios empobrecidos. Los
teóricos de esta perspectiva afirman que el ritmo de la
delincuencia se mantiene constante incluso cuando las personas
que allí viven cambian completamente.
De esto se deduce que es el ambiente el que produce a
los delincuentes, en general, y a los delincuentes juveniles, en
particular. Las condiciones que conduce a la creación de
un ambiente delincuencial son las condiciones sociales propias de
estas áreas: segregación económica, racial y
étnica y una alta incidencia de enfermedades sociales
(mortalidad infantil, desempleo,
deserción, etc.). El criarse en áreas culturalmente
desviadas generará estilos de vida criminales, en las que
los individuos pueden aprender patrones de comportamiento
desviado.
Todas las teorías hasta ahora expuestas explican
las causas sociales de la delincuencia juvenil en cierta forma.
Es necesario tomar en cuenta que estas teorías dejan de
explicar fenómenos importantes dentro de la
temática –esta afirmación no pretende
quitarles mérito- porque, como todo problema social, la
delincuencia juvenil es producida por un gran número de
factores causales. Por esta razón, la clave para tratar de
explicar la delincuencia juvenil es tratar de "rellenar" los
vacíos con las respuestas de otras teorías, es
decir, complementar una teoría con otra. (Zappen,
s/f)
La criminología crítica contempla la
delincuencia juvenil desde puntos de vista metodológicos
que cuestionan tanto la competencia objetiva como la subjetiva de
los tribunales de menores en cuanto a las competencias y
soluciones de las infracciones juveniles.
Las teorías tradicionales no toman en cuenta la
dimensión, social, económica y política del hacer y
el ser del hombre, por lo que entendían el delito como
acción individual que resulta de la voluntad del
delincuente.
En contraposición, para la teoría
crítica, la acción delictiva proviene de dos
sujetos activos: la
sociedad y el individuo. La acción individual no es libre
ni está enteramente predeterminada. Junto a la
acción del delincuente se encuentra también la
reacción de la sociedad, entonces el delito se atribuye
más a la sociedad que al delincuente por ser ésta
la que etiqueta como delito ciertas acciones y la que atribuye la
categoría de delincuentes a las personas que llevan a cabo
esas acciones.
La delincuencia juvenil es una realidad social
conflictiva que surge de la acción y reacción
dialécticas entre la estructura y los individuos. Esta
realidad es positiva porque manifiesta la postura de la juventud
ante los problemas de la sociedad, y negativa, porque viola
algunos de los derechos del hombre.
La noción de delito juvenil es el resultado de la
relación dialéctica que se produce entre el joven
que es influido por la estructura y el etiquetamiento de los
controles sociales, sin olvidar que estos controles
también actúan presionados por esa
estructura.
En cuanto a la acción delictiva juvenil, los
autores críticos plantean que al ser menor la edad del
sujeto, menor va a ser su actividad delictiva y mayor su
pasividad de etiquetación. Si es menor su actividad
delictiva es menor el perjuicio producido y, por consiguiente, es
menor su culpabilidad y responsabilidad porque a su edad la
libertad es muy reducida. En cuanto a la pasividad, lo que
aumenta es la victimación o la estigmatización en
la personalidad del joven que todavía se encuentra en
proceso de formación.
Dicho esto, los autores de la delincuencia juvenil se
constituyen en estructura
social e individuo, ambos son los protagonistas de la
criminalidad.
Los jóvenes intensifican su cultura juvenil y
retrasan la entrada al mundo de los adultos, es de esta forma que
crean su propio grupo (la sociedad juvenil) cada vez más
grande y contestatorio. Como control social, la sociedad
también es un sujeto activo de la delincuencia por su
acción inmediata de controlar, criminalizar y
estigmatizar. Los delitos juveniles no existirían si la
autoridad no formula leyes que tipifiquen y criminalicen un
comportamiento determinado. Los controles sociales sancionan a
los individuos, beneficiando menos y perjudicando más en
proporción inversa a la edad de los jóvenes.
Además, el ambiente comunitario disminuye la libertad de
los sujetos también en proporción inversa a su
edad.
La criminología crítica propone una
única respuesta a la delincuencia juvenil que es la
comprensión de esta realidad social como un conflicto
normal que nace por la injusticia estructural y que, como
consecuencia, pide la reforma de la estructura como la
solución. (Beristain en Beristain y Ottenhof,
1977)
Una tipología de
los delincuentes juveniles
En este apartado se expondrá una división
clasificatoria de los jóvenes delincuentes propuesta por
Don Gibbons en su obra Delincuentes juveniles y criminales
editada por primera vez en 1969. Esta clasificación se
presenta conforme al papel social que representan los
delincuentes juveniles, el patrón de comportamiento
delictivo se analiza como trayectorias de actuación
delictiva que se nutren de cuatro factores:
- La configuración del delito
- Un escenario ambiental de
interacción - La imagen que de si mismo tiene el
delincuente - Sus actitudes concomitantes
El autor llama la atención acerca de las
limitaciones de su tipología, admite que gran parte de los
estudios empíricos realizados no encajan perfectamente en
el cuadro clasificatorio. Sin embargo, se cuenta con una base
empírica suficiente para atribuir características a
ciertos tipos de transgresores.
El proceso que utilizó Gibbons para clasificar en
tipos fue el resultado de una exhaustiva revisión de
anales criminológicos y notas diferenciadoras ya
existentes y, por medio de deducciones lógicas,
estableció los rasgos fundamentales que distinguían
un tipo de otro. Así llegó a una
clasificación de jóvenes delincuentes según
nueve modalidades de su actuación en la
sociedad:
- El pandillero ladrón
- El pandillero pendenciero
- El pandillero casual
- El delincuente casual no pandillero
- El ladrón de automóviles
- El drogadicto
- El agresivo de peligrosidad extrema
- La joven delincuente
- El delincuente psicópata
Los tipos I, II, III y VI representan diversas
modalidades de delincuencia pandilleril de la clase baja, en
referencia a ello es que pueden ser agrupados.
Los adictos a las drogas se han
diferenciado de los pandilleros porque tales jóvenes no
pueden ser clasificados como los que no son adictos. Esta
categoría sólo incluye a los consumidores
habituales, esto debido a que existen razones sólidas para
creer que ellos forman un grupo separado con problemas de
personalidad más serios que lo de criminales no
consumidores.
En las categorías IV y V están tipificadas
dos formas delictivas que predominan en los jóvenes de
clase media. Lo que no quiere significar que los muchachos de
clase baja no roben autos o no
cometan delitos leves estando solos, pero la tendencia es a
concentrarse en las categorías I, II, III y VI.
Los tres tipos restantes (el comportamiento brutalmente
agresivo, el psicopático y la delincuencia
femenina) parecen no vincularse con alguna clase social en
particular.
El delincuente
pandillero ladrón
Incurre en delitos contra la propiedad
ajena y suele hallarse comprometido en actos de vandalismo. Este
tipo de delincuente es muy versátil en sus delitos pero le
atraen más los delitos que le dejan beneficios
monetarios.
Estos jóvenes poseen vínculos frecuentes
de asociación con otros compañeros también
delincuentes. El grado de afiliación pandilleril es muy
diverso, pero el patrón común es que el sujeto
comete sus violaciones respaldado por un grupo de
compañeros con los que comparte actitudes
antisociales.
La imagen de si mismos que tienen estos jóvenes
es la de delincuentes, se enorgullecen de su fama de rebeldes y
de su sangre
fría. Además manifiestas marcadas actitudes
antisociales como: hostilidad hacia los agentes de
policía, los tribunales, las instituciones y los
ciudadanos de ley. Normalmente, estos delincuentes se consideran
como víctimas de una sociedad que les niegan cualquier
clase de oportunidades, por eso las normas de cooperación
social les parezca un sin sentido.
Lo más común es que estos jóvenes
tengan una iniciación a temprana edad en las actividades
delictivas, el patrón a lo largo del tiempo es evolutivo
hacia transgresiones cada vez más graves y frecuentes. Sus
experiencias de vida en su carrera delictiva lo llevan a encarar
los conceptos negativos que la sociedad le atribuye y por ello
autojustifica su comportamiento.
Los jóvenes de esta categoría provienen de
clases bajas de los sectores urbanos. Su historial familiar se
caracteriza por una falta de orientación y cuidado
parental en lo referente a los malos ejemplos de la
delincuencia.
En el ambiente de la pandilla es donde el joven siente
respaldadas sus actitudes agresivas y donde encuentra el
estímulo y la gratificación para cometer los
delitos.
En cuento a su
experiencia con organismos consignatarios, los trasgresores
clasificados en este tipo tienen asuntos pendientes con la
policía desde edades tempranas. Usualmente, los tribunales
de menores ya están acostumbrados a tratar con ellos y los
consideran como incorregibles después de muchas entradas a
entidades correccionales.
El delincuente
pandillero pendenciero
Este tipo está conformado por adolescentes que
son miembros de pandillas de vagos que se dedican a merodear las
calles y a buscar peleas con otras pandillas donde ventilan sus
rivalidades y diferencias. Estos pandilleros pertenecen a
organizaciones
delictivas bien definidas que poseen emblemas y distintivos
incluso en su vestimenta. El sentimiento de pertenencia es muy
fuerte por lo que los amigos se consiguen dentro del mismo
clan.
Estos individuos se ven a si mismos como miembros de una
pandilla de rebeldes, no como delincuentes propiamente dichos.,
de hecho, la mayoría no se consideran como aprendices de
la carrera del crimen.
Sus actitudes se condensan en la idea que el mundo les
niega las oportunidades, por ejemplo, dudan que por medio del
trabajo puedan salir adelante. Una de sus actitudes más
marcadas en contra de los organismos policiales a los que acusa
de no comprender sus sentimientos como miembros de una
pandilla.
La trayectoria de actuación se inicia en la
adolescencia temprana y de la afiliación resultan actos
repetitivos de índole delictuosa. Parece ser que gran
parte de estos jóvenes vagos tienden a reajustarse a la
vida social después de cierto tiempo en las
pandillas.
Los trasgresores de este tipo también provienen
de clases bajas, lo que caracteriza su medio ambiente
es una gran cantidad de población flotante sin importantes
niveles de articulación social. Su ambiente familiar se
construye con unos padres que a duras penas logran mantenerse,
portadores de actitudes sociales positivas y que reprueban las
actividades delictuosas de sus hijos pero no son capaces de
meterlos en cintura.
Los pendencieros crean una matriz de
opinión que comparten con todos sus compañeros de
vagabundeo. La afiliación al grupo implica que los
miembros se rijan por principios de audacia y que repugnen la
cobardía al enfrentarse a riñas
callejeras.
Las instituciones sociales van fichando a estos sujetos
como no convenientes ya que siempre que se requiere su
participación resulta expulsado por su disposición
a la agresividad constante. A lo largo de sus experiencias en
pandillas, los trasgresores de esta categoría se
encuentran muy a menudo con la policía pero, en la
mayoría de los casos, no se procede al arresto oficial.
Los policías tratan de dispersarlos para que no se den
nuevas peleas sin arrestar a nadie, a menos que se sobrepasen
límites de destrucción y se cometan severos
daños a la propiedad e integridad de los
individuos.
El delincuente
pandillero ocasional
Los pandilleros ocasionales participan en riñas y
cometen robos y vejaciones. Los actos delictivos se llevan a cabo
en compañía de compañeros y es muy
común que cometan sus fechorías tan sólo por
buscar diversión. Si se afilia a un grupo de delincuentes
sólo lo hace de manera ocasional no asidua y, el resto de
los miembros del grupo lo ven como una especie de agregado con el
que no guardan una relación personal.
Estos trasgresores ocasionales no se consideran a si
mismos como delincuentes. Aunque están conscientes de la
índole delictuosa de sus actividades, se diferencian del
resto de los pandilleros que realmente son
delincuentes.
Estos pandilleros muestran cierta hostilidad hacia la
policía y los representantes de la ley. Sien embargo, sus
actividades rutinarias no resaltan significativamente del resto
de los individuos que lo rodean. Alientan actitudes positivan
hacia al trabajo lícito y cuentan con tener este tipo de
trabajo al llegar a la edad adulta.
Estos delincuentes se inician a edades tempranas pero
cuentan con grandes posibilidades de poner fin a sus actividades
delictivas en cortos períodos de tiempo. De hecho, tienen
mayor probabilidad de reajustarse en su vida adulta y convertirse
en ciudadanos honrados.
Al igual que las categorías anteriores, los
delincuentes ocasionales provienen de barrios de clase baja de
las metrópolis. También comparten rasgos en cuanto
al historial familiar, aunque estos trasgresores cuentan con
familias en las que es más cuidadosa el control y
supervisión sobre los hijos, de forma que sus padres les
han enseñado defensas contra los principios
ilegales.
El pandillero ocasional se asocia con otros
jóvenes pero no su relación no llega a ser tan
profunda como para que el trasgresor llegue a separarse de sus
amigos no delincuentes. Así, divide su tiempo entre ambas
compañías y, por querer mantenerse en buenos
términos con ambos sectores, no resiente fuertemente el
influjo de los ejemplos delictuosos.
Al ser sus trasgresiones menos graves y frecuentes,
tiene menos encuentros con los organismos policiales. Normalmente
los encuentros son informales en los que el funcionario le
advierte al individuo acerca de sus actuaciones pero no emprende
contra él acciones mayores. La consecuencia más
probable de estos acercamientos es que los adolescentes, por
miedo a represalias más formales, terminen
alejándose del medio delictivo.
El delincuente casual
no pandillero
Son los adolescentes que perpetran delitos sin
pertenecer a ninguna pandilla identificable. Este género
comprende delitos de varias especies, estos generalmente
reproducen un patrón individualista de conducta. La
interacción dominante en el círculo de amistades es
de orden no delictivo. A pesar de ello, puede darse una
interacción conjunta de copartícipes en los
delitos.
Cometen pequeñas trasgresiones desde hurtos de
menor cuantía hasta ciertos actos de vandalismo. En
algunos casos las ofensas llegan a causar graves daños,
pero parece suceder como excepción.
Estos trasgresores pueden operar en
compañía de otros jóvenes que no asan por
delincuentes ante la sociedad y tampoco se consideran como tales.
El grupo se dedica a actividades lícitas, aunque no falta
quien cometa un delito de vez en cuando. Dentro del grupo no se
pierde el prestigio por participar en un delito, pero tampoco se
consigue una mayor reputación.
Estos jóvenes se ven a si mismos como no
delincuentes, al ser aprehendidos suelen reconocer sus faltas y se
avergüenzan de ellas. Ellos ven a los delitos cometidos como
diversión no como manifestaciones de verdadera
delincuencia. Para con los demás, muestran actitudes
prosociales no agresivas. Los delitos cometidos son ocasionales y
poco numerosos.
El delincuente casual no pandillero suele provenir de la
clase media. Sus padres suelen haber tenido un éxito
relativo en sus esfuerzos por educar al joven, infundirle
actitudes de cooperación y aspiraciones de triunfar en la
vida. Es el afán de buscar diversión sin
reflexionar es lo que los conduce a ciertas exageraciones
delictuosas.
Las experiencias con organismos consignatarios son muy
escasas tanto por el carácter intrascendente de sus
infracciones como por el hecho de pertenecer a un medio social
medianamente estable y desahogado.
Los llamados paseadores escandalosos roban
automóviles sin el propósito de desmantelarlos o de
lucrarse. Dentro de sus comunidades tienen fama de libertinos a
los que les gusta emborracharse y andar con muchachas
también consideradas libertinas. Generalmente, sus
actividades ilícitas se limitan a robar autos y rara vez
se ven envueltos en otro tipo de delitos.
Estos roba-vehículos se mueven en un grupo
bastante desarticulado de jóvenes, por lo que no muestran
mayores impedimentos al asociarse con cómplices
nuevos.
Estos jóvenes se consideran a si mismos como no
delincuentes y no dejan de subrayar las diferencias existentes
entre ellos y los verdaderos delincuentes. Ellos miran sus
actividades delictivas como una prueba de su temple, masculinidad
y sangre fría. Sus actitudes mantienen una
disposición receptiva frente a la sociedad ya que aceptan
y se adaptan a los estándares convencionales.
La iniciación se da en la adolescencia con el
primer robo y puede prolongarse varios años con paseos
ocasionales. Parece existir una tendencia a poner fin a la
carrera de roba autos hacia el final de la adolescencia,
comportándose de allí en adelante como ciudadanos
de ley.
Estos trasgresores suelen ser jóvenes de clase
media cuya posición económica es desahogada. En su
cuadro familiar puede constatarse un cuidado suficiente y
constante por parte de los padres, pero suele observarse una
falta de interrelación íntima con el
padre.
Estos trasgresores se muestran bien adaptados al medio.
Aunque se relacionan con compañeros no delincuentes,
parecen preferir asociarse con otros con los que comparta la fama
de rebeldes y descarriados.
Gracias al grado relativo de educación social que
poseen, terminan por plegarse a las normas convencionalmente
aceptadas y llegan a comportarse como cualquier ciudadano
honrado.
En su mayoría, los jóvenes drogadictos
hacen de los enervantes su línea única y
específica de trasgresión. Aunque hay entre ellos
quienes cometen otros delitos su propósito es conseguir
dinero para
mantener una provisión constante de droga.
El medio de los drogadictos se configura como una
subcultura de vividores inmorales, al asociarse con otros adictos
siguen finalidades muy complejas. El tráfico de drogas
requiere una red de
ayuda mutua en la que los adictos comparten información
sobre las fuentes de abastecimiento y medios de contacto. Es
importante destacar que al drogadicto "perdido" se le ve en otros
ambientes delictivos como un sujeto anormal del que no conviene
fiarse.
El drogadicto ve en si mismo una persona cuyos azares de
la visa le justifican el ser drogodependiente. Algunos poseen una
imagen de individuos recios y de sangre fría que saben
ganarse la vida empleando las técnicas para la
extorsión. Sus actitudes se caracterizan por dar vida a
protestas en contra de la sociedad que no cesa de perseguirlo y
que tiene muy poco que ofrecerle. Con respecto al trabajo, las
actitudes son negativas, aunque su animadversión es contra
cualquier tipo de autoridad establecida.
En su trayectoria de actuación, se trata de
jóvenes que empiezan siendo pandilleros pero luego se
alejan del medio para entregarse a la
drogadicción. También el joven pude hacerse
drogadicto en ambientes de tipo convencional. El joven
drogodependiente continúa en el vicio hasta convertirse en
adulto y luego se le hace muy difícil dejar las
drogas.
Normalmente, los drogadictos provienen de barrios
urbanos de clase baja. Este tipo de delincuente está
conformado por personas pertenecientes a las clases más
desposeídas que sufren grandes dosis de frustración
social, de falta de oportunidades y de impotencia para mejorar su
vida por medios lícitos.
El medio familiar del que proceden los delincuentes
drogadictos se caracteriza por una falta de lazos parentales
íntimos, por lo que la vida familiar suele parecerle
intrascendente y sin sentido. Los viciosos tienden a relacionarse
entre ellos, lo más común es que se inicien en la
droga por medio de compañeros adictos y optan por
separarse por completo de los no adictos delimitando sus
relaciones de interacción a su círculo adictivo.
Este círculo ejerce una influencia importante para que el
individuo persista en el vicio porque la atmósfera del grupo
legitima el uso de las drogas.
En el curso de su carrera delictiva el drogadicto
mantiene numerosos contactos con organismos policiales y
judiciales.
El agresivo de
peligrosidad extrema
Esta categoría se refiere a los agresores
más asociales que perpetran atentados graves y tortuosos
contra víctimas humanas. Los jóvenes de agresividad
más peligrosa son los que cometen ofensas aparentemente
inexplicables en contra de sus iguales. Las acciones vejatorias
que cometen se caracterizan por su extrema crueldad, la
mayoría de estos trasgresores se contentan con
ensañarse contra sus víctimas de forma
física.
Por la índole difusa e impredictible de su
agresividad, los trasgresores no mantienen vínculos
cercanos con sus compañeros. Generalmente, no se ven a si
mismos como delincuentes, por el contrario, piensan que son las
víctimas de un medio hostil que se ha empeñado en
acosarlos. El joven peligrosamente agresivo se muestra retador y
se convence que nadie es de fiar. Por esta creencia sobre los
demás, siempre se lanza primero al ataque antes de verse
herido o castigado por otros.
Estos jóvenes agresivos comienzan su carrera
delictiva incluso antes de llegar a la adolescencia, las
posibilidades de reajuste en la edad adulta son muy
escasas.
No proceden de ninguna clase social particular.
Además, en su núcleo familiar se ven rechazados por
los padres.
Es poco probable que estos jóvenes tengan
capacidad de relacionarse con sus iguales. Se abstienen de hacer
amigos por sus actitudes hostiles, sin contar con que los que los
conocen procuran no acercarse por temor a reacciones
violentas.
Generalmente, cuentan con un largo historial policial.
La actitud que guardan con los organismos de autoridad es hostil,
tan sólo como un sentimiento disperso.
Las jóvenes delincuentes cometen delitos muy
variados, aunque lo más común es que se envuelvan
en delitos de índole sexual. Normalmente no se involucran
en actividades de pandillaje con cómplices de su mismo
sexo, si forman grupos lo hacen porque sus compañeras
adolescentes las etiquetan de locas o descarriadas.
Estas jóvenes no se ven como delincuentes, se
justifican con la idea de ser luchadoras, fuertes, rudas, etc.
Sus actitudes son hostiles hacia los representantes de la ley e,
incluso, hacia sus padres.
Las muchachas que delinquen comienzan a hacerlo luego de
haber pasado la pubertad, es
frecuente que su carrera delictiva se interrumpa en la edad
adulta por casarse o tener hijos.
El cuadro familiar de estas adolescentes es
atípico en comparación con las que no son
delincuentes. En el es posible descubrir algún grado de
tensión familiar que la pone en conflicto con sus padres o
familiares cercanos que le reclaman actitudes.
En cuanto a la influencia del grupo de
compañeras, estas jóvenes prefieren relacionarse
con otras muchachas y muchachos delincuentes. Sin embargo, estas
relaciones de camaradería no representan sino un papel
secundario a la hora de cometer un delito, no llegan a conformar
una subcultura criminal.
Son trasgresores que perpetran delitos extravagantes de
carácter individualista y de orden grave. En esta
categoría entran los ataques aislados y
esporádicos, y la perversión sexual. Los
jóvenes de esta categoría suelen ser diagnosticados
como neuróticos o prepsicópatas.
Los jóvenes que cometen estos delitos tienden a
mostrarse esquivos, reservados y ajenos al medio de
interacción de sus iguales. Los trasgresores de este tipo
no se consideran delincuentes, la imagen de si mismos difiere
tanto de los delincuentes como de los no delincuentes. Son
personas bastante introvertidas y dan muestras de sufrir grandes
preocupaciones acerca de su persona.
Normalmente exhiben actitudes similares a las del resto
de la gente, cuando muestran algunas actitudes no usuales es muy
probable que se encuentren bajo el influjo de alguna
fijación obsesiva.
En la trayectoria de su actuación cometen pocos
delitos pero de orden grave, es por esto que mantienen contactos
frecuentes con los organismos policiales y tribunales de menores.
Al llegar a la edad adulta suelen comprometerse en problemas
incluso más serios. Algunos de estos individuos terminan
encerrados en sanatorios para enfermos mentales.
No encuentra ningún tipo de concentración
especial en una clase social, por lo que parece ser que los
factores causales de este tipo de delitos están desligados
del estilo de vida típico de la clase
socioeconómica.
El cuadro familiar de procedencia de estos individuos
muestra una variedad de rasgos atípicos. Suelen criarse en
un ambiente bastante represivo con la marcada existencia de una
interacción parental-filial anormal.
Estos jóvenes son solitarios y retraídos,
no sólo en la perpetración de delitos sino sino en
todos sus actividades en general. Los problemas personales que
sufren son lo que los llevan a cometer actos delictivos, por esta
razón sus problemas pesan más sobre ellos que
cualquier resentimiento por verse en manos de la ley.
Estadísticas
oficiales sobre la delincuencia juvenil
Los datos básicos para la estimación del
nivel y tipo de la delincuencia son, inevitablemente, los que se
encuentran en los organismos oficiales, producidas por la sus
propias oficinas de estadística. Estos datos sirven como la
puerta de entrada a una problemática que no puede
definirse sin recurrir a los datos básicos de la
estadística oficial.
Una revisión sistemática de las
estadísticas oficiales se convierte en una necesidad
imprescindible para cualquier investigación que se inicia
en la temática de la delincuencia juvenil.
Lamentablemente no se logró romper con el
hermetismo y la burocracia de los
organismos oficiales que en el país se encargan de
colectar, procesar y seleccionar la distribución de las
estadísticas referidas a la delincuencia en general y a la
delincuencia juvenil en particular. Por esta razón, no se
tuvo acceso a los datos vitales que sustentan la
investigación y debemos limitarnos a analizar los datos
del Instituto Nacional del Menor que, debe comentarse, son poco
concluyentes por tratarse únicamente de menores
infractores asistidos en centros especiales, datos
empíricos que serían ideales para un estudio de
asistencia social mas no de delincuencia juvenil. Para más
detalles acerca del infructuoso proceso para tener acceso a dicho
tipo de información el lector puede remitirse al apartado
de anexos.
Desde el año 1997 hasta el 2001, se asistieron un
total de 75.522 menores transgresores.
En la distribución de los menores transgresores
asistidos, la tendencia en estos cinco años es hacia una
disminución progresiva del número de menores. Cabe
destacar que entre los años 1998-1999 la
disminución registrada fue menor a la esperada. Para el
año 2001 se atendieron 5.944 menores transgresores, cifra
3,5 veces más baja que la registrada para 1997. Sin
embargo, es importante destacar que la disminución del
número de menores transgresores asistidos no
necesariamente se debe a una baja en las tasas de delincuencia de
menores. Las razones podrían estar asociadas más a
una debilidad institucional que afectara la capacidad de atender
a los menores que a una disminución real de la
delincuencia en este grupo de edad.
Para ver el cuadro y el gráfico
seleccione la opción "Descargar" del menú
superior
En cuanto al tipo de infracción cometida, la
distribución porcentual de los menores transgresores
muestra el predominio del atraco sobre el resto de las
categorías representando un 25,2% de la totalidad de
infracciones.
La mayor disminución en los cinco años
estudiados, en valores absolutos, se evidencia en la
categoría de hurtos, seguida por las lesiones personales,
el uso de drogas y el atraco.
En el año 1998, se registró un aumento
considerable de los menores asistidos por uso de drogas,
destrucción de la propiedad, atraco y arrebatón.
Algunos de estos aumentos se mantuvieron en 1999, tal es el caso
de las dos últimas infracciones
señaladas.
Cabe destacar el peso significativo que mantiene la
categoría otros por encima del resto, 22,6%. No se
especifica que tipo de infracción entra en esta
categoría que, debido a su importancia, debía ser
desagregada para especificar las infracciones y su peso relativo
con respecto a las demás.
Para ver el gráfico seleccione la
opción "Descargar" del menú superior
Desde el año 1997 hasta el 2001, se asistieron un
total de 97.405 menores infractores, cifra significativamente
mayor al total de menores transgresores asistidos.
En la distribución, la tendencia en esos cinco
años es hacia una disminución progresiva del
número de los menores infractores asistidos. Para el
año 2001 se atendieron 9.438 menores transgresores, cifra
2,9 veces más baja que la registrada para 1997. Cabe
destacar que la disminución del número de menores
infractores registrada para el año 1999 fue menor a lo que
podrías esperarse por la continuidad de la tendencia. Al
igual que la distribución analizada anteriormente, no
puede concluirse que esta tendencia a la baja se deba a una
progresiva disminución, durante los años indicados,
de la tasa de delincuencia juvenil.
Para ver el cuadro y el gráfico
seleccione la opción "Descargar" del menú
superior
En cuanto a la causa de ingreso que se refiere al delito
cometido, la distribución porcentual de los menores
infractores muestra el predominio de otros sobre el resto de las
categorías representando poco menos de la mitad (42,6%) de
la totalidad de infracciones. Igual que en el análisis
anterior, no se especifica el delito de causó el ingreso
y, en este caso, sería algo incluso más importante
por el gran peso que posee la categoría con respecto al
resto de ellas.
A esta categoría, de la que es poco lo que se
puede concluir, le siguen de lejos en cuanto a su peso en
función del total de delitos: el atraco, con 15,9%, el
homicidio, con 6,6% y la tenencia de drogas, con 5,9%.
En el año 1998, se registró un aumento
considerable de los menores asistidos por destrucción de
la propiedad, atraco, vagancia, mendicidad, desvalijamiento de
vehículos y arrebatón. Algunos de estos aumentos se
mantuvieron en 1999, tal es el caso del desvalijamiento, el
arrebatón, la mendicidad, la destrucción de la
propiedad y el atraco.
Durante 1999, también se registraron incrementos
considerables en las categorías: ingestión de
bebidas alcohólicas, porte de armas, prostitución, delito contra las personas y
deambulismo.
Para ver el gráfico seleccione la
opción "Descargar" del menú superior
Las principales limitaciones de la realización de
esta investigación se basan en dos focos principales. El
primero de ellos se trata de la carencia de investigaciones
similares en el país, que enfoquen el fenómeno de
la delincuencia juvenil desde la perspectiva de la
sociología de la desviación y que se encuentren
actualizadas. Esto obligó a los autores a explotar su
creatividad
académica de modo de exponer de forma clara, precisa y
sistemática el fenómeno social estudiado. Por
supuesto, se espera haber logrado el objetivo.
La segunda limitación a la que se enfrentó
la investigación tiene que ver con las estadísticas
oficiales de la delincuencia juvenil. Por un lado se encuentra el
difícil acceso que parece ser característico de las
estadísticas desagregadas de la delincuencia en general en
el país, en las palabras de un funcionario del CIPCC de El
Llanito al preguntarle por estas estadísticas:
"veré que puedo hacer, pero uds. saben que esa es una
información muy delicada". Por otro lado, en lo que se
refiere a las estadísticas que se obtuvieron, se
encuentran los problemas típicos de la estimación
de la delincuencia relacionados con la extensa gama de
definiciones posibles. Toda medición adolece de fallas que
son considerables en cuanto que se trata de datos recolectados a
través de varias organizaciones o diferentes niveles
administrativos. Esto tiene como consecuencia la no concordancia
entre las distintas fuentes de datos por las distintas
definiciones empleadas. Si a esto se le añade la notoria
importancia de la delincuencia oculta –que podría
incluso ser mayor a la conocida-, entonces parece existir
evidencia para apoyar la relatividad de la veracidad de estos
datos estadísticos.
La delincuencia juvenil en Venezuela es un
fenómeno social constituido por el conjunto de las
infracciones penales cometidas por los sujetos mayores de catorce
años y menores de dieciocho. Junto a esta
definición se encuentra el hecho que los delitos cometidos
se relacionan íntimamente con la situación social
en la que se desarrollan, ambos elementos establecen las bases
del estudio de la delincuencia juvenil.
Para el año 2001 la población total de
Venezuela fue de 23.054.210 habitantes, distribuidos a lo largo
de los diferentes grupos de edad. La población menor de 18
años registrada fue de 9.505.1898, lo que representa el
41,2% del total de habitantes del país.
Así, poco menos de la mitad de la
población total de Venezuela está compuesta por
niños y adolescentes. Este un indicador elocuente que
refleja la importancia de este sector poblacional en la
dinámica del país en su conjunto, en especial en el
desarrollo socio-económico. De allí lo esencial de
tomar en cuenta los problemas que afectan a los menores de edad,
entre ellos la delincuencia juvenil tal como fue
definida.
Otro aspecto importante de este grupo de edad es la
pobreza, de acuerdo con estimaciones de UNICEF, ésta
afecta de forma más intensa a los menores de 18
años. Mientras la población total de Venezuela
sufre un nivel de pobreza de 56,6%, la pobreza entre menores de
18 años alcanza la alarmante cifra de 71,8%.
El Sistema Penal de Responsabilidad del Adolescente
está conformado por un conjunto de órganos y
entidades que se encargan de establecer la responsabilidad del
adolescente por los hechos punibles en los que incurra,
así como aplicar y controlar las sanciones
correspondientes. El adolescente que incurra en hechos punibles
responde en la medida de su culpabilidad, de forma diferenciada
del adulto. La diferencia está en la sanción y la
jurisdicción especializada. En cuanto a las sanciones su
finalidad es primordialmente educativa, se complementa con la
participación de la familia y el
apoyo de especialistas; los principios orientadores de las
medidas son el respeto a los derechos humanos, la
formación integral del adolescente y la búsqueda de
su adecuada convivencia familiar y social, estas sanciones son:
amonestación, imposición de reglas de conducta,
servicio a la comunidad, libertad asistida, semi-libertad y
privación de libertad.
Diversas teorías direccionan sus planteamientos
hacia la exposición de respuestas diversas para el
fenómeno de la delincuencia juvenil, unas bajo la
perspectiva bio-anatómica y otras con una visión
más sociológica. Las primeras, relacionan ciertos
rasgos corporales innatos con características propias de
los delincuentes. Las segundas, foco de especial interés
para este estudio, intentan explicar el fenómeno de la
delincuencia juvenil valiéndose de elementos
sociales.
Para la teoría de la asociación
diferencial, la vida delictiva se aprende de la experiencia, la
causa de que el joven sea delincuente se le atribuye al ambiente
en el que se haya criado. En la teoría de la anomia, el
comportamiento delictivo se muestra como un síntoma de
frustración que puede acentuarse entre grupos que sufren
una presión social especial, la discrepancia entre medios
y metas empuja al joven a conseguir sus metas por el medio
delictivo. Esta teoría se relaciona con la llamada strain
theory que afirma que la estructura de la sociedad contribuye a
que algunos de sus miembros no puedan alcanzar sus metas. Esta
situación crea una presión que conduce al individuo
a rechacer las metas aprobadas culturalmente y acercarse al
comportamiento criminal.
La teoría de las subculturas criminales afirma
que existen grupos que dentro de la sociedad se apartan de las
normas y valores de la mayoría, en estas subculturas los
jóvenes afectados se juntan para conformar una
solución colectiva para su descontento y cada miembro del
grupo recibe apoyo de otros cuya situación es
parecida.
Por su parte, los teóricos de la elección
racional sostienen que la desviación resulta de un
cálculo altamente racional de riesgos y recompensas. Los
jóvenes, si bien se les atribuye el hecho de no pensar
antes de actuar, sopesan las posibilidades de obtener un
beneficio y los riesgos de ser atrapado, de esta forma deciden su
curso de acción delictiva.
Los teóricos del conflicto argumentan que la
delincuencia juvenil es el resultado de un conflicto societal
entre dos o más grupos, conflicto con base en la constante
lucha de poder.
La teoría del etiquetamiento es de gran
importancia para entender la delincuencia juvenil, ayuda a
explicar las consecuencias a largo plazo de la etiqueta de
desviado en la identidad social del joven individuo. Si un joven
es etiquetado como delincuente, su propia identidad puede
desarrollarse de forma que se vuelva más propenso a las
actividades delictivas. Por el concepto negativo de su identidad,
puede involucrarse con el crimen y asociarse con otros
delincuentes con los que comparte la etiqueta
atribuida.
La teoría del control social atribuye la
delincuencia juvenil a la falla de la juventud para crear
exitosamente vínculos y niveles de capital social. Esta
falla en su proceso de socialización hace que los
jóvenes aumenten su probabilidad de involucrarse en
actividades criminales.
La teoría de la cultura de la desviación
sostiene que es el ambiente el que produce a los delincuentes.
Las condiciones conducen a la creación de un ambiente
delincuencial, al joven criarse en áreas culturalmente
desviadas generará estilos de vida criminales.
Por último, la teoría crítica
mantiene que la acción delictiva proviene de dos sujetos
activos: la sociedad y el individuo. Junto a la acción del
delincuente se encuentra también la reacción de la
sociedad, entonces el delito se atribuye más a la sociedad
que al delincuente por ser ésta la que etiqueta como
delito ciertas acciones y la que atribuye la categoría de
delincuentes a las personas que llevan a cabo esas acciones.
Así, la delincuencia juvenil es una realidad social
conflictiva que surge de la acción y reacción
dialécticas entre la estructura y los
individuos.
Para terminar el análisis teórico se
recurrió a una tipología de los delincuentes
juveniles desarrollada por Gibbons, clasificación que se
presenta conforme al papel social que representan dichos
delincuentes. El autor analiza el patrón de comportamiento
delictivo según la configuración del delito, el
escenario ambiental de interacción, la imagen que de si
mismo tiene el delincuente y sus actitudes concomitantes.
Así logra establecer nueve tipos: el pandillero
ladrón, el pandillero pendenciero, el pandillero casual,
el delincuente casual no pandillero, el ladrón de
automóviles, el drogadicto, el agresivo de peligrosidad
extrema, la joven delincuente y el delincuente
psicópata.
Por un proceso infructuoso en la recopilación de
datos estadísticos oficiales sobre la delincuencia
juvenil, el análisis de datos que sustentan el estudio se
limitó a las cifras provenientes del Instituto Nacional
del Menor. En las distribuciones de los menores transgresores e
infractores, la tendencia entre 1997 y 2001 es hacia una
disminución progresiva del número de menores
asistidos. Estas disminuciones no necesariamente se deben a una
baja real de la delincuencia en este grupo de edad,
podrían estar asociadas a una debilidad institucional que
afecta la capacidad de atender a los menores.
A pesar de ser estadísticas poco concluyentes,
puede afirmarse que el delito más frecuente cometido por
los menores es el atraco, seguido del homicidio, el uso de drogas
y el hurto. Lamentablemente, por la falta de otros datos
estadísticos que permitan determinar el "estado del
arte" de la
delincuencia juvenil en el país, no puede existir el
atrevimiento de llegar a establecer afirmaciones más
allá de las expuestas.
Si con este estudio se logra llamar la atención y
estimular la generación de nuevos conocimientos acerca de
la problemática de la delincuencia juvenil en Venezuela,
se puede afirmar que su propósito implícito ha sido
alcanzado.
Las diversas teorías ya expuestas sugieren
cualquier cantidad de medios distintos para prevenir o tratar la
delincuencia juvenil. Por ejemplo, si se habla de la
teoría de anomia, la respuesta a la delincuencia juvenil
vendría de la mano con reformas que permitan una
distribución más igualitaria de oportunidades y un
incremento de los medios legítimos para alcanzar las metas
de éxito, de forma tal que el modo de vida delictivo
pierda por completo su atractivo. Es más, si se concibe la
delincuencia como propia de individuos que actúan sin
racionalidad y que no controlan emociones
primitivas, la solución se encontraría en la
salud mental de
la comunidad. Y así, se podría continuar con
soluciones totalmente distintas provenientes de estas distintas
teorías. No es el caso exponerlas pues no tendría
sentido alguno, se trata entonces de entender que, generalmente,
se buscan líneas de acción que se anticipan al
conocimiento
científico pues los problemas no aguardan a la
resolución de discusiones académicas por tal o cual
solución de ésta o aquella
teoría.
En la realidad, las situaciones que llevan a los
jóvenes a delinquir son tan complejas que lo ideal es
sugerir diversas líneas de ataque más
específicas, pero se debe tener en cuenta que éstas
no deben trabajar independientemente de las demás. Un
cierto grado de integración en las propuestas para la
acción podría arrojar mejores resultados y
sería menos complicado evaluarlos. Por ejemplo, se debe
atribuir absoluta prioridad a la inversión en proyectos
socio-económicos y culturales consistentes, los cuales,
con el apoyo de las familias e instituciones, permitan garantizar
educación, profesionalización y valorización
afectiva de los jóvenes de las periferias de forma tal que
se logre bloquear el proceso de su reclutamiento para la
criminalidad.
Sin embargo, para que las propuestas de ataque den
importantes resultados, es necesario que previamente se
solucionen una serie de problemas que traban las acciones de
dichas propuestas. En Venezuela, las mayores dificultades para la
prevención y el tratamiento de la delincuencia juvenil
vienen dadas por un grado importante de ineficiencia
institucional que, aunada a los recursos financieros limitados
característicos de todo gobierno local,
regional y central, engrandecen una especie de agujero negro que
traga las intenciones de actuar para resolver o mejorar este
problema social. Son muchos los organismos y las necesidades que
entran a la gran competencia por la asignación de
recursos, en el país, durante los últimos cinco
años, se ha priorizado la asignación de recursos al
proyecto
político lo que ha restado importancia a la
asignación a otros proyectos importantes, entre ellos el
del tratamiento y prevención de la delincuencia
juvenil.
Por otra parte, si bien las respuestas a los problemas
no aguardan por el
conocimiento, esto no puede convertirse en excusa para dejar
de estudiar y analizar sistemáticamente una realidad
problemática que afecta a muchos sectores de la sociedad.
Es indispensable la obtención de muestras empíricas
que den luces acerca de que es lo más importante a tomar
en cuenta y que faciliten la evaluación
y el cumplimiento de los objetivos de los programas. Las
investigaciones en la temática de la delincuencia juvenil
parecen haberse detenido desde la década de los 70’
y 80’, situación que no favorece en lo absoluto las
directrices para su resolución.
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Nueva York, 13 p., fecha de la consulta: 17-11-04.
La calidad de
vida de una nación
se puede –se debe- medir en términos de la buena
educación que reciba su gente, un pueblo bien alimentado
no sufrirá las penurias de la indigencia ni del
hacinamiento; una nación
bien educada asegurará el bienestar psicosocial del
colectivo y no sufrirá los horrores del abuso de poder,
del desconocimiento de las leyes ni de las falsas promesas de sus
gobernantes. Las Instituciones Estatales han de ser los pilares
que sostendrán la superestructura que corresponde ser un
Estado. Bien lo proclamaban los más insignes venezolanos
integrantes de la generación de los notables
decimonónicos, quienes aseguraban que en la medida en que
se logre institucionalizar al país e inculcar desde sus
instituciones los valores de seriedad, equidad,
honestidad y
responsabilidad, en esa misma medida estará echando
raíces la recién nacida
República.
La satisfacción del colectivo debe ser la suma de
todas las satisfacciones individuales, ésta fue la punta
de lanza de aquellos ilustres personajes al estilo D’Holbah
o Diderot. Si las satisfacciones individuales son confusas, muy
dispersas o poco visibles en la mayoría, el objetivo no se
habrá logrado, el mal aun no se habrá remediado. El
gran problema del estado venezolano radica, en buena medida, en
la debilidad de sus instituciones, en lo poco parsimoniosas de
las autoridades que rigen los destinos del país. La
juventud ha sufrido todo un atropello –sobretodo en la
segunda mitad del Siglo XX- que ha desembocado en una ola de
violencia, de alineación y de desviación. No se
puede estar bien cuando, en el colectivo, la satisfacción
no es precisamente la que reina, sino un cierto sentido de
frustración, de desánimo, de desmotivación
que conduce irreversiblemente a la infelicidad y al abandono de
los más grandes sueños.
Si un conglomerado juvenil, que en es en sí mismo
el que lleva sus manos abiertas para recibir el testigo y relevar
a quien ya no debe continuar, no le es permitido el buen
desenvolvimiento en sus diversos espacios, el camino será
cuesta arriba y las instituciones, en mucho de los casos,
tendrán que asumir la culpabilidad.
La idea no es anclarse en un marasmo pregomecista ni
anquilosarse en el capricho personal del que quiere imponerse
sobre el más débil; pero es que aquél que ha
salido de quién sabe dónde y se ha puesto en contra
de un sistema capital sembrado en el liberalismo
acusándolo –de paso- de salvaje, es el mismo que ha
sembrado una extraña especie de Laissez Faire
caudillista cuyo Laissez Passer serán efectos
ruines que no tardan en hacerse sentir. ¿Cómo no
observar unos índices de delincuencia in-crescendo cuando
no hay una presencia burocrática, un control
burocrático que los regule? ¿Acaso se puede pensar
que aquella providencia, de la que tanto hablaba Hegel en su
concepción teleológica de la historia, va a modificar las
ya vergonzantes cifras de descontento social?
Tan decepcionante es el panorama que, al tener las
mínimas intenciones de acercarse a los organismos a
solicitar cualquier dato, cualquier información, el
fracaso está garantizado de antemano; la poca
interdependencia de las instituciones, la responsabilidad y
competencia de sus integrantes y el compromiso de éstas de
asegurar el bienestar común es ya una utopía.
Bástese querer hacer una investigación, sea cual
fuere su naturaleza, su fin o su campo, para observar la
ineptitud de los que conforman los pilares del armazón
estatal. Tener acceso a unas simples y predecibles cifras,
índices, estadísticas o como se quiera llamar,
lleva incrustado el más penoso vía crucis que
además, por cierto, es discontinuo e
infructuoso.
Primera Estación: Cuerpo de Investigaciones
Científicas Penales y Criminalísticas (CICPC),
ubicado en la Urb. Colinas de Bello Monte –IUPOL-, Caracas,
16 de diciembre, día festivo tanto para el Instituto
Universitario de Estudios Penales y Criminalísticos de la
Policía Científica Venezolana como para los
familiares de los funcionarios. De fiestas navideñas,
música,
escenario infantil, venta (que
regalías ha de haber) de teléfonos móviles y
uno que otro empleado seriamente ubicado en su puesto de trabajo.
"Deben hablar con el jefe de la Comisaría" (…) "Pero
hoy es un día festivo, la biblioteca no está
disponible, estamos de parranda, mañana, aunque lo
dificulto, puede ser" (…) "Diríjanse a Santa Fe, a la
Academia de Policía, a ver… pero hoy no ya que, al
igual que nosotros, están de fiesta".
Es posible visualizar en este núcleo la necedad
de proclamar un día festivo sin previo aviso, afectando a
terceros; (es ésta la sede de la principal morgue del
país, hay personas albergando un profundo dolor por sus
familiares justo al lado del derroche y el algarabía,
favor respetar, además).
Se adelanta una especie de
¡Cónchale!, pero con esperanzas. Segunda
Estación: Ministerio del Interior y Justicia, sede Chacao.
El mismo día, aquí se trabaja, a veces, hasta las
cuatro. Pero "Aquí no es, esa información se la
proporcionan en la Av. Urdaneta, Sede principal del ministerio,
esto es sólo un tribunal, aquí están las
oficinas de Recursos
Humanos y de la Administración y… un tribunal". La
cara de la funcionaria refleja inseguridad,
más bien un deseo de salir de eso lo más pronto
posible ya que no es de su incumbencia atender a nadie que ande
haciendo investigaciones.
Es todo por diciembre, porque la festividad es la reina
del mes y las actividades han de suspenderse por completo, es el
momento de un repulsivo pero tradicional ¡Ay,
será ya para enero! La angustia priva e insatisface.
No queda otro remedio que languidecer y esperar. Las esperanzas,
reza el dicho popular, son las últimas que se pierden, lo
más importante es aferrarse a ellas y tratar de no
perderlas. Ya es Enero, pero no significa la vuelta a la
normalidad, porque la festividad aun prosigue hasta mediados de
mes.
Atrevidamente el día cuatro de enero es la
Tercera Estación: Av. Urdaneta, Ministerio del Interior y
Justicia, que por cierto aún se desconoce cómo dos
organismos tan vastos como el de interior y de
justicia anden a la buena de Dios por ahí
fusionados, como si nada. Esta estación es una de las
más risibles, ya usted, amigo lector, se dará
cuenta por qué. "Deben dirigirse al piso 13, al
Departamento de Capacitación y
Adiestramiento, ahí otorgan todo lo que corresponde a
cifras de delincuencia". Con una aptitud muy seria, muy
circunspecta, ha de llegar al piso trece. Los empleados
públicos han de encontrarse en sus puestos de trabajo, en
una infraestructura digna de llamarse ministerial; algunas se
hacen llamar Secretarias; las más atrevidas se hacen
llamar Licenciadas. ¿En qué le puedo ayudar?
Es la bienvenida. "Pero lamentablemente eso lo otorgan en el
piso 8, en la División de Prevención del Delito.
Allí ellos trabajan con todo lo que es delincuencia, es
allí donde está la
información".
Nunca estarán de más las gracias y el
hasta luego. En casa piso, un árbol de navidad, muy
llamativo el del piso 8. "Pero tratándose de este tipo
de información, el departamento encargado es la
División General Policial, en el piso 11. Ellos, que
trabajan con la comisaría son los que tienen en sus manos
esa información". Al fin y al cabo la hora no ha
menguado ni los ánimos se han reclinado –no del
todo-. Ya será por las escaleras aunque sobre las rodillas
se posa el cansancio y la fatiga ha de reinar. "Ustedes han
sido engañados vilmente, pues en este querido piso 11
–que por cierto se asemeja a una oficina policial-
aquí no se proporciona esa información, ni en
ninguno de los pisos de este bien diseñado edificio. El
Organismo encargado de ellos es el CICPC ubicado en Parque
Carabobo, allí es la división de
Estadística, podrían obtener la información
que solicitan".
Debe reinar la calma, el sosiego, mil voces gritan y
suplican dejar eso de ese tamaño, pero hay un compromiso
académico muy personal que hay que cumplir, en
función a ello, hay que ponerse en pie frente a la Cuarta
Estación: CICPC en el CC Parque Carabobo. Es un Organismo
Policial, es la sede de la Policía Científica, por
lo tanto es rigor que las pertenencias sean exhaustivamente
revisadas. Bienvenidos, es ahora la palabra, mientras que
el piso es el 4. Esta estación se encuentra con el
problema de la falta del vital líquido y el no
funcionamiento de los elevadores, triste modalidad. A usanza de
las escaleras –nuevamente- la cosa es en el piso cuatro,
aquí debe ser el punto final (¿o de partida?) de la
búsqueda. División General de Estadística
lleva por nombre y según los funcionarios, el departamento
correcto es éste; pero… falta el requisito más
importante: la autorización respectiva. Sólo la
puede proporcionar el director general regional, comisario Marcos
Chávez; "debe dirigirse a la Av. Urdaneta, sede
administrativa del CICPC con un oficio donde indique que se
está solicitando el material para podérselo
suministrar, de lo contrario, será imposible". La cara
de desánimo, de frustración, de inconformidad, de
desmotivación, se deja ver.
La dicotomía de unos organismos que, en
teoría deben marchar de la mano, es el motivo ahora del no
querer seguir indagando ni tocando puertas. Da curiosidad saber
si con la autorización fulana aquella, es posible
acceder a la información: los ánimos, aunque
quebrantados, no perecen; ya está bueno por hoy,
mañana o tal vez pasado mañana puede ser. La Quinta
Estación será el 6 de enero, a ver si los magos de
oriente traen la suerte que no es posible conseguir por medio de
los canales regulares. Es la sede Administrativa Nacional del
CICPC. Se deja observar una infraestructura fenomenal, pulcra,
estilizada, digna de ser observada, es un verdadero deleite a los
ojos.
La oficina del Director General Nacional es en la
Mezzanina 2, "se debe estar autorizado para retirar las cifras
que se buscan". (…) "Buenas tardes, soy estudiante de
Sociología, 5to año, en la UCAB, estoy realizando
una investigación sobre Delincuencia Juvenil en Venezuela
y estoy interesada en obtener algunas cifras, datos, indicadores,
que reflejen los índices delictivos en adolescentes
venezolanos, cualquiera que fuere el año, aunque sea una
hojita". Esta había sido la cantaleta de entrada desde
la primera estación por allá por los predios
belomontinos.
Esta vez, mujer; licenciada sabrá Dios en
qué, pero dispuesta a ayudar. "La información
que le suministraron en la cuarta estación es
completamente falsa, las estadísticas solicitadas no
pueden ser suministradas por el CICPC ni puede usted levantar un
oficio ante el director del cuerpo, ya que su agenda es tan
apretada que no da lugar a este tipo de asuntos. El procedimiento
es el siguiente: usted deberá dirigirse al Ministerio del
Interior y Justicia – (risas)- y redactar un oficio al
Viceministro de Seguridad
Ciudadana Alcides Rondón, donde exprese claramente la
solicitud, estos son los teléfonos de su secretaria
privada y ésta la dirección donde debe acudir. Esa
información sólo es posible obtenerla a
través del viceministro, pero deberás tener en
cuenta que ese trámite con suerte durará más
de un mes".
El juego de "La
Candelita" ha quedado atrás con este tan estresante
vía crucis, la tarde está por terminar, pero antes
de que ésta termine, los ánimos perecerán y
cesará la búsqueda, la confianza en una Sexta
Estación no está garantizada y, de estarlo,
habrá que esperar a que una institución cuyos
funcionarios desconocen sus atribuciones, dejen en manos de otra
providencia el logro del objetivo, qué importa si hay
jóvenes entusiastas interesados en expandir sus
conocimientos y abrirse los horizontes del saber, qué
importa colaborar con alguien que más adelante pueda
integrar la breve lista de funcionarios serios y competentes de
la burocracia estatal venezolana; a nadie le duele la ineficacia
del personal que labora en los diferentes organismos
públicos, a nadie le importa la preparación de un
pueblo que cada día sucumbe ante los encantos de las
misiones revolucionarias y de los microcréditos
bolivarianos; porque a mayor ignorancia, mayor oportunidad para
aquellos que esperan como caimanes hambrientos de poder y
deseosos de iniquidad; en un país donde no reina la
meritocracia ni las iniciativas de impulso de la educación
de sus gentes, en una ciudad carcomida por la barbarie y la
desidia en la que las ratas hacen su mayor fiesta,
seguirán habiendo ‘Torres Estes’ de Parque
Central incendiándose a cada rato y por todas partes y
quedándose así para la posteridad como
símbolo de la ineficiencia y de la ineptitud de quienes
deben dirigir los destinos, que, lejos de cumplir su rol,
condenan al más doloroso infortunio a un pueblo que no
puede vivir en tales condiciones, porque las revoluciones
–ya lo decía Pitágoras varios siglos antes
del nacimiento de Jesucristo- engendran semejantes monstruos
(especies de Pantagrueles anónimos) que han de devorarse
hasta sus propios hijos.
Caminar hacia delante en tales condiciones parece ser un
salto al vacío, un desafío a una ley de gravedad
cuya fuerza conduce hacia otro destino por demás incierto;
no se avecina la solución porque se avecina la tempestad,
ojalá no sea tan arrolladora para poder resistirla. Y
sépalo usted, amigo lector, si la finalidad de este
trabajo hubiese sido escribir esto, tenga por seguro que
aún no estuviese finalizado. Adelante, pues.
Thaís
García
Autor:
Thaís García
Adriana Rodríguez
UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS
BELLO
FACULTAD DE CIENCIAS
ECONÓMICAS Y SOCIALES
ESCUELA DE CIENCIAS SOCIALES
5to AÑO DE SOCIOLOGÍA
SOCIOLOGÍA DE LA DESVIACIÓN
Caracas, 18 de enero de 2004.