El pensamiento de
la
ilustración influyó grandemente en la cultura y la
política
de Hispanoamérica. Al decir ello se entiende que fue
notable su influencia. Puede vérsela hacia el siglo XVIII
y en algunos decenios del XIX. Los ideólogos de la
emancipación del continente y de su inmediata organización republicana debieron mucho de
su formación a la nueva filosofía
europea.
Ese origen y las exigencias políticas
de la época prendieron en la conciencia de los
neoclásicos hispanoamericanos el interés
por la libertad y la
suerte de sus pueblos. Las ¡deas liberales -de lucha contra
la tiranía y la intolerancia- movieron su pluma y
levantaron su elocuencia.
En nuestro país se encuentran durante la revolución
de la Independencia:
Simón Bolívar
usó su pluma para defender y divulgar los principios
republicanos, y a veces para expresar sus emociones y
vivencias personales. Las creaciones literarias que
marcarán pauta pertenecerán a los géneros de
la prosa y la poesía
de sabor neoclásico de Andrés
Bello del cual en este trabajo se
describe su bibliografía y uno de sus poemas Silva a
la Agricultura A
su lado, destaca la escritura
genial de ruptura y parodia de Simón
Rodríguez.
Neoclasicismo y
romanticismo
En los
inicios de la era republicana figuran cuatro grandes nombres de
las letras venezolanas: Andrés Bello, Fermín Toro,
Rafael María Baralt y Juan Vicente González. El
más destacado poeta, de clara autenticidad
romántica, se llama Juan Antonio Pérez
Bonalde.
Entre los costumbristas venezolanos están Daniel
Mendoza, Francisco de Sales Pérez, Nicanor Bolet Peraza,
Francisco Tosta García, Rafael Bolívar Alvarez,
Rafael Bolívar Coronado y Miguel Mármol. Dos
escritores de carácter señalan la
transición hacia nuevas posiciones intelectuales
y creadoras: Cecilio Acosta y Arístides Rojas.
Aparte la obra y los hechos ingentes de los pensadores,
científicos y hombres públicos del de entonces,…
se descubre el doble estímulo de la libertad y de un
positivismo
material (que acelerase el progreso) en los discursos y
páginas literarias de sus figuras más destacadas.
El neoclasicismo,… en el campo de la poesía
no vino sino tras la independencia hispanoamericana. Nacidos en
el Ecuador,
Venezuela y
Cuba,
respectivamente. Todos ellos pusieron en ejercicio un gusto
inconfundiblemente neoclásico. Tuvieron
predilección por los mismos autores.
Se espera que este trabajo cumpla las expectativas del
mismo.
1.-
Neoclasicismo Hispanoamericano
El
neoclasicismo o estilo neoclásico fue un
movimiento
cultural, artístico y literario que se desarrolló
desde mediados del Siglo_XVIII
hasta las primeras décadas del Siglo_XIX,
en que después fue sustituido por el Romanticismo.
Su origen viene de la reacción ante los "excesos"
del barroco
en el arte y
especialmente el abuso decorativo de su última fase:
el
rococó.
El neoclasicismo significó una vuelta a los
contenidos
grecorromanos
y se buscaba nuevamente el equilibrio y
la armonía entre los diferentes elementos.
En
Hispanoamérica, tuvo gran
influencia en la cultura y política. Creo gran
interés por la libertad y la suerte de sus pueblos; las
ideas liberales de lucha contra la tiranía y la
intolerancia. Varias de las manifestaciones reconocidas son la
poesía neoclásica y la poesía
gauchesca
que se originó más tarde.
Características y
manifestaciones
El neoclasicismo trató de imitar a los
griegos y
romanos. Su principal característica es
la belleza fría y sin alma. La
sátira y la burla identificaban la prosa
y el verso;
algunos críticos nombraron esa literatura
como prerrevolucionaria,
por su intención y por haber antecedido a las guerras de la
independencia americana. Todo esto se generó cuando
comenzaron las críticas contra las autoridades que
representaban la corona española.
La poesía neoclásica se distinguió
principalmente por su lírica de contenido ligero, con
temas sobre el amor,
mitología, asuntos bíblicos, civiles
y progresistas. También por el renacimiento
de la fábula,
el epigrama
y otras composiciones festivas y moralizantes, introducción del paisaje y de personajes
locales, incluyendo la flora y la fauna. Auge de la
poesía patriota, en forma de odas
e himnos heroicos, sobre hechos de las guerras de la
independencia.
Además una entrada al léxico
poético de voces regionales o populares y la
aparición en el
Río de la Plata de la
poesía
gauchesca, que se explicará mas adelante. Hubo
también una poesía revolucionaria, aunque de
valor
estético limitado. Ésta celebraba los triunfos de
las armas americanas,
enaltecía a los héroes de la guerra,
promovía el entusiasmo nacional y atacaba a España,
sus hombres y sus actos. Esta poesía se ha recogido en
cancioneros, y algunas de las composiciones son anónimas,
mientras que otras aparecen firmadas.
En la prosa, los fenómenos fueron los siguientes:
el surgimiento del periodismo
político, social y económico, como medio de
difusión de la nueva ideología y revolución. Una
preferencia por los ensayos,
proclamas, historias y discursos; el nacimiento de la verdadera
novela
realista hispanoamericana en México.
Un ejemplo de este genero son los
himnos nacionales escritos en este estilo. Aunque el periodismo
fue la actividad literaria más inmediata y directa, la
prosa revolucionaria es riquísima en memorias,
autobiografías, cartas,
discursos, artículos, ensayos,
panfletos y traducciones. En el teatro, sin
embargo, no hubo grandes novedades. Se representaban las comedias
y tragedias del repertorio clásico español.
Hubo, con todo, intentos de teatro popular, que pueden
considerarse como los precursores de los teatros realistas
locales. El monólogo o unipersonal tuvo bastante auge en
esos momentos.
Los temas preferidos por los neoclásicos
hispanoamericanos fueron de libertad y progreso inspirados por
los generales
Simón Bolívar,
Sucre
y
José de San Martín. El
máximo representante de la época es
José Joaquín Olmedo
(1780-1847), ecuatoriano
que compuso una famosa oda en elogio a
Simón Bolívar La victoria de
Junín. También está
José María Heredia
(1803-1839), cubano
y humanista,
autor de dos célebres odas:
En el
teocalli de Cholula y
Niágara.
Humanista y creador sublime, Andrés Bello figura
como máximo representante de la nueva civilización
hispanoamericana. Maestro de Bolívar, polígrafo
insigne, gramático y filólogo original, es
también un príncipe de la poesía castellana.
Poseía una firme vocación creadora
Don Andrés Bello nació en Caracas el 29 de
noviembre de 1781y falleció en Santiago de Chile el 15 de
octubre de 1865. Humanista, poeta, legislador, filósofo,
educador, crítico y filólogo; en suma, autor de una
obra poligráfica que constituye la base más
sólida de la naciente civilización
hispanoamericana. Fue hijo primogénito de Bartolomé
Bello y Ana Antonia López.
Andrés Bello vivió su infancia y
juventud,
hasta los 29 años, en Caracas. Cursó las primeras
letras en la "Academia" de Ramón
Vanlosten. Desde niño tuvo pasión por la lectura,
particularmente de los clásicos del Siglo de Oro
español. Frecuenta el Convento de Las Mercedes, donde
aprende Latín, con el Padre Cristóbal Quesada. A
la muerte de
éste (1796), Bello traduce el libro V de la
Eneida. Estudió desde 1797 en la Real y Pontificia
Universidad de
Caracas y se graduó de Bachiller en Artes, el 14 de junio
de 1800.
Cuando Alejandro de Humboldt visita a Caracas, Bello lo
conoce y lo acompaña en la subida a la cima del monte
Ávila.
Estudia Derecho y también Medicina.
Imparte clases a particulares, entre otros a Simón
Bolívar; y comienza a perfilarse como literato. Sus
traducciones de versos del latín, del francés, y
sus adaptaciones de poemas clásicos, junto a poesías
originales, le han dado prestigio, y un cognomento, el cisne del
Anauco. Estudiaba por su propia cuenta francés e inglés.
En 1802, es nombrado Oficial Segundo de la
Secretaría de la Capitanía General de Venezuela, en
cuyo desempeño mereció honores, como el
de Comisario de Guerra, otorgado en 1807.
En julio de 1806, Bello solicita en arrendamiento
perpetuo a su nombre y en el de su madre y hermanos, unas tierras
en las laderas de la fila de Mariches, al Este de Caracas, para
dedicarlas al cultivo de café.
Su solicitud es aprobada.
En 1808, con la introducción desde Trinidad de la
imprenta de
Mateo Gallagher y Jaime Lamb, Bello se convierte en el redactor
de la Gaceta de Caracas.
En 1810, ya en pleno inicio del movimiento
autonómico, Bello es ascendido por la Junta Suprema a
Oficial Primero de la Secretaría de Relaciones
Exteriores.
Las pocas obras juveniles de Bello conservadas tienen
fecha imprecisa. Compuso algunas poesías: el poema A la
Vacuna, la oda Al Anauco; el soneto A una Artista; la
égloga Tirsis habitador del Tajo umbrío; el romance
A un Samán; la oda A la Nave, y los sonetos A la victoria
de Bailén y Mis Deseos.
Escribió también los dramas Venezuela
consolada y España restaurada, así como el Resumen
de la Historia de
Venezuela, la más antigua prosa que poseemos del gran
humanista.
Embajador de las letras y del pensamiento
emancipador
El 10 de junio de 1810, en la corbeta inglesa "General
Wellington", parte de Venezuela hacia Londres acompañando
a Simón Bolívar y a Luís López
Méndez, en la misión
diplomática nombrada por la Junta de Gobierno de
Caracas cerca del gobierno inglés. Permanecerá en
Londres hasta 1829, pasando por épocas de penuria y
estrecheces.
Su amistad con
Francisco de Miranda le permite el uso de su biblioteca, en
Grafton Street, que fue una auténtica revelación
cultural para Bello, pues aprovecha al máximo tan rico
acervo humanístico.
En 1813, solicita ser incluido en la amnistía que
había acordado España a los patriotas americanos.
En 1814, se casa con María Ana Boyland, de la que enviuda
en 1821, de este matrimonio tiene
tres hijos.
En 1815, solicita un puesto al Gobierno de Cundinamarca,
pero la petición no llega a su destino, ya que las tropas
de Pablo Morillo interceptan el mensaje.
En 1822, es designado Secretario Interino de la
Legación de Chile en Londres a cargo de Antonio
José de Irisarri; participa en la fundación de la
Sociedad de
Americanos, que promovió la publicación de dos
grandes revistas: la Biblioteca Americana (1823), y El Repertorio
Americano (1826-1827).
En 1824, se casa con Isabel Antonia Dunn, de cuyo
matrimonio nacerán 13 hijos. En 1825, se encarga de la
Secretaría de la Legación de la Gran Colombia. En
1826, es elegido Miembro de Número de la Academia
Nacional, que se había creado en Bogotá. En 1828,
se le nombra Cónsul General en París, pero decide
trasladarse a Santiago de Chile en 1829.
Sus trabajos en Londres abarcan una considerable lista
de asuntos políticos, diplomáticos y
hacendísticos americanos a él confiados;
investigó frecuentemente en el Museo Británico;
completa sus conocimientos lingüísticos,
filológicos y de historia literaria; se
prepara en experiencias diplomáticas y en estudios de
Derecho Internacional; se dedica a la enseñanza privada; dirige publicaciones;
llena sus páginas con escritos de carácter
enciclopédico; crea sus más grandes poemas
originales, entre ellos la silva Alocución a la
Poesía, que imprime en 1823 y la silva a La Agricultura de
la Zona Tórrida , que ve luz en 1826.
Elabora estudios de crítica
y de historia literaria y filológica. Realiza traducciones
del francés y del inglés, y elabora investigaciones
sobre el idioma castellano
(ortografía, etimología).
El 14 de febrero de 1829, parte de Londres y llega a
Valparaíso el 25 de junio, a bordo del bergantín
inglés "Grecian" y permanecerá en Chile hasta su
muerte. Reside
durante los últimos años de su vida en Santiago de
Chile, salvo los años que vivió en
Valparaíso y en la hacienda de los
Carrera.
En 1829, es nombrado Oficial Mayor del Ministerio de
Hacienda chileno; y en 1830, se le designa Rector del Colegio de
Santiago. El mismo año se inicia la publicación de
El Araucano, del cual fue el principal redactor.
En 1831, inicia su actividad como maestro en su propio
domicilio y en 1832, publica la primera edición
de Los Principios del Derecho de Jentes que luego se
transformó en Los Principios de Derecho
Internacional. En este mismo año es nombrado miembro
de la Junta de Educación y luego el
Congreso de Chile lo declara ciudadano legal de ese
país.
En 1835, publica los Principios de Ortología y
Métrica; en 1937, es elegido Senador de la
República, y lo fue hasta su muerte. En 1840, empieza sus
trabajos que culminarán en el Código
Civil; en 1841, publica Análisis Ideológica de los Tiempos
de la Conjugación Castellana y el poema El Incendio de la
Compañía.
En 1842, se funda la Universidad de Chile y Andrés
Bello es su rector en 1843. En 1848, publica la
Cosmografía o Descripción del Universo; en
1850, publica la Historia de la Literatura; en 1851, es
designado Miembro Honorario de la Real Academia Española
y, en 1861, Miembro Correspondiente.
En 1864, se le elige árbitro para resolver una
diferencia internacional entre el Ecuador y los Estados Unidos y,
en 1865, es elegido para ser árbitro en la controversia
entre Perú y Colombia.
La finalidad primordial del trabajo de Bello se puede
sintetizar en el "proyecto
civilizador" en pro de los países llegados a la
independencia nacional, después de la dura lucha por
conseguirla. Se propone a sentar las bases de civilización
y cultura, requeridas por las sociedades
hispanoamericanas, al advenir a la situación de pueblos
emancipados.
La gran pregunta que Bello se formula, es sin duda,
cuál debía ser la educación de cada
pueblo, para desarrollar la cultura peculiar, equilibrada,
sólida, totalizadora, a fin de construir el futuro.
Además, su mayor preocupación fue cómo
definir "las bases jurídicas del Estado".
Sin embargo, la gran preocupación de Bello fue siempre
la educación, su dedicación a los temas de la
enseñanza desde la docencia
superior hasta la escuela primaria
y su interés por divulgar el
conocimiento de las ciencias.
Sobre estos firmes pilares (organización del Estado,
vida internacional, lenguaje,
educación y formación del buen gusto) edifica su
obra ingente. Bello fue un gran humanista, un gran educador. Como
lo dice su biógrafo Miguel Luis Amunátegui, "puede
afirmarse sin inexactitud que pasó la vida
enseñando".
3.- Silva a la Agricultura
de la Zona Tórrida
El mundo tropical, la zona tórrida del planeta,
ha inspirado a través de la historia no pocas elocuentes
palabras, escritas para ensalzarla. Y otras veces para injusto
vilipendio. En unas con ribetes de exageración, suelen
olvidarse no solo evidentes limitantes, sino también la
extraordinaria variedad del paisaje y los lugares, que
están lejos de la uniformidad que a veces identifica la
región como no más que selvas
húmedas, cálidas e impenetrables.
Con facilidad nos olvidamos en esta percepción
de las gélidas montañas y la vastedad árida
de los bordes tropicales. Pero si bien no dejan de ser tan
sugestivos como falsos los textos deterministas — que de pronto
aquí reproduciremos como contribución documental a
los estudios tropicales — más vale el ejemplo de la
visualización romántica de lo que para muchos es un
paraíso, al que sólo le llegan la alabanza
naturalista de un Humboldt o el arrebatado cantar de los poetas.
Y nadie, de veras, lo lograría tan bien como don
Andrés Bello, en esta obra maestra del romanticismo
decimononico.
¡Salve, fecunda zona,
que al sol enamorado circunscribes
el vago curso, y cuanto ser se anima
en cada vario clima,
acariciada de su luz, concibes!
Tú tejes al verano su guirnalda
de granadas espigas; tú la uva
das a la hirviente cuba;
no de purpúrea fruta, o roja, o gualda,
a tus florestas bellas
falta matiz alguno; y bebe en ellas
aromas mil el viento;
y greyes van sin cuento
paciendo tu verdura, desde el llano
que tiene por lindero el horizonte,
hasta el erguido monte,
de inaccesible nieve siempre cano.
Tú das la caña hermosa,
de do la miel se acendra,
por quien desdeña el mundo los panales;
tú en urnas de coral cuajas la almendra
que en la espumante jícara rebosa;
bulle carmín viviente en tus nopales,
que afrenta fuera al múrice de Tiro;
y de tu añil la tinta generosa
émula es de la lumbre del zafiro.
El vino es tuyo, que la herida agave
para los hijos vierte
del Anahuac feliz; y la hoja es tuya,
que, cuando de süave
humo en espiras vagorosas huya,
solazará el fastidio al ocio inerte.
Tú vistes de jazmines
el arbusto sabeo ,
y el perfume le das, que en los festines
la fiebre insana
templará a Lico.
Para tus hijos la procera palma
su vario feudo cría,
y el ananás sazona su ambrosía;
su blanco pan la yuca ;
sus rubias pomas la patata educa;
y el algodón
despliega al aura leve
las rosas de oro y el
vellón de nieve.
Tendida para ti la fresca parcha
en enramadas de verdor lozano,
cuelga de sus sarmientos trepadores
nectáreos globos y franjadas flores;
y para ti el maíz, jefe
altanero
de la espigada tribu, hincha su grano;
y para ti el banano
desmaya al peso de su dulce carga;
el banano, primero
de cuantos concedió bellos presentes
Providencia a las gentes
del ecuador feliz con mano larga.
No ya de humanas artes obligado
el premio rinde opimo;
no es a la podadera, no al arado
deudor de su racimo;
escasa industria
bástale, cual puede
hurtar a sus fatigas mano esclava;
crece veloz, y cuando exhausto acaba,
adulta prole en torno le
sucede.
Mas ¡oh! ¡si cual no cede
el tuyo, fértil zona, a suelo alguno,
y como de natura esmero ha sido,
de tu indolente habitador lo fuera!
¡Oh! ¡si al falaz rüido,
la dicha al fin supiese verdadera
anteponer, que del umbral le llama
del labrador sencillo,
lejos del necio y vano
fasto, el mentido brillo,
el ocio pestilente ciudadano!
¿Por qué ilusión funesta
aquellos que fortuna hizo señores
de tan dichosa tierra y
pingüe y varia,
el cuidado abandonan
y a la fe mercenaria
las patrias heredades,
y en el ciego tumulto se aprisionan
de míseras ciudades,
do la ambición proterva
sopla la llama de civiles bandos,
o al patriotismo la desidia enerva;
do el lujo las costumbres atosiga,
y combaten los vicios
la incauta edad en poderosa liga?
No allí con varoniles ejercicios
se endurece el mancebo a la fatiga;
mas la salud estraga en
el abrazo
de pérfida hermosura,
que pone en almoneda los favores;
mas pasatiempo estima
prender aleve en casto seno el fuego
de ilícitos amores;
o embebecido le hallará la aurora
en mesa infame de ruinoso juego.
En tanto a la lisonja seductora
del asiduo amador fácil oído
da la consorte; crece
en la materna escuela
de la disipación y el galanteo
la tierna virgen, y al delito
espuela
es antes el ejemplo que el deseo.
¿Y será que se formen de ese modo
los ánimos heroicos denodados
que fundan y sustentan los estados?
¿De la algazara del festín beodo,
o de los coros de liviana danza,
la dura juventud saldrá, modesta,
orgullo de la patria, y esperanza?
¿Sabrá con firme pulso
de la severa ley regir el
freno;
brillar en torno aceros homicidas
en la dudosa lid verá sereno;
o animoso hará frente al genio altivo
del engreído mando en la tribuna,
aquel que ya en la cuna
durmió al arrullo del cantar lascivo,
que riza el pelo, y se unge, y se atavía
con femenil esmero,
y en indolente ociosidad el día,
o en criminal lujuria pasa entero?
No así trató la triunfadora Roma
las artes de la paz y de la guerra;
antes fió las riendas del estado
a la mano robusta
que tostó el sol y
encalleció el arado;
y bajo el techo humoso campesino
los hijos educó, que el conjurado
mundo allanaron al valor latino.
¡Oh! ¡los que afortunados poseedores
habéis nacido de la tierra
hermosa,
en que reseña hacer de sus favores,
como para ganaros y atraeros,
quiso Naturaleza
bondadosa!
romped el duro encanto
que os tiene entre murallas prisioneros.
El vulgo de las artes laborioso,
el mercader que necesario al lujo
al lujo necesita,
los que anhelando van tras el señuelo
del alto cargo y del honor ruidoso,
la grey de aduladores parasita,
gustosos pueblen ese infecto caos;
el campo es vuestra herencia; en
él gozaos.
¿Amáis la libertad? El campo habita,
o allá donde el magnate
entre armados satélites
se mueve,
y de la moda, universal
señora,
va la razón al triunfal carro atada,
y a la fortuna la insensata plebe,
y el noble al aura popular adora.
¿O la virtud amáis? ¡Ah, que el retiro,
la solitaria calma
en que, juez de sí misma, pasa el alma
a las acciones
muestra,
es de la vida la mejor maestra!
¿Buscáis durables goces,
felicidad, cuanta es al hombre
dada
y a su terreno asiento, en que vecina
está la risa al llanto, y siempre, ¡ah! siempre
donde halaga la flor, punza la espina?
Id a gozar la suerte campesina;
la regalada paz, que ni rencores
al labrador, ni envidias acibaran;
la cama que mullida le preparan
el contento, el trabajo, el
aire puro;
y el sabor de los fáciles manjares,
que dispendiosa gula no le aceda;
y el asilo seguro
de sus patrios hogares
que a la salud y al regocijo hospeda.
El aura respirad de la montaña,
que vuelve al cuerpo laso
el perdido vigor, que a la enojosa
vejez retarda
el paso,
y el rostro a la beldad tiñe de rosa.
¿Es allí menos blanda por ventura
de amor la llama,
que templó el recato?
¿O menos aficiona la hermosura
que de extranjero ornato
y afeites impostores no se cura?
¿O el corazón
escucha indiferente
el lenguaje
inocente
que los afectos sin disfraz expresa,
y a la intención ajusta la promesa?
No del espejo al importuno ensayo
la risa se compone, el paso, el gesto;
ni falta allí carmín al rostro honesto
que la modestia y la salud colora,
ni la mirada que lanzó al soslayo
tímido amor, la senda al alma ignora.
¿Esperaréis que forme
más venturosos lazos himeneo,
do el interés barata,
tirano del deseo,
ajena mano y fe por nombre o plata,
que do conforme gusto, edad conforme,
y elección libre, y mutuo ardor los ata?
Allí también deberes
hay que llenar: cerrad, cerrad las hondas
heridas de la guerra; el fértil suelo,
áspero ahora y bravo,
al desacostumbrado yugo torne
del arte humana, y le tribute esclavo.
Del obstrüido estanque y del molino
recuerden ya las aguas el camino;
el intrincado bosque el hacha rompa,
consuma el fuego; abrid en luengas calles
la oscuridad de su infructuosa pompa.
Abrigo den los valles
a la sedienta caña;
la manzana y la pera
en la fresca montaña
el cielo olviden de su madre España;
adorne la ladera
el cafetal; ampare
a la tierna teobroma en la ribera
la sombra maternal de su bucare ;
aquí el vergel, allá la huerta ría…
¿Es ciego error de ilusa fantasía?
Ya dócil a tu voz, agricultura,
nodriza de las gentes, la caterva
servil armada va de corvas hoces.
Mírola ya que invade la espesura
de la floresta opaca; oigo las voces,
siento el rumor confuso; el hierro
suena,
los golpes el lejano
eco redobla; gime el ceibo anciano,
que a numerosa tropa
largo tiempo
fatiga;
batido de cien hachas, se estremece,
estalla al fin, y rinde el ancha copa.
Huyó la fiera; deja el caro nido,
deja la prole implume
el ave, y otro bosque no sabido
de los humanos va a buscar doliente…
¿Qué miro? Alto torrente
de sonorosa llama
corre, y sobre las áridas rüinas
de la postrada selva se derrama.
El raudo incendio a gran distancia brama,
y el humo en negro remolino sube,
aglomerando nube sobre nube.
Ya de lo que antes era
verdor hermoso y fresca lozanía,
sólo difuntos troncos,
sólo cenizas quedan; monumento
de la lucha mortal, burla del viento.
Mas al vulgo bravío
de las tupidas plantas
montaraces,
sucede ya el fructífero plantío
en muestra ufana de ordenadas haces.
Ya ramo a ramo alcanza,
y a los rollizos tallos hurta el día;
ya la primera flor desvuelve el seno,
bello a la vista, alegre a la esperanza;
a la esperanza, que riendo enjuga.
del fatigado agricultor la frente,
y allá a lo lejos el opimo fruto,
y la cosecha apañadora pinta,
que lleva de los campos el tributo,
colmado el cesto, y con la falda en cinta,
y bajo el peso de los largos bienes
con que al colono acude,
hace crujir los vastos almacenes.
¡Buen Dios! no en vano sude,
mas a merced y a compasión te mueva
la gente agricultora
del ecuador, que del desmayo triste
con renovado aliento vuelve ahora,
y tras tanta zozobra, ansia, tumulto,
tantos años de fiera
devastación y militar insulto,
aún más que tu clemencia antigua implora.
Su rústica piedad, pero sincera,
halle a tus ojos gracia; no el risueño
porvenir que las penas le aligera,
cual de dorado sueño
visión falaz, desvanecido llore;
intempestiva lluvia no maltrate
el delicado embrión; el diente impío
de insecto roedor no lo devore;
sañudo vendaval no lo arrebate,
ni agote al árbol el materno jugo
la calorosa sed de largo estío.
Y pues al fin te plugo,
árbitro de la suerte soberano,
que, suelto el cuello de extranjero yugo,
erguiese al cielo el hombre
americano,
bendecida de ti se arraigue y medre
su libertad; en el más hondo encierra
de los abismos la malvada guerra,
y el miedo de la espada asoladora
al suspicaz cultivador no arredre
del arte bienhechora,
que las familias nutre y los estados;
la azorada inquietud deje las almas,
deje la triste herrumbre los arados.
Asaz de nuestros padres malhadados
expiamos la bárbara conquista.
¿Cuántas doquier la vista
no asombran erizadas soledades,
do cultos campos fueron, do ciudades?
De muertes, proscripciones,
suplicios, orfandades,
¿quién contará la pavorosa suma?
Saciadas duermen ya de sangre ibera
las sombras de Atahualpa y Moctezuma.
¡Ah! desde el alto asiento,
en que escabel te son alados coros
que velan en pasmado acatamiento
la faz ante la lumbre de tu frente,
(si merece por dicha una mirada
tuya la sin ventura humana gente),
el ángel nos envía,
el ángel de la paz, que al crudo ibero
haga olvidar la antigua tiranía,
y acatar reverente el que a los hombres
sagrado diste, imprescriptible fuero;
que alargar le haga al injuriado hermano,
(¡ensangrentó la asaz!) la diestra inerme;
y si la innata mansedumbre duerme,
la despierte en el pecho americano.
El corazón lozano
que una feliz oscuridad desdeña,
que en el azar sangriento del combate
alborozado late,
y codicioso de poder o
fama,
nobles peligros ama;
baldón estime sólo y vituperio
el prez que de la patria no reciba,
la libertad más dulce que el imperio,
y más hermosa que el laurel la oliva.
Ciudadano el soldado,
deponga de la guerra la librea;
el ramo de victoria
colgado al ara de la patria sea,
y sola adorne al mérito la gloria.
De su trïunfo entonces, Patria mía,
verá la paz el suspirado día;
la paz, a cuya vista el mundo llena
alma, serenidad y regocijo;
vuelve alentado el hombre a la faena,
alza el ancla la nave, a las amigas
auras encomendándose animosa,
enjámbrase el taller, hierve el cortijo,
y no basta la hoz a las espigas.
¡Oh jóvenes naciones, que ceñida
alzáis sobre el atónito occidente
de tempranos laureles la cabeza!
honrad el campo, honrad la simple vida
del labrador, y su frugal llaneza.
Así tendrán en vos perpetuamente
la libertad morada,
y freno la ambición, y la ley templo.
Las gentes a la senda
de la inmortalidad, ardua y fragosa,
se animarán, citando vuestro ejemplo.
Lo emulará celosa
vuestra posteridad; y nuevos nombres
añadiendo la fama
a los que ahora aclama,
«hijos son éstos, hijos,
(pregonará a los hombres)
de los que vencedores superaron
de los Andes la cima;
de los que en Boyacá, los que en la arena
de Maipo, y en Junín, y en la campaña
gloriosa de Apurima,
postrar supieron al león de España».
Andrés Bello (1781-1865) publicó por primera vez
este poema en el Repertorio Americano, Londres, I, p.
7-18, 1826.
Revisando lo investigado se puede concluir que casi todos los
críticos neoclásicos intentaron formular una
teoría
explicativa de la función de
la literatura, la naturaleza del proceso
creador y los procedimientos de
componer una obra literaria.
No eran autoritarios, sino racionalistas. Se entendería
mal lo de "racionalista" si se creyese que se concibe como obra
de la inteligencia,
con exclusión del sentimiento y de la
imaginación.
Ni siquiera los críticos más rígidos y de
carácter formalista se olvidaban de decir que los poetas
necesitan "inspiración" o "imaginación".
Del mismo modo se subraya en la reacción del lector en
elemento racional: la participación del juicio. La norma
la daba el gusto educado, el gusto de quienes poseían
experiencia y conocimientos, el gusto del lector ideal, instruido
y culto.
El concepto esencial
de la teoría neoclásica era la "imitación de
la naturaleza". El término "imitación de la
naturaleza" podía albergarse desde casi todas las
variantes del arte: desde el naturalismo estricto a la más
abstracta idealización, con todos los grados
intermedios.
Pero buscaba sobre todo el principio de la universalidad, que
presenta dos facetas claras: por un lado podía significar
y así ocurrió en los mejores escritos de aquel
tiempo, un apelar a lo universal que hiciese comprensibles, en
cualquier tiempo y lugar, las máximas creaciones.
Lo que nadie puede negar es que las reglas ejercieron una
influencia paralizadora aún sobre los más grandes
escritores. Sin embargo, a la lírica la trataban con
independencia según sus formas: odas, elegía,
sátira…
La preferencia social de la época por el estilo elevado
y el hecho de que Aristóteles tratase de la tragedia y la
épica, y Horacio de la dramática, concentraron el
interés de los tratadistas en estas dos formas y
contribuyeron a establecer una minuciosa jerarquía de los
géneros: pero las razones exactas de ellas distaban de
estar claras. Las bases reales de la clasificación eran
variadísimas, a menudo muy confusas.
Desde un principio hubo quienes combatieron la teoría
de los géneros en su conjunto, pero todo se reducía
a argumentar a favor de un nuevo género o a
afirmar la libertad e independencia frente a las reglas.
Había escritores que concebían la poesía
como puro deleite, pero lo más críticos
veían en la utilidad moral el fin
primordial.
En líneas generales, el problema de arte y moral era
insoluble y el siglo XVIII estuvo todo él ocupado en
deslindar las diferencias entre lo bueno, lo útil, lo
verdadero y lo bello. Tan sólo desde ese momento
podían volver a formularse las relaciones entre arte y
moralidad.
. Bien o mal, la crítica entendía la literatura
como parte de la política (en el sentido más
amplio), y al poeta, quiérase o no, como modelador y
confortador de almas.
En el estudio de la literatura se atendía, cada vez
más, al marco y ambiente en
que se desenvuelve.
Empezó a discutirse la influencia de la estabilidad
social, la paz y la guerra, la libertad y el despotismo, sobre la
creación literaria.Poco a poco fue tomando cuerpola
idea de que el carácter nacional ejerce funcion
determinante en la literatura.
La historia de la literatura solía reducirse en los
límites
de lo nacional, pues el patriotismo fue una de sus principales
razones de ser; pero rápidamente creció el conocimiento
de la actividad literaria de las otras naciones.
Así pues, vemos que hacía mediados del siglo
XVIII, la extrema tensión a que estaba sometido el credo
neoclásico le hace desgarrarse con la mayor violencia e
ímpetu.
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Autor:
Alcalá Bermúdez, Angel
Daniel