Civilización y barbarie no son categorías que
puedan pensarse por separado y fuera de una dualidad
intrínseca. En la occidentalización del Nuevo Mundo
(las Américas) hubo por ende de ambos fenómenos,
como hasta hoy. En medio de la crisis de
Occidente, la dualidad se ha modificado tanto en el Sur como en
el Norte del continente Americano. Pese a la idea de progreso, el
siglo XX tampoco estuvo exento del enfrentamiento, interno y
externo, de civilizados y bárbaros.
De una manera general, el Occidente no ha llegado a pensarse a
sí mismo como bárbaro, ya que esta categoría
estuvo destinada por mucho tiempo a los
pueblos de Oriente (desde las invasiones de los hunos y los
mongoles) y a las comunidades primitivas sojuzgadas por los
imperios coloniales, como en Africa, antes de
que, ya en el siglo XX, antropólogos y etnólogos se
dieran a la tarea de estudiarlas y ocasionalmente rescatarlas.
Kipling, por ejemplo, consideraba que las comunidades africanas
estaban integradas por "medio demonios, medio niños".
Curiosamente, las civilizaciones prehispánicas de América, que tanto habían
deslumbrado a los españoles a su llegada en el siglo XVI
(como ocurriera con Tenochtitlán), no han sido calificadas
de bárbaras, aunque una como la azteca tuviera entre sus
costumbres los sacrificios humanos. Hoy, para los
arqueólogos, los vestigios de dichas civilizaciones
prehispánicas dan cuenta de un esplendor pasado, a veces
digno de ser reivindicado. Los incas, en sus
incursiones bélicas, tampoco estaban exentos de un
tratamiento bárbaro para los vencidos, como ocurriera, por
ejemplo, en el actual norte del Ecuador y la
laguna de Yaguarcocha ("laguna de sangre"), donde
miles de indígenas adolescentes
fueron ejecutados por los vencedores venidos del Sur, poco tiempo
antes de la llegada de los españoles. Ciertamente,
éstos, fundamentalmente preocupados por el oro, no
encontraron en el indio sojuzgado al "buen salvaje"
armónico, sino al animal, la "bestia de carga". Con la
llegada de los españoles, en todo caso, se inauguraba un
periodo durante el cual el imperio iberoamericano, que exportaba
el 80 % de los metales preciosos
del mundo, parecía ser el centro del orbe.
En el Norte como en el Sur de las Américas, la
fundación del Nuevo Mundo conjugó el aporte
civilizatorio –ciertos adelantos "tecnológicos"
habían ayudado a los españoles- con la franca
barbarie occidental, procedente de Europa. No hubo
de pasar mucho tiempo antes de que los colonos europeos que
llegaban a las costas estadounidenses decidieran exterminar a los
indios que encontraban a su paso, y que con frecuencia no se les
habían manifestado hostiles, aunque sí fueran
radicalmente distintos en sus modos de vida. La primera democracia de
América y el mundo nunca quiso reconocer en los indios a
ciudadanos en plano de equidad, como
tampoco quiso hacerlo más tarde con los negros
traídos desde Africa. Para finales del siglo XIX,
terminada la Conquista del
Oeste, los pioneros habían arrasado con los indios
acorralados, aunque algunos se hubieran pasado del lado del
vencedor y colaboraran con él. El destino de esos indios,
para quienes el hombre
blanco era a primera vista incomprensible y a veces objeto de
represalias, fue finalmente el de las terribles reservaciones: se
habían acabado los grandes territorios para la caza y la
pesca, los
espacios del búfalo, la vida nómada y hasta cierta
barbarie –aquí también- en los
enfrentamientos entre tribus. Con el frecuencia, el comercio con
engaño, la estafa sobre la ingenuidad y contra la palabra
dada en los tratados, el
robo, el alcohol y el
desarraigo pudieron incluso más que las acciones
bélicas. El acorralamiento seguía en los
años ’70 del siglo pasado, cuando se descubrieron
recursos
naturales en las reservas indias, y pese a resistencias
como la de los sioux oglala en Wounded Knee y Pine Ridge, donde
se seguía exigiendo el respeto de los
tratados: curiosamente, ya en ésa época, algunos
jefes indios decían desconocer el concepto de
"masas" porque implicaba despersonalización. La comunidad
india, aunque
de apariencia gregaria, no desconocía las particularidades
individuales. Desde este punto de vista, no era
gregaria.
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