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Conozcamos elementos de la personalidad necesarios para el trabajo social




Enviado por daymi



    1. Resumen
    2. Elementos que integran la
      personalidad
    3. Personalidad y
      autovaloración
    4. ¿Cómo contribuir a
      un mejor desarrollo de la personalidad?
    5. Bibliografía

    "…Me sentía triste porque no
    tenía zapatos, hasta que vi a un hombre que no
    tenía pies…."

    Anónimo.

    Resumen:

    La Psicología es una
    disciplina que
    ofrece herramientas
    necesarias para el trabajo en la
    sociedad,
    específicamente para el trabajo hombre a
    hombre.

    El presente trabajo, ofrece algunos elementos, que,
    desde la Psicología, facilita la labor social, en aras de
    un trabajo más eficiente y eficaz.

    Introducción

    ¿Por qué no todas las personas se
    comportan de la misma manera?. ¿Por qué ni siquiera
    un mismo sujeto reacciona similarmente en circunstancias
    diferentes?. ¿Por qué seres humanos con enfermedades iguales suelen
    comportarse tan antagónicamente?.

    Estas y muchas otras interrogantes suelen presentarse
    frecuentemente en nosotros cuando nuestras profesiones y/u
    oficios están dirigidas a satisfacer al ser humano, cuando
    el producto de
    nuestro trabajo es precisamente el bienestar psicosocial del
    otro.

    Cada persona es
    portadora de una subjetividad individual, por ello es que todos
    tenemos concepciones diferentes sobre el amor, la
    vida, la salud, la
    felicidad o la
    muerte.

    La realidad existe independientemente de la voluntad del
    hombre, pero esa realidad no significa lo mismo para todos, no es
    vivenciada de la misma manera por los sujetos.

    Los sujetos tenemos percepciones y vivencias diferentes
    de la realidad que conforman la subjetividad. La subjetividad
    está condicionada por el modo en que cada uno de nosotros
    interactuamos y nos relacionamos con la realidad objetiva, lo
    cual posibilita que construyamos nuestras propias
    representaciones sobre los fenómenos, objetos y
    personas.

    Aparece así la subjetividad, como "experiencia
    interior, propia, vivida dentro de sí, de cada cual, muy
    personal y
    exclusiva. Difícil de transmitir con toda exactitud a
    través del lenguaje
    (…)" (Fernández, L.2003, p. 7) y del comportamiento. Es decir, la realidad existe para
    nosotros como subjetividad.

    Desde el mismo momento del nacimiento comienza el
    proceso de
    construcción y desarrollo de
    la subjetividad individual. El hombre,
    como ser social, a través del proceso de socialización va incorporando activamente
    la experiencia y la realidad objetiva exterior. Esta
    apropiación es posible gracias a la existencia de una
    serie de procesos
    psicológicos que unidos a la conciencia
    permiten ese reflejo activo y mediatizado del entorno.

    El reflejo que cada sujeto tiene de su entorno se
    expresa en formaciones psicológicas articuladas entre
    sí, que se van integrando progresivamente con mayor
    precisión y exactitud, y es alrededor de los tres
    años de edad aproximadamente que, con la crisis de
    identidad que
    se produce en este período evolutivo en la que el
    niño toma conciencia de su existencia como un ser
    independiente que hablamos de personalidad.
    Es la personalidad la categoría psicológica
    individual designada para definir el nivel de mayor integración de la subjetividad a escala
    individual.

    Ahora bien, qué es la personalidad y qué
    características presenta, veamos algunas de las más
    relevantes a tener en cuenta para el trabajo
    social.

    1. La personalidad es una realidad subjetiva que no se
      expresa linealmente en el comportamiento, solamente vemos la
      conducta. Es
      el comportamiento una expresión de la personalidad pero
      no es la personalidad en sí. Por ejemplo, una persona
      que esté padeciendo de alguna enfermedad puede mostrarse
      irritada, de mal humor, angustiada y ansiosa, y sin embargo, no
      suele ser de esta manera, y por el contrario, puede permanecer
      tranquila y serena, y estar experimentando gran angustia, miedo
      e inseguridad,
      pero presenta otros recursos
      personológicos que le ayuden a controlar su
      comportamiento.
    2. Esta realidad subjetiva supone un reflejo activo y
      mediatizado de la realidad. El sujeto no reproduce
      mecánicamente la realidad, sino que la procesa, la
      mediatiza y la devuelve activamente. Para cada uno de nosotros
      la realidad tiene una significación diferente, tal y
      como decíamos anteriormente, el proceso de
      construcción de la realidad en el sujeto tiene como
      intermediario el propio sujeto activo que se hace dueño
      de esa realidad.
    3. La personalidad es sistema
      integrado por diferentes subsistemas que presentan diferente
      grado de complejidad y se encuentran en constante interacción entre sí. La
      personalidad no es la suma aislada de todos sus elementos, cada
      una de sus formaciones no cobran sentido sino es en virtud del
      subsistema que integre. Por ejemplo, podemos estar tratando con
      una persona tímida e introvertida y sin embargo el
      calor humano
      que respira, la confianza que le ofrecemos, así como los
      afectos que siente hacen que no se exprese de esa manera, sino
      que se comporte de manera desinhibida y
      extrovertida.
    4. La personalidad es dinámica, procesal y en movilidad. Los
      contenidos personológicos de la personalidad se
      encuentran en constante activación y
      desactivación de acuerdo al subsistema de
      integración personológica que esté
      interviniendo, es por ello que nos podemos comportar de
      diferentes formas en diferentes circunstancias y contextos. No
      son las mismas cualidades de la personalidad las que se
      demandan en un hospital que la casa, en nuestro país que
      en otro, cuando estamos saludables que cuando estamos enfermos.
      No se trata de poseer varias personalidades, como a veces
      escuchamos en el lenguaje coloquial de la calle, sino que
      nuestra personalidad posee una movilidad tal que nos permite
      interactuar eficazmente en los diferentes ámbitos y
      niveles de nuestra vida cotidiana.
    5. Es estable pero no estática. La personalidad caracteriza de
      modo relativamente estable al sujeto, esta estabilidad suele
      ser cada vez mayor en la medida en que nos acercamos a la
      adultez, es por ello que es más fácil modificar
      actitudes en
      los niños
      que en las personas de más edad, no obstante, esa
      estabilidad no quiere decir estaticidad, pues el proceso de
      construcción y desarrollo de la personalidad culmina con
      la muerte del
      individuo,
      de ahí que constantemente se estén incorporando
      elementos nuevos que pueden conducir transformaciones
      personológicas. Esto está muy relacionado con la
      siguiente característica:
    6. Es una entidad abierta en intercambio constante con
      el medio
      ambiente, con el exterior. Es el proceso de
      socialización el proceso de incorporación y
      construcción de la experiencia, y este comienza, como ya
      se dijo, con el nacimiento y culmina con la muerte, de
      ahí que:
    7. La personalidad está en constante cambio y
      desarrollo. Nunca se termina de formar la personalidad,
      constantemente se está intercambiando informaciones y
      afectos que posibilita que el sujeto cambie y se desarrolle,
      esto lo debemos tener bien presente, siempre que trabajaremos
      con personas sensibles al cambio, a la transformación, y
      cualquier esfuerzo realizado en este sentido puede lograr
      resultados satisfactorios.
    8. Es única e irrepetible. La personalidad posee
      cualidades singulares en cada uno de los sujetos, que lo hacen
      exclusivo. Cada persona posee una historia individual
      específica que está formada en condiciones de
      vida diferentes para cada uno de los sujetos.
      Independientemente de que existan similitudes entre personas
      nunca dos personas serán iguales pues existen
      múltiples factores que lo permiten, esto lo debemos
      tener en cuenta a la hora de trabajar con las personas, que
      todas son diferentes y por ello no debemos asumir patrones de
      comparación ni pretender que dos personas lleven a cabo
      los mismos comportamientos.
    9. La personalidad supone la formación de una
      identidad personológica que tipifica a la persona. Se
      trata de una noción de sí mismo, un
      autoconocimiento que se enriquece durante toda la vida. Es
      debido a esta identidad que a veces, predecimos cómo
      se comportará una persona, pues podemos saber no
      sólo quiénes somos, sino también
      cómo somos.

      Al hablar de los determinantes de la personalidad
      nos referimos al determinante biológico, dado
      por aquellas cualidades innatas de la persona, por todo lo
      que adquiere a través de los mecanismos de la herencia, el
      temperamento, las cualidades del sistema nervioso
      central, las particularidades anatomofisiológicas
      del ser humano, la existencia de un cerebro,
      sin el cual no es posible hablar de personalidad, entre
      otras. Estas condiciones biológicas son necesarias
      pero no suficientes, pues hasta ellas mismas requieren de la
      interacción con la sociedad para que se potencien,
      maduren y desarrollen, de ahí que también
      encontremos el determinante social, que está
      dado por toda la influencia del medio exterior a
      través de los procesos de comunicación y de la actividad. Lo
      social contiene en sí mismo lo histórico y lo
      individual pues existe una historia de vida del propio
      sujeto, de la sociedad y de los grupos en que
      nos insertamos. El determinante social tampoco actúa
      esculpiendo o moldeando directamente a la personalidad, sino
      que es mediatizado. Lo social no influye de la misma manera
      en momentos diferentes, ni en lugares diferentes ni en
      personas diferentes, de ahí que esta relación
      del sujeto con lo social resulte atravesada por las
      características culturales e históricas del
      lugar, entonces no podemos hablar de lo social sin ver lo
      histórico – cultural.

      Decíamos que este determinante estaba
      mediatizado por otros factores, viendo entonces el
      determinante
      psicológico, dado por la
      propia capacidad de autodeterminación del sujeto, se
      trata de su momento activo, el cual con sus propios recursos
      personológicos organiza, dirige, controla y regula su
      comportamiento.

    10. La personalidad es plurideterminada. El proceso de
      formación y desarrollo de la personalidad está
      determinado por diversos factores que intervienen
      simultáneamente, a pesar que en determinadas
      circunstancias se observa más la influencia de uno de
      ellos. Al respecto, la doctora Lourdes Fernández refiere
      que los seres humanos formamos parte de una naturaleza y
      existimos, en nuestra esencia, en una relación entre lo
      natural, lo psicológico y lo sociocultural en
      historicidad, y entender esta relación resulta vital
      para comprender el origen y formación de la
      personalidad.
    11. Por último, la personalidad tiene la función
      de regular y autorregular el comportamiento. La personalidad
      orienta, dirige y controla el comportamiento.

    Hasta aquí hemos podido dar respuesta a algunas
    de las interrogantes realizadas al comenzar, analicemos a
    continuación otros aspectos relacionados con los elementos
    que subyacen al comportamiento de las personas, para ello
    hablaremos brevemente de la estructura de
    la personalidad.

    Elementos que integran la
    personalidad.

    La personalidad tiene en su base a los procesos
    cognitivos, que no son más que aquellos que te permiten
    conocer el mundo exterior, por ejemplo, la percepción, la atención, la memoria, la
    atención, etcétera. Y a los procesos
    afectivos que son aquellos que expresan cuánto y
    cómo nos afecta lo que conocemos y se expresa en
    sentimientos, emociones y
    afectos.

    Estos procesos no funcionan de manera aislada, sino que
    íntegramente, pero en diferentes momentos y etapas del
    desarrollo se observa la presencia de uno más que otro en
    el comportamiento. Por ejemplo, a veces cuando un niño
    pequeño tiene un dolor llora desesperadamente, y ese
    llanto, que es una manifestación afectiva nos está
    diciendo que algo le sucede a ese niño, mientras que un
    adulto, tal vez con el mismo dolor, en vez de llorar lo que hace
    es decirnos precisamente que tiene gran dolor.

    Otras veces entramos en grandes contradicciones ya que
    deseamos hacer algo y en cambio sabemos que no es lo que debemos
    hacer, sin embargo decidimos hacerle caso a nuestros
    sentimientos.

    Si analizamos estos ejemplos podemos percatarnos que al
    nivel de estos procesos afectivos y cognitivos también se
    produce una regulación del comportamiento.

    Estas dos aristas, si bien poseen sus especificidades
    ambas se integran sucesivamente de modos cada vez más
    complejos a lo largo del desarrollo potenciando la función
    reguladora. La unidad de los procesos cognitivos y afectivos se
    expresan, o toman cuerpo a través de los sentidos
    psicológicos, los cuales se construyen a lo largo de todo
    el desarrollo a partir de una creciente unidad de dichos
    procesos. Es entonces la personalidad una configuración de
    sentidos psicológicos.

    Los sentidos psicológicos son entonces
    aquellos elementos que son reflejados desde el punto de vista
    cognitivo y que tienen significación para el sujeto. No
    todo nos gusta, nos interesa, nos preocupa, es decir no todo
    tiene sentido psicológico para nosotros, incluso a veces
    una misma cosa tiene sentido psicológico en un momento
    determinado y no en otro.

    Por ejemplo, una enfermedad que nos podría
    resultar indiferente en un momento de la vida, en otro gana gran
    interés
    porque o la poseemos, o la posee alguien a quien amamos y
    queremos, entonces la estudiamos, nos preocupamos por conocerla y
    combatirla.

    Los sentidos psicológicos se expresan en unidades
    psicológicas primarias y en formaciones
    motivacionales.

    Como su nombre lo indica las unidades
    psicológicas primarias
    son aquellos contenidos
    básicos de la personalidad que originan una entidad nueva,
    diferente e irreductible en cada sujeto, de ahí el
    carácter único e irrepetible de la
    personalidad.

    Estas unidades psicológicas primarias no
    funcionan de manera aislada, sino se integran entre sí
    existiendo gran dependencia funcional entre ellas y entre estas y
    el sistema personológico en su totalidad. Dentro de las
    unidades psicológicas primarias encontramos las
    necesidades, los motivos, los intereses, los hábitos, los
    rasgos del carácter, etcétera.

    Dentro de los contenidos de mayor importancia para el
    estudio del comportamiento
    humano se encuentran las necesidades y los
    motivos.

    Según Fernando González Rey (1989), las
    necesidades
    pueden ser definidas como cualidades estables de
    la personalidad, de contenido emocional, que constituyen el
    motor impulsor
    del comportamiento humano, orientando al sujeto en una dirección estable, en forma de
    relación con objetos y otras personas, garantizando la
    expresión activa y creativa de la personalidad.

    Detrás de todo comportamiento existe una o varias
    necesidades. Existen necesidades inferiores o primarias y
    necesidades superiores. Las inferiores tienen que ver con la
    subsistencia de del organismo y una vez satisfechas desaparecen,
    ejemplo, si una persona tiene hambre y come el hambre
    desaparece.

    Sería bueno destacar que estas necesidades
    inferiores que existen tanto en los animales como en
    el hombre no adquieren la misma connotación en ambos, en
    caso de este último, hasta estas necesidades son
    condicionadas socialmente, si el hombre tiene hambre no va a
    comer cualquier alimento que se encuentre delante, debe ser uno
    que esté en condiciones adecuadas, e incluso muchas veces
    debe ser hasta de su gusto, mientras que el animal suele comer
    cualquier cosa y a veces hasta alimentos echados
    a perder. Es decir, generalmente las necesidades primarias del
    hombre se satisfacen de manera tal que son reguladas a escala
    personológica.

    Por otra parte, las necesidades psicológicas o
    superiores son demandas del sujeto que pueden expresarse en
    términos de carencia o de deseo e impulsan al individuo
    hacia la satisfacción de las mismas. Estas necesidades son
    estables, insaciables, autopropulsadas, ellas mismas una vez
    satisfechas conducen a otras necesidades, de ahí que los
    sujetos siempre estemos en la búsqueda de algo. Estas
    necesidades tienen un condicionamiento social muy fuerte y
    necesitan de la
    comunicación y del intercambio con el otro para
    expresarse y ser satisfechas. Su función básica es
    garantizar el desarrollo y equilibrio de
    la personalidad.

    Solamente partiendo de las necesidades reales de las
    personas es que podemos lograr el bienestar absoluto de las
    mismas, así como cualquier posibilidad de
    transformación y cambio debe basarse en las demandas
    reales de las personas y no en lo que deseamos cambiar o
    transformar.

    Existen múltiples necesidades, podemos mencionar
    por ejemplo las necesidades de salud, de bienestar integral, de
    alivio de un dolor, de reconocimiento, de afecto, de intercambio
    social, de nuevas impresiones, en fin existen tantas necesidades
    como sujetos haya. Ahora bien, las necesidades se satisfacen en
    un espacio psicológico que denominamos motivo.

    Los motivos son contenidos de la personalidad, la
    forma que la personalidad asume y procesa sus necesidades. El
    motivo es un espacio subjetivo y no siempre es consciente,
    además poseen multiexpresión, se expresan en la
    conducta, en las valoraciones, en los afectos.

    Los motivos le ofrecen sentido y dirección a la
    personalidad, en tanto orientan la conducta del sujeto en aras de
    satisfacer sus necesidades, hay motivos que tienen un alto
    sentido personal para la persona, y están cargados de
    profundos sentimientos y afectos, estos motivos se convierten en
    motores
    importantes de la personalidad y se expresan tanto en el
    comportamiento como en la subjetividad. Por ejemplo, un motivo de
    gran sentido personal para una persona enferma puede ser el
    personal médico que la atiende, y en este sentido la
    persona desarrollará profundos sentimientos de amor,
    cariño, amistad,
    respecto, admiración, agradecimiento, etcétera, que
    no sólo mostrará en sus comportamientos diarios
    para con esas personas, sino también formará parte
    de las características de su subjetividad.

    Al igual que las necesidades, los motivos se estructuran
    en una jerarquía, entiéndanse una pirámide
    donde en la cima se encuentren aquellos motivos fundamentales
    para el sujeto. Aquellos que se encuentran en el nivel superior
    de la jerarquía se denominan tendencias orientadoras, y
    están integradas generalmente por motivos conscientes que
    impulsan al sujeto hacia los objetivos
    principales de su vida. Las tendencias orientadoras, no
    sólo orientan al comportamiento al presente, sino
    también hacia el futuro, y se caracterizan por profundas
    reflexiones, comprometiendo el punto de vista del sujeto.
    (González, Rey, F. 1985).

    No todos los motivos superiores forman parte de
    tendencias orientadoras de la personalidad, aquellos motivos que
    no determinan sentido de vida futura para el sujeto no integran
    su tendencia orientadora, así por ejemplo, una
    operación puede ser un motivo superior, sin embargo la
    misma puede formar parte de tendencia orientadora en una persona
    que demande de ella cada cierto tiempo y que
    luego de la misma tenga que introducir cambios nuevos y
    necesarios a su sistema de vida, pues determina metas y
    aspiraciones futuras de la misma, en cambio para aquella persona
    que se opera para obtener una cura inmediata, está
    satisfaciendo sólo una necesidad de salud
    más.

    Hasta aquí podemos observar la relación
    que existe entre el motivo y la necesidad, es este último
    el espacio psicológico que permite la satisfacción
    de la necesidad, ahora bien, una misma necesidad se puede
    satisfacer a través de diferentes motivos, y, en un mismo
    motivo podemos canalizar varias necesidades. Veamos un ejemplo, a
    través de ese personal médico del que
    hablábamos, el paciente puede satisfacer necesidades de
    integridad física, de salud y
    bienestar personal, pero también necesidades de afecto, de
    reconocimiento, de relaciones impersonales, de aceptación,
    entre otras, y estas necesidades las puede satisfacer a partir de
    otros motivos, como un esposo, un amigo, un familiar,
    etcétera.

    Como mencionamos, dentro de las otras unidades
    psicológicas primarias se encuentran los intereses que
    tienen que ver con la selectividad del comportamiento del
    individuo, con la obtención de información sobre alguna esfera de la vida.
    Los intereses orientan, inclinan, dirigen a la persona hacia algo
    que lo atrae. Intereses hacia una persona, hacia una enfermedad,
    hacia un tratamiento, hacia un libro; los
    hábitos, referidos a automatismos que se insertan en
    nuestros estilos de vida. Son costumbres que tenemos que suelen
    ser poco variables, por
    ejemplo, leer para dormir, asearnos al despertar, rezar a
    determinadas horas; también se encuentran los rasgos del
    carácter y las actitudes.

    Los rasgos del carácter son aquellos contenidos
    puntuales de la personalidad que tipifican nuestros
    comportamientos, se observan en el proceso de interacción
    del individuo con los objetos y las personas y presentan
    naturaleza conductual. Son tendencias de gran amplitud que pueden
    variar ante diversas circunstancias, una persona puede ser
    sociable en determinado momento y en otro puede no serlo, lo cual
    no implica que sea poco sociable. Tenemos entre otros rasgos del
    carácter la amabilidad, la introversión,
    extroversión, la timidez, la seguridad o
    inseguridad, la honestidad; y por
    último las actitudes que son la forma concreta y estable
    en que el sujeto se manifiesta o se expresa hacia objetos,
    situaciones y personas e se expresan en valoraciones, emociones y
    comportamientos. Podemos hablar de una actitud hacia
    el trabajo, hacia un tratamiento, hacia un grupo de
    personas.

    Todos estos elementos aislados no ofrecen
    información por sí solos, sino que se integran y
    articulan alcanzando el carácter movilizador de la
    personalidad, apareciendo así las formaciones
    motivacionales.

    Las formaciones motivacionales son
    configuraciones subjetivas de la personalidad donde se organizan
    y expresan los contenidos psicológicos de la vida. Se
    trata de sistemas
    reguladores que articulan a las unidades psicológicas
    primarias. Aquí encontramos a los ideales, la
    concepción del mundo, el proyecto de vida,
    las intenciones profesionales y la
    autovaloración.

    Las formaciones motivacionales no se encuentran
    presentes de la misma manera desde las primeras etapas del
    desarrollo, sino que se van configurando y ganando objetividad,
    organización e intensidad en la
    regulación del comportamiento con el pasar del tiempo,
    hacia la adultez. Existen formaciones que son adquisiciones
    importantes de determinados períodos del desarrollo, como
    la concepción del mundo, típica de la edad juvenil,
    o el proyecto de vida y las intenciones profesionales.

    Otras, como la autovaloración que aunque se
    encuentra presente desde estadios tempranos del desarrollo, no es
    hasta la juventud donde
    viene a alcanzar objetividad, estabilidad y articulación,
    así como va a servir de sustento al sentido de la
    vida.

    Son precisamente los sentidos psicológicos los
    que se van a articular formando configuraciones
    psicológicas que constituyen la célula
    funcional de la personalidad que interviene en la
    regulación y autorregulación del comportamiento. En
    la medida en que aumente la complejidad e integración de
    la personalidad el sujeto se convierte más activo en dicha
    regulación, y de esta manera aumenta su capacidad de
    autodeterminación y de compromiso con sus acciones y
    decisiones, su capacidad de reestructuración, es decir la
    posibilidad de cambiar contenidos psicológicos y buscar
    nuevas estrategias
    comportamentales, su flexibilidad, su capacidad de tolerancia y su
    seguridad. Sujetos con estas características pueden
    enfrentar satisfactoriamente cualquier problema e imprevisto que
    se presente en el presente y desarrollar conscientemente un
    sistema de aspiraciones orientado hacia el futuro, pues presentan
    mejores recursos para afrontar y solucionar sus conflictos,
    así como lo nuevo.

    Por el contrario el poco desarrollo de la personalidad
    se observa en la intolerancia ante criterios contrarios, la
    rigidez del comportamiento, la inseguridad, la insuficiente
    capacidad reflexiva, la incapacidad de enfrentar lo nuevo.
    Generalmente, se trata en este caso, de sujetos pasivos que
    reproducen la realidad y no la construyen activamente, sujetos
    que están muy orientados hacia el pasado y el presente y
    les cuesta orientar y proyectar su comportamiento hacia el futuro
    ya que cuentan con pocos recursos personológicos para
    ello.

    Muchas veces no se observa tan definidamente estos dos
    extremos, sino que todos estos elementos coexisten
    simultáneamente o se alternan, recordemos que dichos
    elementos se encuentran en movilidad, incluso en diferentes
    esferas de nuestras vidas suelen presentarse
    indistintamente.

    Existen diversos momentos de la vida que exigen de
    nosotros comportamientos seguros,
    tolerantes, disciplinados y optimistas, pero no todas las
    personas contamos con los mismos recursos personológicos
    para enfrentarlos de la misma manera, por eso tal vez mientras
    que un paciente que ha sufrido un accidente que le ha
    proporcionado un gran vuelco a su vida continúe hacia
    delante y lo enfrente con gran valor,
    decisión y coraje, haya otro, con el mismo problema
    atravesando gran ansiedad y depresión,
    incluso, sin deseos de vivir. Es por ello, que es de suma
    importancia conocer cómo funciona nuestra
    personalidad.

    El desarrollo de los recursos psicológicos del
    sujeto se encuentra relacionado también a un sentido
    definido de la propia identidad, es decir, a la
    autovaloración que presente el sujeto.

    Personalidad y
    autovaloración
    .

    Señala el psicólogo soviético
    Rubinstein que el estudio psicológico de la personalidad
    no culmina con el análisis de sus propiedades
    psíquicas, sino con el estudio de la conciencia de
    sí mismo, según este autor la autovaloración
    del sujeto constituye un elemento activo que mediatiza la
    expresión de las principales necesidades y motivos de la
    personalidad.

    Es la autovaloración el concepto profundo
    y generalizado que construye el sujeto de sí mismo a
    partir de una profunda valoración de sí, de sus
    principales necesidades y motivos. Este concepto no sólo
    tiene función subjetiva- valorativa, (valoración
    del sujeto de sí mismo) sino también reguladora y
    autoeducativa, en la medida en que lo impulsa a actuar en
    correspondencia con la percepción que tiene sobre su
    propia persona y con lo que considera adecuado.

    Mientras más profundo es el autoconocimiento que
    tiene la persona de sí mismo será mayor la
    capacidad crítica
    del mismo y las posibilidades de transformación. Sujetos
    con una autovaloración estructurada, flexible e
    íntegra tienen mayor capacidad de tolerancia y posibilidad
    de resolver conflictos y de tomar decisiones autónomas,
    así como más seguridad, confianza en sí
    mismo y una adecuada autoestima, en
    cambio aquellas personas con autovaloración empobrecidas y
    desestructuradas, suelen ser rígidas, inseguros, poco
    tolerantes, toman decisiones guiados por los otros o por afectos,
    pensando después de haber actuado y con una autoestima
    inadecuada, ya sea porque se encuentre muy disminuida o
    aumentada.

    Independientemente de los recursos personológicos
    con que cuenten las personas, y que ya hemos hablado, existen
    acontecimientos normativos o no, que se presentan en la vida y
    que rompen el equilibrio de la personalidad y adentran a los
    sujetos en profundas crisis, muchas veces dichas circunstancias
    repercuten en la autovaloración y autoestima de las
    personas haciéndolos más vulnerables.

    No hablemos exclusivamente de la presencia de
    enfermedades y de accidentes que
    pueden cambiar la forma de vida de las personas pues se
    daña su imagen, sus
    órganos vitales, sus costumbres, etcétera y
    conllevan a grandes períodos de rehabilitación y de
    autoaceptación; hablemos primero brevemente de algunas
    manifestaciones psicológicas típicas de etapas del
    desarrollo que marcan alteraciones importantes en la
    autovaloración y en las características de la
    personalidad, que no deben pasar por alto al relacionarnos con
    los sujetos para comprender sus comportamientos.

    Mientras que en los primeros años de vida
    básicamente la regulación del comportamiento se
    produce al nivel de los procesos afectivos pues no existe una
    madurez suficiente de los cognitivos y no ha surgido aún
    la autoconciencia, ya alrededor de los tres años de edad
    se produce lo que muchos autores conocen como la primera crisis
    de la personalidad o crisis de identidad que tiene como saldo
    positivo el surgimiento de la autoconciencia y de la identidad,
    pues como ya dijimos, el niño se percata de que existe
    como un ser independiente y a partir de este momento él
    exige ser tratado de modo diferente, incluso, es típico de
    esta crisis manifestaciones como la rebeldía, el
    negativismo, el egoísmo, las perretas, el uso exagerado de
    pronombres posesivos, la necesidad imperiosa de ser el centro en
    los grupos de adultos y llamar la atención, lo cual no
    significa que se estén moldeando en él rasgos de
    una personalidad desviada, como muchos suelen pensar, sino que
    necesita por una parte, ser tratado como un niño mayor con
    el cual el adulto puede contar y por otra más independencia.

    Si bien el niño pequeño no comprende mucho
    cuando le explicamos las razones respecto a por qué debe
    tomar un medicamento, o hacer reposo, o por qué debe
    ponerse una inyección, o por qué a él le
    pudiera suceder uno u otro accidente si realiza determinado
    comportamiento ya que todavía no tiene definido ese "yo" y
    debemos entonces ser más afectivos que racionales en la
    interacción con ellos, ya el niño de tres
    años de edad posee recursos para comprender estos
    argumentos, y se vuelven más vulnerables a las malas
    formas, al regaño, al maltrato, en fin a la violencia, por
    supuesto, no quiere decir que los niños pequeños no
    sean sensibles a ello. A partir de este momento progresivamente
    el niño va a ir comprendiendo cada vez con mayor
    profundidad los argumentos racionales y la mentira, el
    engaño, la dependencia y la violencia, entre otros, pueden
    ir cavando profundos abismos en su autovaloración, por
    ello, es necesario relaciones cordiales, respetuosas y basadas en
    la verdad.

    A finales de los diez u once años de edad
    aproximadamente, comienza la etapa de la adolescencia
    que trae consigo profundas transformaciones. El desarrollo
    desigual de los adolescentes y
    la valoración social tienden a influir considerablemente
    en su autovaloración y autoestima, veamos
    ejemplos.

    Todos conocemos que durante este período se
    producen las llamadas transformaciones puberales que se dan en
    cuatro direcciones básicamente, en las medidas
    antropométricas, en los procesos fisiológicos, en
    los endocrinos y en la madurez sexual. Estos cambios aunque son
    vivenciados de modo diferente por los adolescentes, tienden a
    influir en la autovaloración e identidad personal del
    adolescente, ocupando un lugar central la valoración
    personal y social sobre su imagen corporal.

    Por ejemplo los adolescentes que presentan retraso en el
    desarrollo antropométrico, en la maduración sexual,
    o que presentan acné juvenil suelen ser muchachos
    tímidos, inseguros, introvertidos, con una baja autoestima
    y que se subvaloran, o por el contrario, son muy agresivos y
    rebeldes, similarmente ocurre con la obesidad o con
    aquellos que son extremadamente delgados. Muchas veces las causas
    de estas consecuencias son precisamente el rechazo y la falta de
    aceptación del grupo de coetáneos y/o adultos,
    cuyas valoraciones sociales resultan significativas para el
    adolescente.

    Los cambios fisiológicos que se producen en esta
    edad también pueden traer consigo torpezas en el
    adolescente y fatigas, siendo muchas veces valorados
    negativamente por los adultos provocando gran irritabilidad y
    excitabilidad emocional dañando, de esta manera, su
    autoestima.

    Por el contrario aquellos adolescentes con
    características atléticas, o con un adecuado
    desarrollo sexual tienden a convertirse en el centro de los
    grupos y ser muy aceptados socialmente, lo cual eleva
    considerablemente su autoestima. Este otro extremo puede ser
    también perjudicial porque se fomentan adolescentes con
    autovaloraciones inadecuadas por sobrevaloración y que
    pueden llegar a ser egoístas y superficiales.

    Podemos concluir hasta aquí que en esta etapa
    resulta de vital importancia la valoración social que
    tienen los otros y para ello contar con una apariencia personal y
    corporal adecuada resulta de gran significación, por ello
    cualquier alteración en este sentido puede originar
    alteraciones importantes en la autoestima y en la
    autovaloración. Debemos comprender que es esta etapa
    especialmente susceptible ante los daños y consecuencias
    de enfermedades y accidentes, pues los adolescentes cuentan con
    escasos recursos personales para enfrentarlos, por ser esta
    época tan convulsa.

    Para culminar con esta etapa del ciclo vital
    comentaremos que aquí se produce una de las grandes crisis
    del desarrollo que trae consigo manifestaciones comportamentales
    rebeldes, agresivas, prepotentes y excéntricas. Esta
    crisis está plurideterminada y dentro de uno de sus
    determinantes se encuentra la necesidad de autonomía, de
    independencia y de ser tratados como
    adultos. El adolescente exige y necesita que se cuente con
    él y que se valoren sus puntos de vistas y
    sentimientos.

    Por último reflexionaremos acerca de algunos
    elementos relacionados con la ancianidad, tercera edad o adultez
    mayor. En la actualidad existen muchos prejuicios que impiden un
    acercamiento adecuado a esta etapa del desarrollo y es
    válido señalar que los adultos mayores
    continúan siendo sujetos activos, y en
    muchas ocasiones hasta desarrollan muchas actividades en la casa,
    en la comunidad y en el
    centro laboral (aunque
    esta etapa trae consigo la jubilación muchos
    continúan vinculados a los centros de trabajo de
    procedencia).

    Muchas personas afirman que la vejez es
    sinónimo de envejecimiento, pero si bien esta etapa
    muestra
    evidencias de
    dicho proceso, que comienza desde el nacimiento, como por ejemplo
    dificultades en los sistemas sensorio motrices, la
    psicología prefiere abordarla como un período
    más del desarrollo donde los individuos se encuentran en
    proceso de elaboración de cambios y surgimiento de nuevas
    formaciones psicológicas.

    En la adultez media, alcanza gran desarrollo la
    autoconciencia reflexiva como uno forma auténtica de la
    identidad y el autoconocimiento, y envejecer para el adulto
    significa no sólo cambiar físicamente y perder la
    capacidad reproductiva, sino ganar en recursos que le permitan
    enfrentar esta etapa con madurez.

    Es difícil asumir la ancianidad y la
    formación de la identidad de verse como viejo, en este
    momento se suele afectar la autoestima y la
    autovaloración, pues como ya se dijo, la existencia de
    múltiples prejuicios y estereotipos en la sociedad
    dañan la interacción y el crecimiento personal del
    adulto mayor, además en este momento de la vida la muerte
    es algo inminente, de ahí la gran necesidad de trascender
    y de dejar un legado en el otro, el viejo ya sabe que está
    llegando al final de sus días como ser viviente y esto
    exige de gran apoyo y comprensión pues puede generar
    profunda ansiedad y depresión.

    Esta etapa ni es la mejor edad, como algunos refieren
    pues se cuentan con gran experiencia, ni es la peor, pues tampoco
    ser viejo significa ser inútil, caduco, feo e inactivo,
    por lo tanto, no podemos convertirnos en bastones de los
    ancianos, sino que mediante la comunicación con ellos
    debemos potenciar su desarrollo.

    ¿Cómo contribuir a un mejor desarrollo
    de la personalidad?.

    Si bien la psicología no puede ofrecer recetas
    para el tratamiento de las personas, por tratarse de sujetos
    activos portadores de subjetividad y de individualidades
    únicas e irrepetibles, con historias de vida individuales
    y diferentes que los acreditan como protagonistas exclusivos de
    su desarrollo y hacedores de su propia experiencia, existe un
    grupo de ideas que debemos tener presentes para potenciar el
    crecimiento personal de los individuos.

    Sea cual fuese la etapa del ciclo vital en que se
    encuentre el ser humano debemos convertirnos en mediadores de su
    desarrollo, ser capaces de impulsarlos hacia estadíos
    superiores y proporcionarles las herramientas que les permitan
    enfrentar por sí solos sus conflictos y superarlos.
    Sentimientos y comportamientos como la lástima, la
    compasión, la mentira y el dolor no ayudan a las personas
    con necesidades de orientación y de apoyo social, sino que
    los conducen a un mundo de fantasías y de engaños
    donde las principales víctimas son precisamente ellas
    mismas.

    Los prejuicios y los estereotipos sociales
    también dificultan relaciones desarrolladoras, por lo que
    debemos cumplir tres pilares básicos, formulados por el
    psicólogo C. Rogers y que resultan de suma importancia en
    la interacción con los seres humanos, ellos
    son:

    • La aceptación, ser capaces de aceptar al otro
      tal y como sea, con sus virtudes y defectos. Significa la
      tolerancia y la madurez para comprender y entender que las
      personas son de determinadas maneras y no como
      quisiéramos que fuesen.
    • La empatía que supone la capacidad de ponernos
      en el lugar del otro, de ver el asunto desde su punto de vista,
      lo cual no implica aceptar esta otra visión, sino
      entenderla, y por último:
    • La congruencia, ser coherentes con lo que hacemos,
      decimos y pensamos.

    Por último, considero que resulta importante
    conocer que cualquier consejo que demos que no sea consultado con
    un especialista puede lacerar profundamente a las personas. A
    veces, nos vestimos de orientadores y consejeros
    psicológicos con el sano objetivo de
    ayudar al otro y hacemos todo lo contrario, pues cualquier
    opinión emitida en un momento trascendental para un sujeto
    puede ser vital en sus decisiones, y si no estamos preparados
    para ello, las consecuencias quizás no sean las deseadas,
    además, hay que tener claro que nadie está
    facultado para decirle al otro lo que tiene que hacer, sino que
    debemos posibilitarles los recursos que les permitan a cada cual
    decidir por sí solos, sólo de esta manera logramos
    su desarrollo personológico.

    Bibliografía.

    1. Fernández, L. La personalidad. Algunos
      presupuestos
      para su estudio, en: Psicología. Selección de textos, Editorial
      Félix Varela, La Habana, 2003.
    2. González, F. Mitjánz, A. Motivación moral en
      adolescentes y jóvenes, Editorial pueblo y educación, La

    Habana, 1985.

    3. González, F. Psicología. Principios y
    categorías. Editorial Pueblo y Educación, Ciudad de
    la Habana, 1989.

    1. Orosa, T. La tercera edad y la Familia:
      Una mirada desde el adulto mayor, Editorial Félix
      Varela, La Habana, 2000.

    Por:

    Licenciada Daymi Rodríguez
    López

    Profesora instructora de la Facultad de
    Psicología. Universidad de la
    Habana

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