Monografias.com > Filosofía
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Crisis mundial de valores en la era del olvido del corazón




Enviado por haydeevaldes2



    El tema del que hablaremos hoy tiene que ver con el
    pasado y el presente. Aunque el pasado haya sido pródigo,
    el presente y el futuro son aún inciertos. Nadie sabe si
    girará hacia algo peor o hacia algo mejor. La existencia
    presente permite siempre sentir lo que nos falta para la
    felicidad y perfección.

    El hombre -desde
    luego- tiene la esperanza de un futuro mejor, pero al mismo
    tiempo, teme
    lo incierto: la enfermedad, los inconvenientes serios, la
    angustia, el dolor, las frustraciones, la ruptura de los afectos,
    las pérdidas, todo anticipo de muerte. Pero
    nosotros hoy hablaremos de un tema muy peculiar, de gran
    actualidad, como es el que he dado en llamar "Crisis mundial
    de valores en la era del olvido del corazón".

    Crisis es hoy una palabra de uso cotidiano. Es raro el
    día que no la decimos o escuchamos y no falta quien la ve
    como una oportunidad.

    Pero crisis significa etimológicamente "separar",
    "discernir"; y va unida siempre a la urgencia de tener que tomar
    una decisión. Decisión a menudo dolorosa, porque
    implica ejercer un mandato de libertad y,
    por lo tanto, de responsabilidad. Dice Jean Guitton que hoy vivimos
    la "crisis de las esencias": se refiere a la crisis de las ideas
    que hasta ahora formaban el lazo entre las civilizaciones.

    Hoy no hay crisis solitarias, todas se comunican entre si, se
    reabastecen recíprocamente para lo mejor o para lo peor. Y
    esta es una de las razones de la angustia profunda, que ocupa el
    inconsciente de los hombres – pues todo hombre digno es
    intransigente sobre lo esencial.

    Ese hombre piensa con las categorías, idioma,
    circunstancia del momento que vive, de acuerdo con la programación recibida de su cultura, que
    le transmite los valores de
    su comunidad.
    Sabemos que la causa formal de la sociedad es el
    vínculo moral de
    quienes la componen, su intención de buscar juntos el Bien
    Común.

    Cuando este vínculo moral deja de existir por el
    egoísmo e individualismo, acentuado en una búsqueda
    desenfrenada de si mismo por encima de todo, la sociedad entra en
    crisis y en riesgo de
    disolución. Se genera un estado de
    violencia,
    verdadera regresión humana, que abandona la racionalidad
    natural para conducirse con rasgos de animalidad, propios de una
    infracultura.

    Este "desorden social" conlleva la violación de los
    derechos
    esenciales de la persona, el
    desprecio de la vida, propia y ajena, puesto de manifiesto en
    formas innumerables: desde la industria del
    secuestro y la
    apropiación de los bienes ajenos
    a través del hurto, del robo, hasta asimismo como una
    indebida carga social de impuestos
    claramente injustos.

    Es también consecuencia de una sociedad en crisis la
    desenfrenada búsqueda del tener, que somete al ser humano
    a un consumismo de lo superfluo y aún de lo perjudicial,
    materializando valor y virtud
    cual si fueran nuevas mercancías de la oferta y la
    demanda.

    "Valor" traduce el término clásico de "bien" o
    "bondad"; es por lo tanto equivalente a axioma (en lógica), dignidad (en
    las cosas); es algo que vale de por sí y que merece ser
    visto, admirado, poseído – y que no nos permite estar
    ausentes al presente.

    El primer valor es el don inestimable de la vida, valor
    sagrado y hoy cuestionado al mismo tiempo. A este le sigue
    el amor, lo
    único capaz de llenar el corazón del hombre
    -aún el amor no
    correspondido- porque aunque se mezclen motivos de amargura quien
    ama mucho es siempre feliz.

    Otros valores – podríamos llamarlos tesoros – como
    familia,
    verdad, justicia,
    patria, religión, libertad, honor, fidelidad y
    algunos más, no son hoy enseñados ni mucho menos
    promovidos. Al contrario, muchas veces se los ridiculiza y son
    objeto de burla y de escarnio.

    Pero son éstos los que movilizan, porque estamos
    presentes sólo a aquello que nos comunica su valor y su
    sentido profundo.

    Los valores son absolutos, en el sentido de que no son
    relativos a algo. Y cuando están en contacto con la
    realidad, hablan, sacuden, atraen, rompen la indiferencia, mueven
    a acometer resueltamente grandes empresas y a
    arrostrar con decisión los peligros que puedan
    presentarse. Es el caso de los héroes y de los
    mártires. Pensemos si no en Maximiliano Kolbe, por poner
    un ejemplo relevante y significativo en cuanto a lo que
    representa el valor más importante, como es el de la
    vida.

    El sentido y los valores se encuentran unidos en la realidad y
    mueven la voluntad para producir la energía que se
    necesita para la acción.

    "Nada es mas útil al hombre en este mundo, que la
    amistad",
    decía Cicerón; pero la amistad se alcanza
    únicamente cuando se olvida la utilidad.

    El empobrecimiento vivencial y la indiferencia que se observan
    hoy, sobre todo en una franja de personas aún
    jóvenes, responde a una pérdida de valores no
    utilitarios. Ya que cuando el dinero es
    el primer valor la chatura es inevitable.

    Aburrimiento, abulia, la falta de ideales, de heroísmo,
    de ejemplos de calidad, son
    todos consecuencia de una civilización incapaz de
    descubrir el sentido de lo trascendente.

    Es Nietzsche uno
    de los primeros que cuestionan radicalmente los valores de
    Occidente. Nietzsche propone una inversión radical de los mismos. Su
    expresión "juicio de valor" es punto de partida de lo
    parcial, de lo emotivo, de lo socialmente determinado.

    Ciertamente el deber supremo del hombre es buscar la verdad,
    aquella que negaban los sofistas, verdad que está envuelta
    en belleza y en fuerza.
    Resplandece y es más que poderosa. Se hace valer aunque se
    la quiera sofocar y el hombre no
    tiene dominio sobre
    ella. Es exigente y profunda y por eso obliga y compromete. No
    debe ser impuesta, sino expuesta, mostrada, descubierta. Y se la
    descubre mirándola, viéndola – no razonando.

    Mientras no hay verdad, no hay paz en el alma; en
    cambio, quien
    está en ella adquiere una seguridad enorme,
    porque hay en el hombre voluntad natural de verdad y de unidad,
    de coherencia, de continuidad y de lógica. Hablar de
    verdad en la cultura contemporánea, en un ambiente
    enrarecido por el nihilismo,
    constituye una provocación.

    Pero las grandes cuestiones de la existencia: Dios, el sentido
    de la vida, la muerte, la
    justicia, lo exigen y deben buscarse porque son las que realmente
    importan. Y así como la verdad exige inmutabilidad, la
    vida, exige variedad, cambio, adaptación. Por eso decimos
    que una doctrina es "verdadera" cuando une variedad y
    crecimiento, que son signos de
    existencia, con la constancia y la identidad, que
    son los caracteres de la esencia.

    Hay transformaciones que ponen de manifiesto que la verdad
    haya podido cambiar, permaneciendo idéntica, a fin de ser
    propuesta a todos los tiempos. Esto lo percibimos claramente en
    la edad adulta, cuando nos damos cuenta cómo hemos
    cambiado a través del tiempo, permaneciendo siempre el
    mismo "yo".

    Los hombres se encuentran siempre en la verdad: no en la
    mentira, ni en la ilusión, ni siquiera en los proyectos. Porque
    la mentira – la inautenticidad – destruye la unidad,
    fomenta y produce lo imaginario, es nada; y vivir de la nada
    causa inseguridad y
    angustia.

    La aversión profunda hacia la mentira es algo que
    resulta incomprensible a quienes no entienden la importancia de
    este valor. En los sistemas
    políticos, la mentira sólo puede mantenerse un
    cierto tiempo – aunque para muchos hombres haya abarcado toda su
    vida – pero siempre termina derrumbándose. Hay
    múltiples ejemplos en la historia y todos los
    aquí presentes lo hemos vivido de una u otra forma. La
    mentira es lo que no es, por lo tanto no puede mantenerse.

    Ser justo y veraz supone siempre esencialmente la prudencia,
    que exige de quien obra que conozca. Y el
    conocimiento objetivo de la
    realidad es decisivo, ya que quien no considere todos sus
    aspectos caerá en la injusticia.

    La prudencia está hecha de la memoria del
    pasado, de la inteligencia y
    comprensión del presente y de la previsión del
    futuro. En la Edad Media, se
    consideraba sabio al prudente, al que obraba bien, aquél a
    quien las cosas le parecían tal como son. Decía
    Eckhart que "las personas no deben pensar tanto en lo que han de
    hacer como en lo que deben ser". Es que la vida debe estar
    subordinada al bien común y – en la medida que el hombre
    no pierde la conciencia, es
    decir en la medida que la moral es,
    sobre todo, y ante todo, doctrina sobre su verdadero ser – se
    produce el cambio que asocia la moral a una doctrina del hacer, y
    sobre todo del no hacer: de lo mandado y de lo prohibido.

    Pero la moral no es social, es ontológica; y su gran
    aliada es la lucidez. Cuando se experimenta el sentido de algo
    valioso siempre se tiene la voluntad de realizarlo, ya que la
    percepción del mismo está envuelta
    en una vivencia valoral.

    El esfuerzo que se realiza para descubrir ese sentido se opone
    a la pereza intelectual, aliada de la cobardía y de la
    indecisión. Estas al contrario se unen a la creciente
    despersonalización actual, donde no tiene cabida la
    justicia y donde se va perdiendo la luz de la
    conciencia – la mas grave de todas las enfermedades, la que suprime
    la libertad interior.

    En cuanto a la moral cristiana, su esencia no es un conjunto
    de principios, ni
    de normas morales,
    sino una persona real e histórica que ha vivido en esta
    tierra y en un
    tiempo determinado: Jesús de Nazareth, Jesucristo. Cada
    uno tiene un estilo de vida
    propio, que puede ser mediocre – guiado por lo mínimo – o
    pleno – guiado por lo máximo. Son estas opciones las que
    acaban creando hábitos y modos de ser, que dan forma a la
    libertad y configuran una manera de situarse en el mundo.
    Ningún hombre puede realizar todas las potencialidades que
    ha recibido de Dios, como dones gratuitos, y elevarlas al
    más pleno rendimiento. Ello depende siempre de saber
    renunciar, conscientemente, a determinadas posibilidades de
    desarrollo.

    El hombre más perfecto es aquél que está
    lo más sencillamente presente a todo lo que hace y a todo
    lo que es. La vida humana es algo muy hondo; y si no se vive
    así, con profundidad, no hay sabiduría, ni
    participación, ni acceso posible a la verdad total. Aquel
    para quien sólo existe el momento actual no puede tener
    visión suficientemente amplia – y quien no ve es persona
    peligrosa, capaz de toda clase de
    error: moral e intelectual.

    Es necesario, pues, que la conciencia funcione bien: que
    descubra la verdad y que ponga orden entre los bienes y deberes.
    Al crecer las virtudes, ésta se ensancha, tiene más
    holgura, está menos ocupada por los sentimientos y crece
    la libertad interior.

    Para ejercer esta libertad hay que vencer la ignorancia y las
    distintas manifestaciones de la debilidad. La ignorancia apaga la
    voz de la conciencia, la deja a oscuras, no puede decidir bien –
    porque no sabe decidir. Una conciencia deformada o con poca
    formación moral es incapaz de acertar; y quien no sabe
    qué tiene que hacer sólo tiene la libertad de
    equivocarse.

    Por otro lado, el que es débil se deja arrebatar la
    libertad por el desorden de sus sentimientos o por la
    coacción externa del "qué dirán".

    Hoy es imprescindible superar los automatismos
    económicos y enterarse, hasta donde sea posible, de las
    implicaciones morales de cada decisión, ya que vivir de
    acuerdo con la conciencia es vivir en la verdad. Dice Juan Pablo
    II en "Centesimus Annus" que "quienes están convencidos de
    conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza, no son
    fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar
    que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea
    variable según los diversos equilibrios
    políticos".

    A este propósito hay que observar que, si no existe una
    verdad última, la cual guía y orienta la
    acción política, entonces
    todas las ideas y las convicciones humanas pueden ser
    instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Aunque
    hoy se predique la democracia
    como sistema
    político inclusivo y de participación, la
    realidad nos indica que estamos viviendo en un sociologismo
    horizontal, formado por masas y no por sociedades,
    sociologismo que la mayoría de las veces desemboca en
    totalitarismo profundo y excluyente, visible o encubierto, fruto
    de esas pseudodemocracias hodiernas y del relativismo moral,
    desde donde se las dirige y mantiene juntas, por medio o bien de
    la propaganda
    todo es consenso, encuestas – o
    bien del terror. En la masa, el hombre pierde la libertad de
    decidir por si mismo, caducan todos sus derechos.

    Se convierte en cosa, medio, se puede tasar, es parte del
    Estado o recurso natural, es sustituible, descartable. Existe una
    profunda desconfianza de la realidad y este vacío moviliza
    para la evasión, para la fuga. No hay metas, pero
    sí sustitutos: alcohol,
    drogas,
    sexo,
    crímenes, o su visualización a través de
    los medios de
    comunicación: excitaciones fuertes, que nacen del
    tedio y de una
    vida sin sentido, y que una vez logradas vuelve al mismo tedio,
    ya que los placeres buscados por excitación o
    evasión son siempre efímeros. En la cultura de la
    muerte el Estado instrumenta los medios para
    resolver los problemas
    humanos matando. Aduce razones económicas, sociales,
    sentimentales; no encuentra trabas de orden moral o religioso,
    siempre el consenso; si no verdadero, falso.

    En tales amontonamientos tolerantes, preocupados más
    que antes por una concepción falsa de la libertad, se hace
    constante el conflicto
    entre el ideal de libertad y de solidaridad. Y
    mientras tanto los medios de
    comunicación nos condenan a la apariencia, callando lo
    esencial.

    No sucede así con la sociedad compuesta por personas
    que poseen y se reconocen la dignidad que da consistencia al
    tejido social, donde cada hombre es sujeto, portador de derechos
    inalienables; donde su libertad no se reduce a la mera
    participación electoral sino se ejerce
    desempeñándose con responsabilidad en
    múltiples asociaciones, con trascendencia política,
    social, cultural o artística, avanzando hacia posiciones
    mas elevadas en un orden de grandeza donde prevalece la calidad y
    el equilibrio – y
    donde los mayores riesgos
    preludian mayores triunfos.

    Muy rara vez escuchamos hoy ponderar a alguien por sus
    virtudes. Casi podríamos decir que las palabras "virtud" o
    "virtuoso" han perdido vigencia en el lenguaje
    cotidiano. Y sin embargo, "virtud" denota la más elevada
    actividad del alma, lo máximo a que puede aspirar el
    hombre, o sea la realización plena de sus
    potencialidades.

    Dice Max Scheler que la sociedad se aglutina alrededor de
    personalidades superiores, jerárquicas, virtuosas, ya que
    su vida es poderosamente sociógena, porque vincula la
    interioridad con la afectividad.

    El tema de la afectividad es central en la antropología de todos los tiempos, pero
    particularmente en el nuestro, donde la tendencia actual, de
    total independencia
    de valores, se dirige a las masas, no a las sociedades; y
    prescinde de lo afectivo.

    Pascal diagnostica la era moderna como la del olvido del
    corazón. "Corazón", entendido como núcleo de
    la
    personalidad: como centro de la libertad de la persona, ya
    que es también luz, no solo afecto, porque cuando el amor
    es ciego es siempre fatalmente falso. El hombre de hoy necesita
    que le hablen no sólo a la "razón" sino
    también al "corazón", a sus afectos.

    Una verdad, un sentido que no sea a la vez un bien o un valor,
    que no genere una resonancia afectiva plenificante de nuestras
    ansias profundas, no tendrá ninguna capacidad de llegada,
    no será palabra para el hombre de nuestro tiempo. Esta
    necesidad de suscitar una respuesta afectiva con nuestras
    palabras y acciones,
    además de ser propia de la naturaleza
    humana, tiene sus raíces más cercanas en el seco y
    árido racionalismo
    que domina la cultura occidental de los últimos siglos – y
    que de ninguna manera ha sido superado por el hecho de estar
    caducas sus versiones clásicas.

    Por eso una visión "intelectualista", que valorice
    únicamente el ámbito cognoscitivo y no preste
    atención al mundo afectivo de la persona,
    es totalmente insatisfactoria. Necesitamos una
    antropología "cálida" para el hombre actual,
    ahogado por la frialdad del racionalismo moderno y
    postmoderno.

    La afectividad no consiste en fuerzas ciegas puramente
    instintivas, enemigas del espíritu. Por el contrario,
    reclama luz y medida, para encontrar en ellas su quicio y
    fecundidad existencial. El conocimiento
    frío, un saber que no produce reacciones afectivas, o una
    vida superficial, que manifiesta falsas afectividades, puede
    hacer coexistir la libertad exterior, con la esclavitud
    interior.

    Solo llega hondo lo que importa, lo que llega al
    corazón, de ahí la cordialidad – que es,
    además, el hábito de ser amable, sincero y sobre
    todo cuidadoso. Poner en marcha el corazón es demostrarle
    al prójimo la posibilidad de ser amado.

    Esta palabra, "amor", está hoy totalmente devaluada. Se
    la ha cargado de asociaciones físicas que la
    desvirtúan y que llevan a confusión. Amar a alguien
    significa ampliarle sus valores, sus virtudes, sus capacidades –
    y disimular sus defectos.

    Y ser "cuidadoso" consiste en respetar en primer lugar la
    libertad del otro, libertad que lo hace responsable, porque lo
    hace capaz de dar razón de su obrar. Consiste
    también en reconocer el modo de ser del prójimo; en
    adecuar la amabilidad y la sinceridad a la sensibilidad de cada
    persona, a su ritmo, a las características que lo
    singularizan, que hacen de ella o él una persona con
    nombre y apellido, diferente de todas las demás y con la
    misma dignidad.

    La cordialidad transforma y ubica la relación y el
    trato entre personas, lo que equivale a decir que humaniza. La
    vida actual parece haber olvidado este recurso de
    humanización, en pos de una rivalidad, una competitividad, que no tiende a un ordenamiento
    por mérito sino a ver quien se impone con mayor
    prepotencia.

    Es como si la amabilidad produjese una pérdida de
    derechos, una disposición a ser atropellados. A la
    cordialidad se opone la crudeza, la dureza en el trato o, lo que
    es peor aún, la indiferencia.

    Por lo tanto la cordialidad ha de comenzar y aprenderse en el
    hogar, sabiendo que es allí donde nacen los
    sentimientos.

    Sentimientos que llegan y brotan del corazón, donde
    reina la espontaneidad. Es allí, en el hogar, donde
    también se aprende a amar, a perdonar, a reparar las
    ofensas. El amor es siempre sacrificio y gozo. El amor es,
    además, misterio, una realidad que supera la razón,
    sin contradecirla; es más, exalta sus potencialidades.
    Digamos por último, que la persona humana sólo se
    realiza plenamente en el amor.

    Y cuando esta virtud se instala en el hombre, instala casi
    como segunda naturaleza las satisfacciones cualitativas, las del
    espíritu, hoy cada vez más raras.

    Y se produce así la felicidad: presente en esas mismas
    realidades espirituales, en el gozo intelectual, fecundidad,
    generosidad, plenitud, alegría incomparable y encuentro
    consigo mismo y con los demás.

    Keywords:

    afectividad

    amor (definición)

    antropología filosófica

    axiología

    conciencia

    consenso

    crisis de valores

    cultura contemporánea

    egoísmo

    estado de violencia

    ética

    eudemonismo

    felicidad

    filosofía existencial

    Friedrich Nietzsche

    inautenticidad

    individualismo

    masificación

    Maximiliano Kolbe

    Meister Eckhart

    nihilismo

    responsabilidad personal y
    social

    ser-en- el-mundo
    (In-der-Welt-Sein)

    solidaridad

    verdad (definición)

    vínculo moral

    Santiago Héctor Valdés

    Filósofo, médico, ex-viceministro de
    Salud de la
    República Argentina.

    Conferencia pronunciada el dos de julio de
    2005

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter