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¡Que se vayan todos!




Enviado por cronopios77



    1. Antecedentes Políticos y
      Económicos Inmediatos
    2. Qué se vayan…
      quienes?
    3. A modo de
      conclusión
    4. Apéndice
    5. Material
      consultado

    Introducción

    19 y 20 de diciembre de 2001, días bisagra en la
    historia
    argentina contemporánea. Días que se grabaron en
    la memoria del
    pueblo y que ayudan a configurar su identidad de
    clase, su
    grado de organización y de conciencia en un
    determinado momento histórico. A lo largo (y ancho) de la
    historia pueden observarse momentos de ruptura, momentos que se
    intuyen importantes cuando están sucediendo, pero cuya
    dimensión verdadera y sobre todo la dirección futura de acontecimientos que
    abren, no siempre es posible vislumbrar rápidamente. A
    diferencia del Cordobazo, que tuvo un grado mucho menor de
    espontaneidad pero contó con un programa
    político y un marco de organización más
    importante, la "crisis" de
    diciembre de 2001, la rebelión popular, constituyó
    uno de esos momentos en los que gran parte de los sectores
    populares ocupan el espacio público, se ponen como sujetos
    y producen un corte en la historia, planteando los grandes
    objetivos que
    signarán de ahí en más el devenir
    histórico de la sociedad por
    todo un período.

    Más allá de las vivencias personales en
    los episodios, aunque rescatando algunas de esas experiencias,
    que por personales no dejan de ser históricas, este
    trabajo
    analiza las causas inmediatas de la crisis tomando como punto de
    partida el terrorismo de
    estado y el
    terrorismo económico implantado en 1976. Durante la
    democracia de las últimas dos décadas este
    modelo
    económico se profundizó, aunque estuvo atravesado
    de contradicciones y de expectativas populares en los distintos
    gobiernos que despertando a veces algún interés en
    la población, una y otra vez impusieron las
    políticas neoliberales que llevaron al
    empobrecimiento a la mayoría de la
    población.

    En el estallido social así como en el desarrollo del
    proceso de
    movilización popular se expresan los antagonismos de clase
    en relación directa con, por un lado la violencia de
    la represión estatal, y por otro lado por el nivel de
    organización y resistencia del
    pueblo en la calle. Así, se entiende este proceso como una
    rebelión popular espontánea pero masiva, con un
    limitado orden del día en cuanto a "programa
    político" y un amplio apoyo popular, que iba desde los
    indigentes a la clase de pequeños y medios
    comerciantes, algunos de los cuales habían logrado una
    posición bastante "acomodada" durante la década
    anterior. A partir del análisis de las asambleas barriales se
    intenta dar cuenta de algunas de las formas de resistencia
    popular, que si bien ya venían siendo implementadas por
    los movimientos de trabajadores desocupados, cobraron vigor y se
    caracterizaron por la heterogeneidad política e
    ideológica de sus integrantes. Aquí recojo los
    testimonios de dos asambleístas, uno de ellos de la
    Asamblea de Paternal y el otro de la Asamblea del MTD de Lugano,
    que también participaron en los enfrentamientos con la
    policía. Por último se analiza la contraofensiva
    del régimen para recuperar su "legitimidad" a
    través de un golpe institucional, apoyado por los mismos
    partidos
    políticos que el pueblo había salido a
    repudiar, por un lado, y una política abiertamente
    represiva como lo demuestran los hechos de la masacre del Puente
    Pueyrredón, el 26 de junio de 2002.

    Antecedentes Políticos y Económicos
    Inmediatos

    El terrorismo de estado como garante del terrorismo
    económico

    Con el golpe militar de 1976 se abre un proceso
    despiadado de concentración monopólica y
    acumulación financiera de los grandes grupos
    económicos internacionales y sus vasallos locales. Para
    imponer esta política
    económica se llevó a cabo un plan de
    exterminio de opositores políticos e ideológicos
    con la mayor saña y barbarie del terrorismo de estado que
    se dio en la historia del país. Tal es así que
    cuantos más años transcurren desde aquel Proceso,
    se percibe con más claridad el daño
    que significó y que significa aún hoy para la
    sociedad la implementación de la política del
    terrorismo de estado y del terrorismo económico en el
    país. "Estos hechos, -denunciaba Rodolfo Walsh en su
    Carta abierta a la Junta Militar– que sacuden la
    conciencia del mundo civilizado, no son sin embargo los que
    mayores sufrimientos han traído al pueblo argentino ni las
    peores violaciones de los derechos humanos
    en que ustedes [la Junta Militar] incurren. En la política
    económica de ese gobierno debe
    buscarse no sólo la explicación de sus
    crímenes sino una atrocidad mayor que castiga a millones
    de seres humanos con la miseria planificada" (Carta abierta a
    la Junta Militar
    , Rodolfo Walsh, C.I. 2845022, Buenos Aires, 24
    de marzo de 1977) Puede afirmarse que este proceso de
    (sub)desarrollo
    económico vivió un salto en todo sentido bajo
    el "menemato", y llegó a su techo y crisis política
    y económica más profunda con el triste y decadente
    gobierno de la Alianza.

    La característica central de este proceso de
    acumulación, además de los altísimos niveles
    de corrupción
    y ostentación, fue la extranjerización casi total
    de la economía: privatizaciones y compra masiva de empresas por
    parte del capital
    internacional, el aumento de la desocupación estructural que llego a
    niveles de más del 20 %, y el endeudamiento del estado. La
    financiación externa tanto del estado como de los grupos
    económicos, y la paridad cambiaría, alimentaron el
    mecanismo de generación de deuda externa,
    que constituyó el otro puntal del proceso de
    acumulación del capital durante la era neoliberal.
    Acumulación de los monopolios y el capital financiero,
    junto a la fuga de capitales hacia el centro del imperio a costa
    del vaciamiento de la economía nacional, la
    destrucción de su industria, y
    el desempleo de sus
    trabajadores, es el proceso perverso que asume la reproducción ampliada del capital en las
    condiciones de un país dependiente y en particular en la
    Argentina.

    A nivel mundial el capitalismo
    atraviesa una etapa histórica que se caracteriza por la
    concentración más despiadada y descomunal, al
    punto, y para dar un ejemplo, que las 250 fortunas más
    importantes acumulan un patrimonio
    igual al del 40 % más pobre de la población del
    planeta. A esto le sumamos en el orden local las
    características propias de una burguesía que
    siempre se desarrolló al amparo del
    capital financiero y jamás tuvo capacidad ni peso propio
    como para desplegar políticas independientes. Junto a una
    dirigencia política corrupta que en sintonía con
    esta situación fue siempre gerente y a lo
    sumo coimera de los grandes monopolios. Se configura así
    en nuestro país un cuadro de agotamiento y crisis
    profunda, que cuestiona la propia identidad y perspectivas del
    estado nación
    Argentino.

    Expectativas y decepciones de la democracia:
    profundización del modelo y resistencia

    Este régimen político basado en la farsa
    democrática fue despertando lentamente la desconfianza
    popular. Tanto Alfonsín primero, como Menem
    después, supieron despertar, cada uno con sus
    características, grandes expectativas populares, sin
    embargo ese entusiasmo está en directa proporción
    al grado de decepción, escepticismo y desconfianza que sus
    gestiones generaron no solo con respecto a sus figuras, sino a
    los partidos tradicionales e inclusive a las propias instituciones
    del sistema. Si el
    proyecto es el
    del capital financiero, si la tendencia es a eliminar todas y
    cada una de las conquistas logradas por la clase obrera en
    más de un siglo de luchas, si la fase es la de la
    imposición absoluta de los intereses del imperialismo y
    del absoluto predominio de los monopolios y el capital
    financiero, necesariamente su régimen de dominación
    política, mas allá de discursos o
    formas aparentemente "democráticas", es cada vez
    más evidentemente la dictadura
    abierta de ese "gran capital".

    En 1989, el proceso económico que desató
    la hiperinflación y los saqueos derivó
    en la profundización del modelo neoliberal y sus
    "políticas de ajuste". La hiperinflación que
    provocó los saqueos de 1989 fue usada como herramienta de
    disciplinamiento social, como advertencia de lo que podía
    pasar si el Estado
    intervenía para regular los mercados y
    racionalizar las privatizaciones. La hiperinflación
    había castigado a los más pobres y se la usó
    para seguir castigándolos con el mismo modelo que
    provocó los saqueos de diciembre de 2001. Cuando
    comenzaron los saqueos en mayo de 1989, en supermercados del Gran
    Rosario, la gente reaccionó con histeria y pánico.
    Hacía apenas seis años que se había
    recuperado la democracia. El recuerdo todavía fresco de la
    dictadura militar
    y los levantamientos "carapintada" recientes hacían pensar
    que una protesta social de ese tipo solamente podía
    realizarse con activistas y una organización "subversiva"
    y que cualquier tipo de protesta sería castigada
    cruelmente por las Fuerzas Armadas. En diciembre de 2001,
    más que pánico o histeria, hubo bronca e
    indignación contra el gobierno, los políticos y los
    banqueros, hubo hastío frente a los televisores que
    mostraban las escenas de los saqueos, las colas de los jubilados,
    las marchas de protesta y la represión, hubo cansancio por
    vivir en un país castigado y castigador.

    Durante los años 90 se gestaron y desarrollaron
    procesos
    importante de luchas de resistencia a las políticas
    denominadas neoliberales. Primero fueron las grandes huelgas y
    movilizaciones contra las privatizaciones, que a pesar de
    contener algunas huelgas importantes, como la ferroviaria del 91
    y el 92, (con 45 días de paro la
    última y métodos de
    ofensiva como el boicot y el sabotaje para garantizar el paro),
    no pudieron detener la envestida neoliberal que en ese momento
    era prácticamente imparable.

    Hacia mediados de la década comenzaron a
    desarrollarse y cobrar entidad los movimientos de desocupados que
    alcanzarían un grado de incidencia en las luchas de
    resistencia en el ámbito nacional en los años 96-
    97 con las sucesivas puebladas de Cutral-có, el
    Jujeñazo y las puebladas de Mosconi y Tartagal. A partir
    de aquí el sector de los trabajadores desocupados fue uno
    de los más dinámicos en las luchas de resistencia,
    e impuso una serie de métodos que se caracterizaron por su
    nivel de combatividad y enfrentamiento con la represión
    como forma de garantizar el logro de sus reivindicaciones. La
    resistencia escaló objetivamente un peldaño, sino
    en la política (las reivindicaciones seguían siendo
    fundamentalmente económicas) al menos en la metodología, legitimándose ante
    buena parte de la sociedad los métodos de la autodefensa.
    Así se impuso el piquete, las gomas quemadas, los cortes
    de rutas prolongados y las batallas contra la represión
    policial y de gendarmería con todo el arsenal popular al
    alcance de los luchadores, piedras, palos, gomeras,
    cócteles molotov, etc.

    Estos procesos de lucha quedaron como los "hitos
    primarios" y fueron jalonando, junto con sectores nuevos
    (recién perjudicados directamente como los pequeños
    ahorristas), la nueva resistencia que derivó en la
    rebelión popular de diciembre del 2001 y el proceso de
    movilización social posterior.

    La Rebelión Popular del 19 y 20 de
    diciembre

    Estado de sitio o Estado sitiado

    La madrugada del 19 de diciembre empezó con
    saqueos en supermercados medianos y pequeños en todo el
    país, sobre todo en busca de comida. Primero, los blancos
    elegidos fueron los grandes supermercados, pero en general la
    vigilancia superior impidió que los saqueen. Luego grupos
    de vecinos, muchas veces provenientes de las villas de
    emergencia, se decidieron por los supermercados medianos, en
    general más vulnerables, y sobre todo por los más
    chicos, que normalmente están atendidos por la familia del
    dueño. La imagen de un
    propietario, quizás de origen coreano, llorando ante el
    supermercado vacío y diciendo "policía, nada",
    marcó el día. Algunos comerciantes dispararon.
    Alguno de los muertos pudo haber sido producto de un
    balazo de un comerciante irritado.

    El Gobierno respondió con dos medidas. Por una,
    dispuso entregar nuevas raciones de comida para todo el
    país y por otra, dictó el estado de sitio con la
    esperanza de amedrentar a los saqueadores: "Han acontecido en
    el país actos de violencia colectiva que han provocado
    daños y puesto en peligro personas y bienes, con
    una magnitud que implica un estado de conmoción
    interior
    ", decía el decreto del Poder
    Ejecutivo. Eso desató un cacerolazo
    masivo y horas más tardes se difundía la renuncia
    del "superministro" Domingo Cavallo.

    Los primeros cacerolazos fueron desde los balcones, la
    gente saliendo primero a la vereda de sus casas y después
    a la calle, y después marchando a los puntos
    neurálgicos de esa convocatoria espontánea: Plaza
    de Mayo, Congreso, Libertador y Ocampo, la residencia de Olivos.
    En minutos se pasó del estado de sitio al Estado sitiado
    por la protesta generalizada. Miles de personas salieron a la
    calle con cacerolas, sartenes, espumaderas y tapas, en un
    fenómeno que se verificó en Belgrano, Caballito,
    Palermo, Parque Chacabuco, Villa Crespo y Almagro. El tono era
    hasta festivo, ganador, mucha gente salió de sus casas a
    la calle, y en Independencia
    y Entre Ríos, por ejemplo, una fogata en la calle
    acompañó el ruido de los
    metales. Del
    pánico se había pasado al repudio, incluso cuando
    muchos habían interpretado absurdamente el estado de
    sitio, que restringe las libertades, como un toque de queda, que
    impide caminar de noche.

    El estado de sitio, y el discurso
    anunciándolo, habían pasado a la historia, cada vez
    más patéticos a medida que avanzaba la noche.
    "Qué boludos, / qué boludos, / el estado de sitio,
    / se lo meten en el culo", gritaban los miles que rodeaban el
    Congreso. En Ocampo y Libertador cientos se juntaron frente a la
    entrada del edificio donde vive Cavallo y cortaron parte de la
    calle.

    Poco antes de la medianoche, una verdadera muchedumbre
    ingresaba interminablemente a la Plaza por las diagonales y
    Avenida de Mayo. No había políticos, ni
    legisladores, ni carteles, solamente esas banderas argentinas que
    se guardan en la casa para los días de fiesta o cuando
    juega la selección.
    Era raro estar en una manifestación tan imponente en la
    Plaza sin el acostumbrado sonar de los bombos. Era una
    muchedumbre sin carteles y con un ridículo ruidito a lata
    de fondo.

    La plaza ya estaba llena, incluyendo las calles
    laterales, y había mucha gente dispersa por Avenida de
    Mayo. En ese momento, cerca de la una y sin que realmente mediara
    ninguna provocación, la Guardia de Infantería
    comenzó a tirar gases. Se
    produjo una desbandada, la mayoría era gente que no
    había participado en manifestaciones y había muchos
    chicos. Los que habían quedado del lado de adentro del
    vallado se apretujaron en el humo, llorando y vomitando, sin
    poder salir. Era una desbandada. Varias granadas de gas estallaron en
    lo alto de una palmera y la incendiaron. Finalmente la Plaza se
    fue despoblando y toda la superficie quedó cubierta por
    ojotas, sandalias y zapatos, cacerolas, asaderas y cacharros
    abandonados en la desesperada huida.

    La medianoche pasaba y la bronca había copado
    Buenos Aires. En las avenidas la gente había encendido
    llantas, barriles, lo que encontraba a mano, y las columnas de
    humo blanco crecían al compás de la música de cacerolas,
    latas y cucharas. La música de la bronca.

    La visión de los saqueos durante todo el
    día, la amenaza de las tristes batallas de pobres contra
    pobres, el caldo de cultivo para que nazcan serpientes de estos
    huevos, la certeza de que allá, intramuros, en algunos
    despachos, otra vez -¡otra vez!- había quienes
    intentaban pactar alguna innoble repartija sobre los cuerpos
    calientes de los muertos y sobre los cuerpos todavía
    más calientes de los vivos, todo eso y mucho más
    afloró en la conciencia colectiva.

    La batalla de Plaza de Mayo

    A las tres y media de la tarde del 20 de diciembre las
    Madres iniciaron la ronda, como todos los jueves. Pero ese jueves
    no fue como siempre. Los miembros de los organismos de derechos humanos que
    habían logrado traspasar las vallas se empeñaban en
    continuar con la simbólica protesta, pero después
    de una corrida sobre Avenida de Mayo, la Policía Federal
    apuntó las pistolas lanza gases hacia la plaza. Las pocas
    Madres que había en la Plaza trataban de continuar la
    ronda que empezaron en 1977, cuando la policía les
    ordenó marchar porque, debido al estado de sitio, no
    podían permanecer reunidas en la Plaza.

    Ese jueves, como hacía 24 años, las
    mujeres caminaban cercadas por la policía. Pero esta vez,
    también estaban acompañadas por los manifestantes
    que les cantaban el tradicional "Madres de la Plaza, el pueblo
    las abraza". Luego de media hora, los policías apuntaron
    al lugar que, parecía, habían dejado para que los
    organismos de derechos humanos pudieran expresarse y dispararon.
    El paisaje de la Plaza y luego el del centro de la Ciudad se
    tiñó de humo negro, sirenas y disparos.
    Jóvenes que combatieron con la policía hasta el
    cansancio, una multitud que resistió en medio del gas y
    otra, que marchó en silencio en busca de un medio de
    transporte
    para volver a su casa. Autos que
    circulaban a contramano o cruzaban con luces rojas para huir del
    caos.

    Pasado el mediodía del 20, todavía los
    multikioscos estaban abiertos y los oficinistas espiaban el
    televisor mientras compraban sus almuerzos. Aún cantaban
    organizadamente miles hacia la Casa de Gobierno ese himno: "Que
    se vayan todos / que no quede uno solo", retumbando en los
    oídos del poder tambaleante. Pero las corridas volvieron a
    las 14.05. Uno, dos, tres estampidos de escopeta: la
    visión de un movimiento en
    el fondo, y el escape masivo, los empujones, los pedidos de "no
    corran, tranquilos", aunque el ardor terminara por volverse
    insoportable y encegueciera como un ácido. Para las tres
    de la tarde los combates ya tenían su ritmo. Primero se
    disputó la Plaza misma. Las columnas dispersas por la
    lluvia de gases dejaron que se pasara el vaho, tomaron aire a unas
    cuadras, y regresaron por las diagonales, la calle San
    Martín y la Avenida de Mayo. Aunque la Rosada quedó
    fuera de la vista de la gente después de las cinco.
    Digamos que a esa hora la montada lucía enhiesta frente a
    la Catedral., y que por Avenida de Mayo la columna informe de
    resistentes llegaba solo a acercarse al edificio del gobierno
    porteño.

    La ciudad encendida, hecha un fuego por las columnas que
    habían sido expulsadas de la Plaza, como de tantas partes.
    Muchos del trabajo, otros de sus casas, o de hoteles familiares, o del club, del almuerzo
    y la cena, de la educación, del
    disfrute, de la vida digna. Pues ellos se rebelaron. Lo hicieron
    sin conducciones, por el fervor de ocupar la calle y dar combate
    con rudeza. Entonces, de a miles, por todo el centro de la
    ciudad, estallaron con una bravura olvidada. Fueron mujeres,
    muchas mujeres, con sus chicos; jóvenes incansables;
    parejas que escapaban de la mano para no perderse en la multitud,
    huyendo de los gases; hombres de traje que habían perdido
    el saco y llevaban la camisa mojada como un pañuelo en la
    cara; músicos de bandas de rock, de cumbia,
    del Colón; motoqueros; una maestra jardinera herida en una
    pierna, gritando que los odia, que los odia. Y parándose,
    volviendo a correr, para intentar recuperar la plaza. Sabiendo,
    tal vez, que en esos combates habían asesinado a cinco
    jóvenes, entre ellos ese muchacho al que ella vio
    desangrarse sobre el cemento, con
    una bala 9 milímetros en la cabeza que salió del
    interior del Banco HSBC de
    Avenida de Mayo y Chacabuco.

    En los combates del 19 y 20 confluyeron
    básicamente 3 grupos
    sociales, con sus métodos y contenidos de lucha y con
    un nivel de organización y conciencia desiguales y
    combinados. Por un lado el sector piquetero, que expresa al
    movimiento de trabajadores desocupados y a una parte de los
    ocupados que toman esta experiencia para el desarrollo de su
    propia pelea, más que nada por su proceso de
    acumulación previa y el rol del ejemplo, y en esos
    días en concreto su
    participación por grupos o inclusive individual más
    que organizadamente como movimiento.

    Por otro lado un sector del proletariado, el más
    golpeado y hambreado pero inorgánico y que
    basándose en la experiencia histórica salió
    a expropiar alimentos en
    forma más o menos masiva. Y finalmente un componente que
    también se incorporaba a la lucha en forma reciente, que
    tiene que ver con los sectores más altos del proletariado,
    los asalariados de la ciudad, del comercio y los
    servicios en
    general, y un sector de la pequeña burguesía que se
    vio violentamente expropiada con el "corralito".

    Así piquetes, saqueos y cacerolazos confluyeron y
    se unificaron el 20 en el asedio de horas a la Plaza de Mayo y la
    resistencia y el enfrentamiento a la represión que
    terminó con la huída en helicóptero de De La
    Rua , la caída del gobierno de la Alianza.

    Pero la situación no fue la misma en todas
    partes, queda una última evidencia que refuerza la
    sospecha de muchos acerca de las diferencias abismales entre Gran
    Buenos Aires y Capital Federal: en la planta de Coto en
    Panamericana, los empleados formaron un cordón protector
    armados de palos y caños, y anunciaron que estaban
    dispuestos a lo que sea para proteger su fuente de trabajo de la
    multitud que los rodeaba, ante la inmovilidad de policía y
    gendarmería. Mientras la capital festejaba la caída
    de Cavallo, la provincia seguía buscando qué comer.
    Allí, la gente quería ya no vivir mejor, sino
    apenas vivir. En el Gran Buenos Aires durante esa madrugada se
    vivieron horas de pánico ante los rumores de los saqueos
    de viviendas particulares y muchos vecinos se "acuartelaron" en
    sus casas y hasta se formaron brigadas con gente armada para
    protegerse de los posibles saqueos. Estos rumores muchas veces
    fueron originados por la policía misma o por patotas
    municipales para asustar a la gente y evitar que salieran a la
    calle.

    En la provincia de Buenos Aires, las 48 horas de saqueos
    dejaron nueve muertos, 97 heridos y 2444 detenidos. Todos los
    muertos fueron civiles, dos de ellos adolescentes
    de 14 y 15 años. Son víctimas caídas bajo la
    furia o la desesperación de pequeños comerciantes
    de barrio. Los negocios
    más asaltados, de acuerdo con la información suministrada por la
    policía, fueron los supermercados y autoservicios de
    barrio, es decir los más chicos. Como
    característica general se trató de los negocios que
    tuvieron menos custodia policial. Casi todas las muertes se
    produjeron en ellos.

    De la
    utopía a la organización

    Asambleas Populares

    Como se mencionara en la introducción, Diciembre de 2001
    constituyó uno de esos momentos en los que gran parte de
    los sectores populares ocupan el espacio público, se ponen
    como sujetos y producen un corte en la historia, planteando los
    grandes objetivos que signarán de ahí en más
    el devenir histórico de la sociedad por todo un
    período. Es el momento carismático que caracteriza
    a todo cambio
    histórico profundo. Es en momentos como éstos que
    los objetivos se expresan en forma "utópica". El momento
    de la gran utopía que expresa lo máximo a lograr,
    sin matices, sin concesiones. Ese es el significado profundo del
    "¡que se vayan todos, que no quede ni uno solo!". Esa
    consigna conserva hoy en día toda la validez que tuvo
    desde el primer momento. Quienes interpretan que fracasó
    completamente porque volvieron todos, o mejor, se quedaron todos,
    en realidad confunden el momento utópico con el de los
    proyectos.

    La utopía abre el ámbito, desbroza el
    terreno en el que se pueden realizar los proyectos. Sin
    éstos, la utopía queda vacía. Ninguna
    utopía se puede realizar inmediatamente. El "¡que se
    vayan todos!" es la utopía de una nueva sociedad de
    relaciones fraternales, horizontales, en la que todos sean
    reconocidos como sujetos y tengan la posibilidad de realizarse
    plenamente, si quieren pude llamarle comunismo. Pero
    es esa utopía expresada en negativo, porque los "todos"
    que se tienen que ir son los que expresan el proyecto neoliberal
    privatizador, flexibilizador, que ha producido la
    devastación del país.

    En la pueblada que levantó la citada
    utopía convergieron amplios sectores populares formados
    por profesionales, amas de casa, estudiantes, trabajadores
    ocupados y desocupados, militantes, vecinos, hombres y mujeres de
    los barrios y del centro. Entre ellos es necesario resaltar la
    amplia participación de sectores pertenecientes a la
    denominada "clase media" golpeada, humillada y engañada.
    Es especialmente, aunque no exclusivamente, este sector el que
    comienza a organizarse en Asambleas, tomando el ejemplo de los
    movimientos de desocupados, donde la asamblea es el piquete
    que no se ve
    , lugares en los que se discute todo". El
    movimiento asambleario se desarrolló en el momento de
    máximo fervor, entusiasmo y expectativas que tuvieron
    lugar en los primeros meses después de la rebelión.
    Desde ese momento, el movimiento popular fue atravesado por un
    intenso y acalorado debate sobre
    el significado de la pueblada y, en consecuencia, sobre lo que
    era necesario hacer. Fue común la interpretación literal del ¡que se
    vayan todos!, confundiendo completamente el momento
    utópico con el del proyecto. Como los que debían
    irse no se fueron, esta interpretación sólo produjo
    desilusión y frustración. Las organizaciones de
    la izquierda tradicional, en general, interpretaron el
    fenómeno de las asambleas como un nuevo espacio para
    captar militantes y bajar las consignas "justas" de las que ellos
    son sus legítimos creadores. Muchas veces la asamblea fue
    el espacio en la cual diversas organizaciones disputaban sus
    espacios de poder, contribuyendo, de esa manera, a su
    disolución.

    Desde el sistema, expresado en los medios de
    comunicación (a los que las Asambleas Populares
    escarcharon en varias oportunidades), y desde las intervenciones
    discursivas del gobierno, se baja actualmente el mensaje de que
    las asambleas ya no existen, están muertas, lo cual no
    deja de ser una mentira dirigida a difundir el desaliento. Es
    cierto que muchas asambleas desaparecieron, otras se dividieron,
    otras se encuentran reducidas a una pequeña
    expresión. Pero también es cierto que hay asambleas
    que no sólo no murieron, sino que se consolidaron y
    crecieron, sobre todo cualitativamente. Muchas tienen local en el
    que realizan talleres de música, de folklore, de
    tango, de
    teatro;
    seminarios de filosofía, economía, deuda externa,
    ALCA;
    emprendimientos productivos; ollas populares, merenderos. Se
    crean espacios de reflexión y discusión
    política en los que suelen confluir diversas
    asambleas.

    Pero mucha de la gente que salió a las calles y
    plazas no sabía lo que quería, sino más bien
    lo que no quería. Sus actos fueron transformándose
    en conciencia. Era como si un nuevo rostro le apareciera frente
    al espejo, después de cada cacerolazo, represión
    policial o asamblea. Esa mutación se expresó en un
    derroche de consignas cantadas cuya unidad se establecía a
    partir de lo que se denunciaba, se negaba, se odiaba, repudiaba y
    cuestionaba. Como síntomas de crecimiento, las consignas
    fueron señalando tanto la buena salud como las fallas
    genéticas del proceso y sus protagonistas. Desde el
    comienzo se mezclaron consignas de distinto carácter y objetivos.

    Con ese grado de espontaneidad, "materia prima
    de lo consciente", comenzó a constituirse este movimiento
    social organizado en asambleas barriales. Las asambleas proyectan
    la búsqueda de un espacio libertario, democrático,
    igualitario, de identidad, donde poder darle muerte a la
    anomia y la impunidad. En
    ese remolino de irreverencia democrática, también
    son rechazados el dirigismo sofocante y el centralismo
    irreflexivo de la izquierda. El sector más activista de
    las asambleas lo componen los nuevos militantes surgidos de los
    cacerolazos, donde las mujeres imprimieron un sello particular.
    Por la cantidad que participa en las marchas y tareas, pero sobre
    todo por el despliegue de iniciativas en las asambleas y
    comisiones. Como parte constitucional de esa camada de nuevos
    activistas también está la militancia de izquierda,
    la organizada en partidos y la otra. De hecho, se
    estableció una nueva relación que le impone el
    desafío de ejercitar un nuevo aprendizaje.
    Inédito en muchos sentidos, la obliga a modificar
    hábitos estructurados por años en sus
    rígidos locales, programas y
    modelos
    históricos. Y en esta dinámica se evidencia un choque cultural
    entre viejas y nuevas prácticas. La izquierda estuvo
    enfrentada al dolor de tener que resignar no sólo formas,
    sino programas, conductas y relaciones humanas. Aunque tuvo la
    ventaja de ser testamentaria de un cuerpo teórico
    sólido formado en la tradición del movimiento
    comunista internacional y en el movimiento obrero.

    Los efectos aumentados de la crisis económico
    social afectaron el desarrollo y las actividades de las asambleas
    barriales orientándose en una segunda etapa hacia la
    resolución de problemas
    sociales y urbanos sin abandonar la deliberación
    encarada inicialmente, y en muchas veces profundizando
    debates.

    Surge entonces en ellas una combinación
    inédita para el tratamiento político de las
    cuestiones sociales en la ciudad que se distingue del encarado
    por otras formas organizativas que actúan sobre el
    territorio como las ONGs, partidos políticos y
    dependencias estatales. De esta manera comienzan a poner en
    funcionamiento para los vecinos del barrio merenderos, ollas
    populares, emprendimientos de economía solidaria, ferias
    artesanales, talleres de oficios, bibliotecas,
    etc., muchas veces en lugares públicos de la ciudad que
    habían sido previamente abandonados. En todos estos casos
    los problemas
    sociales no aparecen escindidos de los políticos en la
    medida que las intervenciones en el espacio urbano,
    particularmente el local y más inmediato del barrio,
    permite relaciones más horizontales entre los vecinos
    basadas en sus vínculos cotidianos, el
    conocimiento más inmediato de los problemas existentes
    en el barrio, y a la ausencia en las asambleas de liderazgos
    formalmente reconocidos. Sin embargo aparecieron dificultades
    para la implementación de estas actividades -sin contar
    las diversas formas represivas que padecieron- siendo una de
    ellas la heterogénea conformación de las asambleas,
    que si bien aporta riqueza por la diversidad de expresiones e
    iniciativas que fomenta, incluyó también distintos
    conflictos por
    hegemonizarlas.

    Qué se vayan… quienes?

    La caída del gobierno de De la Rúa fue el
    episodio final de una espiral de deterioro político y
    económico que se desarrolló durante todo el 2001.
    El año había comenzado con expectativas favorables
    luego del llamado "blindaje" financiero que la Argentina
    había acordado con el FMI. Sin embargo,
    la reactivación económica no llegaba. El 2 de marzo
    renunció el ministro de economía, José Luis
    Machinea, cuya gestión
    había perdido el apoyo de las principales figuras de la
    Alianza gobernante que lo habían respaldado originalmente.
    En su lugar fue designado Ricardo López Murphy, cuya
    gestión terminaría en apenas dos semanas: su plan
    para recortar gastos y reducir
    así el déficit fiscal
    provocó la renuncia de varios ministros y la
    reacción desfavorable de la mayor parte del arco
    político y sindical.

    El 20 de marzo, quien había sido el superministro
    de la primera gestión de Carlos Menem y objeto de las
    críticas de la Alianza, Domingo Cavallo, asumió
    como la última tabla de salvación del gobierno de
    De la Rúa. Las elecciones legislativas realizadas el 14 de
    octubre se caracterizaron por un nivel sin precedentes de votos
    en blanco y nulos, que ascendieron en total a casi 4 millones, el
    21,1%. La oposición justicialista se impuso ampliamente en
    todo el país. La desconfianza general aceleró la
    fuga de depósitos que ya venía sufriendo el sistema
    bancario.

    El 1 de diciembre, ante la posibilidad cierta de un
    crack financiero, Cavallo impuso un límite a la
    extracción de dinero por
    parte de los depositantes. Fue el nacimiento del "corralito". A
    través de la confiscación de los ahorros, el
    gobierno apostó a dejar esperando a los pequeños
    ahorristas, mientras su dinero era utilizado para licuar las
    deudas empresarias convertidas en pesos. Esta estafa contra la
    clase media se podría haber evitado obligando simplemente
    a los bancos a devolver
    el dinero, que
    sus grandes socios y clientes fugaron
    desde el mes de julio. Desde esa fecha se esfumaron de los bancos
    unos 26.000 millones de dólares pertenecientes a 87
    grandes tomadores de crédito, lo que dejo cautivos en el
    corralito sólo a los pequeños ahorristas, que
    representan el 78 % del total de 1,6 millones de depositantes con
    cuentas
    inferiores a 25.000 dólares. Esta masa de afectados tan
    extendida explica por qué los cacerolazos son tan
    populares.

    La salida de capitales se convirtió en fuga, el
    endeudamiento de las empresas desembocó en quiebras, la
    pérdida del poder adquisitivo paralizó el comercio
    y la caída de la recaudación dejó al Tesoro
    sin un peso. Los datos de este
    derrumbe son escalofriantes y retratan un cuadro propio de
    guerras o
    desastres
    naturales que la Argentina no ha padecido. El país
    venía soportando la virulencia de las crisis
    periódicas del capitalismo, las desventuras de la
    inserción periférica y las consecuencias de la
    política económica de la última
    década. La combinación de estos tres procesos
    explica la magnitud de la depresión
    en curso, que es semejante a la padecida en los 90 por otros
    países dependientes.

    Entre el 20 de diciembre de 2001 y el 12 de febrero de
    2002 se cuentan treinta y siete "agresiones" a importantes
    personajes o símbolos de la política nacional y
    provincial. Dos ex presidentes, cuatro senadores, nueve
    diputados, tres ex ministros, dos gobernadores. Uno a uno
    abucheados en la calle, el restaurante, avión o manejando
    su auto. Una irreverencia donde lo nuevo intenta tomar venganza
    de la impunidad. Gritos ofensivos, empujones, incluso trompadas.
    Hasta el sagrado placer porteño de tomar café
    con leche y
    medialunas les fue vetado. La explosiva inestabilidad obedece al
    descreimiento popular generalizado en todas las instancias del
    régimen político y su estado. La población
    movilizada percibió a estas instituciones como
    instrumentos del empobrecimiento y la depredación que
    sufrió el país. La investidura presidencial fue
    profundamente erosionada por el vertiginoso cambio de figuras y
    por el ejercicio del gobierno por decreto en favor de la clase
    dominante.

    El abismo de la población con el poder
    legislativo fue aún mayor, porque los diputados y
    senadores del régimen acumulaban escandalosos prontuarios
    de coimas, obtenidas a cambio de leyes favorables
    a las grandes empresas. El poder judicial
    fue visto como la encarnación de la corrupción organizada, ya que sus
    máximas autoridades consagraron los turbulentos contratos con las
    empresas privatizadas y garantizaron impunidad de sus
    artífices.

    Si los políticos del régimen concentraron
    el mayor desprestigio, es porque representan la cara visible de
    este sistema al ejercer la profesión de engañar al
    pueblo para proteger los intereses de los representantes del
    imperialismo por un lado, como el FMI, el Banco Mundial,
    y de la gran burguesía nacional y transnacional por otro.
    Un ejemplo de esto es el colapso del radicalismo, luego de
    coronar su último fracaso gubernamental con una
    expropiación de ahorristas que nunca olvidará la
    clase media. La centroizquierda se recicló
    despegándose a último momento de los gobiernos que
    promovió y luego abandonó, cuestionando una
    supuesta "traición". Pero estas maniobras
    camaleónicas ya fastidian a un gran sector de sus
    seguidores.

    Finalmente Duhalde, vicepresidente de Menem durante su
    primera gestión, fue nominado como quinto presidente
    argentino en el transcurso de dos semanas, merced a un pacto de
    la Alianza con el Peronismo avalado
    por toda la "clase política" que el pueblo venía
    repudiando activamente en las calles. En estas condiciones el
    Peronismo fue convocado nuevamente por la clase dominante para
    reconstituir el estado. La misma asamblea que siete días
    antes había convocado a elecciones -diseñadas a
    medida de los caciques justicialistas a través de la
    ley de lemas-
    decidió cambiar el libreto luego del interinato de
    Rodríguez Saa. Este "caudillo" de la provincia de San Luis
    provocó a la población movilizada con la
    designación de viejos funcionarios ladrones y fue tumbado
    después de un cacerolazo, cuando el mismo Parlamento que
    lo había elegido le quitó su apoyo.

    Frente a la reactivación de la sublevación
    popular todos los voceros de la clase dominante exigieron
    "contener el caos y frenar la disolución del estado",
    mediante la designación de un hombre fuerte
    del justicialismo sostenido explícitamente por la UCR y el
    Frepaso. Duhalde, representante acabado de la "mafia
    política", inmediatamente integró un gabinete de
    coalición y buscó reintroducir un mínimo de
    estabilidad, combinando la demagogia con la represión,
    como lo demostró la preocupación de ese gobierno
    por lograr el accionar conjunto de las fuerzas de
    represión interior. Atemorizado por el desenlace del
    gobierno anterior buscó evitar en los primeros meses una
    represión salvaje. A partir de mayo del 2002, molesto con
    la imagen de "gobierno débil" que el FMI esgrimía
    para esquivar la firma de un nuevo acuerdo y acosado internamente
    por las presiones para adelantar las elecciones, ese gobierno de
    Duhalde decidió asumir la represión
    aleccionadora
    que el poder económico y su propia
    estructura le
    demandaban. En este sentido, la masacre de Avellaneda el 26 de
    junio de 2002, como reconoció el propio secretario de
    Seguridad de
    entonces, Juan José Álvarez, fue una
    decisión política avalada por los partidos
    tradicionales.

    Pero la misma crisis que corroe al régimen se
    trasladó al interior del justicialismo y los mismos
    choques que enfrentan a los capitalistas se canalizan en la lucha
    entre caudillos de ese partido. Menen demolió la
    tradicional expectativa de los trabajadores en el peronismo,
    debilitó el sostén estructural de ese movimiento al
    diezmar a la burguesía nacional y deterioró con su
    prédica neoliberal la cohesión ideológica de
    esa organización. Duhalde fue el último cartucho
    para recomponer el agónico régimen vigente y
    asumió para preservar a los legisladores, jueces y
    funcionarios actuales de la clase capitalista. Su receta fue
    apuntalar con "más de lo mismo" a un régimen que
    perdió legitimidad en la mayoría de la
    población.

    A modo
    de conclusión

    A veces los procesos de lucha de clases son
    difíciles de dimensionar mientras están en curso,
    en los momentos donde a una gran pelea le sigue un periodo de
    relativa calma o inclusive retroceso, o cuando luego de una
    batalla importante todo parece volver a su cauce anterior y
    entonces el balance es que no alcanzó, que la
    situación no pudo modificarse sustancialmente y que el
    enemigo retomó el control, a veces
    con la sensación de que están aún más
    fuertes que antes. Los procesos de acumulación tienen
    hilos que aparecen como invisibles en lo inmediato, pero en
    determinados momentos la cantidad se transforma en calidad y ya nada
    vuelve a ser lo mismo.

    Los hechos de diciembre de 2001 pueden caracterizarse
    como una rebelión popular donde años de
    reivindicaciones económicas insatisfechas y frustraciones
    electorales saltaron al terreno político de una vez, como
    lo expresó la consigna "que se vayan todos". Este es un
    elemento central de la situación: el eje de la lucha se
    trasladó al terreno político y es
    básicamente un cuestionamiento a los partidos, a los
    políticos de siempre, y en gran medida a las propias
    instituciones de la democracia burguesa.

    La experiencia no solo de la lucha económica sino
    la experiencia siempre contradictoria de la lucha de clases
    más general, donde a la larga van quedando en evidencia
    las actitudes de
    los distintos actores, fueron traduciéndose en una
    acumulación inorgánica tal vez pero
    acumulación política al fin, que se
    manifestó fundamentalmente como un repudio al
    régimen democrático burgués, a sus partidos
    políticos y principales Personeros. A partir del 20 de
    diciembre esto se transformó abiertamente en una crisis
    que hizo tambalear al régimen de dominación
    política, esto es la democracia burguesa tal como la
    conocíamos desde el 83 hasta hoy. Todo su sistema de
    partidos, sus principales figuras, que son escrachadas y corridas
    a golpes por la calle, y buena parte inclusive de las propias
    instituciones del estado burgués, están casi
    fatalmente deslegitimados frente a la población
    movilizada. Esto pone en crisis a las formas de
    gobierno y obliga a la burguesía a una intensa
    búsqueda de fórmulas que le permitan estabilizar la
    situación.

    En el Apéndice que sigue se ofrecen tres
    artículos que hacen referencia directamente a los hechos
    de diciembre, aunque desde diferentes perspectivas. En primer
    lugar, se trata de una entrevista a
    Luis Zamora, uno de los pocos políticos que no cayó
    en tela de juicio, sino que por el contrario tuvo una
    actuación destacada, aunque insuficiente quizás, en
    el proceso de movilización. En segundo término se
    ofrece una crónica periodística de Marta Dillon
    acerca de los saqueos. Y por último un texto de James
    Petras, que desde una perspectiva más "literaria" analiza
    la crisis de diciembre de 2001.

    APÉNDICE

    Testimonios:

    Luis Zamora (*)

    En diciembre se abrió un proceso riquísimo
    porque, a través de una pueblada, salió a la
    superficie un descontento que se venía acumulando desde
    hacía décadas contra el modelo económico y
    contra el régimen político. Un aspecto destacable
    es que este descontento no salió como una expresión
    electoral, sino a partir de una movilización
    espontánea tan fuerte que tiró abajo a un gobierno
    al que le faltaban más de dos años de mandato y
    que, encima, había sido votado por los sectores que
    hicieron punta en la protesta.

    Los acontecimientos del 19 y 20 han sido
    inéditos, cuesta encontrar ejemplos similares porque no
    fueron convocados ni dirigidos por ninguna organización ni
    dirigente. No fue sólo una movilización de
    descontento sino que hubo que poner el cuerpo, fue de combate
    callejero y costó la vida de 30 personas cuando De la
    Rúa decidió recurrir a las fuerzas de
    represión y asesinar, con tal de mantenerse unas horas
    más y poder negociar.

    Otro de los aspectos ricos fue que dio lugar al
    surgimiento de procesos asamblearios, de autogestión, de
    ocupación por parte de los trabajadores de las
    fábricas abandonadas por sus patrones. Se abrió
    todo un proceso de construcción de poder desde abajo. Se
    combinaron algunos procesos que venían de antes, como el
    de los trabajadores desocupados, con otros nuevos como las
    asambleas, las ocupaciones, los comedores comunitarios,
    etcétera. Algunos más significativos que otros,
    como la
    administración de los trabajadores de algunas
    empresas, cuestionando directamente la propiedad
    privada. Hay otros procesos, también importantes, pero con
    rasgos menos profundos en el cuestionamiento al régimen
    político y al sistema capitalista, como son los comedores
    comunitarios.

    A mi modo de ver, hoy sigue habiendo un proceso muy rico
    en la cabeza de muchísima gente. Un proceso que
    continúa más allá de los lógicos
    avances o retrocesos que puedan haber en las acciones.
    Sigue abierto un proceso revolucionario en la cabeza de millones,
    algo hermoso, que es lo más apasionante que se está
    dando en la Argentina de hoy. Opino que hay una búsqueda,
    que hay un pueblo que está reflexionando sobre todo, que
    está repensando todo. El rechazo a todas las instituciones
    (al Parlamento, al Poder Judicial, a la Policía, a la
    Iglesia, a los
    sindicatos…) ha generado una
    búsqueda de alternativas, aunque esto sea por ahora muy
    embrionariamente.

    El proceso de búsqueda y de construcción
    alternativa es, como suele ocurrir, mucho más lento de lo
    que uno quisiera.

    La tarea es estimular y extender estos procesos y
    también hay que escuchar. Un revolucionario, alguien que
    se plantea derrotar al capitalismo y toda su barbarie, para poder
    aportar, debe escuchar y aprender de lo que los pueblos hacen.
    Más que nunca hay que huir de dogmatismos y del pensamiento
    único, no sólo del de la clase
    dominante.

    La consigna que aprendimos de la voz del pueblo, el "Que
    se vayan todos, que no quede ni uno solo", para mí
    sintetiza el fundamental objetivo de
    hoy. Vendría a ser algo así como "Abajo la
    dictadura", es decir, "Abajo este régimen político,
    esta democracia capitalista".

    "Que se vayan todos" es entendido de muchas formas pero
    tiene, en el fondo, esta riqueza de decir: "¡Basta!
    Váyanse y no vengan otros a hacer lo mismo. No queremos
    más este régimen político, estas
    instituciones".

    Yo sigo viendo combatividad. Por ejemplo, cuando
    vacían una fábrica los trabajadores reaccionan, no
    se resignan, no dicen "no se puede". Aunque haya miedo,
    confusión, inseguridades, yo veo que sigue habiendo
    combatividad. El gran desafío es articular todos los
    procesos que se están dando con otros que, por ahí,
    no se están dando, pero que existen potencialmente y
    pueden estallar en cualquier momento.

    * Entrevista publicada en la revista
    Bandera Roja, en noviembre de 2002.

    "¡Vengan que la cana no viene
    y hay aceite y pan
    dulce y sidra y todo!"

    por Marta Dillon*

    Sobre la avenida Gaona, entre Ciudadela y Ramos
    Mejía, se extendió una alfombra de
    mercadería desparramada. Arroz, fideos, latas de tomate que
    explotaron sobre el asfalto; un dibujo de
    vidrios y litros de vino y cerveza
    fermentados al sol. Frente a algunos locales, perros guardianes
    tensan la cadena que los ata a sus amos, hombres armados que se
    reivindican dispuestos a todo. Ellos no van a llorar como "los
    chinos" viendo sus negocios arrasados por los saqueos, les van a
    hacer frente. "Si vienen, los cago a tiros." En las esquinas hay
    corrillos de vecinas que se preguntan por qué no quemar
    ellas mismas la Casa de Gobierno, "eso es lo que hay que hacer,
    no robarle a la buena gente". Son clientas de un supermercado
    saqueado, conocen al dueño desde hace treinta años,
    un hombre que se agita al borde del infarto viendo
    las ruinas de su negocio. Sus empleados tienen los ojos rojos
    -"¡pobres, van a perder su trabajo!", dice una vecina- y
    buscan entre los restos algo que devolver al local.

    Ahí se encuentran con dos mujeres que hacen lo
    mismo, rescatar mercadería entre todo lo que ha sido roto
    o aplastado, pero para sí. Y las corren, les sacan lo que
    tienen; las vecinas les gritan "negras chorras", las mujeres se
    aferran a lo que tienen, zafan, se van. Entonces, sí, dos
    horas después de producidos los saqueos llega la
    policía, cinco comandos patrulla
    y un patrullero. Los efectivos se bajan con las armas cargadas,
    alguien les reprocha haber llegado tarde pero igual les
    señala a una pareja que lleva unas bolsas. Los atrapan,
    los tiran al piso, esposan al muchacho. Alguien más ve a
    otros que también podrían ser saqueadores, no
    llevan nada, no tienen más de 14, la policía los
    lleva detenidos. Entonces las vecinas aplauden y el dueño
    del local Superuno, José Vieytes, vuelve a agitarse:
    "¿Me querés decir qué carajo aplauden?".
    Fue una de las últimas postales de un
    día que en lugar de pasar fue desintegrándose. En
    Ciudadela empezó temprano, a la madrugada, igual que en
    buena parte del oeste del Gran Buenos Aires, cuando grupos de
    vecinos levantaron las persianas de algunos minimercados y se
    llevaron lo que pudieron. "Lo que pasa es que si saqueás
    la policía te corre y yo no estoy para eso, tengo cinco
    hijos y el menor enfermo, todos vivimos de lo que hacemos una
    amiga y yo trabajando por horas. Por eso me vine para acá,
    para ver si me dan algo, un pan dulce, un aceite, una sidra,
    algo. Pero me dieron tres bolsas y me las arrancaron de las
    manos." Al mediodía Rosa tiene aún las manos
    vacías. Está parada detrás de un
    camión de Coto que salió desde el hipermercado, del
    otro lado de la Autopista del Oeste, para descomprimir esa
    multitud que se había reunido en los playones del nuevo
    Centro Comercial de Ciudadela, presionando contra una cantidad
    similar de empleados atrincherados detrás de carritos de
    compra. Rosa se enteró de los saqueos viendo llegar a su
    barrio, el Ejército de los Andes, a las vecinas con
    comida. Pero hasta que no vio por la tele que la iban a repartir
    no fue a buscarla. Una vez allí levantó las manos
    como todos intentando atrapar lo que se tiraba del camión,
    luchó por retener lo conseguido y golpeó la
    persiana del camión cuando éste la bajó con
    la promesa de ir a buscar más mercadería. Pero el
    camión tarda demasiado en volver y cada vez son más
    en la esquina de la colectora donde esperan. Ahí
    está Verónica, por ejemplo, la mayor de doce
    hermanos, la que para la olla con 28 años y 120 pesos
    ganados por quincena. "Hoy ni fui a la fábrica de
    almohadones, me conviene venir a buscar algo acá, veo la
    gente y la sigo, no soy yo sola, somos todos."
    Y todos se empujan por una calle lateral, por seguir al primero,
    nada más. Cualquier persiana es tentadora, pero la masa
    que se va formando no es estúpida. "¡No, los
    chiquitos no, loco, vamos al Maxiconsumo, está acá
    a la vuelta!". Unos a otros se ponen límites en
    el camino para desbordarse en Gaona 4441, en el hipermercado
    mayorista. En un minuto la reja de la playa de estacionamiento
    cae. Unos ladrillos huecos sirven para romper los vidrios
    más altos y desde allí se bajan paquetes de
    gaseosas que no conforman a nadie. Al principio la gente cree que
    tiene que trabajarrápido, puede llegar la policía,
    y se desesperan por levantar una persiana. Se abre una rendija
    sobre el piso. Varios cuerpos se echan de costado, unos sobre
    otros como mamones buscando una teta, estirando los brazos
    más allá de la cortina metálica. Ahí
    hay algo, hay harina, fideos, aceite, lo que buscan lo dejaron
    allí los empleados encerrados en las oficinas creyendo
    ingenuamente que con un cebo en las puertas sería
    suficiente. Pero la presión es
    mucha y la persiana cede, se pliega como una sábana y como
    si fuera la cueva de Alí Babá se abren las puertas
    del paraíso. El hipermercado está lleno, la noticia
    corre de boca en boca, hay pañales, toallitas
    íntimas, shampoo, las mujeres lo dicen a los gritos:
    "¡Vengan que la cana no viene, hay aceite, sidra, todo!". Y
    era cierto, durante una hora y media la policía no
    apareció. A pesar del miedo, el exceso de un galpón
    con siete pisos de estanterías que sólo
    había que tomar puso el "Felices fiestas" en boca de
    todos.
    "El tema es que la gente tiene hambre, ¿qué vas a
    hacer frente a eso, cómo los conformas?" El hombre no
    quiere dar su nombre, es uno de los gerentes de Maxiconsumo y
    trata de calmar a una de las dueñas de la cadena de 22
    sucursales. "¿Por qué no vienen, por qué?",
    gritaba la mujer mientras
    veía la sangría de sus depósitos, sus
    carritos, sus bandejas. Una parejita se toma de la mano en la
    explanada de un estacionamiento en el que estallan las gaseosas
    como fuegos artificiales. Ella está llorando, ¿por
    qué? "No sé, estoy hecha pelota." Dos efectivos
    policiales de la comisaría segunda de Tres de Febrero
    llegan no se sabe a qué. "¿Qué pasa con los
    refuerzos, Gómez?", dice uno por el handy con su escopeta
    de balas de goma, "vacía", dice. Los refuerzos son dos
    efectivos más, dicen sin identificarse que las
    órdenes son "no reprimir ni disuadir frente a las
    cámaras. Y nos siguen como abejorros, así que
    nada". Después de dos horas de saqueo sin pausa tiran
    gases dentro del galpón ya casi sin gente y la salida deja
    a más de uno con cortes de vidrio, golpes
    por las patinadas en un piso bañado en aceite,
    algún bastonazo de los agentes de seguridad privada que
    descargan su impotencia.
    Pero no fue suficiente. Algunos llegaron tarde y ya buscan un
    nuevo negocio, a dos cuadras hay otro supermercado. El
    dueño Wan Cahu So llegó hace un año y su
    desesperación bañada en lágrimas se
    repetirá hasta el hartazgo por televisión. En su local no quedó
    nada y nadie detuvo el saqueo. Se llevaron hasta las
    góndolas, las heladeras y los ventiladores. La
    mercadería se cargaba en remises, autos, bicicletas,
    carritos. Seguiría el Super uno, un local "premium"
    según un diploma que otorgó American Express,
    allí donde la policía llegó cuando ya no
    había nada. Y después el Coto de Rivadavia en Ramos
    Mejía y el EKI descuento, del otro lado de la vía.
    La vida cotidiana empezó a detenerse al paso de la
    muchedumbre que buscaba nuevos objetivos. En Casa de Gobierno se
    firmaba el estado de sitio. En Ciudadela, a la misma hora, los
    vecinos se armaban para defender sus locales y ya nadie
    podía decir claramente quién era el
    enemigo.

     Extraído de la edición de Página/12 del 20 de
    diciembre de 2001

    Argentina, una navidad con
    comida, juguetes y
    muertos

    por James Petras

    24 de diciembre del 2001 / Traducido por
    Rebelión

    Pablo y Diego corrían por la avenida, pasando
    mucha gente que entraba y salía corriendo de supermercados
    y negocios de electrónica. Una columna de jóvenes
    iba por la calle cantando:

    Ya se acerca nochebuena

    Ya se acerca navidad

    Pero el pueblo esta en la calle

    Y el gobierno ya se va…

    Pablo agarró el brazo de Diego y apuntó
    hacia una calle estrecha:

    -Por ahí, -gritó.

    Se dieron vuelta abruptamente y comenzaron a correr lo
    más rápido que les permitía la brevedad de
    sus piernitas.

    Pablo había pasado durante meses por delante de
    una tienda de juguetes al volver de la escuela,
    deteniéndose a mirar un inmenso volquete rojo con su
    cabezal basculante. Incluso trató de arrastrar a su madre
    al negocio al acompañarla a hacer sus compras del
    sábado por la mañana. No sirvió para nada.
    Siempre la misma respuesta:

    -Hoy no, no hay plata. Otro día, cuando tenga
    trabajo.

    Pero hoy, el 20 de diciembre, todo iba a cambiar. Su
    padre, su mamá y sus hermanos mayores habían salido
    con bolsas.

    -Papá Noel vino temprano este año, -le
    dijo su hermana.

    -¡Dile que me traiga el camión rojo! -le
    gritó Pablo, pero ella ya había partido.

    Pablo se juntó con Diego y caminaron, pasando los
    neumáticos en llamas y las esquirlas de vidrio. Diego
    apuntó hacia su amigo Gustavo que iba en una bicicleta
    nueva.

    -¿De dónde la sacaste?

    -Mi papá me la dio ayer por la noche..

    Se fue zigzagueando entre los despojos desparramados por
    la calle.

    Pablo asió el brazo de Diego.

    -¡Vamos a buscarnos nuestros regalos de Navidad!
    -¿Dónde? -Diego lo miró
    incrédulo.

    -A la tienda de juguetes, -gritó
    Pablo.

    Al acercarse al negocio vieron a un grupo de
    jóvenes rompiendo vidrieras y corriendo.

    -Ahí es.

    Pablo metió la mano por la vidriera destrozada.
    Agarró el volquete rojo mientras Diego atrapaba un tren
    eléctrico.

    Oyeron gritos desde el interior de la tienda y
    comenzaron a correr. Sonó un tiro. Pablo abrazó su
    volquete y se agachó. Diego estaba en el suelo, sangrando.
    Pablo corrió hasta la esquina y pidió ayuda. Cuando
    llegó la ambulancia Diego estaba muerto. Seguía
    aferrado firmemente a la locomotora.

    Cuando Pablo llegó a su casa, había sacos
    con comestibles y una tira de asado, pero todos estaban
    agitados.

    -Tu papá está en el hospital y arrestaron
    a tu hermano, -sollozó su madre.

    -¡Mataron a Diego! -exclamó
    Pablo.

    El día de Navidad hubo más carne y regalos
    que en cualquiera Navidad anterior, pero también
    más tristeza: Claudio, su padre, estaba en el hospital, su
    hermano Mario en la cárcel, y Diego muerto.

    Por toda la villa circulaba un olor poco usual a asado y
    se veía el extraño espectáculo de niños
    con bicicletas, y corriendo con zapatillas Nike nuevas. Pero el
    silencio dominaba en las casas y entre los niños en la
    calle.

    Pablo jugaba solo.

    Material consultado:

    "Argentina: valoración general tras 18 meses
    de lucha popular
    ". James Petras. Traducido para
    Rebelión por Manuel Talens. Publicado en www.rebelion.rg
    <http://www.rebelion.rg> el 11 de junio de
    2003.

    "Argentina, una navidad con comida, juguetes y
    muertos
    ". James Petras. Publicado en www.rebelion.org
    <http://www.rebelion.org> el 24 de diciembre del 2001.
    Traducido por Rebelión

    "El Argentinazo: Lecciones positivas de la acción
    directa de masas". James Petras. Publicado en www.rebelion.org
    <http://www.rebelion.org> el 29 de diciembre del 2001.
    Traducido para Rebelión por Germán
    Leyens.

    "La Argentina después del 19 y 20 de diciembre.
    Las tareas de los revolucionarios hoy" Jorge Guidobono. Publicado
    en la revista Bandera Roja (órgano de la Liga Socialista
    Revolucionaria) en Noviembre de 2002.

    "Argentina: Cómo domina la clase dominante".
    Claudio Katz. Publicado en www.rebelion.org
    <http://www.rebelion.org> el 21 de octubre del
    2003.

    "Asambleas barriales e imaginarios sociales. Sobre las
    formas de resistencia en la Argentina contemporánea".
    Amilcar Salas Oroño.

    "Asambleas barriales: un balance provisorio".
    Tomás Calello. Instituto del Conurbano-Universidad
    Nacional de Gral. Sarmiento.

    "Crisis por arriba, insubordinación por abajo".
    Claudio Katz. 4 de enero de 2001. Extraído de "Pimienta
    negra", 6 de enero de 2002.

    "El Corralito Financiero de Argentina". Villar,
    Sofía Soledad, 2002. Publicado en www.econlink.com.ar
    <http://www.econlink.com.ar>

    "El paisaje de la gran rebelión". Claudio Katz.
    Buenos Aires, 5 de marzo de 2002. Publicado en
    www.pensamientocritico.org
    <http://www.pensamientocritico.org>

    "Argentina: Emergencia y desafíos de las
    asambleas barriales". Modesto Emilio Guerrero. Revista
    Herramienta Nº 19. www.herramienta.com.ar
    <http://www.herramienta.com.ar>

    "Las asambleas, de la utopía a los proyectos".
    Rubén Dri. Buenos Aires, 19 de diciembre de 2003.
    Publicado en www.lafogata.org
    <http://www.lafogata.org>

    "Sobre el significado de las jornadas del 19 y 20 de
    diciembre". Cuadernos para la militancia. Elementos de debate
    sobre la situación actual. Marzo 2002 / Refundación
    Comunista.

    Carta abierta a la Junta Militar, Rodolfo Walsh,
    C.I. 2845022, Buenos Aires, 24 de marzo de 1977.

    Darío y Maxi. Dignidad
    Piquetera
    . El gobierno de Duhalde y la planificación criminal de la masacre del 26
    de junio en Avellaneda. Movimiento de Trabajadores Desocupados
    Anibal Verón. Ediciones 26 de Junio.

    "El Estado sitiado". Juan Forn. Página/12, 20 de
    diciembre de 2001.

    "La chispa que encendió la mecha". Luis
    Bruschtein. Página/12, 20 de diciembre de 2001.

    "La música de la bronca". Andrea Ferrari.
    Página/12, 20 de diciembre de 2001.

    "Nosotros". Sandra Russo. Página/12, 20 de
    diciembre de 2001.

    "El conurbano, armado hasta los dientes después
    de los saqueos. Un paseo por la tierra
    arrasada". Marta Dillon. Página/12, 20 de diciembre de
    2001.

    "Los pobres contra pobres". Laura Vales.
    Página/12, 20 de diciembre de 2001.

    "El día (y la noche) del no va más".
    Martín Granovsky. Página/12, 20 de diciembre de
    2001.

    "Saqueos y saqueadores". Horacio Verbitsky.
    Página/12, 20 de diciembre de 2001.

    "Fernando de la Rúa se fue como quien se
    desangra". Martín Granovsky. Página/12, 21 de
    diciembre de 2001.

    "Parieron al modelo en 1989 y lo entierran en 2001".
    Luis Bruschtein. Página/12, 21 de diciembre de
    2001.

    "Padres saqueadores". Mempo Giardinelli.
    Página/12, 21 de diciembre de 2001.

    "Buenos Aires sin control, desde la furia al
    saqueo
    ". Eduardo Videla. Página/12, 21 de diciembre de
    2001.

    "La batalla de Plaza de Mayo". Cristian Alarcón.
    Página/12, 21 de diciembre de 2001.

    "Es un jueves muy triste". Victoria Ginzberg.
    Página/12, 21 de diciembre de 2001.

    "Todo al grito de políticos de mierda". Laura
    Vales. Página/12, 21 de diciembre de 2001.

    "Es una hoguera". Susana Viau. Página/12, 21 de
    diciembre de 2001.

    Federico Iglesias

    Investigación sobre la crisis de diciembre de
    2001

    Materia: Problemas Socioeconómicos
    Contemporáneos I
    Universidad Nacional de General Sarmiento

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