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Tierra y negocios en la historia argentina 1810-1935




Enviado por jorge_zappino



    1. El periodo revolucionario : la
      enfiteusis rivadaviana y la política de
      Rosas
    2. Entre la caída de Rosas y
      la Conquista del desierto
    3. La generación del 80 y
      el problema de la tierra
    4. La "Década
      infame"
    5. A modo de
      conclusión

    INTRODUCCION

    El presente trabajo tiene
    como objetivo
    recorrer los aspectos más importantes acerca de los
    negocios y actos de corrupción
    vinculados a la posesión, entrega y apropiación de
    la tierra en
    la historia
    argentina, desde la Revolución
    de Mayo hasta la década de 1930.

    La mayoría de los historiadores coinciden en que
    la tierra fue el
    gran negocio durante el siglo XIX en el territorio de lo que hoy
    es la Argentina, especialmente en la provincia de Buenos Aires. Las
    compras abultadas
    de tierras públicas no siempre significaron integración de las mismas a los patrimonios
    de modo permanente, sino más bien muestran algunas
    conductas
    especulativas.

    A modo introductorio, se puede señalar que las políticas
    implementadas por los distintos gobiernos alentaron la
    ocupación y la puesta en producción de las tierras que se iban
    incorporando mediante las sucesivas ampliaciones de la frontera.

    El esquema será el siguiente:

    1. El período revolucionario : la Enfiteusis
      rivadaviana y la política de
      Rosas.
    2. Entre la caída de Rosas y la Conquista del
      Desierto
    3. La Generación del 80 y el problema de la tierra
    4. La "Década Infame"
    5. A modo de conclusión

    1. EL PERIODO
    REVOLUCIONARIO : LA ENFITEUSIS RIVADAVIANA Y LA POLITICA DE
    ROSAS.

    La situación revolucionaria en el Río de la
    Plata se fue acentuando por las condiciones internas, pero
    también por lo que acontecía en la
    península, invadida por Napoleón.

    El régimen colonial en muy pocos casos reconoció
    legalmente la ocupación del territorio, quedando en manos
    de los gobiernos pos revolucionarios el primer intento de
    ordenamiento jurídico que se llevó a cabo entre los
    años 1816 y 1822, durante el directorio de
    Pueyrredón y hasta el gobierno de
    Martín Rodríguez, período en que se
    entregaron títulos de propiedad en
    moderada composición y se otorgaron donaciones de tierras.
    El sistema de
    moderada composición se aplicó en la zona desde los
    últimos años de la colonia intensificándose
    a fines de la primera década revolucionaria, y estuvo en
    vigencia hasta 1822. Consistía en denunciar el predio
    señalado como baldío o "realengo" y luego comprarlo
    previa mensura y tasación. El sistema conocido como
    "donaciones condicionadas", se basó en la entrega gratuita
    de terrenos con la condición de establecerse y/o reconocer
    antiguos asentamientos en la frontera con los aborígenes,
    se aplicó entre 1816 y 1822.

    En Mayo convergieron diversas fuerzas, fuerzas que, por
    distintos motivos, necesitaban lograr la independencia.
    Se dio una confluencia notable y, en los hechos, se
    constituyó un amplio frente de lucha. Los burgueses,
    hacendados, artesanos, gauchos, indios,
    peones o esclavos; los comerciantes pro ingleses y los pro
    franceses; la mayoría de los oficiales y la tropa, y una
    parte del clero se unificaron para realizar la Revolución
    de Mayo.

    La revolución aparecía comandada por la
    burguesía. Su programa
    insistía, sobre todo, en la libertad de
    comercio. Pero
    los diversos grupos
    participantes en la lucha tenían diversos objetivos. Los
    ganaderos se incorporarían de lleno posteriormente, aunque
    algunos, como Rosas, no aparecieran en escena. Según
    Lisandro de la Torre, Rosas fue hostil a la Revolución de
    Mayo. Hay una carta donde dice
    que "Cuando estalló la Revolución de Mayo, siendo
    ya un hombre, vio
    partir uno tras otro los contingentes patriotas, sin seguirlos
    [,…] En 1819 —continúa— atribuyó a la
    independencia el desorden reinante". Pero, independientemente de
    Rosas y su conducta en ese
    momento, se incorporarían a la lucha muchos de los
    ganaderos y caudillos que aún no lo habían
    hecho.

    Algunos saladeristas que estuvieron con la Revolución
    de Mayo luego intentarían sabotearla, como es el caso de
    Staples y McNeille, contra quienes hubo que enviar una partida
    armada para impedir la escasez de carne
    en el mercado
    interno.

    Muy pronto la Junta —decreto del 1 de septiembre de
    1811—, extinguió la mita, el yanaconazgo, la
    encomienda y el servicio
    personal.
    Tales medidas formaban parte del programa de la burguesía,
    y fueron apoyadas por los ganaderos.

    De esta manera, los terratenientes ganaderos comienzan a
    expandirse velozmente; rota la traba colonial, sus negocios
    prosperan en la medida en que acumulan tierras, ganado y hombres.
    La contradicción, ahora, entre el programa de la
    burguesía y el de la clase
    ganadero-saladerista y comercial se hace cada vez más
    evidente. "Los diputados del interior actuaban como simples
    cómplices de los pelucones contra los jacobinos,
    porteños ambos'", escribe Leonardo Paso.

    De todas formas, lo más saliente de la época es
    que, más que capitales, se acumulaban tierras, con vacas y
    hombres sobre ellas. Según Miguel Ángel
    Cárcano, "las relaciones del individuo y la
    tierra se definían en propietarios, arrendatarios,
    poseedores y simples ocupantes, cada uno de los cuales formaban
    una clase dedicada a actividades diferentes, y amparada en sus
    derechos de
    distinta manera. Esta división, que puede encontrarse en
    los primeros tiempos de la vida social de la colonia, estaba
    arraigada en tal forma en el medio
    ambiente, que sus características se mantienen a
    través de las guerras de la
    revolución y son muchas veces la causa de 1as luchas de la
    anarquía".

    Dice Giberti: "El dominio de la
    tierra tenía que ser el eje, el punto céntrico, la
    base de la agrupación; única fuente de riqueza y
    prestigio. Además de ser el único medio de sustento
    digno e independiente, la propiedad era requisito indispensable
    para el ejercicio de los pocos derechos políticos
    coloniales, y una garantía relativa de que serían
    respetados los derechos privados. Esta situación se
    prolongó después del año 10: el hacendado
    continuó siendo el único poder social
    efectivo".

    Es necesario aclarar que el predominio de las clases fue
    variando y que los "arrendatarios, poseedores y simples
    ocupantes", que constituían la inmensa mayoría, se
    irían diferenciando y constituyendo en la clase principal
    durante aquel período.

    Al destruirse las salvaguardias reales que impedían el
    acceso a las tierras en calidad de
    propietarios, la ideología liberal, que elevaba el principio
    de la propiedad privada y los derechos individuales al
    máximo, permitió la apropiación acelerada de
    las tierras, sellando con esta acción
    un acto contrario a sus propios intereses.

    La ley de la
    propiedad privada monopolista de la tierra no había nacido
    con el liberalismo.
    Tuvo su nacimiento y pasaje en el periodo colonial, hasta llegar
    a expresarse plenamente después de la Revolución de
    Mayo.

    En cuanto a las tierras que habían permanecido en manos
    de los indios, ya sea por su bravura o por disposiciones reales,
    eran cada vez más codiciadas por los estancieros.
    Sabían que sobre ellas existían miles de cabezas de
    ganado cimarrón. De manera que con el peonaje de deuda y
    la conquista del desierto irían a completar el ciclo
    expansivo, por lo menos en la zona bonaerense y en el resto del
    país.

    Si bien las provincias tradicionalmente ganaderas
    habían visto disminuir sus haciendas. Buenos Aires, en
    cambio, las
    aumentaba. Los terratenientes necesitaban apropiarse de las
    tierras y el ganado de los indios, y para ello querían
    colocar a las tropas nacionales y al Estado en
    condiciones de servir a esas necesidades. Debían disolver
    los Cabildos y colocar en su lugar a jueces de paz que les
    respondiesen ampliamente sin atisbos de democratismo; canalizar
    las inversiones
    públicas hacia la ampliación de los pastoreos. En
    pocos años llegaron hasta el Río Colorado,
    repartiéndose enormes extensiones entre unos pocos:
    Álzaga, Anchorena, Pereyra, Díaz Vélez,
    Cobo, Alvear, Parravicíni, Apellaniz, Ortíz
    Basualdo, Lastra y, por supuesto, Juan Manuel de Rosas.

    El accionar de inversiones y entrelazamientos, así como
    la llamada "conquista del desierto" aumentaban la
    concentración de tierras y afirmaban el feudalismo.

    Es así que, inmediatamente después de la
    Revolución de Mayo, ya se hallan elementos de la
    conspiración de los hacendados. Coincide con este proceso el
    acaparamiento de tierras en gran escala por parte
    de los ganaderos-caudillos.

    El 7 de febrero de 1826 Bernardino González Rivadavia
    fue elegido Presidente de la República por el Congreso de
    las Provincias Unidas del Río de la Plata. Manuel J.
    García fue su ministro de Relaciones Exteriores, Carlos de
    Alvear de Guerra y
    Marina, Salvador María del Carril de Hacienda y
    Julián Agüero de Gobierno.

    El 16 de febrero dictó la Ley de Consolidación
    de las deudas anteriores al 1 de febrero de 1820, afectando la
    tierra y demás bienes
    inmuebles de propiedad pública al pago de éstas. La
    expresión "bienes inmuebles" se refiere también al
    subsuelo, que desde ese momento fue administrado por el
    Presidente. De esta época data su famosa y
    paradójicamente desconocida Ley de Tierras
    Públicas.

    "Enfiteusis" es la "cesión perpetua, o por largo
    tiempo del
    dominio útil de una finca mediante el pago anual de un
    canon al que hace la cesión, el cual conserva el dominio
    directo". El ingeniero agrónomo Emilio A. Coni
    publicó en 1927, en la imprenta de la
    Universidad de
    Buenos Aires, La verdad sobre la enfiteusis de Rivadavia.
    Coni asegura que "no se había hecho hasta hoy un estudio
    serio, cronológico y documentado de la enfiteusis y su
    aplicación. Dos hombres solamente la habían
    estudiado, y superficialmente, Andrés Lamas, panegirista
    de Rivadavia, y Nicolás Avellaneda. Los demás
    autores no hicieron sino repetirlos. (…) Confieso
    —continúa Coni— que antes de iniciar el
    estudio tenía ya mis dudas sobre la excelencia del sistema
    enfitéutico. Algunos datos aislados
    que había conseguido me lo hacían sospechar. Pero
    lo que más pesaba en mi espíritu para mantener esa
    duda era la opinión francamente contraria a la enfiteusis
    de todos los hombres de valer que actuaron después de
    Caseros y que habían sido testigos del sistema. Mitre,
    Sarmiento, Tejedor, Alberdi y Vélez Sarsfield, por no
    citar sino a los principales, fustigaron a la enfiteusis con
    frases lapidarias y la calificaron de perniciosa. (…) La
    enfiteusis rivadaviana no es de Rivadavia, sino el producto de un
    proceso histórico en el que participaron muchos hombres
    públicos, y que empieza con la hipoteca de las tierras
    públicas de acuerdo con el criterio de la época, de
    que la mejor garantía para el crédito
    era la inmobiliaria. Y no pudiendo venderse la tierra hipotecada
    se dio en enfiteusis. Descubrí en la enfiteusis de 1826
    tres gravísimos defectos, fundamentales para una ley de
    tierras públicas. Faltábale el máximo de
    extensión, lo que permitía otorgar 40 leguas
    cuadradas a un solo solicitante. No obligaba a poblar, de lo cual
    resultaba que la tierra se mantenía inculta y
    baldía esperando la valorización. Y la libre
    transmisión de la enfiteusis sólo servía,
    sea para acaparamientos, algunos superiores a 100 leguas
    cuadradas, o para el subarrendamiento expoliatorio de los
    infelices de la campaña por los poderosos de la
    ciudad".

    La ley de consolidación de la deuda citada con
    anterioridad extendió a la tierra de toda la Nación
    la garantía hipotecaria que gravaba la tierra de Buenos
    Aires. Es así que "queda especialmente afectada al pago de
    la deuda nacional la tierra y demás bienes inmuebles de
    propiedad pública cuya enajenación se prohíbe".

    En 1825 se desató la fiebre de la
    enfiteusis: en Tandil, Pergamino, Lobería, Dolores se
    denunciaron lotes que iban desde las cuatro a las cuarenta leguas
    cuadradas. Quienes los reclamaron no parecían pobres
    campesinos: figuran los nombres de Sebastián Lezica,
    Ambrosio Cramer, Patricio Lynch, Pedro Trápani, Facundo
    Quiroga (quien denunció 12 leguas al oeste de Bragado por
    medio de su apoderado, Braulio Costa), Tomás Manuel de
    Anchorena, con unas veinte leguas en Fuerte Independencia. Otros
    localizaron baldíos en zonas ya pobladas y presentaron
    solicitudes de enfiteusis en Lujan, Cañuelas,
    Chascomús, Chacarita y San Isidro.

    La reforma de la ley en 1825 no mejoró la
    situación y la denuncia de tierras baldías
    sólo sirvió para el acaparamiento de las mismas por
    quienes ya eran propietarios y conocían el negocio
    fundiario. No se logró ninguna modificación
    estructural ni en la sociedad ni en
    la economía
    rural.

    Miron Burgin analiza el sistema de la Enfiteusis y dice:

    "Muchos historiadores argentinos sostienen que el sistema de
    la enfiteusis, que en su mayor parte se debió a Bernardino
    Rivadavia, tenía por objeto suministrar un método
    permanente para el desarrollo de
    la economía nacional. Se supone que el propósito de
    Rivadavia y los unitarios era el de instituir un sistema de
    impuesto
    único de las finanzas
    públicas basado en los arrendamientos y el incremento
    del valor de la
    tierra. Algunos autores afirman incluso que por medio de la
    enfiteusis Rivadavia y sus colaboradores esperaban impedir el
    crecimiento de los latifundios".

    Continua Burgin: "Es muy dudoso que Rivadavia y el partido
    unitario se hubiesen propuesto hacer de la enfiteusis la base de
    un sistema de impuesto único de las finanzas
    públicas. Sí fuese así no hubieran defendido
    la adopción
    de la contribución directa. En realidad lo que esperaban
    los sostenedores de la enfiteusis era que el –arrendamiento de la
    tierra creara con el tiempo una importante fuente de ingresos. En
    otras palabras, creían que el alquiler de la tierra junto
    con la contribución directa haría que la
    Tesorería no dependiera tanto de los derechos de aduana,
    asegurando de ese modo una mayor estabilidad financiera. Estas
    esperanzas no se materializaron hasta el año 1827 los
    ingresos provenientes de esa fuente apenas si pasaron de los
    cinco mil pesos. Este lastimoso resultado no se debió
    meramente a la negligencia en la cobranza de los arrendamientos;
    medió también la circunstancia de que los
    arrendamientos fueron fijados sobre las valuaciones de las
    comisiones de terratenientes, y no de los funcionarios del
    gobierno. Si la intención los autores de la enfiteusis era
    la de impedir o reducir el crecimiento de los latifundios, la
    medida resultó singularmente ineficaz.

    El gobierno no desconocía la posibilidad de que la ley
    de enfiteusis estimulara el desarrollo de los latifundios, pero
    no tenía ninguna objeción que hacerles mientras las
    tierras fuesen explotadas. El propósito del gobierno era
    el de impedir que las grandes acumulaciones de tierras se
    convirtieran en objeto de especulación; y estaba
    convencido de que el requisito del pago de un arrendamiento
    refrenaría eficazmente cualquier tendencia que pudiera
    surgir hacia el monopolio de
    la tierra. Esa fue quizá la razón más
    importante de que el gobierno, al aplicar la ley, mostrara tan
    poca preocupación por el peligro del monopolio de la
    tierra. Durante los dos años y medio que transcurrieron
    desde 1824 hasta mayo de 1827 no fueron nada raras las
    concesiones individuales de terrenos superiores a las 10 leguas
    cuadradas (66.7IO acres) .

    ¿En qué falló la Enfiteusis? Como no
    limitaba la superficie de tierra que cada solicitante
    podía obtener, aparecieron rápidamente los
    especuladores. Gente provista de mayores recursos o con
    más influencias que la demás, en las altas esferas
    del gobierno, obtuvo fácilmente toda la tierra que quiso,
    y la subarrendó, haciéndola un objeto de
    explotación. El segundo punto clave fue que muy pocos
    enfiteutas pagaron el canon.

    El 10 de mayo de 1827, y en vista de los primeros abusos, el
    gobierno publica un decreto reglamentando la forma en que se han
    de dar las tierras en enfiteusis, cuando el denunciante tenga
    hecha otras denuncias. Sin embargo, el gobierno no
    consiguió su objeto, ya que los acaparadores, no pudiendo
    solicitar a su nombre más que cierta extensión de
    tierra, la solicitaron en adelante a nombre de sus hijos, de sus
    mujeres, o de simples testaferros.

    Por su parte, Tulio Halperín sintetiza bien los fines y
    los resultados -no siempre deseados- de la política
    enfitéutica: "La enfiteusis prepara la constitución de una masa de grandes
    propiedades en las tierras nuevas, que avanzará mediante
    las ventas de
    tierras comenzadas por Rosas y proseguidas por sus sucesores; los
    enfiteutas, reclutados entre hacendados de las tierras de vieja
    colonización, pero también entre los dirigentes
    políticos y militares de la provincia y los titulares de
    la riqueza mercantil urbana forman el núcleo de esa clase
    terrateniente cuya gravitación en la vida de la provincia
    no ha de borrarse".

    En las décadas de 1830 y 1840. la tierra aún era
    un recurso abundante en Buenos Aires.

    En una época en que propiedad y apropiación de
    la tierra no necesariamente coincidían, terratenientes,
    arrendatarios y ocupantes sin titulo alguno podían
    compartir las ventajas que ofrecía el campo abierto, donde
    el ganado podía vagar sin límites, y
    donde no había cercos que impidieran la búsqueda de
    mejores pastos o de agua fresca.
    Sin embargo, esta situación comenzó a cambiar a
    medida que los estancieros más prósperos
    descubrieron las ventajas de asegurar sus derechos sobre una
    determinada extensión de tierra, para mejorarla,
    expandirla y, sobre todo, para eliminar la competencia.

    Como ya dijimos, entre 1825 y 1837, la Enfiteusis puso
    más de un millón de hectáreas a
    disposición de arrendatarios y enfiteutas. quienes en
    general no pagaban o pagaban cánones muy bajos a la
    provincia.

    Durante los años de la
    administración rosista, la ganadería
    experimentó una expansión sin precedentes.

    Como indica Oddone, Rosas en 1832 "inicia el derrumbe de la
    enfiteusis", con un decreto (9/6/1832), por el cual se donan
    "suertes de estancias" de media legua de frente por una y media
    de fondo, en la nueva línea de fronteras en el arroyo Azul
    y campos fronterizos de la pertenencia del Estado. Con Rosas
    comienza, entonces, el fenómeno de la venta masiva de
    tierras pública.

    Sancionado el decreto, Rosas pone en venta las tierras
    exceptuadas de la renovación del contrato, a cinco
    mil pesos moneda corriente la legua (igual que en 1836). Aunque
    no se sabe la superficie enajenada con esta ley, es seguro que
    debió ser enorme. Esta hipótesis estaría confirmada por la
    manifestación de Avellaneda quien, en su obra sobre
    tierras públicas, señala el hecho singular que en
    el año 1840, 292 personas poseían 3.436 leguas
    cuadradas de tierra (9.277.299 hectáreas). Sarmiento, poco
    más tarde, escribía que 52.000 millas cuadradas
    (13.312.000 hectáreas) estaban en manos de ochocientos
    veinticinco propietarios. Si a la superficie que menciona
    Avellaneda se le restan las 1500 leguas cuadradas de 1836, se
    deduce que la cantidad vendida en esta segunda tanda fue de 1.936
    leguas cuadradas (5.227.200 hectáreas), las que fueron
    adquiridas parte por los mismos compradores de la venta anterior
    que, o cubrían la diferencia entre las tierras adquiridas
    y las que tenían en enfiteusis u obtenían otras por
    transferencia de título y parte por los propios enfiteutas
    ocupantes que recién entraban en la categoría de
    propietarios.

    El régimen de Rosas tendió a favorecer la gran
    concentración de la propiedad en unos pocos. En 1830, 980
    propietarios ocupaban 5.516 leguas cuadradas (14.893.200
    hectáreas) de tierra en la provincia de Buenos Aires; de
    éstos, 60 monopolizaban casi 4.000 leguas cuadradas
    (10.800.800 hectáreas), es decir, el 76,36 % de aquella.
    En 1840: sólo 450 estancieros poseen más de 5.500
    leguas cuadradas (14.850.000 hectáreas).

    En el período de 1830-1852, la tierra ocupada
    ascendió hasta 6.100 leguas cuadradas (16.470.000
    hectáreas) con 782 propietarios. De éstos, 382
    concentraban el 82% de las propiedades de más de una legua
    cuadrada, mientras que 200 propietarios, o sea el 28%,
    concentraban el 60% de las estancias con más de 10 leguas
    cuadradas. Existían 74 propiedades con más de 15
    leguas cuadradas (40.404 hectáreas) y 42 propiedades con
    más de 20 leguas cuadradas (53.872 hectáreas).
    Mientras tanto, las pequeñas propiedades sólo
    representaban el 1% de la tierra explotada.

    De entre las 80 personas más o menos que eran miembros
    de la Cámara de Representantes en los años
    1835-1852, el 60% eran propietarios o ejercían ocupaciones
    relacionadas con la tierra. Esta fue la asamblea que hizo que
    Rosas llegara al poder y que continuó apoyándole,
    controlando de alguna manera la línea política. La
    administración estaba dominada por los
    terratenientes. Juan N. Terrero, el consejero económico de
    Rosas, poseía 42 leguas cuadradas (113.400 ha, aprox.) y
    dejó una fortuna de 53 millones de pesos. Ángel
    Pacheco, el principal general de Rosas, poseía 75 leguas
    cuadradas de tierra (202.500 ha, aprox.). pero los terratenientes
    más importantes de la provincia eran los Anchorena, primos
    de Rosas y sus consejeros más allegados; sus diferentes
    posesiones totalizaban 306 leguas cuadradas (824,241
    hectáreas). En cuanto a Rosas, cabe decir que, en 1830, de
    entre un grupo de unos
    17 propietarios que tenían propiedades de más de 50
    leguas cuadradas (134.690 hectáreas), ocupaba la
    décima posición, poseyendo 70 leguas cuadradas
    (188.552 hectáreas). Hacia 1852, según la
    estimación oficial de sus propiedades, Rosas había
    acumulado 136 leguas cuadradas (366.329 hectáreas).
    Félix Álzaga, destacada personalidad
    en asuntos políticos y económicos, tenía 132
    leguas cuadradas (356.400 hectáreas).

    Hilda Sábato,
    en su libro
    "Capitalismo y
    Ganadería en Buenos Aires", dice: "Se ha estimado en ocho
    mil quinientos los boletos de premio emitidos entonces, aunque
    gran parte de ellos nunca fueron usados y otros fueron
    transferidos a estancieros ya establecidos o a especuladores.
    Soldados y empleados de la administración a quienes se otorgaba el
    derecho de apropiarse de extensiones menores a una legua
    cuadrada, en general vendían su parte, y como resultado de
    esas operaciones la
    propiedad se fue concentrando en muy pocas manos. De todas
    maneras, de los casi dos millones y medio de hectáreas
    donadas a través de estas leyes. hasta 1852
    sólo se habían escriturado 572.535 ha.
    Después de 1840 el gobierno de Rosas no volvió a
    promover legislación destinada a nuevas distribuciones de
    tierra, lo que sugiere una saturación del mercado para las
    necesidades del momento".

    En materia de
    tierras, entonces, la política de Rosas estuvo enderezada
    principalmente a poder disponer del mayor número de
    tierras públicas enajenables, como medio de poblar la
    pampa y como recurso fiscal. Con
    este objeto, se dedicó a liquidar progresivamente el
    sistema de enfiteusis. La ley de 1836 aprobó la venta de
    tierras dadas en enfiteusis; aquellos enfiteutas que no las
    comprasen pagarían un arrendamiento duplicado. En mayo de
    1838 se limitó la enfiteusis a las zonas apartadas con el
    argumento de que la demanda de
    tierras para la ganadería se había acrecentado y
    que la propiedad era el mejor medio de promover el bienestar
    social.

    Este proceso no condujo a una redistribución de las
    tierras entre nuevos grupos
    sociales, pues los adquirentes pertenecieron al mismo
    conjunto de propietarios, a los que se agregaron aquellos
    militares que las obtuvieron como premios a sus servicios. Sin
    embargo, Rosas intentó por este medio aumentar la
    producción y la población rural, en las que veía el
    futuro de Buenos Aires.

    Cuando el bloqueo de 1838-39, se previeron dificultades para
    la exportación y en consecuencia
    disminuyó el interés
    por la compra de tierras y la provincia quedó con grandes
    extensiones que no pudo vender.

    Rosas, luego de la campaña al desierto, rechazaba el
    premio que le adjudicaba la Junta de Representantes (la isla de
    Choele Choel) y solicitaba setenta leguas de tierras de pastoreo
    en la provincia de Buenos Aires. Fumó la pipa de la paz
    con los indios, y se alió con algunas tribus para combatir
    a los enemigos, unitarios o aborígenes, pues para Rosas
    tanto unos como otros eran "salvajes". La ley del 9 de noviembre
    de 1839 —aprobada a raíz del levantamiento de
    Dolores y Monsalvo— colocaba a los unitarios al margen de
    la ley y suprimía la venta de la tierra pública,
    impidiendo que entrara en la categoría de tierra-capital.
    Procedía, en cambio, a la manera de los reyes europeos. De
    hecho ponía nuevamente en vigencia la merced,
    repartiendo entre militares y civiles lotes de hasta 6
    leguas.

    2. ENTRE LA CAIDA DE ROSAS Y
    LA CONQUISTA DEL
    DESIERTO

    Luego de la caída de Rosas, se desató una larga
    polémica acerca del destino de las extensiones otorgadas
    por las distintas leyes de premios, y finalmente, por ley de 1858
    se dispuso anular las donaciones efectuadas entre el 8 de
    diciembre de 1829 y el 3 de febrero de 1852, salvo aquellas que
    resultaran de premios por las expediciones contra los
    indígenas. En este último caso se reconocía
    también los derechos de quienes aún no
    habían efectuado la correspondiente escrituración y
    se les daba un plazo para hacerlo.

    Por esta ley el Estado
    recuperó unas 200 mil hectáreas de tierras pero
    confirmó el derecho de particulares sobre una superficie
    que duplicaba esa cifra.

    Concentración de la tierra y expansión del
    latifundio fueron el corolario de todas estas medidas.

    No fueron muy distintas las política con respecto a la
    tierra publica de los que sucedieron a Rosas en el poder:
    sucesivas leyes transferirían grandes extensiones de
    tierras públicas a manos privadas, hasta que para la
    década de 1880 la provincia prácticamente
    había agotado sus reservas en ese sentido.

    En realidad, lo que estaba en discusión era el modelo de
    país a que aspiraban los integrantes de la
    élite.

    Aunque hombres como Avellaneda. Sarmiento. Rufino
    Várela y Carlos Casares se inspiraban en el modelo
    estadounidense de colonización de la frontera, el
    resultado efectivo de las políticas oficiales en materia
    de tierra pública estaría muy lejos de aquel
    modelo, y la especulación y la gran propiedad fueron el
    corolario de estos cuarenta años en la historia de la
    provincia de Buenos Aires.

    La propiedad de la tierra comenzó a jugar un papel
    clave en el patrón de acumulación que fueron
    diseñando los estancieros en la segunda mitad del siglo
    XIX.

    Por lo tanto, había buenas razones para presionar al
    gobierno para que vendiera a bajo precio y para
    comprar enormes extensiones de tierra pública cuando se
    abría esa posibilidad.

    Tal vez por ello. proyectos como
    los de Sarmiento y Casares para promover el desarrollo de la
    agricultura y
    la división de la tierra estuvieron condenados de antemano
    al fracaso. Hacia la década del 80, la mayor parte de la
    tierra pública había sido enajenada, para beneficio
    de los grandes propietarios.

    Es que las relaciones económicas propias del
    capitalismo habían avanzado hasta determinar que ya no era
    necesario un régimen despótico basado en relaciones
    personales, como fue el de Rosas. Ahora el orden y la justicia
    serían ejercidos por el aparato estatal dominado por las
    leyes económicas burguesas; el productor comenzaba a ser
    libre de morirse de hambre.

    En el nuevo entrelazamiento resultante encajaba perfectamente
    el concepto de
    propiedad privada, que la burguesía no cuestionaba en
    absoluto. Claro que, mientras Rosas subordinaba esa propiedad
    privada a la fidelidad hacía su persona ahora
    ocurría que la propiedad privada se hallaba custodiada por
    las instituciones,
    independientemente de quién gobernara.

    Por lo demás, son conocidos los escritos de Avellaneda
    y Sarmiento con respecto a la cantidad de propietarios
    latifundistas y la superficie que ocupaban. En 1840, doscientos
    noventa y tres personas poseían 3.436 leguas de
    fértiles tierras. Después de 1853, ochocientos
    veinticinco propietarios poseían 52.000 millas cuadradas,
    o sea tres veces la superficie de Inglaterra. Y si
    bien se abren las compuertas de la inmigración, hecho positivo, el
    arrendatario que llegaba ya había sido expropiado en
    Europa.

    A partir de década de 1860 se producen importantes
    transformaciones en la estructura
    política, económica y social del país. La
    producción de lana (el ciclo lanar) alcanzó sus
    cifras más altas, se crearon los primeros ferrocarriles y
    aumentaron las inversiones externas, especialmente las
    inglesas.

    El hecho más importante del período es la
    incorporación de Buenos Aires mediante la
    aceptación de la constitución de 1853 reformada y
    con la consecuente nacionalización de las rentas
    aduaneras.

    Hacia fines de los 70 comienza la ultima etapa de
    incorporación de tierras.

    Dos campañas al desierto, la de Adolfo Alsina primero,
    en una estrategia
    defensiva y luego Julio A. Roca, quien avanzó en forma
    definitiva sobre los dominios de los indios

    En 1864 el gobierno ponía en venta todas las tierras
    disponibles dentro de la línea de frontera definida en
    1858, y que sumaban más de dos millones de
    hectáreas. Se daba prioridad para la compra a
    arrendatarios y subarrendatarios, pero los precios
    estipulados fueron considerados muy altos en su momento: $
    400.000 por legua cuadrada al norte del Salado y $ 200.000 al
    sur. (5,44 $ oro y 2,72 $
    oro la ha respectivamente). Se vendieron muy pocas tierras bajo
    esta ley, que fracasó en su propósito. Sólo
    46 arrendatarios efectuaron operaciones por 105.776
    hectáreas, dado que los altos precios fijados para la
    venta de las tierras contrastaban con el arriendo que
    tenía estipulados muy bajos valores.

    El 14 de agosto de 1871 se sancionó la tercera ley de
    venta de las tierras públicas arrendadas, en este caso las
    existentes fuera de la línea de frontera. En la
    discusión legislativa hubo acuerdo en que los precios
    debían ser moderados, indicando precios diferenciales para
    tres regiones diferentes. La Sociedad Rural Argentina,
    corporación fundada en 1866 que representaba a los
    hacendados de Buenos Aires, insistió mediante la presión de
    aquellos de sus miembros que eran legisladores, en que los
    precios debían ser bajos y los plazos para los pagos
    amplios y generosos. El total de la tierra vendida a partir de la
    sanción de la ley de 1871 fue de 3.807.852 has. entre 438
    personas. Se decidió que la forma de pago se integrara por
    la décima parte al contado y ocho anualidades.
    Aún con estas facilidades, decretos posteriores pusieron
    en evidencia que los compradores no pagaban con puntualidad ni
    siquiera la parte correspondiente al contado y menos aún
    las anualidades.

    Sin embargo, estas formas de entrega de tierra publica no
    fueron las únicas. Existieron, además, las
    donaciones y los premios militares. Estas dos maneras de
    transferir la propiedad de la tierra pública a manos
    privadas son muy difíciles de rastrear.

    Las donaciones estaban asociadas principalmente a las
    fundaciones de los pueblos, ya que el gobierno donaba tierras
    destinadas a quintas y chacras a fin de poblar los mismos. En
    general las donaciones se basaron en leyes que intentaban
    promover el asentamiento de población en lugares frontera,
    pero terminaron siendo en la mayoría de los casos objeto
    de especulación.

    En lo que respecta a los premios militares, la mayoría
    corresponde a los otorgados en la lucha contra el indio, aunque
    Rosas también favoreció a quienes lo ayudaron a
    controlar la Revolución del Sur en 1839 (otorgando boletos
    por 1.849.500 hectáreas).

    3. LA GENERACION DEL 80
    Y EL PROBLEMA DE LA TIERRA

    Sarmiento, como hombre ganado ideológicamente por las
    corrientes burguesas, propugnaba el reparto, de la tierra a
    precios moderados entre los 100.000 pobladores de Buenos Aires.
    Una de las medidas que Sarmiento proponía era la de exigir
    que los hacendados alambraran los campos, lo que significaba
    —junto con la importación de reproductores de raza y la
    inmigración— una mayor especialización
    agraria. ¡Cerquen, no sean bárbaros!, era uno de sus
    gritos de guerra. Además, al generalizarse el alambrado,
    morían la última montonera y el nomadismo
    indígena.

    A pesar de todo, la conservación del latifundio fue
    algo más que una religión de Estado en
    la flamante república. Así entró en el
    derecho de la nueva sociedad. Por lo demás, es bueno
    recordar que la burguesía se cansó de elaborar
    leyes —desde Castelli y Moreno hasta la época
    actual— sobre colonización y distribución de la tierra. Sin embargo,
    nunca fueron aplicadas consecuentemente, porque se produjeron
    entrelazamientos de clases que diluyeron momentáneamente
    la contradicción principal, y el sector revolucionario de
    la burguesía quedó aislado en los momentos
    decisivos.

    El estanciero, en general, obtuvo por medios
    extraeconómicos la propiedad de la tierra. Los repartos y
    prebendas fueron el rasgo más saliente en la
    adquisición de las grandes estancias, como hemos podido
    ver a lo largo de estas páginas.

    Cuando uno se entera de las extensiones que recibieron de
    regalo queda atónito. No obstante, ello estaba en
    consonancia con leyes precapitalistas, cuando la posesión
    y propiedad eran un acto de fuerza sin
    inversión de capitales.

    Lógicamente, luego de aquellos repartos gratuitos,
    quien quiso tierras tuvo que pagarlas, y a buen precio.

    Fue entonces cuando se operó la transición del
    capital a la propiedad territorial, pues el capital
    comenzó a penetrar en la propiedad inmobiliaria de tipo
    feudal. Sin embargo, la estancia mantuvo su carácter de relación feudal.

    El indio y el gaucho se trasformó en mediero, aparcero,
    peón, y continuó vinculado al estanciero.

    Por lo demás, el estanciero dominó la
    pulpería, la jefatura política, el juzgado de paz,
    la comisaría y la comandancia de campaña.

    Pero, cuando apareció el inmigrante se produjo un
    cambio en tal sentido, si bien no fue lo suficientemente
    profundo. El propio arrendatario debió trabajar gratis
    para el estanciero (dejar el campo alfalfado e introducir
    diversas mejoras, entregar altos porcentajes de la cosecha, etc.)
    y su vida y labor estuvieron regidas por contratos cuasi
    medievales.

    La economía pastoril-comercial que prevaleciera durante
    el rosismo, se había trasformado en una economía
    agropecuaria-comercial.

    Así pues, vemos que el espíritu que imperaba era
    el de colonizar no para producir el desarrollo capitalista del
    país, sino para ampliar los campos de los terratenientes y
    para contener a la indiada que ponía en peligro sus
    posesiones.

    La llamada "Conquista del Desierto" se trasformó lisa y
    llanamente en genocidio de indios. A medida que la
    oligarquía necesitaba concentrar más tierras,
    procedía a liquidar a una porción mayor de
    indígenas. Podemos inscribir en tales "páginas
    gloriosas" a muchos "héroes" que dan nombre a calles de
    nuestras ciudades, como Roca y otros, continuadores de la
    época colonial y del rosismo.

    La apropiación y distribución de tierras
    conquistadas durante la campaña de Roca constituyó
    una importante ampliación patrimonial para los
    beneficiarios. La ley 947 de 1878 favoreció la
    formación de latifundios, al disponer que no se
    harían adjudicaciones menores a un área de cuatro
    leguas. La superficie total incorporada abarcaba 20.000 leguas de
    territorio. La valorización de las mismas, a medida que el
    modelo tomaba auge, generó una fuerte ganancia por simple
    tenencia, favoreciendo negocios especulativos. Muchos
    suscriptores de los bonos emitidos
    para solventar la campaña, aseguraban a sus suscriptores
    no solo una renta, sino sobre todo la propiedad de la tierra a
    conquistar. Muchos no deseaban realizar operaciones productivas
    sino inmobiliarias. La ley 1265 de 1882 de venta en remate
    público a precios irrisorios y la utilización de
    testaferros condujo a una acaparamiento de tierras a bajo
    costo. La ley
    1628 de 1885 distribuyó tierras a los participantes o
    herederos de las campañas, en una escala descendente de
    acuerdo a la jerarquía militar.

    La distribución y posterior valorización de las
    tierras se convirtió en un obstáculo para los
    inmigrantes que quisieran adquirirlas. El arrendamiento se
    constituyó en la forma básica de explotación
    agrícola y un gran negocio para el terrateniente, que
    cobraba altos precios y una serie de obligaciones
    para el arrendatario y/o aparcero. De ahí el gran
    incremento poblacional urbano sobre todo en Buenos Aires, y la
    problemática social, trabajo, conventillos, etc.

    Ya con la Ley Avellaneda (1876), se había desatado una
    carrera especulativa alrededor de la tierra.

    Entre 1886 y 1887 fueron solicitadas 400 concesiones para
    establecer colonias y se otorgaron 198 por una superficie de
    11.400.881 has. 19 concesionarios de 943 leguas pusieron en
    evidencia la escasísima seriedad de sus empresas, fueron
    aceptadas sus solicitudes aún cuando no dieron
    cumplimiento a la Ley de Sellos, requisito inicial cuyo
    incumplimiento resulta excluyente.

    El Senador Oroño cita, en el Congreso, los casos de la
    Provincia de Santa Fe en que se le adjudicaron 100 leguas a un
    Sr. Navarro y 20 leguas a un Sr. Demot, que no prosperaron las
    colonias y la Provincia quedó privada de contar con ellas
    y tener la tierra ya que se habían otorgado las
    escrituras.

    Igualmente ocurrió con un Sr. Alvear sobre el
    límite con la Pcia. de Buenos Aires, recibió 108
    leguas con cargo de hacer una casa con azotea y capital de
    $1.000, introduciendo en el término de 3 años 150
    personas. A los 8 años no había hecho nada y
    había transferido parte de la propiedad. La Provincia de
    Santa Fe perdió la tierra porque se le había
    transferido por escritura.
    Los valores de
    adquisición de estos terrenos eran de $300 cuando la Ley
    de la Provincia establecía un valor de $ 1.500 para la
    venta a un oferente común (no colonia). Quienes vendieron
    la tierra que les fue adjudicada como colonia ganaron entre 5 y
    20 veces el valor de adquisición y el negocio fue
    facilitado y generado desde la negligencia y/o connivencia desde
    el Estado.

    4. LA "DECADA
    INFAME"

    En la denominada "Década Infame" se producen
    innumerables hechos de corrupción. En el caso específico de
    la tierra, el denominado "Negociado de las tierras de El
    Palomar", marca un hito en
    la historia de la corrupción argentina.

    Explicado en pocas palabras, consistió en lo siguiente:
    el ministro de Guerra, general Márquez, decidió
    comprar 222 hectáreas para agrandar el Colegio Militar y
    otras dependencias militares.

    Las propietarias de esas tierras eran las hermanas Pereyra
    Iraola de Herreira Vegas que se la ofrecen en venta el
    Ejército.

    La Dirección General de Ingenieros tasa esas
    tierras en 19 centavos la unidad métrica por "ser terrenos
    anegadizos y de poca calidad". Pero el general Márquez se
    las arregla para que el Presidente da la Nación,
    Dr. Ortíz, firme un decreto que autoriza un precio de 1,10
    pesos por unidad métrica. Y la venta se hace de este modo:
    las propietarias le venden a un intermediario las tierras en
    1.447.906 pesos y en el mismo acto ese intermediario,
    Néstor Luis Casás, se las vende en 2.450.303 a la
    Nación. Es decir, que en unos minutos, el intermediario
    ganó 1.003.000 pesos.

    Por supuesto, ese intermediario era un testaferro de
    importantes hombres del gobierno. Todo saldrá a la
    luz gracias a
    un periodista: José Luis Torres, de la revista Ahora.
    En una sociedad llena de presiones, miedos y misterios, de pronto
    la verdad se abre paso y es incontenible. En el Parlamento hay
    también hombres honestos, pocos, pero los hay. Los
    senadores Suárez Lagos, Benjamín Villafañe y
    Alfredo Palacios serán los artífices de una
    investigación a fondo.

    El pueblo no cree: "se van a cubrir entre ellos", "no va a
    pasar nada", murmura. El humor popular ha apodado
    "Palomárquez" al general Márquez., quien trata de
    echarle la culpa a sus subordinados, lo que provoca la airada
    reacción de sus generales Ramón
    Molina y Juan Bautista Molina. El escándalo es tan grande
    que renuncia el propio presidente de la Nación, doctor
    Ortíz. Aunque tal renuncia no es aceptada, el mandatario
    no volverá a aceptar su cargo por razones de enfermedad y
    lo suplantará el vice, Ramón Castillo. El gabinete
    renunciará en pleno, entre ellos el general
    "Palomárquez". Siete implicados recibirán penas de
    cárcel de hasta seis años, entre ellos el
    presidente de la Cámara de Diputados, Juan G. Kaiser.

    El diputado radical Guillot se suicida antes de que se le
    inicie juicio. Pero a pesar de que esta vez no hubo impunidad
    -aunque no todos los culpables fueron condenados- este negociado
    fue la gota que faltaba para que el régimen cayera en
    descrédito.

    5. A MODO DE
    CONCLUSION

    En la segunda mitad del siglo XIX José Hernández
    decía, por boca de Martín
    Fierro: La ley es como una tela de araña que atrapa a
    los más chicos y la rompen los más grandes. A esa
    altura, la Argentina ya tenía su previo entrenamiento en
    la violación de las normas. En la era
    colonial, las Leyes de Indias que se dictaban desde España con
    la intención de gobernar a estas tierras desde ultramar,
    estaban atravesadas por buenas intenciones incumplibles: no era
    lo mismo reconocer la humanidad de un nativo en los papeles
    escritos en Sevilla que tratarlo todos los días en las
    minas americanas como mano de obra esclava.

    Los datos expuestos permiten constatar dos grandes
    dinámicas en la apropiación masiva de la tierra,
    capital indispensable para producir los únicos productos que
    la provincia de Buenos Aires podía ofrecer, en el
    período estudiado, a los mercados
    internacionales: cuero, sebo y
    carne salada. La primera de las dinámicas estuvo dada por
    la ley de enfiteusis, que permitió el usufructo a muy bajo
    costo, de grandes extensiones por parte de unos pocos
    beneficiarios. Estos, en vez de explotar la tierra, la
    subarrendaban. De esta manera, al tener que pagar cánones
    al gobierno muy bajos (que la mayoría de las veces no
    hacían), iban conformando sus fortunas con los ingresos
    del arriendo, además de vender la producción.
    Cuando Rosas permitió a los enfiteutas comprar sus
    tierras, estos ya disponían del dinero,
    generado por la misma tierra que iban a comprar. Incluso, si no
    disponían del mismo, las facilidades de pago eran
    amplias.

    La segunda dinámica fue similar, pero en vez de la
    enfiteusis, la figura legal fue el arrendamiento. Aquí,
    nuevamente, los ahora arrendatarios no ocupaban la tierra, sino
    que acumulaban extensiones que, a su vez, subarrendaban. De esta
    manera, constituían su fortuna de una manera similar al
    enfiteuta: pagaban poco o nada al Estado (la gran mayoría
    eran morosos), pero percibían importantes ingresos por la
    tierra acumulada, que utilizaron para comprar las tierras cuando
    el Gobierno se las ofrecía en venta, a precios muy
    accesibles y facilidades de pago beneficiosas. Tanto en este
    caso, como en el de la enfiteusis, el otro negocio importante era
    el de la venta de los derechos. Muchos enfiteutas o arrendatarios
    denunciaban para sí grandes extensiones, y luego
    vendían al poco tiempo los derechos de una parte de las
    mismas.

    Queda claro, entonces, que en un proceso de transferencia de
    un recurso público, como son las tierras fiscales, la
    responsabilidad del Estado es insoslayable. En
    este sentido se puede comprobar que, más allá de
    las intenciones enunciadas en los considerandos de muchas de las
    leyes que hemos visto, que procuraban distribuir la tierra con el
    fin de poblar el territorio, y de evitar la especulación y
    el acaparamiento de tierras en pocas manos, el resultado fue el
    surgimiento de grandes latifundios. En muchos casos se observa
    que los mismos legisladores pertenecían al grupo de
    terratenientes que se beneficiaban con las medidas, pero en otros
    parecería, más bien, que las leyes, aunque bien
    intencionadas, dejaban resquicios que eran fácilmente
    aprovechados por los especuladores. En todo caso, sin la
    complicidad, o impericia, del Estado, el proceso de transferencia
    de la propiedad de la tierra pública descripto hubiese
    sido improbable.

    Por último, no deja de llamar la atención la falta de control del pago
    de los cánones respectivos, así como la falta de
    transparencia en la denuncia, y posterior validación, de
    las posesiones.

    Jorge S. Zappino

    Licenciado en Ciencia
    Política (Universidad de Buenos Aires)

    Magister en Historia Económica y de las
    Políticas Económicas (Universidad de Buenos
    Aires)

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