Monografias.com > Estudio Social
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Violencia popular en Chile: Las caras y las máscaras




Enviado por Ernesto Guajardo



    1. Resumen
    2. Entrando en
      materia
    3. Su violencia y otra
      más
    4. Por la razón o la fuerza,
      dicen
    5. Desde las máscaras al
      rostro
    6. Perdiéndose en la
      biblioteca
    7. Buscando la
      puerta
    8. La trastienda de los
      símbolos
    9. Entre Dickens y
      Shakespeare
    10. De nuevo, el
      cuerpo

    RESUMEN:

    El presente ensayo
    realiza una aproximación a la problemática de la
    violencia
    social y popular en el Chile de finales del siglo XX. Para
    ello se centra en el análisis de una entidad simbólica,
    característica de las manifestaciones populares: el uso
    la capucha o la acción de ocultar el rostro. Se realizan
    consideraciones históricas, estéticas y
    comunicacionales sobre el problema de la violencia.

    Luchamos ahora contra
    una dirección.
    Pero esta dirección morirá, eliminada por otras
    direcciones
    y entonces nadie entenderá nuestros argumentos en su
    contra;
    no comprenderá por qué hubo que decir todo
    eso
    .

    (Ludwig
    Wittgenstein)

    La humanidad no fue
    traicionada por las empresas
    intempestivas de los revolucionarios
    sino por la sabiduría contemporizadora de los
    realistas
    .

    (Max Horkheimer)

    Siempre tuve problemas con
    el pañuelo. Problema estructural: una nariz
    aguileña, que cae buscando el abismo, solía
    llevarse el trozo de género en
    su caída. De ahí la constante necesidad de anudar,
    una y otra vez, sus extremos tras mi nuca.

    Una vez exageré el nudo: al momento de volver a casa no
    podía deshacerlo. Bajé el pañuelo de mi
    rostro, y quedó instalado en mi cuello, con una
    reminiscencia de vaquero. Vino en mi ayuda la Chica. Traía
    entre sus manos una tijera, obtenida quizás dónde,
    y una sonrisa. Luego, el helado metal rozando mi piel, y un
    breve clic de hojas metálicas cerrándose y
    cortando.

    No lo boté, lo guardé en el bolsillo
    –contraviniendo las normas–. Me
    propuse acoger esa anécdota en mi baúl de memorias.

    Ahora lo tengo ante mis ojos, y escribo. Recuerdo:

    todos esos gestos ya no estarán.
    quizás retornen en algún instante,
    extenso o intenso como los que vivimos,
    pero ya nunca serán los mismos,
    ya nunca podrán ser lo que eran.
    todos esos gestos:
    tus ojos mis ojos solamente
    únicos destellos en nuestros rostros cubiertos.
    mi mano derecha en alto el dedo índice
    acariciando el guardamonte,
    mis labios moviéndose tras ese tejido de lana
    todos esos gestos esos detalles
    esos fugaces momentos en que nos observábamos
    y todo parecía posible…

    Me canso de recordar. Sirve, pero no basta.

    Era la década de los ochenta, y los encapuchados no
    suscitaban tanta emoción comunicacional como,
    particularmente, ha ocurrido este año.

    Extenso sería enumerar todos los lugares comunes al
    respecto. Que los encapuchados son infiltrados o provocadores;
    que no lo son, pero sus formas y métodos
    invalidan sus opiniones; que no tienen opiniones, y por eso hacen
    lo que hacen. En fin.

    Son los noventa, y si es cierto que nadie se relaciona de
    la misma manera
    en contextos idénticos, menos
    podría intentar explicar el hoy únicamente
    con el ayer. Todos esos gestos ya no estarán/
    quizás retornen en algún instante,/ pero ya nunca
    serán los mismos
    . ¿Acaso no era McLuhan el que
    decía que acostumbramos entrar en el futuro, mirando en el
    espejo retrovisor el pasado? Los riesgos de
    accidente son evidentes.

    Otro tiempo, otros
    textos. No necesariamente otra direccionalidad del discurso; la
    flecha perdura hacia el norte.

    Partamos por la calle. Es decir, por manifestantes en la
    calle. Precisemos. Manifestantes encapuchados en la calle.
    ¿Qué son?

    Entrando en materia

    Si era cierta la consigna de los manifestantes estadounidenses
    que se oponían a la participación de su país
    en Vietnam, a finales de los años sesenta, existe un
    desplazamiento que va del disentimiento a la
    resistencia.

    Yo disiento. Peleo con el ministro que aparece en la pantalla
    de mi televisor. Critico la política
    económica en la intimidad de mi cocina.

    Yo resisto. Me convoco a integrar una marcha, autorizada o no.
    Escojo en ella la forma de manifestarme que me parece más
    correcta.

    Del disentimiento a la resistencia. Es
    decir, del espacio de lo privado a lo público; de la
    opinión a la acción material. (No me agotaré
    en deslindar las sutilezas que ligan lo público con lo
    privado o en explicar que la opinión puede ser una
    de las formas de la acción, ni tampoco referirme a las
    variadas formas que puede asumir la resistencia o el
    disentimiento).

    En fin.

    Las dos palabrejas señalan un tránsito, un
    desplazamiento. No son excluyentes, por el contrario, se
    complementan y extienden mutuamente.

    ¿Cuándo surge la resistencia?

    Supone la reacción frente a algo, o un movimiento en
    favor de algo. En cualquiera de los dos casos, estamos ante las
    consecuencias de un conflicto.

    Habría que indagar, entonces, sobre las condiciones
    generales de emergencia y presentación de un
    conflicto social. Busco apoyo en Ramón
    Reyes (que, si supiera algo de él, se los
    contaría).

    Para Reyes, una situación se cataloga como conflictiva
    cuando las "condiciones originarias de relación cambian,
    las condiciones de fijación de esa relación,
    asimismo, varían, o el beneficio gratificante deja de
    tener el interés,
    intensidad, amplitud u oportunidad que inicialmente
    poseyera".

    Surgen dos visiones de textos: la propuesta
    programática de los dos gobiernos de la
    Concertación de Partidos por la Democracia y
    los bandos de la dictadura
    militar. ¿A cuál de los dos discursos,
    ofrecidos al país, le colgaremos el ropaje de un acuerdo
    social propuesto y no cumplido?

    "El conflicto [prosigue Reyes] puede ser provocado
    unilateralmente, cuando una de las partes, por ejemplo, entiende
    que esas condiciones [de relación] no se cumplen o ese
    beneficio no se da. La otra parte, a su vez, podría acusar
    dicha provocación, como desarraigo del interlocutor en
    crisis
    ".

    Interlocutores desarraigados: todos aquellos manifestantes
    que, utilizando determinadas formas de lucha, terminan con el
    estigma sobre sus cuerpos: desadaptados, delincuentes,
    irracionales, etcétera doble.

    "Cuando el equilibrio no
    puede mantenerse por más tiempo, la tolerancia se
    convierte en denuncia militante y se busca con urgencia un
    nuevo orden de relación y disfrute en condiciones
    diferentes y, si es preciso, también con otros agentes",
    propone Reyes.

    Piedras, bombas
    incendiarias, rostros cubiertos, no son las formas de
    manifestarse
    , se señala desde las oficinas del
    Poder. No
    lo son
    , reitera el coro monocorde de la mayoría de los
    medios de
    comunicación. Entonces,
    ¿cuáles serían esas formas aceptables o
    tradicionales de expresar una disidencia, esto es, hacerla
    resistencia? Uno puede suponer que la solicitud de una entrevista,
    una conferencia de
    prensa, una
    sentada en la vía pública o desnudarse en pleno
    Paseo Ahumada, (todo ello a rostro descubierto, obvio),
    podrían ser formas más soportables para la buena
    imagen de una
    democracia que todavía no se realiza en su
    definición mínima; para una
    transición que se eterniza en el transcurso del
    tiempo, y que me hace recordar los carteles en los negocios del
    barrio: Hoy no se fía, mañana sí.

    El mañana, sin embargo, no necesariamente puede
    significar lo mismo para todos. Para unos el mañana puede
    ser la prolongación de una espera que, de tanto
    extenderse, se torna en natural. Para otros, el
    mañana es tarde, porque su última carta se la
    están jugando en el hoy.

    ¿Y si se acaba la paciencia?, ¿entonces,
    qué?

    Un piedrazo es un ejercicio de violencia, dice el
    poder. ¡Por supuesto que lo es! Pero un ejercicio ilegal
    e irracional
    , precisa el mismo rostro.

    Vamos por partes.

    Su
    violencia y otra más

    Podría continuar con las repetidísimas frases
    que preguntan si acaso un orden económico como el actual
    no es, también, violento; así como la censura
    cinematográfica, o tantas otras violencias que se
    podrían inventariar en la actualidad de esta geografía. Estamos
    hablando de una violencia que no se ejerce, necesaria y
    frecuentemente, con disparos o electricidad,
    pero que existe, y quienes la sufren o resisten lo saben mejor
    que nadie. Pero esa violencia (estructural, aunque se
    acuse de trasnochado el concepto) no es
    el gran problema nacional. Ese lo constituye esta otra
    violencia, la que se ejerce desde abajo o desde fuera de los
    espacios del poder instituido. Yo prefiero el caos, porque es
    violento tu orden
    , cantan/vociferan Los Miserables.
    Antes que ellos, pero muy cercano, el poeta Mauricio
    Redolés había lanzado su Yo prefiero el caos, a
    esta realidad tan charcha
    .

    Trataré de evitar la mala leche y los
    lugares comunes; las frases, de tanto reiterarlas, van gastando
    su significado.

    La condición de legal/ilegal la define la autoridad y la
    consolida en el sentido común. Violencias buenas
    versus malas violencias. Precisemos.

    Lo punible, lo ilegal, –nos dice el tal Reyes– es
    "cualquier desviación con respecto a un determinado
    equilibrio o a una determinada organización del sistema de
    relaciones e intercambio.

    Esa distribución de funciones dentro
    del sistema puede convertir lo punible en loable/premiable y
    viceversa, según se tenga encomendado o no el ejercicio de
    una puntual o sectorial represión (…).

    Ahora bien, ya que las leyes necesitan
    de infractores potenciales, reconocibles, en consecuencia, por
    sus culpas –aunque la inculpación sea
    competencia de
    una alteridad cualificada–, los controladores del
    sistema han de mantener la amenaza de su aplicabilidad
    discrecional, si desean que las correspondientes leyes sigan
    manteniendo su vigencia más allá de su eficacia.

    La tolerancia no es aquí otra cosa que la
    demostración de impotencia o ignorancia –real o
    supuesta– de los tolerantes, por lo que al campo de
    aplicación de las leyes se refiere: las leyes dejaron de
    cumplir su función
    originaria tan pronto como los administrados superaron las
    condiciones que originariamente las motivaron.

    Es por ello, que con frecuencia se finge la igualdad. A
    base de repetirlo, es posible que al menos alguien –el
    legislador, por supuesto– termine creyéndose que
    efectivamente ‘todos son iguales ante la ley’".

    Si creen que están en lo correcto, ¿por
    qué se tapan la cara?,
    fue el emplazamiento a
    muchachos encapuchados, por parte de una señora que
    marchaba rumbo al cementerio general, en la romería del
    once de septiembre recién pasado. He ahí
    funcionando la lógica
    de la igualdad en su totalidad. Curiosamente, es un
    reconocimiento que acepta la existencia de una igualdad originada
    en la "recuperación" de una democracia formal e
    incompleta. Una igualdad contextualizada por un acuerdo
    consenso, le llaman– que, probablemente, esa
    misma señora rechazaría en varios de sus
    componentes, a saber: la existencia de la impunidad, la
    ley electoral, otro etcétera.

    Otra expresión de esta mirada es lo que ocurrió
    en la universidad
    privada ARCIS, cuando algunos de sus integrantes propusieron el
    lema: Yo doy la cara. (Que original no es, se corresponde
    con la campaña televisiva del gobierno de
    Aylwin, ¿la recuerdan?, esa donde salía John
    Lennon, Pablo Neruda y
    Mahatma
    Gandhi, inicialmente cubiertos por un pañuelo o un
    gorro pasamontañas –aquí me naufraga la
    memoria–, para luego quedar al descubierto. El lema era
    algo así como: ellos lucharon por sus ideas y no
    ocultaron su rostro
    ). Y, bueno.

    Por cierto, la ilegalidad de determinadas formas de
    lucha no sólo se determina desde un punto de vista
    jurídico. También se puede construir esta misma
    significación desde la moral o la
    política,
    incluso, desde la psicología.

    De ahí las adjetivaciones que, por ejemplo, intentan
    quitarle toda connotación política al uso de la
    violencia en las manifestaciones. Sólo son
    delincuentes
    , dicen los ministros. Y si no es la
    calificación, es la cuantificación: son grupos
    minoritarios
    , dice el presidente. Actos irracionales
    son
    , diagnostica el obispo.

    Precisamente aquí, Noam Chomsky tiene algo que
    decir:

    "La resistencia puede ser emprendida, y creo que lo es muy
    generalmente, como un acto político. Cabe afirmar que
    está mal orientada, pero no que es
    apolítica
    ".

    Pero, el reconocer la condición de
    política a toda forma de resistencia, no obliga a
    definir rígidamente a las distintas maneras de expresarse
    en las manifestaciones. "En realidad, [sostiene Chomsky] carece
    de sentido hablar –como hacen muchos– de
    tácticas y de acciones a las
    que se atribuye el calificativo de ‘radicales’,
    ‘liberales’, ‘conservadoras’ o
    ‘reaccionarias’. Una acción no puede ser
    colocada por sí misma en una dimensión
    política plena. Puede tener éxito o
    no en la consecución de un fin susceptible de ser descrito
    en términos políticos
    ".

    Resumiendo, toda forma de resistencia es política y
    podemos evaluar su efectividad o pertinencia, según la
    relación que tenga con los fines que se propone alcanzar;
    no a partir de una definición estática,
    (la que tiende al establecimiento inmediato de juicios de
    valor: la
    violencia es mala
    , o buena, depende quien esté
    hablando; o elaboraciones taxonómicas, con sus tendencias
    a la rigidez, que no se compadecen con el desarrollo de
    los procesos
    sociales).

    Desde Alemania
    (país donde, en la actualidad, el uso de la capucha
    está penalizado legalmente), Jürgen Habermas extiende
    la observación de Chomsky.

    En 1987, el gobierno dio a conocer los resultados del estudio
    encomendado a la Comisión de Violencia. Dicha
    comisión examinó, como un todo, distintas
    categorías de violencia, las:

    explosiones violentas de carácter apolítico
    (vandalismo),

    explosiones violentas de carácter
    político
    (disturbios públicos),

    violaciones simbólicas de las leyes
    (sentadas y cortes de tráfico),

    manifestaciones no pacíficas, y
    los

    actos de violencia políticamente
    motivados
    (ocupaciones de casas y edificios, asaltos,
    atentados),

    eran todos algo similar. Esto le llama la atención a Habermas, y señala: "es
    evidente que el mandante político sospecha que se dan
    relaciones entre la crítica
    radical, la inquietud de la opinión
    público-política, las manifestaciones de masas, las
    protestas que toman la forma de violación simbólica
    de las leyes, los disturbios sin ninguna clase de
    objetivos y la
    violencia de motivación
    política. Desde este punto de vista, una difusa y
    difícilmente aprehensible crítica, que discute al
    Estado su
    legitimidad y desestabiliza la conciencia
    jurídica general, constituiría el primer
    eslabón en una cadena de acumulativa generación de
    violencia".

    Por cierto, del mismo modo como Chomsky sostiene que toda
    forma de resistencia es política, el Poder pervierte la
    relación, y afirma que toda forma de desobediencia civil
    es violenta. Al menos, eso ocurre en el informe de la
    Comisión de Violencia, de Alemania. En él, "toda
    forma de desobediencia civil queda subsumida, sin más,
    bajo el concepto de violencia de motivación política". Este juicio lo
    justifica la Comisión al considerar que muchas formas
    legales de participación (manifestaciones autorizadas),
    devienen en actividades ilegales (sentadas, cortes de
    tráfico) e, incluso a veces, en acciones ilegales
    violentas (enfrentamientos con la policía, daños a
    la propiedad
    pública o privada).

    ¿Será por ello que, en la actualidad, los
    organizadores de algunas marchas estructuran su propio anillo de
    seguridad
    interno, para evitar los desmanes de infiltrados,
    provocadores o exaltados?, ¿aquí
    estará sedimentada la lógica del ministro que llama
    al estudiantado a dejar solos a los encapuchados, en un
    discurso que recuerda las estrategias de
    contrainsurgencia de los años sesenta (por eso de
    quitarle el agua al
    pez
    )?

    Por la
    razón o la fuerza,
    dicen

    La piedra y la molotov, pero también el gesto de
    cubrirse el rostro en las manifestaciones, son las formas de la
    violencia que se pretenden desterrar.

    Para ello se han intentado varios caminos.

    Uno de ellos ha sido mirar la historia de
    Chile, y proponer una lectura de
    remanso, de nostálgico atardecer en la playa. La
    tradición de Chile ha sido el diálogo,
    la negociación, se dice. Y, bueno, es cierto,
    si nos olvidamos de los períodos de la Conquista; la
    Colonia; la Independencia;
    los ensayos
    constitucionales; todos los enfrentamientos entre liberales y
    conservadores, a mediados del siglo pasado; la Guerra Civil
    de 1891; los golpes de Estado en el primer cuarto de siglo; el
    Gobierno de González Videla y la historia reciente que todos
    conocemos. Sí, en realidad, nos deben quedar algunas
    decenas de vida nacional en paz, con el agravante de que no son
    años continuos. En fin, nada es perfecto.

    Cuando a uno le traen a colación la historia nacional,
    la idiosincrasia y otras yerbas similares, definitivamente
    termina anodadado, ¡es demasiado! Pero, ¿qué
    son todas esas palabras?, la identidad, el
    patrimonio
    cultural que ha construido una sociedad,
    ¿qué es?

    Walter Benjamin dice, por ahí, algo interesante:

    "Quienquiera haya conducido la victoria hasta el día de
    hoy participa en el cortejo triunfal en el cual los actuales
    dominadores caminan sobre los que yacen en tierra. La
    presa como es costumbre es arrastrada en el triunfo. Se la
    denomina patrimonio cultural
    ".

    Deseo compartir aquí el comentario de Carlos Pereda
    sobre esta cita. "Parte del botín que los poderosos dejan
    a sus herederos es el ‘patrimonio cultural’ en tanto
    ‘presa’ de triunfo. (…) En la escuela de lo
    sublime nos hemos habituado a pensar en el ‘patrimonio
    cultural’ como aquello que redime y reconcilia con los
    horrores y las miserias de la historia, no como un
    fragmento más de esos horrores y miserias".

    Una presa. Eso es el patrimonio cultural. Pero una presa, no
    un cadáver. Una presa puede estar agónica, pero
    aún puede liberarse. Por eso es problematizante un rostro
    cubierto. Si no, mírese el caso de Chiapas.

    Además, el patrimonio cultural no es universal para un
    país. Mi patrimonio cultural será evidentemente
    distinto al del que haya resistido hasta aquí la lectura. En
    las clases y sectores sociales ocurre lo mismo. El tan mentado
    patrimonio cultural, la identidad, la idiosincrasia, la historia,
    será muy distinto para el campesino que
    trabajaba en la hacienda, que para el dueño de ella. Y si
    eso es más o menos obvio, ¿por qué se
    propone que existe una manera de hacer las cosas?,
    ¿una forma de expresar la disidencia?

    Desde las
    máscaras al rostro

    Los símbolos juegan aquí un papel
    relevante. Un rostro cubierto en una manifestación es un
    símbolo. De muchas cosas. Por un lado, evidentemente, es
    un recurso técnico. Se le dice al Poder: he perdido la
    ingenuidad con respecto a tus intenciones; me protejo. Pero
    además se construye, en el propio cuerpo, un territorio de
    poder, de un contra-poder –si se permite la
    figura–, en donde se desplaza al que se confronta, se le
    desaloja en el momento en que no se acepta la lógica
    formal del adversario, en el instante en que no se cree en su
    forma única de confrontación.

    Por otro lado, la ausencia del rostro posee un efecto
    multiplicador: cualquiera de los allí presentes
    podría ser, y eso extiende aún más lo
    anterior, por cuanto inicia el proceso de
    construcción de una referencial identitaria
    que cualifica el gesto individual, y lo expande hacia el
    colectivo en el cual se ha generado. Si no fuera así, el
    plural perdería su significación: obreros
    portuarios causaron graves disturbios en Valparaíso
    ,
    señala la prensa. No un sindicato, o
    una organización política, o algunos
    trabajadores portuarios. La referencia es al cuerpo social,
    independientemente de que la totalidad del mismo se haya
    expresado de la misma manera

    Otras cosas se pueden decir sobre el ocultar el rostro.

    Tal vez recordar que la primera causal para aplicar la,
    legalmente caducada, detención por sospecha, se
    refería "al que anduviere con disfraz o disimulando
    su verdadera identidad y se negara a proporcionarla cuando
    ésta le sea requerida". En el caso del encapuchado, el
    reconocimiento, o la interpretación del concepto de
    disfraz no es una sospecha; el propio cuerpo que disiente
    le señala al Poder que se ha disfrazado, lo hace
    explícito, manifiesto, como una proclama o un inmenso
    anuncio publicitario. Así, el Poder no tiene la necesidad
    de sospechar o dudar: se encuentra, efectivamente, ante un
    disfrazado, quien no se oculta a la mirada del orden, se
    enfrenta a ella, precisamente en ese ocultamiento, éste se
    realiza, precisamente, para destacar, para señalar.

    ——–

    La capucha se ha instalado como un código
    social. Ella se lleva sobre el cuerpo, y eso es interesante,
    porque, al decir de Pierre Guiraud, "el hombre es
    el vehículo y la sustancia del signo, es a la vez el
    significante y el significado". Si esto es así, –y
    la capucha es el código escogido para participar, para
    estar-en-el-mundo, a través de ella–, quien la usa,
    pone de manifiesto su identidad y su pertenencia a un grupo
    determinado, al mismo tiempo que reivindica e instituye esa
    pertenencia. Así, la persona con su
    rostro cubierto es tanto el portador del código, como el
    referente del mismo.

    De hecho, lo que más le complica al Poder es la
    posibilidad de la instalación de esa pertenencia y esa
    referencialidad. Todo cambia, y lo sabe. "Es necesario no
    olvidar, que los códigos jamás tuvieron validez
    universal, ni que la potencialidad de ser vehículo
    que todo código contiene no es mayor porque sea
    precisamente ése el código considerado vigente por
    una generalidad cualificada", sostiene Reyes.

    Pero volvamos. Los símbolos también construyen
    poder, algo que el Poder sabe muy bien, y por ello trabaja para
    que sean sus símbolos los que sean aceptados por
    toda la comunidad
    nacional como los únicos.

    Miremos ahora hacia atrás un momento, a ver qué
    encontramos.

    Perdiéndose en la biblioteca

    Surge, nítido, el Poder reprimiendo los símbolos
    que construyen otro discurso, por lo tanto, otra dirección
    de acción posible y, eventualmente, otra manera de
    resolver los problemas.

    Ibáñez no tuvo el inconveniente de los
    rostros cubiertos. Él se enfrentó a las banderas,
    bueno, no a todas, a una sola que le inquietaba. Estamos en
    1925:

    "La bandera roja no puede usarse como insignia dentro
    del territorio de Chile porque ella simboliza la anarquía
    y el desorden, el libertinaje y los peores horrores; en
    consecuencia, los oficiales de todos los grados instruirán
    a su personal de estas
    actividades capitales porque ha llegado la hora de darle una
    batida a los que creyeron que Chile había perdido hasta su
    dignidad. En
    el futuro el personal de Carabineros procederá de hecho
    contra los manifestantes que ostenten banderas rojas y les
    impedirá toda clase de manifestación, procediendo a
    destruir esas banderas". ¡Pobres banderas!, nunca en su
    metafísica textil imaginaron tanto alboroto
    por su existencia. Ya suficientes problemas tenían con la
    mitología de los toros, y ahora esto.

    Ahora bien, el Poder no sólo necesita eliminar o
    neutralizar algunos símbolos. También requiere
    instalar los propios, aun cuando no siempre logre que todos
    comprendan su verdadero sentido. De eso nos da cuenta el
    escritor Carlos Pezoa Véliz:

    "Por aquellos días de 1891, los periódicos
    clandestinos que hacían la propaganda
    revolucionaria con artículos dogmáticos y
    maldiciones en verso, pusieron de rabiosa actualidad la palabra
    Constitución. El vocablo de labio en labio, como si
    se hubiera intentado reunir en el modo de pronunciarla todo el
    respeto que
    guardaron por ella los estadistas de los primeros tiempos, desde
    Portales hasta Aníbal Pinto.

    El Presidente Balmaceda había violado la Constitución. Las huestes libertadoras del
    general Canto defendían los derechos
    constitucionales… (¡Oh, la
    Constitución!).

    Hubo campesinos de las provincias australes que se la
    imaginaron un templo donde se guardaban los estandartes tomados
    en la guerra contra el Perú y Bolivia, o las
    cenizas de Arturo Prat. Y los niños,
    que allá en su inocencia hacen más bellas las
    cosas, figurábansela una inmensa mujer de cabellos
    rubios… ¡Hermosísima!

    Aun escuché esta frase: ‘El Presidente Balmaceda
    se ha ido con todo el dinero que
    había en la Constitución’".

    En fin, a qué seguir.

    A estas alturas, uno quiere entender algo, y como la
    inmensidad del espectáculo abruma, se solicita ayuda.
    Desde Inglaterra,
    Graham Murdock viene solícito.

    Buscando la puerta

    Murdock sostiene que el establecimiento de un consenso
    nacional supone no sólo un acuerdo con respecto a las
    cuestiones de fondo, sino que también respecto a las
    formas en que éstas se encaran (discuten, negocian,
    confrontan). De este modo, por ejemplo, la actividad
    política puede llegar a identificarse exclusivamente con
    la actividad parlamentaria o la negociación sindical.
    Así, los sectores sociales involucrados quedan
    inicialmente marginados del debate, a no
    ser que deleguen su representación en otros, o bien que se
    expresen para ser considerados; expresión que debiera
    realizarse en las formas construidas y propuestas por el espacio
    del consenso.

    Sin embargo, tanto la supuesta comunidad de intereses,
    como las formas de relacionarlos o confrontarlos están
    dadas. Por lo tanto, cualquier nueva forma que surja corre el
    riesgo de ser
    definida como inapropiada o "radical". La discusión se
    centra, entonces, en las formas de acción, y no en las
    causas que las originan. Los mapuches no deben tomarse las
    tierras
    , se reitera una y otra vez. Pero, ¿por
    qué se las toman?, ¿por gusto? Ocurre que el
    establecimiento del consenso tiende a ocultar las causas
    estructurales del disenso. Y aquí no estamos
    hablando de platas más o platas menos, estamos hablando de
    las causas últimas que llevan a ese requerimiento.
    ¿Qué parte del Estado, o es su totalidad, la que
    falla, para que se produzcan las manifestaciones
    violentas?

    En resumen, ¿por qué se busca convencer respecto
    a cuáles son las formas válidas de
    expresión?, ¿por qué se proponen formas
    únicas? Aquí, a riesgo de parecer anticuado,
    le cedo la palabra a Carlitos, el alemán ese que andaba
    –junto a Engels– desatando fantasmas por
    el mundo:

    "Cada nueva clase que pasa ocupar el puesto de la que
    dominó antes de ella se ve obligada, para poder sacar
    adelante los fines que persigue, a presentar su propio
    interés como el interés común de toda la
    sociedad
    , es decir, expresando esto mismo en términos
    ideales, a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a
    presentar estas ideas como las únicas racionales y
    dotadas de vigencia absoluta
    ".

    "Mayonesos protagonizaron incidentes", grita el popular
    diario La Cuarta. Mayonesos = Locos = Conducta
    Irracional. Manifestaciones públicas: expresiones de dicha
    conducta.

    No es culpa exclusiva del periodista, años lleva el
    Poder tratando de convencernos de que determinadas formas de
    expresar la opinión son irracionales. Las formas
    razonables son las que el Poder indica, no otras.

    A lo anterior se suma lo cuantitativo. Si no son expresiones
    mayoritarias, no importan. Ante ello, recuerdo lo que
    señalaba un sociólogo estadounidense: este
    año sólo fueron asesinados dos negros por causas
    raciales en nuestro país, ¿eso implica que no
    debemos reflexionar al respecto?, ¿se debe esperar a que,
    estadísticamente, estas expresiones sociales sean
    interesantes? Parece reiterativo, pero es necesario
    señalar que, en los procesos sociales, las situaciones de
    minoría o mayoría son perfectamente
    intercambiables.

    Desde nuestro continente, Ramón Reyes continúa
    el diálogo.

    Si el uso de la capucha, y las manifestaciones asociadas a
    ella, son una expresión de disenso, éste se origina
    por que el consenso se ha fracturado, o porque los contenidos del
    mismo ya no logran convocar y conmover a la totalidad de los
    ciudadanos llamados a asumirlo. Se inaugura entonces el
    conflicto.

    "Uno tiende, no obstante, [señala Reyes] a eludir toda
    crisis
    detectada. Los sistemas para
    eludirlas y las técnicas
    que las desarrollan se confunden con los modelos
    habituales de comportamiento: dejar que el riesgo de la denuncia
    lo corran otros. Mientras tanto, actúo como si nada
    anómalo sucediera, como si ello no me afectara. Los
    que se arriesgan son los otros, los de siempre: aquellos
    grupos que, en defensa de intereses particulares, optan por la
    denuncia o corrupción
    del sistema. Como intermediario óptimo actúan
    los medios de
    comunicación, herramientas
    poderosas en manos de educadores, es igual la connotación
    represiva que se les asigne y el nivel de represión que se
    les reconozca.

    La opinión acreditada y la
    ‘autoridad’ que emita/legitime esa opinión,
    actúan como filtros de la crisis: uno termina juzgando lo
    real, desde los parámetros del discurso noble,
    situándonos en el nivel de palabra erudita.
    (…).

    De esta forma, la responsabilidad va a ser siempre problema de los
    demás: son ellos los que a diario cambian nuestro
    entorno, construyéndolo con su discurso y con sus
    actuaciones consecuentes.

    (…)

    Pero, al ciudadano normal, ciertamente, esto le importa
    poco. Le basta el discurso público y autorizado a
    propósito de lo real, es igual que ese discurso no
    conduzca a parte ni a objetivo
    alguno. La ficción se convierte para él en arma
    poderosa y en razón principal: lo que importa es
    prolongar la existencia –sabiéndose de alguna
    manera sujeto de la misma–, en condiciones lo menos
    traumáticas posible".

    Palabras que ilustran, pero, ¿y lo real?

    ( )

    (Esto es un
    paréntesis)

    Quiero invitar a recordar. No muy atrás, sólo
    algunos años. Érase una vez, un gobierno que
    quería reemplazar un feriado por otro. Un once de
    septiembre por el día cinco, del mismo mes.
    ¡Qué de cosas no se dijeron en ese momento!

    Para comprender la totalidad del discurso que se construye, es
    necesario considerar varias de sus expresiones fragmentadas. Las
    características más comunes a todas ellas es su
    voluntad generalizante, presentando conceptos vaciados de
    significados.

    Frente al último once (es decir, el que
    iba en rojo en el calendario, en 1997), Frei propuso: "El
    único llamado es a que lo recordemos con gestos de unidad
    y de reflexión. Hay que aplacar las
    espíritus
    y contribuir a que este sea un día de
    reflexión". El triunfo de la razón por sobre la
    emoción: los sentimientos se domestican reflexionando; la
    reflexión nos llevará, única y
    exclusivamente a la unidad. ¿Y si uno, por esas cosas de
    la vida, comienza reflexionando, y termina más enardecido
    o apesadumbrado que antes, y con sentimientos muy poco fraternos
    con respecto a algunos compatriotas? Porque compatriotas
    también son, al menos formalmente, aquellos ciudadanos que
    portan uniforme.

    Como el comandante en jefe del ejército quien, ante el
    enjambre periodístico, señalaba: "hay que dejar
    atrás los sentimientos mezquinos que no llevan al
    bien común de una nación".

    Una vez más encontramos aquí a los pobres
    sentimientos protagonizando el papel de los chicos malos de la
    película, como si no pudieran existir razones para
    oponerse a la construcción de un símbolo de unidad
    nacional. Esto, sin considerar la profunda ambigüedad que
    implica la noción que se pretende alcanzar.
    ¿Qué debe comprenderse por bien
    común?, ¿quién o quiénes deben
    definir sus contenidos?

    Pero la discusión no es solamente por la
    ubicación de un día feriado en el calendario. Lo
    que se desplaza tras estas representaciones simbólicas son
    los contenidos que se le pretenden asignar a ellas.

    (La
    trastienda de los símbolos)

    Realizada la puesta en escena de la ritualidad del once de
    septiembre, se sucedieron las observaciones de los opinantes, que
    comentaron la movilización, el evento o el
    espectáculo, dependiendo de dónde se instala
    su sensibilidad.

    Desde la derecha se culpó al PC de instigar a la
    violencia; dicho partido aseguró que jamás
    había convocado a ningún acto de violencia;
    democratacristanos afirmaron que las organizaciones de
    derechos humanos fueron sobrepasadas por infiltrados del
    lumpen; por último, los socialistas se preocupaban
    de los actos vandálicos ocurridos en Santiago,
    durante la noche de ese día. El senador socialista Carlos
    Ominami, por ejemplo, afirmó que las acciones de
    violencia nada tienen que ver con la actividad
    política
    , están reñidas con la
    democracia y sostuvo que son el producto de
    personas que son o están muy próximas a la delincuencia,
    "de otra forma no se explican actitudes que
    no tienen ninguna justificación
    ". Claro, si se propone
    que una acción determinada no tiene ninguna
    justificación, es evidente que el otro, el que la
    realiza, se encuentra incapacitado a priori para poder
    explicarla.

    Es interesante notar cómo los discursos emitidos se
    centraron en la problemática del uso de la violencia.
    Todos asumían que los rituales del once de septiembre
    sólo habían confirmado la certeza de que los
    gestos por la unidad nacional aún no lograban
    encarnar en toda la ciudadanía. Dos países construyeron
    sus propios espacios simbólicos ese día, pero
    ése no era el problema. Lo grave estaba en que, en
    ese contexto, varios habían optado por el uso de la
    violencia, justificada o no. La adjetivación de
    editoriales y artículos de opinión fue evidente:
    penoso, lamentable, vandálico,
    vergonzoso. (Al menos para mí, penoso, lamentable y
    vergonzoso es este proceso de transición, esta
    ordinariez intelectual, como la calificara el poeta
    Armando Uribe, pero bueno…).

    "La violencia le hace mal a nuestra sociedad", decía
    La Nación, la violencia de abajo o de afuera, se
    entiende. (Esto, si los abajos y los afueras son
    espacios realmente existentes). "Que nadie [continuaba afirmando]
    piense que de la violencia puede surgir algo provechoso para el
    pueblo, como a veces parece deducirse de ciertas proclamas. (…)
    Necesitamos la paz y la libertad sin vacilaciones,
    pues tales son las condiciones para que el pluralismo sea
    posible", dice el diario. ¿Cuáles son los
    contenidos de esos conceptos? ¿La paz es igual al olvido,
    intercambiable por impunidad? ¿La desigual
    distribución de la riqueza no es una forma de violencia
    social y, por lo tanto, atentatoria contra la paz de los pobres?,
    o bien, esa misma desigualdad, ¿es una de las expresiones
    de la libertad a la
    que podemos aspirar? Una libertad sin vacilaciones,
    ¿es el equivalente de la justicia en la
    medida de lo posible? ¿Acaso una libertad sin
    vacilaciones
    no tendría que haber investigado, no
    sólo los casos de violaciones a los derechos humanos,
    sino también los negocios fraudulentos del hijo de
    Pinochet, por ejemplo? ¿Cómo se entiende el
    pluralismo, cuando se pretende imponer un consenso, en el tema de
    los derechos humanos, basado en la privacidad de su
    construcción, como propone "una alta fuente de Gobierno"?
    Demasiadas preguntas para un pobre ciudadano; sí,
    todavía lo soy.

    (Entre
    Dickens y Shakespeare)

    "Tiempos difíciles", decía uno. "Algo huele mal
    en Dinamarca", el otro. Así nos encontramos en este
    paisito.

    Una editorial de La Tercera señaló que
    "es de esperar que este esfuerzo parlamentario, en el que
    destacan la sensatez, la vocación de servicio
    público y el sentido de futuro y de nación,
    [se refiere a la eliminación del día once como
    feriado], no sea malogrado ni malentendido por aquellos que,
    felizmente en minoría [ahí nos encontramos
    nosotros y, en cuanto minoría, susceptibles de ser
    avasallados por un consenso, mayoritario, por cierto],
    insisten en anteponer sus rencores y recelos
    [¿serán estos nuestros anhelos de justicia?] a los
    intereses superiores del país
    [¿cuáles serán éstos?]. Ello a pesar
    de que nadie ignora que Chile no puede pretender vencer sus retos
    venideros en medio de la discordia, más aún si
    ésta adquiere visos de esterilidad y
    obsolescencia". Claro, estéril, por cuanto la Ley
    de Amnistía asegura dicha condición, y obsoleta,
    por que los huesitos llevan un cuarto de siglo esperando ser
    encontrados.

    En el mismo sentido opinó el columnista Sergio
    Muñoz, en La Nación: "Es bueno hablar con la
    verdad a las nuevas generaciones. Con toda la verdad. Es bueno
    transmitirles un mensaje de humanidad y
    civilización, no de rencor ni
    sectarismo. Así se podrá ayudar a que no
    repitan los costosos errores que cometieron las generaciones
    anteriores". Antes que nada, ¿quién sino nosotros,
    los jóvenes, conocemos esos costos?
    ¡Por cierto que no pretendemos cometer los mismos errores!,
    tal vez otros nuevos, pero, por favor, dennos la libertad
    de equivocarnos, ¿o ustedes solamente podían hacer
    y deshacer con el país a su antojo?

    Los conceptos de humanidad y civilización
    son más interesantes, al menos como los entiende
    Muñoz.. Él asume, ingenuamente, que ambos no
    contienen en sí mismos las nociones de rencor y
    sectarismo. Pues bien, en la integralidad del ser humano habita
    el rencor, así como el amor,
    evidentemente. En la civilización existe, por cierto, el
    sectarismo. Esto no será hermoso, pero es.

    De nuevo,
    el cuerpo

    No es mucho, y ni siquiera sé si sirva, pero yo opto
    por respirar por la herida. Si tanto les molesta el predominio de
    los sentimientos, y si nuestras razones no son válidas por
    minoritarias, me sumo al verso de Nicanor Parra:
    "Aúllemos, por lo menos, ya que no somos capaces de
    rebelarnos".

    Soy hijo de un ejecutado político. Eso no dice mucho,
    incluso el lector puede en este momento decir, súbitamente
    lúcido: "¡Ah, por eso…!". Pero quiero decir que no
    se puede explicar muy bien qué es perder un padre a los
    cinco años, y la casa propia, y la noción de barrio
    o de estabilidad familiar. Contar que la impunidad, al
    menos para mí, es ver al cabo Fuentes cada
    vez que voy a comprar pan, en el pueblo donde aún vive mi
    madre. ¿Qué otras cosas?, que mi padre murió
    por ser socialista y carpintero, y por creer que había que
    resistir el Golpe Militar, "porque el compañero Altamirano
    está organizando la resistencia…".

    En fin, son demasiadas cosas, y no deseo abusar de tanta
    paciencia lectora, permítaseme sólo esto: si desean
    pasar por encima de los huesitos y negar nuestra historia, que es
    también la historia del país,
    háganlo, es parte de su lógica, pero no quejen. Sin
    pertenecer a esa organización, hago mía la consigna
    del Guachuneit: "Si no hubo justicia para los pobres, no
    habrá paz para los ricos". Y, ojo, que el reclamo no es
    nuevo.

    Vicente Huidobro, el poeta, en 1935, a raíz de un
    atentado contra el local donde se realizaba el Congreso de Unidad
    Sindical en Valparaíso, escribió:

    "[Los autores del atentado] son tan cretinos, que no piensan
    que sus bombas pueden tener eco, y que ese eco puede ser un
    trueno, y que ese trueno puede contener muchos rayos (…).

    Entonces, sí, ellos gritarían, ellos
    protestarían, olvidando los pobres imbéciles, que
    ellos fueron los provocadores, que ellos armaron de justas
    venganzas las manos que les castigan.

    Si esas bombas las hubieran colocado obreros en un congreso de
    liberales o conservadores, cómo estaría chillando
    la gran prensa, la grandísima prensa. ¡Cómo
    se habrían movilizado las policías, cómo se
    perseguiría sin cuartel a los culpables!

    (…)

    El salvajismo de sus procedimientos
    está pidiendo a gritos procedimientos iguales en
    respuesta. Entonces protestarán y bramarán, porque
    los asesinos de la clase dominante no permiten que nadie asesine,
    sino ellos; quieren tener la exclusividad. Y si el pueblo
    quisiera adoptar sus mismos métodos, si el pueblo
    aprendiera su lección, serían pocas las
    cárceles y los fusiles para castigar al buen
    discípulo".

    Y eso sería todo.

    Ernesto Guajardo

    Nacido en Santiago de Chile en 1967. Ha realizado
    estudios de Bibliotecología y Documentación, así como Periodismo y
    Comunicación Social. Ha publicado los
    libros de
    poesía
    Por la patria, Nosotros, los sobrevivientes, Las
    memorias
    , El primogénito y el reportaje
    periodístico: El fulgor insomne: la vida de Marcelo
    Barrios
    .

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter