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La dialéctica simbólica en un poema de Antonio Machado




Enviado por pacarreno



    El presente trabajo
    abordará el estudio del poema "Era una mañana…"
    (1). Y lo haremos considerando la siguiente hipótesis interpretativa: el poema como una
    experiencia amorosa. Para alcanzar nuestro objetivo,
    consideraremos, bajo la exuberante simbología de la
    poesía
    machadiana, dos aspectos que, a nuestro juicio, resultan
    decisivos para la comprensión del poema: el universos de
    las oposiciones y los espacios donde se construye el texto
    lírico (2).

    Una última observación: toda vez que el análisis así lo requiera, volveremos
    sobre los comentarios estudiados, o formularemos juicios que
    adquirirán toda su relevancia en la medida en que vayamos
    avanzando en la interpretación del texto
    poético.

    Canción
    XLIII

    Era una mañana y abril
    sonreía.
    Frente al horizonte dorado moría
    la luna, muy blanca y opaca; tras ella,
    cual tenue ligera quimera, corría
    la nube que apenas enturbia una estrella.

    …………………………………………………………..

     Como sonreía la rosa
    mañana
    al sol del oriente abrí mi ventana;
    y en mi triste alcoba penetró el oriente
    en canto de alondras, en risa de fuente
    y en suave perfume de flora temprana.
    Fue una clara tarde de melancolía.
    Abril sonreía. Yo abrí las ventanas
    de mi casa al viento… El viento traía
    perfume de rosas, doblar de
    campanas…
    Doblar de campanas, lejanas, llorosas,
    suave de rosas aromado aliento…
    … ¿Dónde están los huertos floridos de
    rosas?
    ¿Qué dicen las dulces campanas al
    viento?

     ………………………………………………………………

     Pregunté a la tarde de abril
    que moría:
    ¿Al fin la alegría se acerca a mi casa?
    La tarde de abril sonrió: La alegría
    pasó por tu puerta –y luego, sombría:
    Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa.

    La primera estrofa del poema nos enfrenta
    ante la sospecha de una pasión amorosa que se desprende de
    la actitud del
    hablante lírico. El verso Era una mañana y abril
    sonreía nos servirá de punto de partida para la
    exégesis de la afirmación. Si hablamos de "sospecha
    amorosa", significa que en algún momento dejará de
    serlo para convertirse en la concreción del "hecho
    amoroso". Estamos, pues, ante un conocimiento:
    el
    conocimiento de una situación amorosa. De lo anterior,
    deducimos que el poema se nos irá presentando,
    gradualmente, en cuanto a la proyección
    amoroso-cognoscitiva del hablante se refiere. En este sentido, de
    lo conocido, la sospecha, derivamos a lo ignorado, la efectividad
    del "hecho amoroso". O, como dice Novalis, refiriéndose al
    modo de ser que tiene la poesía: "Su operación lo
    mismo que la del analista en el campo de la matemática, consiste en deducir de lo
    conocido lo desconocido" (3).

     El estímulo que recibe este hablante
    lírico proviene de un peculiar estado de su
    propia alma. "Para el
    lírico no hay una sustancia, sino accidentes;
    nada permanente, sino pasajero. Una mujer no tiene
    para él un cuerpo, nada resistente, ningún
    contorno. Tiene tal vez un fuego en los ojos o unos senos que le
    trastornan, pero no unos pechos en el sentido de una forma
    plástica ni una fisonomía sólidamente
    acuñada" (4). A este estímulo, que surge
    repentinamente desde la interioridad del hablante, y que
    condiciona su decir poético, lo llamaremos el
    súbito incremento de la energía vital. Es
    él, el "súbito incremento", el que nos abre las
    puertas a la magicidad del poema: "Era una mañana y abril
    sonreía". Las oposiciones y los símbolos que estructuran esta estrofa,
    serán de extraordinaria utilidad para
    resolver los problemas
    planteados hasta ahora: "sospecha amorosa" y "súbito
    incremento de la energía vital". De suerte que, la
    connotatividad de la palabra poética se elevará en
    toda su superior realización expresiva, porque "la palabra
    es un ser viviente, mucho más poderoso que aquél
    que la usa; nacida de la oscuridad, crea el sentido que quiere;
    la palabra es mucho más todavía de lo que el
    pensamiento,
    la vista y el tacto externos pueden dar: es color, noche,
    alegría, sueño, amargura, océano infinito;
    es el logos de Dios" (5).

    Observemos, entonces, que no se trata de una
    mañana cualquiera. Es de abril, es decir, de la primavera.
    Por lo tanto, del amor. Pero,
    además, abril se nos presenta con una cualidad:
    sonreía. El imperfectivo "sonreía" adquiere su
    máxima expresión representativa o de acción
    "haciéndose", si lo oponemos con el sonrió de la
    última estrofa. Problema de oposición mayor que
    resolveremos más adelante. El verso primero no sólo
    nos descubre el despertar del amor, por decirlo de alguna
    manera.

    También establece una definitiva oposición
    a los otros versos que conforman la estrofa. En efecto, estos
    versos nos hablan de un día que está
    muriéndose, pero que irremediablemente morirá para
    así cumplir con el ciclo natural. La noche, parte del
    día, se muere junto con la luna "frente al horizonte
    dorado", donde abril está sonriendo: es el amanecer. Se
    postula, por lo tanto, con meridiana claridad, la
    dialéctica tiempo-existencia: el día que está
    muriendo – el día que está naciendo. O, el
    día que "sonreía" – el día que
    "moría". Pero este universo de ideas
    antagónicas, como dijimos en la introducción, se encuentra bajo el manto de
    un lenguaje
    eminentemente simbólico.

    La luna, al igual que abril, está caracterizada:
    es blanca y opaca. Cualidades en sí contradictorias, por
    la calidad semántica que cada una de ellas representa.
    De este modo, el poema se nos deja ver "bajo el concepto de un
    mundo que por su esencia misma está dividido en zonas
    opuestas y que sólo gracias a estos contrastes puede
    subsistir como unidad superior" (6). El Diccionario de
    Símbolos, de Cirlot nos dice que "el blanco es asimilado
    al andrógino, al oro, a la
    deidad" (7). Para comprender mejor esta concepción
    simbólica del blanco, revisemos el signo andrógino:
    "se trata de una deidad ante todo generadora, íntimamente
    ligada (e identificada, en el fondo) con el arquetipo de
    Géminis" (8). Con ello enfatizamos la esencialidad del
    color blanco como una deidad generadora. Pero también la
    luna es opaca, o sea, "sombría, triste,
    melancólica, gris, nebulosa, lúgubre,
    fúnebre, tétrica" (9). La conclusión es
    diáfana: la luna es una mujer "mortal". Son sus cualidades
    simbólicamente significativas.

     El estudio del poema realizado hasta aquí
    se conjuga plenamente con la hipótesis
    señalada en la introducción: "sospecha de una
    pasión amorosa". Vislumbramos, ahora, que se trata de una
    pasión amorosa frustrante para el hablante lírico.
    "Otro componente significativo de la luna es el de su estrecha
    asociación a la noche (maternal, ocultante, inconsciente,
    ambivalente por lo protectora y peligrosa) y el que dimana del
    tono lívido de su luz y del modo
    como muestra,
    semivelándolos, los objetos. Por eso la luna se asocia a
    la imaginación y a la fantasía, como reino
    intermedio entre la negación de la vida espiritual y
    el sol
    fulgurante de la intuición" (10). Es decir, la luna es
    protectora y peligrosa. Una deidad generadora. Pero
    también es una deidad mortal.

     El estudio de la nube como símbolo amoroso,
    nos ayudará, definitivamente, a resolver los problemas
    planteados más arriba: "sospecha amorosa" y "súbito
    incremento de la energía vital". Efectivamente, "cual
    tenue ligera quimera" corría esta nube detrás de la
    luna.

    Del mismo modo que el imperfectivo "sonreía",
    corría aparece como "detenido en el tiempo", en una
    actitud de siempre y, por lo mismo, de nunca. De manera que
    seguirá corriendo sin alcanzarla jamás. Por esta
    razón la nube es "cual tenue ligera quimera", o sea, tan
    frágil como un sueño y, del mismo modo que
    éste no alcanza a cubrir la quimera de la propia realidad,
    por la inmensidad de ella, la nube no alcanza a cubrir la luna
    por la eternidad semántica de ese "corría". En la
    dialéctica de los contrastes se va construyendo el texto
    machadiano: la nube y la luna; lo masculino y lo femenino,
    respectivamente.

    En relación a las nubes, dice Cirlot: "Presentan
    dos aspectos principales: de un lado se relacionan con la niebla,
    con el mundo intermedio entre lo formal y lo informal. De otro,
    constituyen el océano de las aguas superiores, el reino
    del antiguo Neptuno. En el primer aspecto, la nube simboliza las
    formas como fenómenos y apariencias, siempre en
    metamorfosis, que esconden la identidad
    perenne de la verdad superior.

    En el segundo caso, las nubes son progenitoras de
    fertilidad y pueden relacionarse analógicamente con todo
    aquello cuyo destino sea dar fecundidad" (11). El subrayado es
    nuestro. Con ello queremos advertir que ambas interpretaciones de
    la "nube" tienen plena validez para la necesidad exegética
    de nuestra exposición. Sobre la primera de ellas, no
    es nuestro deseo, en este momento, adelantarnos
    analíticamente en el desarrollo del
    poema. En cuanto a la segunda, su relación con la luna en
    este juego
    erótico-simbólico, es evidente. Así,
    pensamos, hemos dilucidado los problemas que nos preocupaban. La
    "sospecha amorosa" que se desprende de la estrofa ha quedado
    configurada cabalmente; más aún, cuando el hablante
    no necesita de la presencia de una mujer para sentirse arrebatado
    por la pasión: "súbito incremento de la
    energía vital".

     La segunda estrofa del poema nos develará
    un grado mayor del conocimiento amoroso que tiene este hablante
    lírico. En verdad, podemos afirmar que la sospecha amorosa
    que envolvía la estrofa anterior, en ésta
    desaparece como tal, para confirmar la concreción de una
    situación erótica acabada por la totalidad, mas no
    por la esencialidad del acto mismo.

    Las oposiciones y los símbolos tendrán
    aquí un grado de consistencia mucho más relevante
    que en la estrofa anterior. Esto se explica a partir de la
    construcción gradual que va adquiriendo el
    poema en cuanto al desarrollo de la hipótesis planteada.
    Al mismo tiempo, este hecho nos está confirmando un rasgo
    irrefutable del quehacer poético de Antonio Machado: su
    calidad de poeta simbolista.

    Miremos con atención: el primer detalle que salta a la
    vista es que la noche ha desaparecido definitivamente. La
    mañana, como abril, está sonriendo y su
    significación poética se ve magnificada por la
    rosa. Es a esta "rosa mañana" y alegre a quien el hablante
    abre su ventana para que penetre el sol del oriente, porque "al
    sol del oriente abrí mi ventana" sólo porque
    "sonreía la rosa mañana". La rosa es un
    "símbolo de finalidad, de logro absoluto y de
    perfección. Por esto puede tener todas las
    identificaciones, que coinciden con dicho significado, como
    centro místico, corazón,
    jardín de Eros, paraíso de Dante, mujer amada y
    emblema de Venus, etc." (12). Cualquiera de estas significaciones
    nos sugiere una sola idea: la mujer. Por su
    parte, el sol es fuerza vital;
    es calor
    generador de todas las cosas. Para el sicoanálisis es
    "fuente de energía, calor como equivalencia a juego vital
    y libido. Por ello, Jung indica que el sol es, en realidad, un
    símbolo de la fuente de la vida y de la definitiva
    totalidad del hombre". (13).
    La dialéctica de los contrarios resulta evidente. Pero
    este sol es el sol "del oriente". Potencialmente, es el sol que
    comenzará recién a consumirse. Está con su
    máxima capacidad pasional, por decirlo de algún
    modo. Es a este sol que el hablante abre su ventana. "Abrí
    mi ventana" es, en primer lugar, "un llamado al amor", ya que por
    ella entrará el oriente en la triste alcoba. Es decir, el
    acto de "abrir la ventana" nos está configurando la
    posibilidad de una concreción amorosa.

    Cuando hablamos de "concreción amorosa" queremos
    significar la esencialidad del acto erótico en su doble
    carácter: cuerpo y alma (espíritu).
    En una palabra, la conjunción alegre de dos seres que se
    aman y se extrañan. Por su parte, la ventana, "por
    constituir un agujero expresa la idea de penetración, de
    posibilidad y de lontananza: por su forma cuadrangular, su
    sentido se hace terrestre y racional" (14). De este modo aparece
    una nueva oposición: la dialéctica espacial:
    espacio interior – espacio exterior. Casa – naturaleza.
    Volveremos sobre esta problemática.

     Los dos últimos versos de esta estrofa nos
    muestran cómo el amor
    penetró en la triste alcoba del hablante: "en canto de
    alondras, en risa de fuente / y en suave perfume de flora
    temprana". Es muy importante, para la comprensión del
    análisis, la naturaleza de este cómo. El "oriente"
    no penetra en la "triste alcoba" como "alondras", como "fuente",
    como "flora temprana". Por esta razón, en canto de, en
    risa de, y en suave perfume de, son decisivas para comprender el
    posterior temple de ánimo del hablante. Porque se hace
    evidente que la esencialidad del acto erótico al que nos
    referíamos hace algunos momentos, no se ha consolidado. Y
    ello, porque el amor se ha revestido bajo formas aparenciales
    constituidas por percepciones que nos parecen lejanas, mas no por
    realidades tangibles que hayan dejado una pena en el recuerdo de
    este hablante lírico. Los dos últimos versos de la
    estrofa aparecen, por lo tanto, ocultando esa "verdad superior"
    que atormenta al hablante.

    En este sentido "en canto de alondras, en risa de fuente
    / y en suave perfume de flora temprana", tienen la misma
    connotación que el primer aspecto interpretativo que
    señalábamos para la "nube": simboliza (n) las
    formas como fenómenos y apariencias, siempre en
    metamorfosis, y esconden la identidad perenne de la verdad
    superior. Y la verdad superior para el hablante, ya lo sabemos,
    es la esencialidad de la concreción del acto
    amoroso.

     Una duda queda flotando en todo lo que hasta
    aquí hemos dicho: ¿Cómo reconocemos en el
    poema la experiencia amorosa tenida por el hablante? Mientras no
    aclaremos esta interrogante, el análisis realizado se
    pierde en los oscuros laberintos de la
    teorización.

    No basta, en consecuencia, descubrir el sentido
    simbólico que se esconde tras el lenguaje
    que envuelve el poema, como tampoco es agotador para la
    exégesis el ver cómo estos símbolos se
    opugnan o se integran entre sí. A todas luces esto es
    insuficiente. Necesitamos algo más que la
    constatación de lo uno o lo otro. Necesitamos descubrir el
    texto poético para que él mismo nos revele su
    propia verdad: Fue una clara tarde de melancolía. Verso
    que, a nuestro modo de ver, asume el papel de un verdadero
    remanso dentro del poema. En primer lugar, nos entrega la
    respuesta al planteamiento expuesto hasta ahora. Luego,
    será la fuerza generadora, por así decirlo, que
    motivará el desarrollo futuro del texto poético.
    Por último, nos llevará derechamente a tratar un
    aspecto trascendental para la comprensión definitiva de la
    poesía: el tiempo.

     Hablábamos hace algún rato, que el
    amor tenido por el hablante no le había dejado una "pena".
    Si esto fuera así, deberíamos concordar en que el
    recuerdo de este hablante sería un recuerdo "grato",
    porque sólo se recuerda con pena cuando se ha perdido
    aquello que alguna vez nos proporcionó alegría. El
    verso entonces diría: "Fue una clara tarde de pena". Y,
    esto alteraría radicalmente la interpretación total
    del texto que estamos desarrollando. Melancolía en la
    poesía de Machado significa la "infelicidad" producida por
    la "frustración amorosa".

    De modo que, lo que antes pudiera haber parecido
    incomprensible, ya no lo es. No podría serlo:
    "melancolía" viene a significar la luz que ilumina la
    oscuridad del poema. Haciendo transparente el término,
    logramos la transparencia de la poesía toda, considerando
    la hipótesis de trabajo sobre la cual estamos
    desarrollando la interpretación.

     Por otra parte, el fue nos obliga a tratar ahora
    el problema del tiempo en la poesía. Aparentemente, el
    poema aparece, desde el punto de vista temporal,
    correspondiéndose con el propio tiempo vital del hombre:
    mañana, tarde, noche / niño, hombre, adulto
    (madurez). Es decir, un tiempo absolutamente objetivado. Esto nos
    llevaría a afirmar que en la lírica se está
    "frente a las cosas", pero, "el poeta lírico no se
    sitúa ante las cosas, sino que se abre en ellas, es decir,
    recuerda. Recuerdo debe ser el nombre para designar la falta de
    distancia entre sujeto y objeto, para el lírico
    uno-en-otro. Presente, pasado e incluso futuro pueden ser
    recordados en la poesía lírica" (15). El
    pretérito lírico, por lo tanto, no tiene la misma
    función
    que el épico porque, "el pasado como objeto de una
    narración pertenece a la memoria. El
    pasado como tema de lo lírico es un tesoro del recuerdo"
    (16). De suerte que, la lírica es, por decirlo de
    algún modo, una concepción suspendida eternamente
    en el tiempo del estado del alma del poeta. Así, "Fue una
    clara tarde de melancolía" no señala, literalmente
    hablando, el paso de la mañana a la tarde.

    Comprendemos que el hablante no nos está contando
    lo que le aconteció un determinado día. Esto, como
    ha quedado establecido, pertenece a la épica. Lo que
    aquí tenemos es evocación, recuerdo, o sea, "esa
    onda única que adquiere su plenitud esencial en el
    presente del pasado" (17).

     El sentido del verso que estamos estudiando se
    opone, claramente, con el sentido del verso primero de la primera
    estrofa. Dicha oposición, insistamos en ello, no
    está dada por las formas verbales puesto que, como
    dijimos, el recuerdo es "el estado que
    reproduce mejor la vida del alma como dimensión temporal"
    (18), sino que, por la relación habida entre
    "melancolía – sonreía". Pero, además,
    el poema todo nos configura una curiosa oposición: el
    estado melancólico del hablante lírico en
    relación a la contagiosa alegría que reina en la
    naturaleza. Espacio interior, espacio exterior.

     Ahora bien, la tercera estrofa se nos presenta, en
    gran medida, como una reiteración del momento anterior:
    "Abril sonreía. Yo abrí las ventanas / de mi casa
    al viento…". Sobresale un hecho significativo: el hablante
    jamás abre la puerta para que penetre "el amor". Ahora
    abre las ventanas, intensificando así lo que
    denominábamos "el llamado al amor". La ventana, como
    veíamos hace un momento, expresa, entre otras, la idea de
    posibilidad. Por ahora, sólo dejaremos planteada esta
    inquietud. "El viento traía perfume de rosas, doblar de
    campanas…". El viento, como elemento activo y violento del
    aire, le lleva al
    hablante el perfume de las rosas y el doblar de las
    campanas.

    La significación de estos versos se corresponde
    perfectamente con los dos últimos versos de la estrofa
    segunda. Aquí, era el oriente el que penetraba en la
    triste alcoba convertido en experiencias: "en canto de", "en risa
    de", "y en suave perfume de". Ahora es el viento el que asume la
    misma función engañadora cuando trae "el perfume
    de", "el doblar de", pero no las rosas ni las campanas. La
    campana, por su sonido, "es
    símbolo del poder creador.
    Por su posición suspendida participa del sentido
    místico de todos los objetos colgados entre el cielo y
    la tierra; por
    su forma tiene relación con la bóveda y en
    consecuencia, con el cielo" (19). En este punto es importante
    retomar lo que antes apenas mencionamos: la dialéctica
    espacial. En el poema, esta oposición está
    señalada por la "alcoba", la "ventana" y la "casa":
    conforman el espacio interior. La alcoba, ya lo sabemos,
    está vacía de amor. Sobre la ventana, ya hemos
    estudiado algunos aspectos relevantes para el interés
    del trabajo, y hemos insinuado otros que profundizaremos
    más adelante. "La casa alberga el ensueño, la casa
    protege al soñador, la casa nos permite soñar en
    paz" (20). Es, sin duda, el espacio cerrado y agradable que
    permite el recuerdo de la soledad, no importando si el recuerdo
    haya sido sufrido o gozado por la persona. Por lo
    tanto, "aquí el espacio lo es todo, porque el tiempo no
    anima ya la memoria. La
    memoria -¡cosa extraña!- no registra la
    duración concreta, la duración en el sentido
    bergsoniano. No se pueden revivir las duraciones abolidas.
    Sólo es posible pensarlas, pensarlas sobre la línea
    de un tiempo abstracto privado de todo espesor. Es por el
    espacio, es en el espacio donde encontramos esos bellos
    fósiles de duración, concretizados por largas
    estancias. El inconsciente reside. Los recuerdos son
    inmóviles, tanto más sólidos cuanto
    más espacializados" (21). "Y todos los espacios de
    nuestras soledades pasadas, los espacios donde hemos sufrido de
    la soledad o gozado de ella, donde la hemos deseado o la hemos
    comprometido, son en nosotros imborrables" (22).

     En la otra orilla encontramos la naturaleza. Es el
    espacio exterior.

     Las formas aparenciales que adquiere el amor se
    encuentran, en la cuarta estrofa, notablemente intensificadas en
    relación a los últimos versos de la estrofa
    anterior. Efectivamente, ya no sólo se trata aquí
    de un "doblar de campanas" y de "un perfume de rosas". Las
    campanas están lejanas y son llorosas. Las rosas son de un
    aromado aliento y suaves. Más que nunca nos parece ahora
    aprehender la extraordinaria sensibilidad poética de
    Machado. Vemos o, mejor aún, sentimos que "aromado
    aliento" es más sutil, definitivamente más
    poético que "perfume". Pero esto no es todo, refrendando
    lo dicho, se encuentra ese "süave", que no es el "suave"
    enérgico de la convencionalidad lingüística. La vocal dierisada le
    confiere al verso la suavidad más pura, la esencia misma
    de la suavidad.

     Los versos siguientes le confieren a la estrofa el
    clímax lírico. Su momento de máxima
    intensidad poética al formular el hablante su desgarradora
    pregunta. Aquí, el lenguaje traspasa, de una vez y para
    siempre, las fronteras de lo informal y, por qué no
    decirlo, también de lo formal, para instalarse en una
    realidad superior donde los modos aparenciales de
    representación que objetos y fenómenos adaptaban,
    han desaparecido totalmente, para transformarse en una
    interrogativa y dramática situación concreta: "…
    Dónde están los huertos floridos de rosas? /
    ¿Qué dicen las dulces campanas al viento?". La
    comprensión minuciosa de los pasos emprendidos en el
    desarrollo del análisis, nos permite traducir, con
    meridiana claridad, la expresiva connotación que guardan
    estos versos. El amor, engañosamente constituido a
    través de todo el poema, se muestra en la
    interrogación, pero revestido de esa esencialidad que,
    como interrogativa que es, sólo deja la posibilidad de una
    incierta respuesta. Notamos de inmediato la ausencia de las
    formas aparenciales: no se pregunta por el huerto "aromado" o
    "perfumado de rosas"; o por el "doblar de campanas". Aquí,
    floridos y dulces, le otorgan a los objetos y fenómenos
    esa verdad superior que angustiosamente busca el hablante y que
    hemos llamado Amor. En este sentido, los versos interrogativos
    que simbolizan la esencia misma del acto erótico, vienen a
    significar el anverso del poema todo y, que por ser como son,
    resultan definitivamente dramáticos, porque lo cierto, lo
    tristemente real para el hablante lírico son el "perfume
    de rosas" y el "doblar de campanas" que, además,
    están lejanas y son llorosas. Pero los huertos floridos de
    rosas no son para él. Del mismo modo que las dulces
    campanas al viento están tañendo para otro. No
    importa para quién. Importa que para él no son
    dulces. Y en última instancia, esto es lo que
    interesa.

     Hasta ahora, "el lenguaje lírico es, como
    hemos visto, la manifestación de una emoción en que
    lo objetivo y lo subjetivo se han compenetrado" (23). A esta
    actitud básica de lo lírico Kayser la denomina
    "enunciación lírica". Sin embargo, la última
    estrofa del poema nos enfrenta ante una nueva actitud
    lírica:

    Pregunté a la tarde de abril que
    moría:

    ¿Al fin la alegría se
    acerca a mi casa?

    La tarde de abril sonrió: La
    alegría

    pasó por tu puerta –y luego
    sombría:

    Pasó por tu puerta. Dos veces no
    pasa.

    Ahora "no permanecen separadas y frente a
    frente las esferas anímica y objetiva, sino que
    actúan una sobre otra, se desarrollan en el encuentro, y
    la objetividad se transforma en un tú. La
    manifestación lírica se realiza en la
    excitación de este influjo recíproco. Damos a este
    lenguaje el nombre de apóstrofe lírico". (24). Esta
    estrofa no sólo se caracteriza por el cambio de la
    actitud lírica, que es notable.

    También presenta otros rasgos decisivos para
    unir, definitivamente, aquellas ideas que a través de la
    interpretación hemos ido anunciando, y que aún no
    han sido elaboradas, con la línea analítica
    desarrollada durante el trabajo
    exegético, y que terminarán entregándonos un
    cuerpo poético absolutamente coherente, según la
    hipótesis planteada. Estudiando la primera estrofa
    decíamos que el imperfectivo "sonreía"
    adquiría su máxima expresión de
    acción "haciéndose" al oponerlo con el
    "sonrió" de la estrofa que ahora nos preocupa. No se trata
    únicamente de una oposición verbal, aunque ello
    resulte importantísimo, porque el perfectivo nos coloca
    ante una situación que irremediablemente no volverá
    a ocurrir: la tarde de abril no volverá a sonreír.
    Esto es definitivo.

    Por otra parte, desde el punto de vista de los aspectos
    considerados para enfocar la interpretación, vale decir,
    simbólico, dialéctico y espacial, ambas estrofas se
    opugnan significativamente. La última estrofa nos deja un
    sabor amargo en el espíritu, comprendemos plenamente el
    fracaso amoroso del hablante lírico: Pasó por tu
    puerta. Dos veces no pasa. El verso es, sencillamente, mortal
    para él. Notamos en esta actitud apostrófica, una
    cruel ironía por parte de la naturaleza, cuando el
    hablante pregunta ansiosamente a la tarde por la llegada de la
    alegría (que no es otra cosa que el amor): La tarde de
    abril sonrió.

    Podemos afirmar que el lenguaje, en esta estrofa, es
    más simple, más convencional y directo, porque en
    ella, "todo el modo de hablar es más racional, más
    discreto; la objetividad es, en particular, de contornos
    más precisos y, en conjunto, más ordenada,
    más clara en cuanto a las relaciones; el yo se yergue
    más firme, es más tangible y, en cierto modo,
    más familiar que el vate de los auténticos himnos"
    (25). Son estas razones las que la hacen ser absolutamente
    diferente de la estrofa primera, donde el optimismo y la
    esperanza, por medio de un lenguaje eminentemente
    simbólico, se apoderan de ella para configurarnos una
    sospecha amorosa aún sin definirla. Pero, si esto no basta
    todavía para entender lo reluctantes que son ambas
    estrofas, observemos, otra vez, la escritura del
    poema. Un hecho que tal vez no había sido considerado por
    el lector: las dos estrofas están separadas del resto del
    poema por una línea de puntos suspensivos. Esto no es
    gratuito, ni obedece tampoco a un capricho del poeta. Ambas
    aparecen como alejadas del texto poético o, mejor
    aún, como separadas del resto del poema como lo
    están los polos de la tierra. Son,
    en una palabra, la vida y la muerte.
    Vida y muerte de una
    esperanza de amor.

     Antonio Machado es, parodiando a Jorge Luis
    Borges, un gran hacedor.

     Un último problema nos queda por resolver:
    "La alegría / pasó por tu puerta –y luego,
    sombría: / Pasó por tu puerta. Dos veces no pasa".
    En este juego lúdico de lo alegre y lo sombrío en
    que se empeña la naturaleza en su diálogo
    con el hablante, un hecho nos sorprende: "La alegría /
    pasó por tu puerta". Pero ésta no fue abierta;
    sólo se abrieron las ventanas para llamar al amor. La
    puerta es un "símbolo femenino que, de otro lado, implica
    todo el significado del agujero, de lo que permite el paso y es,
    consecuentemente, contrario al muro (26). El subrayado nos
    pertenece. Queremos indicar con ello toda la importancia que
    adquiere la ventana como expresión de "posibilidad". Esta
    idea que simboliza la ventana se conjuga perfectamente con la
    comprensión de códigos sociales que no podemos
    despreciar: para la conciencia
    colectiva "el entrar por la ventana" es un acto delictuoso,
    reñido absolutamente con las normas
    establecidas por la sociedad. Es,
    en el fondo, "entrar de mala manera". De modo que, la
    posibilidad, se convierte, como ha quedado demostrado, en una
    desesperada frustración amorosa para el hablante
    lírico. Desesperada e irónica porque, una vez
    concluido el análisis del poema, sentimos que esta
    naturaleza, que se disfraza y esperanza, sabía desde un
    comienzo la verdad.  

    Notas y bibliografía 

    1.  Machado, Antonio, Canción XLIII. Citamos
      por la edición Poesías Completas, Madrid,
      Espasa – Calpe, 1973. Colección Austral, N. 149,
      decimocuarta edición, páginas 49 y
      50. 
    2. Entendemos por oposición "el modo de
      relación entre realidades contrarias", siendo tales
      realidades "concebidas por lo común como
      interdependientes". Esta concepción metafísica del término
      oposición, que recogemos del Diccionario de
      Filosofía, de José Ferrater Mora (Editorial
      Ariel, Barcelona, 2001, página 2643), la relacionamos
      derechamente con la comprensión que Hegel tiene del
      término. Citamos por el mismo diccionario, página
      2644: "Para Hegel, la oposición (Gegensatz) es la
      determinación propia de la esencia (Logik, II Abs. I, i
      B 2; Glockner, 4: 505)". Esto significa que "la diferencia
      cuyos aspectos indiferentes constituyen simplemente momentos de
      una unidad negativa es la oposición" (ibid.., Glockner,
      4: 525). Es decir, concluye Ferrater Mora: "la oposición
      metafísica supone el encuentro de los contrarios y,
      según Hegel, la superación de la lógica de la identidad".
    3.  Novalis, estudiado por Hugo Friedrich, Estructura
      de la lírica moderna, Barcelona, Seix Barral, 1974,
      página 39.
    4. Staiger, Emil, Conceptos fundamentales de
      poética, Madrid, Editorial Rialp, 1966, página
      61.
    5.  Hugo, Victor, Les contemplations. Ver Hugo
      Friedrich, Ob. cit., página 43.

    6.       Friedrich,
    Hugo, comentando la obra de Victor Hugo, Ob. cit.,
    página 44. (Ver nota 2). La misma visión
    analítica la comparte Rafael Gutiérrez-Girardot
    en Poesía y prosa en Antonio Machado, Madrid,
    Guadarrama, 1969, Punto Omega N. 65. Estudiando Soledades, de
    acuerdo con la edición de Aurora de Albornoz y Guillermo
    de Torre, Obras. Poesía y Prosa, Losada, Buenos Aires,
    1964, el autor toma los dos últimos versos, en la
    página 91: " ¿Eres la sed o el agua en
    mi camino? / Dime; virgen esquiva y compañera". Es la
    pregunta que Machado, según el autor, le formula a la
    poesía. Más adelante, en la página 133 de
    la misma edición de 1964, Gutiérrez-Girardot nos
    dice que el poeta entabla un diálogo con la Noche, de la
    que espera la respuesta: 

    son mías las lágrimas que
    vierto

    ……………………………………………….

    Me respondió la
    noche:

    jamás me revelaste tu
    secreto.

    Yo nunca supe, amado,

    si eras tú ese fantasma de tu
    sueño

    ni averigüé si era su voz
    la tuya

    o era la voz de un histrión
    grotesco

    El análisis de Gutiérrez-Girardot es el
    siguiente: "Como todas las imágenes
    de la lírica machadiana

    que tienen una función simbólica,
    éstas no son, en modo alguno, unívocas. La virgen
    representa

    simultáneamente el amor y la muerte, la noche y
    la incertidumbre", página 16. En la edición que
    no

    nosotros manejamos, ver Nota 1, dichos textos
    poéticos se encuentran en las páginas 40
    (Poema

    XXIX), y 43 (Poema XXXVII), respectivamente.

    7.      Cirlot, Juan-Eduardo,
    Diccionario de Símbolos, Barcelona, Editorial Labor,
    1969, página 109.

    8.       Cirlot, Ob.
    cit., página 75.

    9 .      de Robles
    Sainz, Federico Carlos, Ensayo de un
    Diccionario Español de Sinónimos y Antónimos, Madrid, Aguilar, 1969,
    página 787.

    10.    Cirlot, Ob. cit., página
    296.

    11.    Cirlot, Ob. cit., página
    339.

    12.    Cirlot, Ob. cit.,
    página 402.

    13.    Cirlot, Ob. cit., página
    430.

    14.    Cirlot, Ob. cit.,
    página 470.

    15.     Staiger, Ob. cit.,
    página 79. Interesantísimas resultan al respecto
    las relaciones con el ser y el tiempo que las siguientes
    palabras de Antonio Machado, a través de Juan de
    Mairena, establecen con los textos de Staiger que hemos
    seleccionado en este ensayo: "Algún día
    –habla Mairena a sus alumnos- se trocarán los
    papeles entre los poetas y los filósofos… Los poetas cantarán
    su asombro por las grandes hazañas metafísicas,
    por la mayor de todas, principalmente, que piensa el ser fuera
    del tiempo… Los filósofos, en cambio, llegarán
    a una metafísica existencialista, fundada en el
    tiempo… Y estarán frente a frente, poetas y
    filósofos, nunca hostiles, trabajando cada uno en lo que
    el otro deja". Cito por el libro de
    Luis Felipe Vivanco, Introducción a la poesía
    española contemporánea, Madrid, Guadarrama, 1974,
    tomo I, Punto Omega N. 126, página 83.

    16.    Staiger, Ob. cit., página
    73.

      17.    Staiger, Ob. cit., pagina
    15.

      18.    Staiger, Ob. cit.,
    página 15.

    19.    Cirlot, Ob cit., página
    125.

    20.    Bachelard, Gastón, La
    poética del espacio, México, Fondo de Cultura
    Económica, 1965, Breviarios N. 183, página
    38.

    21.    Bachelard, Ob. cit.,
    página 42.

    22.    Bachelard, Ob. cit.,
    página 42.

    23.    Kayser, Wolfgang,
    Interpretación y análisis de la obra literaria,
    Madrid, Gredos, 1970, página 445.

    24.    Kayser, Ob. cit., página
    446.

    25.    Kayser, Ob. cit.,
    página 449.

    26.    Cirlot, Ob. cit., página
    388. No es, de ninguna manera aventurada nuestra
    posición en relación a la "ventana", vista desde
    la conciencia popular. El propio Antonio Machado, un poeta
    profundamente arraigado a la cultura popular, nos dice: "Hay
    mucho que andar, sin salir de los lugares comunes, antes que
    lleguemos a la expresión nueva y sorprendente". Y
    agrega: "Yo no os aconsejo que desdeñéis los
    tópicos, lugares comunes y frases más o menos
    mostrencas de que nuestra lengua
    –como otras tantas- está llena, ni que
    huyáis sistemáticamente de tales expresiones…".
    "Meditad preferentemente sobre las frases más vulgares,
    que suelen ser las más ricas de contenido…
    Habéis de ahondar en las frases hechas antes de
    pretender hacer otras mejores". Cito por el libro de Vicente
    Gaos, Claves de Literatura
    Española, Madrid, Guadarrama, 1971, Punto Omega N. 138,
    página 99. En esta misma página, leemos: "entre
    nosotros –afirma- el saber universitario no puede
    competir con el folklore,
    con el saber popular. El pueblo sabe más, y sobre todo,
    mejor que nosotros".

     

     

    Por

    Alejandro Carreño
    T.

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