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Acerca de la historia de la isla de Quinchao




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Partes: 1, 2, 3, 4

    1. Isla de Quinchao, corazón
      de Chiloé
    2. De la villa castreña a
      la ruralización de la sociedad
      chilota
    3. El empoblamiento de la Isla de
      Quinchao (1567-1609)
    4. La entrada de los jesuitas en
      Chiloé y en Quinchao (1609-1624)
    5. La sociedad
      quinchaína a comienzos del siglo
      XVII
    6. El desarrollo de
      las misiones circulares (1624-1640)
    7. Los conatos de
      rebelión de mediados del siglo XVII
    8. Hacia la
      formación de la residencia en Chequián (fines del
      siglo XVII)
    9. Los comienzos
      del siglo XVIII y la grande rebelión de
      1712
    10. Quinchao entre
      1717 y 1767: la formación de Achao
    11. Chiloé,
      colonia del virreino: los franciscanos en Quinchao
      (1767-1784)
    12. Achao en la
      postrimería de la colonia
      (1784-1826)

    Bibliografía citada en el
    texto

    1. Isla de Quinchao,
    corazón
    de Chiloé

    La historia del archipiélago de Chiloé
    "está escrita por los vientos y las navegaciones; por
    los canoeros que domesticaron el mar y lo hicieron carretera,
    ruta de encuentros y desencuentros. Su isla capitana es la de
    Quinchao, un puente a la Gran Isla, a la Costa, como le dicen
    desde la lejanía. Fue centro del mundo aborigen y los
    europeos la transformaron en la gran puerta misional hacia las
    islas
    " y en el lugar privilegiado
    de salida de las expediciones jesuíticas hacia los
    archipiélagos del sur, cuando a la vocación
    evangelizadora se une la curiosidad inteligente y atenta del
    explorador y del hombre de
    amplia cultura: pues
    tales eran los jesuitas. La
    isla de Quinchao y su archipiélago son el verdadero
    corazón del Chiloé tradicional e indígena:
    lo es hoy, en cuanto en las islas que lo componen, sobre todos
    las menores, es donde mejor se conserva el patrimonio
    cultural chilote, mapuche e hispánico a la vez; lo fue
    antaño, en cuanto representaba la cabecera de la sociedad
    indígena al momento de la conquista castellana, una
    sociedad ya entonces mestiza en cuanto resultado del encuentro y
    mezcla entre los cunco del norte, etnía de origen canoera
    pero de lengua y
    cultura mapuche, y los preexistentes chono, nómadas del
    mar, tal vez los primeros pobladores del archipiélago
    chilote.

    La isla de Quinchao, juntamente con las que la
    acompañan, dan vida, según algunos Autores, a
    "un tipico paisaje volcánico con playas levantadas y
    extensas, cerros pequeños y con grande pendientes que
    llegan hasta el mar
    "; según
    otros, constituyen el residuo de la morena frontal generada por
    aquel vasto ventisquero que, desde el volcán Michinmawida
    y las demás cumbres andinas, antaño
    descendía hasta alcanzar la cordillera del Piuchén
    en la Isla grande y, en una fase sucesiva, hasta el arco natural
    dado por la isla de Quinchao, la costa abrupta que se extiende
    entre Dalcahue y la punta de Quicaví, y el grupo de las
    islas Chauques, que son el natural seguimiento de aquella punta.
    Sí, porque todos los grupos
    isleños del mar interior de Chiloé hace solamente
    unos 14.000 años desde que emergieron de los casquetes
    glaciales que los taparon durante miles de siglos y, alimentando
    con sus aguas los océanos, provocaron la subida del nivel
    marino y la consecuente separación de Chiloé del
    continente. Solamente entonces, quedando libre de hielo, el
    archipiélago de Quinchao pudo poblarse, aunque las
    primeras evidencias de
    la presencia humana son muy sucesivas a tal periodo y remontan al
    5.000 aC. Tratándose de pueblos canoeros que vivían
    a la orilla del mar, eventuales restos más antiguos
    dificilmente podrán encontrarse, pues sus asentamientos
    quedaron por debajo del nivel marino, cancelados por el
    vaivén de las aguas.

    Fig. 1. Progresivo retiro del casquete glacial del
    área chilota: a) extensión máxima de la
    glaciación (15/20.000 aP): solamente la parte más
    septentrional y aquella occidental de la Isla Grande, la cual
    todavía es unida al continente, se encuentra libre de
    hielos y cubierta por forestas; b) después de la primera
    fase de retiro del casquete glacial (alrededor del 14.600 aP), la
    Isla Grande se vuelve totalmente libre de hielos y la foresta de
    coníferas (cipreses, alerces, mañíos) se
    extiende por doquiera; una área de aguazales, a veces
    cubierta por las mareas, la une al continente, mientras el mar
    interior en gran parte aun está ocupado por el casquete
    glacial, que, tal vez, tiene en Quinchao uno de sus frentes
    morrénicos; c) el casquete glacial se fragmenta y se
    retira en la Cordillera (7.000 aP), tal como todavía se
    presenta en los hielos continentales norte y sur, con grandes
    lenguas glaciales que alcanzan el mar interior; los
    archipiélagos del mar interior se cubren de
    bosques.

    El principal testimonio arqueológico de los
    primeros pobladores de la isla de Quinchao es ofrecido por sus
    conchales, "montículos (mounds) formados por restos de
    mariscos, cerámica despedazada y osamentas de hombres
    y animales
    " los cuales se
    encuentran distribuidos en numerosas áreas de la costa
    chilota, los cuales parecen abarcar todo el período
    comprendido desde el aparecimiento del hombre en el
    archipiélago, hasta la época
    histórica.

    El conchal de Conchas Blancas, uno de los más
    imponentes de todo Chiloé pero nunca analizado seriamente,
    tiene una dimensión tan grande que una comunidad de 30
    personas, con una alimentación donde el
    marisco asegurara un aporte fundamental, demoraría 2 o 3
    siglos para producir un volumen similar:
    ésto hace pensar que la ocupación de los sitios
    cercanos al conchal fuera bastante continuativa, o bien que
    existiera una actividad de trueque en la cual la comunidad
    quinchaina producía marisco que trocaba con las
    comunidades del interior de la Isla Grande.

    Durante el invierno de 1996, algunos "pelilleros" que
    realizaban algunas faenas en la playa a orillas del conchal,
    hallaron fortuitamente un esqueleto en el conchal. El material,
    bastante completo y en buenas condiciones, corresponde a una
    mujer de unos 45
    años cuyas "caracteristicas morfológicas
    […] y las patologias corresponden a los que se suelen
    encontrar en grupos indígenas de modo de vida centrado en
    la caza y recolección y adaptación costera.

    […] Similar a los encontrados […] en los grupos
    canoeros australes y afín a material esqueletal encontrado
    en la localidad de Puente Quilo
    ".
    También en la localidad de Quinchao ha sido identificado
    un conchal que contiene un enterratorio: el material óseo
    quedó en el sito, sin que la estructura del
    mismo haya sido disturbada.

    Es probable que desde la época de su inicial
    frecuentación humana, la isla de Quinchao, así como
    otras del mar interior, hayan gozado de un microclima más
    favorable de aquello que caracteriza la Isla Grande, tal como
    ocurre en la actualidad; lo cual se debe a la mejor exposición
    geográfica, más reparada de los vientos del oeste,
    generalmente muy tempestuosos, y sobre todo por la positiva
    influencia del mar interior que suaviza las temperaturas
    invernales de las islas rodeadas por el mismo y, sobre todo,
    reduce la lluviosidad del área.

    El mar interior chilote, además, es el lugar de
    encuentro de las corrientes marinas producidas por las
    diferencias horarias de las intensas mareas ocednicas al norte y
    al sur de la Isla Grande: encuentro que produce grandes
    turbolencias (rayas), las cuales favorecen una buena
    oxigenación de las aguas y, consecuentemente, una mayor
    abundancia de marisco.

    La menor lluviosidad y la abundancia de marisco han
    favorecido desde los tiempos más antiguos el insediamento
    humano. De aqui el hecho que ya en correspondencia del "horizonte
    canoero", el archipiélago de Quinchao pudo haberse
    convertido en una de las áreas geográficas de la
    región chilota con mayor densidad de
    población, relativamente hablando, pues
    Chiloé y sus islas durante aquel "horizonte" son
    escaseamente poblados. En efectos, la inicial presencia chono fue
    importante desde el punto de vista histórico y cultural,
    pero modesta en el aspecto demográfico: en cuanto
    nómades marinos con un sostentamento ligado
    únicamente o casí a la recolección de
    moluscos, cada comunidad chono, por cuanto pequeña fuera,
    necesitaba disponer de una extensión elevada de ribera. De
    alli que su número nunca pudo ser elevado y pasarse de
    unos pocos miles de personas a lo largo de todo el
    archipiélago chilote. Que los chono pudieran establecerse
    principlamente en el archipiélago quinchaino y en los
    esteros de la costa sur-oriental de la Isla Grande, lo sugieren
    tanto razones geográficas, son las costas más ricas
    de mariscos, cuanto lingüísticas, es alli donde hay
    una mayor supervivencia de toponimía de origen
    chono.

    Fig. 2. Pluviometria del
    archipiélago de Chiloé (Grenier P. 1984,
    adaptación).

    La presencia humana en el archipiélago chilote es
    destinada a crecer grandemente con la llegada de los cunco, los
    cuales parecerían haber ocupado, sobre todo la extremidad
    septentrional de la Isla Grande y el archipiélago de
    Quinchao: ésto se debe al hecho de ser éstas las
    áreas donde un suelo mayormente
    fértil se asocia a una costa ribereña
    particularmente rica de pescado y marisco y frecuentada por los
    lobos de mar. Un hábitat
    ideal para una sociedad que conjuga una agricultura
    incipiente con la recolección de mariscos y otros productos
    marinos, los cuales aseguran el aporte fundamental a la
    alimentación cotidiana. Los cunco, culturamente
    "mapuchizados" pero étnicamente canoeros, deben haberse
    fácilmente mezclado con los chono presentes en el
    archipiélago y bien pudieran haber sido un "puente
    cultural" entre éstos y los sucesivos migrantes huilliches
    pastores y agricultores, los cuales a mayor razón
    prefirieron instalarse en las áreas más
    idóneas a la agricultura.

    El primer europeo en divisar el archipiélago de
    Chiloé, fue Alonso Camargo en 1541, aunque no sea claro si
    pudo individuar la identidad
    isleña del mismo, o bien le haya parecido un elemento
    más de la costa continental. A noviembre de 1553,
    Francisco de Ulloa entraba en el canal de Chacao, al cual llamaba
    Canal de los Coronados, sin cumplir el periplo de la Isla Grande,
    la cual todavía parecía ser parte del continente.
    Tres años más tarde, en 1556, el galeón de
    Juan Alvarado fue trajinado por una tempestad hasta el Coronados,
    refugiándose en fin en la bahía de Ancud,
    consiguiendo socorro de la población indígena del
    lugar.

    La insularidad de la Isla Grande viene afirmada
    sólamente en 1558, durante la expedición marinara
    de Francisco Cortés Ojea y Juan Fernández
    Ladrillero y a Cortés Ojea se deben también los
    primeros trazados de las márgenes occidentales de la Isla
    Grande y del Golfo de Ancud. El escribano, de la misma
    expedición, Miguel de Goizueta, escribe noticias
    detalladas acerca del archipélago chilote y de su
    población, afirmando que las costumbres, las abitaciones y
    la lengua eran parecidas a la de la Araucanía, y
    así mismo las vestimientas, particularmente coloradas.
    "Los indios andan gordos è bien vestidos [… y
    hay] mucha comida de maiz crecido
    è gran masorca, papas è por otros quinoa è
    una de tierra baja
    sin monte e de casas son grandes, de 4 y 6 puertas
    [y] de
    la obediencia que tienen á los casiques que no siembran
    sin su licencia los indios de sus cabies;
    […] e las
    papas las guardan en unos cercados de caña de un estadio
    en alto é de seis é siete pies de hueco, è
    destos dicen hinche cuatro è tres cercados de papas
    è tienen á seis è á cuatro è
    á ocho obejas cada indio, é á los caciques d
    12 è á 15 è á 20 é solo una
    obeja atan é todas las otras obejas van sueltas tras
    ellas, no meten en casa más de las que son lanudas
    [y]
    las demas quedan en el prado con la que atan en un palo que
    tiene incado
    [;] cuales tienen cada uno señaladas i
    el que las hurta lo mata el casique quejándose a él
    el que la pierde.
    [… ] Las baras con que hacen sus casas
    las traen de dos jornadas de su sitio é cubrenla con paja
    que llaman coirón é dura cada casa diez o doce
    años
    [;] queman por leña las canoas del maiz
    è las cañas de la quinoa è cuando les falta
    lo dicho traen leña dos jornadas de allí;
    […]
    en un cabí que llaman Quilen dicen que son oro è
    sacalo el casique que se llama Queteolan y en los cabies que
    estan en la costa del mar que se toma mucho pescado lo cual comen
    y da debalde á los de la tierra
    adentro
    [y en] especial [modo] en el cabí
    que llaman Huylazt y en esta provincia tienen que beber los
    más del año
    [en] especial en el cabí
    que llaman Quinchao
    ".

    "Han de hacer ventajas a las que hasta agora
    están vistas en todas las indias, por ser muy poblada
    gente, vestida de manta y camiseta comno la del Cuzco, y haber
    mucha comida y grandes insignias de oro y plata, buen temple y
    buenas aguas, tierra de riego y otras cosas que dan evidentes
    señales
    a que se crea de ella sea rica y
    próspera
    " añade
    Francisco de Villagra en una carta que en 1561
    envía al virrey Diego de Acevedo.

    Y no faltan otros testimonios acerca de la elevada
    intensidad poblacional de Chiloé: "aunque era montuoso,
    con todo eso estaba muy poblado de indios que tenían
    mantenimientos suficientes dentro de sus
    tierras
    ". Diego de Rosales en su
    Historia General del Reyno de Chile precisa que en: "el
    año 1566, numerando los indios destas islas del
    Archipélago de Chiloé halló de
    matrícula cincuenta mil
    indios
    ".

    Al mismo tiempo en que
    Cortés y Ladrillero alcanzaban Chiloé por mar,
    Hurtado de Mendoza lo hacía por tierra: lo
    acompañaba Alonso de Ercilla y Zúñiga.
    Salido desde Valdivia, "llegó a la vista de la costa
    por donde desagua un caudaloso río llamado Puraylla

    [… y allá] donde desemboca el río en el
    mar, asentó el jeneral su campo en una loma, mandando se
    buscasen barcas. Llamanlas los naturales piraguas, son hechas de
    tablas largas: trábanlas y cósenlas con cortezas de
    árboles, y van en cada una diez o doce
    remeros
    […]. En suma llegaron Domingo de la Cananea
    a la playa de un
    archipiélago
    ". Se trataba
    del canal de Chacao, que alcanzaron el 28 de febrero de 1558: el
    poeta quedó admirado frente a la belleza del golfo
    ancuditano y de las islas que él llama
    "deleitosas" y que Hurtado de
    Mendoza bautizó Cananeas, un nombre destinado a olvidarse
    (como él de Coronados). "Hallábanse sus islas
    pobladas de indios de buena disposición, donde
    frecuentaban grandes pesquerias, acompañadas con crias de
    diferentes ganados. Estaban todos vestidos de unas como mucetas
    de lana por estremo fina y peluda, debajo de quien traian
    camisetas. Cubrian las cabezas con caperuzas de lo mismo, y usaba
    calzones, todo a fin de ser tierra muy fria.
    […]
    Descubiertas las islas, no se hallaba manera de pasar a ellas,
    mas atropelló dificultades el ánimo del
    capitán Julian Gutiérrez, que
    […]
    buscó con toda dilijencia tres piraguas grandes con los
    remos que convinieron
    " y así
    lograron cruzar el canal y alcanzaron las playas de la Isla
    Grande.

    Transcurridos cuatro años desde la
    expedición de Cortés y Ladrillero, el 20 de noviembre
    de 1562 Francisco de Villagra desembarcó en la isla de
    Quinchao con unos 35 hombres, enfrentando la resistencia de la
    población mapuche de la isla: con este desembarque,
    comienza la conquista de Chiloé y de su
    archipiélago.

    Sin embargo la ocupación efectiva y permanente
    del archipiélago tardará todavía cinco
    años. En 1567 Martín Ruiz de Gamboa, yerno de
    Rodrigo de Quiroga, gobernador Chile, con el apoyo de 120
    castellanos y numerosos "indios
    amigos
    " alcanza Chiloé por
    tierra y el 12 de febrero del mismo año fonda una ciudad
    en la "mitad de la isla, y viendo era bien poblada [… en
    un lugar situado] junto a la mar, ribera de un río,
    rodeada de hermosas fuentes
    criadas de naturaleza de
    muy buena agua, y
    hermosa campaña abundantemente regalada de muchas
    pesquerías de toda suerte de pescados; púsole
    nombre la ciudad de Castro, y a la provincia, Nueva Galicia.

    […] Después […] se embarcó en un
    navio del rey y anduvo navegando hasta el archipélago, que
    es de muchas islas
    […]. Pues habiendo navegado por estas
    islas y tomado plática de todas ellas, echó en
    tierra al capitán Antonio de Lastur que llamase de paz los
    principales de una isla grande llamada Quinchao, de muchos
    naturales, el cual lo hizo tan bien, que trajo la mayor parte
    dellos consigo a dar la obediencia al general en nombre del
    rey
    ,". Lo cual hace
    pensar que al momento de la conquista española, Quinchao
    aparentaba ser la isla más poblada del archipiélago
    de Chiloé, como lo atestan también algunos entre
    los primeros testimonios de la época.

    No sabemos donde desembarcó Antonio de Lastur;
    sin embargo, podemos razonablemente individuar cuales fueran los
    lugares principales de la isla de Quinchao, es decir donde mejor
    coincidian buenos campos, aptos a la agricultura, y playas
    arenosas ricas de mariscos, que bien se ofrecían a la
    faena pesquera realizada desde las dalcas y, sobre todo, por
    medio de corrales. Se trata de las playas de Huyar, Palqui,
    Curaco, Chullec, Achao, Quinchao, Matao y Chequián, cuya
    etimologia chono (con la sola excepción de Curaco) sugiere
    que ya precedentemente allí mismo estuvieran los
    principales insediamentos humanos de la isla.

    Antes de regresar a Santiago, conciente de lo aislado
    que era el emplazamiento de Castro, Martín Ruiz de Gamboa
    quiso fundar otra villa a orilla del canal de Chacao, la cual fue
    denominada San Antonio,
    la odierna Chacao, y crear un presidio permanente a mitad camino
    entre San Antonio y Castro, tal vez la odierna Tenaún o la
    cercana San Juan, no solamente para crear un apoyo durante el
    recorrido de la ribera oriental de la Isla Grande, sino
    tanbién para asegurar un punto de salida hacia Quinchao y
    favorecer el control de esta
    isla. Finalmente, era nel marzo de 1567 y habia transcurrido
    solamente un mes desde la fundación de Castro,
    Martín Ruiz de Gamboa retornó a Valdivia,
    después de haber dejado "en la ciudad de Castro un
    capitán
    [Alonso Benítez] que la tuviese a su
    cargo y mandase visitar aquella provincia, con orden que si lo
    que él habia repartido saliese alguna parte incierta lo
    remediase con la mejor orden posible, no permitiendo se hiciese
    agravio alguno
    ".

    2. De la villa
    castreña a la ruralización de la sociedad
    chilota

    La fondación de Castro se realizó de forma
    planificada, conformemente a las disposiciones emanadas por las
    autoridades reales en la Leyes de Indias y
    que fueron aplicadas en todas las Américas, casí
    sin excepciones. Individuado el asentamiento de la futura ciudad
    – un lugar que tuviera buenas defensas naturales, que fuera
    fácilmente accesible desde el mar y estuviera cercano a
    los recursos
    naturales indispensables – se procedía a trazar la
    Plaza de Armas
    (también dicha Plaza Mayor), alrededor de la cual se
    iría desarrollando la villa, con sus calles que se
    cruzarían perpendicularmente, según un modelo similar
    al empleado por las legiones romanas al colonizar nuevas
    provincias. De hecho, la única villa fondada en
    Chiloé conformemente a la Leyes de Indias fue Castro, en
    cuanto los demás poblados no tenían
    características urbanas.

    En efectos, el nacimiento de poblados podía darse
    también de otras formas menos planificadas. Podían
    formarse alrededor de la empalizada de algún fuerte en
    consecuencia de una precisa voluntad, y en este caso se daba un
    trazado y se asignaban manzanas, como ocurrió en el caso
    de San Antonio de Chacao; o bien espontáneamente, como
    ocurrió en San Miguel de Calbuco, cuando allí
    buscaron refugio en 1602 muchos osorninos escampados de la grande
    rebelión de Pelantraru, gracias a la cual los mapuches
    recuperarán su independencia.
    En fin, un caserío podía nacer de forma totalmente
    espontánea alrededor de una capilla y con el tiempo
    convertirse en villa: y éste es el caso de Achao y de
    todos los demás "pueblos de indios". No ocurrió
    nunca, en Chiloé, que surgieran caseríos alrededor
    de las haciendas agrícolas establecidas por los
    encomenderos.

    No obstante el trazado y la asignación de
    solares, San Antonio de Chacao no alcanzó a tener
    algún desarrollo y
    al final del siglo XVIII viene refundado, escogiéndose en
    un lugar diferente. San Juan de Tenaún, por su parte, se
    constituyó para asegurar un lugar de refugio a los
    castellanos que viajaban entre Castro y el canal de Chacao, o de
    los Coronados como todavía se le llamaba, sin el
    propósito de asegurar su desarrollo urbano y, por esto
    mismo, sin proceder a ningún trazado de calles, ni a la
    repartición de solares. Por lo tanto, hasta bien entrado
    el siglo XVIII en Chiloé existió una sola villa,
    Castro, y unos cuantos caserios que surgieron en correspondencia
    de algunos "pueblos de indios" y a la sombra de las capillas,
    embriones de las futuras villas.

    Fig. 4. El más antiguo mapa del Reino de Chile
    (pertenece a los últimos años del siglo XVI):
    Chiloé es claramente identificado como un
    archipiélago (mapa muy raro, probablemente inédito:
    pertenece a la colección del Autor).

    El primer gobernador de Chiloé, Alonso
    Benítez, quien tenía el titulo de corregidor de
    Castro, procedió a realizar una minuta de los indios y una
    exploración del archipiélago, para determinar la
    consistencia de sus riquezas humanas y materiales y
    proceder a repartirlas entre los principales hidalgos presentes
    en la naciente ciudad. Los indios censados resultaron ser diez
    mil: cifra probablemente relativa únicamente a los adultos
    aptos al trabajo y
    comprensiva de las solas regiones suflcientemente exploradas.
    Territorios e indios vienen repartidos en una cincuentena de
    encomiendas, las cuales se ofrecen a quienes, entre los
    conquistadores, podían demonstrar de tener los necesarios
    méritos, así como requeridos por las Leyes de
    Indias.

    A través de las leyes promulgadas en tema de
    encomiendas, la Corona española se proponía de
    convertirse "en el gran protector de los indígenas
    [y] fueron constantes las cedulas reales que daban cuenta
    acerca de un buen trato para con los indígenas.
    [Si
    bien se le] otorga a los caballeros conquistadores y a los
    «hidalgos» tierras y pueblos con jurisdicción
    sobre sus habitantes, los cuales, una vez convertidos en
    vasallos, deben pagar tributos y dar
    prestaciones
    personales a sus señores,
    [sin embargo] se les
    prohibía a los encomenderos ocupar a todos los indios de
    un pueblo de indios debian ocupar solo la cuarta parte.
    […]
    Además tenía que pagarles un salario y
    tenía que acumular una cantidad de dinero en una
    caja para crear una caja de comunidades para protección
    del pueblo de indios.
    […] Llama la atención el espiritu religioso y
    humanitario que mueve toda legislación de Indias.
    Cualesquiera que fuesen las dificultades con que ciertas normas tropezaron
    en algunos sitios de América, la voluntad de la corona
    española de proteger a los indígenas y de
    incorporarlos a la civilización cristiana fueron una
    constante
    ". No obstante
    proposiciones tan loables, la realidad del sistema de las
    encomiendas fue totalmente contrario a cuanto se proponía
    la Corona, pues el lema de los encomenderos fue constantemente:
    "¡Las ordenes se acatan pero no se cumplen!".

    El establecimiento de una encomienda conllevaba que la
    población indígena de la misma se concentrara en un
    lugar al fin de facilitar su evangelización y la
    recaudación del tributo, que desde el comienzo fue pagado
    con el trabajo
    personal, y
    así la comunidad indígena recibia el nombre de
    "pueblos de indios". En la idea del conquistador, el pueblo de
    indio representaba un primer paso propedéutico a la
    formación de un núcleo urbano en cuanto en la
    cultura europea de la época, ciudad (lat. civitas) y
    civilización eran sinónimos. Al pueblo de indios se
    asignaban "tierras de resguardo", que, en cuanto comunitarias, no
    se convierten nunca en propiedad
    privada. Además de comunidad y lugar, el pueblo de indios
    es también instrumento jurídico que confiere a las
    comunidades indígenas un estatuto legal, lo cual les
    permite emprender pleitos contra invasores de tierras y mantener
    usos y costumbres tradicionales y, por lo tanto, recibe una
    estructura institucional castellana encabezada por el cacique o
    lonko.

    En Chiloé todo ésto se cumplió
    solamente en parte. La cultura mapuche, por un lado, era
    profundamente ajena a la idea misma de urbanismo en cuanto
    fuertemente vinculada a la tierra y a la individualidad del clan
    familiar. La productividad del
    campo chilote y la misma geografía del
    entorno, además, no eran compatible con formas de cultivo
    intensivo. Todo ésto le restó interés a
    la urbanización de la sociedad indígena, más
    aun cuando la evangelización jesuitica, fondada en la
    misión
    circular y en la atribución de especificos roles a los
    fiscales, consintió la catequización sin necesidad
    de reunir permanentemente a la comunidad
    indígena.

    Los pueblos de indios se convirtieron en los crisoles
    donde se producia aquella fusión
    entre elementos nativos y castellanos: una fusión que en
    más de una ocasión dará origen a una cultura
    mestiza original y muy peculiar, caracterizada por el sincretismo
    de los valores y
    de las visiones de los elementos que participan en su
    generación y por garantizar, de alguna forma, la parcial
    supervivencia del mundo indígena. Esto es cuanto
    ocurrió en Chiloé en forma muy remarcada,
    facilitada por la escasa aplicación la ley que prohibia
    a los blancos y mestizos residir en los pueblos de indios y por
    la evidente prevalencia étnica del mapuche sobre el
    castellano,. Un sincretismo, aquello chilote, que se
    extiende a todos los aspectos de la sociedad y de la vida
    cotidiana; que colorea de "cristiano" el espíritu
    religioso mapuche y así permite su conservación,
    aunque transformado en mito; que
    origina un arte y una
    arquitectura
    originales, tal vez lo más original que se ha producido en
    Chile; que da vida a aquella cultura chilota, muy diferente de la
    chilena, la cual se mantuvo muy viva hasta hace una o dos
    generaciones.

    Lo que sí se cumplió en Chiloé, y
    tal vez en medida más pronunciada que en el resto de
    Chile, fue que la encomienda se convirtiera en la
    "célula primitiva" de la
    sociedad criolla, fundamento de la sociedad actual, reemplazando
    violentamente y sin alguna gradualidad a la
    organización social indígena: una sociedad, la
    castellana, enraigada en una visión feudal, clasista,
    razista y autoritaria de los individuos, que se contrapone
    dramáticamente a la visión profundamente
    igualitaria de los indígenas. Por otra parte, la
    encomienda fue el instrumento fundamental de arraigo de los
    castellanos en la tierra chilota y el lugar donde "desde los
    primeros días empezó a mezclarse la sangre castellana
    con la sangre mapuche, i empezó a vivir la vigorosa raza
    de mestizos, que hoi forma la inmensa mayoria de los habitantes
    de esta
    república
    ". 

    Cuando Martín Ruiz de Gamboa propuso la
    realización de una expedición a Chiloé para
    incorporarlo a la Capitanía, el Cabildo de Santiago se
    opuso, alegando que todavía la Araucanía no estaba
    plenamente pacificada y que ampliando el territorio de la Colonia
    se iban a desperdiciar los modestos recursos
    militares disponibles. Para superar la opisición,
    Martín Ruiz no exitó a decantar las supuestas
    riquezas del archipiélago, seguramente ponendo en
    evidencia la relación de Goizueta, donde se hablaba de la
    abundancia de "insignias de oro y
    plata
    " con que se adornaban las
    mujeres indígenas de aquella islas. Es una
    anotación que suscita dudas acerca de su exactitud: por un
    lado, en cuanto no hay seguridad que los
    mapuches emplearan alhajas de plata anteriormente a la
    época colonial (aunque no pueda excluirse), y por el otro
    porque de haber metales nobles,
    no cabe duda que su uso hubiera sido muy escaso y
    excepcional.

    El oro era el miraje de la grande mayoria de quienes se
    embarcaban en la aventura de la conquista de nuevas tierras. Es
    indudable que entre los conquistadores hubiesen quienes lo eran
    por espiritu de aventura, o de evangelización, o de
    amor a la
    hispanidad: y es probable que Martín Ruiz de Gamboa fuera
    uno de éstos. Pero aquellos eran unos pocos, pues los
    demás eran solamente unos ávidos y despiadados
    aventureros, llegados a las Indias para arrancar de una vida de
    graves penurias, cuando no lo era para arrancar de la
    cárcel o del verdugo. Entre los compañeros del
    fundador de Castro no faltaron semejantes aventureros, así
    como habia otros de hidalga origen que habiendo quedado excluido
    hasta entonces de toda repartición de tierras y riquezas,
    esperaban finalmente de tener ellos también su oportunidad
    para enriquecerse. Adueñarse de las supuestas riquezas del
    archipiélago, donde imaginábase abundaran las minas
    de oro, fue la única motivación
    de casi todos los expedicionarios al séquito de
    Martín Ruiz de Gamboa. Sin embargo, cuando el
    archipiélago fue conquistado y se repartieron las
    mercedes, muy pronto todos los ensueños de fáciles
    riquezas se desmoronaron y dejaron el paso a una realidad hecha
    de una tierra fría y lluviosa, muy aislada de la capital
    chilena, donde apenas si era posible una agricultura de mera
    subsistencia.

    Además, esta situación ya miserable de los
    hispánicos en Chiloé, se agravó aun
    más por el terremoto que el 16 de diciembre de 1575
    sacudió la región, arrasando gran parte de Castro,
    que entonces tenía unas 60 casas. La pobreza era
    tanta, que sus moradores hubieran querido abandonar Chiloé
    para establecerse en el continente, pero las autoridades de la
    Capitanía no lo consentieron e impusieron que se
    reconstruyera la ciudad. Así se hizo, si bien al final del
    siglo Castro todavia no habia alcanzado a recuperar la antigua
    dimensión.

    También la "docilidad" de los mapuches chilotes
    bien pronto se convirtió en una escondida resistencia,
    puestos en frente a la evidencia de los engaños de los
    hispánicos, al demonstrarse rápidamente que la
    "protección" que la encomienda debiera haberles asegurados
    se había convertido en una terrible esclavitud. Las
    condiciones geográficas y demográficas del
    archipiélago, con la población indígena
    desparramada en una multitud de islas, sin posibilidad de aunar
    fuerzas para enfrentar a las tropas hispánicas y habiendo
    los españoles el control de los mares y pues de cualquier
    movimiento,
    hacían extremadamente difícil intentar una abierta
    rebelión. Sin embargo, la convivencia entre mapuches y
    conquistadores era una convivencia armada y muy recelosa, pronta
    a originar enfrentamientos cada vez que se daba la ocasión
    para los mismos. Es así que en las islas Chauques el
    capitán Oyarzún encuentre la muerte en
    un enfrentamiento con los mapuches isleños. Y en 1583
    "los naturales de los términos de Ancud se alzaron y
    rebelaron
    " y Francisco
    Hernández Ortiz, el futuro fundador de Calbuco, quien al
    momento se halaba en Valdivia, tuvo que alcanzar la provincia de
    Puraylla para sofocar la rebelión.

    Contrariamente a cuanto auspicado por Martín Ruiz
    de Gamboa, Alonso Benítez "al efectuar el reparto de
    indígenas en calidad de
    encomendados
    […] fueron empleados en la forma que
    más convenia a los intereses de los
    encomenderos
    " sin ninguna
    atención a los principios
    morales indicados en la Leyes de Indias: desde el comienzo el
    indio fue esclavizado en la forma más dura. Mientras en el
    territorio chileno el sistema de la encomienda evolucionaba hacia
    modelos
    más humanos y tolerantes, en Chiloé se aplicaba de
    la forma más primitiva e indigna. La causa fondamental de
    esta involución juridica, moral y
    cultural se encuentra en la pobreza del
    territorio chilote, que muy prontamente hizo que el servicio
    personal y la venta del indio a
    los encomenderos chilenos de la Capitanía o del mismo
    Perú (ilegal pero ampliamente practicada) fuera el
    único aliciente para los castellanos que postulaban al
    conseguimiento de una encomienda.

    La Corona era inevitablemente ciega, mientras el
    gobierno de
    Santiago se hacia el ciego y consentia toda clase de
    abusos con tale de evitar el abandono del archipiélago por
    parte de la comunidad castellana, justo en el momento en que los
    corsarios holandeses intentaban apoderarse del mismo. Los
    gobernadores que se sucedían en Castro en muchas ocasiones
    se mostraron fáciles a la corrupción
    y la asignación de las encomiendas de mayor importancia
    muy a menudo iba a favor de quien estaba dispuesto a
    "comprarlas", en lugar de asignarse a los más
    dignos, y así favoreceron "a sus amigos en
    desmedros de otros vecinos con más méritos
    […
    y] no eran raros los casos en que moradores con cierta fortuna
    desplazaron a los nobles en el goce de
    encomiendas
    ", porque para conseguir
    una encomienda, en el Chiloé del siglo XVII, había
    que gastar una importante fortuna. Lo cual ocurria no sólo
    para entrar en las gracias del gobernador y de los componentes
    del cabildo de Castro quienes tenían que comprobar los
    méritos del postulante, sino también para adelantar
    el impuesto
    asociado al goce de la encomienda y determinado en función
    del número de indios de la misma. "En muchas
    oportunidades los vecinos nobles de Chiloé, celosos de un
    derecho que juzgan ser prerrogativa de su grupo, resisten las
    oposiciones de extraños o de plebeyos de la Provincia. Sin
    embargo
    […] deben resignarse a disputar con ellos
    las encomiendas y aun a perderlas
    ".
    Los ciudadanos hidalgos, sin embargo, recibían indios
    encomendados para que les sirivieran en calidad de
    domínicos.

    Asignada que estuviera la encomienda, el gobernador y el
    cabildo no cumplían con sus deberes de control del operado
    del encomendero y, aun sabiéndolo, consentian cualquier
    abuso. El encomendero, por su parte, sabía que el
    aislamiento del archipiélago rendía muy improbable
    que la Corona pudiera confirmar la asignación otorgada por
    el gobernador dentro del plazo de ley, fijado en seis
    años, transcurrido el cual la asignación
    decaía: de allí que el encomendero tenía que
    sacarle, dentro de aquellos cortos años, el máximo
    provecho posible a la encomienda, sin alguna preocupación
    por la situación que iba a dejar al término de su
    gestión. Y el máximo provecho venia
    únicamente de una extremada explotación de los
    indios encomendados, y de su venta final, y ésto era lo
    que ocurria: "[la gente indígena] de un tiempo a esta
    parte ha ido en gran disminución porque consta por la
    minuta que se hizo hace diez o doce años que habia
    más de quince mil varones de lanza, sin contar a las
    mujeres e hijos chiquitos, y agora no hay más de tres mil
    almas grandes y chicas en toda la isla, a causa de que las han
    ido sacando cada año los navíos que por allá
    van
    ". La falta de continuidad en
    la
    administración de la encomienda en Chiloé fue
    la causa principal que en el archipiélago la
    explotación del indio alcanzara niveles de dureza y
    crueldad desconocidos en el resto del Reino.

    Desde luego, no todos los encomenderos fueron tan
    ávidos y crueles; también los hubo que
    interpretaron su rol de forma algo más conforme a las
    disposiciones reales. En general, los encomenderos de
    extracción más hidalga y de más educación,
    demonstraron mejor comportamiento
    y mayor respeto hacia el
    indio, al cual miraban como ser humano y no sólo como
    objeto con el cual enriquecerse; al contrario, aquellos de
    extracción más humilde, aunque adinerada, a menudo
    fueron los más inhumanos.

    "En el momento de hacer el balance de la
    institución
    [… hay que destacar] que la
    encomienda permitió la introducción en el medio indígena de
    nuevos métodos y
    formas de trabajo, como la explotación maderera y sus
    industrias
    derivadas,
    incluida la construcción de barcos, las de la lana y
    carnes, los sultivos de lino y trigo, o el desarrollo de la
    ganadería;
    los naturales experimentaron un notable proceso de
    civilización, dentro del cual uno de sus vehículos,
    junto con la misión, fue la disciplina
    impuesta por el régimen de la encomienda; el P. Felipe
    Gómez de Vidaurre afirmará a fines del siglo XVIII
    que «presentemente todo indio del archipélago se
    pone camisa de lino y tiene en su casa para servicio de su mesa
    manteles y servlletas de lino, todo trabajado en casa».

    […] En efectos, las familias de los vecinos feudatarios
    fueron muy ejemplares en la observancia de su fe
    […y]
    colaboraban con los misioneros jesuitas […aunque]
    las más de las veces estuvieron en pugna con los
    mismos, en cuanto eran los defensores de los indios frente a los
    abusos;
    […] además de sus filas
    salían los «protectores de
    indios»
    ".

    Fig. 5. La villa de Castro en un
    dibujo del
    año 1643.

    Frente a una Corona tan alejada y a unas autoridades
    castreñas que, si bien cercanas, quisieron cegarse frente
    a la situación de desmedro del indio chilote, el
    único defensor de sus derechos fue el misionero
    jesuita, verdadero punto de apoyo y reparador de las injusticias
    subidas, por lo menos por cuanto estuviera dentro de sus
    posibilidades. Sin embargo, cuando los hijos de Ignacio iniciaron
    su obra tan merecedora, la relación entre el indio y el
    castellano estaba
    ya irrimediablemente comprometida. La inicial aceptación
    favorable del forastero, ahora habia dejado lugar al odio hacia
    el español:
    un odio destinado a manifestarse abiertamente apenas se dieran
    las condiciones minimas para éso. Lo cual ocurrió
    puntualmente con la aparición de los corsarios holandeses
    en el archipiélago chilote.

    Cerrándose el siglo XVI, los holandeses
    intentaron participar al juego colonial
    español en el continente americano. En 1599 cruzó
    el estrecho de Magallanes una pequefla flota corsara al mando de
    Simón de Cordes, acaudalado comerciante que luego
    murió intentando abocarse con los mapuches que se
    habían alzado contra los españoles. El mando de la
    flota fue tomado por su hijo, también de nombre
    Simón, mientras a su sobrino, Baltasar de Cordes,
    venía encomendado un navio: la Fidelidad. Los
    acontecimientos que se produjeron dispersaron la flota, y en
    diciembre de 1599 Baltasar se encontraba al frente de la
    peninsula de Lacuy, a la entrada del canal de los Coronados
    (Chacao), donde se encontró con el lonko huilliche. Este,
    viendo en los holandeses unos aliados contra el opresor
    castellano, exaltó imaginarias riquezas custodiadas en
    Castro y empujó a Baltasar para que arrasara la villa. Se
    convino que los holandeses atacarían por mar y los
    huilliches por tierra, lo cual ocurrió el 19 de abril de
    1600: la pequeña ciudad cayó en poder de la
    alianza huilliche-holandesa y todos los españoles
    presentes fueron muertos, salvándose solamente las mujeres
    y los niños.
    Sólo al cabo de cuatro meses los castellanos pudieron
    recuperar la villa. Entre los aliados huilliches, Baltasar
    también podía contar con el apoyo de los indios de
    Quinchao, donde fondeó el 31 de mayo porque "les
    faltaban viveres frescos
    [y] allí seguramente se
    los procurarían, ya que los indígenas eran sus
    amigos
    ", pero la presencia
    española le impidió desembarcar.

    Habiendo Chile perdido totalmente la Araucanía,
    no podía absolutamente renunciar a Chiloé:
    así se impuso a los españoles de mantener la
    posesión de Castro, la cual en 1613 contaba con una 30
    casas, una iglesia y el
    convento.

    En 1643, cuando contaba con 180 habitantes, fue saqueada
    e incendiada totalmente por el corsario Hendrick Brouwer, y el
    gobernador de Chiloé Andrés Muñoz Herrera
    había perecido algunos días antes, en un combate a
    Carelmapu.

    Para la única villa que había en
    Chiloé, la cual ya encontraba tanta dificultad para
    surgir, fue el golpe final y, en cuantyo centro urbano y civil,
    de hecho fue abandonada. En Castro quedaron los edificios
    religiosos, conventos e iglesias, y civiles, la casa del
    gobernador y del cabildo: sus pobladores, sin embargo, se
    retiraron a vivir en el campo y mantuvieron sus casas en la villa
    para las ocasiones de fiestas o para ser presentes a la llegada
    de algún navío español desde
    Valparaíso o el Callao, únicos medios para
    abastecerse de lo más esencial. Es decir, se creó
    una situación similar a la colonización realizada
    por los antiguos romanos, cuando creaban villae (haciendas) que
    daban en premio a los oficiales de sus legiones, los cuales
    concurrán a las ciudades súlamente en ocasiones de
    importancia.

    Las condiciones de vida de los castellanos en
    Chiloé en el siglo XVII, ya muy malas, se volvieron
    pésimas con el abandono de cualquier intento de desarrollo
    urbano. Si los encomenderos tenían posibilidad de
    asegurarse alguna ganancia sobre-explotando al indio y
    vendiéndolo, para los demás no había ninguna
    forma de sustentarse en cuanto sin villas no surgieron
    actividades comerciales, ni artesanales. Fue así que los
    plebeyos se convirtieron en clientes de los
    encomenderos, es decir, en servidores
    ocupados en mansiones de cualquiera clase y especialmente, para
    hacer de trámite entre el encomendero y los indios
    encomendados. La rabia por sus malas condiciones de vida, y la
    decepción, pues tenían bien otras ilusiones cuando
    aceptaron de venir a Chiloé, los clientes de los
    encomenderos la volcaron en contra del indio, hacia el cual
    arremetieron con grandísima maldad: los encomenderos, por
    su canto, nada hacían para impedirlo, pues la
    rebelión en tierra de Arauco y la alianza con los
    corsarios holandeses en tierra chilota habían sumado a la
    desconfianza, también el temor y, por lo tanto,
    consideraban indispensable actuar con el puño de
    fierro.

    En el campo, los encomenderos vivían
    también en modo miserable en sus haciendas,
    aísladas las unas de las otras ya que no habían
    caminos, y las condiciones del mar y la modestia de las
    embarcaciones consentían desplazarse solamente durante la
    buena temporada, así que entre las familias
    españolas habían relaciones sociales casi nulas.
    "Viven desconocidos unos de otros, no se casan, ni tienen
    sentimientos de gente civil, desconocen al Rey y a la
    patria
    ", afirmaba el intendente
    Francisco Hurtado que en 1784 tomó a su cargo la
    intendencia de Chiloé. Mientras que en lo espiritual el
    obispo Pedro de Azúa en 1742 escribía que los
    españoles se muestran "más rústicos que
    los indios
    ", siendo por lo general
    analfabetos tanto de religión cuanto de
    letras.

    En sus haciendas desparramadas a lo largo de la costa,
    tanto de la Isla Grande como de las menores, quedando aislados
    gran parte del año, los encomenderos dan vida a verdaderos
    harén, teniendo a su lado numerosas concubinas y los hijos
    que con ellas tenían iban a engrosar la bandada de los
    clientes, siendo censados entre los "castellanos"; es así
    que gradualmente la población hispánica se vuelve
    cada vez más mestiza, y el concepto de
    "indio" deja de tener un sentido racial para adquirir una
    conotación que es, sobre todo, social y económica.
    Los jesuitas que misionaban entre los indios se hallaban en
    enorme dificuldad para arraigar la poligamía entre los
    caciques: ¿cómo comprender la condena de los
    religiosos, cuando aquella costumbre se veía tan
    cumplidamente aplicada entre los más hidalgos y los
    encomenderos?

    La ruralización de la sociedad castellana y el
    mantenimiento
    de la encomienda cristalizada en su forma inicial, hacen que se
    pueda bien decir como en Chiloé haya venido a menos la
    "etapa colonial" y por muchos aspectos la "etapa de conquista" se
    haya mantenido hasta finalizar el siglo XVIII.

    GOBERNADORES DE CHILOÉ
    (1600-1609)

    GOBERNADORES DE CHILE
    (1565-1609)

    1600-01

    1601-04

    1604-08

    1608-10

    Francisco del Campo

    Francisco Fernández de Ortiz

    Gerónino de Peraza y Polanco

    Tomás de Olavarría

    1565-1567

    1568-1575

    1575-1580

    1580-1581

    1581-1591

    1592-1598

    1599-1600

    1600-1601

    1601-1605

    1605-1610

    Rodrigo de Quiroga

    Melchor Bravo de Saravia y Sotomayor

    Rodrigo de Quiroga

    Martín Ruiz de Gamboa
    (interino)

    Alonso de Sotomayor

    Martín García Oñez de
    Loyola

    Francisco de Quiñones
    (interino)

    Alonso García Ramón (interino)

    Alonso de Ribera

    Alonso García Ramón

    3. El
    empoblamiento de la Isla de Quinchao (1567-1609)

    La repartición de la isla de Quinchao en
    encomiendas probablemente asumió su forma más o
    ménos definitiva durante las últimas dos
    décadas del siglo XVI, si bien en muchas ocasiones las
    misma fueran vacas, ni es claro cuando y como las mismas fueran
    asignadas. En aquel período, en la isla de Quinchao
    existen seis pueblos de indios: Huyar, Palqui, Curaco, Achao,
    Vuta-Quinchao y Matao. Los más importantes son los tres
    del sector meridional de la isla, mientras Huyar y Palqui parecen
    haber siempre constituido una única encomienda, a la cual
    a veces se unía también Curaco, entonces muy poco
    poblado. La presencia española, al comienzo modesta, es
    constituida por algunos colonos y unos pocos encomenderos,
    quienes se establecieron, probablemente, en la costa occidental
    de la isla, en cuanto más cercana a Castro.

    Seguramente, como era costumbre, los terrenos en las
    cercanías de Castro fueron repartidos entre los colonos
    españoles paralelamente al levantamiento de la ciudad. Las
    encomiendas eran asignaciones temporáncas de tierras e
    indios endomendados y, por lo tanto, no representaban una forma
    de propiedad. "…Además de que los indios
    repartibles no alcanzaban para satisfacer a todos, era necesario
    pensar en otras industrias para procurarse el alimento de cada
    día
    […] La repartición de las tierras
    vecinas a la cuidad
    [se daba] en lotes relativamente
    pequeños. Recibieron éstos el nombre de
    chácaras o chacras, palabra de origen quechua, que los
    conquistadores trajeron del Perú
    ". A estas
    reparticiones, al contrario de la encomienda, correspondía
    un título de dominio.

    Es probable que también en la isla de Quinchao se
    procediera con la entrega de tierras a los colonos: en la etapa
    más inicial de la conquista seguramente buscando de alguna
    manera el consentimiento de los indios, necesario en cuanto la
    presencia española todavía no estaba afirmada. Sin
    embargo, el propósito de la gran mayoría de los
    españoles "de la primera hora", es decir los
    compañeros de Martín Ruiz de Gamboa, tanto "bien
    nacidos" cuanto "plebeyos", tenía la ambición de
    enriquecerse para después volverse a Santiago, donde las
    condiciones de vida y el clima eran mucho
    más satisfactorias y habían medios para gozar de
    las riquezas conseguidas "con tantas fatigas y con tantos
    peligros
    […] pero la posesión de esta tierra
    servía de poco a los que no tenían indios con que
    explotarla
    ": estas chacras alcanzaban apenas para abastecer
    el consumo
    cotidiano, ya que "…el terreno de la isla es tan
    fértil para las malezas como estéril para los
    sembrados. Una sementera cuesta diez veces más trabajo que
    en Chile. Existe poco ganado por la poca cantidad de llanos y
    tierras limpias, el único refugio para los animales es el
    pequeño rastrojo, aún los mariscos
    escasean
    …".

    La de los colonos, por lo tanto, era una vida de
    penurias y privaciones, no muy diferente de la de los indios, y
    aquella de los encomenderos tampoco ofrecía mayores
    comodidades y éstos a menudo trataban de dejar su
    encomienda al cargo de personas de confianza, mientras ellos
    mismos se quedaban en Concepción o en Santiago,
    contraveniendo a la disposición de las Leyes de Indias que
    imponía al encomendero de vivir en la misma tierra
    encomendada.

    La historia colonial de Chiloé, en su comienzo es
    muy vinculada a la de Osorno, fundada en un lugar llamado
    Characahuín en 1558. Desde Osorno llegó Francisco
    del Campo para rechazar a Baltasar de Cordes y liberar la ciudad
    de Castro. Osornina era la heroína de aquella
    liberación, Inés de Bazán, esposa de Joanes
    de Oyarzún, uno de los fundadores de Castro, cuyo nieto
    Andrés dió origen a la extensa familia de los
    Oyarzún de Chiloé.

    En 1598, los mapuches derrotan a los castellanos en
    Curalaba, donde fue muerto el mismo gobernador de la
    capitanía, don Martín García Oñez de
    Loyola: este episodio da comienzo a la grande sublevación
    araucana en el sur de Chile, el füchamalón, la cual
    llevará en pocos años a la destrucción y
    abandono de las siete ciudades españolas entre el
    Biobío y el canal de Chacao, territorio que no
    volverá a colonizarse hasta 250 años
    después. La ciudad de Osorno fue la que resistió
    por más tiempo a las tropas del genial ñidol toki
    Pelantraro, general de todos los ejércitos mapuches
    reunidos bajo su hábil mando. Así que en marzo de
    1604, siendo imposible cualquier intento de resistencia, el
    cabildo de Osorno resolvió abandonar la ciudad, ya
    totalmente incendiada, y buscar refugio en Chiloé. Unas
    trescientas personas, entre hombres, mujeres y niños,
    llegaron a la costa del golfo de Ancud, y un parte de ellos
    resolvió asentarse en la isla de Calbuco "y hallando
    allí comodidades para establecerse, construyeron un fuerte
    y las habitaciones convenientes
    ". Los restantes alcanzaron la
    ciudad de Castro, donde fueron recibidos con grandes muestras de
    cariño y donde fueron redistribuidos entre la Isla Grande
    y Quinchao, unos pocos en calidad de encomenderos, los más
    como colonos, contribuyendo en misura muy notable al incremento
    de la población castellana del archipiélago. Entre
    las familias osorninas que, acompañadas por numerosos
    indios osorninos, se asentaron entre Castro y Quinchao, citamos a
    los Oyarzunes (en Huenao), los Ruiz, los Carrascos, los Loayzas,
    los Trujillos y los Alvarado.

    ¿Cuántos españoles habían en
    Chiloé al comienzo del siglo XVII? En la literatura disponible, no
    encontramos cifras precisas, sin embargo podemos estimar que la
    comunidad castellana alcanzara unas 300 o 400 personas,
    incluyendo mujeres y niños. Cuando Francisco del Campo
    sale de Osorno para liberar Castro del dominio holandés lo
    hace con éxito
    llevando consigo "cien soldados", más otros
    cincuenta recogidos por el camino, lo cual consente imaginar que
    comunidad española entonces presente en el
    archipiélago no estuviera en condiciones de reunir ciento
    cincuenta hombres aptos a las armas. Los osorninos que en 1604 se
    repartieron entre Castro, la isla Quinchao y la de Quenac,
    podemos estimarlo en un centenar, incluyendo las mujeres y los
    niños. Por lo tanto, en todo el archipiélago
    había ménos de un millar de castellanos rodeados
    por unos 20.000 indios, incluyendo mujeres y niños. No nos
    extraña que los colonos vivieran aterrizados y con las
    armas en la mano.

    Fig. 6. La isla de Quinchao.

    Inmediatamente después de la reconquista de la
    ciudad de Castro y del alejamiento de los holandeses, los
    españoles ejerceron "una atroz venganza" hacia los
    indios que colaboraron con los corsarios, ahorcando o quemando
    vivos alrededor de cincuenta caciques y poniendo "tanto temor
    este castigo que todo Chiloé está llano como
    jamás se hubiera alzado
    ". Es fácil imaginar que
    en los años que siguieron los encomenderos esclavizaran
    una gran cantidad de indios vendiéndolos en la
    capitanía o en el mismo Perú, con la precisa
    voluntad de reducir la población indígena del
    archipiélago; a lo cual contribuyó también
    una terrible epidemía de viruela. Además la
    encomienda fue aplicada "en Chiloé con tal rigor que
    encomienda y esclavitud llegaron casi a
    identificarse
    ".

    Acerca de los lugares en la isla de Quinchao donde se
    instalaron inicialmente los españoles, hay dudas.
    Según Humberto Sandoval, los primeros colonos se
    instalaron "en una caleta profunda resguardada de los vientos
    – al sur de la isla –
    [donde la población
    española] debió soportar las continuas
    depredaciones de los piratas
    ". Estos colonos – afirma el
    Sandoval – en 1601 se trasladaron a la playa de Achao, donde
    habían amplias zonas idóneas a la agricultura y
    para "aprovechar las desventajas que Achao tiene como puerto
    para protegerse de las incursiones de los corsarios
    ".
    Interpretando estas informaciones, Ramón Yañez
    concluye que los colonos inicialmente se instalaron "en lo que
    es actualmente ensenada o Villa Quinchao, donde existe la iglesia
    Nuestra Señora de Gracia
    ". Héctor Gallardo en
    su ponencia acerca de la Iglesia Santa María de Achao
    interpreta aquella información relacionándola con
    alguna playa entre Coñab y Conchas Blancas. En efectos, la
    accesibilidad de la playa achaína no es ni mayor ni menor
    de aquella de cualquiera otra playa de la isla.

    Es razonable imaginar que al comienzo los
    españoles se instalaran en alguna ensenada reparada del
    mal tiempo, y, sobre todo, más accesible desde Castro, es
    decir, al frente del canal de Lemuy: desde Chullec hasta Matao
    hay muchos lugares idóneos. La cercanía a la
    única ciudad de Chiloé era fundamental tanto para
    aprovisionarse, cuanto, sobre todo, para defenderse de eventuales
    rebeliones
    indígenas. Para los españoles, ya concientes
    que en Chiloé nadie se haría rico con los metales
    preciosos, era también importante la presencia de lugares
    planos, más adecuados para cultivar cereales, para ellos
    irrenunciables, teniendo en cuenta que hasta el comienzo del
    siglo XVII el clima era algo más asoleado, lo que explica
    el hecho que los huilliches cultivaran maíz. Es a
    partir de la segunda mitad del siglo XVII que se vuelve
    más frioso y húmedo, tal como lo conocemos hoy en
    día.

    4. La entrada de
    los jesuitas en Chiloé y en Quinchao
    (1609-1624)

    En enero de 1609, a los pocos años de la llegada
    de los prófugos osominos, tienen sus comienzos la
    evangelización jesuítica del archipiélago:
    "A esta dilatada provincia i a esta inmensidad de islas,
    entró la Compañía de Jesús el
    año de 1609,
    […] cuando el padre rector de
    Santiago Francisco Vasquez fué en persona a hacer
    misión en las tierras de Arauco. Dejó
    entónces dos padres en Arauco i dos remitió por mar
    a Chiloé; éstos fueron el uno el venerable padre
    Melchor Venegas de grande espíritu i fervoroso celo en la
    conversión de las almas, i el otro de no menores alientos
    para las empresas de
    caridad i servicio de Dios, el padre Juan Bautista Ferrufino.
    Estos dos apostólicos misioneros fueron los primeros
    jesuitas a quienes vieron aquellas islas, i
    […] fueron
    recibidos como ánjeles i oian como oráculos sus
    consejos i sermones
    ".

    Venegas y Ferrufino se instalan en la unica ciudad del
    archipiélago, que así aparece a sus ojos: "El
    pueblo de los españoles llamado la ciudad de Castro
    está en la mitad de dicha Isla grande, en un muy lindo y
    hermoso sitio: tenía al pie de setenta casas antiguamente,
    pero ahora no hay más de treinta; que el mucho descuido,
    flojedad y pereza de aquellos españoles han dejado perder
    las que había de tapia y teja, las cuales quedaron
    despobladas con la venida del inglés
    , ahora
    [hace] diez años que robó todo aquel pueblo,
    degolló y quemó a los principales moradores de
    él. Hay en él Iglesia mayor y el convento de
    Nuestra Señora de la Merced, y ahora la de Nuestra
    Señora de Loreto, que es nuestra
    y [es] la
    mejor casa del pueblo, por ser de tapia y toda téjada,
    aunque no es más de cuarto de cuadra
    …".

    La llegada de los jesuitas es fundamental en la historia
    del archipiélago en cuanto dieron un enorme impulso a la
    evangelización indígena y al progreso material y
    moral de ambas naciones presentes. Su importancia es aún
    mayor en Quinchao, donde no habían otros
    religiosos.

    Desde luego, el mismo Martín Ruiz de Gamboa fue
    acompañado por clérigos, quienes se asentaron en
    Castro atendiendo a las necesitades religiosas de los castellanos
    y, en la medida que tenían la posibilidad de hacerlo,
    también dedicándose a la evangelización de
    los indígenas. Sin embargo, en muchas ocasiones los
    sacerdotes que se establecieron en Castro en las primeras
    décadas subsiguientes a la conquista no eran a la altura
    de las necesidades, tanto por su modesta cultura y
    preparación teológica, cuanto por su cualidades
    humanas y morales. Cuando los jesuitas comienzan su labor
    apostólica, las prácticas religiosas y la cultura
    aparecen modestísimas, tanto entre los castellanos cuanto
    los huilliches, y entre los primeros la ética y
    la moral
    alcanzan un nivel de grande degrado. Esto no solamente en
    Chiloé, sino en todo Chile, como denuncia repetidamente el
    padre Luis de Valdivia. Esta diferencia de postura tiene su
    reflejo en la apreciación indígena: al jesuita le
    dicen "chaw", o sea "padre natural", mientras que a los
    demás sacerdotes le dicen "patiru" (lat. pater), palabra
    que para ellos no tiene alguna valencia emotiva.

    Los jesuitas atienden sólo marginalmente las
    necesidades religiosas de los castellanos, es decir, cuando los
    sacerdotes seculares no pueden hacerlo. Su misión es
    "evangelizar": esta es la razón prima de existencia de la
    orden de San Ignacio y es para ésto que han venido a
    Chiloé. Hay más: para hacerlo, se han preparado
    culturalmente y tienen un proyecto de
    grande envergadura. No es un proyecto único: posee
    alternativas para enfrentar correctamente las diferentes
    condiciones que se dan. De allí soluciones tan
    diferentes, como lo son el estado
    guaraní en Paraguay y las
    misiones circulares en Chiloé.

    En todos los lugares donde se establecieron, "los
    jesuitas se mostraron partidarios de un declarado sincretismo
    religioso, esto es, no tuvieron ningún tipo de
    escrúpulos a la hora de aceptar o adaptar ritos paganos
    con tal de llevar a los pobladores de dichas tierras la palabra
    de Cristo. La Compañía decidió respetar los
    particularismos religiosos con la intención de utilizarlos
    para el adoctrinamiento cristiano. Por ello, sus miembros
    recibieron múltiples críticas y acusaciones por
    parte de las otras órdenes religiosas, recelosas de los
    éxitos jesuitas
    ".

    La conversión no puede producirse sin un profundo
    cambiamento del modo de vivir indígena y sin la
    disgregación de sus estructuras
    sociales, en primer lugar aquella ligada a la figura del machi y
    del ngenpín. Por cuanto los huilliches sean muy bien
    dispuestos al cambiamento, la evangelización
    jesuítica implica una laceración dolorosa de su
    modo de ser y, en primer lugar, el transformarse en hombres
    "civiles", es decir componentes de la "civitas" y "hombres
    políticos y de razón", como se decía
    entonces; sólo después se volverían
    cristianos. De allí la énfasis puesta por los
    jesuitas al desarrollo cultural de los huilliches, un desarrollo
    que los encomenderos no querían y obstaculizaban
    constantemente.

    Venegas y Ferrufino, así como todos los
    demás que siguieron, tenían una grande
    preparación cultural, y no es casual que la gran
    mayoría de los históricos de las Indias fueran
    jesuitas. Eran expresión de una pedagogía muy avanzada, aquella de la
    "Ratio studiorum" de la Compañía, y precedentemente
    a su llegada al archipiélago se habían sujetado a
    una muy rigurosa selección
    aptitudinal que averiguaba su idoneidad caracterial,
    sicológica, fisica y moral. De allí vino su
    conducta
    siempre exemplar y el respeto absoluto de las prácticas
    religiosas en cualquiera situación. No eran solamente
    expertos en la lengua general de Chile, el mapudungún;
    también lo eran en cuanto a conocimientos
    científicos: técnicas
    agrícolas, artesanales, medicina y
    farmacopea. Y estos conocimientos prácticos lo
    ponían a disposición de los indígenas
    tratando, al mismo tiempo, de no contraponerse inutilmente a sus
    fundamentos culturales tradicionales, sino demonstrando cuanto
    había en ellos aptos a "cristianizarlos". En lugar de
    estigmatizar la celebración del ngillatún, los
    jesuitas trataron de asimilarlo a la celebración de la
    misa, facilitados en ésto por el carácter tan sincrético de la
    idiosincrasia mapuche. Así haciendo, pusieron los
    cimientos de la cultura chilota, mestiza y sincrética como
    no hay otra.

    Al poco cabo de haberse instalado en Castro, los padres
    Venegas y Ferrufino, aprovechan la buena temporada – estamos al
    final del verano – para dar comienzos a la obra de
    evangelización, y realizan su primera visitación a
    las principales islas de Chiloé para programar su obra.
    Aúnque no la citen expresamente, no cabe duda que los
    pueblos de indios de la isla de Quinchao estuvieran entre sus
    primeras destinaciones. "Están los pueblos a dos y seis
    leguas el uno del otro,y lo más muy poco apartados de la
    playa del mar. Llamo pueblo el que tiene diez o doce casas,
    porque el que es mayor no pasa de cien almas, y habrá de
    estos en la Isla como treinta. Y aunque los indios pueden andar a
    pie por tierra, no lo hacen por el mucho trabajo de los malos
    caminos de montes, bosques y arroyos grandes que se han de pasar,
    i así de lo ordinario lo andan en piraguas, playa a playa,
    por mar
    ".

    Fig. 7a. "El corregidor cuelga al cacique a
    pedido del encomendero", de Guamán Poma
    1615:571.

    Fig. 7b. "Los padres de la
    Compañía de Jesús, santos hombres en
    todo el mundo ", de Guamán Poma
    1615:649.

    La llegada de los dos misioneros era señalada con
    buena anticipación, de tal foma que la población
    del pueblo pudiera acurrir al lugar donde se iba a desarrollar el
    encuentro: "Luego que llegábamos a sus pueblos, lo
    primero era en cada lugar venirnos ellos a recibir, que para esto
    estaban apercibidos tres o cuatro días antes, y
    venían todos en procesión de dos en dos. Los
    niños
    [venían] con guirlandas de flores en
    la cabeza siguiendo al que llevaba la cruz, que era toda de
    flores del campo lindamente aderezada, que ponía
    devoción, y el mismo que llevaba la cruz venía
    cantando las oraciones en su lengua, y los demás
    respondiendo, y llegaban de esta suerte hasta el bajadero de la
    piragua, a do
    [nde] todos juntos nos daban la
    bienvenida
    ".

    Luego, si ya no la había, los misioneros
    procedían a levantar una cruz y luego "hecha
    oración los mandamos a sentarse y uno de los dos les
    hacíamos una platiquilla de un cuarto de hora, en que les
    dábamos noticias del intento a que veníamos, y como
    no pretendíamos otra cosa más que el bien de sus
    almas, y no pedirles nada, antes que les traíamos alguna
    pobreza que darles;
    y los convidábamos para el
    día siguiente a que viniesen todos y trajesen sus mujeres
    e hijos. Madrugaban todos el día siguiente a la iglesia, y
    los que vivían más lejos traían consigo su
    matalotaje
    de papas para sustentarse el tiempo que
    allí estuviésemos, ya que no querían volver
    a sus casas hasta que los despedíamos, quedando primero
    confesados y casados los que se habían de casar. Luego
    preguntábamos por los enfermos, si había alguno,
    cuantos y adonde estaban: y el uno de los dos acudía luego
    como a lo más necesario llevando siempre consigo
    algún compañero fiel, y de cam ¡no un poco de
    carne o pan, cuando la había, para dar al enfermo. El otro
    se quedaba aquel día catequizándolos todos y
    enseñándoles el modo de confesarse bien. El segundo
    y tercer día acudíamos entrambos a las confesiones,
    y al tiempo de la misa todos aquellos tres días se
    hacían las amonestaciones de los que se habían de
    casar, y el cuarto de ordinario los casábamos. Y
    volvían ellos a sus casas y nosotros nos partíamos
    para otro pueblo. Y de esta manera anduvimos toda aquella Isla
    catequizando, bautizando los que no lo estaban, confesando y
    finalmente casándolos
    [aquellos] que no lo estaban;
    y dejamos en ellas treinta y seis iglesias levantadas y
    renovadas, y en cada una de ellas su catecista o
    fiscal
    ".

    La iglesia, en realidad, era entonces una
    construcción muy sencilla, donde cabía
    sólamente el altar y apenas el espacio para el oficiante:
    una obra que podía edificarse en unos pocos días,
    tal vez durante la misma estadía de los misioneros, o,
    más probablemente, encargando el fiscal de
    proceder a su construcción, para que estuviera dispuesta
    para la visita sucesiva. "Lo primero dispusieron que en todas
    las islas pobladas de indios, se hiciesen capillas o iglesias
    para que hubiese parte fija donde todos acudiesen a rezar i los
    padres misioneros supiesen donde habían de ir a
    parar
    ". El material utilizado en las capillas es sencillo y
    de escasa duración, así como modesta es la
    técnica de construcción, tratándose
    más bien de un techo para el altar, más que de una
    verdadera construcción. De allí la necesidad de
    renovarlas muy a menudo.

    A esta primera visita evangelizadora de Venegas y
    Ferrufino puede atribuirse el levantamiento o la
    renovación de una capilla en Achao, como señala
    Héctor Pacheco: "en una revisión que hice del
    Libro Trunco
    de Bautismo de la Iglesia de Castro (1708-1720), que se encuentra
    en los archivos del
    Obispado de Ancud, constaté que se nombra una capilla en
    el pueblo de Achao, en partidas del año
    1608
    ".

    Ya que antes de comenzar su misión los jesuitas
    habían recogido todas las informaciones disponibles acerca
    del archipiélago, de su gente y del modo de vivir,
    llegaron a las islas con un proyecto evangelizador
    específico para ese mundo fronterizo. Diferentemente de lo
    que ocurrió en otros contextos, en Chiloé los
    jesuitas no insistieron para reunir a los indígenas en
    centros urbanos, sino desde el comienzo se adaptaron ellos mismos
    a una población desparramada a lo largo de toda la costa
    marítima. De allí la idea de las "misiones
    circulares", las cuales constituían un lugar tanto de
    apoyo logístico para los sacerdotes durante su breve
    estadía, cuanto de convenio para los isleños.
    Lugares que recibieron denominaciones diversas: pueblo de indios,
    capillas, oratorios, misiones.

    Los criterios para individuarlos eran los siguientes: su
    accesibilidad desde el mar y por lo tanto una playa apta a las
    dalcas utilizadas por los misioneros en sus viajes; una
    población indígena en el entorno constituida por un
    centenar de familias, mejor si coincidía (como
    eféctivamente ocurría) con alguna estructura
    unitaria indígena. La estructura era el caví o
    aillarewe, que al mismo tiempo es una unidad territorial,
    familiar (todos los componentes pertenecen al mismo clan) y
    religiosa, en cuanto poseen una cancha común para celebrar
    el ngillatún: el rewe. De allí que la isla de
    Quinchao, que tal vez tenía unas 1000 familias
    indígenas, o más, diera lugar desde los comienzos a
    la fondación de una decena de capillas, relativamente a
    poca distancia la una de la otra.

    "Están los pueblos o rancherías a 2 o 3
    leguas y a esta distancia tienen hechas unas iglesias o ramadas
    para decir misa y levantada su cruz; a esta iglesia como a su
    parroquia se juntan todos aquellos indios de aquella comarca en
    dándoles la voz de que vienen los padres, a los cuales
    reciben todos con grande alegría, sabiendo que no vienen
    como los españoles para oprimirles y agraviarles, sino
    como verdaderos padres y pastores de sus almas, para consolarles
    y doctrinarles y administrarles los sacramentos e instruirles en
    buenas costumbres y darles lo que pueden de su pobreza.
    Quédanse allí los padres en cada iglesia por 6 u 8
    días, bautizando a los niños (que los adultos todos
    son cristianos), confesándolos a todos, y casando a los
    que tienen necesidad y acudiendo con gran solicitud y celo a todo
    lo que conviene para el bien de toda aquella nueva cristiandad.
    De esta manera dan vuelta a toda aquella isla, y luego otra y
    otra incansable-mente
    ".

    Algunas consideraciones permiten estimar que durante la
    primera estadía de los jesuitas en Chiloé surgieron
    las primeras tres capillas en la isla de Quinchao: Vuta-Quinchao,
    Achao y Chequián. Las dos primeras en cuanto permiten la
    evangelización de los dos costados principales de la isla,
    y en el contiempo, corresponden a las áreas de mayor
    densidad poblacional; la última en cuanto lugar proyectado
    a las islas menores a sur de Quinchao: Chelín, Quehui,
    Alao, Chaulinec y Apiao.

    La documentación de la época no ofrece
    referencias específicas relativas a la isla de Quinchao, y
    por lo tanto es necesario referir hechos y circunstancias de
    carácter más general, teniendo en cuenta que en la
    sociedad quinchaína anticipa de algunas décadas la
    evolución social del resto del
    archipiélago, en cuanto allí el elemento castellano
    se encuentra mayormente enclavado en el indígena, y el
    mestizaje se impone desde los comienzos: no sólo en su
    aspecto racial, sin sobre todo en aquello cultural,
    económico y social.

    La atención de los estudiosos vee en la "capilla"
    la componente central que anticipa la fondación del pueblo
    de indios. Este, sin embargo, es un punto de vista propio de una
    visión moderna y occidental. La realidad era diferente, en
    cuanto tenía mucho en cuenta la tradición
    indígena a la cual los jesuitas no se opusieron nunca, con
    tal que no anduviera en contra le los principios fundamentales
    del cristianésimo, mas, al contrario, trataban de volver a
    ventaja de la labor evangelizadora.

    El padre Venegas era chileno, hablaba perfectamente el
    mapudungún y, sobre todo, conocía bien las
    expresiones tradicionales de la religiosidad indígena y,
    en primer lugar, el significado del ngillatún o
    kamarikún, como acostumbraban decir los huilliches. Los
    mapuches nunca tuvieron "templos" ni ninguna clase de
    edificación de carácter religioso en cuanto sus
    rituales siempre se realizan en canchas destinadas unicamente a
    ese fin y que adquieren carácter de sacralidad permanente:
    los rewe.

    El primer paso de los jesuitas fue precisamente aquello
    de no contrastar la celebración del kamarikún, sino
    renovarlo presentando a la misa como una forma más
    apreciada por Dios para rezarle: y no es casual que los mapuches
    llamaran "ngillatún" a la "misa". Paralelamente aceptaron
    la sacralidad del rewe, el lugar sagrado, y la exaltaron,
    colocando a un extremo de la cancha el altar, en el lugar donde
    hubiera debido estar el püraprawe, la escalera sagrada.
    Así haciendo, crearon una continuidad devocional entre la
    celebración del kamarikun y la de la misa, y las ofrendas de
    los fieles se convirtieron en donaciones para los
    padres.

    El segundo paso fue aprovechar a toda ventaja de la
    cristianización algunas figuras propias de la organización indígena: el lonko y el
    ngenpín. El primero, para el cual en Chiloé se
    generaliza el término impropio de "cacique", mantiene su
    rol de responsabilidad logística y organizativa; el segundo viene
    reemplazado por el fiscal, con un rol muy subordinado al
    sacerdote, pero al cual se le atribuye sacralidad y mucha
    evidencia. La aceptación del modelo evolutivo
    kamarikún ® misa por la
    sociedad indígena, conduce así mismo a la
    aceptación de la substitución ngenpín
    ® fiscal. El nengpín era
    asistido por los amorikamañ y el fisla era asistido por
    algunos ayudantes, que mantuvieron esa misma denominación,
    y por los patrones. En fin, las máximas autoridades del
    caví poseían un símbulo de poder – la
    tokikura y el bastón de mando – y los jesuitas dan al
    fiscal un largo bastón terminado en cruz como
    símbolo de su poder.

    En esta evolución, rápida pero sin cisura,
    de la expresión religiosa mapuche a la cristiana, quedaron
    excluído los machis, como es inevitable, y no es casual
    que son los únicos personajes de la extructura indena
    precolonial que sobreviven intactos, o casi, durante la colonia y
    durante buena parte de la república.

    La introducción de la figura del fiscal fue
    esencial y central dentro del proyecto evangelizador jesuita, en
    cuanto respondía de manera optimal a numerosas exigencias.
    Eliminaba "el delicado problema derivado del hecho de que la
    nueva religión apareciese impuesta exclusivamente por
    hombres de otra etnía
    "; multiplicaba desde el aspecto
    logístico la labor de los padres y, siendo ellos tan
    pocos, les permite igualmente de atender a un gran número
    de feligreses; aseguraba la continuidad de la acción
    evangelizadora, no obstante la presencia discontínua del
    misionero; favorecía la integración de la sociedad indígena
    en la sociedad castellana, y trataba de asegurar alguna
    protección contra los abusos de los encomenderos. Este
    último aspecto, desde luego, fue profundamente contrastado
    por las autoridades administrativas que trataron, durante una
    intera década, de inpedir la formalización
    jurídica del rol del fiscal.

    Los jesuitas pusieron una grande cura en escoger a las
    figuras más adecuadas para cubrir el rol de fiscal y
    dedicaron algunos años para capacitarlos a cumplir con la
    misión que les encargaban. Los fiscales se seleccionaban
    entre los más capaces de los indios encomendados y,
    además, venían exentados "del sistema de
    encomienda o tributo, y por lo tanto, investidos de aquella
    dignidad y
    respeto que les reconocían los naturales sometidos a su
    tuición moral y espiritual, debiendo llevar como signo
    patriarcal la Cruz Alta
    " . De esta forma, sin embargo,
    alejaban del servicio a los indios más capaces, lo cual
    suscitaba oposiciones entre los encomenderos. La fiscalía
    fue un proyecto que nació en el mismo 1609; sin embargo,
    solamente en 1621 el gobernador Pedro Osores Ulloa
    autorizó formalmente su creación, con el
    reconocimiento jurídico de aquel rol, y desde el 1624 la
    estructura de la fiscalía encontró plena
    aplicación.

    La primera estadía de los padres Venegas y
    Ferrufino tenía el fin de asumir un conocimiento
    directo del archipiélago de Chiloé y de las
    innumerables islas entre la punta de Quilán, el extremo
    meridional de la Isla Grande, y el estrecho de
    Magallanes.

    Lo primero que constataron los dos misioneros fue el
    elevado despoblamiento del archipiélago: "Está
    toda poblada de gente, la cual, de un tiempo a esta parte, ha ido
    en gran disminución porque consta, por la minuta

    que se hizo hace diez o doce años, que había
    más de quince mil varones de lanza, sin contar a las
    mujeres e hoos chiquitos, y ahora no hay más de tres mil
    almas grandes y chicas en toda la isla, a causa de que las han
    ido sacando cada año los navíos que por allá
    van, y sólo los últimos años, con estar
    allí los de la Compañía que lo
    estorbábamos cuanto podíamos, y aun asi sacaron
    como cuatrocientos y los traen a vender acá abajo
    ".
    "Estorbaron" muy eficazmente, los jesuitas, y así
    agregaron otra razón al conflicto con
    las autoridades locales y con los encomenderos.

    Fig. 8a. "El sacramento de bautizo", de
    Guamán Poma 1615:627.

    Fig. 8b. "El sacramento de matrimonio", de Guamán Poma
    1615:631.

    Sin embargo, una disminución tan notable de la
    población indígena tuvo también otras
    causas: las pestilencias y las fugas. En efectos, una primera
    pestilencia de viruela arrasó con la población
    indígena alrededor de 1605, como relata al corsario
    Brouwer una colona quinchaína, Luisa Pizarro, viuda de don
    Jerónimo de Trujillo. Tampoco hay que subestimar la fuga
    de indios desde Chiloé hacia el norte, donde se unieron a
    los cuncos, y hacia el sur, donde se unieron a los chonos. Si
    bien es cierto que chonos y huilliches maloquearon constantemente
    entre ellos, sobre todos para robarse mujeres, sin embargo muchos
    entre los indios chilotes eran de origen chona, aúnque
    culturalmente mapuchizados, y para ellos buscar refugios en las
    Guaitecas era lo más natural. Esto puede explicar el hecho
    que todos los nombres de caciques chonos que la historia
    recuerda, son siempre y sin excepción nombres mapuches, lo
    cual hace suponer que los chilotes que arrancaron en los
    archipiélagos al sur de Chiloé, consiguieron
    imponerse socialmente a los indígenas del lugar, alcanzado
    el cacicado.

    Concluyéndose la fase preliminar de la
    evangelización de Chiloé, en la isla de Quinchao
    había una capilla para cada reducción
    indígena y, probablemente, la de Vuta-Quinchao era la de
    mayor dimensión, como lo sugiere su mismo nombre. La
    capilla ya no era una simple ramada que cada año
    necesitaba ser reconstruida, sino una construcción
    sólida, aúnque rústica, realizada con
    "unos postes de madera, con
    otros palos que se les arriman, se forman las paredes, i el techo
    cubierto de paja sobre algunas tijeras, sin que se gaste en toda
    suformación un clavo, porque todo va amarrado con unas
    raíces i yerba
    " .

    El viajero que en el año de gracia de 1624
    llegara a la isla de Quinchao, hubiera hallado a orilla del mar,
    allí donde ahora está la villa de Quinchao, una
    amplia cancha erbosa aproximadamente rectangular, con una grande
    iglesia en uno de sus lados menores, una grande cruz en el centro
    de la cancha, y a los dos costados mayores de la plaza algunas
    modestas habitaciones: una para los misioneros, para que tuvieran
    donde ir llegando a su misión, y las otras para el fiscal,
    que tenía su ruka al lado de la iglesia, aúnque
    viviera en otra parte, cerca de su campo. Tener una ruka al lado
    de la iglesia era una manifestación de autoridad
    moral y de prestigio. Y así la presencia de la iglesia se
    convierte en la semilla para el surgimiento del futuro pueblo. Un
    aspecto parecido lo tienen las explanadas en Achao, Chullec, o
    Huyar, y en otros lugarejos de las demás islas del
    archipiélago quinchaíno, donde, sin embargo, las
    capillas tienen una dimensión menor.

    Las ciudades coloniales nacen con un proyecto
    urbanístico predeterminado, donde las calles vienen
    trazadas perpendicularmente las unas a las otras a partir de una
    plaza central, símbulo de poder político, y
    sólo sucesivamente, en las manzanas determinadas por el
    trazado empiezan a surgir las casas de los particulares. En los
    pueblos de indios de Chiloé ocurre algo muy diferente. Al
    comienzo ya está la explanada, es decir el rewe del
    caví, la cual se encuentra siempre a orilla del mar, es
    muy amplia y de forma rectangular y alargada; luego surge la
    capilla y la habitación para los misioneros, y se levantan
    dos o tres casitas para el fiscal, el lonko y el patrón,
    usando para eso los costados mayores de la plaza; en fin, sin
    alguna regla urbanística, empiezan a construirse modestas
    cabañas para los feligreses, ocupadas únicamente en
    ocasión de la celebración de alguna festividad o de
    la llegada de los misioneros.

    El pueblo se desarrolla posteriormente: es desordenado y
    las casas no tienen alineamento alguno, teniendo como
    única regla la de no edificar a los costados de la
    iglesia. Esta, por su parte, desde los comienzos viene realizada
    con unos enormes aleros que puedan ser de abrigo para los
    feligreses. Y cuando llega el misionero, los costados de la plaza
    se llenan de ramadas temporáneas, donde los feligreses
    pueden alojarse, preparar su comida y, sobre todo, hacer trueques
    y socializar, tal como ocurría durante la
    celebración del kamarikún, y tal como ocurre
    todavía hoy en día durante las grandes fiestas
    patronales.

    Partes: 1, 2, 3, 4

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