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Acerca de la historia de la isla de Quinchao (página 2)




Enviado por trivero



Partes: 1, 2, 3, 4

5. La sociedad
quinchaína a comienzos del siglo XVII

Desde los comienzos del siglo XVII aparece ya muy
elevado el nivel de "mapuchización" de la sociedad
hispánica en Chiloé,
muy especialmente en la isla de Quinchao, donde, como
habíamos señalado, se anticipaba la dificil
integración entre el indio y el español y
donde el idioma mapudungún había desplazado al
castellano en el
uso cotidiano, como atestiguan ya en 1611 los misioneros jesuitas:
"…trataron de salir a correr las islas de aquel
archipiélago por las cuales andaban con notable gusto de
unas en otras, viendo cuan bien recibidos eran de los indios i
con las veras que se aplicaban a rezar i ser instruidos en su
mismo idioma, que es el mismo que tienen los indios de Chile en
la gramática y frase, auqnue varian en algunas
palabras y dialectos
[… y] todos los españoles
saben aquella lengua mejor
que la castellana, por el mucho trato que tienen con los
indios
".

En el aspecto social, en la isla de Quinchao, comenzaba
a producirse un primer intento de buena convivencia entre
criollos e indígenas, que anticipaba cuanto tendría
que ocurrir en todo el archipiélago. Un comienzo de
integración que se traducía en la
celebración de numerosos matrimonios entre castellanos e
indígenas: a lo cual contribuyeron, por un lado los
misioneros jesuitas, contrarios al amancebamiento que
parecía convertirse en regla, y por otro la costumbre de
incluir a los hijos mestizos entre los españoles. El
mestizaje fue más una necesidad que una elección,
motivado por la esasez de mujeres españolas y
también por la necesidad de incrementar la componente de
población que se identificaba con el
poder
colonial.

Fig. 9. Reconstrucción del probable aspecto de
Achao alrededor del año 1624. La capilla es rústica
aunque grande y firme: el techo es de paja y, tal vez, lo son
también las paredes; no tiene piso ni torre campanaria y
los grandes aleros laterales pueden cobijar a muchas personas. La
explanada era mucho más amplia que la actual plaza y
alcanzaba la orilla del mar: a sus dos costados habían
tres o cuatro ranchos (seguramente él del cacique y del
fiscal) y en
el costado sur, a un lado de la capilla, se encontraba las
pequeñas habitaciones de los misioneros con su
huerta.

Las ocasiones de integración entre
españoles y mapuches, frecuentes pero no masivas, no
modificaron la situación de explotación del indio,
aunque accentuaban el carácter social y clasista de aquella
relación, sobreponiéndose al aspecto propiamente
racial. También la estructura
tradicional indígena sufrió el trastorno causado
por la implantación de una sociedad clasista: el cacicado
de alguna forma entró a participar del sistema social
impuesto por
los conquistadores, participando en alguna forma a los
privilegios de los dominadores y convirtiéndose, en
algunas ocasiones, en un instrumento al servizio de los
encomenderos y para una explotación más rdaical del
indio. En el archipiélago de Quinchao, sin embargo, esta
degeneración del cacicado no se produjo y los lonko
siguieron siendo los defensores de su pueblo, en armonía
con los fiscales.

La sociedad indígena de Chiloé tampoco fue
afectada por el impacto del "dinero", como
ocurrió en el resto de América: la economía chilota era
tan pobre, que prescindió totalmente del uso de la moneda
o de la plata metálica y se fundamentó en el
trueque de los escasos productos
locales, siendo la tabla de alerce la unidad usual para comparar
el valor de las
cosas. Así mismo el metal fue tan escaso que las técnicas
de producción agrícola se modificaron
sólo marginalmente, aunque el trigo reemplazara a la
quínoa, así como el ganado ovejuno reemplazó
a los camélidos.

GOBERNADORES DE CHILE
(1610-1625)

GOBERNADORES DE CHILOÉ
(1610-1626)

1610-11

1611-12

1612-17

1617-18

1618-20

1620-21

1621-24

1624-25

Luis Merio de la Fuente

Juan de la Jaraquemada

Alonso de Ribera

Talaverano Gallegos (interino)

Lope de Ulloa y Lemos

Cristóbal de la Cerda y Sotomayor
(interino)

Pedro Osores de Ulloa

Francisco de Alaba y Nurueña
(interino)

1610-12

1612-16

1616-18

1618-21

1621-22

1622-26

Pedro de la Barrera Chacón

Gerónino de Peraza y Polanco

Francisco de Avendaño

Florián Girón de
Montenegro

Luis Castillo Velasco

Diego Flores de León

JESUITAS PRESENTES EN
CHILOÉ (1609 Y 1623)

1609-1610

1610-1613

1615- ?

1621-1623

Melchior Venegas, Juan Bautista
Ferrufino

Melchior Venegas, Juan Bautista Ferrufino, Mateo
Estevan

Melchior Venegas, Antonio Prada

Agustín Villaza, Gaspar
Hernández

Los encomenderos y los colonos asentados en Quinchao,
varias veces en el año tenían que transcurrir
algunas cortas temporadas en Castro, lo cual ocurría
principalmente en ocasión de las fiestas religiosas:
"en Semana Santa y Santo Domingo se reunían todos los
que se reputaban por vecinos de Castro, por más que
viviesen a muchas leguas de allí. Cada familia armaba
una ramada en que cobijarse esos días
". Más que
la piedad religiosa, lo que los empujaba a visitar frecuentemente
la capital de
Chiloé era la necesidad de mantener estrechas relaciones
con el gobernador provincial y con los componentes del Cabildo,
quienes asignaban tierras y encomendaban indios para el servicio.

Los desplazamientos en aquellos tiempos se realizaban
casi únicamente a través de dalcas y lanchas: de
allí que los españoles edificaran sus viviendas
preferentemente en los lugares más cercanos a la capital
de Chiloé, es decir en la costa occidental de la isla de
Quinchao: la bahía de Curaco, cuya implantación era
aventajada por el hecho de ser menos poblada, y el sector costero
comprendido entre Vuta-Quinchao y Chequián. Es así
que desde aquellos años en la ribera sur-occidental de
Quinchao se establecen algunas de las familias que, desde
entonces, vivirán en la isla y cuyos descendientes hoy
día son los vecinos de Achao y Curaco.

 

En las primeras décadas del siglo XVII se
afirmó la institución de la encomienda en el
archipiélago quinchaíno. Entre los datos más
antiguos a nuestra disposición encontramos los
siguientes:

  • en Vuta-Quinchao, ya anteriormente a 1605 aparecene
    como encomenderos don Joaquín de Rueda y su hijo don
    Dionisio Rueda (en segunda vida); desde 1615 hasta la mitad del
    siglo tenemos don Cristóbal de Vera y don Diego de
    Vera;
  • en Caguach, ya anteriormente a 1605 aparecen los
    nombrados Joaquín y Dionisio de Rueda;
  • en Alao desde la década de 1630 hasta el final
    del siglo dos (o tal vez tres) generaciones de Nieto, todos con
    el nombre de Alonso, se encuentran a cargo de la encomienda,
    aunque probablemente no sea de forma continuada;
  • en LinLin hacia la mitad del siglo XVII encontramos a
    doña Sebastiana González y luego a don Alvaro
    Barrientos Ayala;
  • en Apiao el primer enomendero de que tenemos noticias es
    don Felipe de Olavarría, entre 1653 y 1677.

No obstante las ocasiones de integración que en
Quinchao fueron más fecuentes y felices que en otras
áreas del archipiélago, y la elevada
"mestización" de la sociedad
chilota, entre castellanos y mapuches reinaba la mayor
desconfianza e incomprensión.

Para los castellanos, los indios son "enemigos
nuestros capitales
[…], exceden a los del
Perú en ser más animosos, más soberbios,
más fornidos, de mayores cuerpos y más belicosos, y
son mucho más bárbaros y temerarios, porque no creo
se ha hallado alguna nación
que no adorase alguna cosa y tuviese por dios; estos ni a Sol, ni
a Luna, ni estrellas, ni otra alguna cosa.
[…]
Grandes holgazanes, las mujeres trabajaban en todo lo
necesario; fuera desto, sin ley ni rey; el
más valiente entre ellos es el más temido; castigo
no hay para ningún género de
vicio; tienen muchos absurdísimos
.


"A padre ni a madre ninguna reverencia, ni
subjectión. Deshonestísimos, si no es a madre, a
otra mujer no
perdonan: el hijo hereda las mujeres de su padre, y al contrario;
el hermano del yerno, y si un hermano se aficiona a alguna mujer
de su hermano, por quedarse con ella y las demás, le mata;
entre estos hay grandes hechiceros que dan bocados para matarse
los unos a los otros y se matan fácilmente, y dicen
está en su mano llover o no. No adoran cosa alguna; hablan
con el demonio, a quien llaman Pilan. Dicen que le obedecen
porque no les haga mal. Muchos destos, aunque son baptizados,
niegan serlo
[…]; amancebarse con dos hermanas es
muy usado
[…]. No saben perdonar enojo, por lo cual
son vindicativos en gran manera; no creen hay muerte
natural, sino violenta
[…]. No tienen dos dedos de
frente, que es señal de gente traidora y bestial, porque
los caballos y mulas, angostos de frente lo son. Cada uno vive
por sí, una casa de otra apartada más de un tiro de
honda
[…].

"Finalmente, es gente sin ley, sin rey, sin honra,
sin vergüenza, etc., y de aquí se infirirá lo
que inferir se puede. Es entre ellos lenguaje de
dar la paz por estos tres años en los cuales nos
descuidarán y nos dividiremos, y descuidados y divididos
nos matarán y se quedarán en su infidelidad y
bestiales costumbres. Si el que gobierna no los puebla, como
habemos dicho, y quita armas y caballos,
y castiga a los culpados, después que se les ha notificado
la beninidad que con ellos Su Majestad usa, no habrá paz
en Chile
".

Aunque no dispongamos de documentos que
nos manifiesten el pensamiento de
los pobladores quinchaínos, es fácil imaginar que
gran parte de los castellanos del archipiélago
condividieran sentimientos tan rabiosos hacia los mapuches: la
derrota de Curalaba y la pérdida de las siete ciudades del
sur todavía era una herida abierta y un afronte al orgullo
hispánico. El origen osornino de tantos pobladores de
Chiloé, y sobre todo de la isla de Quinchao, explicaba
el "miedo al indio"
y la desconfianza que reinaba.

Sin embargo, la presencia jesuítica jugó
un rol muy positivo para favorecer la comprensión o, por
lo menos, una mejor convivencia entre las dos naciones. Desde
luego, la visión que los misioneros jesuitas tenían
de los mapuches – y en especial modo de los mapuches
chilotes que habían abrazado tan prontamente la religión cristiana
– era totalmente diferente: "Son ellos de natural tan
humilde, afable y apacible que obligan mucho a quien los mira con
ojos de Cristianidda, de amarlos y quererlos y para el evangelio
son los más aptos y proporcionados de cuantos he oído decir
hasta el día de hoy. Tienen juntamente el entendimiento
claro y perpicaz asentado y de suyo son muy inclinados a la
piedad y
religión
". 

Especular e igualmente negativa es la visón que
el indígena tiene del español. Así escribe
Felipe Guamán Poma dirigiéndose a los lectores
españoles: "no e hallado que
el yndio sea tan codicioso en oro ni plata,
ni e hallado quien deva cien pesos, ni mentiroso e ni jugador, ni
peresoso, ni puta ni puto, ni quitarse entre ellos,

[mientras] bosotros lo teneys todo y no obede[ceis]
a buestro padre y madre y […] rey y rinegays a
Dios, lo negays a pie juntillo. Todo lo teneys
[…]
y desollays a […] los [más] pobres
de los yndios.
[…] Un español gentil
tenía su ydolo de plata que lo había labrado con
sus manos y otro español lo habia hurtado de ello: fue
llorando a buscar su ydolo
[…]. Y bosotros teneys
ydolos en buestra hacienda y
plata…
".

Para el mapuche el castellano es un individuo tan
incomprensible, cuanto cruel. Para él que viene de una
cultura
igualitaria, la imposición de un sistema
rígidamente clasista es algo que no tiene sentido. Toda la
sociedad criolla le parece una contradicción inexplicable.
El isleño mapuche ha hecho suya la fe cristiana con una
naturalidad y expontaneidad que asombró a los mismos
misioneros: ¿cómo puede entonces conciliar las
enseñanzas de los jesuitas con el comportamiento
cotidiano de los españoles? él abandona su
tradición polígama: y entonces, ¿cómo
puede aceptar los harén de tantos encomenderos? los
misioneros le hablan de una religión de amor, pero en
los cristianos ellos sólo alcanzan a ver una avidez que
pasa por encima de cualquier principio moral, que lo
arraza con todo.

Dos mundos – el indígena y el
hispánico – que se enfrentan y se mezclan sin nunca
entenderse y que, sin embargo, en Quinchao, más que en
otros lugares, se absorben mutuamente y comienzan a
dialogar.

Fig. 10a. "Seis
animales que los pobres yndios de este
reyno temen: el corregidor, una sierpe; el
español, un tigre; el enco- mendero, un
león; el padre doctrinante, una zorra; el
escribano, un gato; y el cacique principal, un
ratón", de Guamán Poma 1615:708.

Fig. 10b. "El
corregidor castiga cruelmente a los caciques
principales", de Guamán Poma 1615:529.

A vanificar los propósitos de los jesuitas de
lograr armonía entre mapuches y castellanos contribuyeron
también los corsarios holandeses, cuya amenaza era siempre
presente en el archipiélago, siendo aquellos favorecidos
por el aislamiento en que quedó Chiloé
sucesivamente al füchamalón y al desastre de Curalaba
y la lentitud para socorrer a sus pobladores. Es así que
en 1615 Joris van Spilberg recorre las costa de Chiloé
para dirigirse hacia la isla de Santa María y amenezar
Concepción. Van Spilberg se abocó con los mapuches
de la isla Mocha y, si bien no resultan contactos con los de
Chiloé, todavía los españoles recelaban que
una vez más los caciques del archipiélago se
aliaran a los corsarios holandeses.

A partir del año 1625 se da un período de
estabilidad en el gobierno de la
Capitanía general, después del continuado
subseguirse de gobernadores, muchos de los cuales interinos, que
caracterizó los años entre 1610 y 1625. Si bien
esta continuidad política
también en Chiloé favorece el consolidamento de las
instituciones
administrativas, sin embargo el archipiélago, aislado del
territorio de la Capitanía, no logra desarrollo
alguno. Tanto el gobierno de la Capitanía en Santiago,
cuanto el virrey en Lima, tenían escasa
consideración para Chiloé (y así mismo para
los castellanos asentados en el archipiélago) y no
sólo no hacían nada para favorecer su desarrollo
economico, sino, al contrario, lo estorbaban e impedían el
nacimiento de cualquiera actividad productiva: en otros
términos, Chiloé se convirtió en una
"colonia de la colonia" y las autoridades tanto chilenas cuanto
peruanas, mantuvieron la ocupación del archipiélago
solamente por razones estratégicas, prescindiendo de
cualquier empeño para favorecer a éste
"último rincón" del territorio americano y a sus
pobladores.

Para la Isla Grande la construcción de navíos hubiera sido
una buena oportunidad de desarrollo en cuanto habían
excelentes maderas y buenos maestros carpinteros, tanto
indígenas como castellanos: sin embargo el Virrey
prohibió en todo el archipiélago la
construción de embarcaciones de dimensiones mayores y
sólo se permitió fabricar pequeñas lanchas
botes. Es así que los únicos productos que se
exportaban de la Isla eran tablas de alerce y ciprés,
mantas y algunos jamones. Por lo tanto no puede extrañar
que entre los últimos años del siglo XVI y los
primeros del siglo XVII, las condiciones de vida de los
españoles asentados en el archipiélago
experimentaran un gradual empeoramiento.

Por otra parte, hay que considerar tanto el aislamiento
de aquel mundo isleño, cuanto su incapacidad de atraer
nuevos colonos desde el norte, cuanto la comunanza en la forma de
vida entre el campesinado castellano y el mapuche. Así que
no obstante todos los factores contrarios, en todo el
archipiélago de Chiloé – y en forma
particular allá donde mayor era la convivencia entre
indígenas y castellanos, como ocurrió en Quinchao
– no obstante todas las contradicciones derivadas de la
institución de la encomienda y de sus abusos, gradualmente
se iba imponendo una forma de integración muy particular y
así se creó "un mundo que se vio obligado a
desarrollarse a "intramuros", autárquicamente
circunscrito, en contacto estrecho con los indígenas
domésticos, pero casi completamente desvinculado del
núcleo histórico de Chile Central. Esta vida
interna desconectada del continente implicó que hispanos e
indígenas empezaran a relacionarse, a contactarse,
influenciándose mutuamente, dando origen a un permanente
mestizaje biológico y total en el ámbito
cultural
[…que] afectó a todos los aspectos
de la cultura de ambas sociedades,
fenómeno generalizado y de manera homogénea en
todos los confines del archipiélago humano chilote.

[…]".

"Desde los inicios del siglo XVII, los
antiguos pueblos de indios comenzaron a tomar la fisonomía
de mixtos, porque en ellos convivían españoles,
indios y mestizos, a pesar de las leyes que lo
prohibían. La desproporción étnica inicial y
la superioridad aborigen de adaptación al medio insular
con despliegue de recursos, hizo
que la cultura, en muchos aspectos, haya tenido un movimiento de
indígenas a españoles, con fuerte ligazón,
propias de un mundo inclaustrado, sin contactos con el exterior y
moldeado por la geografía insular.
Esto permitió la creación de patrones o modelos de
conducta, formas
de vida transmitidas hasta hoy y un modo de concebirse
colectivamente
".

"Así, la historia de Chiloé
data del siglo XVI, geográficamente pertenecía a
Chile, pero no formaba parte política ni culturalmente del
país por las circunstancias históricas mencionadas
que, explican además que Chiloé presenta un rostro
característico y singular que se comenzó a formar a
principios del
siglo XVII con una realidad sociocultural distintiva.

[…] Relaciones humanas y sociales, tradición
religiosa y festiva, musical, de faenas, gastronomía, costumbres, creencias,
pensamiento mágico, mitología, lenguaje… adaptándose
conjuntamente: indígena y español, sin una percepción
consciente y sin notarse cómo se iba tramando una nueva
cultura para el mundo. Una cultura chilota y mestiza. Un pueblo
que en el siglo XVIII se diferenciaba nítidamente dentro
del continente latinoamericano, con su particular historia y
tradición, con su concepción de vida ligada al mar
y a la tierra de
islas
".

 

6. El desarrollo de
las misiones circulares (1624-1640)

Como habíamos dicho precedentemente, en el
año de gracia 1621 el padre jesuita Agustín
Villaza, rector del Colegio de Castro, había conseguido
del anciano gobernador de la Capitanía, Pedro Osores
Ulloa, licencia para crear los fiscales: sin embargo es solamente
a partir del 1624 que esta institución tiene plena
vigencia. Los quehaceres de la guerra de
Arauco y, sobre todo, las maniobras de los encomenderos chilotes
tardaron la aplicación de la disposición, temorosos
de perder a sus peones: "por esta razón [Villaza]
tuvo mucha dificultad el entablar estos fiscales, alegando que
se les hacía agravio en quitarles aquel peón.

[…] El gobernador Pedro Sores de Olloa declaró a
los fiscales exentos de todo trabajo
personal,
militar o consejil. Los padres quedaron facultados para presentar
en terna a los que juzgasen aptos para desempeñar este
cargo; iaunque la autoridad
civil no quiso desprederse de derecho de hacer los nombramientos,
los padres podían destituir por sí solos a los que
cumplieran mal su comisio
". El reconocimiento
jurídico de la figura del fiscal y el amparo que, de
hecho, aquel reconocimiento le aseguraba, contribuyeron en misura
importante a contener a los abusos de los encomenderos y a
valorizar la figura del misionero jesuita a los ojos del
indígena.

La idea de dar vida a la forma misional circular o
andante era parte integral y fundamental del proyecto de
evangelización de Chiloé desde la misma entrada de
los jesuitas en el archipiélago. En 1617, cuando el padre
Venegas volvió a Chiloé con el padre Prada, la
misión
jesuítica se hizo permanente y entonces los misioneros
pudieron dar grande espacio a la preparación de fiscales y
patronos. "La incorporación de seglares como
colaboradores en el proceso
religioso se da en distintas partes de América, sin
embargo, en ningún otro sitio se le entregó a estos
servidores
tantas atribuciones como en Chiloé. El diseño
de la Misión Circular no habría sido ejemplar, si
no fuera porque trataron al indio como sujeto de ese programa
religioso. De allí que empiezan incursionando en su
lenguaje y en su cultura como partida hacia una comunicación personal y profunda con esa
sociedad. Aquí los jesuitas levantaron una iglesia sin
sacerdotes.
" Fue así que desde entonces cada 17 de
septiembre salían desde Castro dos o tres misioneros, con
sus ornamentos de misa y tres altares portátiles con forma
de cajón, donde guardaban imágenes.
El territorio misional de los jesuitas de Chiloé, abarcaba
desde el sur de Valdivia hasta el Océano Atlántico
y hacia el sur hasta el Estrecho de Magallanes, misionando
también en las pampas argentinas hasta 1718, las que
abandonaron tras la muerte de
varios de sus miembros, a manos de mapuches.

GOBERNADORES DE CHILE
(1625-1646)

GOBERNADORES DE CHILOÉ
(1626-1640)

1625-1629

1629-1639

1639-1646

Luis Fernández de Córdoba

Francisco Laso de la Vega Alvarado

Francisco López de
Zúñiga

1626-27

1627-28

1628-30

1631

1631-33

1633-38

1638-39

1639-40

Tomás Contreras Lazarte

Pedro Páez Castillejo

Francisco de Avendaño

Dionisio de la Rueda y Lara

Fernando Alvarado

Pedro Sánchez de Mejorada

Juan Sánchez Abarca

Bartolomé Galeazo y Alfaro

JESUITAS PRESENTES EN
CHILOÉ (1625 Y 1640)

Agustín Villaza (1625->1637), Gaspar
Hernández (1625-1627 ?), Juan López Ruiz
(1625-1639, 1643-1654), Melchior Venegas (1626- 1630),
Juan del Pozo (1626-1639, 1642- ?, 1660- ?),
Pedro Torrellas (1632-1637), Francisco Vargas
(1630- ?), Luis Berger (1630- ?), Jerónimo
de Montemayor (<1640-?), Lázaro de las Casas
( ?).

La realización de la misión circular
acrece la impotancia de aquellas capillas que mejor se adaptan a
constituirse en lugar de salida para ulteriores recorridos de los
misioneros. Es el caso de Chonchi: allí tenían su
origen un recorrido que llevaba hasta Cucao y otro que tocaba
numeros pueblos de indios entre Chonchi y Queilen. De Queilen
salía el recorrido hacia el estreo de Compu, la isla
Tranqui y la bahía de Quellón, para rematar en
Cailín. Al extremo norte de la Isla Grande adquirió
importancia Quetalmahue y en el canal de Dalcahue fue Quetalco el
lugar de salida de las dalcas. En fin, en la isla de Quinchao, el
lugar más importante era seguramente Vuta-Quinchao, pero
muy pronto también se destacaron Chequián –
pues de su playa salían los padres a misionar a Chaulinec,
Alao, Meulín y Quenac – y Achao, referencia para
misionar en toda la costa nor-occidental de Quinchao, y para
salir hacia Llingua y Linlín. Curaco constituía un
caso diferente, pues allí había un mayor peso de la
población castellana, siendo minor la componente
indígena, así que su cura correspondía al
clero secular, por lo menos en la medida que podía atender
a su rebaño.

Probablemente Vuta-Quinchao y Achao se convirtieron
también en lugares de abastecimientos de los misioneros.
Allí tenían algunas cabañas donde alojar y
los fiscales tendrán cura de acudir sus huertas. La buena
armonía entre los fiscales y los misioneros no vino nunca
a cesar, y más en general con todos los cavíes,
pues los fiscales también colaboraban plenamente con los
caciques y, en muchos casos, entre sus hijos se escogían a
los fiscales. Si bien es cierto que la institución de la
encomienda era la casua primera del malestar de la nación
india, es
igualmente verdadero que la acción
de los jesuitas logró en muchas ocasiones componer los
pleitos, aunque no cesara el recelo recíproco.

A las muchas razones de desconfianzas entre castellanos
y mapuches, en 1626 se sumieron también los efectos
producidos por la real cédula que declaraba formalmente
terminada la experiencia de la "guerra defensiva", patrocinada
por el padre Luis de Valdivia, máxima autoridad
jesuítica en Chile. Esa misma resolución autorizaba
esclavizar a los mapuches rebeldes.

En Chiloé no había un estado de
guerra: sin embargo, ésto contribuyó no poco a
aumentar la tensión entre las dos comunidades y muy a
menudo la acusa de rebeldía movida a la comunidad
indígena era una coartada para justificar el reanudarse de
la lucrosa exportación de indios chilotes hacia la
Capitanía general y al mismo Virreino limeño. Sin
embargo, el desarrollo del sistema de las misiones circulares y
el creciente prestigio de los fiscales en todo el
archipiélago, a pesar de la oposición de los
encomenderos, lograron mitigar las consecuencias de la real
cédula y del reanudarse de la guerra de Arauco y, sobre
todo, impidieron la captura y la reducción en esclavitud de los
mapuches de Chiloé.

En 1625 el obispo de Concepción, fray
Jerónimo de Oré, "durante casi un año
recorrió el archipiélago, isla por isla

[… y] concluída la vista, el señor obispo
regresó a su sede con el P. Hernández dejando en la
isla a los PP. López y Villaza. El efecto inmediato de esa
visita fue la petición que su Reverencia hiciera al
Provincial de los Jesuitas para que en adelante se mantuvieran en
Castro cuatro Padres misioneros de aquella Orden
". Lo cual se
cumplió dentro de algunos años.

La mayor presencia de padres jesuitas en Castro se
tradujo en una visitación más frecuente de las
capillas más importante por el número de
indígenas anotados y por ser lugar donde concurrían
también indios de otras capillas menores. Es así
que Vuta-Quinchao empezó a ser visitadas por los jesuitas
también afuera del recorrido propio de la misión
circular: probablemente es en aquellos años que fue puesta
a disposición de los padres jesuitas parte de los frutos
de la encomienda quinchaína, constituida en
1605.

Esta crecida presencia, además, creó
limitaciones a los abusos de los encomenderos y logra impedir que
los indígenas del archipiélago sean esclavizados y
vendidos al norte. Por esta razón, a las malocas de los
chonos en los territorios más meridionales del
archipiélago, los chilotes, guiados por los encomenderos,
respondieron con análogas acciones en
las islas Guaitecas y Guayanecos: los encomenderos, impedidos de
esclavizar a los mapuches, trataban así de rehacerse sobre
los chonos que en cuanto autores de las malocas podían
considerarse "alzados" y, por lo tanto, podían
esclavizarse y venderse a los peruanos. Una vez más, la
intervención de los misioneros jesuitas fue exitosa:
"…asentaron los padres las paces con los indios de
Chiloé, con quienes tenían reñidas malocas
de unos con otros, las cuales duraron mucho tiempo
[…]
que los chonos venían a maloquear a los de
Chiloé, y los españoles con los indios los
salían a castigar i traían muchas piezas o personas
de mujeres o muchachitos prisioneros. Pero en esta ocasión
el padre Melchor Venegas compuso las diferencias, i quedaron en
paz
". Análogamente, Chiloé se convierte en una
base para maloquear los cuncos de la costa chilena y los
huilliches de la destruida colonia osornina. También
trataron los jesuitas de pacificar las dísputas con los
cuncos, pero sin resultados.

La protección ofrecida por los jesuitas a los
indígenas encontraba, desde luego, la oposición de
los encomenderos y de las autoridades castreñas, a las
cuales, en ocasiones, se asoció también el clero
seglar, más favorable al español y no siempre digno
del rol encubierto. La oposición del clero a los jesuitas
a veces se manifestó abiertamente a través de la
calumnia, como aconteció en 1636 cuando "un
clérigo casi incapaz de ejercer el ministerio sagrado

[…] levantó mil calumnias contra la
Compañía; y hallando apoyo en el señor
vicario de Castro, blasonaban entrambos de que habían de
echarla de aquella tierra
".

En los años 30 del siglo XVII, cuando la
situación social del archipiélago parece finalmente
tranquila, en la isla de Quinchao se crea una situación
particularmente favorable a la recíproca
integración.

Puesto que ésto todavía resultaba ser uno
de los sectores de Chiloé donde había más
población indígena, el elemento castellano
resultaba particularmente "perdido" en aquel contexto. La
escasez de
mujeres castellanas obligó las uniones entre ambas
etnías y la insistencia de los misioneros jesuitas
favoreció que en muchos caso se pasara de la convivencia
al matrimonio
formal, con la legitimación de los hijos: de allí
la plena asimilación del grupo mestizo
al hispánico, el cual "además de no llevar esta
denominación, integraba la república de los
españoles, con los mismos derechos que éstos,
aun para
[…] obtener mercedes de tierras y
encomiendas
". Así un a vez más Quinchao
anticipaba la evolución social que se iba a producir en
todo el archipiélago.

Además los castellanos asentado en Quinchao se
gozaban del microclima proprio de aquel sector del
archipiélago, más favorable a la agricultura,
así que podían conseguir de la tierra (y del
mar) algo más de riquezas que los otros castellanos de la
Isla Grande. Estos, sin embargo, más que a la tierra
miraban a los alerzales, ya que la producción de tablas de
había convertido en el principal rubro de
exportación de Chiloé. La tabla de alerce
había asumido una importancia muy particular, en cuanto
"por no circular dinero en Chiloé, los intercambios
entre chilotes y comerciantes peruanos
se hacían
teniendo como medida el precio de la
tabla de alerce. Por eso a la tabla se le llamaba ‘moneda
de madera
o ‘real de provincia’
". De allí que entre
los españoles asentados en Quinchao y aquellos de la Isla
Grande se creaba una diferencia en cuanto los primeros, en su
forma de vivir, se asemejaban más a los indios, hasta
alcanzar un buen nivel de integración, adoptando "como
suyas las formas aborígenes
[…] desde el uso
de la indumentaria india, hasta formas de relacionarse con el
medio
". Esta comunanza de vida hizo que los encomenderos
quinchaínos por lo general no se mostraran tan violentos y
opresivos como aquellos de la Isla Grande.

Sin embargo, la servitumbre a la cual son sometidos los
indios en el régimen de encomiendas – ya que no se
respetan las Leyes de Indias y las autoridades, tanto en Castro,
como en Santiago, quieren cegarse frente a las violaciones
evidentes – es la causa primera de una tensión
subterránea en la comunidad indígena del
Chiloé, que pudiera estallar a la primera ocasión.
Y no obstante la mejor relación con los castellanos,
tampoco Quinchao se aparta de este deseo de
rebelión.

Un anhelo que en Chiloé, cristiano, empieza a
conotarse de manera muy gran parte de la población
indígena se dirige hacia la explotación inhumana de
los encomenderos, distingüendo entre éstos y el mundo
hispánico, percibido positivamente: pues la
rebeldía chilota adquiere características propia de
"lucha de clase", sin
alguna reivendicación indipendentista. En
Araucanía, al contrario, es la "lucha nacional" de un
pueblo que no quiere ser sometido por otro y que quiere mantener
su propia independencia.
De allí que se mantienen contactos entre los mapuches de
Chiloé y del continente – se trata de los cuncos del
área comprendido entre el fuerte de Valdivia, única
posesión española en tierra mapuche, y el
río Maullín – en una alianza ocasional, pues
se persiguen objetivos
diferentes, en la cual se mantiene un ciero recelo de los
mapuches del mapu hacia los del archipiélago.

7. Los conatos de
rebelión de mediados del siglo XVII

Perdido los territorios al sur del Bío-Bío
durante el füchamalón de Pelantraru, los fuerte de
San Miguel de Calbuco y San Antonio de
Carelmapu, en aquellos tiempos pertenecientes al territorio
chilote, se convierten en las bases "para hacer desde
allí la guerra a los rebeldes de Osorno y Cunco
".
Estratégicamente, se trata de una guerra
importantísima, finalizada a mantener el control de la
costa entre Penco (Concepción) y el canal de los Coronados
(Chacao): por un lado, finalizada a impedir que quedara
desamparado un vasto sector ribereño, y por lo tanto
expuesto a la penetración holandesa, amenaza constante en
aquellos entonces; y por otro, para asegurar una continuidad
territorial entre la Capitanía General y
Chiloé.

GOBERNADORES DE CHILE
(1639-1655)

GOBERNADORES DE CHILOÉ
(1644-1658)

1639-1646

1646-1650

1650-1655

Francisco López de
Zúñiga

Martín de Mujica

Antonio de Acuña y Cabrera

1644-1647

1647-1648

1648-1649

1649-1650

1650-1653

1653-1654

1654

1654-1656

1657

1657-1658

Ambrosio de Urra Beamonte

Antonio Vidal Lazarte

Dionisio de Rueda Lara

Martín de Uribe López

Ignacio Carrera Iturgoyen

Francisco Pérez de Valenzuela

Ignacio Carrera Iturgoyen

Cosme Cisternas Carrillo

Juan de Alderete

Francisco Díez Gallardo

GOBERNADORES DE CHILOÉ
(1640-1644)

1640-1641

1641

1641-1642

1642-1643

1643-1644

Javier Cosme Cisternas

Juan de Arce

D. de la Rueda y Lara

Andrés Muñoz Herrera

Fernando Alvarado

JESUITAS PRESENTES EN
CHILOÉ (1640-1660)

Juan López Ruiz (1643-1654), Juan del Pozo
(1642- ?), Jerónimo de Montemayor (?),
Lázaro de las Casas (?)

En 1640, cuando Francisco López de
Zúñiga, marqués de Baides, era gobernador de
Chile y Cosme Cisternas Carrillo lo era de Chiloé, el
profundo malestar de la sociedad indígena de Chiloé
se tradujo en un intento de rebelión general. El
marqués de Baides, quien no ocultaba su amistad y
simpatía para los jesuitas, era favorable al retorno a la
guerra defensiva, también porque "al paso que el poder
español se había debilitado en Chile por las
epidemias y las deserciones de los soldados, los indios estaban
en una situación mejor para continuar la resistencia
".
Fue así que "el 6 de enero de 1641, […]
se reunieron españoles y mapuches por primera vez en
las paces de Quillín. Los jesuitas Alonso de Ovalle, el
padre Rosales y otros, hicieron el trabajo de
organización de este importante
encuentro.
[…] La paz de Quillín tuvo grande
importancia para los mapuches, ya que todos los parlamentos
posteriores se basarán en lo allí concordado:

[…] reconocimiento formal, por parte de España, de
la independencia de los territorios entre el
Bío-Bío y el Toltén. Se constituyó
éste en un territorio no perteneciente a la
Capitanía General de Cile, relacionado directamente
– como nación independiente – con la Colonia.
Tal condición no fue una ‘graciosa
concesión’ de su majestad, sino que costó
aproximadamente medio millón de muertos al pueblo
mapuche
".

Con las paces de Quillín parecía
finalmente acercarse el tiempo de la
buena convivencia entre la nación india y la
española, suprimiéndose la esclavitud y
alivianándose la servidumbre, gracias a la
intervención constructiva de los jesuitas, desde Penco
hasta Castro. Sin embargo pasaron sólamente dos
años y surgió otra causa de recelo. El 30 de abril
de 1643 apareció frente a la costa occidental de la Isla
Grande una escuadra naval de cinco navíos, al mando del
corsario holandés Hendrick Brouwer, experimentado marinero
y buen militar, quien se propuso de ocupar en Valdivia, en aquel
entonces despoblada, para crear un asentamiento holandés
luterano en la costa chilena, para apoyar la guerra contra la
España católica en el Pacífico
meridional.

Brouwer era un hombre ya
"anciano, pero conocido por su intrepidez y condiciones de
mando,
[…] hombre en todo el sentido de la palabra:
valiente, recto, íntegro, de un carácter tan
férreo que la dureza de su disciplina
llegaba a ser odiosa para sus subordinados
". Al momento de
acercarse al archipiélago, el corsario disponía de
una buena documentación acerca de Chiloé y de
sus habitantes, fruto de las precedentes exploraciones
holandesas, así que estaba bien enterados de los
sentimientos de insoferencia de gran parte de la población
indígena del archipiélago hacia las autoridades
castreñas y los encomenderos, pensando de volverla a su
favor.

Después de haber dedicados algunos días al
reconocimiento de la región y al trazado
cartográfico, el 9 de mayo de 1643 fondeó al frente
de la península de Lacuy e intentó abocarse con los
indígenas, pero sin éxito;
repitió el intento algunos días después, el
16 de mayo, pero se encontró con la presencia de algunos
españoles: en la refriega, éstos apresaron a un
holandés, mientras que los corsarios se llevaron a una
anciana india con sus dos chicos, con la cual no pudieron
entenderse en cuanto los tres hablaban tan sólo
mapudungún. Molesto por haber fracasado sus primeros
intentos de abocamientop, el día 20 de mayo Hendrick
Brouwer desembarcó en la costa de Carelmapu y sostuvo un
encuentro con la tropa chilota, capitaneada por el gobernador del
archipiélago, don Andrés Muñoz Herrera, el
cual murió en la refriega. Dispersados los castellanos,
Brouwer incendió el fuerte de Carelmapu. Luego
decidió de dirigirse hacia Castro, para apoderarse de la
villa.

El proyecto fundamental del holandés
seguía siendo el de apoderarse de manera estable de una
plaza en la costa al sur de Penco, para dar comienzos a una
colonia holandesa en la costa americana del Océano
Pacífico, lo cual era insostenible sin el apoyo de la
población indígena. Se resolvió, entonces, a
intentar otros abocamientos antes de dirigirse a la capital del
archipiélago. Fracasado el primer intento en la
bahía ancuditana, las otras áreas donde el corsario
suponía de poder encontrar buenos apoyos, en base a la
documentación de que disponía, eran el sector de la
Isla Grande hacia la punta de Tenaún, y la isla de
Quinchao: éso, en cuanto eran los dos sectores con mayor
población indígena – y por lo tanto en grado
de asegurarle aportes importantes en eventuales combatientes
– y donde tenía motivaciones para creer que hubiese
más desasosiego hacia el dominio
castellano. La última dédaca de mayo y los primeros
días de junio, los holandeses los emplearon en realizar
fulmíneas incursiones contra los asentamientos de los
colonos españoles, apoderándose de lo necesario
para sustentarse y tanteando la posibilidad de favorer un
levantamiento general de la población
indígena.

A este propósito, consiguió algunos cautos
apoyos en la isla de Quinchao (y tal vez también en otros
sectores). Cautos y recelosos, en cuanto los ancianos bien se
acordaban de haber pagado un precio muy cruel por haber sostenido
a Baltasar de Cordes cuando éste había asaltado a
la ciudad de Castro (19 de abril de 1600). Utiles para conseguir
las necesarias informaciones y para realizar correrías en
contra de los colonos, pero insuficientes para crear un
asentamiento estable para sus compatriotas.

El 6 de junio de 1643, Hendrick Brouwer atacó la
villa de Castro sin encontrar resistencia
alguna, en cuanto la misma había sido abandonada por sus
habitantes (el jesuita Jerónimo de Montemayor había
organizado la huida de la población castreña
mientras otro jesuita, Lázaro de las Casas, con algunos
soldados había arrancado con un lanchón para
alcanzar Concepción, llevando consigo un holandés
prisionero, y así dar cuenta de la invasión
holandesa). Los holandeses incendiaron la ciudad y arrasaron con
los campos que la rodeaban.

Viendo que el apoyo indígena en Chiloé era
insuficiente para realizar sus planes, "los holandeses
ocuparon el mes siguiente en explorar la isla de Chiloé y
realizar algunas correrías en contra de los asentamientos
españoles que encontraron. Esto
[les] hizo
comprender que si trataban bien a los indios, podrían
concertar una alianza con ellos que les permitiera expulsar a los
españoles del sur de Chile
". Nuevamente encontraron
apoyos en la isla de Quinchao, "donde cogieron mucho ganado de
los mismos P.P. y de otros vecinos
 […
y] trataron enseguida de levantar los naturales de aquel
archipiélago contra los españoles; mas por mucho
que hicieron y dijeron, no lograron seducir más que a unos
pocos
".

Fig. 11. Indios de Chiloé, de Margraf
1648

Fig. 12. Taleros holandeses de la mitad del siglo
XVII.

Sin embargo, no fueron tan pocos los indígenas de
Chiloé que se unieron a Brouwer, porque cuando
después de haber vuelto a ocupar Carelmapu (11 de julio de
1643) los corsarios se dirigieron hacia Valdivia, desde el
comienzo su objetivo
principal, se les habían unidos "300 indios con
sus familias
". Y Barros Arana precisa que: "Muchos indios
de Chiloé que habían auxiliado a los holandeses,
temerosos, sin duda, de las venganzas de los españoles, y
deseando libertarse de la esclavitud a que vivían
sometidos bajo el régimen de las encomiendas, se mostraban
dispuestos, como ya dijimos, a acompañar a los invasores,
y habían obtenido que éstos transportaran en los
buques a las mujeres y a los niños,
ofreciéndose ellos a seguir su viaje a Valdivia por los
caminos de tierra. «Cuando estuvieron prontos para partir,
dice la relación holandesa, se les dio noticia de que los
españoles les cerrarían con fuerzas considerables
el camino de Osorno. Con este motivo pidieron se les permitiese
hacer el viaje en los buques, lo que se les concedió,
recibiendo en ello gran contento. Lo mismo que las mujeres y los
niños que ya se habían embarcado, fueron estos
indios distribuidos en los cuatro buques, formando entre todos un
total de 470 personas. Llevaban consigo abundantes provisiones de
cebada, arvejas, habas, papas, ovejas y cerdos para su
sustento»
". 

Los holandeses reciben apoyos también en
Carelmapu: "los indios, que al principio habían huido
de los invasores, comenzaron a acercarse y a entrar en trato con
ellos. Cuando supieron que éstos eran enemigos de los
españoles, se mostraron todavía más afanosos
en servirlos y en darles todas las noticias que pudieran
interesarles
".

Los relatos antiguos nada nos dicen acerca de la
procedencia de aquellos indios de Chiloé que se unieron a
Hendrick Brouwer: pero es razonable imaginar que fueran sobre
todo quinchaínos, en cuanto en Quinchao es donde el
holandés consiguió mayores ayudas y, por lo tanto,
donde habían mayores temores de las venganzas de los
españoles.

Inicialmente los cuncos de los entornos de Valdivia
apoyaron a Brouwer. Sin embargo, el anciano corsario, tras una
larga enfermedad, 7 de agosto de 1643 murió y su sucesor,
Elías Herckmans no supo mantener su visión
estratégica y comenzó a presionar a los mapuches
para que les consiguieran oro, pues erróneamente pensaban
los holandeses que el sur de Chile fuera rico de aquel metal.
Además, se hizo muy evidente la intención de los
holandeses de establecerse en la abandonada ciudad en forma
estable, de echo sustituyéndose a los españoles.
Todo esto suscitó la desconfianza de los indios, que al
final abandonaron los corsarios a su destino y les negaron
mayores ayudas. El 28 de octubre de 1643 los holandeses
levantaron las anclas y empezaron el viaje para regresar a
Brasil.

El intento de Brouwer fu aquello que anduvo más
cercano del éxito y, de no haberse muerto, tal vez el
anciano corsario hubiera logrado crear una colonia holandesa
entre Penco y Chiloé para, sucesivamente, ocupar el
archipiélago. Así es como lo vieron las autoridades
de Concepción y de Castro, que tomaron todas las
necesarias medidas; también en Lima el Virrey, don Pedro
de Toledo y Leiva, se dio cuenta del peligro y trató,
aunque con mucho retraso, de enviar un buque hacia el
archipiélago, al mando del capitán Alonso de
Mujica.

Por mientras, la atención de las autoridades tanto de la
Capitanía, como del Virreino, "estaba fija en el
peligro de una nueva expedición holandesa a las costas del
Pacífico. En España y en América se hablaba
de los grandes aprestos que los holandeses hacían en el
Brasil para enviar a Chile una escuadra de dieciséis naves
con un ejército de tres o cuatro mil hombres de
desembarco, contra el cual era urgente
prevenirse
". Por lo mismo, trataron
de usar discernimiento y moderación para castigar a los
mapuches que ayudaron a los holandeses.

En Chiloé la ayuda indígena
presentó características muy diferentes de cuanto
había ocurrido en ocasión de la aventura de
Baltasar de Cordes: éso porque los mapuches del
archipiélago ya no estaban animados de un sentimiento
contrario a los españoles, sino su rabia se dirigía
a la institución de la encomienda y hacia aquellos
castellanos – encomenderos, colonos y autoridades –
que los maltrataban en menosprecio a las leyes reales. De
allí que no hubo alguna participación
indígena en la destrucción de Castro, mientras
sí la hubo en las malocas en contra de algunos
asentamientos españoles: es decir, la lucha
indígena fue muy selectiva. Por la misma razón, fue
igualmente selectivo el castigo de las autoridades
castreñas, las cuales ya no tenía en contra quien
ejercitarlo, pues los que colaboraron con los holandeses, los
habían seguido en su aventura a Valdivia y no
habían vuelto a Chiloé. Por lo tanto, es de
presumir – pues faltan informaciones escritas – que
las uatoridades castreñas se limitaron a castigos
ocasionales y la principal consecuencia de la empresa de
Brouwer para los indígenas de Chiloé pudo haber
sido el hecho de que los españoles nombraran un cierto
número de caciques de su plena confianza, en lugar de las
figuras tradicionales.

La destrucción de Castro y, sobre todo, de tantos
asentamientos chilotes, empobreció ulteriormente un
archipiélago ya tan pobre. A lo cual se sumaron las
consecuencias de un terremoto muy violento que en 1646
sacudió el archipiélago. Fue así que el
cabildo castreño, no obstante la oposición del
gobernador, valutó seriamente la hipótesis de abandonar el
archipiélago y reasentarse en Valdivia, para desde
allí tratar de reconstruir Osorno. Este plan llegó
hasta la corte limeña, encontrando una incial
aceptación: "Con el objetivo de reconcentrar más
la población española del reino de Chile, y de
procurarse gente con que llevar a cabo ese plan, el Virrey
había aceptado la idea de abandonar Chiloé, que a
juicio de sus consejeros era un territorio miserable y sin
provecho alguno, y de trasladar a Valdivia los habitantes del
archipiélago
". Sin embargo, el mismo gobernador
chilote, Dionisio de Rueda Lara "consiguió demostrar al
Virrey «que el pasar la gente de Chiloé a Valdivia
no era dar fuerzas a aquella fortificación, sino aumentar
las del enemigo». En efecto, la despoblación del
archipiélago por los españoles, habría
dejado a los indios de las islas y de la región vecina en
libertad para
juntarse con los de Osorno y su comarca, y hacer más
difícil la existencia de la ciudad que se quería
repoblar
". Abandonada la idea de despoblar al
archipiélago, se procuró de todas maneras de
repoblar Valdivia con nuevos colonos provenientes del
norte.

El Virrey culpó el Capitán General de
Chile, el marqués de Baides, de haber cometido muchos
errores en aquellas circunstancias y lo reemplazó con don
Martín de Mujica, el cual llegó a la ciudad
penquista para hacerse cargo de su rol solamente en el mayo de
1646.

No obstante la moderación demonstrada por las
autoridades castreñas en aquella ocasión, la ayuda
asegurada por numerosos mapuches de Chiloé a los corsarios
holandeses hizo volver atrás las relaciones entre las dos
naciones y vino a menos aquella convivencia e integración
lograda por los jesuitas.

Las paces de Quillín, celebradas en 1641
ratificada por el Rey de España, Felipe IV, con la
cédula del 29 abril de 1643, "fueron recibidas con
escepticismo general
", y los únicos que en ellas
habían repuestos grandes esperanzas eran los jesuitas.
"Los indios mantenían cierta tranquilidad mientras
estaban con el ejército español en sus proximidades
o a la vista; pero si éste se alejaba, ellos iniciaban el
robo, el atraco y el salteo. En gran parte, hay que reconocerlo,
se mantenía vivo este ánimo de rebelión, por
la guerra de exterminio que los españoles les
hacían
[…] con el propósito de
presentar a los prisioneros que lograban tomar, como si fueran
cautivos destinados a la esclavitud por ser tomados en actos de
guerra, lo que permitía venderlos y hacer un buen negocio.
Esto, como se comprenderá, engendró abusos
incalificables y, como respuesta natural, indujo a los araucanos
a la rebelión y a un odio sin límites
hacia el español
". Sin embargo, las paces suscritas en
Quillín crearon un marco de referencia para todos los
parlamentos que se celebraron entre mapuches y españoles
durante la colonia y las primeras décadas de la
república, y no obstante las frecuentes violaciones por
ambas partes, los lof que las habían pactado trataron de
mantenerse fiel a su espíritu.

Sin embargo, mientras la firma del Rey de España
vinculaba, almeno jurídicamente (y moralmente) a todo el
mundo hispánico, en cuanto unitario y jerárquizado,
las firmas de los lonkos mapuches empeñaba
únicamente a sus lof, no habiendo entre ellos alguna
autoridad de carácter nacional. Y es así que los
pewenches y los cuncos no se sintieron de ninguna manera
vinculado a aquel tratado y estos últimos siguieron
enfrentándose con frecuencia a los españoles, y
tratándo de comprometer en sus malocas también a
los huilliches de Osorno y de Chiloé.

En 1650 asumió el rol de Gobernador de la
Capitanía de Chile don Antonio de Acuña y Cabrera,
hombre débil y dominado por los hermanos de su esposa,
doña Juana de Salazar, muy vinculado al comercio de
esclavos, a los cuales confió respectivamente el cargo de
Sargento Mayor y Maestre de Campo del ejército en
Concepción. Al momento de asumir el mando de la
Capitanía, había mucha inquietud entre los
huilliches, pero también se daban señales
de "que los indígenas de Calle-Calle, Osorno, y aun los
de Chiloé, practicaban algunas gestiones de paz
".
Finalmente el 24 de enero de 1651 se celebró un parlamento
en Boroa, donde el jesuita Diego de Rosales actuaba como
consejero del gobernador. Las paces sembraban bien asentadas,
aunque los encomenderos y los cuñados del gobernador
criticaran abiertamente aquella resolución y demandaran
que se realizara una campaña general de guerra contra los
mapuches.

A las pocas semanas de haberse celebrado el parlamento
en Boroa, los cuncos – que no había partecipado a
tal encuentro, ni mucho ménos lo había suscrito
– asaltaron a un grupo de unos 30 náufragos
españoles y los mataron a todos. Esto episodio, grave pero
muy circunscrito a un grupo cunco, les aseguró a los
fautores de la guerra el necesario ‘casus belli’ para
convencer al débil gobernador a realizar una
campaña militar de vastas proporciones cruzando toda la
Araucanía para castigar los huilliches y los cuncos de
todo el ampio territorio comprendido entre Valdivia y
Chiloé. Las lisonjas de su esposa convencen al
débil gobernador, Antonio de Acuña, que será
él quien logre ¡finalmente! pacificar a la
Araucanía y acabar con una guerra que dura desde hace
más de un siglo. A lo cual dedica buena parte de 1652 y
1653 a peparar una campaña de grande proporción, no
obstante desde Boroa hasta Chiloé les avisaran que
había el riesgo de una
sublevación general de todos los mapuches del sur,
además de los cuncos.

A fines de 1653 se dan algunos abocamientos entre los
mapuches de Chiloé, y en modo particular los de Quinchao,
Llingua, Linlín y Meulín, y los cuncos para planear
su partecipación a una sublevación general, pero el
gobernador en Castro, Ignacio Carrera Iturgoyen, logra enterarse
de los hechos y hace ajusticiar numerosos caciques sospechados de
haberse aliados a los cuncos. La dureza de la reacción de
las autoridades castreñas es tal que la situación
parece precipitar: sin embargo el jesuita Juan López Ruiz
tuvo que empeñarse en "sosegar los ánimos muy
alterados de los indios de Chiloé por la pérdida de
muchos caciques por dicho intento de
rebelión
".

Entre tanto, las tropas españolas al mando de
Juan de Salazar, cuñado del gobernador Acuña,
sufrieron una gravísima derrota de parte de los cuncos a
las orillas del Río Bueno (11 de enero de 1654). No
obstante lo ocurrido y los consejos de muchos responsables de
diferentes plazas a directo contacto con el mundo mapuche, sigue
el Gobernador en su propósito de preparar una
campaña de guerra, desencadenando la rebelión
generalizada de los mapuches que veían traicionado cuanto
pactado en Quillín. "Hasta el gobernador de
Chiloé avisó que los proyectos de
rebelión se habían trascendido en aquellas
islas
".

El gobernador Acuña dejó en las manos del
inepto cuñado Juan de Salazar el mando del ejército
penquista, el cual a partir del 14 febrero de 1655 tuvo que
enfrentar una rebelión general de los mapuches, subiendo
numerosos reveses y sólamente en 1662 los castellanos
lograron placar el alzamiento mapuche.

También el gobernador de Chiloé, Cosme
Cisterna Carillo, logró poner en armas unas 700 personas,
entre españoles e indios aliados, con los cuales
entró en las tierras de los cuncos para unirse al
ejército de Juan de Salazar.

Cuando finalmente regresó a Chiloé, a
fines de 1655, Cosme Cisterna tuvo sentores de que también
los mapuches chilotes erstuvieran a punto de alzarse y unirse a
los cuncos y huilliches rebeldes: y estaba en lo cierto, pues
"trataron los indios chilotes con gran secreto de alzarse
(estarían sin duda, convocados por los de Chile que ya
estaban en este tiempo alzados) como lo habían concertado.
Dieron parte a los cuncos, señalando el día que
habían de venir para ayudarles
". Entonces hizo apresar
siete indios, entre los cuales había también un
cacique que sabía amigo de los españoles, al cual
aseguró "mucho agasajo, tratándole como libre.
Vistióle muy bien, sentóle a su mesa, dióle
a su mujer i libertad a un sobrino suyo
" y éste no
vaciló en traicionar a sus compañeros y le
contó al gobernador Cosme de la existencia de un quipu en
el cual se fijaba dentro de tres días el alzamiento
conjunto de los indios chilotes y cuncos, "para acabar con los
españoles
". A la cabeza de la rebelión estaba
Clupillán, un cacique cunco, y en Chiloé
habían adherido alrededor de 50 caciques, es decir una
parte significativa de los lof del
archipiélago.

Cosme Cisterna Carrillo hizo inmediatamente ahorcar a
los 50 caciques, no obstante lo cual hubo igualmente un intento
de sublevación, que fue ahogado fácilmente y que
comportó que otros 16 caciques fueran ahorcados, entre los
cuales se encontraba Francisco Deleo, "cacique de una isla
hacia el Estrecho,
[…] que había dado
secretamente bastimento al holandés que años antes
entró por el estrecho, cuando quizo poblar
Valdivia
".

La tensión en Quinchao y en todo el
archipiélago era enorme: sin embargo, la sociedad
indígena había quedado descabezada, con gran parte
de los caciques ajusticiados, otros renovados, y la misma
institución del cacicado envilecida, tanto a los ojos de
los españoles, cuanto de los mismo indios.

Para reconstruir la necesaria convivencia, otra vez
intervinieron los jesuitas, quienes recorrieron "las islas con
seguridad,
exhortando a todos los indios a la fidelidad a Dios i al
rei
". Después de una década caracterizada por
los intentos de rebelión de los mapuches chilotes, en los
comienzos de 1656 la situación volvía tranquila,
por lo menos en apariencia, pues las heridas creadas por los
conflictos y,
sobre todo, por la cruel explotación creada por el
régimen encomendero, estaban muy lejos de ser
sanadas.

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