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Doce Fragmentos




Enviado por sergioluisk



    .Esa mañana desde temprano una densa neblina
    cubrió la ciudad. Londres parecía haberse
    trasladado a Paris y era harto difícil poder ver
    siquiera la vereda opuesta del boulevard. La niebla se colaba
    dentro de las casas como densas nubes de humo que invadían
    las piezas generando una extraña sensación. Ahora
    al fin del día el mal clima
    persistía y la oscuridad iba ganando las calles mientras
    también se instalaba dentro de la casa. El se encontraba
    metiendo sus ropas en bolsas y cajas que había
    traído de la calle. Ni siquiera tenía una valija
    disponible. Ella desde la puerta no hacía mas que mirarle,
    desafiante y cual un rito de guerra
    metódicamente cada tres minutos le gritaba: ¡Estoy
    feliz de que te vayas! Estoy feliz de que te vayas! ¿Me
    escuchas?

    Fue como una aparición: Ella estaba sentada, en
    el medio del banco,
    completamente sola, al menos él no vio a nadie,
    deslumbrado por sus ojos. En el momento en que el pasaba ella
    levantó la cabeza; Marcos se inclinó
    voluntariamente, y cuando estuvo mas lejos se volvió para
    mirarla. Tenía un sombrero de paja con cintas fucsias que
    ondulaban al viento detrás de ella.

    Sus crenchas negras que contorneaban la punta de sus
    grandes cejas, descendían hacia muy abajo y
    parecían oprimir amorosamente el óvalo de su
    rostro. El traje de muselina clara con lunarcitos, caía
    formando numerosos pliegues; se ocupaba en leer algo y su nariz
    recta, su barbilla y toda su persona se
    destacaban sobre el fondo de la atmósfera
    azul.

    Una noche de agosto – tenía entonces 18
    años- la arrastraron a la feria de Montmartre.
    Rápido quedó aturdida, estupefacta por el estruendo
    de los murguistas, tanta luz en los
    árboles, tal mezcolanza de vestidos,
    encajes, cruces de oro y tal
    confusión de gente saltando al mismo tiempo. Se
    mantenía apartada modestamente, cuando un muchacho de
    aspecto acomodado, que fumaba en pipa, vino a invitarla a bailar.
    Le convidó con sidra, bollos, le compró un
    pañuelo y, suponiendo que ella le había adivinado,
    se brindó a acompañarla. A orillas de un campo de
    arena la revolcó brutalmente. Ella tuvo miedo y
    empezó a gritar. Él se alejó.

    Otra noche, en el camino de Avignón, quiso
    adelantar a una procesión de fieles que avanzaba
    lentamente, y al pasar rápidamente reconoció a
    Guillermo.

    Este la abordó con aire de
    tranquilidad, pidiéndole perdón por todo, porque
    "la culpa era de la bebida". Ella no supo que responder, y
    tenía ganas de escaparse.

    Enseguida habló de las cosechas y de los
    personajes del pueblo, porque su padre se había trasladado
    desde la campiña a la granja de los André, de
    manera que ahora iban a ser vecinos. "¡Ah!", dijo ella.
    Agregó él que pensaba casarse.

    Desde luego no tenía ninguna prisa y aguardaba a
    encontrar una mujer que le
    gustara. Le habló de los viñedos de sus abuelos, de
    su casa de campo, de las caballerizas, de la gente de la ciudad
    Luz, le habló, le habló, le habló,
    …hasta que no pudo resistir el mirarle a los ojos, ver sus
    labios entreabiertos incitando al beso, sentir su aliento
    dulzón por el tabaco que rozaba
    su mejilla, ya no podía pensar…y allí
    nomás estrelló su boca con la de él y sus
    lenguas se trenzaron y recorrieron juntas la profundidad del
    beso.

    El siguió metiendo sus cosas en las bolsas, y lo
    que no entraba en las bolsas ni cajas lo envolvía con una
    manta y lo ataba con cordel.

    ¡Hijo de puta! Estoy re contenta de que te vayas!
    Empezó a llorar. No tienes huevos siquiera para
    enfrentarme, no? Mírame a la cara, cobarde! Entonces ella
    vio el retrato del niño encima de la cama y lo
    agarró. El la miró; ella se secó las
    lágrimas y lo enfrentó con la mirada, y
    después se dio vuelta y se volvió al living.
    Devuélveme eso, le ordenó él.

    Termina de empacar tu inmundicia y lárgate,
    contestó ella.

    El no contestó, terminó de cerrar las
    cajas y los bultos, se puso el único abrigo que le
    quedaba, miró a su alrededor como despidiéndose del
    espacio, apagó la luz y fue hacia el living. Ella estaba
    en el umbral del porche con el niño en brazos. Quiero el
    niño, dijo él.

    ¿Estás loco?

    No, pero quiero el niño. Mandaré a alguien
    a recoger sus cosas. A este niño no lo tocas, le
    advirtió ella.

    Cientos de veces volvió al mismo banco,
    recorrió el espacio buscándola en cada
    rincón de la plaza, buscó su perfume que juraba
    percibir, aunque nunca había estado
    más cerca que cinco metros.

    El era de esos que creen que uno puede oler a la
    distancia, recorriendo el cuerpo con la mirada,
    escudriñando los ojos y percibir en ellos los aromas
    más íntimos, la suavidad de la piel, imaginar
    el roce de los cuerpos, la fusión de
    las pasiones una y mil veces hasta caer agotados de placer y de
    lujuria, de amor y
    desenfreno, de locura viva y de perfiles muertos. Todo eso por un
    par de ojos, una vida a través de ellos. Una tarde
    creyó verla sentada como aquella vez, corrió
    desenfrenadamente los casi cien metros que los separaban, casi
    pierde el equilibrio al
    tropezar con una burda raíz de un árbol gordo que
    emergía por sobre el suelo, pero
    siguió en pié, agarrándose de la estatua de
    la niña virgen, y al volver nuevamente la vista al banco
    dióse cuenta que había desaparecido. Habrá
    sido una realidad o fue simplemente una jugada de la mente
    enamorada que pintó su figura delante de sus ojos para
    enceguecerlo y ponerlo en veloz carrera?

    Los encuentros se fueron repitiendo y la pasión y
    el desenfreno fue en aumento. Nunca pudo olvidar la primera vez
    que unieron sus cuerpos. Fue un choque que la hizo vibrar y arder
    de gozo al mismo tiempo. No podía contener las
    lágrimas ni dejar de temblar entre sus piernas,
    entrelazadas, casi dos cuerpos en uno, que se unían y se
    desunían en esa mágica danza
    frenética y apasionada, cual ceremonia tribal alrededor
    del fuego, fuego por fuera y por dentro, por los costados y por
    todo el cuerpo. Al fin, acabaron al unísono entre gritos y
    suspiros, para dejar calmar el río antes de volver a
    empezar nuevamente la travesía. Cómo no emocionarse
    ante semejante acto, supremo, sublime, volar con los pies sobre
    la tierra,
    algo que jamás hubiera creído posible.

    Rebeca era su nombre, menuda su figura, grácil y
    tierna su presencia, pero su aparente fragilidad contrastaba con
    su fortaleza de roble y sus pequeños músculos
    fibrosos escondidos debajo de sus ropas holgadas y sin
    gracia.

    En sus 45 años nunca una mano varonil la
    había tocado, salvo algún roce casual en las
    calles, o en algún mercado
    atiborrado de gente. Ella eludía especialmente los lugares
    concurridos, y más aún donde había muchos
    hombres. La presencia de un hombre a menos
    de un metro la alteraba, le generaba cierta sensación de
    malestar que la llevó en algunos casos a entrar en
    espasmódicas convulsiones, vómitos y en
    más de una vez algún desvanecimiento. No
    sabía cuando había empezado con esos
    síntomas, para ella siempre habían formado parte de
    su vida.

    Por las noches tenía un sueño recurrente,
    estaba sola en un callejón a oscuras, sentía pasos
    que la seguían, empezaba a correr, los pasos aumentaban de
    velocidad,
    ella corría mas a prisa, los pasos también hasta
    que se encontraba frente a un gran paredón sin poder
    seguir, con mucho miedo y temblando se quedaba quieta,
    inmóvil, mientras los pasos habían reducido la
    velocidad y se acercaban lentamente, ella se encontraba
    paralizada casi pegada a la pared de espaldas, los pasos estaban
    cada vez mas cerca, de pronto se detenían, podía
    percibir cerca de ella, un aroma a madera rancia,
    vino barato, sentía una respiración húmeda a la altura del
    cuello, tenía pánico
    pero estaba paralizada, de golpe levemente una mano se
    introducía por debajo de sus enaguas, sin violencia, muy
    lentamente, como una caricia, sentía una piel
    áspera, rugosa, que subía desde sus pantorrillas
    hacia su entrepierna y allí como una sensación de
    alivio empezaba a orinarse, primero eran unas gotas, luego
    chorros que salían con violencia, la mano se retiraba
    bruscamente , el aliento desaparecía y podía
    escuchar los pasos en reversa que se alejaban a gran
    velocidad.

    En ese momento la invadía una paz sublime y se
    despertaba, toda mojada, en medio de una inmensa laguna de orina.
    Como era un sueño que le sucedía a menudo
    solía poner unas gomas debajo de las sábanas,
    viejas ,andrajosas, llenas de manchas amarillentas que no
    podían borrarse a pesar de las horas que pasaba
    fregándolas contra las tablas.

    Le pesaban las piernas tanto como el nombre: Marlene.
    Porque su bisabuela se llamó así tuvo que cargar
    con ese nombre extranjero, y ahora seguía cargando, pero
    con el producto de
    una noche con un extranjero. Cuántas veces le
    habían dicho que se cuidara? Que nunca tenía que
    dejarse acabar adentro?

    Pero no pudo resistir seguir prestando su cuerpo a tan
    hermoso caballero. De modales tan refinados, finos dedos, piel
    suave y un perfume extraño y seductor al mismo tiempo. Y
    además la trataba tan bien, le hablaba en otro idioma en
    el oído,
    quien sabe que cosas le diría, pero sonaban a poesía.
    Y ella empezó a dejarse llevar. No pudo contenerse. NO HAY
    QUE MEZCLAR EL TRABAJO CON
    EL PLACER SIEMPRE LE DECIA LA SEÑORA. Pero no pudo
    resistirlo, primero sintió el rubor que comenzaba en su
    abdomen y le subía lentamente por el cuerpo, al pasar sus
    pechos sus pezones se pusieron puntiagudos y amenazantes, luego
    ese cosquilleo interno que empezó a ganarle todo su
    sexo, el
    corazón
    cada vez mas veloz emprendió una carrera desenfrenada
    hacia el infinito, esa dulce rigidez que empezó a
    dominarla y que la hacia sentir flotar y hundirse al mismo
    tiempo.

    Cerró los ojos por miedo de perderlos,
    sintió su áspera lengua
    recorrer su cuerpo y se dejo llevar, sin saber adónde, ni
    hasta cuando, pero se dejo morir hasta explotar por dentro y al
    mismo tiempo sintió sus convulsiones dentro de ella, pero
    no pudo resistirlo, no quiso evitarlo y emprendió el viaje
    sin retorno.

    El niño se había puesto a llorar, y ella
    trató de consolarlo, le besaba las lágrimas como
    tratando de absorber su miedo. El avanzó hacia ella.
    ¡Por Dios ni se te ocurra!, le amenazó ella y
    entró corriendo a encerrarse en la cocina.

    Quiero el niño.

    ¡Vete cerdo inmundo, fuera de
    aquí!

    Ella envolviendo el niño con su cuerpo
    trató de refugiarse debajo de la mesa. Pero el les
    alcanzó. Alargo las manos por debajo de la mesa y
    atrapó al niño con fuerza.

    Suéltalo dijo.

    No, dijo ella. Le estás lastimando, es que no te
    das cuenta, le gritaba entre sollozos.

    Apártate, apártate! Gritaba ella. El de un
    empellón le dio una patada en el rostro que la hizo
    trastabillar y soltar el niño, el cual como si fuera un
    muñeco de trapo quedó colgando de un solo bracito
    sostenido por él. El bebé a todo esto, lloraba a
    más no poder.

    Sus gritos desgarradores hicieron que ella saliera de
    debajo de la mesa y se abalanzara sobre ambos, agarrando al
    pequeño por el otro brazo. Ambos seguían
    agarrándolo con fuerza sin soltarlo.

    Suéltalo dijo él. No, dijo ella,
    suéltalo tú que le estás haciendo daño.

    No, no le estoy haciendo daño.

    Marcos nunca mas volvió a verla, pero la
    soñaba obstinadamente todas las noches. No faltaba ninguna
    a la cita y en sueños la amaba profundamente,
    recorría su cuerpo imaginario una y mil veces, saboreaba
    sus aromas y exploraba todos sus relieves.

    Cómo se podía amar a alguien a
    quién se había visto sólo un momento, un
    instante fugaz? Creo que hasta hubiera sido capaz de encontrarla
    entre un millón de personas si estuviera en medio de
    ellas, y a ciegas, con los ojos cerrados y los sentidos bien
    abiertos. Marcos nunca había tenido novia, ni amante ni
    nada. A pesar de ser un jóven bien apuesto era muy
    introvertido y tímido, tanto que no podía mantener
    la mirada fija en una mujer sin ruborizarse. Y las mujeres lo
    miraban y mucho, porque era alto, atlético, pelo negro
    ensortijado desprolijamente caído sobre la frente, ojos
    verdes cristalinos, e irradiaba sensualidad varonil pura. Su
    mirada noble y su paso firme al caminar arrancaba suspiros al
    pasar cerca de una damisela, pero su timidez era tal que ante la
    presencia de una mujer ponía distancia al momento.
    Tenía su mente y corazón para una sóla mujer, y ni
    siquiera sabía su nombre, él, que si quisiera
    podría tener una doncella distinta por noche calentando su
    cama.

    Marlene empezó a sentir el peso de otra vida,
    luego fueron movimientos y por último la
    confirmación. Ya no era mas una, ahora eran dos en un
    mismo cuerpo. La señora ya le había advertido que
    estaba engordando, pero ella no quiso darle
    importancia.

    Comenzó a comer menos, pero igual seguía
    engordando y empezó a preocuparse, además
    tenía un hambre atroz. Si le ponían una vaca
    delante era capaz de devorársela entera con cuero y todo.
    No estarás embarazada? ,la pregunta le sonó
    como un latigazo y su mente viajó hacia atrás en un
    rápido raconto de sus últimos meses y allí
    recordó, sus dedos finos y delicados, su extraño
    perfume, su piel suave, y sin quererlo volvió a recordar
    aquel momento de furioso sexo y placer, sus manos volvieron a
    recorrerse imitando al viajero, y empezó a volar, sentirse
    arrastrada nuevamente por los aires, inflamarse sus ahora
    agrandados pechos, inflamarse el vientre abultado y ese calor que le
    recorría todo el cuerpo, entró en un viaje
    imaginario al pasado mientras su cuerpo empezaba a tiritar de
    placer hasta convulsionarse de golpe, quedando inmóvil,
    como flotando y con esa sensación de placer que
    había explotado desde lo mas íntimo de su ser hacia
    el infinito.

    De golpe volvió a la cruel realidad, cayó
    en la cuenta de su presente, todo el placer se derrumbó
    como un mazo de cartas y
    comenzó a sentirse asfixiada, como enterrada en vida.
    Sí, estaba embarazada.

    Serguei leía y releía la carta una y
    otra vez sin comprender la realidad.

    Cómo era posible que semejante desconocida, de
    quien ni siquiera recordaba el nombre le notificara de su
    presunta paternidad? No era para nada creíble,
    además con ese nombre tan horrible : "Marlene". Fue una
    noche paga por unos minutos de placer para desagotar toda la
    energía acumulada ante tantas fantasías e historias
    inventadas a sí mismo acerca de su enamorada
    imaginaria.

    A ver si creía que se iba a tragar el cuento. El
    sabía muy bien que ese tipo de mujeres sabía como
    cuidarse y no se iba a hacer cargo de algo por lo que
    había pagado. Es más, a él deberían
    indemnizarlo por el riesgo corrido
    con esa prostituta. Hasta podía haberse contagiado quien
    sabe que mortal enfermedad de esas que ahora estaban descubriendo
    a cada rato.

    Rompió en mil pedazos la misiva, agarró un
    billete de dos francos, lo metió en el sobre que le
    habían entregado y se lo dió al mensajero para que
    se lo devolviera a la destinataria del envío. No le
    escribió nada, ella se daría perfecta cuenta de la
    respuesta. Padre? A otro con ese cuento, vaya a saber
    cuántos ya cayeron antes. Y desde ese momento dejó
    de pensar en el asunto no sin antes prometerse a sí mismo
    no volver nunca mas al burdel de la SEÑORA MICHEL.
    Buscaría otro nuevo, de mayor confianza y
    jerarquía, precisamente en París lo que abundaban
    eran burdeles.

    Rebeca salió corriendo del mercado porque
    recordó que tenía que comprar el vino que le
    había encargado su tía y no reparó en el
    joven que cruzaba exactamente en ese momento por la puerta.
    Chocaron violentamente y salieron repelidos como si dos fuerzas
    iguales y en sentido contrario los hubieran expulsado.

    Fue muy cómico ver ambos cuerpos en el piso en
    medio de bananas, naranjas, frutillas y tomates…Aunque a
    Marcos no le causó mucha gracia, cuando vió la cara
    de susto de Rebeca no pudo mas que sonreír, ésta
    que en otra circunstancia hubiera reaccionado violentamente
    corriendo espantada o en el peor de los casos hubiera empezado a
    vomitar desenfrenadamente se quedó mirando la sonrisa de
    Marcos, absorta y deslumbrada por semejante belleza masculina, y
    ahora perpleja de que estuviera conmocionada por el choque con un
    hombre, ¡que hombre!, si hasta parecía un
    ángel salido de una historia de
    hadas.

    Esos pensamientos la hicieron ruborizarse, y allí
    pensó con temor que podría empezar a orinarse y
    trató de incorporarse rápidamente, para ello
    aceptó la mano que gentilmente le ofrecía Marcos y
    al tocarla sintió como un choque de algo que le puso la
    piel de gallina, las ganas de orinarse ya eran incontenibles,
    estaba haciendo esfuerzos sobrehumanos por contenerse, pero por
    otro lado había algo que la retenía y le
    impedía salir corriendo.

    Aceptó sin disimulo las excusas del joven, este
    le ayudó a levantar las frutas y se ofreció a
    acompañarla hasta su casa. ¿Rebeca
    aceptó?
    SI, ACEPTÓ, y fueron caminando las
    cuadras que los separaban del domicilio de ella. Claro,
    después de los acontecimientos ocurridos se olvidó
    por completo del vino y hasta de las ganas de orinar que hasta
    minutos antes eran incontenibles. Caminaron sin decirse una
    palabra, cuando llegaron a la puerta de la casa de ella, Marcos
    se inclinó gentilmente, tomó una de sus manos y
    depositó suavemente sus labios, los retiro y se
    despidió. Se fue sin mirar atrás, por suerte,
    porque Rebeca se había quedado tiesa con una mano semi
    levantada (la del beso) y de la otra se le habían
    caído todas las frutas nuevamente.

    No recuerda cuanto tiempo permaneció así,
    inmóvil, pero volvió a la realidad con los gritos
    de su señora tía que le reclamaba infructuosamente
    el vino que ella nunca había traído. Esa noche
    Rebeca soñó, pero no pudo recordar el sueño
    y al despertar se dio cuenta que estaba sonriendo y la cama
    estaba seca.

    Ella apareció en mi vida de una manera casual,
    extraña, solo conocía mi foto y mi teléfono, las dos estábamos
    seleccionadas para rodar un corto. Ella era una princesa y yo una
    doncella. Era un corto de época. Me llamó y
    comenzamos una serie de conversaciones interminables.
    ¡¡¡¡nunca había gastado tanto en
    teléfono!!!

    Estaba pasando una mala temporada en mi matrimonio, muy
    mala, la relación entre los dos era un infierno y
    llegó ella, como confidente y amiga y parecía ser
    la única que me entendía, como esa hermana que
    nunca tuve, o aquella amiga de la infancia con
    la cual nos contábamos todo. Yo me sentía vieja,
    desgastada, con un hombre a mi lado al que parecía ser que
    ya no le decía nada. Yo estaba tomando antidepresivos y a
    ello achacaba mi falta de interés
    por mi marido. Pero debía estar equivocada, aquellas
    conversaciones telefónicas me llevaban a unas sensaciones
    difíciles de describir, estaba deseando conocerla, ver
    como era ese ser que podía entenderme tan bien como
    sólo dos mujeres que han pasado por lo mismo pueden
    entenderse.

    Por fin llegó el día tan esperado, el
    día que nos encontramos, decidimos viajar juntas en el
    auto de ella y así poder charlar frente a frente de todas
    nuestras penurias y nuestras fantasías.

    Rebeca nunca más volvió a encontrarse con
    Marcos, le buscó miles de veces, utilizaba cualquier
    excusa para ir al mercado, y siempre, como de casualidad soltaba
    las frutas como en un descuido, para ver si aparecía aquel
    ángel para ayudarle, pero nada, la mayoría de las
    veces terminaba levantándolas sola o a veces, las menos,
    algún viejo se apiadaba y la ayudaba a
    levantarlas.

    Su tia la regañaba a menudo porque siempre
    llegaba con las frutas machucadas de tanto tirarlas y hasta la
    había amenazado con ir a hablar con el dependiente del
    mercado para exigirle que dejara de estafar a su sobrina
    vendiéndole fruta en mal estado.

    En esos casos, Rebeca la calmaba y por un par de semanas
    traía la fruta en buenas condiciones. En realidad lo que
    hacía, era que con sus ahorros compraba fruta de
    más, la primera la dejaba caer, y la levantaba, la dejaba
    caer y la levantaba, y a la cuarta vez se daba por vencida, la
    juntaba, se la regalaba a unos mendigos que merodeaban por el
    mercado, volvía a comprar fruta buena y se volvía a
    su casa con un paso cansino y vencido por la ausencia del
    ángel y preguntándose siempre si lo volvería
    a ver alguna vez de nuevo.

    Mi depresión
    no eran las pastillas. Como me dijo un día una amiga
    "lo que necesitas es cambiar de jinete", creo que
    tenía razón. Mi compañera de viaje se
    empezó a reír a carcajadas cuando escuchó
    eso y a mi también me causó mucha gracia, y
    allí noté que hermosas facciones tenía y que
    boca tan sensual. Con razón ella iba a ser princesa y yo
    una pobre doncella.

    Muy amable me llevó al sitio del rodaje, como
    estaba lejos paramos un poco antes de llegar en un restaurante
    para cenar, ella era muy agradable en su conversación,
    más que por teléfono, y tan alegre.

    No se como empezamos a tomar un vino dulzón de la
    casa, que tenia un aroma a frutos del bosque y que se dejaba
    beber con facilidad. Nos bajamos dos botellas y estábamos
    tan alegres que ya nos reíamos de cualquier cosa, un perro
    que pasó cojeando, una pareja que se hacía
    arrumacos y se notaba la desesperación de él por
    llevarla a la cama, y hasta de una pobre vieja con un sombrero
    ridículo que trastabilló y dio de bruces contra un
    pozo de barro, pobre, casi se ahoga y nosotros a una treintena de
    metros destornillándonos de risa.

    Por pudor traté de evitar seguir riéndome
    y le puse suavemente mi mano en la boca de ella para que no
    siguiera y el contacto con sus labios me produjo una
    sensación extraña
    (personificar la imagen).
    Imposible de describir, fue como una ráfaga de aire que
    recorrió mi espalda. La retiré inmediatamente y me
    ruboricé.

     Serguei necesitado de sexo fácil
    empezó a recorrer los prostíbulos de París
    pero le ocurría algo muy extraño. Cuando estaba en
    el momento preciso de iniciar la relación propiamente
    dicha, su miembro erecto hasta ese momento se desplomaba
    instantáneamente y quedaba pendiendo flácido y
    retraído como un flan. Una vez llegada esa
    situación no había manera de revivirlo, hasta una
    vez probaron entre tres mujeres, pero no había caso, lo
    cual además de ruborizarlo y disminuirlo
    psicológicamente le provocaba una furia inmediata que le
    hacía cometer los mayores daños posibles. Empezaba
    a golpear los muebles, los tiraba contra las paredes y
    arremetía contra las mujeres acusándolas de
    ineficientes y empezaba a pegarle con el cinto, con los
    puños ,a patadas, con lo que tenía a mano, hasta
    que llegaban los matones del prostíbulo quienes sin
    ningún miramiento le propinaban soberana paliza y lo
    dejaban tirado en un callejón oscuro a cientos de metros
    del lugar, magullado, sangrando, a veces fracturado y sin
    ningún cobre en los
    bolsillos. Su fama fue creciendo en la ciudad y en París
    ya no quedaba burdel dónde fuera bien recibido. Ni en los
    de mala muerte,
    aquellos sadomasoquistas, lo único que hacían
    apenas entraba era arremeter directamente contra el y dejarlo
    molido a palos en algún basural. De nada servía que
    recurriera a la policía pues estos estaban arreglados con
    las casas de servicios. Y
    hasta podía ser peor porque lo guardaban en calabozo con
    otros malandras y donde si se descuidaba terminaba siendo
    alimento de las feroces ratas que pululaban por esos
    lares.

     Al terminar de cenar, cuando íbamos hacia
    el coche, no se como, apenas sin darme cuenta, ella me
    agarró por un lado y me besó en la boca, me dio un
    beso que casi me dejó sin respiración. Sentí
    como un latigazo por todo mi cuerpo, algo que me recorrió
    de la cabeza a los pies. Después me la quedé
    mirando sin saber que hacer, conmocionada por lo ocurrido, era la
    primera vez que una mujer me besaba. Es más, subimos al
    auto sin decir una palabra y yo me encontré deseando otro
    beso, y para sorpresa mía se lo di yo. Subimos al coche y
    llegamos al lugar donde era el rodaje al día siguiente,
    allí teníamos reservadas habitaciones en un
    pequeño hotel. Nos
    encontramos con el director que nos dio las buenas noches y se
    fue. Nosotras nos acercamos al monasterio, el lugar del rodaje,
    era un sitio espectacular, del siglo XVII, hermosísimo.
    Para colmo había luna llena. Estábamos solas. No
    había ni un alma a nuestro
    alrededor. Y llegaron mas besos y mas caricias, y mi cuerpo
    temblaba, ya me había olvidado de lo que significaba la
    palabra deseo. Eso era lo que yo sentía. Le necesitaba con
    urgencia. Necesitaba mas besos, mas caricias, la necesitaba y la
    deseaba para mi.

    Suelta al niño, le estás haciendo
    daño. No, no le estoy haciendo daño.

    Por la ventana de la cocina no entraba luz alguna. En
    medio de la oscuridad el trató de quebrar los dedos de
    ella con fuerza para que soltara el niño, mientras con
    otra mano lo tironeaba tomándole del brazo, cerca del
    hombro, el bebé no dejaba de chillar.

    Ella sintió que sus dedos iban a abrirse,
    sintió como el pequeño se le iba de las
    manos.

    ¡NNNNNNNNNNNNNNOOOOOOOOOOOO! Gritó
    desesperadamente como en un aullido desgarrador que corrió
    la nebulosa noche como un relámpago de hielo, cuando
    percibió que el niño se le iba de las manos.
    ¡TENIA QUE RETENERLO, CUESTE LO QUE CUESTE! Trató de
    tomarle el otro brazo. Logró asirlo por la muñeca y
    por uno de los pies y se echó hacia atrás. Pero
    él, obnubilado, no lo soltaba. Notó
    (él) ahora que se le iba de las manos y
    también agarró con fuerza su muñeca y el
    otro pié y allí tiró con el máximo de
    sus fuerzas.

    Así, el problema quedó
    zanjado.

    Volvimos al hotel, a los dos minutos estaba en la puerta
    de mi habitación, le abrí entre temblores. Era
    tierna, amorosa, cariñosa y dulce, sobre todo muy
    dulce.

    Empezó acariciándome poco a poco,
    suavemente, con toda la ternura posible y yo empecé a
    derretirme. Aquello era superior a mi. Empezó a besar todo
    mi cuerpo, a lamerme como si yo fuera un dulce, mi cuerpo se
    levantó, la sensación de placer comenzó a
    inundarme, eran como ráfagas de algo conocido pero
    olvidado hacía tiempo. Con su boca recorrió mi
    cuerpo, llegó hasta el lugar perfecto, ella sabía
    donde y como acariciarme, y de pronto algo inaudito, fuerte,
    inmenso me llenó toda, algo extraordinario me
    completó. La sensación es muy difícil de
    describir, es como un grito interno, como un caballo que se
    desboca, que te llena y te desborda, puede contigo.

    El mundo se acaba, es una explosión de ternura,
    de deseo, reventar y explotar por dentro, y te agarras a ella
    como si fuera lo único que existe, y te sientes morir de
    tanto placer, sientes que no puedes mas, que estas
    mareándote, y entonces, ella se acerca despacio, te besa y
    juguetea con sus dedos y comienza a moverse y tu te mueves a su
    compás y de nuevo te inunda esa sensación, crees
    que vas a desvanecerte, que no puedes mas, te inundas de placer y
    gritas, te eleva por encima de todo, por sobre cualquier
    sensación, sencillamente es fantástico, es
    demasiado. Y la besas y la muerdes y la arañas, porque el
    sentimiento es tan intenso que no puedes contenerte.

    De nuevo ese placer, esa especie de gloria, de algo
    indescriptible…y te das cuenta que siempre estuvo, al alcance,
    que permaneció olvidado, latente, esperando que le
    abrieran las compuertas para desbordar con furia todos los
    cauces, borrar los límites e
    inundarlo todo, hasta ahogarte, y dejarte inconsciente en el
    medio de la ruta, a metros de que el camión te pase por
    encima.

    Marlene caminaba sin pensar en nada por el puente,
    sólo sentía de vez en cuando sus movimientos y por
    momentos su abdomen adoptar una rigidez extraordinaria. En esos
    momentos corrientes eléctricas la envolvían,
    mientras las imágenes
    del momento de la creación de ese ser que llevaba dentro
    flasheaban en su cabeza y le provocaban mareos incapaces de
    contener.

    A menudo terminaba con su cuerpo en el suelo si no
    encontraba a tiempo algo de que agarrarse. Ahora sintió lo
    mismo pero con mayor intensidad, y se dio perfecta cuenta que no
    podía contener el desmayo, allí intentó
    agarrase de la baranda del muelle, por favor que mareo, nunca
    había sido tan intenso, se sintió convulsionar y se
    agarró con la otra mano también, y esas
    náuseas, tenía que vomitar ya mismo, y al ver el
    río debajo pensó con la poca lúcida conciencia que le
    quedaba nada mejor que lanzar sobre el río y que se
    llevara el producto de su vacío estómago,
    famélico por días sin probar bocado.

    Como no podía descargar libremente con las pocas
    fuerzas que le quedaban se subió unos peldaños al
    puente y se inclinó sobre el río, allí
    sintió un mareo mayor, hasta le pareció ver su
    imagen reflejada, a unos doce metros. El río estaba calmo,
    la luz de la luna pegaba de lleno, era como un espejo que
    incitaba al reflejo. El mareo aumentaba, de golpe sintió
    como una fuerza extraña que la tironeaba de abajo, una
    atracción imposible de resistir, subió un par de
    peldaños mas, ya casi todo su cuerpo estaba fuera del
    puente, además su equilibrio ahora estaba desplazado, se
    inclinó más, y más, y se sintió
    despegar del suelo y comenzó a volar.

    Marcos caminaba en uno de sus largos paseos nocturnos en
    busca de su enamorada imaginaria. Como siempre no la
    encontró, y esa noche estaba doblemente desilusionado
    porque hacía días que ya no podía percibir
    su fragancia, esa fragancia que el se había inventado, esa
    piel suave que había imaginado durante tantas noches de
    turbulentos sueños. Se sentía decepcionado consigo
    mismo, amargado, y desde hacía ya un tiempo sus
    sueños no tenían la pasión de otras
    épocas, muchas veces ni podía recordarlos y otras
    despertaba con un sabor amargo en la boca del
    estómago.

    Empezó a llenarse de dolores, y su rostro
    envejeció prematuramente. Es como si diez años
    hubieran caído de golpe sobre sus espaldas. Se
    encorvó y su mirada perdió el brillo y la
    profundidad que cautivaba a las mujeres a su paso. Una barba
    descuidada de varios días cubría su varonil rostro
    y su aspecto desgarbado comenzaba a provocar rechazo entre sus
    amistades que no podían entender el motivo de tal
    transformación. Es que no hay nada peor que enamorarse de
    una imagen y empezar a perder las nociones del contorno, comenzar
    a borronearse y a perder hasta sus olores y sabores inventados, o
    transformarse en otros sabores y otros olores no
    deseados.

    Sin darse cuenta sus propios y ahora rancios olores
    estaban cambiando a los de su sueño amado. La noche estaba
    tranquila y decidió ponerse a ver la ciudad desde el Pont
    Neuf , tratando de soñar despierto para recuperar sus
    imágenes. Cuando llegó a la entrada del puente
    observó con sus gastados ojos un cuerpo que despegaba del
    mismo y caía al vacío. Escuchó su ruido al
    chocar contra la superficie del agua y
    comenzó a correr hacia el lugar para ver si estaba en lo
    correcto. Al llegar al medio del puente y mirar abajo vió
    claramente un par de brazos que se sumergían.

    De pronto te sientes triste, sabes muy bien lo que ha
    significado esto, es difícil que después del rodaje
    volvamos a vernos, ella es de Burdeos y yo de Cannes y a ti te
    gustaría tener contacto con ella, pero tienes una pareja,
    un marido, hijos, y…

    ¡¡que curioso!!!, piensas: es la primera vez
    que hago el amor con
    alguien que no es Alberto,(mi marido) pero no tengo
    ninguna sensación de haberle engañado.
    ¿qué me pasa?. ¿qué me ha
    pasado?.

    El tiempo pone todo en su sitio, esa historia poco a
    poco se acabó. Le sigo teniendo un cariño inmenso y
    es mi amiga, de vez en cuando hablamos o nos escribimos. Todo fue
    muy bonito y para mi muy importante.

    Es curioso, ha pasado el tiempo y sigo pensando que no
    engañé a mi marido. El engaño es otra cosa.
    Pero si el supiera esta historia pensaría que le
    había engañado, y aseguro que no es
    verdad.

    Serguei permanecía tendido, inmóvil,
    sangraba por la nariz y la cabeza, un tajo no profundo pero
    manaba abundante sangre. Esa
    última golpiza había sido muy dura y estaba
    totalmente inconsciente. Cuando Rebeca abrió la puerta de
    su casa porque había escuchado extraños ruidos lo
    hizo con sumo cuidado, y dejando puesta la cadena
    interior.

    No podía ver muy bien la calle pero le
    sorprendió encontrar dos pies que asomaban a un costado de
    la acera. Cerró la puerta asustada y se quedó
    apoyada en ella tratando de escuchar algo más. Los minutos
    pasaron y no se oía nada. Volvió a abrir y los pies
    seguían allí. No sabía que hacer, estaba
    sola, su tía se había ido un par de semanas a la
    campiña a casa de sus primos, siempre lo hacía en
    tiempos de cosecha, sabía que lo mejor era cerrar, echar
    todos los cerrojos, y dejar que la patrulla policial que pasaba
    frecuentemente se hiciera cargo de lo que allí
    había, pero Rebeca había cambiado, y la curiosidad
    pudo más. Abrió la puerta con cuidado, por las
    dudas en la otra mano llevaba un largo cuchillo que había
    tomado de la cocina, primero miró a ambos lados de la
    calle, no había nadie, y luego se fijó en la figura
    que estaba inconsciente a un costado de la entrada de su casa. En
    un primer instante se maldijo por haber abierto porque ahora
    tenía que tomar una decisión, qué
    hacía?

    Rebeca había cambiado, sus pensamientos no eran
    lo mismo y algo que en otro momento nunca hubiera hecho la
    incitó a tomar ese cuerpo y con dificultad lo introdujo
    dentro de la casa. Lo tendió sobre el sofá del
    living y fue al baño por algunas vendas y gasas.
    Cuidadosamente le lavó las heridas, lo cubrió con
    unas mantas no sin antes sacarle las botas mugrosas que llevaba
    puestas, y se quedó toda la noche a su lado de vigilia
    para cuando despertara.

    No sentía temor alguno, es mas disfrutaba verle
    dormir placenteramente y empezó a recorrer con su mirada
    todos los ángulos de esa cara blanca, casi
    apolínea, y sonrió al pensar que acariciaba esos
    rubios rulos descuidados que caían a los costados cual un
    mosquetero del rey de las viejas historias. Ella se acercó
    a olerlo, y a pesar de su aspecto desalineado su piel
    tenía un perfume particular, tabaco dulce y embriagador. Y
    empezó a lamer sus heridas.

    Sin pensarlo un instante Marcos se subió a la
    baranda del puente y se arrojó al río, el choque
    con el agua
    fría le provocó una sensación
    extraña, como que entraba a otro mundo, oscuro, lleno de
    sombras y burbujas, intentó buscar a tientas el otro
    cuerpo, se dirigió hacia la profundidad del lecho, que por
    la sequía imperante era de unos pocos metros, los
    oídos le zumbaban y trató de abrir los ojos
    desmesurados como si fueran faroles de buzo en busca de un tesoro
    perdido, creyó percibir, mas que ver, la turbulencia de
    agua y barro a unos metros a su izquierda, buceó hacia
    allí con el poco aire que le quedaba, tendría que
    salir a respirar y volver, pero tenía miedo de perder idea
    del lugar, ..vio una figura en el fondo que parecía
    debatirse violentamente en convulsiones, al estar cerca
    reconoció una mujer de abultado abdomen que tenía
    su pierna atrapada por unos ganchos de hierro
    retorcido y oxidado que abrazaban un pilar de acero del puente
    como un enamorado a su amada, sus pulmones pedían auxilio
    pero la mirada de la mujer suplicante pudo más,
    tenía que resistir, trato de tomar su pierna y jalarla
    hacia arriba, ella abrió su boca en un alarido sin
    sonido por el
    dolor, la carne se desgarró y comenzó a manar
    sangre a borbotones que se mezclaban con el agua revuelta y el
    barro, Marcos no aguantaba más, tenía que subir por
    aire ya, intentó darse vuelta y subir pero ella
    desesperada lo tomó de la cabeza y lo tiró hacia
    atrás con violencia, con tan mala suerte que golpeó
    contra uno de los pilares del puente, lo soltó
    inmediatamente pero quedo atontado, y el agua empezó a
    penetrar por su boca y a llenar sus pulmones, sus ojos se
    salían de las órbitas, giró y miró
    por última vez a la mujer y con sorpresa en un
    último suspiro de vida le pareció ver el rostro de
    su enamorada, cerró los ojos, esbozó una sonrisa y
    cayó lentamente sobre el lecho barroso del río.
    Ella ya estaba inconsciente, inundados sus pechos de agua sucia,
    se bamboleaba trágicamente al compás de la
    corriente del río agarrada por su pierna y chocaba y
    rebotaba contra el pilote.

    Rebeca lavó sus heridas con su lengua y luego
    poco a poco, muy despacio como con un bebé le sacó
    sus ropas. Las puso a un costado. Lo tomó de las axilas y
    lo llevo arrastrando hasta el dormitorio. Rebeca era una mujer
    muy fuerte, siempre había hecho trabajos de hombre en la
    casa de su tía porque por sus problemas
    nunca podía haber un hombre en la casa. Lo recostó
    en la cama.

    Primero puso su torso, acomodó suavemente su
    cabeza sobre la almohada, luego subió sus piernas, se
    entretuvo acariciando los dedos de sus pies, tan toscos, pero tan
    atractivos. No recordaba pies de hombres como esos, y
    además no había visto muchos. Luego lentamente le
    fue sacando toda la ropa interior, hasta dejarlo completamente
    desnudo.

    Se alejó un par de metros para mirarlo de cuerpo
    entero. Miles de imágenes la invadieron, y poco a poco
    comenzó a quitarse su ropa. Con cuidado, delicadamente,
    fue doblando su ropa sobre la silla. Fue como en un rito, una
    ceremonia sagrada, tratando de recordar cada gesto al ir
    desprendiendo cada una de sus ropas. Al quedar completamente
    desnuda, se tendió a lo largo de él, no
    sentía frío, al contrario, se sentía hervir,
    lo abrazó encerrándolo entre sus brazos,
    apoyó su cabeza en su pecho y se dejó dormir. El
    cuerpo de Serguei no respondió al abrazo, difícil
    que lo hiciera,

    hacía horas que había dejado de
    respirar.

    FIN

     

     

    Autor:

    Sergio Kohan

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