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Seguridad ciudadana: violencia o paz?




Enviado por davidcarhuamaca



    "Los verdaderos héroes de la historia son las personas
    comunes"

    Jules Michelet.

    Podemos iniciar señalando que con relación
    al concepto
    propiamente dicho de seguridad
    ciudadana, no existe una definición exacta de la
    misma, por ello la normatividad y la doctrina no es uniforme en
    su conceptualización.

    Algunos señalan que el concepto de Seguridad
    Ciudadana está estrechamente ligado a otros afines y
    contiene de por sí una alta carga ideológica y
    política.

    El concepto de seguridad ciudadana diseñado como
    bien jurídicamente protegido y que engloba a varios
    derechos de las
    personas tomadas en conjunto, se ha ido perfilando en base a que
    hoy en día la convivencia pacífica en una sociedad se
    encuentra amenazada por la existencia de tensiones y conflictos que
    generan conductas violentas y que han surgido por diferentes
    causas.

    Entre las que podemos señalar a dos de ellas que
    son complementarias, una es la crisis
    económica que afecta a la mayor parte de los países
    del mundo y la crisis de valores, que
    han generado pobreza, marginalidad,
    desempleo,
    drogadicción, alcoholismo,
    corrupción, pérdida de identidad,
    perdida de confianza en el otro, etc.

    Pero también podemos señalar que la vida
    colectiva de los seres humanos, en cualquiera de sus modos de
    expresión, necesita de un orden.

    La finalidad de este orden consiste en hacer posible que
    cada uno de los integrantes de la comunidad pueda
    alcanzar la mayor realización posible en su
    condición de persona, mediante
    la promoción de un ambiente de
    vida caracterizado por la armonía, la paz y la vivencia
    cotidiana de la seguridad, abriéndose paso así a la
    expresión de toda la potencialidad que contiene la
    libertad
    humana, en su creatividad
    material o espiritual, lo que da origen a la
    felicidad.

    Dichas conductas violentas representan entonces una
    ruptura entre los individuos y las normas de
    convivencia social pacífica, impuestas y aceptadas por la
    mayoría de las personas. El quebrantamiento de dichas
    normas genera conductas delictivas o, en menor grado faltas o
    contravenciones, las mismas que afectan directamente las
    libertades y derechos de otras personas. Pero en si la violencia
    alcanza hoy dimensiones cada vez más impactantes en las
    urbes del mundo y prioritariamente en el continente
    latinoamericano y representa un riesgo para la
    vida y la salud de las
    personas afectando el funcionamiento del sistema de
    atención de la salud. Es precisamente en
    estos espacios en donde las características del proceso de
    urbanización desigual, reproduce una diversa calidad de
    vida en la población, y es esta sociedad de la
    exclusión la que genera una verdadera expansión de
    violencias, un mundo de todos contra todos; una sociedad
    competitiva y autoritaria que niega la diversidad.

    Por lo tanto, constituye una constante a nivel mundial,
    el significativo aumento de ruptura de la convivencia social
    pacífica en las grandes ciudades, así como por las
    conductas delictivas que afectan los derechos a la vida, a la
    integridad, a la libertad (física, sexual,
    etc.), a la propiedad,
    etc., ocasionando con ello una situación generalizada de
    inseguridad.

    También es necesario mencionar, que las sociedades
    modernas viven obsesionadas con la búsqueda de seguridad,
    y el tema de la inseguridad se ha convertido en uno de los
    más grandes y graves problemas en
    la actualidad. Frente a ello, las soluciones que
    suelen plantearse son diversas: medidas punitivas
    drásticas para combatir la criminalidad, organización de la sociedad civil
    para crear mecanismos de protección y prevención
    frente a actos criminales, participación de los gobiernos
    locales en tareas de seguridad ciudadana, etc.

    Desde esta perspectiva, puede señalarse que
    existe cierto consenso en delimitar el carácter instrumental de la seguridad
    ciudadana, concepto que en un primer momento se asocia a la
    represión de los delitos y la
    búsqueda de un orden, es decir, se vincula con el control y la
    reacción frente a la criminalidad, especialmente en las
    grandes urbes. También se acepta que en la base de dicho
    concepto está el deber del Estado que es
    la de brindar protección a sus habitantes frente a toda
    amenaza a la seguridad personal y la de
    sus bienes.

    Desde esa perspectiva, resulta interesante que en un
    reciente trabajo el
    General PNP ® Enrique Yépez Dávalos haya
    afirmado que la "seguridad ciudadana es pues un concepto
    jurídico que implica tanto el deber del Estado para
    preservar la tranquilidad individual y colectiva de la sociedad
    ante peligros que pudieran afectarla, así como garantizar
    el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales de la
    persona humana"

    Así, la seguridad ciudadana se va configurando
    como una actividad de servicio a
    cargo del Estado, teniendo la obligación de elaborar
    diversas políticas
    (económicas, sociales, culturales) preventivas y
    punitivas, en la búsqueda de garantizar la paz social, la
    tranquilidad y el desarrollo de
    la vida social libre de peligros.

    De todo lo anteriormente señalado y haciendo una
    aproximación al concepto de seguridad ciudadana
    podríamos definirla como aquella situación de
    normalidad en la que se desenvuelven las personas, desarrollando
    actividades individuales y colectivas con ausencia de peligro o
    perturbaciones; siendo además éste un bien
    común esencial para el desarrollo
    sostenible tanto de las personas como de la
    sociedad.

    Pero también podemos entender el concepto de
    seguridad ciudadana como aquella acción
    donde se involucran, para fines de la seguridad pública,
    tanto la acción política de la ciudadanía, como las actividades que por
    ley el Estado
    tiene que proporcionar, sin embargo esta actividad no puede ser
    posible sin la participación mutua, eficaz y eficiente,
    tomando en cuenta que no se trata de eximir al aparato
    gubernamental de su obligación social, pero sí
    estimar que en este fenómeno en particular, dada sus
    características especiales, no es posible la
    obtención de resultados positivos sin la interacción de ambas instancias.

    Así, la seguridad ciudadana va a tener una doble
    implicancia: implica una situación ideal de orden,
    tranquilidad y paz, que es deber del Estado garantizar y,
    asimismo, implica también el respeto de los
    derechos y cumplimiento de las obligaciones
    individuales y colectivas.

    De otro lado, el concepto de seguridad ciudadana es de
    data reciente, tanto en su denominación como en su
    contenido. Esto es lo que probablemente origine la
    confusión del término como otros denominados "orden
    público" y "seguridad pública", tomándolos
    incluso por sinónimos en algunas legislaciones.

    También se puede señalar que seguridad
    ciudadana es un sentido amplio para el libre ejercicio de los
    derechos y libertades, concepto a partir del cual
    podríamos señalar que la seguridad ciudadana se
    convierte en un valor
    jurídicamente protegido en todos los
    ordenamientos.

    Asimismo, podemos indicar que la base de lo que hoy se
    entiende por seguridad ciudadana es lograr la
    interrelación en sociedad y que esté orientada a
    una convivencia armoniosa, tolerante y pacífica de sus
    integrantes. En definitiva uno de los objetivos que
    persigue la seguridad ciudadana es que las personas puedan
    desarrollarse y alcanzar la calidad de vida
    que deseen en un marco de libertad, sin temores a contingencias o
    peligros que afecten sus derechos y libertades.

    Por otro lado la paz duradera es imprescindible y un
    requisito para el ejercicio de todos los derechos y deberes
    humanos. La paz de la libertad -y por tanto de leyes justas-, de
    la alegría, de la igualdad, de
    la solidaridad y
    donde todos los ciudadanos cuenten, convivan y compartan. Por
    ello, en una versión popular del mensaje por la Paz de
    1979 de Juan Pablo II, se puede señalar lo siguiente:
    Para lograr la paz y educar por la paz, tenemos que seguir
    una lección importante cada día sobre todo por la
    gente tentada por el fatalismo. El mensaje de la Iglesia sobre
    la paz es doble: la paz es posible y además la paz
    es necesaria. Y la paz de que hablamos, como
    señaló Juan XXIII en su encíclica Pacem
    in terris
    , tiene que construirse sobre cuatro pilares: la
    verdad, la justicia,
    el amor y la
    libertad.

    En consecuencia, la paz, desarrollo y democracia
    forman un triángulo. Los tres se requieren mutuamente. Sin
    democracia no hay desarrollo duradero: las disparidades se hacen
    insostenibles y se desemboca en la imposición y el
    dominio.

    Por ello, es preciso identificar las raíces de
    los problemas globales y esforzarnos, con medidas imaginativas y
    perseverantes, en atajar los conflictos en sus inicios. Mejor
    aún es prevenirlos. La prevención es la victoria
    que está a la altura de las facultades distintivas de la
    condición humana. Saber para prever. Prever para prevenir.
    Actuar a tiempo, con
    decisión y coraje, sabiendo que la prevención
    sólo se ve cuando fracasa. La paz, la salud, la
    normalidad, no son noticia. Tendremos que procurar hacer
    más patentes estos intangibles, estos triunfos que pasan
    inadvertidos.

    La renuncia generalizada a la violencia requiere el
    compromiso de toda la sociedad. No son temas de gobierno sino de
    Estado; no de unos mandatarios, sino de la sociedad en su
    conjunto (civil, militar, eclesiástica, etc.). La
    movilización que se precisa con urgencia para, en dos o
    tres años, pasar de una cultura de
    violencia a una cultura de paz, exige la cooperación de
    todos. Para cambiar, el mundo se necesita a todo el
    mundo.

    Es necesario un nuevo enfoque de la seguridad a escala mundial,
    regional y nacional. Las Fuerzas Armadas deben ser
    garantía de la estabilidad democrática y al orden
    externo y la Policía al orden interno y la
    protección ciudadana, porque no puede transitarse de
    sistemas de
    seguridad total y libertad nula, a otros de libertad total y
    seguridad nula.

    Las situaciones de emergencia deben tratarse con
    procedimientos
    de toma de decisión y de acción diseñados
    especialmente para asegurar rapidez, coordinación y eficacia. Estamos
    preparados para guerras
    improbables, con gran despliegue de aparatos costosísimos, mas no lo estamos para
    avizorar y mitigar las catástrofes naturales o provocadas,
    que de forma recurrente nos afectan. Estamos desprotegidos frente
    a las inclemencias del tiempo, frente a los avatares de la
    naturaleza. La
    protección ciudadana aparece hoy como una de las grandes
    tareas de la sociedad en su conjunto, si queremos consolidar un
    marco de convivencia genuinamente democrática. Invertir en
    medios de
    socorro y asistencia urgente, pero también -y sobre todo-
    en la prevención y el largo plazo (por ejemplo, en
    redes de
    conducción y almacenamiento de
    agua a escala
    continental) sería estar preparados para la paz. Para
    vivir en paz. Ahora estamos preparados para la guerra
    eventual. Para vivir sobrecogidos e indefensos en nuestra
    existencia cotidiana ante percances de toda
    índole.

    No basta con la denuncia. Es tiempo de acción. No
    basta con conocer, escandalizados, el número de niños
    explotados sexual o laboralmente, de refugiados o de hambrientos.
    Se trata de reaccionar, cada uno en la medida de sus
    posibilidades. No hay que contemplar solamente lo que hace el
    gobierno. Tenemos que desprendernos de una parte de "lo nuestro".
    Hay que dar. Hay que darse. No imponer más modelos de
    desarrollo ni de vida. El derecho a la paz, a vivir en paz,
    implica cesar en la creencia de que unos son los virtuosos y
    acertados, y otros los errados; unos los generosos en todo y
    otros los menesterosos en todo.

    Es evidente que no puede pagarse simultáneamente
    el precio de la
    violencia y el de la paz, por ello Daisaku Ikeda señala
    que "La paz no se concreta esperando pasivamente. Se logra a
    través de un esfuerzo concentrado y enérgico. El
    "arma" más poderosa de quienes crean la paz es el diálogo,
    el rehusarse a abandonar la capacidad del lenguaje, que
    es lo que nos hace humanos. El diálogo y la
    comunicación –cualquiera sea el resultado
    inmediato— constituyen, en sí, un acto de fe en
    nuestra humanidad, por lo cual debemos trabajar sin descanso para
    fortalecer y reafirmar. La lucha por comprender y ser
    comprendidos requiere que cada uno de nosotros regrese a la
    fuente más profunda de la humanidad, más
    allá de las diferencias históricas, culturales o de
    credo".

    Además, garantizar a todos los seres humanos
    la
    educación a lo largo de toda la vida
    permitiría: regular el crecimiento demográfico,
    mejorar la calidad de vida, aumentar la participación ciudadana, disminuir los
    flujos
    migratorios, reducir las diferencias distributivas, afirmar
    las identidades culturales, impedir la erosión
    del medio
    ambiente, con cambios muy sustanciales en los hábitos
    energéticos, en el transporte
    urbano; favorecer el desarrollo endógeno y la
    transferencia de conocimientos; impulsar el funcionamiento
    rápido y eficaz de la justicia, con apropiados mecanismos
    de concertación. Nada de esto puede realizarse en un
    contexto de violencia. Habrá necesariamente que trabajar
    en aumentar las inversiones en
    la construcción de la paz.

    La paz, y los principios de la
    libertad, las necesidades básicas, la democracia, los
    derechos
    humanos y la justicia que están asociados con ella,
    sólo pueden ser construidos por medios pacíficos.
    La violencia, y la perpetuación de la violencia, es la
    antítesis de estos
    valores y terminarán produciendo más de lo que
    busca erradicar. Lo que se necesita es la construcción de
    un programa
    positivo y constructivo que una a las personas para trabajar
    juntos y crear activamente la seguridad, el bienestar y la
    libertad que buscamos. La alternativa es que tomemos parte en la
    destrucción de todo lo que queremos, dándole a los
    demás el dolor y la devastación que buscamos
    evitar.

    Todos deben contribuir a facilitar la gran
    transición desde la razón de la fuerza a la
    fuerza de la razón; de la opresión al
    diálogo; del aislamiento a la interacción y la
    convivencia pacífica. Pero, primero, vivir y dar sentido a
    la vida. Erradicar la violencia: he aquí nuestra
    resolución. Evitar la violencia y la imposición
    yendo, a las fuentes mismas
    del rencor, la radicalización, el dogmatismo, el
    fatalismo, la pobreza, la
    ignorancia, la discriminación, la exclusión, son
    formas de violencia que pueden conducir -aunque no la justifiquen
    nunca- a la agresión, al uso de la fuerza, a la
    acción fratricida.

    Una conciencia de paz
    -para la convivencia, para la ciencia y
    sus aplicaciones- no se genera de la noche a la mañana ni
    se impone por decreto. Se va fraguando en el regreso
    -después de la decepción del materialismo y
    del servilismo al mercado– a la
    libertad de pensar y actuar, sin fingimientos, a la austeridad, a
    la fuerza indomable del espíritu, clave para la paz y para
    la violencia.

    Terminamos, pues, con fantásticos avances
    científicos y tecnológicos: conocemos y tratamos
    muchas enfermedades
    que son causa de sufrimiento y muerte; nos
    comunicamos con una nitidez y celeridad extraordinarias; tenemos
    a nuestra disposición la información instantánea y sin
    límites. Pero los antibióticos y los
    medios de telecomunicación no pueden ocultar las
    sangrientas luchas que han diezmado millones de vidas en flor,
    que han infligido sufrimientos indescriptibles a tantos
    inocentes.

    Todas las perversidades de la violencia, tan patentes
    hoy gracias a los aparatos audiovisuales, no parecen capaces de
    detener la gigantesca maquinaria puesta en pie y alimentada
    durante siglos y siglos. Corresponde a las generaciones presentes
    la casi imposible tarea bíblica de "transformar la
    violencia en paz" y transitar desde un instinto de violencia
    -forjado desde el origen de los tiempos- a una conciencia de paz.
    Sería el mejor y más noble acto que la "aldea
    global" podría realizar. El mejor obsequio a nuestros
    descendientes. ¡Con qué satisfacción y alivio
    podríamos mirar a los ojos de nuestros hijos!

    Pero también se hace necesario hablar de
    ¡los derechos humanos! en este milenio, ésta debe
    ser nuestra utopía: ponerlos en práctica,
    completarlos, vivirlos, re-vivirlos, re-avivarlos cada amanecer
    Ninguna nación,
    institución o persona debe sentirse autorizada a poseer y
    representar los derechos humanos ni menos aun a otorgar
    credenciales a los demás. Los derechos humanos no se
    tienen ni se ofrecen, sino que se conquistan y se merecen cada
    día. Tampoco deben considerarse una abstracción,
    sino pautas concretas de acción que deben incorporarse a
    la vida de todos los hombres y las mujeres, y a las leyes de cada
    país.

    Lo que se necesita, por tanto, es acción. Para
    que la gente de todas las comunidades del mundo se una, alcancen
    y trabajen activamente por la construcción de la paz por
    medios pacíficos y para la transformación de todas
    las formas de violencia directa, estructural y cultural. Quienes
    están aterrados por el dolor, la devastación y la
    destrucción que crean la violencia y la guerra, deben
    tener el coraje de ponerse de pie y tomar el camino de los
    principios de la no violencia y la paz.

    Por ello debemos de hacer un llamamiento a todas las
    familias, a los educadores, a los religiosos, a los
    parlamentarios, políticos, artistas, intelectuales,
    científicos, artesanos, periodistas; a todas las
    asociaciones humanitarias, deportivas, culturales; a los medios de
    comunicación, para que difundan por doquier un mensaje
    de tolerancia, de no
    violencia, de paz y de justicia. Para que fomenten actitudes de
    comprensión, de desprendimiento, de solidaridad; para que,
    con mayor memoria del
    futuro que del pasado, sepamos mirar juntos hacia adelante y
    construyamos así, en condiciones adversas y en terrenos
    inhóspitos, un porvenir de paz y derecho
    fundamental.

    Para concluir podríamos señalar que es
    necesario "evitar el horror de la violencia a nuestros
    descendientes", "construyendo los baluartes de la paz en el
    espíritu de todos nosotros", es decir menos VIOLENCIA y
    mayor PAZ.

    Ing. David Carhuamaca Zereceda

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