- Resumen
- La mujer en la familia a lo largo
de la historia - El sistema sexo –
género - La violencia de
género - ¿Podemos combatir la
violencia de género?
Ya desde los albores de la historia escrita, es
evidente el dominio del
hombre en las
distintas sociedades.
La mujer ha
ocupado como regla general una posición subordinada con
respecto al hombre en las sociedades anteriores a la actual. Esta
desigual distribución de poder
determinada socialmente por el sistema sexo –
género resulta de especial interés
para abordar la violencia de género.
Este tema es de especial interés por la propia
invisibilización que hay del fenómeno, por la
presencia de mitos al
respecto, por tabúes que existen relacionados con la
intimidad de la dinámica familiar, que no se debe comentar,
que es algo secreto del hogar; que da vergüenza y por eso se
calla; por el desconocimiento sobre el mismo, a veces, hasta por
el temor de represalias, y hasta por el poco apoyo legislativo
que existe a las mujeres objetos de violencia. El presente
trabajo es un
acercamiento al tema de la violencia de género en la
familia.
¿Violencia de género en
la familia?
"Hay quien observa la realidad así como es,
y se pregunta por qué, y hay quien imagina la realidad
como nunca ha sido, y se pregunta por qué no
".
George Bernard Shaw.
Ya desde los albores de la historia escrita, es evidente
el dominio del hombre en las distintas sociedades. Puede
suponerse que el dominio masculino se remonta al
paleolítico como resultado de la valoración de la
caza como actividad fundamental. Las religiones
monoteístas también apoyan la idea de que la
mujer es por
naturaleza
más débil e inferior al hombre. En la Biblia, por
ejemplo, Dios situó a Eva bajo la autoridad de
Adán y san Pablo pedía a las cristianas que
obedecieran a sus maridos. De forma análoga, el hinduismo
sostiene que una mujer virtuosa debe adorar a su marido y que el
poder de su virtud servirá de protección a
ambos.
La
mujer en la familia a lo largo de la historia:
La mujer ha ocupado como regla general una
posición subordinada con respecto al hombre en las
sociedades anteriores a la actual. Esta posición
secundaria se ha visto ligada también a una determinada
estructura
familiar que diferenciaba los roles de género. Analicemos
brevemente, ejemplos de la situación de la mujer en la
familia: (Lodder, P. 1991).
La Familia en la Grecia
Clásica.
Los derechos de la
mujer no aumentaron con respecto a las civilizaciones egipcia
y mesopotámica. Las leyes
reconocían el divorcio y el
repudio de la esposa sin necesidad de alegar motivo alguno. La
mujer, sólo en caso de malos tratos, podía
conseguir que se disolviera el matrimonio. Por
lo demás, pasaba toda su vida confinada en el hogar, y
tenía a su cargo el cuidado de los hijos y de los esclavos
sin que se le permitiera participar en los negocios
públicos. De niña vivía al lado de su madre
y se casaba a los 15 años sin ser consultada.
La Familia en la Roma
Clásica.
La familia romana era esencialmente patriarcal. El padre
de familias, o sea, el marido, constituía la cabeza
visible de la misma y ejercía una autoridad completa sobre
los demás miembros de la casa. Aunque la mujer romana
mejoró su posición respecto a la griega, siempre
estuvo bajo la tutela del
varón.
La Familia en el Mundo
Musulmán.
Como en el resto del mundo musulmán, la familia
de la sociedad de
Al-Andalus era esencialmente patriarcal; el padre de la familia
ejercía su poder sobre la esposa, los hijos y los criados;
la poligamia era corriente entre los ricos, pero los pobres eran
monógamos por necesidad.
La mujer en el sistema económico
feudal.
La mujer tenía a su cargo todas las funciones
domésticas. Ella amasaba el pan, preparaba la comida,
cuidaba de los animales
domésticos y al mismo tiempo,
ordeñaba la vaca que proporcionaba la leche, tan
necesaria en la dieta de una economía de
subsistencia. En realidad estaba muy especializada en la
elaboración de productos
alimenticios: conservas, pasteles, dulces, embutidos,
etc.
La mujer en el Antiguo Régimen.
Durante el Antiguo Régimen, el concepto que se
tenía de la mujer y de su papel social sufrió
importantes modificaciones. Las nuevas pautas, introducidas en el
siglo XVI a partir del humanismo
cristiano propugnado por Erasmo de Rotterdam, no rompieron del
todo con la misoginia heredada de los tiempos medievales. Si bien
encontramos mujeres humanistas, cultas e independientes, como
Doña Mencía de Mendoza, el cometido de la mujer es
fundamentalmente doméstico. Tres son sus funciones
básicas: ser buena madre y esposa, ordenar el trabajo
doméstico, y perpetuar la especie humana. Fray Luis de
León en su obra La Perfecta Casada recoge la doctrina del
Concilio de Trento y traza el perfil ideal de la mujer: modesta,
recatada, obediente, sacrificada, defensora del propio honor y
del familiar, educadora de los hijos, etc. Pero este perfil no
era del todo real. En la España del
XVII eran corrientes las relaciones prematrimoniales, y como no
se contraía matrimonio por amor,
abundaban el adulterio, los
hijos bastardos y el
aborto.
En la legislación romana (base de la europea y
de la estadounidense).
El marido y la mujer eran considerados como uno, ya que
la mujer era la ‘posesión’ del marido. Como
tal, la mujer no tenía control legal
sobre su persona, sus
tierras, su dinero o sus
hijos. De acuerdo con una doble moralidad, las
mujeres respetables tenían que ser castas y fieles, pero
los hombres respetables no. En la edad media,
bajo la legislación feudal, las tierras se heredaban por
línea masculina e implicaban poder político, lo que
favorecía aún más la subordinación de
la mujer.
Hubo, sin embargo, algunas excepciones.
En la antigua Babilonia y en Egipto las
mujeres tenían derecho a la propiedad y en
la Europa medieval
podían formar parte de los gremios artesanos. Algunas
mujeres ostentaban autoridad religiosa como, por ejemplo, las
chamanes o curanderas siberianas y las sacerdotisas romanas. En
ocasiones las mujeres ostentaban autoridad política, como las
reinas egipcias y bizantinas, las madres superioras de los
conventos medievales y las mujeres de las tribus iroquesas
encargadas de designar a los hombres que formarían parte
del consejo del clan. Algunas mujeres instruidas se lograron
destacar en la antigua Roma, en China y
durante el renacimiento
europeo.
Todo ello induce a que las mujeres se encuentren en una
situación de desventaja en la mayoría de las
sociedades tradicionales. Su educación muchas
veces se limitó a aprender habilidades domésticas y
no tenían acceso a posiciones de poder.
El matrimonio fue una forma de protección, aunque
con una presión
casi constante para dar a luz hijos,
especialmente varones. En estas sociedades, generalmente las
mujeres casadas adquirían el estatus de su marido,
vivían con la familia de él y no disponía de
ningún recurso en caso de malos tratos o de
abandono.
Es evidente que nuestra sociedad a lo largo de su
historia se ha caracterizado por ser patriarcal y machista y por
establecer relaciones desiguales de poder quedando la mujer en
una posición de desventaja y subordinación respecto
al hombre. Hablamos en este sentido de uno de los problemas
sociales fundamentales que enfrentamos en la actualidad y que
resulta un reto para todos los profesionales e investigadores
sociales, se trata de la discriminación de género en la
familia, aunque sería preciso aclarar que este problema no
es exclusivo de este espacio, sino que se extrapola a toda la
sociedad.
Género, es un concepto que existe desde hace
cientos de años pero que en la década del 60
comenzó a ser utilizado en las ciencias
sociales con una acepción específica; a
diferencia de sexo, que tiene una connotación
biológica, es utilizado para designar un conjunto de
actitudes,
comportamientos y normas que cada
cultura le
atribuye a cada uno de los sexos de manera diferenciada. De
ahí que el sistema de género sea una construcción biosociocultural, binaria y de
exclusión, que pone al hombre y a la mujer en una
relación jerárquica y de poder,
específicamente de dominación del género
masculino sobre el femenino.
El sistema sexo – género, es una
simbolización cultural construida a partir de la
diferencia sexual, que rige el orden humano y se manifiesta en la
vida social, política y económica. Entender
qué es y cómo opera nos ayuda a vislumbrar
cómo el orden cultural produce percepciones
específicas sobre las mujeres y los hombres, percepciones
que se erigen en prescripciones sociales con las cuales se
intenta normar la convivencia.
Esta normatividad social encasilla a las personas y las
suele poner en contradicción con sus deseos, y a veces
incluso con sus talentos y potencialidades. En ese sentido el
género es, al mismo tiempo, un filtro a través del
cual miramos e interpretamos el mundo, y una armadura, que
constriñe nuestros deseos y fija límites al
desarrollo de
nuestras vidas. (Lamas, M. 1996).
Si bien es cierto que se nace hombre o mujer,
biológicamente hablando, las representaciones sociales y
culturales que se constituyen sobre cada sexo, son elementos de
carácter ideológico que se han
elaborado en un proceso
histórico propio de cada cultura, que ha configurado las
identidades de género.
Lever (1993) afirma que "Mujer no se nace, se
hace, como dijo Simona Beauvoir, como mismo a los varones
la cultura les dice "hazte hombre", también a las mujeres
les ocurre (…)" (Calderón, S. y Muñoz,
Ch. 1998, p. 72).
Ya clasificados los géneros (femenino y
masculino), se les asigna un conjunto de funciones, cualidades,
actividades, relaciones sociales, formas de comportamiento, etc. de manera diferencial que se
encuentran estrechamente relacionados con el desempeño del rol de
género.
La desigual distribución de poder, inherente al
desempeño de los roles de género, así como
la manera estereotipada de asumir el género femenino y el
masculino resultan significativas a la hora de hablar de
violencia de género.
Cuando hablamos de violencia podemos pensar en violencia
escolar, doméstica, familiar, etc., pero me voy a
centrar en la violencia de género en la vida
familiar.
La violencia, nos remite desde la etiología de la
palabra al concepto de fuerza, y el
uso de la fuerza se relaciona con el concepto de poder.
Históricamente la violencia siempre ha sido un medio para
hacer ejercicio del poder, relacionada con el predominio a
través de la fuerza. El objetivo,
entonces, de una conducta violenta
siempre alude a una lucha de poderes; el daño
subyace, ya sea a nivel físico (el más evidente),
psíquico o emocional. (Calzón, A,
2003).
Entendamos por violencia cualquier manifestación
de abuso físico y/o psicológico que se lleve a cabo
en relaciones desiguales de poder. Teniendo en cuenta lo antes
mencionado, como resultado de la sociedad patriarcal es
más frecuente la violencia de los hombres contra las
mujeres.
La Convención Interamericana para prevenir,
sancionar y erradicar la violencia contra la mujer
(Convención de Belem Do Pará), define la violencia
contra la mujer como:
Cualquier acción
o conducta, basada en su género, que cause muerte,
daño o sufrimiento físico, sexual o
psicológico a la mujer, tanto en el ámbito
público como en el privado y puede suceder en la familia,
centros de trabajo, escuelas, instituciones
de salud, en la
calle o en cualquier otro lugar.
Las manifestaciones más frecuentes de la violencia
intrafamiliar son la violencia sexual, la física, la
psicológica y la económica.
La violencia sexual puede ir desde una mirada o
comentario malicioso, un manoseo, hasta la penetración
forzada del pene o algún objeto.
La violencia física es la que
se comete directamente en el cuerpo de la persona, son las
agresiones que se hacen con las manos, el puño, las
uñas, los pies, armas blancas u
otros objetos al alcance del agresor. Este tipo de violencia
puede ser fácil de observar por las huellas que deja en el
cuerpo, pero también pueden ser golpes leves que no dejan
huella aparente, pero que repetidos con frecuencias,
también minan la salud de la víctima.
La violencia psicológica daña
directamente el valor, la
estima y la estabilidad emocional de la persona que la sufre, son
las humillaciones, insultos, menosprecio, abandono, amenazas,
omisiones, silencios y otras conductas similares a las que se
somete cotidianamente a una mujer y a otros miembros vulnerables
de la familia, y que tienen repercusiones de tipo
psicológico, y seguramente en toda la salud de la persona
que las sufre.
La violencia económica se refiere al
control que tiene el hombre
hacia la mujer por medio del chantaje económico. El hombre
administra y maneja el dinero, las
propiedades y en general todos los recursos de la
familia a su libre conveniencia.
La violencia de género puede manifestarse en
cualquiera de sus formas, pero puede también combinar dos
o más de sus formas.
La violencia de género limita el sano desarrollo,
disminuye la autoestima de
la víctima, pone incluso en peligro la vida, su salud y su
integridad, causando por ejemplo alteraciones emocionales,
dificultades en lasa relaciones
interpersonales y traumas sexuales; se infiere de manera
sistemática, puede conformarse por un solo acto, o bien
puede consistir en una serie de agresiones que, sumados, producen
un daño, aunque cada una de ellas, aislada, no
forzosamente lo produzca.
Causales de este fragelo pueden citarse muchos: la
crisis en las
familias, el exceso de trabajo y el abandono de los hijos en
algunas, así como el desempleo en
otras; la falta de límites, el alcohol, la
droga, la
pérdida de valores, la
crisis política, económica y social; la influencia
de la
televisión, el nivel económico, el nivel
escolar, el cultural, etc., otros autores prefieren buscar en el
proceso de socialización estas causas. Investigaciones
realizadas por la Dra. Caridad Navarrete refiere resultados
diferentes en cuanto a los distintos tipos de maltratos frente a
variables como
la etapa generacional que atraviesa la mujer, su
ocupación, estado civil,
etc. No obstante sí se hace evidente la presencia de
violencia en la mayoría de la población estudiada en sus investigaciones.
Lo importante es destacar que ninguno de estos factores es, por
sí solo, causal de violencia.
Este fragelo es siempre consecuencia de una
multicausalidad, de una combinación de factores que
generan una descarga violenta. Incluso podemos encontrar en la
literatura un
determinante biológico, cierta predisposición
personal en
determinados sujetos a desencadenar hechos violentos.
La Dra. Caridad Navarrete, nos habla de elementos
importantes para la indagación científica, que
representan un enfoque criminólogo de búsqueda de
determinantes que se relacionan con esta realidad.
Propone indagar en el metasistema, en el microsistema,
en el microsistema y en el nivel personológico, buscando
elementos específicos en cada uno de ellos. Algunos de
estos son:
METASISTEMA:
- Bloqueo económico comercial y
financiero. - Creencias y valores culturales acerca de la mujer, el
hombre, los niños
y la familia. - Concepción acerca del poder y la
obediencia.
MACROSISTEMA:
- Conceptos de roles familiares derechos y
responsabilidades. - Legitimación institucional de la
violencia. - Modelos violentos (medios de
comunicación) - Vacíos legislativos (o legislación
discriminatoria) - Apoyo institucional limitado para las
víctimas. - Impunidad de los perpetradores.
MICROSISTEMA:
- Violencia en la familia de origen.
- Autoritarismo en las relaciones
familiares. - Nivel de comunicación.
- Disfuncionalidad familiar
- Educación sexista.
- Instrucción escolar sin enfoque de
género. - Victimización secundaria en los grupos de
tiempo libre y de acción comunitaria.
En este microsistema existen factores de riesgo que
debemos tener en cuenta, algunos de ellos podemos analizarlo
incluso, más detalladamente en el nivel posterior, aunque
no cabe duda que repercuten profundamente en esta escala, ellos
son:
- Estrés económico.
- Desempleo.
- Baja calidad de
vida. - Personas allegadas con componentes
psicopatológicos. - Indicadores de desajuste social como alcoholismo,
drogadicción, prostitución, etc.
NIVEL PERSONOLOGICO:
- Aprendizaje de resolución violenta de conflictos.
- Prescripción del comportamiento a
través del rol de género. - Capacidades comunicativas
específicas. - Poder de la mujer limitado al plano afectivo y la
vida doméstica. - Baja autoestima.
Muy relacionado con esta propuesta se encuentra la
multidimensionalidad que propone Marcela Lagarde a la hora de
abordad el concepto de género, define cinco dimensiones:
biológica, social, económica, subjetiva y
política. Estas dimensiones podemos encontrarlas abordadas
en su obra provocando desafíos importantes a la hora de
tratar el tema género. Considero que al realizar una
lectura
crítica
de la construcción estereotipada que se ha hecho de
hombres y mujeres podemos contribuir al desenmascaramiento de
muchas interrogantes relacionadas con la violencia de
género, que se explican a partir del propio significado de
ser hombres y mujeres.
¿Podemos combatir la violencia de
género?:
Resulta el tema de la violencia de género de
especial interés por la propia invisibilización que
hay del fenómeno, por la presencia de mitos al respecto,
por tabúes que existen relacionados con la intimidad de la
dinámica familiar, que no se debe comentar, que es algo
secreto del hogar; que da vergüenza y por eso se calla; por
el desconocimiento sobre el tema, a veces, hasta por el temor de
represalias, y hasta por el poco apoyo legislativo que existe a
las mujeres objetos de violencia. Es de destacar que los propios
resultados de las investigaciones ya citadas que lleva a cabo la
Dra. Navarrete revelan un por ciento considerable de mujeres que
no responden las preguntas realizadas, lo cual se ilustra lo
antes planteado.
Citando algunos de los mitos que se encuentran muy
relacionados con la violencia de género en la familia
encontramos: Las relaciones entre hombre y mujer son violentas
por naturaleza.
La familia es un lugar inseguro para vivir. La mejor
forma de acabar con la violencia doméstica es el
empoderamiento de las mujeres para someter a los hombres La
dependencia afectiva siempre es negativa.
Si analizamos cada uno de ellos desde una perspectiva de
género podemos llegar a la conclusión de que, desde
estos mitos, la familia es un campo de batalla, en el que se
perpetúan relaciones de poder estereotipadas que
conllevan, a que se vea, casi de manera natural la violencia
contra la mujer, pues son seres pasivos, dependientes, inseguras,
muy afectuosas, que necesitan de una mano dura que las
guíe. Viendo esto así se está limitando el
desarrollo armónico de hombres y mujeres, al encasillarlos
en roles de género completamente nocivos.
La violencia no es natural, no se hereda, no es una
forma de enfrentamiento adecuada, tampoco podemos erradicarla
asignándole poder a la mujer, pues también
estaríamos ante relaciones asimétricas de poder. Se
trata de lograr equidad. La
violencia se enseña y se aprende, y este fenómeno
puede cambiar. ¿Cómo?
En la medida que se reconozca que la violencia se
aprende (la principal fuente de aprendizaje es la
familia y en general lo que aprendemos socialmente) y que no
surge de manera espontánea; que es una realidad que ocurre
en muchísimos hogares. (Gómez, C. 2005).
La violencia de género, en particular en la
familia, es un grave problema de salud
pública que tiene efectos destructivos en el
desarrollo de las mujeres, pero, particularmente en las
niñas y los niños, pues es lo familia el primer y
principal vínculo socializador, que acompaña al ser
humano durante toda su vida, de ahí la necesidad de que
esta sea ejemplo, de que eduque a cada uno de sus miembros en
relaciones de equidad, de afecto, de
colaboración.
Es importante reconocer que las acciones y los
esfuerzos de atención, prevención e información que se realicen para combatir
la violencia de género, así como la unión de
los esfuerzos contribuyen a la creación de una cultura de
igualdad y
equidad libre de violencia, donde las relaciones de los hombres y
las mujeres se basen en el respeto, la
tolerancia y
la responsabilidad compartida.
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