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Para una economía crítica de la información, la comunicación y la cultura




Enviado por juantorres@uma.es



     

    El objetivo de
    las páginas que siguen es presentar, de una forma que
    deberá ser lo más resumida posible, el estado de
    la cuestión en un ámbito del análisis económico que no goza
    precisamente de tradición en nuestra literatura. Y ello desde la
    perspectiva de establecer, siquiera sea en grandes líneas,
    los presupuestos
    en los que entiendo que debe basarse la comprensión por la
    Economía
    Política de unos fenómenos que le son
    doblemente relevantes, por su naturaleza e
    influencia económicas y por su trascendencia
    social.

    En un artículo ya clásico y al reflexionar
    sobre la escasa atención que la cuestión
    epistemológica recibía de los economistas y sobre
    la anómala orientación de sus investigaciones
    decía BOULDING (1977, p.34), hace más de treinta
    años: "en verdad, toda nuestra profesión es un
    ejemplo de ese desperdicio monumental de recursos intelectuales
    que constituye uno de los fenómenos más notables de
    nuestro tiempo.
    Sería un ejercicio interesante comparar la distribución de los economistas que se
    especializan en diversos sectores de la economía con la
    contribución de tales sectores al PNB".

    Si se atiende a que actualmente se puede evaluar que las
    actividades relacionadas, en el más amplio sentido, con la
    producción y distribución de
    información y conocimientos representan más del 51%
    del P.I.B. en Estados Unidos
    deberá seguir sorprendiendo la relativamente escasa
    atención que los economistas les dedican en la
    actualidad.

    Efectivamente, puede afirmarse que el desarrollo de
    la economía capitalista ha estado
    caracterizado, muy especialmente en los últimos veinte
    años, por un extraordinario desarrollo de los procesos de
    transmisión de información, por una creciente
    expansión de los medios de
    comunicación y de su alcance, por la
    industrialización de los productos
    culturales y por la extensión de las redes que permiten
    multiplicar el número y la velocidad de
    los intercambios. Es decir, por el crecimiento de los servicios
    relacionados con la actividad comunicacional de todo tipo y por
    la multiplicación de los capitales privados invertidos en
    estos servicios que tradicionalmente se encontraban más
    bien vinculados al dominio
    público y/o con estructuras
    productivas muy poco desarrolladas (HUET et al.
    1.978).

    Aún así, las industrias de la
    comunicación y el
    conocimiento siguen ocupando una choza, como dijo STIGLER, en
    el reino de la ciencia
    económica.

    La consecuencia inmediata de esa carencia de
    preocupación teórica es la falta de
    sistematización analítica y la confusión
    doctrinal existente en la mayoría de los trabajos de
    conjunto que se ocupan de la información, la
    comunicación y la cultura desde
    la perspectiva del análisis económico.

    Ya he señalado en otro lugar (TORRES 1.989) que
    la dificil delimitación de los propios conceptos de
    comunicación, información y cultura, la
    explícita incomprensión de la dimensión
    económica de los fenómenos de la producción
    informativa (TOUSSAINT 1978, pp. 3-5), la predominancia del
    paradigma
    neoclásico virtualmente incapacitado para incorporar, sin
    incurrir en graves inconsistencias internas, el contexto de
    relaciones sociales en que realmente se desenvuelve su "homo
    oeconomicus", la extraordinaria falta de transparencia que
    caracteriza a estas industrias, la unidireccionalidad que suele
    imprimirse a la investigación financiada por las propias
    corporaciones que han de ser investigadas (SCHILLER 1.986) y la
    falta de estímulo público a la investigación
    de fenómenos que a la postre pondrían al
    descubierto la vacuidad de los abstractos que sirven de soporte
    al poder
    establecido (ROMANO 1.988), han dificultado la
    consolidación de un cuerpo de conocimientos unitario,
    riguroso y sistemático de la comunicación y la
    cultura desde una perspectiva económico política.

    En consecuencia, resulta pertinente la reflexión
    acerca de los aspectos que de éstos fenómenos
    resultan relevantes para el análisis económico, de
    las limitaciones de los enfoques convencionales que con desigual
    alcance se han desarrollado y de las premisas en las que, a mi
    juicio, podría quedar sustentada su comprensión
    crítica, unitaria, rigurosa y socialmente
    operativa.

    1. Las
    cuestiones económicas relevantes.

    Los procesos de comunicación
    social, la creación cultural y la producción de
    información en las sociedades
    avanzadas deben llamar la atención del análisis
    económico en relación con tres grandes
    fenómenos que le son característicos.

    1. En todos ellos, y en mayor o menor medida, se
    advierte que su organización y uso social se vincula
    progresivamente con los ámbitos generales de la
    producción industrial.

    Este proceso se
    manifiesta a su vez en tres cuestiones singulares:

    – el expansionismo y la dimensión multiplicada de
    estas actividades y el caracter preferente que alcanzan las
    inversiones
    realizadas en estas industrias debido a la rápida
    valorización de capitales que en ellas se llevan a cabo y
    que permiten afirmar con propiedad que
    "la cultura y la comunicación forman crecientemente parte
    de la base productiva que sostiene al capitalismo
    avanzado" (ZALLO 1.988, p.9; GILPIN 1.975, p. 166).

    – la especial contribución de estas industrias a
    la conformación de un nuevo sistema de
    regulación industrial y al diseño
    de un nuevo abanico de pautas de consumo social
    que hace frente a la crisis de
    acumulación y legitimación generada por las propias
    contradicciones del "Estado del Bienestar" (AGLIETTA 1.979;
    O'CONNOR 1.987; SCHILLER 1.986).

    – desde el ámbito más específico de
    la renovación tecnológica que implican la
    producción de información y las nuevas
    infraestructuras de los procesos de comunicación se
    perciben modificaciones sustanciales en la propia
    articulación del sistema productivo, que van más
    allá de los incrementos de productividad que
    suelen ser destacados convencionalmente, para afectar a los
    procesos de centralización e
    internacionalización de capitales y a la propia morfología
    de los mercados
    industriales.

    2. Independientemente de lo que acabo de señalar,
    los procesos de producción informativa, los procesos de
    comunicación social y la creación cultural
    industrializada deben tener una especial significancia para el
    análisis económico.

    Todos ellos reúnen las características
    concurrentes en los procesos de intercambio mercantil. En ellos
    se llevan a cabo auténticos actos de generación de
    valores y las
    condiciones en que éstos se producen y se realizan
    resultan ser por lo tanto los determinantes de su naturaleza como
    fenómenos sociales.

    Quiere decirse que su comprensión requiere el
    análisis económico común a los procesos de
    producción y circulación de las mercancías y
    que, a su vez, éste es el presupuesto
    previo para poder evaluar la específica
    vinculación, antes señalada, entre las industrias
    de la comunicación y la cultura y el resto de las
    actividades industriales.

    Como he tratado de demostrar en otro trabajo
    (TORRES 1.985) el caracter mercantil de la producción
    social de mensajes y productos culturales afecta a la
    conformación y características del ámbito
    específico en que se organiza la producción, a la
    estructura del
    mercado en que se
    realiza su valor y a la
    naturaleza del propio producto.

    La actividad productiva se organiza, bien sea en el seno
    de organizaciones
    empresariales bien con caracter individual, con el objetivo de
    producir valores que permitan mediante su realización la
    obtención de plusvalías. Los procesos de
    intercambio de las "mercancias culturales" se llevan a cabo en
    mercados cuya morfología resultará determinante de
    los términos del propio intercambio y del grado de
    satisfacción de las demandas sociales. Igualmente, el
    producto informativo o cultural que es resultado de un proceso de
    intercambio mercantil de esa naturaleza queda condicionado por el
    caracter mercancia que le es propio y ello condiciona no
    sólo su función en
    el proceso de producción, sino también a los
    propios contenidos semióticos o simbólicos de la
    comunicación y la cultura.

    3. Por último, los fenómenos de la
    información, la comunicación y la cultura presentan
    una característica que, en mi opinión, no debe
    pasar inadvertida si se quieren abordar con rigor y operatividad
    por el análisis económico.

    Como dicen MATTELART y STOURDZE (1.984, p.56) la
    "comunicación" (utilizado el término en su
    más amplio sentido) no es sólamente un "aparato de
    producción o de distribución industrial de
    continentes" y "un aparato de producción, difusión
    y almacenamiento de
    contenidos, si puede considerarse posible separar la forma de su
    contenido" sino que "es a la vez…un aparato político de
    producción de consenso, de reproducción de las jerarquías
    culturales…pero sobre todo y ante todo, antes que un producto,
    la comunicación es un conjunto de prácticas
    sociales, cosas todas que una visión derivada de un
    concepto
    tecnicista del progreso tecnológico tiende a dejar en la
    sombra".

    El extraordinario poder mediático alcanzado por
    la información, la comunicación y la cultura hace
    que, en palabras de los mismos autores, se estén
    convirtiendo hoy "en los ejes alrededor de los cuales se
    reestructuran las relaciones sociales entre los individuos, los
    grupos y las
    clases, las naciones y los bloques de poder". Y si el
    análisis económico pretende realizar una
    comprensión de los hechos y las relaciones
    económicas, como en mi opinión debe hacer, que
    contribuya a dar luz al conocimiento
    de las condiciones en que se puede alcanzar un mayor bienestar
    social no parece que deba ser ajeno a los mecanismos en que se
    basan los procesos de reproducción social y la
    consolidación de la situación establecida, sino que
    más bien debe procurar incardinar la dinámica de la actividad económica
    en el más amplio contexto de la relaciones sociales de
    poder, sometimiento y conflicto que
    en modo alguno son ajenas al desenvolvimiento de los hechos
    económicos.

    Y ello permite afirmar, a mi juicio, que carezca de
    sintonía con la realidad el análisis
    económico de estos fenómenos que no trate de
    descubrir y plantear con rigor el contexto de relaciones sociales
    en el que se desarrollan estas industrias o sólo atienda a
    la contemplación teórica de las mismas como
    abstractos, sin percibir su trascedencia y su vinculación
    con el núcleo de conflictos que
    se dan en la sociedad.

    2. Los
    enfoques convencionales.

    En el propio ámbito del análisis
    económico tradicional, que asienta sus presupuestos en el
    modelo
    neoclásico, los trabajos pioneros de BOULDING, STIGLER o
    MARSCHAK (1.977) permitieron poner de relieve no
    sólo la pujanza de la industria de
    la producción de conocimientos sino también los
    desajustes de todo tipo que los flujos de información
    generaban en la concepción tradicional del equilibrio y
    de los procesos económicos que derivaba del paradigma
    neoclásico (HIRSCHLEIFER 1.973; LACHMANN
    1.986).

    Desde ahí, se han prolongado unas vías de
    desarrollo plurales que han tratado de establecer, desde
    diferentes perspectivas, las bases que hagan posible incorporar
    esos fenómenos al análisis
    económico.

    Los ámbitos que a mi juicio resultan más
    característicos y enriquecedores son los que a
    continuación voy a referir críticamente y de la
    forma más sintética posible.

    2.1. La
    comprensión macroscópica de los flujos de
    información.

    El reconocimiento del enorme significado de los cada vez
    mayores flujos informacionales que afectaban a la actividad
    económica en su conjunto y la convicción de que la
    exclusiva atención que los economistas prestaban
    tradicionalmente a los "flujos reales" de la economía
    resultaba insuficiente precipitaron la elaboración de
    estudios tendentes a cuantificar su magnitud.

    MACHLUP (1.962) calculó para 1.958 el porcentaje
    que representaban sobre el P.I.B. estadounidense las actividades
    de producción y distribución de conocimientos,
    PORAT (1.977) incorporó nuevas actividades y
    reelaboró la estimación para 1.967 y posteriormente
    se han desarrollado este tipo de cálculos para diversos
    paises y con alcance diverso.

    Desde esta perspectiva se trata de alcanzar un doble
    objetivo: por una parte, el análisis sistemático de
    la estructura del propio sector definido, evaluando su
    participación en el empleo general
    de la economía, en los volúmenes de negocios y en
    la producción nacional; de otra parte, y sobre la base de
    definir las organizaciones que son determinantes para la
    transmisión de las informaciones en el conjunto de la
    economía, la elaboración de "matrices de
    Leontieff" que pudiesen describir la naturaleza de los flujos de
    información entre tales organizaciones (LAMBERTON 1.976,
    pp. 483-484).

    Se podría decir que se trata de encontrar un
    cuarto sector que se reputa como el motor de una
    nueva y emblemática "sociedad de la información" en
    donde los flujos de información, como queda dicho,
    resultan ser su pilar fundamental.

    Sin embargo, una pretensión de esta naturaleza y,
    por lo tanto, los resultados de mayor o menor generalidad a los
    que da lugar, puede presentar a mi juicio importantes
    limitaciones operativas y sobre todo hipotecas analíticas
    considerables.

    Se parte en todos los casos de un concepto de
    información y por ende de flujo de información
    extraordinariamente poco consistente teóricamente, carente
    de homogeneidad y desproporcionadamente polivalente. La consulta
    de la bibliografía citada en las notas anteriores
    permitirá comprobar que se trata de cuantificar el peso
    especìfico de actividades tan dispares en cuanto a su
    organización productiva y significado económico
    como la de los medios de
    comunicación de masas, las instituciones
    financieras, la contabilidad,
    los servicios informáticos, el teatro, la
    enseñanza, el corretaje, la topografía y así un largo
    etcétera.

    De esta forma, se confunden, en mi opinión, los
    procesos de producción de informaciones con las propios
    productos informacionales y esos con los efectos que
    efectivamente generan de forma cada vez más extendida en
    el resto de procesos productivos.

    Por lo demás, la concepción de los flujos
    de información que sirve de base a estos análisis
    no es menos confusa. No basta preguntarse, como hace LAMBERTON
    (1.976, p.485), si concebiremos la economía sólo
    como un conjunto de procesos "reales" o si concebiremos que ella
    es función de las "ideas de las gentes" que viven y
    trabajan en su seno.

    Sin perjuicio de poder afirmar que la
    sistematización de estos fenómenos -desiguales en
    lo productivo, en lo cultural y en el engarce de cada uno de
    ellos con el conjunto de las relaciones económicas y
    sociales- puede contribuir a disponer de un mejor conocimiento de
    las fuentes
    sociales de la información y del conocimiento, es preciso
    señalar, sin embargo, que para alcanzar ese resultado se
    deben determinar previamente los conceptos teóricos que
    permitan detectar la diversa trascendencia económica de
    actividades tan plurales. Y, sobre todo, que impidan confundir
    los flujos de información que tienen relevancia en cuanto
    que se incorporan como tales a los procesos de creación de
    valores en otros ámbitos de la economía, de
    aquellos otros cuya relevancia productiva deriva de que son, por
    el contrario, resultado inmediato de relaciones sociales basadas,
    con todas sus consecuencias, en el intercambio
    mercantil.

    2.2. El análisis de
    las estructuras organizativas desde la economía de

    la
    empresa.

    Es este uno de los ámbitos donde se ha alcanzado
    un mayor y más extenso conocimiento de los aspectos
    económicos de la actividad informativa.

    Las exigencias inherentes a la gestión
    empresarial, especialmente de los medios de
    comunicación y de la actividad publicitaria, han permitido
    y favorecido, aún a pesar de la falta de transparencia
    antes aludida, la realización de una amplia gama de
    trabajos destinados a poner de manifiesto las especificidades de
    este tipo de empresas en todas
    sus dimensiones internas y externas.

    Tanto en el extranjero como en nuestro pais existe una
    amplia tradición de estudios de economía de la
    empresa
    informativa que van desde el estudio de aspectos singulares de la
    dinámica empresarial -como la concentración, la
    estructura de costes, las estrategias de
    mercado, los problemas de
    financiación o la
    organización interna de la empresa– hasta los
    intentos, en mi opinión pretenciosos, de construir una
    "economía de la información" tomando a la empresa
    como único referente de la misma (TALLON
    1.987).

    Sin embargo, en todos estos trabajos – y sin que ello
    suponga en ningún caso infravalorar la contribución
    que suponen para el conocimiento global del fenómeno de la
    información- es fácil advertir no más que la
    aplicación, con mayor o menor linealidad, de los esquemas
    analíticos de la economía de la empresa más
    convencional, sin pretensión alguna de proporcionar las
    claves que puedan explicar la interrelación de estas
    empresas con el entramado industrial general, sin apreciar los
    condicionantes políticos, sociales e incluso
    económicos que lleva consigo la estructura de la
    propiedad, la internacionalización de capitales que les
    afecta, la organización específica del trabajo que
    se articula en su seno y, mucho menos, su vinculación -con
    los efectos que ello lleva consigo- con las estrategias que
    confluyen en el conflicto social.

    2.3. La economía de
    los procesos de comunicación
    .

    Si se conciben los procesos de comunicación como
    encuentros interpersonales en virtud de los cuales se intercambia
    información, o incluso como procesos intrapersonales en
    los que mediante la aplicación de un determinado esfuerzo
    aquella se consigue, puede deducirse que, en ambos casos,
    será preciso llevar a cabo una "inversión" o incurrir en un
    "coste".

    Para THAYER (1.975, p.207), "eso quiere decir que en la
    comunicación siempre se produce algún factor
    económico, y dado que ninguna medida de la efectividad de
    la comunicación puede tener un pleno significado, aparte
    del costo que origina
    lograr dicha efectividad, en cualquier análisis global de
    la comunicación es necesaria alguna manera de comprender
    su economía".

    Tratándose de relaciones inter o intrapersonales
    que se llevan a cabo sin organización mediática nos
    encontraríamos frente a costes implícitos
    derivados, esencialmente, de la necesaria aplicación de
    energía e inversión de tiempo necesarios para la
    obtención y asimilación de los datos. Sin
    embargo, cuando se produce un intercambio mediático
    aparecen factores organizacionales y tecnológicos que
    requieren una determinada inversión monetaria, lo que
    obliga a una evaluación
    diferente del coste comunicacional.

    De la comprensión de los procesos de
    comunicación desde esta perspectiva surgen dos
    posibilidades de análisis. De una parte, el estudio de los
    sistemas de
    comunicación que pueden hacer virtual la
    transmisión de información desde la perspectiva de
    la inversión requerida para hacerlos efectivos (que se
    corresponde realmente con el enfoque al que hice referencia en
    2.1.) y, de otra parte, el estudio de la eficiencia de los
    propios procesos de comunicación.

    Para THAYER (pp. 212 y ss.), la economía de la
    comunicación está en relación con su coste y
    éste constituye el elemento esencial para poder evaluar el
    grado de eficiencia de la misma. Y si bien en la
    comunicación no mediatizada los grados de eficiencia
    alcanzados no tienen por qué constitutir la principal
    preocupación de los que participan en el encuentro, cuando
    se interpone una organización costosa para hacerla
    posible, cuando se trata de procesos de comunicación
    organizada, la eficacia del
    proceso resulta significativa en sí misma y para la
    organización mayor en cuyo seno se lleva a
    cabo.

    A mi juicio, el alcance de estas consideraciones -que se
    mueven entre la teoría
    matemática
    de la comunicación (LANCRY 1.982) y su comprensión
    psicologista- es limitado por cuanto se fundamentan en una
    concepción abstracta del intercambio que se reconoce en
    los procesos de comunicación y de los conceptos de
    inversión, coste o eficiencia que se le aplican. Ni llegan
    a considerar el caracter de relación social que adquiere
    el intercambio mediatizado por organizaciones industrializadas,
    ni incluso alcanzan a proyectar la actividad de búsqueda y
    obtención de información en los procesos de
    asignación general que realmente determinan la eficiencia
    de los intercambios desde la perspectiva económica
    convencional del modelo neoclásico.

    2.4. La
    teoría económica de la
    información.

    La consideración teórico económica
    de la información resultaba inevitable si se tiene en
    cuenta, como dice MACKAAY (1.982, p.107) que aquella es "el
    ingrediente esencial de la elección y la elección
    entre recursos escasos es la cuestión central de la
    economía".

    La lectura
    teórico económica predominante en los
    últimos años no ha podido ser otra que la que gira
    en torno al
    paradigma neoclásico y hubo de realizarse sobre la base
    del reconocimiento explícito de su difícil
    connivencia con los presupuestos del modelo de
    partida.

    De ahí parte la doble orientación
    teórica que ha conducido el tratamiento neoclásico
    de la información: su difícil pero ineludible
    confrontación con el modelo que la presupone gratuita y
    perfecta y, sobre la base del reconocimiento de su
    imperfección y coste, la necesaria reconsideración
    del análisis de los procesos de toma de
    decisiones.

    Si bien es inevitable el reconocimiento de la
    información como mercancia, como un bien económico,
    su naturaleza presenta disensiones significativas respecto a las
    supuestas por el modelo neoclásico. ARROW (1.971, pp. 142
    y ss.) señaló, desde el lado de la oferta, que
    los productores de información no pueden exigir
    normalmente pagos por sus usos ulteriores, que quienes la
    utilicen posteriormente podrían transmitirla a un precio
    inferior y que la información no es cuantificable ni
    divisible y, desde el lado de la demanda, la
    anomalía que supone el que los demandantes desconocen el
    valor de la información hasta el momento en que la poseen,
    pero entonces ya la habrán adquirido.

    El resultado es que el caracter imperfecto y no gratuito
    de la información impide alcanzar la asignación
    óptima que proclama el modelo y se pone en cuestión
    el propio concepto de equilibrio que debía pasar a ser
    considerado como un equilibrio con incertidumbre.

    Sobre estas bases, y lejos de cuestionar la pertinencia
    del propio modelo de partida, o bien se obvia el problema de la
    imperfección a que da lugar la información o bien
    se trata de proponer alternativas analíticas que permitan
    recomponer la solución de equilibrio mediante la
    intervención que la internalice

    Por otro lado, este caracter imperfecto de la
    información origina incertidumbre y en su virtud se afecta
    el proceso de toma de decisiones del agente económico
    sobre cuyo comportamiento
    racional previene el modelo. De ahí la necesidad de
    abordar esos procesos tomando en consideración el coste
    que representa la búsqueda de información (como
    "antídoto" de la desutilidad que genera la
    incertidumbre o el riesgo que
    conlleva), para lo cual se acude al análisis marginal que
    deberá establecer, por el procedimiento
    sabido de igualación del coste y la utilidad
    marginales, las condiciones óptimas en que se
    invertirá en la consecución de la necesaria
    información.

    Aunque, en última instancia, el tratamiento
    analítico de la información no ha supuesto una
    reformulación sustancial de las inconsistencias del
    modelo, tampoco puede decirse que no se haya llevado a cabo por
    la teoría económica de corte neoclásico un
    importante esfuerzo por incorporar el problema de la
    información imperfecta en otros ámbitos colaterales
    y siempre en el marco del paradigma neoclásico (bien en su
    lectura tradicional, bien en la versión del llamado "nuevo
    neoclasicismo") e incluso que su
    consideración no haya sido relevante en el reconocimiento
    de la quiebra de los
    presupuestos del equilibrio general que a la postre resultan
    más restrictivos que operativos al análisis
    económico.

    Así, tienen ya un cierto desarrollo los estudios
    relativos a los problemas de la asimetría de la
    información, los destinados a analizar su propia
    naturaleza en relación con las características de
    su demanda y con el concepto de equilibrio, los que tratan de
    microfundamentar las estrategias de toma de decisiones en
    condiciones de riesgo y racionalidad limitada o proporcionar
    propuestas de medición de la aversión al riesgo e
    incluso los que incluyen el análisis de la
    información en otros modelos
    relacionados, por ejemplo, con el comportamiento de la empresa,
    con las funciones de
    consumo y ahorro, con la
    oferta de trabajo o con la problemática de la selección
    de carteras.

    En mi opinión, sin embargo, sí que cabe
    afirmar que desde la óptica
    de la teoría económica neoclásica, y dada la
    naturaleza de sus abstracciones de partida, no se está en
    condiciones de articular un cuerpo teórico con capacidad
    operativa que garantice la comprensión de los flujos
    informacionales como partes integrantes de relaciones sociales, a
    la propía información como resultado de procesos de
    producción singulares que afectan al conjunto de las
    actividades productivas por ser parte de estrategias de dominio
    social y a los procesos de búsqueda, obtención y
    distribución de información y conocimientos como
    algo más que momentos de una estrategia de
    decisión evaluada según los criterios de la
    eficiencia marginal.

    2.5.
    Economía de la cultura y de las artes.

    La creación artística de todo tipo y la
    producción de bienes
    culturales es el último de los ámbitos en donde se
    han desarrollado aportaciones de interés
    desde la perspectiva del análisis económico
    predominante en los últimos años.

    En la medida en que en ellas se llevan a cabo procesos
    significativos de asignación de recursos, comportan
    decisiones de elección e incluso, en algunos casos, se
    resuelven en el ámbito del mercado, el análisis
    económico no ha podido ser ajeno a ellas.

    Genera mente la atención ha derivado hacia su
    consideración como actividades generadoras de efectos
    externos e imperfecciones en la dinámica de su
    asignación en los mercados pero que satisfacen necesidades
    colectivas que justifican su regulación económica
    (SCITOVSKY 1983, pp 6 y ss.).

    Por ello, que el análisis se haya centrado
    mayoritariamente en los problemas relativos a su
    financiación, en el análisis de su demanda y en la
    justificación de subsidios que eviten la
    subprovisión de recursos a la que puede dar lugar la
    naturaleza de bienes públicos de los productos culturales
    o las dificultades existentes para conseguir aumentos de la
    producción que hagan frente a los incrementos de costes en
    el caso de las artes (HENDON y SHANAJAN 1.983, partes 2 y
    3).

    Significativamente, el ámbito de los medios de
    comunicación de masas ha sido, en palabras de WITHERS
    (1.983, p.77), una notable omisión en la agenda
    investigadora de la economía de la cultura.

    Las cuestiones relativas a los medios se han centrado,
    por el contrario, en la problemática de los precios y
    financiación de sus emisiones, en el estudio
    estadístico de las funciones de demanda o en el
    análisis sectorial centrado en la morfología de los
    mercados, en su estructura de propiedad y en los problemas de su
    regulación.

    Por el contrario, es notable la ausencia de
    análisis tendentes a evaluar, como puede hacerlo el
    análisis económico, (COLLINS, GARNHAM y LOCKSLEY
    1.988, GUILLOU 1.988, TORRES 1.985, ZALLO 1.987 y 1.988, WITHERS
    1.983) las consecuencias derivadas de la
    propia estructura de mercado que se analiza, de las condiciones
    en que se lleva a cabo la competencia o de
    la naturaleza del producto que se elabora en esas
    condiciones.

    Sucede, por el contrario, que más que realizarse
    una auténtica economía de la cultura y de las
    artes, en el sentido de detectar la naturaleza y alcance de los
    procesos industrializados de producción y de intercambio
    que los caracterizan en las sociedades modernas, se atiende
    más bien a aplicar a estas actividades un instrumental
    analítico qu deriva de una abstracción sobre las
    condiciones sociales en que se desenvuelven los hechos
    económicos y que, por lo tanto, impide conocer y analizar
    operativamente los auténticos "fallos del mercado" que las
    caracterizan: su trascendencia socio-política y su
    necesaria organización productiva orientada a la
    reproducción de las relaciones sociales y
    económicas establecidas.

    3. El
    necesario enfoque económico
    político.

    Como conclusión de todo lo anterior podría
    afirmarse que el análisis económico convencional de
    la información, la comunicación y la cultura
    atiende a los múltiples aspectos que cabe apreciar en
    estos fenómenos pero sin proporcionar su tratamiento
    sistemático, precisamente porque no se tratan todas sus
    dimensiones de manera omnicomprensiva. Bien porque no se insertan
    en el contexto de relaciones sociales que les condicionan, bien
    porque se abordan desde modelos alejados de la realidad y con un
    instrumental que le impide contemplar los factores
    socio-políticos que le son inherentes y le secuestran, por
    lo tanto, del conjunto de sus variables
    significativas.

    En general, ni contienen una visión
    histórico concreta de estos fenómenos, ni el
    análisis que llevan a cabo responde a una
    sistemática metodológica que permita contemplar sus
    dimensiones plurales tal y como se presentan en la
    realidad.

    Y es que es necesario, en primer lugar, reconocer
    adecuadamente los fenómenos que deben constituir el objeto
    de una economía de la información, la
    comunicación y la cultura. No es suficiente, en mi
    opinión, el reconocimiento de la trascendencia
    económica de estos fenómenos para abordarlos sin
    casuística teórica ni referente común
    metodológico.

    Para ello, es preciso distinguir que lo que ya
    comunmente se denomina la "sociedad de la información",
    como expresión de todos los fenómenos a los que he
    hecho mención anteriormente, tiene una triple
    expresión de interés para el análisis
    económico:

    1. Las modificaciones que se producen en el sistema
    productivo como consecuencia de la creciente necesidad de hacer
    frente a su reajuste y consolidación haciendo cada vez
    mayor uso de información de todas clases. Esta resulta ser
    un bien cada vez más necesario para incrementar la
    productividad, para reducir los costes de todo tipo y para
    recomponer el conjunto de las relaciones productivas.

    En este aspecto, la información resulta ser una
    componente más de los procesos productivos, que
    añade a éstos mayor valor en cuanto que es
    más requerida pero que por sí sola no genera nuevo
    valor una vez incorporada. Lo que permite afirmar que no altera
    cualitativamente los procesos de acumulación de capitales
    en los que interviene, aunque su creciente importancia, sin
    embargo, sí afecta esencialmente a las estrategias
    productivas, en el sentido de que resultará prioritario el
    control de las
    fuentes de
    información y de las redes que garanticen su
    difusión (MELODY 1.988, SCHILLER 1.983).

    Se hace preciso, por lo tanto, que el análisis
    económico aborde el estudio de la particular
    inserción que la información alcanza en el sistema
    productivo, tratando de poner de manifiesto sus manifestaciones
    singulares como fuerza
    productiva, las condiciones en que contribuye a la
    valorización o desvalorización de los capitales,
    los efectos que genera sobre los procesos de realización y
    el consumo y, en general, las modificaciones en el sistema global
    de acumulación y apropiación a que da lugar su
    implementación generalizada y permanentemente
    acelerada.

    2. La expansión de la industrias que proporcionan
    las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la
    información, la comunicación y la cultura. Este
    nuevo sector contribuye, por una parte, a hacer frente a la
    crisis de acumulación favoreciendo el desarrollo de un
    nuevo frente del consumo social (O'CONNOR 1.987, GARNHAM 1.985) y
    permite una nueva articulación del sistema productivo en
    torno al mismo en razón del valor estratégico al
    que acabo de hacer referencia.

    El estudio de este nuevo ámbito productivo,
    resultado de la confluencia de la informática, la electrónica y las telecomunicaciones, el conocimiento de su
    estructura de productiva y de propiedad, de sus vinculaciones de
    todo tipo con el resto de la esfera productiva, de la
    dinámica y los resultados de sus procesos de
    producción, de las condiciones en que se desarrollan sus
    ciclos productivos e incluso la naturaleza comercial de los
    productos que proporcionan permitirán establecer
    conclusiones adecuadas acerca de la naturaleza real de los
    fenómenos de la innovación
    tecnológica así como de las pautas de consumo
    social que instauran. Y, muy especialmente, permitirán
    establecer las condiciones que deben satisfacerse para que las
    nuevas
    tecnologías de la información contribuyan
    realmente a una mayor satisfacción de las demandas
    sociales y no sólo a la mayor rentabilización del
    status quo productivo.

    3. Por último, la mercantilización de los
    propios procesos de comunicación en que se basa la
    organización social que permite la obtención de
    información y la creación cultural y que genera un
    doble efecto: la consolidación de lo que
    genéricamente llamaríamos las "industrias
    culturales" y el que la producción de contenidos
    tendentes a la reproducción social se asiente en la propia
    base del sistema económico (GARNHAM 1.983).

    En este ámbito de las industrias culturales las
    cuestiones relevantes y que requieren la contribución del
    instrumental económico son las siguientes:

    En primer lugar, la determinación
    analítica del propio campo de las industrias culturales de
    manera que éste no se contemple como resultado de la
    aplicación de criterios abstractos como los
    característicos de lo que anteriormente llamé el
    enfoque macroscópico. En este sentido, resulta necesario
    el establecimiento de los criterios analíticos adecuados
    para poder conocer la naturaleza de las muy plurales
    manifestaciones de la organización productiva de la
    comunicación y la cultura y que permitan alcanzar una
    comprensión taxonómica de los diferentes procesos
    de asignación, de articulación de los procesos de
    trabajo, de valorización de capitales, de
    distribución y de satisfacción de las demandas
    sociales.

    En segundo lugar, el análisis de la propia
    actividad productiva en el seno de estas industrias.

    Las características específicas de las
    mercancias que proporcionan las industrias culturales (su
    caracter de prototipos, la aleatoriedad de su demanda y las
    dificultades existentes para articular su asignación por
    la vía de los precios) imprimen determinados caracteres a
    la forma en que deben organizarse los procesos productivos. No
    sólo en lo que se refiere a las caracteríticas
    internas de éstos como procesos industriales (CESAREO
    1.983) o a las consecuencias que se derivan para el uso social de
    estas mercancias a consecuencia de la creciente
    utilizaciòn de medios técnicos más
    sofisticados y complejos, sino también, y sobre todo, en
    relación con la conformación de unidades
    interrelacionadas dentro de la industria para garantizar la
    cobertura, en condiciones de máximo rendimiento, de los
    mayores costos que
    requiere la necesaria expansión de los capitales (GUILLOU
    1.984).

    En tercer lugar, el análisis de las condiciones
    en que se instaura la organización social del intercambio
    que permita comprobar las consecuencias que se derivan para la
    satisfaccióin de las demandas sociales de la naturaleza
    del marco específico de asignación y
    provisión establecido y de las circunstancias en que el
    propio intercambio se lleva a cabo. Las estructuras de costes
    específicas de estas industrias, los problemas de
    financiación y la propia naturaleza singular de las
    mercancias objeto de los intercambios dan lugar a que los
    mercados culturales estén sometidos -aún más
    fuertemente que otras ramas industriales- a procesos de
    concentración, transnacionalización y
    regulación o desregulación altamente
    significativos.

    Por ello, que sea necesario el análisis de cada
    uno de estos fenómenos para poner de manifiesto, no ya las
    estructuras de poder a las que quedan vinculados, sino su
    influencia en el grado y en las condiciones en que pueden
    satisfacerse las demandas sociales que se expresan en los
    mercados.

    Por último, y como consecuencia de todo ello, el
    análisis económico puede y debe proporcionar las
    claves inmediatas que permitan articular Políticas
    de la Comunicación que garanticen que los intercambios
    comunicacionales se lleven a cabo en condiciones de identidad, con
    posibilidades reales de acceso a los diferentes momentos del
    mismo y de forma que los consumidores de mercancias culturales no
    resulten a la postre ajenos y enajenados respecto a los
    contenidos con que se trata de satisfacer sus
    demandas.

    La mercantilización de la información, de
    la comunicación y de la cultura y su organización
    idustrializada ha fomentado un creciente proceso desregulador de
    estas actividades para asentarlas, como queda dicho, en los
    ámbitos comunes a otras actividades económicas y de
    ahí que haya podido hablarse de "secuestro de las
    políticas de comunicación por las políticas
    económicas e industriales" (GUILLOU 1.988,
    p.39).

    En los ámbitos en que tradicionalmente se le
    reputaban como propios la Economía Política puede
    descubrir las condiciones en que se alcanza la mayor eficiencia
    en los intercambios, detectar las circunstancias que impiden la
    más óptima asignación de los recursos y
    ofrecer soluciones a
    situaciones en que no se alcanza la provisión deseada.
    Igualmente, la Economía Política debe entender de
    las condiciones de todo tipo que afectan a las decisiones
    sociales relativas a la producción y distribución
    de información y conocimientos. No sólo para
    detectar las modificaciones explícitas en los procesos
    productivos que quedan modificados en el sentido señalado
    sino para poner de evidencia en qué medida afecta al
    bienestar social la organización industrializada de los
    mecanismos de reproducción social. Pues es en estos donde,
    finalmente, confluyen las estrategias sociales que dan sentido y
    caracter a los propios hechos económicos.

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    Juan Torres López

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