Para una economía crítica de la información, la comunicación y la cultura
- 1.Las
cuestiones económicas relevantes. - 2. Los enfoques
convencionales. - 2.1. La
comprensión macroscópica de los flujos de
información. - 2.2. El
análisis de las estructuras organizativas desde la
economía de la empresa. - 2.3. La
economía de los procesos de
comunicación - 2.4. La
teoría económica de la
información. - 2.5.
Economía de la cultura y de las
artes. - 3. El necesario enfoque
económico político. - 4.
Bibliografía Citada.
El objetivo de
las páginas que siguen es presentar, de una forma que
deberá ser lo más resumida posible, el estado de
la cuestión en un ámbito del análisis económico que no goza
precisamente de tradición en nuestra literatura. Y ello desde la
perspectiva de establecer, siquiera sea en grandes líneas,
los presupuestos
en los que entiendo que debe basarse la comprensión por la
Economía
Política de unos fenómenos que le son
doblemente relevantes, por su naturaleza e
influencia económicas y por su trascendencia
social.
En un artículo ya clásico y al reflexionar
sobre la escasa atención que la cuestión
epistemológica recibía de los economistas y sobre
la anómala orientación de sus investigaciones
decía BOULDING (1977, p.34), hace más de treinta
años: "en verdad, toda nuestra profesión es un
ejemplo de ese desperdicio monumental de recursos intelectuales
que constituye uno de los fenómenos más notables de
nuestro tiempo.
Sería un ejercicio interesante comparar la distribución de los economistas que se
especializan en diversos sectores de la economía con la
contribución de tales sectores al PNB".
Si se atiende a que actualmente se puede evaluar que las
actividades relacionadas, en el más amplio sentido, con la
producción y distribución de
información y conocimientos representan más del 51%
del P.I.B. en Estados Unidos
deberá seguir sorprendiendo la relativamente escasa
atención que los economistas les dedican en la
actualidad.
Efectivamente, puede afirmarse que el desarrollo de
la economía capitalista ha estado
caracterizado, muy especialmente en los últimos veinte
años, por un extraordinario desarrollo de los procesos de
transmisión de información, por una creciente
expansión de los medios de
comunicación y de su alcance, por la
industrialización de los productos
culturales y por la extensión de las redes que permiten
multiplicar el número y la velocidad de
los intercambios. Es decir, por el crecimiento de los servicios
relacionados con la actividad comunicacional de todo tipo y por
la multiplicación de los capitales privados invertidos en
estos servicios que tradicionalmente se encontraban más
bien vinculados al dominio
público y/o con estructuras
productivas muy poco desarrolladas (HUET et al.
1.978).
Aún así, las industrias de la
comunicación y el
conocimiento siguen ocupando una choza, como dijo STIGLER, en
el reino de la ciencia
económica.
La consecuencia inmediata de esa carencia de
preocupación teórica es la falta de
sistematización analítica y la confusión
doctrinal existente en la mayoría de los trabajos de
conjunto que se ocupan de la información, la
comunicación y la cultura desde
la perspectiva del análisis económico.
Ya he señalado en otro lugar (TORRES 1.989) que
la dificil delimitación de los propios conceptos de
comunicación, información y cultura, la
explícita incomprensión de la dimensión
económica de los fenómenos de la producción
informativa (TOUSSAINT 1978, pp. 3-5), la predominancia del
paradigma
neoclásico virtualmente incapacitado para incorporar, sin
incurrir en graves inconsistencias internas, el contexto de
relaciones sociales en que realmente se desenvuelve su "homo
oeconomicus", la extraordinaria falta de transparencia que
caracteriza a estas industrias, la unidireccionalidad que suele
imprimirse a la investigación financiada por las propias
corporaciones que han de ser investigadas (SCHILLER 1.986) y la
falta de estímulo público a la investigación
de fenómenos que a la postre pondrían al
descubierto la vacuidad de los abstractos que sirven de soporte
al poder
establecido (ROMANO 1.988), han dificultado la
consolidación de un cuerpo de conocimientos unitario,
riguroso y sistemático de la comunicación y la
cultura desde una perspectiva económico política.
En consecuencia, resulta pertinente la reflexión
acerca de los aspectos que de éstos fenómenos
resultan relevantes para el análisis económico, de
las limitaciones de los enfoques convencionales que con desigual
alcance se han desarrollado y de las premisas en las que, a mi
juicio, podría quedar sustentada su comprensión
crítica, unitaria, rigurosa y socialmente
operativa.
1. Las
cuestiones económicas relevantes.
Los procesos de comunicación
social, la creación cultural y la producción de
información en las sociedades
avanzadas deben llamar la atención del análisis
económico en relación con tres grandes
fenómenos que le son característicos.
1. En todos ellos, y en mayor o menor medida, se
advierte que su organización y uso social se vincula
progresivamente con los ámbitos generales de la
producción industrial.
Este proceso se
manifiesta a su vez en tres cuestiones singulares:
– el expansionismo y la dimensión multiplicada de
estas actividades y el caracter preferente que alcanzan las
inversiones
realizadas en estas industrias debido a la rápida
valorización de capitales que en ellas se llevan a cabo y
que permiten afirmar con propiedad que
"la cultura y la comunicación forman crecientemente parte
de la base productiva que sostiene al capitalismo
avanzado" (ZALLO 1.988, p.9; GILPIN 1.975, p. 166).
– la especial contribución de estas industrias a
la conformación de un nuevo sistema de
regulación industrial y al diseño
de un nuevo abanico de pautas de consumo social
que hace frente a la crisis de
acumulación y legitimación generada por las propias
contradicciones del "Estado del Bienestar" (AGLIETTA 1.979;
O'CONNOR 1.987; SCHILLER 1.986).
– desde el ámbito más específico de
la renovación tecnológica que implican la
producción de información y las nuevas
infraestructuras de los procesos de comunicación se
perciben modificaciones sustanciales en la propia
articulación del sistema productivo, que van más
allá de los incrementos de productividad que
suelen ser destacados convencionalmente, para afectar a los
procesos de centralización e
internacionalización de capitales y a la propia morfología
de los mercados
industriales.
2. Independientemente de lo que acabo de señalar,
los procesos de producción informativa, los procesos de
comunicación social y la creación cultural
industrializada deben tener una especial significancia para el
análisis económico.
Todos ellos reúnen las características
concurrentes en los procesos de intercambio mercantil. En ellos
se llevan a cabo auténticos actos de generación de
valores y las
condiciones en que éstos se producen y se realizan
resultan ser por lo tanto los determinantes de su naturaleza como
fenómenos sociales.
Quiere decirse que su comprensión requiere el
análisis económico común a los procesos de
producción y circulación de las mercancías y
que, a su vez, éste es el presupuesto
previo para poder evaluar la específica
vinculación, antes señalada, entre las industrias
de la comunicación y la cultura y el resto de las
actividades industriales.
Como he tratado de demostrar en otro trabajo
(TORRES 1.985) el caracter mercantil de la producción
social de mensajes y productos culturales afecta a la
conformación y características del ámbito
específico en que se organiza la producción, a la
estructura del
mercado en que se
realiza su valor y a la
naturaleza del propio producto.
La actividad productiva se organiza, bien sea en el seno
de organizaciones
empresariales bien con caracter individual, con el objetivo de
producir valores que permitan mediante su realización la
obtención de plusvalías. Los procesos de
intercambio de las "mercancias culturales" se llevan a cabo en
mercados cuya morfología resultará determinante de
los términos del propio intercambio y del grado de
satisfacción de las demandas sociales. Igualmente, el
producto informativo o cultural que es resultado de un proceso de
intercambio mercantil de esa naturaleza queda condicionado por el
caracter mercancia que le es propio y ello condiciona no
sólo su función en
el proceso de producción, sino también a los
propios contenidos semióticos o simbólicos de la
comunicación y la cultura.
3. Por último, los fenómenos de la
información, la comunicación y la cultura presentan
una característica que, en mi opinión, no debe
pasar inadvertida si se quieren abordar con rigor y operatividad
por el análisis económico.
Como dicen MATTELART y STOURDZE (1.984, p.56) la
"comunicación" (utilizado el término en su
más amplio sentido) no es sólamente un "aparato de
producción o de distribución industrial de
continentes" y "un aparato de producción, difusión
y almacenamiento de
contenidos, si puede considerarse posible separar la forma de su
contenido" sino que "es a la vez…un aparato político de
producción de consenso, de reproducción de las jerarquías
culturales…pero sobre todo y ante todo, antes que un producto,
la comunicación es un conjunto de prácticas
sociales, cosas todas que una visión derivada de un
concepto
tecnicista del progreso tecnológico tiende a dejar en la
sombra".
El extraordinario poder mediático alcanzado por
la información, la comunicación y la cultura hace
que, en palabras de los mismos autores, se estén
convirtiendo hoy "en los ejes alrededor de los cuales se
reestructuran las relaciones sociales entre los individuos, los
grupos y las
clases, las naciones y los bloques de poder". Y si el
análisis económico pretende realizar una
comprensión de los hechos y las relaciones
económicas, como en mi opinión debe hacer, que
contribuya a dar luz al conocimiento
de las condiciones en que se puede alcanzar un mayor bienestar
social no parece que deba ser ajeno a los mecanismos en que se
basan los procesos de reproducción social y la
consolidación de la situación establecida, sino que
más bien debe procurar incardinar la dinámica de la actividad económica
en el más amplio contexto de la relaciones sociales de
poder, sometimiento y conflicto que
en modo alguno son ajenas al desenvolvimiento de los hechos
económicos.
Y ello permite afirmar, a mi juicio, que carezca de
sintonía con la realidad el análisis
económico de estos fenómenos que no trate de
descubrir y plantear con rigor el contexto de relaciones sociales
en el que se desarrollan estas industrias o sólo atienda a
la contemplación teórica de las mismas como
abstractos, sin percibir su trascedencia y su vinculación
con el núcleo de conflictos que
se dan en la sociedad.
2. Los
enfoques convencionales.
En el propio ámbito del análisis
económico tradicional, que asienta sus presupuestos en el
modelo
neoclásico, los trabajos pioneros de BOULDING, STIGLER o
MARSCHAK (1.977) permitieron poner de relieve no
sólo la pujanza de la industria de
la producción de conocimientos sino también los
desajustes de todo tipo que los flujos de información
generaban en la concepción tradicional del equilibrio y
de los procesos económicos que derivaba del paradigma
neoclásico (HIRSCHLEIFER 1.973; LACHMANN
1.986).
Desde ahí, se han prolongado unas vías de
desarrollo plurales que han tratado de establecer, desde
diferentes perspectivas, las bases que hagan posible incorporar
esos fenómenos al análisis
económico.
Los ámbitos que a mi juicio resultan más
característicos y enriquecedores son los que a
continuación voy a referir críticamente y de la
forma más sintética posible.
2.1. La
comprensión macroscópica de los flujos de
información.
El reconocimiento del enorme significado de los cada vez
mayores flujos informacionales que afectaban a la actividad
económica en su conjunto y la convicción de que la
exclusiva atención que los economistas prestaban
tradicionalmente a los "flujos reales" de la economía
resultaba insuficiente precipitaron la elaboración de
estudios tendentes a cuantificar su magnitud.
MACHLUP (1.962) calculó para 1.958 el porcentaje
que representaban sobre el P.I.B. estadounidense las actividades
de producción y distribución de conocimientos,
PORAT (1.977) incorporó nuevas actividades y
reelaboró la estimación para 1.967 y posteriormente
se han desarrollado este tipo de cálculos para diversos
paises y con alcance diverso.
Desde esta perspectiva se trata de alcanzar un doble
objetivo: por una parte, el análisis sistemático de
la estructura del propio sector definido, evaluando su
participación en el empleo general
de la economía, en los volúmenes de negocios y en
la producción nacional; de otra parte, y sobre la base de
definir las organizaciones que son determinantes para la
transmisión de las informaciones en el conjunto de la
economía, la elaboración de "matrices de
Leontieff" que pudiesen describir la naturaleza de los flujos de
información entre tales organizaciones (LAMBERTON 1.976,
pp. 483-484).
Se podría decir que se trata de encontrar un
cuarto sector que se reputa como el motor de una
nueva y emblemática "sociedad de la información" en
donde los flujos de información, como queda dicho,
resultan ser su pilar fundamental.
Sin embargo, una pretensión de esta naturaleza y,
por lo tanto, los resultados de mayor o menor generalidad a los
que da lugar, puede presentar a mi juicio importantes
limitaciones operativas y sobre todo hipotecas analíticas
considerables.
Se parte en todos los casos de un concepto de
información y por ende de flujo de información
extraordinariamente poco consistente teóricamente, carente
de homogeneidad y desproporcionadamente polivalente. La consulta
de la bibliografía citada en las notas anteriores
permitirá comprobar que se trata de cuantificar el peso
especìfico de actividades tan dispares en cuanto a su
organización productiva y significado económico
como la de los medios de
comunicación de masas, las instituciones
financieras, la contabilidad,
los servicios informáticos, el teatro, la
enseñanza, el corretaje, la topografía y así un largo
etcétera.
De esta forma, se confunden, en mi opinión, los
procesos de producción de informaciones con las propios
productos informacionales y esos con los efectos que
efectivamente generan de forma cada vez más extendida en
el resto de procesos productivos.
Por lo demás, la concepción de los flujos
de información que sirve de base a estos análisis
no es menos confusa. No basta preguntarse, como hace LAMBERTON
(1.976, p.485), si concebiremos la economía sólo
como un conjunto de procesos "reales" o si concebiremos que ella
es función de las "ideas de las gentes" que viven y
trabajan en su seno.
Sin perjuicio de poder afirmar que la
sistematización de estos fenómenos -desiguales en
lo productivo, en lo cultural y en el engarce de cada uno de
ellos con el conjunto de las relaciones económicas y
sociales- puede contribuir a disponer de un mejor conocimiento de
las fuentes
sociales de la información y del conocimiento, es preciso
señalar, sin embargo, que para alcanzar ese resultado se
deben determinar previamente los conceptos teóricos que
permitan detectar la diversa trascendencia económica de
actividades tan plurales. Y, sobre todo, que impidan confundir
los flujos de información que tienen relevancia en cuanto
que se incorporan como tales a los procesos de creación de
valores en otros ámbitos de la economía, de
aquellos otros cuya relevancia productiva deriva de que son, por
el contrario, resultado inmediato de relaciones sociales basadas,
con todas sus consecuencias, en el intercambio
mercantil.
2.2. El análisis de
las estructuras organizativas desde la economía de
la
empresa.
Es este uno de los ámbitos donde se ha alcanzado
un mayor y más extenso conocimiento de los aspectos
económicos de la actividad informativa.
Las exigencias inherentes a la gestión
empresarial, especialmente de los medios de
comunicación y de la actividad publicitaria, han permitido
y favorecido, aún a pesar de la falta de transparencia
antes aludida, la realización de una amplia gama de
trabajos destinados a poner de manifiesto las especificidades de
este tipo de empresas en todas
sus dimensiones internas y externas.
Tanto en el extranjero como en nuestro pais existe una
amplia tradición de estudios de economía de la
empresa
informativa que van desde el estudio de aspectos singulares de la
dinámica empresarial -como la concentración, la
estructura de costes, las estrategias de
mercado, los problemas de
financiación o la
organización interna de la empresa– hasta los
intentos, en mi opinión pretenciosos, de construir una
"economía de la información" tomando a la empresa
como único referente de la misma (TALLON
1.987).
Sin embargo, en todos estos trabajos – y sin que ello
suponga en ningún caso infravalorar la contribución
que suponen para el conocimiento global del fenómeno de la
información- es fácil advertir no más que la
aplicación, con mayor o menor linealidad, de los esquemas
analíticos de la economía de la empresa más
convencional, sin pretensión alguna de proporcionar las
claves que puedan explicar la interrelación de estas
empresas con el entramado industrial general, sin apreciar los
condicionantes políticos, sociales e incluso
económicos que lleva consigo la estructura de la
propiedad, la internacionalización de capitales que les
afecta, la organización específica del trabajo que
se articula en su seno y, mucho menos, su vinculación -con
los efectos que ello lleva consigo- con las estrategias que
confluyen en el conflicto social.
2.3. La economía de
los procesos de comunicación.
Si se conciben los procesos de comunicación como
encuentros interpersonales en virtud de los cuales se intercambia
información, o incluso como procesos intrapersonales en
los que mediante la aplicación de un determinado esfuerzo
aquella se consigue, puede deducirse que, en ambos casos,
será preciso llevar a cabo una "inversión" o incurrir en un
"coste".
Para THAYER (1.975, p.207), "eso quiere decir que en la
comunicación siempre se produce algún factor
económico, y dado que ninguna medida de la efectividad de
la comunicación puede tener un pleno significado, aparte
del costo que origina
lograr dicha efectividad, en cualquier análisis global de
la comunicación es necesaria alguna manera de comprender
su economía".
Tratándose de relaciones inter o intrapersonales
que se llevan a cabo sin organización mediática nos
encontraríamos frente a costes implícitos
derivados, esencialmente, de la necesaria aplicación de
energía e inversión de tiempo necesarios para la
obtención y asimilación de los datos. Sin
embargo, cuando se produce un intercambio mediático
aparecen factores organizacionales y tecnológicos que
requieren una determinada inversión monetaria, lo que
obliga a una evaluación
diferente del coste comunicacional.
De la comprensión de los procesos de
comunicación desde esta perspectiva surgen dos
posibilidades de análisis. De una parte, el estudio de los
sistemas de
comunicación que pueden hacer virtual la
transmisión de información desde la perspectiva de
la inversión requerida para hacerlos efectivos (que se
corresponde realmente con el enfoque al que hice referencia en
2.1.) y, de otra parte, el estudio de la eficiencia de los
propios procesos de comunicación.
Para THAYER (pp. 212 y ss.), la economía de la
comunicación está en relación con su coste y
éste constituye el elemento esencial para poder evaluar el
grado de eficiencia de la misma. Y si bien en la
comunicación no mediatizada los grados de eficiencia
alcanzados no tienen por qué constitutir la principal
preocupación de los que participan en el encuentro, cuando
se interpone una organización costosa para hacerla
posible, cuando se trata de procesos de comunicación
organizada, la eficacia del
proceso resulta significativa en sí misma y para la
organización mayor en cuyo seno se lleva a
cabo.
A mi juicio, el alcance de estas consideraciones -que se
mueven entre la teoría
matemática
de la comunicación (LANCRY 1.982) y su comprensión
psicologista- es limitado por cuanto se fundamentan en una
concepción abstracta del intercambio que se reconoce en
los procesos de comunicación y de los conceptos de
inversión, coste o eficiencia que se le aplican. Ni llegan
a considerar el caracter de relación social que adquiere
el intercambio mediatizado por organizaciones industrializadas,
ni incluso alcanzan a proyectar la actividad de búsqueda y
obtención de información en los procesos de
asignación general que realmente determinan la eficiencia
de los intercambios desde la perspectiva económica
convencional del modelo neoclásico.
2.4. La
teoría económica de la
información.
La consideración teórico económica
de la información resultaba inevitable si se tiene en
cuenta, como dice MACKAAY (1.982, p.107) que aquella es "el
ingrediente esencial de la elección y la elección
entre recursos escasos es la cuestión central de la
economía".
La lectura
teórico económica predominante en los
últimos años no ha podido ser otra que la que gira
en torno al
paradigma neoclásico y hubo de realizarse sobre la base
del reconocimiento explícito de su difícil
connivencia con los presupuestos del modelo de
partida.
De ahí parte la doble orientación
teórica que ha conducido el tratamiento neoclásico
de la información: su difícil pero ineludible
confrontación con el modelo que la presupone gratuita y
perfecta y, sobre la base del reconocimiento de su
imperfección y coste, la necesaria reconsideración
del análisis de los procesos de toma de
decisiones.
Si bien es inevitable el reconocimiento de la
información como mercancia, como un bien económico,
su naturaleza presenta disensiones significativas respecto a las
supuestas por el modelo neoclásico. ARROW (1.971, pp. 142
y ss.) señaló, desde el lado de la oferta, que
los productores de información no pueden exigir
normalmente pagos por sus usos ulteriores, que quienes la
utilicen posteriormente podrían transmitirla a un precio
inferior y que la información no es cuantificable ni
divisible y, desde el lado de la demanda, la
anomalía que supone el que los demandantes desconocen el
valor de la información hasta el momento en que la poseen,
pero entonces ya la habrán adquirido.
El resultado es que el caracter imperfecto y no gratuito
de la información impide alcanzar la asignación
óptima que proclama el modelo y se pone en cuestión
el propio concepto de equilibrio que debía pasar a ser
considerado como un equilibrio con incertidumbre.
Sobre estas bases, y lejos de cuestionar la pertinencia
del propio modelo de partida, o bien se obvia el problema de la
imperfección a que da lugar la información o bien
se trata de proponer alternativas analíticas que permitan
recomponer la solución de equilibrio mediante la
intervención que la internalice
Por otro lado, este caracter imperfecto de la
información origina incertidumbre y en su virtud se afecta
el proceso de toma de decisiones del agente económico
sobre cuyo comportamiento
racional previene el modelo. De ahí la necesidad de
abordar esos procesos tomando en consideración el coste
que representa la búsqueda de información (como
"antídoto" de la desutilidad que genera la
incertidumbre o el riesgo que
conlleva), para lo cual se acude al análisis marginal que
deberá establecer, por el procedimiento
sabido de igualación del coste y la utilidad
marginales, las condiciones óptimas en que se
invertirá en la consecución de la necesaria
información.
Aunque, en última instancia, el tratamiento
analítico de la información no ha supuesto una
reformulación sustancial de las inconsistencias del
modelo, tampoco puede decirse que no se haya llevado a cabo por
la teoría económica de corte neoclásico un
importante esfuerzo por incorporar el problema de la
información imperfecta en otros ámbitos colaterales
y siempre en el marco del paradigma neoclásico (bien en su
lectura tradicional, bien en la versión del llamado "nuevo
neoclasicismo") e incluso que su
consideración no haya sido relevante en el reconocimiento
de la quiebra de los
presupuestos del equilibrio general que a la postre resultan
más restrictivos que operativos al análisis
económico.
Así, tienen ya un cierto desarrollo los estudios
relativos a los problemas de la asimetría de la
información, los destinados a analizar su propia
naturaleza en relación con las características de
su demanda y con el concepto de equilibrio, los que tratan de
microfundamentar las estrategias de toma de decisiones en
condiciones de riesgo y racionalidad limitada o proporcionar
propuestas de medición de la aversión al riesgo e
incluso los que incluyen el análisis de la
información en otros modelos
relacionados, por ejemplo, con el comportamiento de la empresa,
con las funciones de
consumo y ahorro, con la
oferta de trabajo o con la problemática de la selección
de carteras.
En mi opinión, sin embargo, sí que cabe
afirmar que desde la óptica
de la teoría económica neoclásica, y dada la
naturaleza de sus abstracciones de partida, no se está en
condiciones de articular un cuerpo teórico con capacidad
operativa que garantice la comprensión de los flujos
informacionales como partes integrantes de relaciones sociales, a
la propía información como resultado de procesos de
producción singulares que afectan al conjunto de las
actividades productivas por ser parte de estrategias de dominio
social y a los procesos de búsqueda, obtención y
distribución de información y conocimientos como
algo más que momentos de una estrategia de
decisión evaluada según los criterios de la
eficiencia marginal.
2.5.
Economía de la cultura y de las artes.
La creación artística de todo tipo y la
producción de bienes
culturales es el último de los ámbitos en donde se
han desarrollado aportaciones de interés
desde la perspectiva del análisis económico
predominante en los últimos años.
En la medida en que en ellas se llevan a cabo procesos
significativos de asignación de recursos, comportan
decisiones de elección e incluso, en algunos casos, se
resuelven en el ámbito del mercado, el análisis
económico no ha podido ser ajeno a ellas.
Genera mente la atención ha derivado hacia su
consideración como actividades generadoras de efectos
externos e imperfecciones en la dinámica de su
asignación en los mercados pero que satisfacen necesidades
colectivas que justifican su regulación económica
(SCITOVSKY 1983, pp 6 y ss.).
Por ello, que el análisis se haya centrado
mayoritariamente en los problemas relativos a su
financiación, en el análisis de su demanda y en la
justificación de subsidios que eviten la
subprovisión de recursos a la que puede dar lugar la
naturaleza de bienes públicos de los productos culturales
o las dificultades existentes para conseguir aumentos de la
producción que hagan frente a los incrementos de costes en
el caso de las artes (HENDON y SHANAJAN 1.983, partes 2 y
3).
Significativamente, el ámbito de los medios de
comunicación de masas ha sido, en palabras de WITHERS
(1.983, p.77), una notable omisión en la agenda
investigadora de la economía de la cultura.
Las cuestiones relativas a los medios se han centrado,
por el contrario, en la problemática de los precios y
financiación de sus emisiones, en el estudio
estadístico de las funciones de demanda o en el
análisis sectorial centrado en la morfología de los
mercados, en su estructura de propiedad y en los problemas de su
regulación.
Por el contrario, es notable la ausencia de
análisis tendentes a evaluar, como puede hacerlo el
análisis económico, (COLLINS, GARNHAM y LOCKSLEY
1.988, GUILLOU 1.988, TORRES 1.985, ZALLO 1.987 y 1.988, WITHERS
1.983) las consecuencias derivadas de la
propia estructura de mercado que se analiza, de las condiciones
en que se lleva a cabo la competencia o de
la naturaleza del producto que se elabora en esas
condiciones.
Sucede, por el contrario, que más que realizarse
una auténtica economía de la cultura y de las
artes, en el sentido de detectar la naturaleza y alcance de los
procesos industrializados de producción y de intercambio
que los caracterizan en las sociedades modernas, se atiende
más bien a aplicar a estas actividades un instrumental
analítico qu deriva de una abstracción sobre las
condiciones sociales en que se desenvuelven los hechos
económicos y que, por lo tanto, impide conocer y analizar
operativamente los auténticos "fallos del mercado" que las
caracterizan: su trascendencia socio-política y su
necesaria organización productiva orientada a la
reproducción de las relaciones sociales y
económicas establecidas.
3. El
necesario enfoque económico
político.
Como conclusión de todo lo anterior podría
afirmarse que el análisis económico convencional de
la información, la comunicación y la cultura
atiende a los múltiples aspectos que cabe apreciar en
estos fenómenos pero sin proporcionar su tratamiento
sistemático, precisamente porque no se tratan todas sus
dimensiones de manera omnicomprensiva. Bien porque no se insertan
en el contexto de relaciones sociales que les condicionan, bien
porque se abordan desde modelos alejados de la realidad y con un
instrumental que le impide contemplar los factores
socio-políticos que le son inherentes y le secuestran, por
lo tanto, del conjunto de sus variables
significativas.
En general, ni contienen una visión
histórico concreta de estos fenómenos, ni el
análisis que llevan a cabo responde a una
sistemática metodológica que permita contemplar sus
dimensiones plurales tal y como se presentan en la
realidad.
Y es que es necesario, en primer lugar, reconocer
adecuadamente los fenómenos que deben constituir el objeto
de una economía de la información, la
comunicación y la cultura. No es suficiente, en mi
opinión, el reconocimiento de la trascendencia
económica de estos fenómenos para abordarlos sin
casuística teórica ni referente común
metodológico.
Para ello, es preciso distinguir que lo que ya
comunmente se denomina la "sociedad de la información",
como expresión de todos los fenómenos a los que he
hecho mención anteriormente, tiene una triple
expresión de interés para el análisis
económico:
1. Las modificaciones que se producen en el sistema
productivo como consecuencia de la creciente necesidad de hacer
frente a su reajuste y consolidación haciendo cada vez
mayor uso de información de todas clases. Esta resulta ser
un bien cada vez más necesario para incrementar la
productividad, para reducir los costes de todo tipo y para
recomponer el conjunto de las relaciones productivas.
En este aspecto, la información resulta ser una
componente más de los procesos productivos, que
añade a éstos mayor valor en cuanto que es
más requerida pero que por sí sola no genera nuevo
valor una vez incorporada. Lo que permite afirmar que no altera
cualitativamente los procesos de acumulación de capitales
en los que interviene, aunque su creciente importancia, sin
embargo, sí afecta esencialmente a las estrategias
productivas, en el sentido de que resultará prioritario el
control de las
fuentes de
información y de las redes que garanticen su
difusión (MELODY 1.988, SCHILLER 1.983).
Se hace preciso, por lo tanto, que el análisis
económico aborde el estudio de la particular
inserción que la información alcanza en el sistema
productivo, tratando de poner de manifiesto sus manifestaciones
singulares como fuerza
productiva, las condiciones en que contribuye a la
valorización o desvalorización de los capitales,
los efectos que genera sobre los procesos de realización y
el consumo y, en general, las modificaciones en el sistema global
de acumulación y apropiación a que da lugar su
implementación generalizada y permanentemente
acelerada.
2. La expansión de la industrias que proporcionan
las infraestructuras necesarias para el desarrollo de la
información, la comunicación y la cultura. Este
nuevo sector contribuye, por una parte, a hacer frente a la
crisis de acumulación favoreciendo el desarrollo de un
nuevo frente del consumo social (O'CONNOR 1.987, GARNHAM 1.985) y
permite una nueva articulación del sistema productivo en
torno al mismo en razón del valor estratégico al
que acabo de hacer referencia.
El estudio de este nuevo ámbito productivo,
resultado de la confluencia de la informática, la electrónica y las telecomunicaciones, el conocimiento de su
estructura de productiva y de propiedad, de sus vinculaciones de
todo tipo con el resto de la esfera productiva, de la
dinámica y los resultados de sus procesos de
producción, de las condiciones en que se desarrollan sus
ciclos productivos e incluso la naturaleza comercial de los
productos que proporcionan permitirán establecer
conclusiones adecuadas acerca de la naturaleza real de los
fenómenos de la innovación
tecnológica así como de las pautas de consumo
social que instauran. Y, muy especialmente, permitirán
establecer las condiciones que deben satisfacerse para que las
nuevas
tecnologías de la información contribuyan
realmente a una mayor satisfacción de las demandas
sociales y no sólo a la mayor rentabilización del
status quo productivo.
3. Por último, la mercantilización de los
propios procesos de comunicación en que se basa la
organización social que permite la obtención de
información y la creación cultural y que genera un
doble efecto: la consolidación de lo que
genéricamente llamaríamos las "industrias
culturales" y el que la producción de contenidos
tendentes a la reproducción social se asiente en la propia
base del sistema económico (GARNHAM 1.983).
En este ámbito de las industrias culturales las
cuestiones relevantes y que requieren la contribución del
instrumental económico son las siguientes:
En primer lugar, la determinación
analítica del propio campo de las industrias culturales de
manera que éste no se contemple como resultado de la
aplicación de criterios abstractos como los
característicos de lo que anteriormente llamé el
enfoque macroscópico. En este sentido, resulta necesario
el establecimiento de los criterios analíticos adecuados
para poder conocer la naturaleza de las muy plurales
manifestaciones de la organización productiva de la
comunicación y la cultura y que permitan alcanzar una
comprensión taxonómica de los diferentes procesos
de asignación, de articulación de los procesos de
trabajo, de valorización de capitales, de
distribución y de satisfacción de las demandas
sociales.
En segundo lugar, el análisis de la propia
actividad productiva en el seno de estas industrias.
Las características específicas de las
mercancias que proporcionan las industrias culturales (su
caracter de prototipos, la aleatoriedad de su demanda y las
dificultades existentes para articular su asignación por
la vía de los precios) imprimen determinados caracteres a
la forma en que deben organizarse los procesos productivos. No
sólo en lo que se refiere a las caracteríticas
internas de éstos como procesos industriales (CESAREO
1.983) o a las consecuencias que se derivan para el uso social de
estas mercancias a consecuencia de la creciente
utilizaciòn de medios técnicos más
sofisticados y complejos, sino también, y sobre todo, en
relación con la conformación de unidades
interrelacionadas dentro de la industria para garantizar la
cobertura, en condiciones de máximo rendimiento, de los
mayores costos que
requiere la necesaria expansión de los capitales (GUILLOU
1.984).
En tercer lugar, el análisis de las condiciones
en que se instaura la organización social del intercambio
que permita comprobar las consecuencias que se derivan para la
satisfaccióin de las demandas sociales de la naturaleza
del marco específico de asignación y
provisión establecido y de las circunstancias en que el
propio intercambio se lleva a cabo. Las estructuras de costes
específicas de estas industrias, los problemas de
financiación y la propia naturaleza singular de las
mercancias objeto de los intercambios dan lugar a que los
mercados culturales estén sometidos -aún más
fuertemente que otras ramas industriales- a procesos de
concentración, transnacionalización y
regulación o desregulación altamente
significativos.
Por ello, que sea necesario el análisis de cada
uno de estos fenómenos para poner de manifiesto, no ya las
estructuras de poder a las que quedan vinculados, sino su
influencia en el grado y en las condiciones en que pueden
satisfacerse las demandas sociales que se expresan en los
mercados.
Por último, y como consecuencia de todo ello, el
análisis económico puede y debe proporcionar las
claves inmediatas que permitan articular Políticas
de la Comunicación que garanticen que los intercambios
comunicacionales se lleven a cabo en condiciones de identidad, con
posibilidades reales de acceso a los diferentes momentos del
mismo y de forma que los consumidores de mercancias culturales no
resulten a la postre ajenos y enajenados respecto a los
contenidos con que se trata de satisfacer sus
demandas.
La mercantilización de la información, de
la comunicación y de la cultura y su organización
idustrializada ha fomentado un creciente proceso desregulador de
estas actividades para asentarlas, como queda dicho, en los
ámbitos comunes a otras actividades económicas y de
ahí que haya podido hablarse de "secuestro de las
políticas de comunicación por las políticas
económicas e industriales" (GUILLOU 1.988,
p.39).
En los ámbitos en que tradicionalmente se le
reputaban como propios la Economía Política puede
descubrir las condiciones en que se alcanza la mayor eficiencia
en los intercambios, detectar las circunstancias que impiden la
más óptima asignación de los recursos y
ofrecer soluciones a
situaciones en que no se alcanza la provisión deseada.
Igualmente, la Economía Política debe entender de
las condiciones de todo tipo que afectan a las decisiones
sociales relativas a la producción y distribución
de información y conocimientos. No sólo para
detectar las modificaciones explícitas en los procesos
productivos que quedan modificados en el sentido señalado
sino para poner de evidencia en qué medida afecta al
bienestar social la organización industrializada de los
mecanismos de reproducción social. Pues es en estos donde,
finalmente, confluyen las estrategias sociales que dan sentido y
caracter a los propios hechos económicos.
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Juan Torres López