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Michel Foucault: Sobre El Intelectual



    1. Posible
    genealogía de un Foucault y de un
    Sartre

    2. Aportes
    foucaultianos a la categoría de poder

    3.

    4. Dos conclusiones y una
    impresión sobre la objeción
    foucaultiana

    1. Posible genealogía de
    un
    Foucault y de un Sartre

    De la tan extensa cantidad como revolucionaria calidad de los
    trabajos de Michel Foucault, nos acercaremos solamente a los que
    testimonien lo que aquí llamaremos las objeciones a
    la teoría
    sartreana del compromiso.

    Es necesario remontar el texto
    quizá más consistente en esta línea de
    análisis, Microfísica del poder, a una serie
    de acontecimientos que constituyen un marco entero de
    reflexión, un marco heredado de la enorme influencia que
    una década como la de 1960, muy diferente de la del
    ´40, dejó no solo a los intelectuales,
    sino al concepto de
    intelectual. El espíritu crítico de los 60 fue
    simultáneo y diverso en distintas facciones de la sociedad
    mundial, a tal punto que si no se comprenden sus alcances, no se
    podrá comprender tampoco la existencia de Foucault y de
    Sartre como
    intelectuales del mismo contexto y época.

    Nicolás Casullo, en la obra Itinerarios de la
    modernidad
    escrita en colaboración con Ricardo Forster
    y Alejandro Kaufman (CASULLO, FORSTER, KAUFMAN, 1999), sintetiza
    la década del sesenta a partir de tres ejes coexistentes:
    el primero refiere a la rebelión política e
    ideológica estudiantil
    ; el segundo a una
    crítica violenta de las costumbres; y el tercero, a
    las estrategias de liberación política que
    atravesaron a los países hoy conocidos como del Tercer
    Mundo
    . De estos tres ejes que se comunican, se entrelazan y
    se entraman, abordaremos, en los apartados sucesivos, el primero
    en términos generales para completar nuestra visión
    sobre Sartre, y el segundo más específicamente para
    adentrarnos en Foucault. Nos basamos en este abordaje general de
    Casullo para deducir cuál es la posición de Sartre
    y Foucault en el mapa crítico sobre el intelectual que
    estamos configurando.

    La rebelión política e ideológica
    estudiantil es, desde aquí, una manifestación de la
    cultura
    contestataria y joven de los sesenta, sólo una de las que
    integran esa década y que sería un punto de
    referencia para la próxima. A través de Sartre, se
    había hecho alusión a cierto cambio en el
    pensamiento
    del intelectual a raíz de los acontecimientos de Mayo de
    1968 como fecha representativa, de ninguna manera única,
    de una serie de reclamos, protestas y manifestaciones masivas de
    los estudiantes en París pero también en Estados Unidos y
    en América
    Latina: "Aparece la protesta estudiantil, el
    cuestionamiento a todo el orden universitario, el cuestionamiento
    al sistema de
    enseñanza, a las clases de los profesores,
    a las materias que se dictan, a los programas que
    contienen estas materias, al régimen estudiantil, a los
    comedores universitarios; absolutamente todo es cuestionado
    "
    (CASULLO, 1999). Así puede leerse el marco de esta cara de
    los sesenta, solo una faceta de la protesta. Los universitarios
    ya no quieren reproducir un modelo
    altamente reprochable o definitivamente derribable. Este momento
    de los estudiantes, que luego pretenderán contagiar su
    conciencia y su
    praxis a la
    clase obrera,
    aún muy bien delimitada e identificable, están a
    punto de corresponderse con lo que Sartre llama técnico
    del saber práctico devenido intelectual
    : un sujeto
    que, al tomar conciencia de su condición y de su
    posición en la sociedad, decide renunciar a la complicidad
    con la clase dirigente y pasarse a las filas oprimidas,
    principalmente porque se siente obligado a hacerlo. El
    propio Sartre sirve como ejemplo de la síntesis
    de lo dicho hasta aquí, en una entrevista que
    le efectúan en L´Idiot International: "-
    ¿Finalmente la verdadera ruptura se habría situado
    en Mayo, cuando los intelectuales comprendieron que ellos mismos
    eran cuestionados hasta en la forma de su
    saber?

    En la forma de su saber y en su existencia
    real. Es decir que no se debe manifestar: son víctimas
    de esa contradicción
    y nada más. Es
    necesario que ellos mismos sientan que esa contradicción
    deben suprimirla en su interior. En el fondo, es una gran verdad
    que su contradicción es la contradicción de la
    sociedad en general, y es bien cierto que un intelectual es un
    asalariado, que sus verdaderos problemas son
    problemas de asalariado; tiene un saber y un poder que pone
    a disposición de una sociedad de un cierto tipo. Y
    allí se descubrió que esas bravas personas que por
    una parte estaban en el F.L.N. argelino, por el F.L.N.
    vietnamés, que tomaban posiciones en todos los dominios,
    permanecían en sí mismos totalmente al servicio de un
    estado de
    cosas que hacía que en el fondo fueran ellos mismos
    perjudiciales. No eran simplemente personas desdichadas que
    tenían su contradicción; eran perjudiciales
    precisamente en el sentido de que eran inmediatamente
    recuperables. Pero en Mayo, no fueron los intelectuales
    "llegados", es decir los que habían pasado sus
    exámenes y cobrado ampliamente dinero y un
    salario quienes
    comenzaron, sino los aprendices de intelectuales que
    comprendieron la situación y se dijeron: lo que no
    queremos es ser eso
    ." (SARTRE, 1970). El estudiante cobra
    conciencia y comienza la crítica
    de sus propios maestros, esos intelectuales
    clásicos en términos sartreanos. Ve en la
    existencia real
    de sus profesores, en los programas, en el
    sistema curricular entero, por haberse convertido en
    intelectual propiamente dicho, lo que debe abolir. Sartre
    pertenecería, principalmente, a esta arista del análisis que efectuamos con Casullo: Sartre
    que apoya a los estudiantes que no apoyan a los profesores por su
    condición de intelectuales clásicos, esto
    es, comprometidos meramente en términos discursivos;
    críticos meramente desde su saber, en el mejor de los
    casos, pero conservadores de su condición de
    orgánicos en su existencia real.

    2. Aportes foucaultianos a
    la categoría de poder

    "Jean- Paul Sartre, Michel Foucault y André
    Glucksmann en una manifestación en 1971
    " es el
    epígrafe de una fotografía
    que tiene a Foucault en el medio de ambos y hablando a
    través de un megáfono. Foucault pertenece
    prioritariamente, sin embargo, a la segunda lectura que
    Casullo presenta de los sesenta y sus influencias: aquella que
    involucra la crítica violenta de las costumbres.
    Según ella, la de los sesenta es una década
    contestataria que parte del ámbito estudiantil
    (Sartre), pero que genera una ola crítica más
    abarcativa y compleja que la de las meras instituciones;
    de estos últimos aires se ha contagiado Foucault, o ha
    sido su emanador. Más concretamente, diremos que surge una
    nueva perspectiva para pensar los verdaderos alcances del
    poder. Es la propia categoría la que se vuelve a
    pensar desde una perspectiva que va mucho más allá
    de las instituciones y de un tipo burdo de lectura marxista
    según el cual el poder está en las instituciones y
    en los aparatos jurídicos de la clase dirigente. Una de
    las caras de los 60 es, por lo tanto, de cuestionamiento profundo
    de las normatividades, de los valores,
    de la cultura y de la moral
    burguesa de la que ese joven estaba impregnado, constituido:
    "Brota fuertemente la crítica a un ordenamiento
    cultural de la vida, a los planteamientos morales y éticos
    que los sustentan. En principio, la crítica más
    fuerte es a la relación poder- sujetos. La juventud de
    los `60 plantea que el poder se manifiesta en todas partes, y
    sobre todo en aquellas circunstancias donde suele camuflarse como
    que no es "poder"
    " (CASULLO, 1999). En este momento podemos
    hacer irrumpir como uno de los referentes de esta nueva lectura
    del poder a Michel Foucault, especialmente explícito a
    este respecto en su Microfísica del
    poder
    .

    Foucault entenderá el poder, y por tanto el papel
    del intelectual, de una forma que le llevará a hondas
    discrepancias con el compromiso sartreano. En principio, como
    habíamos esbozado, el poder no es simplemente, desde la
    perspectiva foucaultiana, algo que se posea y que,
    más específicamente, poseen las instituciones de la
    clase dirigente. De ser realmente así, "bastaría"
    con derribar todos los ámbitos y estructuras
    que lo albergan, tal y como se entiende desde algunas lecturas
    marxistas y tal y como se entendió, o en todo caso se
    terminó entendiendo, en la Unión
    Soviética. La pregunta principal cambia en Foucault: de:
    "¿Cómo quitarle el poder a sus poseedores?" pasa a:
    "¿Qué es el poder y, por tanto, quién lo
    posee, dónde ir a reconfigurarlo? ¿posee
    alguien el poder en forma fija?". La complejización
    de la pregunta lleva a nuevas sospechas. Quizá el poder no
    se posee, no se alberga, no es, en definitiva, algo
    tan sencillo de identificar y de ir a derribar. Porque el
    poder, siguiendo a Foucault, no existe como cosa- en-
    , sino como relación. En
    términos filosóficos, podría graficarse la
    diferencia de perspectivas entre Foucault y los marxistas
    diciendo que en Foucault el poder es relacional, no
    substancial. Foucault produce con esto un giro
    espectacular que implica dejar de ver el poder como un
    contenido en manos de la clase dirigente, para pasar a
    verlo como una forma, como un tipo de ejercicio.
    Este giro en la forma de concebir el poder acarrea una manera
    completamente distinta de pensar su boicot, porque ya no
    se pretenderá seguir el movimiento de
    derribar solamente las estructuras, sino que habrá que
    comenzar a descifrar cuáles son las formas en las que esta
    relación que es el poder se mueve, se ejerce, se
    manifiesta, funciona. Es decir: repensar el poder es inventar
    estrategias
    más efectivas para luchar contra él. Foucault
    repiensa el poder en términos de microfísica, unos
    términos que vuelven más sutil la propia pregunta
    por las relaciones de poder ya no solamente entre instituciones y
    sujeto, sino también a nivel sujeto- sujeto. Ver el poder
    en términos de microfísica corta transversalmente
    las discusiones tradicionales entre, diremos globalmente,
    izquierda y derecha; cuestiona e incluso desarticula la
    eficiencia
    estratégica del discurso de
    los marxistas tradicionales, y hace ver, por momentos, que parte
    del fracaso de la experiencia soviética se debió a
    la conservación, precisamente en términos de
    microfísica, de las relaciones de poder
    burguesas.

    Aquí podemos hacer entrar en Foucault una
    categoría inseparable del poder y vinculado con el
    abordaje microfísico del mismo: el saber. La
    relación que entrama a los sujetos a la estructura del
    poder, lo que hace que los individuos aprehendan y reproduzcan la
    dominación y su carácter de dominados, en casi todos los
    casos sin saberlo (incluso en casos en los que el propio marxismo
    está involucrado), es el conjunto y la
    configuración de saberes que legitiman cotidianamente cada
    una de las relaciones de poder en todos los niveles. Los saberes,
    a través de los discursos
    dominantes, configuran sutilmente y creciendo de manera
    exponencial y veloz, un gigantesco efecto de objetividad,
    de naturalidad, a través del cual se deslizan mecanismos
    represivos y también que garantizan la vigencia del poder.
    De esta manera, se produce una relación entre poder
    y saber que consiste en que el primero se legitima por los
    discursos que configuran el saber mientras éste, con el
    mismo movimiento, va afianzando, invisibilizando, alejando
    los mecanismos de dominación de toda posibilidad de
    discusión, va incluyendo los mecanismos de poder como
    presupuestos,
    va ubicándolos poco a poco y cotidianamente en una
    dimensión cada vez más profunda en el seno de los
    sujetos y, por tanto, cada vez más difícil de
    percibir y por ello de cuestionar. En este sentido, las
    instituciones, el problema central del marxismo tradicional, son
    en Foucault sólo un productor, entre otros tantos,
    de discursos que constituyen al sujeto hasta hacerlo hablar en su
    dialecto, hasta poseerlo.

    El poder y el saber, como agentes uno del
    otro, se amalgaman no solo en un conjunto de instituciones sino
    que tejen un entramado histórico y complejo que va desde
    los discursos hasta las prácticas, desde las
    prácticas hasta la realimentación de los discursos
    y de allí corta transversalmente todo ámbito, desde
    la clínica psiquiátrica hasta el sistema
    carcelario, desde los códigos familiares hasta el propio
    ejercicio del intelectual crítico. Observar todo esto,
    hacer historias y genealogías de la legitimidad de los
    discursos más aceptados por la sociedad, ha sido el trabajo de
    Foucault a lo largo de gran parte de su obra. Fundaba una
    episteme de la microfísica del poder, de la
    observación en lo cotidiano, en lo casi
    invisible, del funcionamiento del poder en tanto relación
    omnipresente, no residente en ningún lado
    específico.

    Esta apertura que Foucault propone al complejizar
    el concepto del poder, este enriquecimiento en la perspectiva
    tradicional (comúnmente marxista) en la que se planteaba
    una relación de poder (en las instituciones) contra
    los sujetos sociales, más esquemática pero
    por ello más engañosa y simplista, lo lleva tan
    lejos que, de pronto, se encuentra con que, por ejemplo, el
    intelectual de aspiraciones revolucionarias de Mayo del 68, esto
    es, el intelectual sartreano, también ejerce el
    poder, y lo hace en los mismos términos, con la misma
    forma con que Foucault mismo analiza la relación de
    poder en su Microfísica del poder.

    Volvamos a lo que líneas atrás
    habíamos sugerido como forma de leer los términos
    de Foucault: el dejar de ver al poder como contenido
    específico de una clase dirigente para pasar a verlo como
    una forma, como un ejercicio, un tipo de
    relación
    más allá de todo contenido,
    como un ente de lectura obligadamente microfísica. Si el
    poder, en términos filosóficos, no tiene en
    Foucault una substancia, si es entonces una
    cuestión relacional (poder- saber, por ejemplo),
    entonces la perspectiva marxista vigente por esos momentos iba a
    ser observada por él como un reduccionismo sobre la
    categoría de poder, más específicamente, una
    falaz operación por parte de los intelectuales marxistas
    respecto de la categoría de ideología.
    Falaz, porque la ideología, en tanto falsa conciencia, opone
    dos discursos, dos contenidos: el de una falsa conciencia
    (que tienen tanto la burguesía como el proletariado en
    tanto determinados por la base material y en segunda instancia
    por la superestructura) y el de una conciencia verdadera (que
    viene a revelar la revolución
    en la base material y, como por decantación, en la
    superestructura). Oposición demasiado simplista desde el
    momento en el que se piensa en un contenido al que hay que
    reemplazar, tanto en la base (dominación de clase en el
    sistema burgués- fin de dominación de clase en el
    sistema comunista) como en la superestructura (falsa conciencia-
    conciencia verdadera). Si los teóricos del marxismo
    piensan, desde la perspectiva foucaultiana, en contenidos que
    hay que reemplazar
    , se pierden en gran medida de reparar en
    que, en lo concreto de
    estas tentativas, las formas revolucionarias pueden caer,
    como cayeron en la Unión Soviética, en una reproducción de las relaciones de poder del
    sistema contra el que luchaban. La relación discrepante
    entre los marxistas de Mayo y Foucault se podría pensar
    parecida a la relación discrepante entre las
    clásicas categorías literarias de forma y
    contenido.

    En su artículo Lo que digo y lo que dicen que
    digo
    , estas cuestiones aparecen bastante claras:

    "En mis escritos yo planteaba una cuestión:
    las relaciones de poder, ¿no representan quizá,
    respecto, por ejemplo, a las relaciones de producción, un nivel de realidad al mismo
    tiempo
    complejo y relativamente (aunque sólo relativamente)
    independiente? Y es cierto: esta pregunta se la formulaba yo al
    marxismo, del mismo modo que lo hacía con otras
    concepciones de la historia y de la
    política. En otros términos: avanzaba la hipótesis de la especificidad de las
    relaciones de poder, de su espesor, inercia, viscosidad,
    desarrollo e
    inventiva propios, y afirmaba que era necesario analizar todas
    estas características. Es decir, simplemente decía
    lo siguiente: quizás las cosas no son tan simples como
    habitualmente se cree. Y para decirlo, me basaba
    simultáneamente en un análisis y en una
    experiencia. La experiencia es la de la Unión
    Soviética. Y también la de los partidos comunistas
    en general, porque 60 o 70 años de experiencia
    contemporánea nos han enseñado que la idea de la
    conquista del Estado, de la extinción del Estado, del
    centralismo
    democrático, etc., sólo son fórmulas
    demasiado esquemáticas, incapaces de dar realmente cuenta
    de lo que sucede al nivel del poder
    ." (FOUCAULT) He
    aquí los peligros, desde Foucault, de concebir al poder
    como un contenido y no como una relación:
    que, al reemplazar contenidos, se conserva la relación,
    que es nada menos que la especificidad del poder. Los objetivos
    marxistas podrían ser leídos, entonces, como algo
    hasta cierto punto necesario pero insuficiente. En
    ocasiones se advierte en el discurso foucaultiano, como se
    verá en las citas subsiguientes, una necesidad de la
    episteme marxista y una posible complementariedad de tal
    episteme. Pero por otros, sin embargo, Foucault parece no tener
    otra opción más que desarticular el discurso
    marxista en boga, que insiste en ubicar al poder en determinados
    lugares específicos y amenaza con equivocarse una y otra
    vez en la praxis. Pero no dejemos de citar al propio Foucault,
    que siempre es más claro:

    "Si bien la teoría y la historia
    económica proveen de buenos instrumentos para las
    relaciones de producción
    , (…) no sucede lo
    mismo en el caso de las relaciones de poder. Tradicionalmente, se
    ha recurrido a formas de pensar en el poder basadas en modelos
    legales, esto es: ¿qué legitima el poder? O se ha
    recurrido a pensar el poder basadas en modelos institucionales,
    esto es: qué es el Estado
    ?" (FOUCAULT) dice en El
    Sujeto y el poder
    ; y respecto de su inclinación al
    cómo del poder antes que al qué, a su
    inclinación formal, relacional, en el
    abordaje del poder, dice más adelante: "Para concluir,
    el objetivo
    principal de estas luchas no es atacar tanto tal o cual
    institución de poder, grupo, elite,
    clase, sino más bien a una técnica, a una forma de
    poder
    "; en Más allá del bien y del mal,
    perteneciente a la revista
    Actuel, 1971 (¿CÓMO PORONGUÍN SE FICHA ESTO
    DE LA MICROFÍSICA DEL PODER?), respecto del
    carácter complementario, no simplemente antagónico,
    de la perspectiva foucaultiana al marxismo: "Para simplificar,
    el humanismo
    consiste en querer cambiar el sistema ideológico sin tocar
    la institución; el reformismo en querer tocar la
    institución sin cambiar el sistema ideológico: la
    acción
    revolucionaria se define por el contrario como una
    conmoción simultánea de la conciencia y de la
    institución
    " (FOUCAULT, 1971); y, ya cerrando todos
    los formatos en cuanto refiere al poder, en Poder y
    cuerpo
    : "No pretendo en absoluto negar la importancia del
    aparato de Estado, pero me parece que entre las condiciones que
    deben reunirse para no repetir la experiencia soviética,
    para que no encalle el proceso
    revolucionario, una de las primeras cosas que deben comprenderse
    es que el poder no está localizado en el aparato de
    Estado, y que nada cambiará a la sociedad si no se
    transforman los mecanismos de poder que funcionan fuera de los
    aparatos de Estado, por debajo de ellos, a su lado, de una manera
    mucho más minuciosa, cotidiana
    " (FOUCAULT, 1975). Ya
    nos hemos preguntado hasta qué punto complementa Foucault
    al marxismo y hasta qué punto lo desarticula por completo.
    En las páginas siguientes comenzaremos a abordar este
    problema.

    Un cambio de perspectiva respecto de la noción
    del poder conlleva, entre otras consecuencias, la de reformularse
    el papel del intelectual tradicional que Sartre, desde
    hacía dos décadas, venía trazando. Si para
    Sartre el rol del intelectual era contribuir a la
    conscientización del proletariado presuponiéndose
    un poseedor de la conciencia verdadera, Foucault, al otro
    lado de la barricada, verá a un Sartre con un
    megáfono y ejerciendo el poder en forma
    tradicional.

    3. Construcción foucaultiana del
    intelectua

    Si desde Foucault pudiéramos inferir que el poder
    es relacional, no substancial, esto es, si el poder
    no es una cosa en sí, sino un ejercicio
    complejo
    , entonces nadie que no haya reparado en esto
    podrá socavar las bases del mismo poder al que quiere
    derribar. Simplemente, y esta es la principal objeción al
    marxismo tradicional, cambiará superficialmente el
    contenido ideológico (lo que Foucault, según una de
    las citas del apartado anterior, llama humanismo) y
    aparentará derribar las viejas instituciones, pero
    construirá unas iguales aunque refuncionalizadas.
    Podríamos decir, entonces, que Foucault es
    escéptico respecto de una categoría que varios
    críticos marxistas (entre ellos, marcadamente Bertolt
    Brecht) han utilizado: la de refuncionalización. En
    Foucault, contrariamente a lo que sostienen los marxistas que
    protagonizaron la historia soviética, refuncionalizar,
    vale decir, creer que un dispositivo de poder burgués
    puede ser utilizado con fines revolucionarios, es ya estar
    atrapado en el sistema contra el que se está, porque
    cambiarán los colores del tipo
    de relación de poder, pero no su configuración en
    sí, y en este punto, por ejemplo, estaremos frente al
    origen histórico del fracaso soviético: haber
    pensado un comunismo con los
    dispositivos de poder burgueses, que en rigor, y por esa falencia
    estratégica, nunca flaquearon: "Si usted quiere que en
    lugar de la institución oficial exista otra
    institución que pueda desempañar las mismas
    funciones,
    mejor y de otro modo, usted ya está cogido en la
    estructura dominante
    " (FOUCAULT, 1971: MÁS ALLÁ
    DEL BIEN Y DEL MAL).

    Lo que Foucault tiene para decir, entonces, del
    intelectual de corte marxista, tiene su base en la forma
    relacional en la que piensa el poder. Cuando Sartre hable,
    entonces, de que la función
    del intelectual propiamente dicho debe ser la de contribuir al
    cambio de consciencias en las masas, Foucault comenzará a
    sospechar de la combinación de ideología,
    consciencia verdadera y mediación del intelectual entre
    ambas. La pregunta de Foucault será: ¿El
    intelectual debe cumplir una función profética? En
    otras palabras: ¿el intelectual debe decir qué hay
    que hacer y qué no, como exige Sartre? ¿debe ser un
    portavoz de aquellos que aún no tienen el
    poder
    ? Desde Foucault se hace tangible otra sospecha: que
    Sartre presupone, implícitamente, una jerarquía de
    conciencias que va del más consciente al menos
    consciente
    . Si el menos consciente es el proletariado, el
    más consciente es el técnico del saber
    práctico en vías de su devenir intelectual, en
    tanto fue formado por la clase dirigente y comienza a percibir la
    objetividad de las contradicciones del sistema enraizadas en
    él mismo como poseedor de un saber universal pero de
    aplicación elitista. Lo importante de todo esto es que
    Sartre ve al intelectual, exiliado (en términos de
    Edward Said) de su funcionalidad orgánica a las clases
    dirigentes, en una escala
    jerárquica superior en consciencia respecto de los
    demás. Como tal, tiene (y se ve en) una obligación:
    conducir a los otros hacia su estadío de
    consciencia verdadera, elevar toda falsa consciencia a su
    lugar privilegiado en tanto consciente. El intelectual es
    construido por Sartre, visto desde Foucault, como un verdadero
    profeta, como un pastor de rebaño. El intelectual
    sartreano desde Foucault, es demasiado aurático, en los
    términos en los que Walter Benjamin relaciona la
    experiencia aurática con un embelesamiento acrítico
    de parte del sujeto hacia el objeto. Ese intelectual tiene algo
    que la recepción no tiene, es una figura que solo sale a
    las calles con barricadas para decir la verdad objetiva
    (de tal o cual marxismo), mucho se parece a un ser mítico,
    demasiadas cosas penden y dependen de lo que sale de su
    megáfono. Por eso, lo que en realidad hace es,
    diría Foucault, en el mejor de los casos, una
    operación discursiva como ésta: "no elijan su vieja
    verdad: elijan esta otra, porque es más verdad que
    la que tienen". En el propio inicio de esta frase, en el "no
    elijan", comienza a reproducirse la relación de poder
    tradicional. Y es esto, la forma de la relación de
    poder, lo que Foucault advierte.

    Pero, como el intelectual sartreano es, según se
    sospecha, alguien superior en términos de
    consciencia respecto de los otros, no solamente sabe qué
    hay que hacer, sino que también puede sintetizar
    cuáles son las necesidades de la masa aún no del
    todo consciente a la que representa. Pretende conocer sus
    intereses, o mejor, conoce los intereses que, cuando cobren
    consciencia verdadera, tendrán. En este estricto sentido
    es profeta. Con lo cual, además de decirles: "no
    elijan esta verdad: elijan esta otra, porque es más verdad
    que la que tienen", les dice también a veces: "Sus
    necesidades son estas y aquellas, según sabrán
    algún día". El intelectual sartreano es un
    portavoz de aquellos a los que representa o cree
    representar. Porta- voz, las voces de todos están en su
    megáfono. Foucault se preguntará: ¿es que el
    intelectual es tan universal que por el solo hecho de haber sido
    un técnico del saber práctico puede ahora
    convertirse en profeta y portavoz de las masas? ¿No se
    dedicaba a algo antes, algo que lo hacía técnico,
    algo de lo que realmente sabía, es decir: un campo
    específico que realmente podría comenzar a
    revolucionar? (¿No está improvisando con ese
    megáfono?)

    Por lo tanto, las preguntas imaginarias de Foucault
    sugieren los peligros del modelo del intelectual
    universal, en la medida en que reproduce el tipo de
    relación de poder que desearía rechazar, en la
    medida en que es además demasiado aurático,
    demasiado confiable. En una clarísima
    alusión a Sartre, Foucault rechaza, junto con Gilles
    Deleuze, esta jerarquización sartreano- marxista ya
    sugerida líneas arriba y según la cual las masas
    conforman el grupo social menos consciente de todos: "Ahora
    bien, lo que los intelectuales han descubierto después de
    la avalancha reciente, es que las masas no tienen necesidad de
    ellos para saber; saben claramente, perfectamente, mucho mejor
    que ellos; y lo afirman extremadamente bien. Pero existe un
    sistema de poder que obstaculiza, que prohibe, que invalida ese
    discurso y ese saber. Poder que no está solamente en las
    instancias superiores de la censura, sino que se hunde más
    profundamente, más sutilmente en toda la malla de la
    sociedad. Ellos mismos, intelectuales, forman parte de ese
    sistema de poder, la idea de que son los agentes de la
    "conciencia" y del discurso pertenece a este sistema. El papel
    del intelectual no es el de situarse "un poco en avance o un poco
    al margen" para decir la muda verdad de todos; es ante todo
    luchar contra las formas de poder allí donde éste
    es a la vez el objeto y el instrumento: en el orden del "saber",
    de la "verdad", de la "conciencia", del "discurso"
    "
    (FOUCAULT- DELEUZE, 1972). He aquí, manifestado
    claramente, el reparo de Foucault y Deleuze al marxismo y al
    modelo sartreano de intelectual: las relaciones de poder siguen
    estando allí donde los marxistas tradicionales aún
    no pueden verlas. El propio intelectual sartreano- marxista,
    desde Foucault y Deleuze, es un modelo de aquel poder al que
    todavía no se está combatiendo, mientras siga
    siendo un portavoz, un profeta, agente de la
    conciencia de los oprimidos. Y se sugiere, también, el
    error estratégico sartreano (y marxista en general) de no
    aprovechar, por su propia condición de intelectual
    devenida obstáculo, el saber práctico que portaba y
    comenzar a romper desde allí,
    epistemológicamente, día a día, los saberes
    específicos que son los que realmente entraman de manera
    compleja el poder: "Durante mucho tiempo, el intelectual
    llamado "de izquierdas" ha tomado la palabra y se ha visto
    reconocer el derecho de hablar en tanto que maestro de la verdad
    y de la justicia. Se
    le escuchaba, o él pretendía hacerse escuchar como
    representante universal. Ser intelectual, era ser un poco la
    conciencia de todos. Pienso que se encontraba aquí una
    idea tomada del marxismo, y de un marxismo insípido: del
    mismo modo que el proletariado, por la necesidad de su
    posición histórica, es portador de lo universal
    (pero portador inmediato, no reflexivo, poco consciente de
    sí mismo), el intelectual, por su elección moral,
    teórica y política, quiere ser portador de esta
    universalidad, pero en su forma consciente y elaborada. El
    intelectual sería la figura clara e individual de
    universalidad de la que el proletariado sería la forma
    sombría y colectiva.

    Hace ya bastantes años que no se le pide al
    intelectual que juegue este papel. Un nuevo modo de
    "ligazón entre la teoría y la práctica" se
    ha constituido. Los intelectuales se han habituado a trabajar no
    lo "universal", lo "ejemplar", lo "justo- y- verdadero- para-
    todos", sino sectores específicos, puntos precisos en los
    que los situaban sus condiciones de trabajo, o sus
    condiciones de vida (la vivienda, el hospital, el manicomio, el
    laboratorio,
    la universidad, las
    relaciones familiares o sexuales). Han adquirido así una
    consciencia mucho más inmediata y concreta de las luchas.
    Y han encontrado problemas que eran inmediatos, "no universales",
    diferentes con frecuencia de los del proletariado y de las masas.
    Y entre tanto se han acercado, creo, por dos razones: porque se
    tratan de luchas reales, materiales,
    cotidianas, y porque encontraban con frecuencia, pero bajo una
    forma distinta, al mismo adversario que el proletariado, el
    campesinado o las masas (las multinacionales, el aparato judicial
    y policial, la especulación inmobiliaria, etc.); es lo que
    llamaré intelectual "específico" por
    oposición al intelectual "universal"
    " (FOUCAULT,
    VERDAD Y PODER). Edward Said, para incluir otra voz en esta
    lectura comparativa entre el intelectual sartreano y el
    foucaultiano, observa de acuerdo con lo que se ha venido
    diciendo: "…el filósofo francés Michel
    Foucault ha dicho que el llamado intelectual universal
    –probablemente estaba pensando en Jean- Paul Sartre- ha
    sido sustituido por el intelectual "específico", que
    trabajando en una disciplina
    determinada es capaz de utilizar su competencia en
    cualquier otro campo
    ." (SAID, 1994). Es decir, por un lado,
    no alcanza con abandonar su especialidad para tomar el
    megáfono, pero por otro, tampoco basta con refuncionalizar
    su saber específico, sino que hay que reconfigurar de
    raíz las orientaciones epistémicas, hacerles su
    genealogía para desnudar sus rumbos y virar en pos de la
    construcción de nuevas formas de saber, deshacer la
    complicidad, tal y como desde Foucault se la conoce, del saber
    con el poder. Cuando Foucault dice, en Más allá
    del bien y del mal
    , revista Actuel, muy posiblemente
    objetando a Sartre: "No bastaría suprimir o transformar
    la universidad, es pues necesario atacar también otras
    represiones
    " (FOUCAULT, 1971); o cuando, más adelante,
    dice: "debemos estar presentes en todos los frentes,
    universidades, prisiones, psiquiatrías, no al mismo tiempo
    –nuestras fuerzas no son suficientes- sino sucesivamente.
    Se pega, se golpea contra los obstáculos más
    sólidos; el sistema se resquebraja en otra parte, se
    insiste, se cree haber ganado y la institución se
    reconstruye más lejos, se comienza de nuevo. Es una larga
    lucha, repetida, incoherente en apariencia: el sistema
    cuestionado le da su unidad, así como el poder que se
    ejerce a través de él
    " (FOUCAULT, 1971),
    está demarcando tres aspectos del papel del intelectual:
    en primer lugar, una lucha desde todos los frentes que
    existen
    en el seno del propio sistema; en todo caso, la
    universalidad sartreana tendría, viéndola desde
    Foucault, pretensiones siderales en la medida en que
    ansiaría habitar esa totalidad que Foucault ve como un
    entramado en expansión permanente, habitado por
    especificidades de distintos campos; la figura sartreana se
    torna, desde Foucault, aurática de acuerdo con la
    posición en la que presupone al intelectual, poseedor de
    La Conciencia; esa posición es, visto con perspectiva
    foucaultiana, peligrosa en tanto reproductora de la
    relación de poder establecido y, además, poco
    estratégica en tanto abandona el campo de sus saberes
    específicos para tomar el megáfono. En segundo
    lugar, una reformulación de la distinción que por
    ese entonces solían hacer algunos marxistas entre
    teoría y praxis, reformulación que se
    basa en considerar a la teoría como
    praxis, en la medida en que, si el poder configura al
    saber y éste construye los presupuestos del poder,
    entonces el intelectual foucaultiano, al revolucionar desde su
    propia disciplina específica la misma disciplina y por
    ello los saberes dominantes que entraman la sociedad,
    está, al mismo tiempo que teorizando (y causa de
    ello
    ), ejerciendo su praxis. Así, retomando,
    debería entenderse al menos uno de los puntos que une a
    Foucault con Gilles Deleuze y el sentido del diálogo
    que mantuvieron ambos para la revista L`Arc en 1972 reunido
    también en el volumen de
    Microfísica del poder: "(…) la
    teoría no expresa, no traduce, no aplica una
    práctica; es una práctica
    ." (FOUCAULT- DELEUZE,
    1972). Finalmente, Foucault pretende dentro de la
    revolución epistémica en el saber específico
    del intelectual no el clásico ejercicio marxista de
    hablar por los que carecen de consciencia o no pueden
    hablar, sino más bien un trabajo que se desprende de la
    conclusión foucaultiana de que las masas son conscientes
    de aquello de lo que los marxistas las quieren conscientizar, y
    que por otro lado pueden expresar perfectamente aquello que los
    intelectuales portavoces creen que no pueden expresar:
    incluir, en las propias disciplinas específicas, los
    discursos que por la propia estructura del poder- saber
    está prohibido incluir, hacer confrontar los archivos de
    quienes diagnostican con los discursos de los diagnosticados;
    hacer, en fin, la genealogía de las disciplinas
    específicas, esto es, la historia de la forma en que se
    fueron constituyendo como saberes al servicio de la
    conservación sutil y capilar del poder. Veamos este
    fragmento del diálogo entre Foucault y Deleuze: "G..D:
    (…) A mi juicio usted ha sido el primero en
    enseñarnos algo fundamental, a la vez en sus libros y en un
    terreno práctico: la indignidad de hablar por los otros.
    Quiero decir; la representación provoca risa; se
    decía que había terminado pero no se sacaba la
    consecuencia de esta reconversión "teórica"
    –a saber, que la teoría exigía que las
    personas concernidas hablasen al fin prácticamente por su
    cuenta.

    M.F: Y cuando los prisioneros se pusieron a hablar,
    tenían una teoría de la prisión, de la
    penalidad, de la justicia. Esta especie de discurso contra el
    poder, este contradiscurso mantenido por los prisioneros o por
    aquellos a quienes se llama delincuentes es en realidad lo
    importante, y no una teoría sobre la delincuencia
    "
    (FOUCAULT- DELEUZE, 1972).

    4.-Dos conclusiones y una
    impresión sobre la objeción
    foucaultiana

    Es de notar cómo las conclusiones de Sartre y de
    Foucault sobre la experiencia del 68 son completamente opuestas.
    Citaré un fragmento de mi propio trabajo de tesis, que me
    sirviera de prototipo para la presentación del presente
    trabajo: "Sartre dice: "Nada mejor que denunciar la guerra de Vietnam
    para los profesores de la Universidad norteamericana. Pero esa
    denuncia es poca cosa (ineficacia relativa) después de los
    trabajos que algunos de ellos efectúan, en los
    laboratorios puestos a su disposición, para dar nuevas
    armas al
    ejército de los Estados Unidos
    . (SARTRE, 1970)".
    Con todo esto no sostiene Sartre sino que, y en esto mucho tuvo
    que ver el Mayo francés de 1968, la figura del
    intelectual
    clásico no contenta o no debería
    contentar llanamente al técnico del saber práctico
    devenido intelectual. Es de suponerse que ese intelectual siga
    siendo orgánico mientras no pliegue radicalmente su
    existencia real y sus saberes (ahora "hurtados" a la clase
    dirigente) a las clases oprimidas
    ."

    A Sartre no le alcanza con el trabajo sobre los
    textos: para él, eso contribuye a la representación
    "cerebral", esto es, relativamente ineficaz, del intelectual.
    Mayo de 1968 le dio esta lección.

    A Foucault, Mayo del 68 le deja muy otra lección:
    "No se ve de qué lado –a derecha o a izquierda-
    habría podido ser planteado este problema del poder. A la
    derecha, no se planteaba más que en términos de
    constitución, de soberanía, etc., por lo tanto en
    términos jurídicos. Del lado marxista, en
    términos de aparato de Estado. La manera como se
    ejercía el poder concretamente y en detalle, con toda su
    especificidad, sus técnicas y
    sus tácticas, no se planteaba; uno se contentaba con
    denunciarlo en el "otro", en el adversario, de un modo a la vez
    polémico y global: el poder en el socialismo
    soviético era llamado por sus adversarios totalitarismo; y
    en el capitalismo
    occidental era denunciado por los marxistas como
    dominación de clase, pero la mecánica del poder jamás era
    analizada. Sólo se ha podido comenzar a realizar este
    trabajo después del 68, es decir a partir de luchas
    cotidianas y realizadas por la base, con aquellos que
    tenían que enfrentarse en los eslabones más finos
    de la red del
    poder
    ." (FOUCAULT, VERDAD Y PODER). Esas "luchas cotidianas",
    aquellos que debían enfrentarse en los eslabones
    "más finos de la red del poder" no son sino, entre otros,
    los intelectuales "específicos" de Foucault. Desde su
    perspectiva, Mayo del 68 sirvió para que el intelectual se
    convirtiera definitivamente en "específico". Para Sartre,
    en cambio, el mismo Mayo sirvió para que el intelectual se
    salga de su especificidad- organicidad y contribuya a la
    barricada.

    Nos hemos basado, al comienzo de esta sección
    sobre Foucault, el esquema de Nicolás Casullo para abarcar
    los sesenta a partir de tres ejes de los cuales atendimos dos. En
    el primero de ellos incluimos a Sartre, y en el segundo, a
    Foucault. Ambos, probablemente, signados por el 68 como franceses
    y como intelectuales (cada uno, claro está, desde su
    propia construcción del intelectual). Si bien esos ejes de
    lectura de los sesenta son simultáneos y se entrecruzan,
    no es tan fácil determinar con seguridad si lo
    que Foucault y Sartre pretenden del intelectual es conciliable.
    Cada vez que Foucault habla de atender a las formas de la
    relación de poder, está objetando al intelectual
    sartreano. No obstante ello, una fotografía junto con
    Sartre en Mayo de 1968, o la fotografía cuyo
    epígrafe fue citado al comienzo del Apartado I de esta
    Sección, relativiza sus propias palabras. Cada vez que,
    por su parte, Sartre menciona que el técnico del saber
    práctico debe tender a renunciar a su viejo lugar
    estructural como cómplice de la clase dirigente para
    convertirse en intelectual, está impugnando la figura del
    intelectual específico. Podríamos arriesgar,
    y no sería poca cosa, que tanto la construcción
    sartreana del intelectual como la foucaultiana, al tener como
    momento de síntesis un objetivo común que involucra
    el fin de la relación de poder existente, serían
    lecturas antagónicas pero dentro de lo que Sartre llama,
    en Alrededor del 68, un acuerdo dialéctico:
    "…los intelectuales deben intentar establecer, mantener
    o restablecer una unidad antagónica entre ellos, es decir,
    un acuerdo dialéctico afirmando que las contradicciones
    son necesidades y que la superación unitaria de los
    contrarios siempre es posible, que no se trata entonces de querer
    llevar obstinadamente al otro hacia su propio punto de vista,
    sino crear por una comprensión profundizada de ambas
    tesis, las condiciones de posibilidad para la superación
    de una y otra
    ." (SARTRE, 1965). Es decir, uno o dos pasos
    más arriba de estas diferencias entre Foucault y Sartre
    sobre la construcción del intelectual, podríamos
    inscribirlos, desde una lectura general y abarcadora, con
    diferencias y por ellas, dentro del marco de esa
    década como una década esencialmente
    contestataria, revolucionaria. No se busca, con esta
    segunda conclusión, homogeneizar dos posiciones que son
    más opuestas que conciliables (tampoco funciona así
    la propia dialéctica), sino enmarcarlas en una
    década de búsquedas afines (las fotografías
    de Sartre con Foucault trabajando juntos no están
    trucadas) aunque las posturas fueran, como efectivamente lo son,
    disímiles.

    No obstante todo esto, debe existir alguna razón
    para que nuestra percepción, que suele ser bastante
    autónoma, suela considerar a Foucault posterior a
    Sartre aunque haya muerto con sólo cuatro años de
    diferencia respecto de él y más allá de que
    haya nacido veintiún años después que
    Sartre. Esta razón debe tener que ver, intuyo, con la
    sensación de que la construcción foucaultiana
    supera, deja atrás, a la sartreana. Quizá
    porque un intelectual sartreano va siendo cada vez más
    anacrónico y quijotesco a medida que pasan los
    años; quizá porque los propios escritos sartreanos
    sobre el compromiso fueron tan dinámicos y cambiantes, que
    nos da la sensación de que la lucidez de Sartre, una vez
    agotadas las posibilidades del intelectual- vocero, se hubiera
    plegado al modelo foucaultiano como se plegó al marxista
    en tiempos del Sartre burgués; quizás por lo
    inobjetable de la prosa foucaultiana, clara y minuciosa, que deja
    frases como: "La figura en la que se concentran las funciones
    y los prestigios de este nuevo intelectual, no es ya la del
    "escritor genial", no es la del "sabio absoluto", no es aquel que
    lleva sobre sí mismo los valores de
    todos, se opone al soberano o a los gobernantes injustos, y hace
    oír su grito hasta en la inmortalidad; es aquel que posee
    con algunos otros, al servicio del Estado o contra él,
    poderes que pueden favorecer o matar definitivamente la vida. No
    es ya el cantor de la eternidad, sino el estratega de la vida y
    de la muerte.
    Vivimos actualmente la desaparición del "gran
    escritor"
    " (FOUCAULT, VERDAD Y PODER).

    Desde Foucault, la década del setenta,
    concretamente los tiempos posteriores al 68, son entonces los de
    la muerte del
    "gran escritor".

    Foucault mata a Sartre ya en los setenta, por eso parece
    él mucho más posterior respecto de Sartre de
    lo que en realidad es.

    Fernán Tazo

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