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ludwig wittgenstein y hilary putnam




Enviado por Moris Polanco



    1.

    2. Bosquejo de la
    evolución intelectual de Hilary Puntam

    3. Putnam y
    Wittgenstein sobre la naturaleza de la
    filosofía

    4- Diferencias
    entre Putnam y Wittgenstein

    5. Putnam y
    Wittgenstein: ¿pragmatistas?

    1.
    Introducción

    "Siempre es bueno en filosofia
    plantear una cuestión en lugar de dar una respuesta a una
    cuestión. Pues una respuesta a una cuestión
    filosófica fácilmente puede resultar incorrecta; no
    así su liquidación mediante otra pregunta"
    —Wittgenstein[2]

    ¿Qué tiene en común el autor del
    Tractatus-Logico-Philosophicus con Hilary Putnam,
    autor de la teoría
    funcionalista de la mente y de los famosos argumentos de la
    "Tierra Gemela"
    y de los "Cerebros en una Cubeta"? En esta conferencia
    pretendo mostrar el influjo que Ludwig Wittgenstein ha tenido en
    la evolución del pensamiento de
    Putnam, sobre todo en su última etapa, en la que ha
    abandonado todo intento de proporcionar una nueva teoría
    filosófica y se ha concentrado en el análisis de su propia evolución
    intelectual. También intentaré señalar
    aquellos puntos en los que el profesor de
    Harvard difiere de la concepción de la función de
    la filosofía que tenía Wittgenstein.
    Terminaré con una discusión sobre la posibilidad de
    situar a ambos autores en la tradición de la
    filosofía pragmatista.

    2. Bosquejo de la
    evolución intelectual de Hilary Puntam

    Para estar en posición de comprender de una mejor
    manera el influjo de Wittgenstein en Putnam, convendrá
    hacer en primer lugar un bosquejo biográfico del autor de
    Razón, verdad e historia. Putnam
    nació en Chicago, en 1926, y vivió en París
    los primeros ocho años de su vida. Estudió
    filosofía en la Universidad de
    Pennsylvania y se doctoró en la Universidad de California
    en Los Ángeles,
    en 1951 —justo el año de la muerte de
    Wittgenstein—, con una tesis sobre la
    inducción y la probabilidad
    dirigida por Hans Reichenbach. En los primeros años de su
    carrera, Putnam se dedicó a la lógica
    y a la filosofía de las matemáticas, llegando a ocupar la
    Cátedra Walter Beverly Pearson de Matemática
    Moderna y Lógica
    Matemática de la Universidad de Harvard en 1976. Antes
    de su famoso discurso de
    toma de posesión como Presidente de la División
    Este de la Asociación Filosófica Americana en
    diciembre de 1976, se podría decir que Putnam era un
    filósofo analítico. Aún hoy, él no
    rechaza ese adjetivo, si por "analítico" se entiende la
    claridad y el rigor en la exposición
    del pensamiento. Pero antes del 76 ese adjetivo tenía una
    connotación muy precisa: refería a la
    filosofía elaborada por los filósofos británicos y
    norteamericanos influidos por el positivismo
    lógico del Círculo de Viena y por el Tractatus
    de Wittgenstein. De hecho, el auge del análisis en los
    Estados Unidos
    se debió a la inmigración de los grandes maestros
    europeos a partir del inicio de la Segunda Guerra
    Mundial. Pero ya para los años sesenta se empezaba a
    notar el declive de esta forma de entender la filosofía.
    Lo dice el mismo Putnam:

    Lo que a mí me sucedió, como a muchos
    otros jóvenes filó­so­fos americanos, fue
    que en los estudios de postgrado uno aprendía que era lo
    que no le debía gustar, y qué lo que no
    debía considerar como filosofía (…). Había
    un proceso de
    es­trechamiento de miras en el doctorado y en mis años
    como profesor asistente. Creo que no fue sino hasta que
    tenía cua­renta años que empe­cé a
    rebelarme contra este hábito de pen­sar que la
    filo­sofía era sólo la filosofía
    analítica[3].

    Ya para entonces, Putnam era conocido por ser el padre
    del funcionalismo, la
    teoría que sostiene que existe una analogía
    funcional entre los estados mentales y los estados
    computacionales. Putnam posteriormente abandonaría esa
    teoría, convirtiéndose en su crítico
    más severo, pero a mediados de los setenta todavía
    no era claro qué rumbo filosófico tomaría.
    Es en su discurso de 1976, El realismo y la
    razón, donde Putnam abandona su posición
    cientificista y menciona por primera vez el término
    "realismo interno", como una posibilidad para escapar a las
    contradicciones del realismo que no cayera en el relativismo. Es
    significativo que alrededor de las mismas fechas, otro
    filósofo que se había formado como positivista
    lógico, Richard Rorty,
    también estuviera buscando nuevos derroteros. Pero Rorty
    cayó en la desesperación filosófica, como lo
    refleja su famoso libro La
    filosofía y el espejo de la naturaleza, de
    1979, mientras que Putnam siguió buscando soluciones.
    Posiblemente el libro de Putnam capaz de rivalizar con el de
    Rorty sea Razón, verdad e historia, publicado en 1981, en
    el que hace una crítica
    profunda del realismo metafísico o científico y
    adopta una posición original, muy próxima a
    Kant, pero con
    diferencias que más tarde saldrían a
    relucir.

    Desde 1981 hasta la fecha, Putnam ha seguido
    evolucionando. Tal vez lo hitos más notables de esa
    evolución sean sus volúmenes de ensayos
    Realismo de rostro humano y Las palabras y la vida, de 1990 y
    1994, respectivamente. En su último libro, La triple
    cuerda: mente, cuerpo y mundo, Putnam vuelve a tratar temas de
    filosofía de la mente y percepción, pero con un enfoque diferente:
    no pretende presentar una nueva solución, sino buscar en
    esos elementos el origen de nuestras perplejidades.

    Y a todo esto, ¿dónde entra Wittgenstein?
    Como veremos, la influencia de Wittgenstein en Putnam es
    más notable en su última etapa, la de los
    años noventa, pero creo que esa influencia ha sido muy
    gradual, y sería tema de una investigación más detallada
    localizar sus orígenes. Quien mejor ha estudiado estas
    relaciones ha sido James Conant, alumno suyo en Harvard y ahora
    profesor en Pittsburg. Mi principal fuente para abordar este tema
    serán precisamente las introducciones que Conant hace del
    pensamiento de Putnam en Realismo de rostro humano y Las palabras
    y la vida. Reconozco que no había reparado en la
    importancia del tema hasta que tuve la oportunidad de dar un
    curso sobre Wittgenstein en la Universidad Francisco
    Marroquín, en diciembre pasado, y desde entonces me
    quedó la inquietud de profundizar en esas
    relaciones.

    3. Putnam y Wittgenstein sobre
    la naturaleza de la filosofía

    En una entrevista con
    Giovanna Borradori a principios de los
    noventa, Putnam dijo de Wittgenstein que lo consideraba como el
    filósofo más profundo de nuestro siglo, y
    reconoció que es el filósofo sobre quien más
    ha pensado, aunque no crea poder llamarlo
    su maestro[4]. Buena parte del impacto de Wittgenstein sobre
    Putnam es probablemente a través de la lectura de
    Wittgenstein que hace Stanley Cavell, colega de Putnam en
    Harvard, y al libro The Realistic Spirit, de Cora Diamond[5]. En
    lo que sigue, me basaré sobre todo en el citado estudio de
    James Conant para rastrear el impacto de Wittgenstein en la
    evolución del último Putnam.

    Para Conant, el cambio
    más importante entre el Putnam del "realismo de rostro
    humano" y los anteriores, es la actitud que
    Putnam ha adoptado ante los problemas
    filosóficos. Si antes buscaba "soluciones" a los problemas
    filosóficos —por ejemplo, al debate
    realismo-antirrealismo—, ahora piensa que "los problemas
    filosóficos no tienen solución"[6] (agrega,
    además, un "¡por supuesto!"). Si esto es así,
    ¿qué sentido tiene la investigación
    filosófica? Putnam considera que la clave del progreso
    filosófico está en "transformar los términos
    en los que [las preguntas] se presentan ante nosotros"[7]. Los
    problemas filosóficos admiten distintas formulaciones o
    enfoques: desde uno más bien científico, hasta el
    metafísico o el ético y religioso. La
    filosofía es una actividad que propiamente no tiene fin,
    como sostiene Wittgenstein[8]. Desde luego, al ocuparnos de los
    problemas filosóficos, encontramos, si no respuestas, al
    menos posibles vías de solución, que nos conceden
    un alivio temporal.

    Hay que advertir que el cambio en la actitud de Putnam
    hacia los problemas filosóficos tiene que ver con su
    intención de salvar la naturaleza de las preguntas
    filosóficas. Para Putnam cualquier intento de ofrecer una
    solución directa a un antiguo problema filosófico
    constituye "una forma de evasión filosófica (…),
    en tanto que no busca en forma alguna contribuir a nuestra
    comprensión de cómo es que tales problemas
    continúan ejerciendo esa fascinación que
    indudablemente han ejercido en tanta gente a lo largo de tantos
    siglos"[9]. Por eso, cuando el trabajo
    filosófico está bien hecho, siempre se tiene la
    sensación de que la última solución
    encontrada "aún no esclarece el misterio"[10].

    ¿No puede suponerse que la conclusión a la
    que ha llegado Putnam ahora es solamente uno más de los
    cambios de opinión a los que nos tiene acostumbrados? Para
    algunos críticos, los cambios de opinión de Putnam,
    lejos de constituir una virtud, son manifestación de
    inconsistencia. Conant, en cambio, opina que esos giros de
    pensamiento son manifestación del "infalible instinto" de
    Putnam para captar aquello que "en la insondable diversidad de
    las discusiones filosóficas contemporáneas es
    genuinamente significativo"[11]. Por otra parte, habría
    que observar que el más reciente cambio de pensamiento de
    Putnam es distinto de los anteriores, en cuanto manifiesta "una
    aspiración a una perspectiva más amplia en su
    trabajo tomado
    en conjunto". Sigue diciendo Conant:

    Su búsqueda (…) no se dirige ahora a descubrir
    un nuevo y más sofisticado candidato para la
    próxima ortodoxia filosófica, sino a encontrar un
    punto de vista más incluyente y más
    histórico; uno que le permita explorar y examinar con
    cuidado las fuerzas intelectuales
    que han alimentado el motor de su
    propio desarrollo
    filosófico, provocando sus conversiones de los años
    anteriores[12].

    Dirigir la atención a las fuerzas que alimentan la
    discusión filosófica es prestar atención a
    una característica de la razón humana que ya
    había sido señalada por Kant al comienzo de la
    Crítica de la razón pura y que constituye uno de
    los temas centrales en la filosofía de Wittgenstein: "La
    razón humana tiene, en una especie de sus conocimientos,
    el destino particular de verse acosada por cuestiones que no
    puede apartar, pues le son propuestas por la naturaleza de la
    razón misma, pero a las que tampoco puede contestar,
    porque superan las capacidades de la razón humana"[13].
    Richard Rorty interpreta a Wittgenstein como proponiéndose
    apagar de una vez por todas esta sed de filosofía que
    tiene nuestra razón. Para Rorty, Wittgenstein nos
    enseña que todo lo que queda por hacer a los (buenos)
    filósofos es limpiar los errores metafísicos que
    otros (malos) filósofos cometieron[14]. Putnam, en cambio,
    sigue a Cavell al ver en los escritos de Wittgenstein "una
    aspiración a alcanzar una perspectiva superior"; una
    perspectiva que "dé al filósofo que hay dentro de
    él mismo un momento de paz"[15].

    Los "momentos de paz" que busca el filósofo son
    las diversas "soluciones filosóficas" que se alcanzan en
    diferentes momentos. Pero haber dado con una solución no
    quiere decir haber "acabado" con el problema o con las ansias de
    la razón humana de encontrar soluciones. Tratar de acabar
    con esa tendencia de la razón humana a plantearse
    problemas que le superan sería equivalente a renunciar a
    nuestra misma capacidad de pensar. "Mientras exista gente
    reflexiva en el mundo", dice Putnam, "la discusión
    filosófica no desaparecerá"[16]. Al final, puede
    decirse que el impulso a filosofar es tan humano como el impulso
    a repudiar la filosofía, como han experimentado tantos
    pensadores a lo largo de la historia. Tal vez lo más
    interesante del caso sea que, como muy bien observa Conant, "la
    tendencia del realismo filosófico a eliminar todo lo que
    sea humano de nuestra imagen del mundo
    y de nosotros mismos, es en sí misma una tendencia
    profundamente humana"[17].

    Dar por hecho que la reflexión filosófica
    no morirá mientras existan seres humanos sobre la Tierra, no
    es un argumento que Putnam use para descalificar la propuesta de
    ciertos filósofos (Rorty, Foucault y
    Derrida, entre otros) de construir una "cultura
    postfilosófica". Putnam toma muy en serio sus argumentos,
    pero insiste en que su afán revisionista obedece a una
    cierta decepción, causada por esperar de la
    filosofía lo que ella ni puede ni debe ofrecer:
    "soluciones". La idea moderna de hacer de la filosofía (o
    mejor, de los resultados de la reflexión
    filosófica) el "fundamento" de todas las demás
    ciencias y de
    la cultura misma va por esta línea. Pero el hecho de que
    la concepción fundacionalista de la filosofía haya
    fracasado, no significa el fin de la filosofía. La
    filosofía puede seguir siendo, no la base de nuestra
    cultura, sino —en la línea propuesta por John
    Dewey— una reflexión sobre la cultura:

    A menudo me preguntan —dice Putnam— en
    qué puntos estoy en desacuerdo con Rorty. Aparte de
    cuestiones técnicas
    (…), creo que nuestro desacuerdo tiene que ver, en el fondo,
    con dos actitudes
    generales. Yo espero que la reflexión filosófica
    tenga un auténtico valor
    cultural, pero no creo que sea el pedestal sobre el que descansa
    la cultura, y tampoco creo que nuestra reacción frente al
    fracaso de un proyecto
    filosófico —incluso un proyecto tan central como el
    de la metafísica— deba ser abandonar las
    formas de hablar y de pensar que tienen peso práctico y
    espiritual[18].

    La ventaja de considerar la filosofía como
    reflexión sobre la cultura, y no como su fundamento, se
    encuentra principalmente en la posibilidad de liberar nuestras
    intuiciones corrientes sobre lo razonable o lo verdadero del
    poder que sobre ellas ejercen las teorías, soluciones o sistemas
    filosóficos. En la interpretación que Putnam hace de
    Wittgenstein, nuestras nociones ordinarias no se apoyan o
    fundamentan en una ontología que nos obligue a postular la
    existencia de un conjunto de "objetos fundamentales" (lo que
    "realmente existe"). No es por el camino de formular la
    teoría correcta acerca de lo que es verdadero o razonable,
    sino por el camino del examen atento de las prácticas
    ordinarias por las que decidimos qué es correcto o
    razonable, como Putnam cree que se logra un progreso en
    filosofía. Dice Putnam en Por qué ser
    filósofo:

    En lugar de ver con sospecha la afirmación de que
    algunos juicios de valor son razonables y otros no lo son, o que
    algunas concepciones son verdaderas y otras falsas, o que algunas
    palabras refieren y otras no, a mí me interesa recuperar
    precisamente esas afirmaciones, que, después de todo,
    hacemos constantemente en nuestras vidas. Aceptar la "imagen
    manifiesta", el Lebenswelt, el mundo tal y como lo
    experimentamos, exige de quienes (para bien o para mal) hemos
    sido educados filosóficamente, que recuperemos tanto
    nuestro sentido del misterio (…) como nuestro sentido de lo
    común (porque que algunas ideas "no sean razonables" es,
    después de todo, un hecho común; son sólo
    las extrañas nociones de "objetividad" y "subjetividad"
    que adquirimos de la Ontología y de la Epistemología las que hacen que nos
    sintamos incómodos de habitar en lo
    común)[19].

    Depositar demasiadas esperanzas en una
    explicación filosófica o en una teoría
    filosófica equivale, para Putnam, a lo que Wittgenstein se
    refería como "quedar cautivos dentro de una imagen"[20].
    Ciertamente, el simple reconocimiento de que estamos cautivos no
    nos proporcionará los medios para
    liberarnos; pero —cito a Conant— "parte de lo que
    Wittgenstein quiere decir con que una imagen nos mantiene
    cautivos es que no podemos reconocer nuestra imagen de las cosas
    como imagen —una imagen fija que nosotros hemos impuesto—,
    y es precisamente nuestra incapacidad para reconocer este hecho
    lo que nos mantiene cautivos"[21]. De manera que para
    enseñar a alguien que está cautivo en su propia
    imagen, "primero necesitamos —sigue diciendo Conant—
    mostrarle que comprendemos dónde piensa él que
    está, que somos capaces de comprender su visión
    desde dentro. Con el fin de enseñar al metafísico
    cualquier cosa, tenemos que tomarnos en serio sus preguntas"[22]
    e intentar ver el mundo desde su punto de vista. El punto clave
    aquí, lo que separa la interpretación que Putnam
    hace de Wittgenstein de la que hace Rorty y otros
    filósofos que se llaman a sí mismos posmodernos, es
    el problema de la función de la filosofía. Para
    Putnam, Wittgenstein nos enseña que la virtud principal de
    la filosofía es ayudarnos a ganar en sensibilidad;
    ayudarnos a hacer que las preguntas de otros sean
    auténticas preguntas para uno mismo[23]. Interesantemente,
    el último ranking de los departamentos de filosofía
    de Estados Unidos que ofrece el Philosophical Gourmet Report
    2000-2001, publicado por Blackwell hace pocas semanas divide los
    departamentos de filosofía en dos grandes grupos, no ya
    según el criterio de "filosofía analítica" o
    "filosofía continental", sino según un nuevo
    criterio: Problem Solving (los orientados a la solución de
    problemas) y "Philosophically Informed History of Ideas" (los
    orientados a la historia de las ideas). Estos últimos,
    dice el informe, "tienden
    a poner más énfasis en cómo pensaron las
    grandes figuras del pasado acerca de los problemas
    filosóficos, tal vez como manera de entender cómo
    llegamos nosotros a nuestros problemas filosóficos, o tal
    vez simplemente por el placer intrínseco de comprender las
    ideas de personas brillantes e interesantes"[24]. Putnam,
    definitivamente, alentaría esta manera de hacer
    filosofía.

    Esta diferencia de enfoque es la que explica la
    posición más moderada que Putnam ha adoptado sobre
    la controversia en torno al realismo
    y al antirrealismo. Rorty critica a Putnam por seguir discutiendo
    en torno al tema, mientras que él la considera
    irrelevante; algo que deberíamos de dejar de una vez por
    todas para discutir sobre cuestiones más interesantes,
    como la solidaridad. Pero
    Putnam piensa que "rechazar una controversia sin examinar las
    imágenes involucradas en ella es casi
    siempre una forma de defender una de esas imágenes
    (generalmente, la que sostiene ser 'antimetafísica')"[25].
    Para poder criticar y cambiar una tradición hay que estar
    dentro de ella. "Yo creo —dice Putnam— que lo que es
    importante en filosofía no es solamente decir: 'rechazo la
    controversia realismo-antirre­alismo', sino mostrar que (y
    cómo) ambos lados de la controversia desfiguran las vidas
    que vivimos con nuestros conceptos."[26]

    Ni realismo ni antirrealismo, pues ambas posiciones, en
    cuanto teorías o soluciones filosóficas, desfiguran
    el carácter de nuestra vida ordinaria. Pero
    "el punto —dice Putnam— es no sólo que ciertas
    características de nuestra vida corriente tienden a quedar
    distorsionadas al ser vistas a través de los lentes de una
    u otra teoría filosófica, sino que el
    carácter y la naturaleza de esa distorsión son en
    sí mismos temas importantes para la reflexión
    filosófica"[27]. El principal tema de interés de
    Putnam en este período es explorar el carácter (y
    la posible cura) de "la enfermedad metafísica", que
    él mismo padeció durante muchos años. Y una
    manifestación clara de que se padece esta enfermedad es la
    falta de compasión hacia la posición del otro:
    "decir simplemente: 'eso es un pseudoproblema' [como hace Rorty]
    no es en sí terapéutico; es una forma agresiva de
    la enfermedad metafísica misma"[28]. Sólo
    examinando cuidadosamente el carácter de la
    seducción que una determinada posición
    filosófica ejerce sobre quienes la sostienen, así
    como el carácter de la decepción que causa en
    quienes la rechazan, seremos capaces de resistir la tremenda
    "presión
    por conocer", que, si bien nos proporciona legítimas
    formas de conocimiento,
    también puede llevarnos, si no somos cuidadosos, a la
    confusión metafísica[29].

    ¿No es esta forma de hablar de "la enfermedad
    metafísica" y de su posible terapia una forma de soberbia,
    propia de quien se cree inmunizado contra el error y la
    confusión filosófica? Desde luego, el intento de
    salvar a los demás de caer en posiciones que no sean las
    del propio salvador, a menudo tiene algo de pretencioso o
    ingenuo. No es eso lo que Putnam procura, a mi manera de ver. Su
    alegato de que la discusión contemporánea sobre el
    realismo y el antirrealismo no está siendo bien conducida
    tiene que ver con su decisión de no proponer más
    "soluciones" o posiciones filosóficas.

    Esa preocupación de Putnam por rastrear las
    fuentes de la
    insatisfacción filosófica lo ha llevado, a su vez,
    a algo más positivo: a interesarse por la forma y por la
    historia de las controversias filosóficas en las que
    él ha participado, y, más en general, por la
    naturaleza de la controversia filosófica misma. "Este giro
    se refleja en un cambio de tono de sus escritos: de la voz
    autoritaria de alguien que explica la solución a un
    problema sobresaliente (funcionalismo, teoría causal de la
    referencia y otros por el estilo), al tono calmado de alguien que
    está interesado por encima de todo en lograr que se
    aprecie la dificultad de los problemas."[30] En medio siglo de
    filosofía, Putnam ha pasado de una posición que lo
    hacía pensar que "el filósofo debe ser un buen
    futurista, anticipando cómo resolverá la ciencia
    nuestros problemas filosóficos", a afirmar que "la tesis
    de que la filosofía es capaz de arribar a alguna forma de
    conocimiento infalible, simplemente ya no es
    sostenible"[31]

    Ahora bien, que Putnam no esté interesado en
    encontrar soluciones a los problemas filosóficos, no
    quiere decir que no crea que exista progreso en filosofía.
    Para Conant, si existe una única enseñanza presente en todos los ensayos que
    Putnam ha escrito últimamente, sería que "la
    habilidad que uno tenga para progresar en filosofía
    depende sobre todo de la continua disposición para
    examinar los fundamentos de las propias convicciones
    filosóficas"[32]. En ese autoexamen de sus convicciones
    filosóficas anteriores, Putnam ha llegado a sorprenderse
    de "lo difícil que es volver a la idea de que,
    después de todo, normalmente percibimos lo que está
    afuera, y no algo que está 'aquí dentro'"[33]. Tres
    siglos de filosofía
    moderna, y un siglo de ciencia del
    cerebro (ahora,
    ciencia cognitiva) han hecho que parezca imposible recuperar la
    confianza en nuestras formas ordinarias de pensar y hablar. "El
    problema ahora —dice Putnam— es mostrar la
    posibilidad de volver a lo que yo llamo 'ingenuidad deliberada',
    o a lo que James llamaba 'realismo natural'. (…) me parece que
    esa es la dirección en la que debemos
    avanzar."[34]

    Dicho con otras palabras: el reto consiste en poder
    afirmar, en contra de una tradición filosófica
    trisecular, que "cuando decimos, y significamos, que las cosas
    son así y asá, no nos mantenemos con lo que
    significamos en algún sitio ante el hecho, sino que
    significamos esto y aquello-es-así y asá"[35]. El
    moderno realista metafísico sólo puede escuchar
    esta afirmación en términos de "cosa en sí"
    y su "representación" en nuestra mente; es incapaz de
    admitir que "las palabras 'lenguaje',
    'experiencia', 'mundo', si es que tienen un empleo, han de
    tenerlo tan bajo como las palabras 'mesa', 'lámpara',
    'puerta'"[36]. Dice Conant, de nuevo:

    Putnam ve su objetivo como
    el de tratar de recuperar los usos ordinarios de estas palabras
    ["lenguaje", "experiencia", "mundo"]; los usos que fuimos capaces
    de darles antes de que quedaran revestidas de las historias
    metafísicas que nos contamos a nosotros mismos cuando
    buscamos respuesta a preguntas como "¿de qué manera
    engancha el lenguaje en
    el mundo?". Bajo la presión de tal pregunta, la
    conexión entre el lenguaje y el mundo toma la apariencia
    de un logro complicado, que necesita ser explicado, y al tratar
    de hacerlo, tendemos a sublimar el sentido de nuestras palabras
    ordinarias.[37]

    La recuperación del sentido ordinario de nuestros
    conceptos involucra una renovación de nuestra
    concepción de la filosofía. Es necesario dejar de
    ver la filosofía como el fundamento de nuestras
    prácticas, y empezar a verla como una explicación
    de las mismas, estrechamente ligada a otras formas de
    explicación, como la literatura y el arte. Para
    Putnam, las artes y la literatura nos proporcionan verdades tan
    importantes para la vida como la ciencia y la
    filosofía[38]. La filosofía moderna, al empezar por
    poner en duda el valor de nuestras intuiciones ordinarias, ha
    terminado en un dilema aparentemente insuperable: o cientificismo
    o relativismo, como si la única alternativa al
    reconocimiento de la limitación de nuestro conocimiento
    fuera el escepticismo. La clave para escapar de ese falso dilema
    está en advertir que hablar de "los límites de
    nuestra facultad de conocer" es una forma moderna de hablar. En
    la lectura que
    Putnam hace del Tractatus y de las Investigaciones
    filosóficas de Wittgenstein, el objetivo es mostrar que
    "los límites, contra los cuales (imaginamos) chocar al
    hacer filosofía, son ilusorios"[39] (o, mejor,
    autoimpuestos).

    Este giro wittgensteiniano en la filosofía de
    Putnam es, en cierta forma, un giro pragmatista: se trata de
    presentar la filosofía como una investigación o
    descripción de las prácticas en las
    que están enraizados nuestros conceptos y formas
    ordinarias de hablar, en lugar de tratar de fundamentar el
    conocimiento (o nuestras formas ordinarias de hablar y de
    pensar) en verdades indudables y eternas, como pretendía
    la filosofía moderna (entre otras cosas, porque no existen
    fundamentos indubitables para el conocimiento humano). Es una
    forma de "experiencialismo radical", que sostiene que la
    raíz de nuestro conocimiento está en la
    experiencia, y no en las teorías que hacemos sobre nuestra
    experiencia[40]. Por eso, para Putnam, la filosofía
    más que explicación es una descripción que
    nos proporciona "imáge­nes de la situación
    humana en el mundo discutibles, importantes y llenas de
    significado"[41]

    Y si se replica: "bien, pero ¿cuál es el
    fundamento de nuestras prácticas? ¿Por qué
    consideramos una forma de actuar mejor que otra, o que una
    opinión está mejor fundada que otra?".
    Precisamente, la tarea de la filosofía es iluminar[42]
    esas creencias: mostrar cuándo y por qué
    consideramos que una opinión está bien fundada, o
    cómo y por qué consideramos que "un ser humano leal
    es mejor que un ser humano desleal, que una persona capaz de
    philia es mejor que una persona incapaz de philia, que una
    persona capaz de sentido de la comunidad, de
    ciudadanía en una polis, es mejor que una
    persona que es incapaz de sentido de comunidad o de
    ciudadanía en una polis, etc."[43], pero no proporcionar
    los fundamentos de tales creencias. Cuando damos explicaciones
    sobre nuestra forma de actuar o de pensar, llega un momento en el
    que no podemos explicar más y tenemos que decir, con
    Wittgenstein: "he llegado a roca dura y mi pala se dobla (…).
    Así simplemente es como actúo"[44]. ¿Por
    qué llegamos hasta tal punto en nuestras explicaciones y
    justificaciones? ¿Por qué consideramos tal o cual
    explicación como suficiente para fundamentar una creencia?
    ¿Por qué lo que en un momento dado de la historia
    de la cultura se consideró una buena explicación,
    siglos después se desprecia como
    "supers­tición" o "creencia infundada"? Esas son las
    preguntas que Putnam considera que debe hacer la filosofía
    en nuestros días. Al fin y al cabo, la filosofía
    también es una práctica humana que adopta
    diferentes formas según varían las necesidades
    humanas y las circunstancias históricas.

    4- Diferencias entre Putnam y
    Wittgenstein

    Hasta aquí he intentado mostrar la influencia
    fundamental que Wittgenstein ha ejercido en Putnam en los
    últimos años, sobre todo en lo que respecta a la
    naturaleza de los problemas filosóficos y a la
    función de la filosofía en la cultura y la vida
    humanas. En lo que sigue me referiré brevemente a las
    diferencias que, a pesar de todo, mantienen Putnam y Wittgenstein
    sobre los problemas apuntados.

    Conant opina que existe una diferencia fundamental entre
    Wittgenstein y Putnam sobre la manera de entender la tarea del
    filósofo. Esta diferencia consistiría en que
    mientras Putnam concibe la tarea del filósofo como hacer
    ver el misterio que los problemas filosóficos manifiestan,
    Wittgenstein diría que su último fin es hacer que
    los problemas desaparezcan completamente (cada vez que
    aparecen)[45]. En mi opinión, es discutible que pueda
    afirmarse que Wittgenstein pretendiera disolver los problemas
    filosóficos. Ésa es la interpretación
    estándar, tanto del Tractatus como de las Investigaciones,
    pero existe mucha discrepancia al respecto. Autores como A. C.
    Grayling sostienen que Wittgenstein no pretendía acabar
    con la "enfermedad filosófica", sino utilizar la
    filosofía para mostrar que la tarea de dar razones o
    justificaciones tiene que terminar en algún punto, y que
    termina, justamente, en la forma de vida que confiere
    inteligibilidad a lo que hacemos[46]. Esa "forma de vida que
    confiere inteligibilidad a lo que hacemos" puede incluir, y de
    hecho incluye, la creencia de que nuestras palabras y nuestra
    vida están constreñidas por una realidad que no es
    invención nuestra, y la creencia de que la verdad
    presupone un estándar externo al que la piensa. El punto,
    para Wittgenstein, consiste —y con esto estoy haciendo mi
    propia interpretación— en que nuestros marcos de
    referencia últimos —los criterios con los cuales
    juzgamos la validez de nuestras teorías e
    interpretaciones— son sólo "relativamente
    fundamentales", no absolutamente fundamentales, pero que conviene
    a nuestra forma de vida considerarlos como de hecho
    invariables[47]. Grayling compara estas creencias fundamentales
    con el lecho de un río, que facilita —y
    determina— el curso del río, pero que con el
    tiempo se
    erosiona, o puede cambiar (pero de una forma muy lenta, casi
    imperceptible). Para efectos prácticos, sin embargo,
    nuestras creencias fundamentales son indudables, estables, casi
    inmutables. "Pertenece a la lógica de las investigaciones
    científicas —dice Wittgenstein— que ciertas
    cosas de hecho son indudables"[48].

    A mi manera de ver, esta manera de entender la
    filosofía representa un avance en la tradición
    kantiana. Putnam sostiene que en Kant se encuentra un "pluralismo
    incipiente" que reconoce que no hay una sola imagen del mundo,
    sino dos, una imagen científica y una imagen moral; incluso
    habla Kant de una imagen religiosa del mundo (en La religión dentro de
    los límites de la pura razón) y de una imagen
    estética y de otra legal (en la
    Crítica del Juicio). Pero de cualquier forma es cierto que
    Kant insistía en que solamente la imagen científica
    del mundo contiene lo que propiamente puede llamarse
    conocimiento[49]. Según Putnam, Wittgenstein es quien ha
    heredado y extendido el pluralismo de Kant, al insistir en "la
    idea de que ningún juego de
    lenguaje merece el derecho exclusivo a ser llamado 'verdadero' o
    'racional' o 'nuestro sistema
    conceptual de primer orden', o el sistema que 'copia la
    naturaleza última de la realidad', o cualquier cosa por el
    estilo"[50]. Esto implica, como es evidente, que "los juegos de
    lenguaje pueden ser criticados (o 'combatidos'); que hay mejores
    y peores juegos de lenguaje"[51], y que nadie puede apelar, por
    tanto, a una racionalidad universal como garantía de la
    verdad de sus afirmaciones.

    Lo que ofrecía ser un análisis de las
    diferencias que separan a Putnam de Wittgenstein nos ha conducido
    a descubrir una similitud mayor que las señaladas al
    principio. Esa similitud —y con esto terminaré mi
    intervención— es el pragmatismo.

    5. Putnam y Wittgenstein:
    ¿pragmatistas?

    No puedo detenerme aquí en una exposición
    detallada del pragmatismo, sobre todo del pragmatismo
    clásico, representado por Peirce, James y Dewey. Me
    limitaré a sostener una tesis, y es la siguiente: que
    tanto Wittgenstein como Putnam podrían suscribir las
    siguientes afirmaciones pragmatistas[52]:

    1º. Que lo que tiene peso en nuestras vidas debe
    tenerlo en la filosofía.

    2º. Que los hechos no pueden separarse de los
    valores.

    3º. Que la pregunta acerca de qué parte de
    nuestra telaraña de creencias refleja el mundo "en
    sí mismo" y qué parte constituye nuestra
    "contribución conceptual" no tiene más sentido que
    la pregunta —para usar la comparación de
    James—, "¿anda el hombre
    más esencialmente con su pierna derecha o con su pierna
    izquierda?"

    4º. Que todo conocimiento (la ciencia y la
    filosofía incluidas) es construcción humana, y por tanto,
    también los criterios que aplicamos en la
    investigación son construcción humana. No existen
    criterios "prefabricados" como tampoco existe un "lenguaje propio
    del mundo" con el que podamos contrastar nuestras
    concepciones.

    5º. Que el hecho de que las teorías
    científicas o morales sean construcciones humanas (y por
    lo tanto falibles) no significa que sean arbitrarias, o que no
    puedan existir teorías mejores o peores que
    otras.

    6º. Que el conocimiento y la verdad no tienen vida
    fuera del contexto de los procedimientos
    reflexivos que adoptamos para tratar con problemas que son
    esencialmente prácticos. Esto es decir —glosando el
    título de uno de los libros de
    Putnam— que nuestros conceptos y nuestra vida están
    entretejidos.

    La aceptación —implícita o
    explícita— de las tesis anteriores tiene
    consecuencias importantes para quienes, como nosotros, nos
    dedicamos a la enseñanza de la filosofía. Una de
    ellas —una que valoro cada vez más— es que
    cambia nuestra percepción de la filosofía y de lo
    que persigue la filosofía. Empezamos a ver que la
    filosofía no se ocupa sólo de cambiar nuestras
    concepciones, sino también de cambiar nuestra
    sensibilidad. El resultado más importante que queda en
    quien estudia o enseña filosofía no es el
    descubrimiento de unas doctrinas que le ayuden a encontrar un
    sentido en la vida, sino el desarrollo de una mayor capacidad
    para apreciar la profundidad y el misterio de lo que significa
    realmente ser humano.

    ——————————————————————————–

    [1] Conferencia dictada en el Ciclo Filósofos
    Alemanes, Asociación Alejandro von Humboldt, Guatemala, 5
    de abril de 2001. Agradezco las sugerencias que me hicieron Jaime
    Nubiola, Edison Torres y Lisardo Bolaños.

    [2] Ludwig Wittgenstein, Observaciones Sobre Los
    Fundamentos de Las Matemáticas, Trad. por Isidoro Reguera
    (Madrid:
    Alianza, 1987), 121. Cursiva del autor. (Agradezco esta
    referencia a Edison Torres.)

    [3] Giovanna Borradori, The American Philosopher
    (Chicago: University of Chicago Press, 1994), 57-58.

    [4] Ibid., 67-68.

    [5] Agradezco esta observación a Jaime Nubiola.

    [6] Hilary Putnam, Realism with a Human Face (Cambridge:
    Harvard University Press, 1990), 19.

    [7] James Conant, "Introduction", en Putnam, Realism
    with a Human Face, xxxvi.

    [8] Por ejemplo, en Zettel (México:
    Universidad Nacional Autónoma de México, 1979), n.
    447.

    [9] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, xxxvii.

    [10] Putnam, Representación y Realidad
    (Barcelona: Gedisa, 1990), 14.

    [11] W. Stegmüller, Hauptstromungen der
    Gegenwartsphilosophie, Vol. II, 345, citado en Conant,
    "Introduction", en Putnam, Realism with a Human Face,
    xxxix.

    [12] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, xl.

    [13] Kant, Crítica de la razón pura,
    Avii.

    [14] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, xl.

    [15] Ibid., xli.

    [16] Putnam, Realism with a Human Face, 19.

    [17] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, xlii.

    [18] Putnam, Realism with a Human Face, 20.

    [19] Ibid., 118.

    [20] Ludwig Wittgenstein, Investigaciones
    filosóficas, §115: "Una figura nos tuvo cautivos. Y
    no podíamos salir, pues reside en nuestro lenguaje y
    éste parece repetírnosla
    inexorablemente".

    [21] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, liii. En "A Defense of Internal Realism", Putnam
    escribe: "Yo no creo que sea malo tener imágenes en
    filosofía. Lo malo es olvidar que son imágenes y
    tratarlas como si fueran 'el mundo'" (Putnam, Realism with a
    Human Face, 40).

    [22] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, liii. Cursiva añadida.

    [23] Ibid.

    [24] Blackwell Publishers, "The Philosophical Gourmet
    Report 2000-2001", <http://www.blackwellpublishers.co.uk/gourmet/rankings.htm#mean>,
    14 Marzo 2001.

    [25] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, liii.

    [26] Putnam, Realism with a Human Face, 20.

    [27] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, liv (cursiva añadida).

    [28] Putnam, Realism with a Human Face, 20. Conant
    comenta que esta observación de Putnam (que la
    crítica de Rorty no ofrece posibilidad de progreso
    terapéutico) es un reflejo de la famosa comparación
    de la filosofía con la terapia de Wittgenstein (en
    Investigaciones Filosóficas, §133: "No existe un
    método
    filosófico, aunque sí hay métodos,
    como distintas terapias").

    [29] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, xlvi.

    [30] Ibid., xii.

    [31] Putnam, "A Half Century of Philosophy, Viewed from
    Within". Daedalus 126 (1997): 175-208: 193.

    [32] Ibid., xiv.

    [33] Putnam, Realism with a Human Face, 251.

    [34] Putnam, Words and Life, 284.

    [35] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas,
    §95.

    [36] Ibid., §97, citado por Putnam en "The Question
    of Realism", en Putnam, Words and Life, 310, nota 4.

    [37] Conant, "Introduction", en Putnam, Words and Life,
    xxvii-xxviii.

    [38] Putnam, "A Half Century", 198.

    [39] Conant, "Introduction", en Putnam, Words and Life,
    xl.

    [40] Para Sami Pihlström, "Putnam revive el
    énfasis de los pragmatistas clásicos y de
    Wittgenstein en la normatividad irreductible, en nuestra
    necesidad de investigar críticamente las prácticas,
    vocabularios o juegos de lenguaje en los que nos encontramos
    comprometidos (una necesidad inherente a las prácticas
    mismas)". Sami Pihlström, "Putnam and Rorty on Their
    Pragmatist Heritage: Re-reading James and Dewey",
    http://www.helsinki.fi/science/commens/papers/pragmatistheritage.html:
    23-02-2001, 8.

    [41] Putnam, Las mil caras del realismo (Barcelona:
    Paidós, 1997), 161.

    [42] Ibid., 14.

    [43] Ibid., 160.

    [44] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas,
    §217.

    [45] Conant, "Introduction", en Putnam, Realism with a
    Human Face, 316, nota 64.

    [46] A. C. Grayling, Wittgenstein (Oxford: Oxford
    University Press, 1988).

    [47] Pihlström lo pone de esta manera: "No existe
    un 'fondo' fijo; la justificación y la explicación
    tienen que detenerse en alguna parte. Se detienen cuando tenemos
    que decir que estamos jugando determinado juego de lenguaje
    —que la vida humana es de tal manera, y que este fundamento
    no fundacional funciona ahora como un principio trascendental
    trascendentalizado, haciendo posible nuestro contacto con el
    mundo (al menos temporalmente)" (Pihlström, "The Prospects
    of Transcendental Pragmatism. Reconciling Kant and James",
    Philospohy Today (Fall 1997): 383-393: 386.)

    [48] Wittgenstein, Sobre la certeza,
    §342.

    [49] Putnam, Pragmatism. An Open Question (Oxford:
    Blackwell, 1995), 35.

    [50] Ibid., 38.

    [51] Ibid.

    [52] Tanto Isaac Nevo ("The Practice of Philosophy",
    European Journal of Philosophy 5 (1997): 74-82) como
    Pihlström ("Putnam and Rorty on Their Pragmatist Heritage")
    opinan que Putnam trascendentaliza la práctica humana, o
    bien, que el concepto de
    "práctica humana" es análogo al kantiano "sujeto
    trascendental de conocimiento". Este punto es discutible, pues
    para Putnam ascender al nivel trascendental sabe demasiado a
    asumir el punto de vista del Ojo de Dios, el "contexto de todos
    los contextos", que tanto se ha empeñado en
    desechar.

    Moris Polanco

     Universidad Francisco
    Marroquín

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