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Javier Marías y los narradores de Walter Benjamin y Roland Barthes



    Travesía del
    Horizonte:

     

    "Hay que saber prolongar la incertidumbre" (P. 95,
    Señorita Bunnage)

    1.

    2. Victor Arledge
    Y Walter Benjamin: Una Teoría
    Literaria

    3. Edward Ellis Y
    Roland Barthes: Otra Teoría Literaria

    4. Conclusiones

    1. Introducción.

    Travesía del Horizonte, de Javier
    Marías, es susceptible de ser abordada desde diversas
    perspectivas; si se me permite una ingenuidad, quizá la
    perspectiva "oficial" sea similar a los comentarios de la
    contratapa de la Edición
    de Alfaguara-Santillana, 1999. De ella, citaré en parte
    dos de los cuatro fragmentos que la componen: "Pero la
    Travesía, como el título indica, no es más
    que una excusa o un imposible, la fantasmagoría con que se
    teje una trama.(…)". "Javier Marías aprecia tanto
    el enigma que termina por menospreciar la solución; valora
    tanto la incertidumbre que llega a preguntarse si no será
    mejor ignorar la verdad para siempre y contentarse con su
    figuración y su sombra (…)". Entre estas dos
    apreciaciones, se abre una puerta de análisis que nos llevará a la
    suposición de que Javier Marías ha construido esta
    novela desde
    los carriles de influyentes autores de teoría
    literaria.

    Esta novela, compuesta por infinidad de pistas,
    acontecimientos clave, nombres, lugares y comentarios nada
    inocentes, encierra en sí una poética y una
    teoría de la construcción literaria.

    En el presente trabajo, se
    intenta sólo un abordaje posible a través de
    categorías de Georg Lucáks, Roland Barthes y Walter
    Benjamin, entre otros. Si el abordaje es practicable o no, si es
    o no es pertinente a la obra, es un factor importante, pero
    más lo es el anunciar que no sólo Travesía
    del Horizonte, sino toda la obra de Javier Marías,
    necesita un abordaje teórico urgente para su merecida
    consagración como novelista, en épocas en que las
    quejas por la progresiva extinción de esta etnia se han
    convertido en un tópico.

    La Pluralidad de voces, los elementos clave (el poema de
    Jones Very escrito en inglés
    y no traducido, los comentarios entre líneas y al pasar),
    permiten, asimismo, una diversidad de lecturas y de
    construcciones teóricas sobre la novela que le
    aseguran a Javier Marías su universalidad como escritor (y
    esto tampoco es inocente), ya que, para el Marías autor de
    Travesía del Horizonte, la prolongación de una
    resolución, la postergación indefinida de un
    interrogante son los motivos razones de ser de una novela que, en
    definitiva, se autoconstruye en derredor a nada.

    La construcción en sí misma, el manejo de
    la vieja disputa forma-contenido, el trabajo
    sobre rastros de una historia que obliga al
    lector a buscar obsesivamente, como Victor Arledge, la
    solución del interrogante, son sólo algunos de los
    indicios que nos dan a entender claramente que leer un libro de
    Javier Marías es abrir un universo de
    lecturas teóricas y literarias, entretejidas y
    homogeneizadas en una koiné cuyo resultado es, sin
    lugar a dudas, literatura de la altura de
    cualquier antepasado español o
    inglés.

    Sobre la novela:

    Un plano previo necesario.

    Cascada de la construcción de la
    novela:

     

     

    Autor:

    No sería ingenuo ni inocente presuponer, en este
    caso, que el escritor que nos concierne ha tenido una
    formación más que enriquecedora, de la que el gran
    Julián Marías quizá participó: Javier
    Marías ha leído teoría literaria y es un
    gran experimentador y combinador de ellas en
    literatura.

    Este libro se torna, por momentos, inasible: su
    construcción es de una complejidad de tesis, y las
    formas en que puede ser abordado, excesivamente abundantes. La
    historia es un entramado cuya resolución es siempre
    inminente, pero nunca concreta. Los personajes que pueden dar
    cuenta de su resolución, mueren antes de hablar
    (señorita Bunnage) o se resignan antes de aclarar a
    qué (Arledge), el material que diga quizá una sola
    palabra clave acerca del acertijo que envuelve esta trama no
    está, y todo se construye en derredor del silencio. Un
    silencio que resulta imposible no intentar llenar con
    suposiciones, con hipótesis, con teoría, y en
    definitiva: con trascendencia. Un silencio que no es el
    vacío sino la permanente potencialidad de ser
    algo.

    Travesía del Horizonte deja traslucir, si no un
    enorme caudal de lectura de
    teoría literaria, al menos una intuición casi
    increíble de ciertos direccionamientos teóricos
    abordados desde que la teoría es seria (Formalismo ruso en
    adelante). El libro que Javier Marías escribió a
    los veintiún años de edad es un relato (dentro de
    un relato) de aventuras y desventuras típico de
    literaturas inglesas del XIX, y puede ser abordado, quizá,
    como un planteo teórico directo entre la teoría del
    relato literario de hechos, por un lado, y la teoría de la
    construcción literaria a través de su inmanencia,
    (como especificidad literaria), por otro. La narración de
    hechos contra la construcción. Una aclaración es
    necesaria en el comienzo para evitar juicios apresurados: la
    disputa que se sostiene sobre este libro intenta discernir
    cuál de estas dos categorías hace a la
    especificidad literaria, y no pretende establecer meras
    reducciones radicalizadas entre forma y contenido que, se sabe,
    mantienen una relación dialéctica.

    En primer lugar, se hará una serie de
    apreciaciones acerca de la novela, intentando introducir al
    conflicto que
    trasciende largamente al argumento y que conforma el campo que se
    sale también de la literatura para invadir el de la
    teoría de la escritura.

    Travesía del Horizonte es ante todo un
    espectacular concierto de voces: es una historia cuyo narrador
    prácticamente se aboca a la sola tarea de reproducir un
    libro leído en voz alta por Holden Branshaw. El libro,
    escrito por el ilustre desconocido Edward Ellis, narra a su vez
    una historia cuyo atractivo radica en que fue motivo de que otro
    escritor, el joven Victor Arledge, abandonara la literatura para
    siempre y se recluyera en una mansión en Escocia, dejando
    agotar su vida voluntariamente, hasta su muerte
    prematura antes de cumplir los cuarenta años de edad.
    Así, el narrador, acompañado por la señorita
    Bunnage, una dama informada e interesada en la vida de
    Víctor Arledge, se sientan a escuchar la lectura en
    voz alta de Holden Branshaw.

    El narrador de este libro llamado Travesía del
    Horizonte (que no es exactamente el mismo que el del libro de
    Javier Marías llamado también así), Edward
    Ellis, relata la historia de la travesía marítima
    del "Capitán" Kerrigan, disparadora del abandono de la
    literatura por parte de Victor Arledge y, en parte,
    también de su vida. Esta historia, atisbada de personajes
    y de acontecimientos, se constituye como tal a partir de la
    existencia de un enigma: el enigma disparador de dos concepciones
    distintas de la literatura, como insinuamos líneas arriba
    y como desarrollaremos después.

    Victor Arledge acepta un viaje a la Antártida propuesto por el anárquico
    "Capitán" Kerrigan. Son dos los motivos por los cuales no
    puede negarse. Revisemos el primero de ellos. Narra Edward
    Ellis:

    "Era aquella idea tan insólita, tan ingenua la
    excitación de Kerrigan, que al principio Arledge no pudo
    por menos de sonreír; pero a medida que la locuacidad de
    su amigo le iba proporcionando imágenes
    llenas de exotismo e inverosimilitud, y sobre todo cuando
    éste, morosamente, sacó de su cartera un papel con
    la lista de personas que ya habían aceptado su
    ofrecimiento y se la mostró no sin cierta
    ostentación, (…) no tuvo el menor reparo de
    estampar su firma en una tarjeta de embarque que ya llevaba
    impresos su nombre, dirección y nacionalidad"
    (P.26)

    Arledge acepta viajar, en efecto, por los argumentos y
    promesas de vivencias "llenas de exotismo e inverosimilitud" de
    su amigo Kerrigan, como él mismo y con su propia voz lo
    confiesa en la primera página del libro primero, propiedad
    de la señorita Bunnage, como se aclara sobre el final de
    la novela; esto, reforzado además con la buena
    compañía de dos personas que estaban en esa lista
    en la que estampó la firma: los comediógrafos Esmond
    y Clara Handl, y sumado además a sus intenciones de
    escapar de una serie de compromisos y formalidades que
    tenía "en tierra", como
    se narra fuera de esta cita, le sirve de perfecto remedio a sus
    intereses. Pero, entre este grupo de tres
    razones iniciales, ni la compañía de los
    comediógrafos (pues puede gozar de ella en tierra) ni el
    escape de sus tediosos compromisos (pues puede escapar de maneras
    menos exéntricas) son motivos que superan al de su
    curiosidad por aquellas promesas de Kerrigan. La curiosidad es la
    que hace decidir a Arledge de participar en el viaje, mientras
    que la inclusión en él de los comediógrafos
    y, sobre todo, el escape de sus compromisos, son sólo
    circunstancias que le hacen decidir rápidamente. Arledge,
    el escritor, viaja para acumular vivencias exóticas e
    inverosímiles, animado por Kerrigan:

    "Bien es verdad que los que nos vimos envueltos en
    ello nos dejamos convencer con excesiva facilidad por su
    entusiasmo (…)
    " (Primera Página, Libro Primero,
    voz de Arledge, sobre Kerrigan, en páginas pertenecientes
    a la "carpeta llena de papeles" de la señorita Bunnage,
    adquirida por Constance y regalada a su marido y primo, el
    narrador anónimo de Travesía del Horizonte de
    javier Marías.)

    Examinemos ahora la segunda razón (a mi entender
    la más determinante pese a que Arledge ya había
    confirmado su participación en la travesía) por la
    cual el escritor se interesa y redobla sus expectativas del
    viaje. Narra Edward Ellis:

    "La curiosidad, pues de ella se trataba, fue en Victor
    Arledge, desde niño, más que una
    característica, un método, y
    entre sus futuros compañeros de viaje había un
    personaje que llamaba su atención en este sentido con más
    fuerza de lo
    normal. Era un expedicionario inglés, residente en
    Londres, llamado Hugh Everett Bayham, pianista joven y
    prometedor…" (P. 34)

    ¿En dónde radica esta curiosidad de
    Arledge? Bayham, como más adelante se narra, guarda
    consigo el más grande de los enigmas de este(os) libro(s).
    Así se lo cuenta a Arledge su amigo Esmond Handl, uno de
    los dos comediógrafos, como vimos, que habían
    servido para que el joven escritor aceptara viajar. En una
    carta que
    resumo aquí, Esmond Handl detalla:

    "(…) Bayham gusta de dar largos paseos nocturnos,
    a solas, por las calles de nuestra ciudad. (…)Bahyam, como
    ya va siendo costumbre, se despidió de todos a las puertas
    del salón de conciertos, montó en un coche con su
    esposa y, tras derjarla en casa, se dispuso a dar su obligado
    paseo. Poco podíamos imaginar entonces que durante los
    cuatro días siguientes habríamos de emplear todas
    nuestras fuerzas (…) en hallar su paradero."
    (P.36)

    A su regreso, Bayham da, como explicación a su
    ausencia, el testimonio de un secuestro
    extraño que hubo de pasar por verdadero. Sin
    embargo,

    "(…) Arledge, como Handl y sus amigos, pensaba
    que parte de aquella fantástica historia era mentira, pero
    no se sentía inclinado, como ellos, a dudar de la
    existencia de la joven. (P.50)

    (…) Su impertinente desenfado del comienzo, su
    repentino alto en la narración para anunciar la
    nebulosidad que envolvía a lo que iba a seguir,(…)
    todo ello le hacía pensar que la media semana que Hugh
    Everett Bayham había pasaso fuera de Londres le
    había afectado (…) más de lo que a primera
    vista parecía, y fomentaba sus ya de por sí muy
    lógicos deseos de conocerle, que, unidos a otros ocultos y
    animosos, convertían su viaje en una verdadera
    obsesión" (PP. 50 – 51)

    Esta segunda razón, en síntesis,
    es la que hace a Arledge obsesionarse por la travesía al
    Polo Sur: su curiosidad por resolver el enigma, el hecho de que
    la cercanía con Bayham le permita desentrañar
    elucubraciones de versiones alternativas a aquella instalada por
    el músico. Si la primera razón (Amigos a bordo,
    evasión de compromisos, vivencias "llenas de exotismo e
    inverosimilitud") lo había hecho firmar el embarque, la
    segunda hizo de su interés
    una desenfrenada curiosidad.

    Ambas razones, con todo, se encarrilan y confluyen en un
    solo rasgo, el distintivo, del joven escritor Victor Arledge: Su
    curiosidad.

    Ya nos dijo Edward Ellis, y lo he citado más
    arriba, que su curiosidad es, más que una
    característica, un método (P. 34).
    ¿cuál es el sentido de esta palabra tan
    especialmente seleccionada?

    Es en este preciso instante donde debemos disociar a
    Arledge de Ellis: sus teorías
    sobre la especificidad literaria son opuestas, y la respuesta a
    esa pregunta, por extraño que parezca, no debe hacerse sin
    antes hacer entrar en escena a Walter Benjamin…

    2. Victor Arledge Y Walter
    Benjamin: Una Teoría Literaria

    Victor Arledge, vale aclararlo a tiempo,
    está altamente mediado por una construcción
    subjetiva del narrador Edward Ellis. A tal punto, que
    podríamos preguntarnos si no es una invención suya,
    al estilo Bustos-Domecq: sin embargo, dan cuenta de la existencia
    real de Arledge las cuatro páginas, por él
    escritas, poder de la
    señorita Bunnage que aparecen al principio de la novela
    como anexo, y que son los únicos escritos que documentan
    su voz verdadera. Se hace preciso, entonces, apoyarnos en una
    dimensión desde donde se pueda hablar con cierta
    objetividad sobre Arledge, separándonos de la
    construcción histórico-biográfica de Ellis:
    esa dimensión es la que nos da el narrador anónimo
    de la novela, el que presenta, por una parte, al Arledge
    construído en la ficción de Ellis y por otra al
    Arledge "material", aunque el vocablo sea inapropiado, de los
    documentos que tenía la señorita Bunnage escritos
    por él. Ambas versiones confluyen en una realidad
    objetiva: en la novela, Arledge existió efectivamente,
    hizo su travesía fallida, sufrió el enigma como una
    obsesión extrema y se desencantó efectivamente por
    la respuesta al enigma. Tanto el relato de Ellis como los
    documentos de Bunnage lo corroboran desde ambos frentes y
    coinciden en todo esto, y además confirma la existencia de
    Arledge como escritor el propio narrador anónimo de esta
    novela, haciendo alusión a la dificultosa
    adquisición, en Estados Unidos,
    de algunos de sus libros.
    Empezar con que Arledge haya "existido", aunque se parezca al
    "empezar de cero" cartesiano, lejos de ser poco, es todo un
    avance. Pues bien, una vez que "existe" hablaremos de él
    desde ese presupuesto
    comprobable:

    Tenemos como cierto algo más, fundamental:
    Arledge, tras su decepción por la respuesta al enigma de
    Bayham, se retira de las letras, y tres años más
    tarde, muere en una mansión Escocesa, probablemente
    vencido por la apatía. Su retiro de la literatura (y poco
    después, de la vida) es, visto por su narrador, algo poco
    comprensible o al menos poco claro.

    ¿Por qué Benjamin?

    En su artículo El Narrador, Benjamin postula, en
    una especie de "Ubi sunt?" para con Nicolai Leskov, una crisis en
    relación a la comunicabilidad de la
    experiencia:

    "Explicar a Leskov, como narrador, no quiere decir
    aproximarlo sino más bien aumentar la distancia que con
    él tenemos (…).

    Es como si una capacidad, que nos parecía
    inextinguible, la más segura entre las seguras, de pronto
    nos fuera sustraída. A saber, la capacidad de intercambiar
    experiencias"
    (El Narrador, P.189)

    La crisis de la capacidad de transmisión de la
    experiencia es tratada por Benjamin por carriles que lo llevan a
    la conclusión de que "la experiencia está en trance
    de desaparecer" (P.189). ¿A qué tipo de experiencia
    alude? Esencialmente, no a la experiencia en sí, sino
    concretamente a la experiencia como herramienta de la
    narración. Por eso la aclaración de la cita
    anterior: a la experiencia intercambiable, transmisible:
    la experiencia como materia prima
    de la narración. Ahora bien, volvamos nítidas
    algunas categorías: ¿a qué clase de
    experiencia se refiere Benjamin? No a la inevitable, la que se
    nos impregna con el sólo hecho de vivir, no la que
    nuestros sentidos siempre vivos captan de cada instante:
    concretamente, la experiencia de la acumulación en espacio
    o en tiempo: la experiencia del conocimiento
    del mundo, o la del conocimiento de la vejez.

    Ambas experiencias se oponen a otro tipo de discurso,
    probablemente el que estas condiciones objetivas necesita por sus
    características: el discurso de la información:

    "Villemessant, el fundador del Figaro,
    caracterizó con una formulación famosa, la esencia
    de la información: "Para mis lectores, solía decir,
    un incendio en una mansadra del Barrio Latino es más
    importante que una revolución
    en Madrid´.
    Así se pone en claro, de un golpe, que se presta
    oídos, no a la nueva que viene desde lejos, sino a la
    información que sirve de referencia para lo más
    cercano. La nueva que llega desde lejos –sea desde
    países distantes en el espacio, sea una tradición
    temporalmente alejada- invoca una autoridad que
    es la que sirve para atribuirle validez, aun cuando no sea
    sometida a verificación y control. La
    información, en cambio,
    pretende ser verificada de inmediato. Ello es lo primero que
    corresponde destacar: que aparece como "cosa comprensible de
    suyo". A menudo es menos exacta que las notivias de que se
    disponía en otros siglos. Pero mientras éstas no
    titubeaban en participar de lo maravilloso, para la
    información es inevitable aparecer como plausible. De
    ahí que sea incompatible con el espíritu de la
    narración. Si el arte de narrar se
    ha hecho raro, la extensión de la información ha
    tenido una participación decisiva en este resultado."

    (p. 194)

    La información viene a mostrar que las
    condiciones objetivas ya no pueden albergar lo que Benjamin llama
    Narración. ¿a qué llama Benjamin exactamente
    narración? Básicamente, a una dinámica anónima y popular, cuyo
    ámbito es la memoria
    colectiva, que comunica historias sin detalles de tipo
    informativo, ya que debe ser transmisible a esa la cultura oral,
    y cuyo mayor rasgo es quizás la transmisión de
    hechos, de experiencia, de acontecimientos no ajenos a la vida de
    los narradores. La narración es hija de otras condiciones
    objetivas a saber: la vida del agricultor, los trabajos
    artesanales de zonas rurales y su ritmo en cuyo marco encaja
    perfectamente a esta dinámica narrativa. Con la
    extinción gradual de este estilo de
    vida, de estas condiciones objetivas, se extingue
    también la narración. De su agonía nace la
    novela, y la información, como discurso, radicaliza esta
    situación aniquilando la narración y perjudicando,
    por otras razones, a la novela.

    La información, en Benjamin, es importante para
    entender gráficamente el fin del narrador. Me interesa
    establecer distinciones entre narración y novela para
    conectar a Arledge en todo esto.

    Sobre el principio de su artículo, Benjamin habla
    de la mutación de la narración en novela. Sus
    diferencias son radicales. Sobre la novela, señala, a
    diferencia de la narración, que:

    "(…) ni proviene ni se dirige a una
    tradición oral. Sobre todo, (…) es contraria al
    narrar mismo. El narrador toma lo que narra de la experiencia,
    sea la propia o una que le ha sido transmitida. Y la transmite
    como experiencia para aquellos que oyen su historia. El
    novelista, en cambio, se ha aislado. El lugar del nacimiento de
    la novela es el individuo en
    su soledad, que ya no puede referirse, como a un ejemplo, a los
    hechos más importantes que lo afectan; que carece de
    orientación y que no puede dar consejo alguno."
    (P.
    193)

    Mientras que el narrador, anónimo, vive narrando,
    dando cuenta de sus experiencias en el especio o en el tiempo, el
    novelista escinde vida y obra, ya que construye desde su soledad
    y en un ámbito ya no de oralidad sino de escritura, y no
    vive si escribe, y no escribe si vive; mientras que el narrador
    puede "dar consejos", porque no detalla sino que cuenta
    experiencias personales, y por eso sabe de la vida, el novelista
    está fragmentado por la modernidad que lo
    hace nacer; construye, no cuenta, y, por escindir entre vida y
    literatura, y elegir la literatura, no sabe nada de la vida;
    mientras que el narrador necesita acumular vivencias para narrar,
    el novelista se vale de la construcción (primera novela:
    El Quijote); Mientras que el ámbito del narrador es la
    memoria
    colectiva, el del novelista es el aislamiento individual;
    mientras que el narador es un ser anónimo y popular, el
    novelista es un ser individual y burgués.

    Si bien el marco del artículo de Benjamin es muy
    específico y refiere, en gran medida, a una seria mirada
    sociológica (al estilo Arnold Hauser) de los cambios en
    las condiciones objetivas en conexión con el cambio en la
    literatura, existe algo de esto que es trasladable a la
    noción de literatura de Victor Arledge, en relación
    a una serie de asociaciones que pueden formularse.

    Dijimos, al finalizar el apartado anterior, que el
    retiro de Arledge de la literatura era algo "poco comprensible o,
    al menos, poco claro". Vamos a intentar desentrañar este
    motivo: a lo largo de todo el libro de Edward Ellis y, por
    qué no decirlo, a lo largo también del de Javier
    Marías, existen sugerencias sobre la razón de este
    retiro. Así, como ejemplo, en las pp. 87, 113, 114, 115,
    196, 199, 200, 201, 205, etcétera etc., encontramos
    indicios de diferentes tonos acerca del porqué de la
    renuncia a la vida de Arledge. Para no exasperar al lector
    imitando esos trabajos desbordados por citas y carentes de
    producción, cito al azar uno solo de estos
    indicios:

    "Nadie ha logrado averiguar hasta la fecha qué
    le sucedió realmente a Hugh Everett Bayham, pero lo que es
    indudable es que, fuera lo que fuese, defraudó a Victor
    Arledge"
    (p. 205)

    Juegos de este tipo están y pistas del enigma
    impregnan toda la novela, pero nunca se resuelven.

    Lo que cabe preguntarse es si Victor Arledge
    quería resolver este enigma de Hugh Everett Bayham. Y la
    respuesta debe ser sí.

    Dijimos que, en alguna medida, en un plano
    epistémico, Benjamin y Arledge están en contacto.
    Pues bien: Victor Arledge, el escritor, dio por terminada su
    carrera cuando recibió la respuesta de Hugh Everett
    Bayham, una respuesta que Edward Ellis no transmite y que
    quizá no tenga. El joven escritor Arledge termina su vida
    en una mansión en Escocia, país donde fue llevado
    Bayham cuando fue "secuestrado", como se citó arriba, como
    si el contacto con el lugar de su obsesión le hubiera
    quedado como estigma voluntario. ¿qué
    relación existe entre su retiro y la revelación del
    enigma de Bayham? La respuesta está en revisar las
    razones, ya trabajadas, por las que Arledge decide viajar. La
    primera, por la curiosidad hacia las imágenes "llenas de
    exotismo e inverosimilitud"; la segunda, de nuevo por su enferma
    obsesión (ya que no puede llamársele livianamente
    curiosidad como en la primera) con el enigma a resolver: Hugh
    Everett Bayham y la versión real de lo acontecido en
    Escocia.

    Afirmar sin sustento que entre la curiosidad de Arledge
    y su condición de escritor hay conexiones directas, es
    superfluo. Pero ocurre que esta afirmación
    tiene sustento: El propio Edward Ellis, notable
    escritor, al hablar de la curiosidad de Arledge, dice:

    "La curiosidad, pues de ella se trataba, fue en
    Victor Arledge, desde niño, más que una
    característica, un método"
    (P.34; el
    subrayado es mío.)

    Si a esto sumamos el retiro de Arledge como escritor una
    vez que descubriera el enigma de Bayham, pues entonces colegimos
    que lo que acertadamente quiere decir Ellis sobre su curiosidad
    es que es un método relacionado con su oficio. Cuando su
    curiosidad es decepcionada por el relato verdadero de Bayham, el
    escritor muere, y muere porque no tiene nada para narrar.
    Sí, su curiosidad es un método, y un método
    de narrador benjaminiano, en una época en la que,
    según Benjamin, los narradores se extinguen. Arledge, si
    bien es novelista, todavía conserva en ese método
    aspectos del narrador benjaminiano. ¿qué aspectos
    son esos? En esencia, la incapacidad de escribir una
    narración sin hechos que contar. Y, (me permito
    auto-citarme) como se concluyó del artículo de
    Benjamin,

    "Mientras que el narrador, anónimo, vive
    narrando, dando cuenta de sus experiencias en el especio o en el
    tiempo, el novelista escinde vida y obra, ya que construye desde
    su soledad y en un ámbito ya no de oralidad sino de
    escritura, y no vive si escribe, y no escribe si vive; mientras
    que el narrador puede "dar consejos", porque no detalla sino que
    cuenta experiencias personales, y por eso sabe de la vida, el
    novelista está fragmentado por la modernidad que lo hace
    nacer; construye, no cuenta, y, por escindir entre vida y
    literatura, y elegir la literatura, no sabe nada de la vida;
    mientras que el narrador necesita acumular vivencias para narrar,
    el novelista se vale de la construcción (primera novela:
    El Quijote); Mientras que el ámbito del narrador es la
    memoria colectiva, el del novelista es el aislamiento individual;
    mientras que el narrador es un ser anónimo y popular, el
    novelista es un ser individual y burgués
    ." (P.
    ¿CUÁLA? De este mismo trabajo)

    Arledge es un híbrido entre narrador y novelista:
    no puede novelar sin algo que narrar, y es cuando el escritor
    muere. No es anónimo, porque su época es la del
    libro impreso, pero tampoco escinde entre vida y obra, ya que una
    le es combustible de la otra; está fragmentado, como todo
    novelista burgués, moderno, y no puede "dar consejos";
    pero no es cierto que no necesite de las vivencias para narrar;
    es individual y burgués: pero su curiosidad, su
    método para narrar, lo hace necesitar de la vida para
    escribir su obra, y de la vida como experiencia en tanto que
    acumulación (Benjamin) en el espacio y en el tiempo (Como
    viera Benjamin en el gran narrador Leskov).

    Su búsqueda, como también intenta intuir
    Edward Ellis cuando habla sobre él, su impaciencia y
    desenfreno por resolver lo que él consideró un
    enigma digno de ser narrado luego, se le reveló como algo
    que lo "decepcionó", y que tiró abajo su
    intuición sobre el episodio de Bayham. Su travesía
    fue decisiva para su renuncia a la literatura, porque Arledge,
    cercano al narrador benjaminiano, ha visto frustradas dos
    perspectivas de narraciones, a saber: la expedición en
    velero, que había despertado su curiosidad, fue
    reemplazada por el enigma de Bayham: abandonó el proyecto de la
    narración de la travesía por el del enigma, pero
    resulta que dicho enigma, en su resolución, no es digno de
    ser narrado. Estas dos estocadas, y muy especialmente la segunda,
    son demasiado para un novelista con necesidades similares a las
    del narrador benjaminiano: no hay hechos, de pronto; y toda su
    construcción previa, a un novelista-narrador de estas
    características, no le sirven a sus propósitos
    literarios.

    A un novelista-narrador de estas características:
    Arledge es un narrador en épocas de novelistas; no puede
    hacer construcciones novelísticas, porque no es un
    novelista sino solamente en sus aspectos positivos (materiales).
    Sin embargo, alguien más, otro tipo de escritor no
    benjaminiano, no necesitó que le contaran ni el enigma ni
    las características de la travesía para novelar:
    Edward Ellis, el novelista de la historia que Arledge
    benjaminiano no pudo, naturalmente, narrar, se hace cargo de una
    historia sin hechos narrables, pero con una noción que
    Arledge no tuvo como narrador que es: la de la
    construcción; no solamente el hecho de no necesitar de
    grandes fuentes
    empíricas para establecer un relato, sino, precisamente,
    que el no-hecho sea el que da vida a la novela.

    Pero Ellis, y Roland Barthes, conciernen a otro
    capítulo y a otro escritor.

    3. Edward Ellis Y Roland
    Barthes: Otra Teoría Literaria

    En El efecto de lo real, Roland Barthes, en una crítica
    al análisis estructural, se vale de descripciones en
    novelas de
    Flaubert y Michelet que, según este sistema, nada
    tienen que hacer en ellas: esas descripciones, diría
    Barthes, parecerían no importar en la novela. Dice acerca
    de ellas, en relación a la incompetencia del
    análisis estructural para trabajar sobre este tipo de
    detalles:

    "Parece sin embargo que, si el análisis
    pretende ser exhaustivo (¿y de qué valor
    podría ser un método que no diera cuenta de la
    integralidad de su objeto, es decir, en este caso, de toda la
    superficie de la trama narrativa?) tratando de alcanzar, para
    asignarle un lugar en la estructura, el
    detalle absoluto, la unidad indivisible, la transición
    fugitiva, debe reencontrar fatalmente notaciones que ninguna
    función
    (aún la más indeiresta de que se trate) permite
    justificar: estas notaciones son escandalosas (desde el punto de
    vista de la estructura), o, lo que es todavía más
    inquietante, parecen de acuerdo con una especie de
    lujo de
    la narración, pródiga hasta el punto de dispensar
    de los detalles "inútiles" y de elevar así en
    algunos lugares el costo de la
    información narrativa"
    (P.142)

    ¿cómo hace el estructuralismo para incluir en su sistema a estos
    lujos, aparentemente intrascendentes, a los que Barthes
    llama "notaciones insignificativas"? la respuesta a esta pregunta
    nos llevará a una confrontación teórica
    entre este artículo y el de Walter Benjamin,
    confrontación que incluye diferencias entre la
    teoría de la escritura de Arledge, ya vista, y la de
    Edward Ellis.

    Las dudas de Barthes acerca de la utilidad de la
    descripción en la novela comienzan siendo
    muchas: ¿tienen una utilidad meramente estética, como en épocas de la
    neorretórica alejandrina del siglo II A.C (p. 146)?
    ¿tienen una función de representación de la
    realidad, como en el realismo
    (p.147)? en cada época, una función distinta. Pero
    lo que le enseña la neorretórica alejandrina es
    que, por ser estética su función, su verosimilitud
    no es referencial. No representa la realidad de manera
    verosímil, sino que se aboca más a lo
    estético, descuidando referencias reales. O, con sus
    propias palabras,

    "la verosimilitud aquí no es referencial, sino
    abiertamente discursiva"
    (p. 147)

    No interesa lo verosímil en relación a la
    realidad, sino en relación al sistema discursivo,
    contenedor de su propia verosimilitud.

    La descripción en tiempos del realismo de
    Flaubert o de Michelet, si bien guarda un fin estético
    todavía notable, ya no cumple primariamente esa
    función: ahora, su función es referencial, ahora el
    elemento de la descripción es un intento mimético
    con el referente positivo. Ahora, el realismo pretende hacer de
    la descripción una "convivencia directa entre un referente
    y un significante" (p.154), como si la palabra pudiera reemplazar
    a la realidad. Esta vieja e ingenua especie de consigna del
    realismo es revisada por Barthes, quien desbarata esa
    mímesis entre discurso y realidad y cambia esta
    definición: "descripción como
    re-presentación de la realidad" por esta otra:
    "descripción como efecto de lo real". Es decir, la
    convivencia entre un referente y un significante no es posible,
    porque no hay contacto real entre la palabra y la cosa. He
    aquí, de paso, el contacto de Barthes con el
    post-estructuralismo, y he aquí, fundamentalmente, una
    concepción de la literatura de acuerdo a la cual la
    realidad no es ella sino que la literatura es
    construcción discursiva, verosímil no en
    relación a la realidad, necesariamente, sino en
    relación al propio sistema discursivo al que pertenece.
    Así, el realismo, bajo la lupa de Barthes, cae en una
    especie de moderna neorretórica alejandrina, aunque sus
    propósitos hayan sido exactamente los opuestos. Sus
    relaciones con la realidad serán otras, pero mientras
    tanto, la literatura, por realista que sea, no puede sino crear
    solamente una ilusión referencial de la realidad
    (p. 154).

    ¿Dónde ha ido a parar la realidad? Ya no
    es más la materia prima
    de la narración como Benjamin ejemplifica con Leskov:
    ahora, inversamente, la descripción es la que da el efecto
    de lo real; ahora la descripción subordina a lo real.
    Ahora, finalmente, para Barthes, la realidad ya no se
    necesita
    porque se construye.

    Esto cambia sustancialmente las cosas en relación
    al narrador benjaminiano; y, también, en relación a
    Arledge, como vimos, una especie de narrador benjaminiano.
    ¿Por qué cambia las cosas? Mientras que Arledge
    necesitaba del hecho para narrar, mientras que el joven escritor
    se frustró a raíz de que la revelación de
    Bayham lo decepcionó porque no habrá sido "nada
    importante que contar", Edward Ellis hace, de este vacío,
    la Travesía del horizonte. Y la hace porque su
    concepción de literatura es radicalmente diferente de la
    de Arledge. Ellis puede construir donde Arledge, como narrador
    benjaminiano, no pudo por falta de hechos que narrar. Ellis
    concibe a la literatura como una construcción discursiva
    que puede o no conectarse a la realidad, por eso no le hacen
    falta hechos interesantes como fuentes: Ellis no necesita
    más que discurso para empezar a novelar porque tiene una
    noción de la construcción que quizás
    Arledge haya tenido, pero en donde no radicaba, para él,
    la especificidad literaria. Esto explica su retiro inmediato de
    la literatura al descubrir que su gigantesca obsesión como
    narrador, ese hecho, le defrauda. Javier Marías,
    consciente de esta diferencias, hace a Ellis incluir en su libro
    sobre Arledge un episodio que delata su propia concepción
    de literatura y su propia comprensión barthesiana del
    benjaminiano Arledge. En un episodio en el cual Bayham le
    pregunta a Arledge por qué se empecina a tal extremo en
    saber de su enigma, Ellis pone lo siguiente en boca de Arledge,
    delatándose en su concepto de este
    escritor:

    "Conformémonos con decir que me sugirió
    una nueva novela. Tal vez esa respuesta le satisfaga,
    señor Bayham"
    (p.203)

    Ellis hace que Arledge, con la sutileza que aún
    le quedaba, diga a Bayham, en un recurso extraordinario de
    simultáneos ocultamiento y explicitación de sus
    intenciones, su necesidad de hechos de narrador
    benjaminiano.

    Lo que nos concierne del artículo El efecto de lo
    real, es la concepción barthesiana de narración,
    diferente a la de Benjamin, y cuyo mayor seguidor es Edward
    Ellis: sin datos
    reales en sentido barthesiano, sin el referente, ya que ni
    siquiera se acercó al hecho de manera directa sino a
    través de documentos, construye una forma del
    significado
    (p.154). Y resulta notable ver cómo la
    dimensión que le impide escribir a Arledge, es la misma
    que hace que Ellis escriba. El vacío de Arledge es la
    novela de Ellis, el retiro de Arledge es el entusiasmo escritural
    de Ellis. Uno narra si tiene realidades que narrar;
    el otro, precisamente porque no cree en que la realidad pueda
    ser re-presentada
    , construye una novela. En fin, para
    Barthes, la realidad se construye desde la
    narración, de ninguna manera la narración
    reproduce lo real. Esta crítica que desbarata las
    consignas ingenuas del realismo de Flaubert y Michelet y las
    vuelve a ubicar cerca de la neorretórica alejandrina, nos
    sirve para desbaratar, a través de la voz de Ellis (y con
    él), las razones del retiro de Arledge, por un lado, y las
    limitaciones de ese narrador del que habla Benjamin por el otro
    (limitaciones desde el punto de vista de la construcción y
    de la novela; ignoro si desde el punto de vista de las
    condiciones objetivas, del tipo de sociedad, que
    apadrinaban y hacían posible a este narrador). Edward
    Ellis, con Barthes, encuentra la especificidad literaria en la
    construcción de la novela, en los elementos de su constitución, herramientas
    que le permiten hacer una novela con un misterio que, en
    , no importa, sino el manejo formal de sus
    elementos.

    El misterio nunca develado de esta novela es una
    poética, una teoría de la literatura que proclama
    que ella no debe subordinarse al hecho sino auto-construirse en
    el discurso. Ellis no es narrador benjaminiano sino constructor
    barthesiano, y su "novela histórica" sobre Arledge se
    aleja de la experiencia (Benjamin): construye, en soledad, como
    dice Benjamin del novelista, un sistema verosímil sobre
    Arledge.

    Lo no-resuelto, el no-hecho como terreno de la
    construcción literaria, es el panfleto de Javier
    Marías en esta novela. Ya que el enigma de Bayham nunca se
    resuelve, como lo anticipaba de alguna manera el prefacio en
    inglés de la obra, Ellis escribe su novela; ya que Holden
    Branshaw, el dueño del libro de Ellis, no quiere
    publicarlo, multiplica así la construcción infinita
    de su ilusión sobre su grandeza literaria. Todo el libro
    es una una confrontación de teorías sobre la
    creación literaria. Dejo abajo más pruebas de la
    posición barthesiana de Ellis:

    (Sobre la insistencia de Arledge en averiguar el
    misterio de Bayham)

    "-¿Qué le sucedió entonces?
    -Volvió a insistir el novelista inglés. Se dio
    cuenta, de nuevo, de que su interés era demasiado
    evidente. No acababa de comprender a qué se debía
    su impaciencia y su falta de tacto, y por su cabeza
    cruzó, fugazmente, la idea insólita –e
    inmediatamente desechada- de que tal vez no deseaba llegar a
    saber nunca los pormenores de aquel argumento, de que
    quizá lo que en verdad quería era no llegar a
    desentrañar nunca aquel misterio y poder observarlo
    siempre en su primer e insatisfactorio estado" (
    p. 74. El
    subrayado es mío.)

    Ellis, el re-constructor de Arledge, coloca, en su
    "novela histórica" la irónica posibilidad de que
    Victor Arledge oscilara, por momentos, entre la posición
    de narrador benjaminiano y la del constructor barthesiano. En
    vista de lo ocurrido positivamente con Arledge, esto es, su
    real retiro como escritor y su muerte real, Ellis
    debe dejar que Benjamin venza por sobre Barthes en Arledge. Desde
    luego que ocurre lo contrario con Ellis; de no haber sido
    así, la novela no habría existido.

    O una hipótesis final que no desarrollaré:
    Ellis ha conjeturado, ha construido, la hipótesis de que
    la respuesta de Bayham defraudó a Arledge: quizás,
    como su serenidad indica en la última página del
    Libro Primero por él mismo escrita, la respuesta de Bayham
    no le haya defraudado, y los motivos de su retiro y muerte hayan
    sido otros indiferentes al tema. Sea como sea, la
    especulación de que Arledge se sintió defraudado y
    que por ello no ha podido escribir nunca más, le sirve a
    Ellis para hacer una novela sobre un escritor en particular, pero
    principalmente, sobre los distintos presupuestos y
    a prioris de que el escritor en general y el
    crítico parten cuando meten sus narices en este campo de
    posibilidades infinitas: el literario.

    4.
    Conclusiones

    "Pero la Travesía, como el título indica,
    no es más que una excusa o un imposible, la
    fantasmagoría con que se teje una trama.(…)".
    "Javier Marías aprecia tanto el enigma que termina por
    menospreciar la solución; valora tanto la incertidumbre
    que llega a preguntarse si no será mejor ignorar la verdad
    para siempre y contentarse con su figuración y su sombra
    (…)". Con estas citas se abrió el trabajo. Con
    ellas se cierra; pero los comentarios de la contratapa, si bien
    son acertados, sólo son útiles para observar lo que
    ocurre con Ellis, a quien la contratapa llama inexactamente
    "Javier Marías". Éste, expone, si se quiere, una
    confrontación de poéticas, de teorías de la
    literatura. No es Marías quien "aprecia tanto el
    enigma…" sino Ellis. Cosa distinta es que, al ver sus
    otras obras, al conocer sus búsquedas, al haber
    leído ensayos,
    comentarios y reseñas al pasar de Javier Marías,
    resolvamos que acuerda en la teoría de la
    creación literaria con Ellis y, esto también es
    probable, con Barthes. Si la travesía "no es más
    que una excusa o un imposible, una fantasmagoría con que
    se teje una trama (…)", la contratapa no incluye en esto a
    Arledge, narrador benjaminiano cuya especificidad literaria gira
    alrededor del acontecimiento; su curiosidad inicial
    (búsqueda de experiencia en el espacio, de fuentes
    narrativas) por los relatos "llenos de exotismo e
    inverosimilitud" de J. D. Kerrigan, se olvida, luego, de la
    travesía en sí y busca la respuesta al enigma de
    Bayham, que es finalmente decepcionante. Arledge, para quien la
    travesía no es ni lejanamente una "excusa", fracasa
    doblemente, tanto en su relegamiento de registrar la experiencia
    del viaje en función de la resolución del enigma
    como en la frustrante respuesta de ese enigma, luego. Y Victor
    Arledge, el narrador, no solo carece de literatura sin
    experiencias que transmitir, sino que, al fundir, en su naturaleza de
    narrador benjaminiano, vida y narración, tampoco (luego de
    este episodio que le coarta la narración y por lo tanto la
    vida) puede seguir viviendo mucho tiempo.

    Allí donde fracasa Arledge como escritor, Ellis
    propone el punto de partida de la escritura. Allí donde
    Benjamin no puede colocar a su narrador, Barthes coloca a su
    constructor, quien "teje una trama", con palabras de la propia
    edición Santillana-Alfaguara: construye.

    En Travesía del horizonte, la prolongación
    indefinida del enigma sugiere que la construcción puede
    extenderse a límites
    novelísticos allí donde no predominan los hechos
    como fuente.

    Las palabras inocentes en la señorita Bunnage,
    puestas en su boca ahora sí por el propio Javier
    Marías, hacen traslucir, por un lado, su concordancia
    teórica con Edward Ellis, y por otro, la piedra angular de
    una novela cuya calidad literaria
    debe ser reconocida, junto con el resto de su obra,
    urgentemente.

    Serafín Campaña

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