1. De la
desigualdad de grupo a la desigualdad
excluyente
2. Las fuentes de la nueva
desigualdad
3. Desigualdad difusa.
Problemas de percepción y tratamiento
4. Política
económica frente a la nueva desigualdad
5.
El propósito de este texto es
reflexionar sobre tres ideas principales que giran en torno a las
expresiones más recientes del fenómeno de la
desigualdad en nuestras economías y en nuestras sociedades[i].
La primera de ellas es que la desigualdad, si bien
conserva connotaciones típicas de otras épocas,
adquiere hoy día unas nuevas manifestaciones que la
conforman como un fenómeno distinto que permiten afirmar
que nos encontramos ante un auténtica "nueva
desigualdad".
La segunda trata de establecer que estas nuevas
manifestaciones de la desigualdad están
también directamente vinculadas a procesos
económicos de cuya naturaleza
depende el grado y extensión de aquella.
Finalmente, plantearemos que, justamente por estas
nuevas dimensiones sociales y económicas de la
desigualdad, son precisas nuevas fórmulas de
intervención político-económica para
procurar paliarla o reducirla.
1. DE LA DESIGUALDAD DE
GRUPO A LA
DESIGUALDAD EXCLUYENTE
La historia de la sociedad
capitalista es la historia de la desigualdad. Un sistema
socioeconómico basado en la escisión a la hora de
disponer de los derechos elementales de
apropiación y de los recursos que
permiten producir los medios de
satisfacción trae necesariamente como consecuencia el
disfrute desigual y la diferencia permanente a la hora de hacer
frente a la necesidad. Tanto es así, que la
dicotomía igualdad/desigualdad y el discurso
social que necesariamente genera forma parte consustancial del
discurso global acerca del propio sistema capitalista.
Por eso la desigualdad no sólo se percibe en el
nivel de satisfacción o bienestar sino, incluso, en la
forma de contemplarla y valorarla como condición
social. Por un lado, la igualdad ha constituido una
aspiración constante de los colectivos sociales
más desfavorecidos y, al menos en la retórica de
las grandes proclamas o de los textos jurídico formales,
se ha considerado que cualquier tipo de desigualdad era
incompatible con la deseada eliminación de la discriminación en el marco político
o incluso de las condiciones personales. Sin embargo, al mismo
tiempo se ha
podido establecer igualmente que la propia desigualdad no es una
lacra perversa sino, más bien, una condición
necesaria para el progreso y una base necesaria para que pudieran
aparecer los incentivos
precisos para garantizar el mejor uso de los recursos[ii]. De
hecho, en muchas ocasiones se ha querido ver en ella una
expresión consustancial a la naturaleza
humana, una condición natural de la sociedad y de la
historia[iii]. Es decir, dejando a un lado cualquier
consideración relativa a su determinación
contextual para entenderla, tan sólo, como una resultante
inevitable de la "falta de parecido" que se presupone
consustancial al individuo
humano.
1.1) La desigualdad estructural en el
capitalismo
Aunque las posturas desde las que se puede contemplar y
valorar el fenómeno de la desigualdad y la necesidad, o
no, de asumir aspiraciones igualitarias en nuestra vida social
son muy diferentes, el reconocimiento de que las desigualdades
existen y llevan consigo insatisfacción me parece que es,
en todo caso, indiscutible.
Las sociedades capitalistas, en mayor o en menor medida,
de forma más o menos contenida o paliada, muestran un
fenómeno de desigualdad que tiene unas claras
connotaciones estructurales, entre las que se pueden destacar las
siguientes[iv].El fenómeno de la desigualdad en
nuestras sociedades es tan evidente como creo que son claras sus
connotaciones más significativas como las
siguientes:
a) Se ha manifestado claramente en expresiones
objetivables: niveles de renta, acceso a bienes o
servicios
públicos, nivel de educación, gasto
monetario, pauta de consumo,
etc.
b) Se traduce en términos de diferencias entre
grandes colectivos o grupos de
población homogéneos, hasta el punto
de que el reconocimiento de éstos constituye el punto de
partida del análisis social más riguroso. El
inicio del pensamiento económico como disciplina
científica no fue posible sin el desarrollo
coetáneo de la primitiva sociología, del reconocimiento de
las clases
sociales y, precisamente por ello, su objetivo
principal no pudo ser otro que el analizar la
distribución de la renta y la riqueza entre
ellas.
c) La desigualdad que hemos conocido a medida que se ha
desarrollado el sistema capitalista ha sido un fenómeno de
naturaleza plural, que no sólo afectaba a la propia
condición material de los individuos, sino también
a su nivel cultural, a su ideología y a sus percepciones del mundo,
llevando así consigo proyectos o
visiones de la realidad también diferenciados.
d) El análisis de la desigualdad ha permitido
comprobar que ésta no es el resultado exclusivo de la
condición individual sino, por el contrario, que era la
consecuencia de la escisión grupal y de la
conformación de la sociedad en dinámicas estancas,
pues está directamente originada por la distribución desigual del ingreso y la
riqueza que es consustancial a la economía de mercado
capitalista.
e) La desigualdad típica de la sociedad
capitalista se ha caracterizado también porque sus
consecuencias de frustración relativa, de
insatisfacción absoluta o en términos comparativos,
no afectan solamente al individuo sino que son generalizables y
propias del colectivo social del que cada individuo se siente
parte. De hecho, es precisamente este tipo de percepción
colectiva de la desigualdad lo que ha permitido que se fortalezca
incluso el sentido de grupo, toda vez que el individuo puede
percibir que la padece como consecuencia de su propia
ubicación en él. La desigualdad, de esta forma,
refuerza la imagen del
colectivo desigual y su percepción de la distancia
colectiva a la satisfacción.
f) Justamente por ello, en la medida en que la
existencia y las consecuencias de la desigualdad se vinculan a
las dinámicas colectivas, los grupos
sociales vinculan siempre el asunto de la desigualdad a la
conformación de sus estrategias de
satisfacción más inmediatas: la cuestión del
reparto, como reverso del desigual acceso y disfrute, pasa a
formar parte del corazón de
las demandas de los diferentes grupos sociales.
g) Esto último es lo que ha permitido que la
historia de la sociedad y la economía capitalistas haya
sido, también, la historia de una tensión
distributiva permanente. Y, más en concreto, que
el progreso social, en la medida en que ha ido proporcionando
instancias de participación y negociación más abiertas, haya
traído consigo un alivio evidente de los efectos de la
desigualdad. En la medida en que ha habido suficientes
oportunidades de negociación del reparto, el crecimiento
económico y la mejora en las condiciones de
participación democrática han permitido
reducir la desigualdad o, por lo menos, lograr que ésta no
se traduzca en niveles extremos de insatisfacción. Lo
que Keynes
expresó como "la paradoja en el seno de la abundancia" ha
sido una contradicción y un elemento desestabilizador
suficientemente potente como para abrir la puerta a estrategias
paliativas de la desigualdad
social.
En resumen, éstos podrían ser los rasgos
esenciales de un tipo de desigualdad que podría
denominarse estructural, típica y consustancial a un
régimen social capitalista que produce y reproduce la
división social, la fragmentación y el mantenimiento
de grupos sociales con capacidades, recursos y posibilidades
de satisfacción restringidas por el acceso igualmente
desigual que tienen a la dotación de recursos
existente.
1.2) la "nueva desigualdad"
La hipótesis que trato de plantear es que en
la época más reciente de la economía y la
sociedad capitalista, coincidiendo y no por casualidad con su
etapa neoliberal, se está modificando la naturaleza del
fenómeno de la desigualdad, apareciendo como
añadido un proceso de
características mucho más dañinas y
difíciles de erradicar.
Trataré de señalar a continuación,
con la prevención de que se trata tan sólo de
formular hipótesis de
partida o de vislumbrar tendencias que quizá no
estén del todo definidas, los rasgos que me parecen
más significativos y que hay que considerar
especialmente[v].
1.2.1) Desigualdad creciente.
En primer lugar, es un hecho que la desigualdad tiende a
crecer en cualesquiera que sean sus expresiones tomadas como
referencia, y tanto a nivel personal como
global, de regiones o países. Tanto si la situación
de insatisfacción se mide en diferencias, como si se
considera en términos absolutos[vi].
Aunque no es necesario traer aquí a
colación pruebas
específicas de lo anterior, baste con recordar el
incremento de personas o familias pobres (En la Unión
Europea en 1970 había 30 millones de personas pobres y
en la actualidad, según los datos de Eurostat
hay a 57 millones)[vii], o la disminución en la parte de
renta global (del 2,3% al 1,4%) que corresponde al 20% de la
población más pobre del planeta, frente al aumento
del 70% al 85% que ha registrado el 20% más rico.
Según el Banco Mundial,
los habitantes de los países más ricos tienen un
nivel de vida cinco veces más elevado que la media mundial
y sesenta veces el de los más pobres.
En todos los países del mundo, la
proporción de las rentas totales que corresponden al
trabajo
asalariado han disminuido en mayor o menor cuantía,
mientras que invariablemente ha aumentado la correspondiente a
los beneficios del capital. Y, en
la gran mayoría de los países, las diferencias de
renta personal han tendido a agrandarse, a veces, de manera
espectacular. Así, en Estados Unidos
los salarios y
bonificaciones de los ejecutivos mejor pagados aumentaron un 951%
entre 1975 y 1995 (cuando la tasa de inflación
subió un 183%), mientras que los salarios de los
trabajadores sólo aumentaron un 142%[viii].
En fin, es de sobra conocido que la anual
comparación que realiza el PNUD entre la riqueza de unas
pocas docenas de personas y la inmensa mayoría de la
población mundial es cada vez más
desigual[ix].
El aumento de las diferencias sociales de todo tipo,
suficientemente verificado en multitud de estudios
empíricos[x], contrasta enormemente con lo que se
había considerado convencionalmente que era el
desarrollo "normal" de las sociedades. La célebre
hipótesis de Kuznets, según la cual se irían
reduciendo progresivamente las desigualdades sociales a
medida que se fuera generando suficiente crecimiento
económico, y la más elemental convicción de
que el desarrollo histórico iba acompañado del
propio crecimiento de la actividad económica, no son hoy
sino formulaciones con muy escaso contenido real[xi]. Lo cierto
ha sido que se ha debilitado el ritmo de crecimiento
económico con carácter general, a causa de las políticas
deflacionistas dominantes y que, incluso cuando se ha registrado
mayor crecimiento éste no logra traer consigo una
disminución sustancial, o incluso mínima, de la
desigualdad[xii].
En resumen, una característica primera de los
fenómenos de desigualdad es que no sólo no
desaparecen, sino que aumentan en todo el mundo, con independencia
de que se produzcan fases de expansión o de
recesión económica.
1.2.2) Desigualdad intragrupal.
En segundo lugar, la desigualdad contemporánea no
se expresa solamente en términos de diferencias entre
grandes grupos, como era propio de la desigualdad estructural a
la que hice referencia más arriba. Se trata ahora de un
fenómeno que se manifiesta como un mosaico de distintas
intensidades y también desigualmente esparcido en la
estructura
social.
Como he señalado, tradicionalmente
habíamos percibido la desigualdad como una
característica perceptible principalmente por la
existencia de grandes y diferenciadas categorías sociales
que se correspondían con la existencia de grandes
morfologías colectivas. Se trataba de una desigualdad de
naturaleza básicamente intergrupal
Hoy día, la desigualdad tiende a darse
también en el seno de esos mismos grupos, de manera que el
hecho diferencial no aparece como consecuencia de la pertenencia
a un grupo y a partir de la cual se deriva una diferencia
respecto a los de otro cualquiera, sino que la desigualdad se
puede percibir con semejante intensidad entre los propios
miembros del macrogrupo al que se pertenece.
La desigualdad, pues, no se da sólo, ni
principalmente, entre clases, entre colectivos conformados
objetivamente en virtud de una determinada posición social
frente a los derechos o al uso de los recursos, sino que se
produce en el mismo seno de estos. Eso significa que se
está produciendo por circunstancias que son mucho menos
objetivables pero no por ello imperceptibles, como
trataré de señalar en seguida.
La consecuencia más inmediata de ello es que la
desigualdad no proporciona una imagen de la sociedad en
términos de grandes manchas, sino como una especie de suma
de muchas variedades, desdibujada, sin perfiles nítidos
entre los grupos, sin fronteras de desigualdad claramente
establecidas en términos de clases o estratos sociales. Y,
por lo tanto, con mucha menor posibilidad de establecer
diferencias nítidas en el orden de los intereses, de las
percepciones colectivas y de las demandas grupales.
1.2.3) Desigualdad de destinos.
En tercer lugar, la desigualdad a la que estoy
refiriéndome como un fenómeno nuevo y reciente
se caracteriza porque es el resultado del devenir individual,
más que del pasado grupal. Se ejemplifica a veces esta
cuestión diciendo que hoy día los individuos dicen
no dicen "soy mejor a causa de la condición de mis
ancestros" sino "soy mejor porque me adaptaré mejor a los
cambios futuros"
Tradicionalmente, la desigualdad ha sido (y lo sigue
siendo en una buena parte) el resultado de la pertenencia a un
determinado origen, podríamos decir que de un conjunto de
condiciones heredadas. En la actualidad, sin embargo, la
desigualdad deriva más bien del futuro que del pasado. Es
una condición que se va a generar a lo largo del recorrido
vital y, en una gran medida, con independencia del origen
social. No es, por lo tanto, el resultado de una determinada
condición (desigual) de partida sino, sobre todo, una
contingencia de destino.
La gran diferencia que hoy muestran nuestras sociedades
(en realidad, la gran paradoja de la dinámica de "progreso" que se ha generado)
es que, tradicionalmente, el ciclo vital parecía tender
preferentemente hacia la igualdad. El conflicto por
el reparto y la necesidad de evitar niveles inaceptables de
deslegitimación habían provisto a los grupos
sociales de instancias para paliar la desigualdad de partida o,
al menos, para aliviarla a lo largo de la vida, pero actualmente
sucede lo contrario. La condición desigual, o su resultado
en términos de pobreza o marginación, puede ser un
punto de llegada aunque no haya sido la condición de
partida.
1.2.4) Desigualdad individualizante.
En cuarto lugar, la desigualdad más reciente se
vincula a condiciones que tienen que ver mucho más con la
condición individual de las personas, se hace ,más
contingente y también más impredecible. Se genera
al producirse contingencias no grupales que no se pueden
abordar, sin enormes efectos perversos,
individualizadamente. La desigualdad que hoy día se
estaría añadiendo a la que siempre hemos conocido
en nuestras sociedades tiene que ver con una incapacidad
generalizada para la previsión, con la incapacidad
para incorporar las contingencias que la generan a lo que los
juristas llamarían "las condiciones generales" en virtud
de las cuales se contratarían los remedios posibles para
evitarlas.
Los regímenes tradicionales establecidos para
hacer frente a las consecuencias indeseadas de la desigualdad se
basaron en la formulación de una especie de contrato social
suscrito a partir de los grandes números, y orientado a
proporcionar respuestas a contingencias colectivas o globales.
Hoy día, la gama de contingencias que provocan las nuevas
formas de desigualdad son, no sólo novísimas y por
ello aún no tenidas en cuenta, sino de muy difícil
singularización.
La constante desigualdad de género,
por ejemplo, es bien expresiva de la aparición de nuevas
formas de desigualdad/discriminación que no
sólo no son paliadas por medio de los mecanismos
tradicionales (Derecho de Familia), sino
que, por el contrario, se ven agudizadas precisamente porque
estos mecanismos no están concebidos sino en
términos de riesgo
típico y de contingencias homogeneizables.
1.2.5) Desigualdad de posibilidades.
Estas situaciones están causadas en una gran
medida por dos tipos de circunstancias. En primer lugar, porque
la desigualdad que hoy día se produce no está
ligada tanto a la dotación inicial de derechos recursos
monetarios, o incluso al haz originario de derechos de
apropiación de cada sujeto social, sino a las capacidades
que permiten hacer frente con éxito a
contingencias sobrevenidas que a veces incluso están muy
marcadas por el azar.
Hasta hace unos años era una evidencia general
que unas pocas circunstancias, y particularmente la educación,
podían explicar gran parte de la desigualdad existente.
Según Mincer[xiii] , hace veinticinco años "las
diferencias en capital humano
explicaban a grandes rasgos el 60% de las diferencias de los
ingresos en
Norteamérica". Hoy día se comprueba que se alcanza
un alto nivel de desigualdad incluso entre grupos de personas con
el mismo nivel educativo[xiv].
En segundo lugar, porque resulta que lo que se debe
considera como la dotación inicial de recursos que
permitiría alcanzar determinados estándares de
riqueza, ingreso o bienestar se hace mucho más difusa y
compleja. A grandes trazos, su expresión monetaria, per se
homogénea y homogeneizadora, puede ser aún
válida para poder
diferenciar ventajas relativas, condiciones de vida diferentes o
posibilidades de trayectoria vital determinadas. Pero es una
medida que ya no basta para percibir la situación de
diferencia real entre los colectivos o las personas. La misma
condición monetaria puede incorporar con toda seguridad
multitud de circunstancias y contingencias de desigualdad[xv].
Como dice Amartya Sen, no basta con disponer de un semejante
montante monetario al inicio de la trayectoria personal, sino que
se precisa disponer de algo más complejo y sutil, la misma
capacidad para aprovechar las circunstancias, para hacer frente a
los cambios y a los imprevistos, a las situaciones que de manera
tan desigual se van a ir dando. Para tener éxito, dice, se
precisa también disponer de capital social, cultural,
humano que es algo más que una simple suma de recursos
monetarios[xvi].
El divorcio, a
causa de un derecho de familia anquilosado; un accidente, en el
contexto de un sistema de responsabilidad
civil en crisis y con
tendencia creciente a (im)perfeccionarse a través del
establecimiento de estándares de seguridad; un
despido, la incertidumbre generalizada en un régimen
de precariedad laboral y vital
creciente… terminan por provocar situaciones de diferencia en
el seno de los grupos sociales homogéneos en lo
monetario[xvii].
Hoy día sabemos, por ejemplo, que el haber
establecido garantías de tipo general para lograr el
acceso a la enseñanza de toda la población no
garantiza que eso repercuta en una dotación igualitaria de
recursos formativos. Precisamente porque el establecimiento de un
mecanismo igualitarista que responde a un principio de reparto de
carácter universalista no elude la existencia de otras
contingencias intragrupales. Así, el fracaso escolar
motivado por circunstancias dispares o la diferente probabilidad de
empleo de los
egresados evidencia claramente que los factores de desigualdad no
tienen que ver con el establecimiento de pasarelas de alcance
intergrupal, porque es en el seno de los propios grupos sociales
y con una casuística muy difusa donde se generan las
causas de la desigualdad que va a ser sobrevenida.
1.2.6) Desigualdad excluyente.
Por último, un efecto muy importante del origen
intragrupal de la desigualdades es que son generadoras de
exclusión.
Mientras que la desigualdad estructural, intergrupos,
tiende incluso a fortalecer las relaciones de pertenencia, la
imagen de colectivo y la capacidad de respuesta del propio grupo,
es decir, su posibilidad de encontrar coincidencias
estratégicas en la demanda de mayor
satisfacción frente a la frustración relativa que
se percibe nítidamente, la desigualdad intragrupal
deshilvana estas relaciones.
El efecto más dramático de la desigualdad
contemporánea es, precisamente por ello, la
marginación. El desfavorecido tiende a enajenarse del
grupo, porque es en relación con este como comprueba la
consecuencia de su condición desigual.
Mientras que, quizá paradójicamente, la
desigualdad estructural de la sociedad capitalista incentiva
la aparición de lazos de solidaridad
grupal que permiten hacerle frente con éxito, la
desigualdad reciente es la desigualdad excluyente que desdibuja
los tejidos sociales
de referencia. ¿Dónde encuentra el profesional de
clase media su
necesaria imagen vicaria para generar lazos de
refortalecimiento mutuo, en qué universo se
circunscribe el parado de larga duración, cuál es
la referencia, que antes hubiéramos llamado "de clase", de
la madre soltera, del joven sin empleo, del trabajador pobre, o
del jubilado forzoso a los 45 años, ¿cuál es
el vínculo entre el trabajador ocupado y sus vecinos
parados?
En definitiva, una condición
socioeconómica de esta naturaleza implicaría
reconocer que hoy día la desigualdad presenta una especie
de doble frente, de doble expresión. Por una parte, la
desigualdad estructural vinculada a la permanencia de una
sociedad escindida, en donde la existencia de clases y
estratos sociales de posición objetiva diferenciada
tiene todavía una repercusión evidente, una
influencia decisiva sobre las opciones, las condiciones de
disfrute y sobre las posibilidades de satisfacción. Es una
desigualdad, de todas formas, que no tiende a disminuir, pero que
se entrelaza con una nueva forma de discriminación.
Y esa combinación es la que determina que los
espacios de la desigualdad sean mucho más estancos y al
mismo tiempo más difíciles de traspasar. la
desigualdad se instala en auténticos territorios que se
fortifican sin cesar[xviii].
2. LAS FUENTES DE LA
NUEVA DESIGUALDAD
Los procesos que están dando lugar a la
aparición de este nuevo tipo de desigualdad son muy
plurales, aunque es necesario tratar de sistematizarlos y
ponerlos de relieve.
En mi opinión, los más importantes son los
siguientes.
a) Como Esping-Andersen ha puesto de manifiesto las
desigualdades que están creciendo actualmente son las que
se producen antes de impuestos, es
decir, cuando aún no ha mediado el efecto redistribuidor
que, en mayor o en menor medida, llevan a cabo los
gobiernos[xix].
Esa es la expresión inevitable del proceso de
revitalización del mercado en todas nuestras sociedades.
El mercado parte de un sistema de dotación de recursos
iniciales muy desigual y lo que su dinámica provoca es una
acentuación de esas disparidades cuando no se corrigen
suficientemente.
Lógicamente, el fortalecimiento del papel del
mercado ha ido acompañado de un debilitamiento del
Estado y de
las instituciones
colectivas en la sociedad, y en particular a las que tienen que
ver con las estructuras de
bienestar y de negociación sobre el reparto.
Sabemos que el llamado Estado de Bienestar[xx] no
produjo una igualación significativa, ni mucho menos, de
los niveles de renta en nuestras sociedades. Pero, a pesar de
ello, repercutió de manera muy positiva a la hora de
extender niveles universales de bienestar; permitió paliar
los efectos más desestabilizadores de la desigualdad,
promoviendo mecanismos de solidaridad colectiva y
provisión de bienes públicos gracias a las
políticas redistribuidoras; instituyó racimos de
derechos de acceso general; y permitió que se extendieran
ciertos criterios de equidad como
principios
orientadores de las decisiones sociales esenciales.
Además, en la medida en que el tipo de riesgo al
que se deseaba hacer frente era de carácter global y
susceptible de homogeneizar, la inaccesibilidad a determinados
bienes y derechos de grandes colectivos de la sociedad
podía ser eficazmente combatida suministrando la
posibilidad general de acceso a los mismos, con independencia de
las contingencias intra grupales que no estaban afectando a esa
posibilidad de acceso sino de forma muy marginal.
El debilitamiento de todas estas estructuras,
instituciones, políticas y principios de bienestar o de
redistribución, por muy tímidas que hayan podido
ser en el contexto capitalista en que se dieron, ha provocado
lógicamente un incremento de la desigualdad
estructural y, además, la pérdida de las
necesarias coberturas para hacer frente a las nuevas
manifestaciones de necesidad.
b) Por otro lado, en los últimos años se
viene dando una profunda transformación que afecta
principalmente al trabajo y a la relación
salarial.
El sistema capitalista ha funcionado
históricamente sobre la base de extender el trabajo
asalariado como una relación ambivalente: el trabajo no
era sólo la prestación a partir de la cual
podía obtenerse un medio de vida, sino que era, a su vez,
la garantía para mantener una pauta de consumo y de
satisfacción material legitimadora.
Hoy día, el trabajo, a pesar de mantener
paradójicamente su centralidad como mecanismo de socialización, ocupa menos tiempo del
trabajador considerado en su conjunto, de la clase
trabajadora, y, al mismo tiempo, tampoco es la
garantía esencial de satisfacción.
La crisis del trabajo deriva, por demás, en
distintos fenómenos que producen y refuerzan la
desigualdad intragrupal. Primero, porque al hacerse escaso se
generaliza la exclusión del mercado de trabajo y se
desarticula así la primera y más importante
fórmula de fortalecimiento grupal: la condición
misma de asalariado.
Segundo, porque la precarización y la
disminución de las retribuciones hace que la
relación salarial se desentienda de su función
mantenedora de la pauta de satisfacción. De ahí,
que aumenten de manera más patente las desigualdades en el
patrimonio, en
el consumo, en la educación, en los lugares de residencia
y, en general, en la disponibilidad de los recursos que permiten
hacer frente a la necesidad.
Tercero, porque el trabajo se realiza cada vez
más en condiciones de inseguridad e
incertidumbre, bien por el mayor riesgo de perderlo sin
alternativa alguna, bien porque incluso los costes
financieros y de todo tipo que es preciso soportar para ejercerlo
se elevan de manera vertiginosa[xxi]. Y, además, porque
ese riesgo no se distribuye igualitariamente entre la
población trabajadora sino en función de
contingencias y circunstancias de muy difícil
predicción.
Finalmente, el incremento de las diferencias salariales,
la segmentación de las actividades laborales
y, en general, la modificación en las condiciones de
organización del trabajo, modifican la
relación laboral al provocar el desmantelamiento de
los espacios del trabajo colectivo, la personalización e
informalización de las relaciones
laborales, la jerarquización disipativa y la
aparición de estrategias de competencia que
socavan los vínculos de acercamiento
tradicionales.
Todo ello ha tenido dos consecuencias más
específicas sobre la generación de nuevos procesos
de discriminación y desigualdad.
Por un lado, la pérdida del sentido de clase, la
ruptura de los referentes y la instauración de un universo
del trabajo que ya no propicia el encuentro sino que, por el
contrario, conforma una percepción atomística
del mundo por parte de los propios trabajadores.
Por otro, la pérdida de sindicación que
hoy día constituye una variable inmediatamente vinculada
por la investigación empírica con la mayor
desigualdad observada en nuestras sociedades.
c) Estos dos procesos que acabo de mencionar provocan
igualmente una crisis en las propias morfologías grupales,
cambios sustanciales en las categorías y en las relaciones
de interacción social.
Actualmente, hablar de "trabajadores", de "clase obrera"
o, incluso, de "empresariado", apenas si equivale a decir algo.
La nueva forma de incidencia del tiempo, generador de
incertidumbre e inseguridad en la trayectoria vital; el
papel diferente del espacio, que en lugar de referente de
estabilidad constituye un marco de movilidad permanente y de
instantaneidad; o las nuevas formas de concebir el trabajo
modifican las relaciones sociales hasta ahora objetivables, que
ya dejan de ser la forma elemental de incardinación, de
socialización. El género, la condición de
la familia, la
temporalidad, el paro, el tipo
de cotidianeidad y toda una serie de condiciones sociales
mucho más difusas, auténticos lugares opacos de los
social o de lo colectivo, tal y como lo hemos entendido
común y convencionalmente, constituyen hoy día los
referentes a los que hay que mirar para contemplar el origen de
desigualdades que no están vinculadas a las condiciones de
grupo que se han objetivado tradicionalmente.
d) Finalmente, ha jugado un papel principal en estos
procesos una radical crisis antropológica, una verdadera
crisis del sujeto social que lo ha llevado a quedar sumido en
nuestra época en la individualidad humanamente más
inerme, porque no se ha producido como resultado de un proceso de
introspección trascendente sino como
consecuencia de una verdadera disipación del ser social en
el uno mismo, o mejor, en la dimensión más incapaz
y frustrante del yo.
Desde el aislamiento y la soledad los sujetos no pueden
hacer frente a la incertidumbre sino en términos de
inseguridad. Y ello, junto a la confusión con que se
presentan las referencias conformadoras de la identidad, ha
dado lugar a que los procesos de insatisfacción no se
conviertan en demandas colectivas de respuesta, sino en la
desidentificación o, en el peor de los casos cuando estos
procesos se hacen patológicos, en la asunción de
referentes perversos que se muestran en la numerosa
criminalidad iniciática de los jóvenes, en
la
drogadicción, o en la asunción de la
paralegalidad como escenario vital de miles de
familias.
El individuo, desentendido de los demás, no
refuerza ni reclama entonces lo que no es distintivo suyo, sino
de él junto a éstos, y reduce su universo a una
aspiración desarraigada y fatal que termina por ser un
único y no-referente común. Enclaustrado en ese
universo de lo individual, sin asideros y sin conciencia de
vivir en una situación que no es aislada sino
común, su transcurso vital se limita a ser un simple
ejercicio de supervivencia y no la conquista de la libertad que
debería ser propia de cualquier experiencia
humana.
3. DESIGUALDAD DIFUSA.
PROBLEMAS DE
PERCEPCIÓN Y TRATAMIENTO
En el desarrollo del pensamiento
social, y del económico incluido en él, se ha
producido habitualmente una singular paradoja. La
aspiración igualitaria, salvo en los enfoques del liberalismo
individualista más radical, ha constituido siempre un
desideratum presente con mayor o menor fuerza en
todas las corrientes, aunque haya sido, en una gran medida, como
una proyección inmediata del principio político de
igualdad frente a la ley y ante el
derecho. De ahí que haya una extensísima literatura acerca de las
condiciones precisas en las que puede darse la igualdad sin
hipotecar otros objetivos de
la vida humana, y que dispongamos hoy día de una abundante
batería de preceptos teóricos, desde los que nacen
del utilitarismo social hasta el marxismo
analítico pasando por el individualismo de matiz
anarquizante, que permiten conjeturar, desde esos diversos puntos
de vista, la naturaleza y las condiciones, las posibilidades
y los efectos de estrategias igualitaristas. Se puede decir,
pues, que las ciencias
sociales han concretado suficientemente el alcance positivo
y normativo de la igualdad como aspiración humana, bien
que eso no tiene por qué implicar la existencia de
procesos suficientemente operativos a la hora de
alcanzarla.
Sin embargo, el problema de la desigualdad, que
aparentemente podría considerarse como un simple
reverso del de la igualdad, presenta muchas más lagunas,
está teóricamente mucho más desnudo y no
dispone tan fácilmente de cobertura
analítica.
Plantear el problema de la igualdad, de la
aspiración igualitaria, equivale a establecer reglas de
mínimos, a formular propuestas de óptimos de
común alcance, mientras que cualquier estrategia
anti-desigualitaria requiere desarrollar procesos más
complejos y basados en un percepción mucho más
"fina" del problema que se aborda.
Por eso, la aspiración igualitaria ha podido ser
formulada sin demasiados problemas cuando nuestras sociedades
más avanzadas han querido establecer políticas de
mínimos basadas en una determinada nivelación
que garantizase haces de derechos cuyo disfrute se consideraba
suficiente, al menos como punto de partida, para reducir la
desigualdad indeseada.
Por el contrario, el problema de la desigualdad como tal
apenas si ha merecido una atención semejante. En gran parte, porque,
como ha escrito Sen "la percepción de la desigualdad y, de
hecho, el contenido de este escurridizo concepto,
dependen sustancialmente de las posibilidades de una
rebelión social. Los intelectuales
atenienses que analizaban la igualdad no creían que
resultase especialmente censurable dejar a los esclavos fuera del
ámbito de su discurso"[xxii]. Podría decirse que,
mientras que el discurso sobre la igualdad es más o menos
una constante, la desigualdad como asunto social sólo se
pone sobre el tapete cuando ésta tiende a ser considerada
como inaceptable por determinados grupos sociales.
Los objetivos igualitaristas se han podido abordar con
suficiente eficacia y sin
alterar la lógica
interna (desigual) del sistema capitalista cuando se han
afrontado como desigualdades de tipo intergrupal y sin plantear,
en realidad, el problema de la desigualdad en cuanto que
condición humana. Es más fácil, en otras
palabras, establecer óptimos igualitarios, o condiciones
universales de igualdad para los grandes agregados sociales, que
formular los máximos de desigualdad que son
soportables y respetarlos tajantemente.
El problema actual radica en que, a diferencia de lo que
sucedió con la desigualdad tradicional que hemos
caracterizado como estructural e intergrupal y que podía
ser tratada desde el establecimiento de condiciones de
igualación universal (educación o sanidad para
todos, vivienda, salario
mínimo, pensiones…), la desigualdad que se abre paso
actualmente en nuestras sociedades es de tratamiento mucho
más difícil. Porque no basta con establecer
principios de carácter general para alcanzar la igualdad
como desideratum, sino que es preciso plantear
intrínsecamente el problema de la desigualdad, lo que
equivale a reconocerla explícitamente como completamente
indeseable.
Todo ello es difícil de lograr, no sólo
por una evidente limitación derivada de la existencia o no
de voluntad colectiva o política al respecto
sino, además, por la existencia de problemas de otra
índole, entre los que cabe destacar
especialmente los siguientes.
El primero de ellos es que esta nueva desigualdad se
produce en un contexto social de gran y creciente opacidad.
Paradójicamente, a pesar de que se multiplican y mejoran
nuestros medios de análisis, es cada vez más
complejo poder detectar los rasgos de nuestra realidad desigual,
sus manifestaciones concretas, su presencia personal, su
existencia singular y no sólo estadísticamente agregada. En
particular, en este aspecto nos encontramos con varias
limitaciones importantes:
a) El
conocimiento estadístico disponible y generalmente
utilizado está orientado a descubrir la situación
de grandes grupos homogéneos en cuyo seno se da una
distribución probabilística de los sucesos.
Pero la desigualdad a la que nos estamos refiriendo es, valga la
redundancia, de distribución muy desigual y aleatoria en
el propio seno de los grupos donde se produce, de manera que es
necesario modificar nuestra percepción de las
categorías sociales y de las referencias habituales a la
hora de establecer grupos y variables.
Un ejemplo específico de estas limitaciones es el
relativo al conocimiento
de la distribución funcional de la renta, tal y como
habitualmente está siendo utilizado. A la vista de la
mayor diferenciación salarial, de la multiplicación
de categorías y condiciones laborales, la
sustitución espuria de asalariados por trabajadores
legalmente autónomos, o la difuminación de las
diferentes rentas del capital, la distribución funcional
que solemos analizar deja de ser un reflejo exacto, incluso, de
la desigualdad entre los grandes grupos de rentas. Mucho menos,
de lo que sucede en su seno.
b) Además, la desigualdad se produce en una
dimensión individual de muy difícil
percepción porque está detrás de todo un
bosque de derechos formales igualitaristas que no permiten
contemplar con nitidez las situaciones personales.
Aparentemente, todos los ciudadanos tienen iguales derechos
reconocidos y la misma posibilidad de acceder a bienes y servicios de
promoción, todos ellos conviven en
condiciones de igualdad de oportunidades, pero su
condición desigual no depende ya de la ausencia o no de
esos derechos de acceso, sino de su peor condición a la
hora de hacer frente a contingencias cuya casuística mucho
más singular, aleatoria y diversificada no puede ser
cubierta por derechos transversales.
c) Finalmente, es sintomático que mientras que
estos procesos se están dando los gobiernos aligeran la
percepción estadística de la desigualdad. Se tiende
a dificultar cuando no a suprimir las fuentes y a no proporcionar
los recursos que pueden dar un conocimiento certero de la
envergadura y de todas las manifestaciones importantes de este
fenómeno.
El segundo problema es que ésta difícil
percepción de la desigualdad más moderna hace que
hoy día sea una desigualdad que los ciudadanos sienten,
pero que aún no se percibe como un problema objetivable.
Y, justamente por ello, se trata de un fenómeno social
todavía políticamente irrelevante. Aunque no
sólo por su opacidad.
El problema principal es que, como ya he apuntado, ni
las políticas redistributivas de la mejor intención
pero que toman como referencia los grandes grupos sociales, ni
las políticas de protección basadas en estrategias
de universalización pueden hacerle frente con la eficacia
necesaria.
El tercer problema es que al producirse estos
fenómenos de desigualdad como procesos centrífugos
en el seno de los grupos sociales de pertenencia y provocar la
exclusión del mismo, debilitando así pues el papel
del propio grupo como referente, la nueva desigualdad se
realimenta permanentemente. En esta nueva condición
desigual, los individuos no tienden a contemplarse como
integrantes del colectivo desigual, sino que, excluidos, se
perciben a ellos mismos como la expresión única de
la desigualdad, sólo son imagen de sí mismos. De
ahí, el proceso continuado de fragmentación a
través de la exclusión permanente que actualmente
constituye una de las connotaciones más típicas de
nuestras sociedades[xxiii].
Por estas razones, esta nueva forma de la desigualdad no
puede comprenderse sólo como un asunto de diferencias o de
distancias. Es una evidencia que las situaciones a las que ha
coadyuvado de manera fundamental una crisis antropológica
y un grave desmoronamiento del sistema de valores
sociales no pueden resolverse, ni tan siquiera paliarse, operando
tan sólo en el reducido universo de las magnitudes y las
cantidades.
Se plantean, en fin, tres tipos de problemas
complementarios: la
necesidad de disponer de nuevas formas de percepción y
observación, la de diseñar nuevas
estrategias de intervención y, por último, aunque
no es lo menos importante, asumir una nueva
filosofía, nuevos principios a la hora de abordar el
problema de la desigualdad.
Aquí, nos referimos a continuación al
segundo de ellos, a la necesidad de formular nuevos puntos de
partida de política económica que permitan hacer
frente con garantía de éxito a la
marginación y la exclusión.
4. POLÍTICA
ECONÓMICA FRENTE A LA NUEVA
DESIGUALDAD.
Evitar o aliviar la desigualdad y lo que en realidad es
su dimensión problemática, la insatisfacción
que conlleva para los más desfavorecidos, requiere
plantear un abanico complejo de asuntos: la concepción
misma de desigualdad empobrecedora; la equivalencia entre
aspiraciones igualitarias y criterios elementales, o deseables,
de equidad; los costes de oportunidad derivados de cualquier tipo
de estrategia que afecte a la solución distributiva; la
misma deseabilidad de más igualdad, o la manera de hacer
expresivo ese mayor o menor deseo colectivo.
Lógicamente, la coexistencia de todos esos planos
dificulta enormemente el establecimiento de líneas de
actuación de gran alcance y claramente perceptibles por la
sociedad.
En estas páginas deseo limitarme tan sólo
a establecer algunos principios básicos que creo necesario
tomar en consideración a la hora de formular
estrategias políticas que pretendan hacer frente al
problema de la insatisfacción derivado de la desigualdad
de naturaleza diversa que en tan gran medida se da en nuestras
sociedades.
4.1. LOS ESPACIOS DE PARTIDA PARA LUCHAR CONTRA LA
DESIGUALDAD
En este sentido, es necesario en mi opinión
partir de tres postulados esenciales.
En primer lugar, que la desigualdad no es sólo
una expresión de nuestra falta de parecido, es decir, el
resultado de la diversidad natural de los seres humanos, aunque
esta diversidad deba ser, sin embargo, una variable esencial a la
hora de definir las condiciones de igualdad deseables. Hay que
considerar, más bien, que la desigualdad es el
fenómeno vinculado a la existencia de condiciones
diferentes de realización: libertad, capacidades
adquiridas, dotación de bienes, posición
jerárquica, percepciones de la realidad, ingresos,
condición, etc. Se debe tratar, pues, de determinar el
diferente grado en que cada una de éstas influye sobre la
satisfacción. Es necesario, por lo tanto, tratar de
categorizar los diferentes "espacios" de la
desigualdad[xxiv].
En segundo lugar, que la desigualdad no es el sumatorio
de una serie de situaciones individuales, sino una
situación social. Como suele decirse, las desigualdades
"hacen sistema". De hecho, los individuos sufren las
consecuencias de la desigualdad en la medida en que
forman parte de colectivos, o en la medida en que le afectan
condiciones de discriminación que trascienden
objetivamente su propia condición individual. En
consecuencia, más que las estructuras formales de igualdad
deben analizarse y evaluarse los procesos de
discriminación que impiden que éstas puedan
efectivamente evitar la desigualdad.
En tercer lugar, que la desigualdad no es una
situación sino un proceso, lo que significa que no puede
abordarse tan sólo con intervenciones de choque, sino de
transformación de las condiciones dinámicas y
estructurales que la generan.
En este sentido, entiendo que hay tres campos
problemáticos que habría que considerar como
desencadenantes de la desigualdad.
a) El modelo
económico.
El modelo de crecimiento, entendido como
expresión sistémica de un determinado desarrollo de
las relaciones económicas. En particular, hay que destacar
dos de sus elementos como desencadenantes inmediatos del proceso
de empobrecimiento que está unido a la desigualdad propia
de nuestras economías capitalistas.
Por un lado, y como ya he señalado anteriormente,
la nueva naturaleza del trabajo. Suele ser aceptado como un lugar
común que ha terminado la época del empleo fijo,
seguro y con
salario suficiente y garantizado de forma generalizada. Sin
embargo, quienes lo afirman no destacan, al mismo tiempo, que el
ingreso del trabajo haya dejado de ser la fuente que permite
satisfacer las necesidades en nuestra sociedad y que, por lo
tanto, si no se establecen presupuestos
alternativos de satisfacción, el "fin del trabajo" no
implica sino empobrecimiento creciente. En realidad, se
está planteando pero de manera bastante subrepticia
que nuestras sociedades se enfrentan a tres
posibilidades:
– aceptar la marginación y la pobreza
generalizada en la medida en que, efectivamente, desaparezca
la garantía del salario de suficiencia,
– asumir que, verdaderamente, son precisas menos horas
de trabajo y que, entonces, el salario no seguiría siendo
la fuente del ingreso de suficiencia, lo que obligaría a
adoptar otro tipo de ingreso no salarial alternativo;
– o, en el caso de que se entendiera que es posible
revertir la tendencia a destruir y deteriorar el empleo para
aumentar, como ahora, el beneficio más alto, poner en
práctica estrategias intensivas en trabajo,
procurando recuperar el salario como fuente principal y
suficiente de ingreso.
En nuestras sociedades estas alternativas no se plantean
de forma explícita porque todas ellas implican u operar
sobre la relación salarial sobre la que se asienta la
estructura de explotación, influir en la dinámica
de la productividad
sobre la que descansa el beneficio, o directamente controlar
éste mismo como soporte de todas las estrategias sociales.
Pero, al contrario de lo que ahora sucede, son estas cuestiones
las que deben ser objeto de cuestionamiento.
Por otro lado, hay que referirse a las intervenciones
conformadoras de la situación de desigualdad que se quiere
tratar. Nos referimos a la regulación económica
dominante como una permanente causa de empobrecimiento. Su
instrumentación más concreta (a
través de las políticas fiscales, monetarias, de
privatización, etc.) está orientada
a sostener y reproducir la pauta distributiva privilegiada que
implica un reparto muy desigual de los ingresos y de la riqueza.
A eso viene a coadyuvar la pérdida de soportes para el
bienestar como consecuencia del drenaje de recursos hacia el
interés
privado, del debilitamiento de las reglas de intervención,
sin las cuales se hace mucho más difícil favorecer
el tratamiento igualatorio, o del contenido profundamente
antisocial de las políticas de demanda.
La consecuencia de esto último es que ni tan
siquiera la generación de actividad económica, el
impulso del crecimiento económico, es una garantía
suficiente, como hubiera ocurrido en otras épocas, para
eliminar la pobreza o para disminuir la desigualdad o la
insatisfacción social[xxv]. Más bien al contrario:
en lugar de ser su solución, en la medida en que el
crecimiento se produce bajo una pauta distributiva desigual
agudiza el empobrecimiento[xxvi].
b) Las posibilidades de realización
social.
Junto a los factores anteriores que tienen que ver como
el modo en que están funcionando las relaciones de mercado
en el actual modelo de crecimiento, hay que considerar igualmente
una serie de procesos que han afectado a la definición de
lo que Sen llama el "vector de realizaciones"[xxvii] y que
constituyen, pues, espacios donde también es preciso
intervenir. Entre otros, pueden destacarse los
siguientes:
– La conformación de una pauta social de consumo
basada en una auténtica transustanciación de la
necesidad, provocando así una modificación
perversa del cuadro de aspiraciones personales y
colectivas[xxviii].
– La generalización del principio del
automatismo, que lleva a ocultar la existencia de una
regulación efectiva de claro efecto desigualitario y, al
mismo tiempo, que disimula la necesidad de generar propuestas
alternativas de regulación discrecional de las
relaciones económicas que tienen que ver con la
satisfacción.
– La desarticulación espacial, de manera que la
vida humana en general y la actividad económica en
particular se desentiende del "lugar" como una referencia que se
requiere inequívoca, para modificarse así las
coordenadas de entorno y propiciar la difuminación de los
lugares de encuentro en donde pueden generarse vínculos y
relaciones que eviten la vulnerabilidad y la
indefensión.
– La generación de un imaginario colectivo en
virtud del cual la desigualdad es una expresión natural de
la diferencia y que constituye un incentivo esencial para el
mejor uso de los recursos, consecuencia, además, de
procesos singulares y no de relaciones sociales y
económicas.
– La socialización individualista y derivada de
una percepción atomística de la vida como resultado
de la universalización de la relación
mercantil que se desenvuelve privilegiadamente en el
mercado.
c) El entorno institucional de los mercados.
Finalmente, no podemos dejar de referirnos al
debilitamiento de la democracia
como presupuesto de la
decisión que tiene que ver con todos los procesos
económicos[xxix], aunque aquí sólo voy a
referirme a tres cuestiones singulares[xxx].
En primer lugar, al cambio de
nivel que ha afectado a los mecanismos de negociación de
los que depende la dinámica de reparto. La descentralización de las decisiones, la
internacionalización de los espacios o la
disipación de las instituciones, aunque pueden percibirse
como fenómenos aparentemente dispares, responden a una
lógica encaminada a restringir la participación y a
diluir las instancias de poder, lo que ha favorecido claramente
la posibilidad de llevar a cabo intervenciones de carácter
expresamente discriminatorio y empobrecedor.
En segundo lugar, a la renuncia, que cada vez se hace
más explícita y a veces sin ningún tipo de
tapujos, a la naturaleza necesariamente desigual que deben tener
las medidas, las políticas o las normas destinadas
a tratar a los desiguales. Es posible comprobar cómo en
diferentes campos del Derecho, lo que equivale a decir, en el
entramado institucional al que deben sujetarse los
comportamientos sociales, se introducen los principios a los que
hice alusión más arriba. En unas ocasiones, como
sucede en el Derecho
Laboral, para renunciar a su carácter tuitivo y
proponer sencillamente su inclusión en el aparentemente
más "igual" Derecho Civil, que se entiende más
libre e igualitario[xxxi]; o, en otras, asumiendo sin más
la lectura
eficientista que implica gigantescos costes
distributivos[xxxii].
En tercer lugar, provocando una crisis profunda en los
mecanismos e instituciones capaces de articular los intereses
colectivos y de proyectarlos en estrategias operativas y
exitosas. Así, a la idea conocida de que "a mercados
segmentados, trabajadores divididos"[xxxiii], le
siguió la crisis de la sindicación, o la
aparición de un universo de instancias de solidaridad "no
gubernamental", justamente, cuando lo que se precisaba era una
instancia "gubernamental", pues ésta era la que
contribuía más decisivamente que nunca a provocar
la fragmentación, la exclusión y el
empobrecimiento.
4.2. LOS AMBITOS DE ACTUACIÓN CONTRA LA
DESIGUALDAD
La pregunta que en resumidas cuentas hemos de
hacernos es de qué manera intervenir y
dónde.
En cuanto que sabemos que la desigualdad se genera y
reproduce en muy diversos espacios, por utilizar la
terminología de Sen, y que "la igualdad en un espacio
es acompañada por grandes desigualdades en
otros"[xxxiv], un requerimiento principal de las políticas
frente a las nuevas expresiones de desigualdad es el de conjugar
su acción
en campos y dimensiones muy diversos de la vida social y
económica, a diferencia de lo que había
caracterizado a las políticas más
tradicionales, centradas en el plano del ingreso y en el de la
provisión de derechos y bienes públicos de
carácter universal e incapaces de realizar
transformaciones estructurales
relevantes.
En particular, me parece que hay que tomar en
consideración cuatro ámbitos principales y en donde
deben darse estrategias como las que indico.
a) Percepción y conciencia de la
desigualdad.
En el ámbito mismo de la definición y
percepción social del problema de la desigualdad me parece
que hay que atender al mismo tiempo a dos grandes
presupuestos.
Primero, que la exclusión y la pobreza que
conlleva son expresamente rechazables cualquiera que sea el
contenido preciso que quiera dársele al objetivo de
igualdad que eventualmente se quiera alcanzar. Esto debe implicar
que cualquier planteamiento coherente de lucha contra la
desigualdad debe estar acompañado de la institución
de mecanismos que provean de recursos de suficiencia,
cualquiera que sea su clase y origen, a las personas y colectivos
desfavorecidos.
El segundo presupuesto, que es en realidad una
derivación inmediata del anterior, se refiere a la
necesidad de definir una nueva ecuación de
realización personal y colectiva que esté
principalmente vinculada a las consecuencias de una eventual
pérdida de capacidades de realización, en lugar de
basarse en la determinación de una dotación
inicial de posibilidades. Dicho de una forma más expedita,
se trataría de establecer menos estatus igualitaristas y
prestar mucha más atención al establecimiento
de frenos o límites a
los procesos de desigualdad que terminan en pobreza,
insatisfacción y frustración social.
b) Actuación sobre las causas.
En el ámbito de los procesos que provocan el
empobrecimiento hay que plantear, sobre todo, estrategias
que operen sobre sus causas. Hoy día es necesario y
posible generar intervenciones contra la desigualdad
estructural y excluyente sobre la base, en primer lugar, de
políticas de demanda que incentiven el gasto de utilidad social,
en segundo lugar, de medidas que proporcionen rentas garantizadas
al conjunto de la población y, en tercer lugar, de un
nuevo tipo de política de rentas que plantee no
sólo las condiciones tradicionales relativas a niveles de
salario y beneficio sino, además, otras que igualmente
determinan la solución de reparto como el tiempo de
trabajo, el equilibrio
entre ocupación y paro, discriminación laboral,
estabilidad, movilidad, etc.[xxxv]
c) La inevitabilidad de la política.
En el ámbito de las instituciones no puede
renunciarse al papel activo del Estado, por muy necesario que
sea, al mismo tiempo, plantear cuantas transformaciones eviten
que actúe secuestrado por poderosos intereses
corporativistas. Al Estado le cabe asumir la responsabilidad de garantizar las necesarias e
irrenunciables infraestructuras sociales de bienestar y de
asegurar la existencia de recursos suficientes para financiar los
ingresos de subsistencia de toda la población. No tiene
sentido, sin embargo, demandar solamente que la acción
pública provea soluciones
redistribuidoras de carácter más o menos paliativo,
esto es, que articule cada vez más complejas y costosas
"políticas sociales", cuando, al mismo tiempo, se
soslayan las necesarias transformaciones estructurales a las
que debe contribuir el Estado en una nueva condición de
espacio para la acción colectiva. Como
señaló con toda la razón Shreiner "una
economía que funcione bien, en la que se conjugue el pleno
empleo, una distribución equitativa de la renta y una
mejora del nivel de vida hará superfluas numerosas
políticas sociales"[xxxvi].
En particular, los estados deben jugar un papel esencial
a la hora de conquistar la dimensión internacional como
marco explícito de lucha contra la insatisfacción y
la pobreza estableciendo un verdadero sistema de previsión
social a escala mundial
con suficientes y adecuadas redes de protección y
mecanismos de vigilancia que las garanticen en cualquier lugar
del planeta.
Pero, junto a una necesaria revitalización del
Estado, las estrategias contra la pobreza y la exclusión
no pueden ser efectivas si la sociedad no se dota,
también, de instituciones civiles y estructuras de
participación y contrapoder que permitan vigorizar el
sentimiento de pertenencia, los vínculos de
socialización solidaria y, en fin, que permitan que se
produzca una verdadera regeneración antropológica,
ya que hemos podido comprobar que la pobreza y la desigualdad no
son, desgraciadamente, una sola situación de renta
diferenciada sino, sobre todo, la última etapa de un
camino lamentable hacia la alienación y la
patología social más diversa[xxxvii].
4.3. ORIENTACIONES ESTRATÉGICAS
Si se tienen en cuenta los anteriores factores que
intervienen, desde todas sus diferentes perspectivas, en el
desencadenamiento de las nuevas manifestaciones de la
desigualdad, nos parece que se deben apuntar tres grandes
orientaciones estratégicas para hacerle frente. Tres
grandes orientaciones que marcan a su vez los tres grandes
espacios en los que es necesario actuar para poder abordar de
forma efectiva la reducción de las desigualdades de
nuestro tiempo[xxxviii].
En primer lugar, es necesario actuar sobre el mercado,
en el propio proceso de producción, pues es allí donde se
genera originalmente la desigualdad.
En este campo es necesario avanzar, al menos, en tras
grandes líneas que afectan a las fuentes principales de
generación de desigualdad: en la instauración de
una verdadera democracia social que facilite el ejercicio de los
derechos sociales, en la regulación del funcionamiento
empresarial que impida la desestructuración continua de
los mercados y en el aseguramiento de la trayectoria laboral y
profesional de los trabajadores, sobre todo, para evitar los
efectos traumáticos de las exigencias de movilidad
horizontal y vertical que requiere el postfordismo.
En segundo lugar, es preciso fortalecer, o mejor
habría que decir recuperar, los mecanismos de
redistribución para poder paliar los efectos no contenidos
en el ámbito de la producción y para hacer efectiva
la exigencia de esencial social de equidad y
solidaridad.
En este sentido es necesario redefinir dos grandes
cuestiones: la reforma fiscal y los
espacios de la regulación pública que, en los
últimos años, y contribuyendo decisivamente al
incremento de la desigualdad, se vienen utilizando a partir de la
renuncia a avanzar hacia el logro de una mayor
igualdad.
En tercer lugar, es imprescindible recobrar igualmente
el principio de que debe haber políticas públicas,
y actuaciones en el marco de lo privado, que revitalicen el
principio de promoción social. Eso ha de implicar, sobre
todo, el retorno a la utilización de los servicios
públicos, el reforzamiento del sistema de derechos
sociales y, en particular, el fortalecimiento de las
políticas igualitarias en los ámbitos educativos y
urbanos. La escuela y el
territorio urbano han llegado a sustituir a la fábrica
como espacio de identificación y referencia social de los
individuos y grupos sociales, y por ello es cada vez más
urgente articular las políticas contra la desigualdad a
partir de actuaciones que impliquen el ejercicio de los nuevos
derechos sociales en el ámbito no solamente del empleo,
sino de la salud[xxxix],
la educación[xl] o la vivienda[xli].
Finalmente, aunque no por ello es menos trascendente, es
muy importante mencionar la necesidad de que la exclusión
y la pobreza se conviertan en referencia inexcusable de cualquier
problema y de cualquier decisión social y
económica. Los pobres y excluidos son, en una gran medida,
desarraigados, individuos que han perdido sus coordenadas,
personas sin lugar, sin condición y políticamente
irrelevantes[xlii]. Como ha dicho Galbraith, son tan sólo,
y si acaso, "simples categorías administrativas". No son,
en la mayoría de las ocasiones, ni tan siquiera
ciudadanos. La sociedad que genera la pobreza y que excluye
a los desheredados evita que estos fenómenos
reviertan hacia ella misma como problema por el expedito
procedimiento de situar a la pobreza en una especie de
terreno de nadie, en un auténtico no-lugar que
aparentemente nada tiene que ver con el espacio
singularizado de los intercambios económicos.
Precisamente por ello, es necesario resituar el problema
de la pobreza y la exclusión en el corazón mismo
del discurso económico y plantearlo como el problema
cardinal de las políticas económicas.
——————————————————————————–
[i] Se diferencia de la versión de 1999 en que se
han añadido algunas nuevas ideas así como bibliografía más
reciente y se ha tratado de sistematizar algo más el texto
para facilitar su lectura y el
desarrollo de las tesis que contiene. En esta ocasión, he
contado con la colaboración del profesor
Alberto Montero.
[ii] W. Letwin, Against Equality, MacMillan, Londres
1983.
[iii] S. Gilder, Riqueza y pobreza, Instituto de
Estudios Económicos, Madrid
1984.
[iv] Una visión histórica de la
desigualdad en F. Bourguignon y C. Morrisson, "The distribution
of income among world citizens: 1820-1992", American Economic
Review, septiembre 2002. También Ch. M. Jones, "On the
Evolution of the World Income Distribution", Journal of Economic
Perspectives, 11(3), 1997; B. Milanovic, "True world income
distribution, 1988 and 1993: First calculation based on household
surveys alone" Economic Journal, January 2002; Ph.
Moati,Nouvelles économies, nouvelles exclusions, , Edition
de l’Aube, La Tour d’Aigues 2004.
[v] J.P. Fitoussi, P. Savidon,(dir), "Comprendre les
inégalités », Revue annuelle de philosophie
et de sciences sociales, Puf, Paris 2003; S. Paugam, L'exclusion.
L'état des savoirs, La Découverte, Paris 1996; T.
Piketty, L’économie des inégalités, La
découverte, Paris 1999.
[vi] G.A. Cornia, G. A. "Rising Inequality in an Era of
Liberalization and Globalization. Work in Progress: :A Review of
Research Activities of the UN University 16, 1999.
[vii] ATD-Quart Monde, Grande pauvreté et
précarité en Europe à l’horizon 2001,
Atd Quart Monde, París 2002; X. Godinot, S. Richou,
«La pauvreté en Europe : essai de prospective.
Quatre scénarios sur la précarité et la
grande pauvreté en Europe à l’horizon 2015
», Futuribles, 10, 2003; .
[viii] L. de Sebastián, La pobreza en USA,
Cuadernos Cristianisme i Justicia.
Barcelona, p.11.
[ix] PNUD, Informe sobre
desarrollo
humano 1997, Mundi Prensa. Madrid
1998.
[x] V. Navarro, Neoliberalismo
y Estado del Bienestar, Airel. Barcelona 1997; J.M. Tortosa, La
pobreza capitalista, Tecnos, Madrid 1993.
[xi] S. Kuznets, "Economic Growth and inequality",
American Economic Review, 65, 1955. También, P. Aghion, E.
Caroli y C. Garcia-Penalosa, "Inequality and economic growth: the
perspective of new growth theory", Journal of Economic
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and the Inequality",Journal of Development Economics, 40, 1993;
K. Deininger y D. Squire, "New ways of looking at old issues :
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1998; T. Persson T. y G. Tabellini, "Is Inequality harmful for
Growth? Theory and Evidence", American Economic Review, 84(3),
1994.
[xii] J. Torres López, Desigualdad y crisis
económica. El reparto de la tarta, Sistema, Madrid
2000.
[xiii] J. Mincer, Education, experimental income and
human behaviour, McGrawHill, Nueva York 1975, p. 73.
[xiv] P.S. Sarbanes, "Growinhg inequality as an issue
for economic policy", en D.B. Papadimitriou, Aspects of
distribution of wealth and income, St. Martin Press, N. York
1994, p.169.
[xv] E. Maurin, L´egalité des possibles. La
nouvelle société française, Seuil, Paris
2002.
[xvi] A. Sen, Nuevo examen de la desigualdad, Alianza ,
Madrid 1995.
[xvii] M.S. Kimeny, Economics of Poverty, discrimination
and public Policy, ITP, Cincinnati 1995.
[xviii] J. Donzelot, Faire societé, Le Seuil,
Paris 2003.
[xix] G. Esping-Andersen, Why do we need a New Welfare
State?, Oxford University Press, Oxford 2002.
[xx] D. Guerrero y E. Díaz, "Estado del bienestar
y redistribución de la renta nacional en España
desde la transición" en E. Alvarado (coord.), Retos del
Estado del Bienestar en España a finales de los noventa,
Tecnos, Madrid, 1998, 137-166.
[xxi] Un análisis a veces sarcástico de
esto en R.H. Frank y P-J. Cook, The winner-take-all society,
Penguin Books, Nueva York 1995.
[xxii] A. Sen, Sobre la desigualdad económica,
Crítica, Barcelona, 1979,13-14.
[xxiii] E. Mingione, Las sociedades fragmentadas. Una
sociología de la vida económica más
allá del paradigma del
mercado, Ministerio de Trabajo y Seguridad
Social, Madrid 1993.
[xxiv] A. Sen, Nuevo examen de la desigualdad, Alianza
Editorial, Madrid 1995.
[xxv] R. Blank, "The widening wage distribution and its
policy implications" en D.B. Papadimitriou, ob.cit., p.
190.
[xxvi] La Comisión Europea ha reconocido
expresamente este problema en alguna de sus resoluciones: "a
pesar de la evolución macroeconómica
favorable, el número de indigentes ha seguido aumentando
en los diez últimos años en la mayor parte de los
países de la Comunidad…se observa claramente que el
número de personas que dependen de la asistencia
social se ha incrementado desde el principio de la
década de los setenta; este número se ha duplicado
incluso en varios Estados miembros…No obstante (la
ampliación del campo de cobertura social) la tendencia de
fondo sigue siendo el aumento del número de
indigentes". En Comisión de las Comunidades Europeas,
Propuesta de decisión del Consejo relativa a la
implantación de un programa a medio
plazo de medidas para la integración
económica y social de los grupos menos favorecidos,
Bruselas, 1989, p. 3.. Lógicamente, este fenómeno
se ha producido más gravemente en los países ya de
por sí más pobres.
[xxvii] A. Sen, Bienestar, justicia y mercado,
Paidós I.C.E./UAB, Barcelona 1977, p.77.
[xxviii] J. Riechmann (coord.)Necesitar, desear, vivir.
Sobre necesidad, desarrollo humano, crecimiento económico
y sustentabilidad, Los Libros de la
Catarata, Madrid 1988.
[xxix] J. Torres López, "Reflexiones para una
política macroeconómica alternativa", en A.
Guerra, M.
Soares, M. Rocard, Una nueva política
social y económica para Europa, Sistema,
Madrid 1997.
[xxx] F. Bourguignon y T. Verdier, "Oligarchy,
Democracy, inequality and growth",Journal of Development
Economics, 62, 2000.
[xxxi] J. E. Bustos, "Sobre el posible retorno del
contrato de
trabajo al Código
Civil", Documentación Laboral, nº 52,
1997.
[xxxii] A. Montero. y J. Torres, Economía del
delito y de las
penas, Comares, Granada 1998.
[xxxiii] La expresión es del título de un
libro de D.M.
Gordon, r. Edwards y R. Reich, Trabajo segmentado,
trabajadores divididos. La transformación histórica
del trabajo en los Estados Unidos, Ministerio de Trabajo y
Seguridad Social, Madrid 1986.
[xxxiv] A. Sen, Nuevo examen…, p. 147.
[xxxv] R. Boyer y R. Dore, Les politiques des revenues
en Europe, La Découverte, Paris 1994.
[xxxvi] Cit. en OCDE, El Estado
benefactor en crisis, Mº Trabajo y Seguridad Social, Madrid
1985, p. 205.
[xxxvii] Sobre el papel de instituciones intermedias
entre el Estado y el mercado, vid. S. Bowles y H. Gintin,
"Efficient redistribution: new rules for markets, states and
communities", Politics & Society, vol. 24 (1996).
[xxxviii] J.-P. Cling, Les Nouvelles Stratégies
internationales de lutte contre la pauvreté, Economica,
Paris 2003; R. Dupriet, J. LADSOUS, D. LEROUX, M. THIERRY, La
Lutte contre l’exclusion : une loi, des avancées, de
nouveaux défis, Ensp, Rennes 2002; X. Emmanuelli,
L’exclusion peut-elle être vaincue?, Laffont, Paris
2003.
[xxxix] R. Wilkinson, L’Inégalité
nuit gravement à la santé, Cassini, Paris
2002.
[xl] J.P. Terrail, De l’Inégalité
scolaire, La Dispute, Paris 2002; S. Paugam, La Disqualification
sociale. Essai sur la nouvelle pauvreté, Puf, Paris
2002..
[xli] St. Beaud y M. Pialoux, Violences urbaines,
violence sociale, Fayard, Paris 2003.
[xlii] VV.AA., Pauvreté, progrés et
développement, L'Harmattan-UNESCO, Paris 1990.
Juan Torres López.
Catedrático de Economía Aplicada de la
Universidad de
Málaga
Juantorres[arroba]uma.es