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La posmodernidad y la función de la filosofía




Enviado por Moris Polanco



    Hablar hoy en día de posmodernidad tiene la
    ventaja de ser un tema de moda, rodeado de
    cierto aire de misterio
    o de cosa prohibida, y que atrae la atención del público en general.
    Tiene la desventaja, en cambio, de ser
    un término muy amplio, en el que cabe de todo. Es un
    término negativo, parásito del de "modernidad".
    Algunos autores se niegan a aceptar que la modernidad haya
    pasado, e insisten en que este movimiento de
    cambio terminará siendo absorbido por los valores
    que dejaron bien plantados los ilustres filósofos franceses y alemanes del siglo
    XVIII. Otros, en cambio, sostienen que el proyecto de la
    modernidad está agotado, y que algo nuevo ―no
    sabemos exactamente qué― surgirá de los
    cambios que está provocando la tecnología y la
    globalización.

    Sea cual sea el futuro de esta cuestión
    disputada, lo cierto es en las últimas décadas
    (estamos hablando aproximadamente de 1975 para acá) existe
    un cierto "malestar" o incomodidad sobre el papel que la
    filosofía desempeña en la cultura.
    Posiblemente el movimiento comenzó en la tradición
    filosófica angloamericana, más que en la
    continental, pero hoy en día han llegado a coincidir.
    Aunque no está de más señalar que los
    orígenes más lejanos de este terremoto
    ―si lo podemos llamar asν― se
    encuentran en la Alemania de
    Nietzsche, de
    Husserl y de Heidegger. En la filosofνa anglonorteamericana
    todo era paz analνtica hasta que llegσ
    Wittgenstein. El impacto de sus Investigaciones
    Filosóficas, publicadas póstumamente en 1953,
    golpeó de tal forma los cimientos del viejo edificio de la
    filosofía que las cosas nunca volvieron a ser como antes.
    Me atrevería a decir que el impacto de Wittgenstein en la
    filosofía fue tan fuerte como el que representó
    Kant, siglo y
    medio atrás.

    Uno de los filósofos que encajó mejor, a
    mi manera de ver, este cambio en la visión de la
    filosofía, fue el profesor de
    Harvard Hilary Putnam.
    Putnam ―ahora profesor retirado― se formσ con
    los grandes maestros de la filosofνa positivista ―Hans
    Reichenbach fue su director de tesis en Los
    Αngeles― y durante las dιcadas de 1960 y 70 hizo
    importantes contribuciones a la filosofνa de
    la ciencia, de
    las matemáticas y del lenguaje. Lo
    más notable de este filósofo, sin embargo, es su
    capacidad para modificar sus posturas. Y no precisamente por
    veleidad o por estar a la moda, sino por convencimiento, fruto
    del reconocimiento de la insuficiencia de sus propias propuestas.
    Nos alejaría del propósito de esta reflexión
    repasar el itinerario intelectual de Hilary Putnam. Quisiera
    detenerme en un aspecto de esa evolución que conecta directamente con el
    tema del que ofrecí ocuparme: la función de la
    filosofía.

    Según la imagen moderna,
    heredada del Renacimiento, la
    filosofía tiene el importante papel de "fundamentar"
    nuestras creencias. Así como no podemos iniciar la
    construcción de un edificio si no hemos
    puesto unos fundamentos sólidos, tampoco la cultura o el
    edificio de nuestras creencias se sostendría sin las
    dilucidaciones que nos proporciona la filosofía. Incluso
    hablamos de un edificio de las ciencias, en
    cuya base está invariablemente la metafísica
    ―inseparable, desde luego, de la lógica,
    instrumento del pensar correcto.

    Ahora bien, la metáfora del fundamento supone o
    implica que hay un conocimiento
    "de primer orden" que es el que corresponde a lo que las cosas
    son "en sí". Encontrar ese conocimiento equivale,
    según está imagen, a encontrar el fundamento
    sólido de todo posible conocimiento, el referente
    último que no podemos poner en duda. Porque, claro
    ―insisten los fundacionalistas—, las cosas son de una
    sola manera, y el hombre es
    el único ser que tiene la capacidad de descubrir "la
    esencia última de las cosas". La verdad
    ―continúan diciendo― no es más que la
    adecuación de nuestro conocimiento con la realidad, y hay
    una sola manera en que puede darse esa relación de
    correspondencia.

    Es precisamente este supuesto ―que existe una sola
    relaciσn de correspondencia correcta entre nuestro pensamiento y
    la realidad― lo que la posmodernidad, de diversas maneras,
    ha puesto en duda. Hilary Putnam, por ejemplo, insiste en que la
    relaciσn de correspondencia entre nuestras
    teorνas y la realidad puede ser satisfecha por
    múltiples teorías
    ideales, de manera como, por ejemplo, las teorías
    ondulatoria y corpuscular de la luz son dos
    descripciones adecuadas del fenómeno. Afirmar lo contrario
    (que una de las dos teorías será la correcta, pero
    que no pueden serlo ambas) supone creer que las
    junturas del mundo ―por decirlo de alguna manera―
    estαn prefijadas; que existe un mundo prefabricado,
    independiente por completo del pensamiento. Putnam, en cambio,
    cree que "la mente y el mundo conjuntamente
    constituyen la mente y el mundo", entre otras cosas
    porque la mente también es parte de del mundo. Ver la
    realidad como realidad es una actividad mental, humana. Ninguna
    teoría,
    ninguna descripción, ningún concepto nos
    viene del cielo; todas son obras humanas, hipótesis que elaboramos para conducirnos
    mejor en el mundo. No existe un "lenguaje de primer orden" o
    metalenguaje al que todos los demás lenguajes se reduzcan
    en última instancia, como creían el racionalismo o
    el empirismo.
    Existen multitud de lenguajes ―de "juegos de
    lenguaje" dirνa Wittgenstein―, cada uno con su propio
    conjunto de reglas de funcionamiento y de aplicaciσn. La
    ciencia
    fνsico-matemática
    es uno de esos lenguajes, pero no es el único. ¿Por
    qué decir que la descripción del estado
    sólido que presenta la física es más
    valedera que la descripción del conocimiento ordinario?
    ¿Qué tienen en común ―se
    pregunta Putnam― el color rojo de una
    manzana, el color rojo de un vaso de agua
    teρida y el rojo de una estrella lejana? La ciencia
    dirνa que nada; y sin embargo, para el
    conocimiento ordinario los tres son objetos rojos. No es que
    un lenguaje sea más cercano a la realidad que el otro; son
    lenguajes diferentes, cada uno válido en su campo. De
    igual forma podríamos seguir con el lenguaje
    religioso y el de la psicología o el de la
    neurociencia. Cuando olvidamos que el realismo tiene
    múltiples rostros, caemos inevitablemente en el realismo
    inhumano, reduccionista o cientificista.

    Putnam, precisamente, empezó siendo un realista
    científico. Vale la pena aclarar que en el ámbito
    de la cultura angloamericana, por realismo científico se
    entiende la concepción según la cual sólo la
    ciencia (la ciencia físico-matemática) puede
    proporcionar la descripción última y correcta de la
    realidad. Y en ese contexto se entiende que se acuse al realismo
    metafísico de ser víctima del mismo error: olvidar
    que el pensamiento es parte de la realidad. El descubrimiento de
    la insuficiencia de sus propias propuestas, unida a una mayor
    sensibilidad hacia los fenómenos éticos y
    religiosos, y a sus lecturas de Wittgenstein y de los
    pragmatistas clásicos americanos, llevan a Putnam a
    abandonar el realismo metafísico o científico en
    favor del "realismo interno", primero, y, en su última
    etapa, de lo que él llama "realismo humano" o de rostro
    humano.

    Se entiende, entonces, por qué Putnam sostiene
    que la función de la filosofía no consiste en dar
    con la respuesta a la pregunta de qué es lo que realmente
    existe (el proyecto de la Ontología con mayúscula), o inventar
    un método que
    le brinde a los que están seguros de sus
    convicciones el fundamento de su seguridad (el
    proyecto de la Epistemología con mayúscula), sino
    un intento de proporcionar imágenes
    del hombre en el
    mundo significativas, importantes y discutibles[1], salvando las
    intuiciones del sentido común y preservando nuestro
    sentido del misterio[2]. La función de la filosofía
    y de los filósofos, en este planteamiento, no es tanto
    ofrecer soluciones,
    sino desarrollar la sensibilidad, entendiendo por sensibilidad
    nuestra capacidad para apreciar la dificultad y profundidad de
    los problemas que
    nos planteamos; en definitiva, desarrollar nuestra capacidad para
    apreciar la profundidad de lo que significa ser hombre. Esta es
    una tarea que la filosofía comparte con otras formas de
    reflexión, como la moral y la
    artística. Por eso Putnam, siguiendo a Wittgenstein, dice
    que lo que se requiere en filosofía no son explicaciones
    sino descripciones. El tipo de descripciones que ofrece un buen
    novelista, por ejemplo.

    El auténtico realismo, para Putnam, debe ser,
    precisamente, humano: no debe intentar ofrecer la
    "solución final" al problema del conocimiento o a
    cualquier otro problema filosófico; pero tampoco debe
    traicionar el sentido común, que nos dice algunas
    soluciones son mejores que otras. Esto último,
    precisamente, es lo que diferencia el "posmodernismo" de Putnam
    ―no creo que a él le guste esta etiqueta, pero ya
    nos perdonará― del de filósofos
    (perdón, debería decir humanistas) como Richard Rorty
    y Jacques Derrida. Rorty, en particular, piensa que la
    función de la filosofía es facilitar que
    continúe el diálogo de
    la humanidad, pero se declara relativista. La verdad, dice, no es
    más que un cumplido que hacemos a algunas de nuestras
    afirmaciones. Putnam no está de acuerdo con Rorty en esto
    (como en muchas cosas más, pero particularmente en esto).
    Él piensa ―siguiendo la tradición
    kantiana― que la verdad tienen una función normativa
    que no nos es dado abandonar. La verdad no es "sólo una
    cuestión acerca de lo que los compañe­ros de mi
    cultura creen"[3], como piensa Rorty. Ciertamente, las
    teorías científicas o mora­les son
    construcciones humanas (y, por tanto, falibles), pero eso no
    quiere decir que sean arbitrarias, o que no puedan ser mejores o
    peores. Se trata de comparar la cons­truc­ción de
    valores con la
    construcción de artefactos:

    Literalmente ―dice Puntam― construimos
    artefactos, y no lo hacemos de acuerdo con el anteproyecto de
    la propia naturaleza, ni
    hay siempre un diseρo que se imponga a todos los
    diseρadores por ley natural
    (cuando hacemos cuchillos, no seguimos el diseño
    del propio universo para un
    cuchillo), pero no se sigue que los cuchillos que fabricamos no
    satisfagan necesidades reales, y ciertamente los cuchillos pueden
    ser mejores o peores[4].

    La objeción obvia al argumento anterior es que en
    él se supone que existen criterios para determinar lo que
    es mejor o peor. "¿No reaparecerá
    ―se pregunta Putnam― todo el
    pro­blema de una epistemologνa o una ontologνa para el
    discurso
    moral cuando
    preguntemos sobre el status de esos
    crite­rios?"[5]. La
    respuesta es que en esa pregunta se da por supues­to que los
    criterios preexisten. Pero, como los pragmatistas han insistido
    siempre, "los criterios y las prácticas (…) deben ser
    desarrollados juntos y ser constantemente revisados me­diante
    un continuo ajuste mutuo". Lo que es necesario advertir es que
    "los propios criterios por los cuales juzgamos y compa­ramos
    nuestras imágenes morales son creaciones tanto como las
    imágenes morales"[6].

    ¿Significa esto que todo es creación
    humana? No; Putnam sostiene que "la creencia de que nuestras
    palabras y nues­tra vida están constreñidas por
    una realidad que no es inven­ción nuestra juega un
    papel decisivo en nuestras vidas, que debe ser respetado". No se
    trata de desechar la noción de realidad, sino de
    percatarse de que "continuamente renegocia­mos —y nos
    vemos forzados a renegociar— nuestra noción de
    realidad, en la medida en que nuestro lenguaje y nuestra vida
    evolucionan"[7].

    Realidad y pensamiento están fusionados, nuestros
    conceptos están entretejidos con nuestra vida. Esta es una
    idea que Putnam debe a los pragmatistas, principalmente a William
    James, y en la que insiste frecuente­mente. De James es, por
    ejemplo, la idea de que "la pregunta acerca de qué parte
    de nuestra telara­ña de creencias refleja el mundo
    ‘en sí mismo’ y qué parte
    constitu­ye nuestra ‘contribu­ción
    conceptual’ no tiene más sen­tido que la
    pregun­ta: ‘¿Anda el hombre más
    esencialmente con su pierna iz­quierda o con su pierna
    derecha?’. El rastro de la serpiente humana está por
    todas partes" .

    Otra manera de entender la tesis del entrelazamiento de
    mente y realidad consiste en percatarse de que la razón
    huma­na es "a la vez inmanente (no se encuentra fuera de
    nuestros juegos del lenguaje ni de instituciones
    concretas) y trascendente (una idea regulativa que usamos para
    criticar la conducta de todas
    las actividades e instituciones)"[8]. Los filósofos que
    olvidan la inma­nencia de la razón caen en la
    fantasía de un conocimiento absoluto, y los que
    ―como Rorty―, pierden de vista la
    trascen­dencia de la razσn, caen en el relativismo
    cultural[9].

    Isaac Nevo resume la
    articulación que Putnam hace de trascendencia e inmanencia
    como

    la concepción de que aunque la filosofía
    es una práctica de reflexión de final abierto,
    más que una teoría puramente contemplativa de
    cualquier clase, la
    práctica en cuestión es al mismo tiempo parte
    de una cultura (inmanencia) y un paso más allá de
    ella (trascendencia). (…) En esta interpretación, la apelación de
    Putnam a la práctica en filosofía es parte de un
    intento para conservar su dimensión trascendente o
    crítica, a la par que se reconoce su
    radical engastamiento en la cultura y la
    tradición[10].

    Dicho con otras palabras, la filosofía, para
    Putnam, es una práctica humana que consiste en intentar
    situarse fuera de toda práctica para ejercer una labor de
    crítica de nuestras prácticas. Como diría
    John Dewey, la filosofía es la "crítica de la
    crítica". El dogmatismo surge cuando se nos olvida que por
    muy trascendente que sea, por muy neutral que pretenda o deba
    ser, no deja de ser una práctica humana. El punto de vista
    que logre será siempre un punto de vista humano, nunca el
    punto de vista del Ojo de Dios. No existe un marco de referencia
    neutral, no humano ―no elaborado por la
    razσn humana― desde el cual podamos juzgar todas
    nuestras teorνas y descripciones. Con frase de Putnam, "el
    contexto de todos los contextos no es ningϊn
    contexto".

    La conclusión a la que Putnam ha llegado, de que
    nuestros conceptos y nociones más importantes no pueden
    ser comprendidas si las sustraemos del entramado de acciones e
    instituciones que les dan vida, es un reflejo de las tesis
    pragmatistas de que lo que tiene peso en nuestras vidas debe
    tenerlo en la filosofía, y de que los hechos no pueden
    separarse de los valores[11].

    Probablemente, quien mejor ha comprendido e interpretado
    este cambio de actitud
    filosófica en Putnam sea James Conant, antiguo alumno suyo
    en Harvard y editor de Realism with a Human Face y de Words and
    Life, las obras que reúnen lo más significativo de
    la producción de Putnam de mediados de los 80
    a mediados de los 90. En las introducciones que Conant escribe
    para estos libros, el
    análisis de la influencia que Wittgenstein
    ha ejercido en Putnam ocupa un lugar preponderante. En lo que
    sigue, presentaré mi interpretación del Putnam de
    Conant, destacando aquellos puntos que considero básicos
    para comprender lo que hay de continuidad y lo que hay de cambio
    en el pensamiento de Putnam.

    Para Conant, el cambio más importante entre el
    Putnam del "realismo de rostro humano" y los anteriores, es la
    actitud que Putnam ha adoptado ante los problemas
    filosóficos. Si antes buscaba una "solución
    intermedia" al debate
    realismo-antirrealismo, ahora piensa que "los problemas
    filosóficos no tienen solución"[12] (agrega,
    además, un "¡por supuesto!"). Si esto es así,
    ¿qué sentido tiene la investigación filosófica? Basado en
    la interpretación que Cavell hace de Wittgenstein, Putnam
    considera que la clave del progreso filosófico está
    en "transformar los términos en los que [las preguntas] se
    presentan ante nosotros"[13]. Los problemas filosóficos
    admiten distintas formulaciones o enfoques: desde uno más
    bien científico, hasta el metafísico o el
    ético y religioso. Por esto la filosofía es una
    actividad que propiamente no tiene fin, como sostiene
    Wittgenstein[14]. Desde luego, al ocuparnos de los problemas
    filosóficos, encontramos, si no respuestas, al menos
    posibles vías de solución, que nos conceden un
    alivio temporal.

    Hay que advertir que el cambio en la actitud de Putnam
    hacia los problemas filosóficos tiene que ver con su
    intención de salvar la naturaleza de las preguntas
    filosóficas. Por eso "cualquier intento de ofrecer una
    solución directa a un antiguo problema filosófico"
    constituye, para Putnam, "una forma de evasión
    filosófica (…), en tanto que no busca en forma alguna
    contribuir a nuestra comprensión de cómo es que
    tales problemas continúan ejerciendo esa
    fascinación que indudablemente han ejercido en tanta gente
    a lo largo de tantos siglos"[15]. Esto es lo que lleva a Putnam a
    afirmar que

    si las investigaciones filosóficas (…)
    contribuyen a ese diálogo de miles de años de
    antigüedad que es la filosofía, si profundizan
    nuestra comprensión de esos misterios que denominamos
    "problemas filosóficos", entonces, el filósofo que
    realiza esas investigaciones está haciendo su trabajo
    correctamente[16].

    Por eso, cuando el trabajo
    filosófico está bien hecho, siempre se tiene la
    sensación de que la última solución
    encontrada "aún no esclarece el misterio"[17].

    Ahora bien, ¿no puede suponerse que la
    conclusión a la que ha llegado Putnam ahora es solamente
    uno más de los cambios de opinión a los que nos
    tiene acostumbrados? Para algunos críticos, los cambios de
    opinión de Putnam, lejos de constituir una virtud, son
    manifestación de inconsistencia. Conant en cambio opina,
    con Wolfgang Stegmüller, que esos giros de pensamiento son
    manifestación del "infalible instinto" de Putnam para
    captar aquello que "en la insondable diversidad de las
    discusiones filosóficas contemporáneas es
    genuinamente significativo"[18]. En mi opinión, es claro
    que Putnam ha contribuido a la renovación de la
    filosofía en el mundo angloparlante, con su manera de
    afrontar los problemas filosóficos; una manera que
    ciertamente puede gloriarse de entroncar con la tradición
    más genuinamente americana: el pragmatismo.

    Por otra parte, Conant sostiene que el más
    reciente cambio de pensamiento de Putnam es distinto de los
    anteriores, en cuanto manifiesta "una aspiración a una
    perspectiva más amplia en su trabajo tomado en
    conjunto":

    Su búsqueda (…) no se dirige ahora a descubrir
    un nuevo y más sofisticado candidato para la
    próxima ortodoxia filosófica, sino a encontrar un
    punto de vista más incluyente y más
    histórico; uno que le permita explorar y examinar con
    cuidado las fuerzas intelectuales
    que han alimentado el motor de su
    propio desarrollo
    filosófico, provocando sus conversiones de los años
    anteriores[19].

    Dirigir la atención a las fuerzas que alimentan
    la discusión filosófica es prestar atención
    a una característica de la razón humana que ya
    había sido señalada por Kant al comienzo mismo de
    la Crítica de la razón pura y constituye uno de los
    temas centrales en la filosofía de Wittgenstein: "La
    razón humana tiene, en una especie de sus conocimientos,
    el destino particular de verse acosada por cuestiones que no
    puede apartar, pues le son propuestas por la naturaleza de la
    razón misma, pero a las que tampoco puede contestar,
    porque superan las capacidades de la razón humana"[20].
    Richard Rorty interpreta a Wittgenstein como proponiéndose
    apagar de una vez por todas esta sed de filosofía que
    tiene nuestra razón: "en esta lectura, se
    entiende que Wittgenstein nos enseñe que todo lo que queda
    por hacer a los (buenos) filósofos es limpiar los errores
    metafísicos que otros (malos) filósofos
    cometieron"[21]. Putnam, en cambio, sigue a Cavell al ver en los
    escritos de Wittgenstein "una aspiración a alcanzar una
    perspectiva superior"; una perspectiva que "dé al
    filósofo que hay dentro de él mismo un momento de
    paz"[22].

    Los "momentos de paz" que busca el filósofo son
    las diversas "soluciones filosóficas" que se alcanzan en
    diferentes momentos. Pero haber dado con una solución no
    quiere decir haber "acabado" con el problema o con las ansias de
    la razón humana de encontrar soluciones. Tratar de acabar
    con esa tendencia de la razón humana a plantearse
    problemas que le superan sería equivalente a "renunciar a
    nuestra misma capacidad de pensar"[23]. De ahí que
    "mientras exista gente reflexiva en el mundo", dice Putnam, "la
    discusión filosófica no desaparecerá"[24].
    Al final, puede decirse que el impulso a filosofar es tan humano
    como el impulso a repudiar la filosofía, como han
    experimentado tantos pensadores a lo largo de la historia. Tal vez lo
    más interesante del caso sea que, como muy bien anota
    Conant, "la tendencia del realismo filosófico a eliminar
    todo lo que sea humano de nuestra imagen del mundo y de nosotros
    mismos, es en sí misma una tendencia profundamente
    humana"[25].

    Ahora bien, dar por hecho que la reflexión
    filosófica no morirá mientras existan seres humanos
    sobre la Tierra, no
    es un argumento que Putnam use para descalificar la propuesta de
    ciertos filósofos (Rorty, Foucault y
    Derrida, entre otros) de construir una "cultura
    postfilosófica". Putnam toma muy en serio sus argumentos,
    pero insiste en que su afán revisionista obedece a una
    cierta decepción, causada por esperar de la
    filosofía lo que ella ni puede ni debe ofrecer:
    "soluciones". La idea moderna de hacer de la filosofía (o
    mejor, de los resultados de la reflexión
    filosófica) el "fundamento" de todas las demás
    ciencias y de la cultura misma va por esta línea. Pero el
    hecho de que la concepción fundacionalista de la
    filosofía haya fracasado, no significa el fin de la
    filosofía. La filosofía puede seguir siendo, no la
    base de nuestra cultura, sino –en la mejor tradición
    deweyana– una reflexión sobre la cultura:

    A menudo me preguntan —dice Putnam— en
    qué puntos estoy en desacuerdo con Rorty. Aparte de
    cuestiones técnicas
    (…), creo que nuestro desacuerdo tiene que ver, en el fondo,
    con dos actitudes
    generales. Yo espero que la reflexión filosófica
    tenga un auténtico valor
    cultural, pero no creo que sea el pedestal sobre el que descansa
    la cultura, y tampoco creo que nuestra reacción frente al
    fracaso de un proyecto filosófico —incluso un
    proyecto tan central como el de la metafísica— deba
    ser abandonar las formas de hablar y de pensar que tienen peso
    práctico y espiritual[26].

    La ventaja de considerar la filosofía como
    reflexión sobre la cultura, y no como su fundamento, se
    encuentra principalmente en la posibilidad de liberar nuestras
    intuiciones corrientes sobre lo razonable o lo verdadero del
    poder que
    sobre ellas ejercen las teorías, soluciones o sistemas
    filosóficos. En la interpretación que Putnam hace
    de Wittgenstein, nuestras nociones ordinarias no se apoyan o
    fundamentan en una ontología que nos obligue a postular la
    existencia de un conjunto de "objetos fundamentales" (lo que
    "realmente existe"). No es por el camino de formular la
    teoría correcta acerca de lo que es verdadero o razonable,
    sino por el camino del examen atento de las prácticas
    ordinarias por las que decidimos qué es correcto o
    razonable, como Putnam cree que se logra un progreso en
    filosofía. Dice Putnam:

    En lugar de ver con sospecha la afirmación de que
    algunos juicios de valor son razonables y otros no lo son, o que
    algunas concepciones son verdaderas y otras falsas, o que algunas
    palabras refieren y otras no, a mí me interesa recuperar
    precisamente esas afirmaciones, que, después de todo,
    hacemos constantemente en nuestras vidas. Aceptar la "imagen
    manifiesta", el Lebenswelt, el mundo tal y como lo
    experimentamos, exige de quienes (para bien o para mal) hemos
    sido educados filosóficamente, que recuperemos tanto
    nuestro sentido del misterio (…) como nuestro sentido de lo
    común (porque que algunas ideas "no sean razonables" es,
    después de todo, un hecho común; son sólo
    las extrañas nociones de "objetividad" y "subjetividad"
    que adquirimos de la Ontología y de la
    Epistemología las que hacen que nos sintamos
    incómodos de habitar en lo común)[27].

    Depositar demasiadas esperanzas en una
    explicación filosófica equivale, para Putnam, a lo
    que Wittgenstein se refería como "quedar cautivos dentro
    de una imagen"[28]. Ciertamente, el simple reconocimiento de que
    estamos cautivos no nos proporcionará los medios para
    liberarnos; pero "parte de lo que Wittgenstein quiere decir con
    que una imagen nos mantiene cautivos es que no podemos reconocer
    nuestra imagen de las cosas como imagen —una imagen fija
    que nosotros hemos impuesto—,
    y es precisamente nuestra incapacidad para reconocer este hecho
    lo que nos mantiene cautivos"[29]. De manera que para
    enseñar a alguien que está cautivo en su propia
    imagen, "primero necesitamos mostrarle que comprendemos
    dónde piensa él que está, que somos capaces
    de comprender su visión desde dentro. Con el fin de
    enseñar al metafísico cualquier cosa, tenemos que
    tomarnos en serio sus preguntas" e intentar ver el mundo desde su
    punto de vista. "En esta lectura de Wittgenstein, la virtud
    principal de la filosofía, como él la ve, es la
    sensibilidad: la disposición a hacer que las preguntas de
    otros sean auténticas preguntas para uno
    mismo."[30]

    Así se explica que Putnam no comparta la
    tendencia de Rorty a minusvalorar las controversias
    filosóficas en torno al realismo
    y al antirrealismo. "Rechazar una controversia sin examinar las
    imágenes involucradas en ella es casi siempre una forma de
    defender una de esas imágenes (generalmente, la que
    sostiene ser ‘antimetafísica’)"[31]. Para
    poder criticar y cambiar una tradición, hay que estar
    dentro de ella. "Yo creo —dice Putnam— que lo que es
    importante en filosofía no es solamente decir:
    ‘rechazo la controversia
    realismo-antirre­alismo’, sino mostrar que (y
    cómo) ambos lados de la controversia desfiguran las vidas
    que vivimos con nuestros conceptos."[32]

    Ni realismo ni antirrealismo, pues ambas posiciones, en
    cuanto teorías o soluciones filosóficas, desfiguran
    el carácter de nuestra vida ordinaria. Pero
    "el punto es no sólo que ciertas características de
    nuestra vida corriente tienden a quedar distorsionadas al ser
    vistas a través de los lentes de una u otra teoría
    filosófica, sino que el carácter y la naturaleza de
    esa distorsión son en sí mismos temas importantes
    para la reflexión filosófica"[33]. Ése es
    precisamente el principal tema de interés de
    Putnam en este período: explorar el carácter (y la
    posible cura) de "la enfermedad metafísica", que él
    mismo padeció durante muchos años. Una
    manifestación clara de que se padece esta enfermedad es la
    falta de compasión hacia la posición del otro:
    "decir simplemente: ‘eso es un pseudoproblema’ [como
    hace Rorty] no es en sí terapéutico; es una forma
    agresiva de la enfermedad metafísica misma"[34].
    Sólo examinando cuidadosamente el carácter de la
    seducción que una determinada posición
    filosófica ejerce sobre quienes la sostienen, así
    como el carácter de la decepción que causa en
    quienes la rechazan, seremos capaces de resistir la tremenda
    "presión
    por conocer", que, si bien nos proporciona legítimas
    formas de conocimiento, también puede llevarnos, si no
    somos cuidadosos, a la confusión
    metafísica[35].

    ¿No es esta forma de hablar de "la enfermedad
    metafísica" y de su posible terapia una forma de soberbia,
    propia de quien se cree inmunizado contra el error y la
    confusión filosófica? Desde luego, el intento de
    salvar a los demás de caer en posiciones que no sean las
    del propio salvador, a menudo tiene algo de pretencioso o
    ingenuo. No es eso lo que Putnam procura, a mi manera de ver. Su
    alegato de que la discusión contemporánea sobre el
    realismo y el antirrealismo no está siendo bien conducida
    tiene que ver con su decisión de no proponer más
    "soluciones" o posiciones filosóficas. Como explica James
    Conant:

    Poco a poco, Putnam se ha ido desilusionando de proponer
    nuevas "posiciones" filosófica (o de remendar algunas que
    previamente había sostenido), y se interesa más
    ahora en el problema de articular esa insatisfacción con
    las formas prevalecientes de ortodoxia en la filosofía
    angloamericana (algunas de las cuales él mismo ha
    contribuido a poner en escena). Investigar las fuentes de
    esas insatisfacciones se ha convertido en una preocupación
    constante de su trabajo más reciente[36].

    Esa preocupación de Putnam por rastrear las
    fuentes de la insatisfacción filosófica lo ha
    llevado, a su vez, a algo más positivo: a interesarse por
    la forma y por la historia de las controversias
    filosóficas en las que él ha participado, y,
    más en general, por la naturaleza de la controversia
    filosófica misma. "Este giro se refleja en un cambio de
    todo de sus escritos: de la voz autoritaria de alguien que
    explica la solución a un problema sobresaliente (funcionalismo,
    teoría causal de la referencia y otros por el estilo), al
    tono calmado de alguien que está interesado por encima de
    todo en lograr que se aprecie la dificultad de los
    problemas."[37]

    Ahora bien, que Putnam no esté interesado en
    encontrar soluciones a los problemas filosóficos, no
    quiere decir que no crea que exista progreso en filosofía.
    Para Conant, si existe una única enseñanza presente en todos los ensayos que
    Putnam ha escrito últimamente, sería que "la
    habilidad que uno tenga para progresar en filosofía
    depende sobre todo de la continua disposición para
    examinar los fundamentos de las propias convicciones
    filosóficas"[38]. En ese autoexamen de sus convicciones
    filosóficas anteriores, Putnam ha llegado a sorprenderse
    de "lo difícil que es volver a la idea de que,
    después de todo, normalmente percibimos lo que está
    afuera, y no algo que está ‘aquí
    dentro’"[39]. Tres siglos de filosofía
    moderna, y un siglo de ciencia del cerebro (ahora,
    ciencia cognitiva) han hecho que parezca imposible recuperar la
    confianza en nuestras formas ordinarias de pensar y hablar. "El
    problema ahora es mostrar la posibilidad de volver a lo que yo
    llamo ‘ingenuidad deliberada’, o a lo que James
    llamaba ‘realismo natural’. (…) me parece que esa
    es la dirección en la que debemos
    avanzar."[40]

    Dicho con otras palabras: el reto consiste en poder
    afirmar, en contra de una tradición filosófica
    trisecular, que "cuando decimos, y significamos, que las cosas
    son así y asá, no nos mantenemos con lo que
    significamos en algún sitio ante el hecho, sino que
    significamos esto y aquello-es-así y asá"[41]. El
    moderno realista metafísico sólo puede escuchar
    esta afirmación en términos de "cosa en sí"
    y su "representación" en nuestra mente; es incapaz de
    admitir que "las palabras ‘lenguaje’,
    ‘experiencia’, ‘mundo’, si es que tienen
    un empleo, han de
    tenerlo tan bajo como las palabras ‘mesa’,
    ‘lámpara’,
    ‘puerta’"[42].

    Putnam ve su objetivo como
    el de tratar de recuperar los usos ordinarios de estas palabras
    ["lenguaje", "experiencia", "mundo"]; los usos que fuimos capaces
    de darles antes de que quedaran revestidas de las historias
    metafísicas que nos contamos a nosotros mismos cuando
    buscamos respuesta a preguntas como "¿de qué manera
    engancha el lenguaje en el mundo?". Bajo la presión de tal
    pregunta, la conexión entre el lenguaje y el mundo toma la
    apariencia de un logro complicado, que necesita ser explicado, y
    al tratar de hacerlo, tendemos a sublimar el sentido de nuestras
    palabras ordinarias.[43]

    La recuperación del sentido ordinario de nuestros
    conceptos involucra una renovación de nuestra
    concepción de la filosofía. Es necesario dejar de
    ver la filosofía como el fundamento de nuestras
    prácticas, y empezar a verla como una explicación
    de las mismas, estrechamente ligada a otras formas de
    explicación, como la literatura y el arte. "La
    filosofía, después de todo, es una de las
    humanidades, y no una ciencia", dice Putnam[44]. La
    filosofía moderna, al empezar por poner en duda el valor
    de nuestras intuiciones ordinarias, ha terminado en un dilema
    aparentemente insuperable: o cientificismo o relativismo, como si
    la única alternativa al reconocimiento de la
    limitación de nuestro conocimiento fuera el escepticismo.
    La clave para escapar de ese falso dilema está en advertir
    que hablar de "los límites de
    nuestra facultad de conocer" es una forma moderna de hablar. En
    la lectura que
    Putnam hace del Tractatus y de las Investigaciones
    filosóficas de Wittgenstein, el objetivo es mostrar que
    "los límites, contra los cuales (imaginamos) chocar al
    hacer filosofía, son ilusorios"[45] (o, mejor,
    autoimpuestos).

    Este giro wittgensteiniano en la filosofía de
    Putnam es, en cierta forma, un giro pragmatista: se trata de
    presentar la filosofía como una investigación o
    descripción de las prácticas en las que
    están enraizados nuestros conceptos y formas ordinarias de
    hablar, en lugar de tratar de fundamentar el conocimiento (o
    nuestras formas ordinarias de hablar y de pensar) en verdades
    indudables y eternas, como pretendía la filosofía
    moderna (entre otras cosas, porque no existen fundamentos
    indubitables para el conocimiento humano). Es una forma de
    "experiencialismo radical", que sostiene que la raíz de
    nuestro conocimiento está en la experiencia, y no en las
    teorías que hacemos sobre nuestra experiencia.

    Y si se replica: "bien, pero ¿cuál es el
    fundamento de nuestras prácticas?, ¿por qué
    consideramos una forma de actuar mejor que otra, o que una
    opinión está mejor fundada que otra?".
    Precisamente, la tarea de la filosofía es iluminar[46]
    esas creencias: mostrar cuándo y por qué
    consideramos que una opinión está bien fundada, o
    cómo y por qué consideramos que "un ser humano leal
    es mejor que un ser humano desleal, que una persona capaz de
    philia es mejor que una persona incapaz de philia, que una
    persona capaz de sentido de la comunidad, de
    ciudadanía en una polis, es mejor que una
    persona que es incapaz de sentido de comunidad o de
    ciudadanía en una polis, etc."[47], pero no proporcionar
    los fundamentos de tales creencias. Cuando damos explicaciones
    sobre nuestra forma de actuar o de pensar, llega un momento en el
    que no podemos explicar más y tenemos que decir, con
    Wittgenstein: "he llegado a roca dura y mi pala se dobla (…).
    Así simplemente es como actúo"[48].

    Para ir terminando esta reflexión, diré
    que a mi parecer el cambio de perspectiva sobre la función
    que la filosofía debe cumplir en nuestros tiempos me
    parece positivo, si lo sabemos aprovechar bien. No creo que el
    relativismo posmoderno de Rorty tenga mucho futuro, entre otras
    cosas porque ya existe una pléyade de intelectuales
    rortianos que se ganan la vida difundiendo la validez de la
    propuesta de su maestro, y esto lo sitúa en el campo, tan
    nefasto para Rorty, de la verdad. Sí creo, en cambio, que
    la propuesta de autores como Hilary Putnam, en la mejor linea
    wittgensteniana de las Investigaciones, aporta mucha luz al
    problema de la reconstrucción de la filosofía en
    los albores del siglo XXI. No creo que la concepción que
    ve la filosofía como algún tipo de superciencia,
    como la disciplina
    fundamentadora de la cultura, o como la disciplina que tiene
    acceso a un reino especial de verdad trascendental tenga futuro
    nuestros días. Creo que el futuro de la filosofía
    está ligado ―especialmente ahora―
    a su capacidad para ayudar a resolver los problemas de los
    hombres y de las mujeres. Como decνa Dewey ―y con esto
    termino―, "la filosofνa se recupera a sν misma cuando
    deja de ser un recurso para ocuparse de los problemas de los
    filσsofos y se convierte en un método,
    cultivado por filósofos, para ocuparse de los problemas de
    los hombres".

    Guatemala, 7 de marzo de 2001

    ——————————————————————————–

    [1] H. Putnam, "Afterthoughts of my Carus Lectures:
    Philosophy as Anthropology", Lyceum 2 (1989), 40-41.

    [2] H. Putnam, "Why Is a Philosopher?", en RHF,
    118.

    [3] H. Putnam, MCR, 148.

    [4] H. Putnam, MCR, 149. La fuente de este
    ar­gumento se encuentra en el artículo de R. A.
    Putnam, "Creating Facts and Values", Philosophy 60 (1985),
    187-204.

    [5] H. Putnam, MCR, 150.

    [6] H. Putnam, MCR, 150.

    [7] H. Putnam, SNS, 452.

    [8] H. Putnam, "Why Reason Can’t Be Naturalized",
    PP3, 234.

    [9] R. Goodman (ed.), Pragmatism. A Contemporary Reader,
    8.

    [10] I. Nevo, "The Practice of Philosophy", European
    Journal of Philosophy 5 (1997), 74.

    [11] "Por ese tiempo [mediados de los años 70]
    empecé también a tomar en serio una idea que por
    primera vez había oído a mis
    maestros pragmatistas de la Universidad de
    Pennsylvania y de la UCLA: la idea de que los ‘juicios de
    valor’, lejos de estar desprovistos de ‘significado
    cognitivo’, están de hecho presupuestos
    en toda la cognición; hechos y valores se interpenetran"
    (H. Putnam, "A Half Century of Philosophy", 198-199).

    [12] H. Putnam, "Realism with a Human Face", en RHF,
    19.

    [13] J. Conant, "Introduction", en RHF,
    xxxvi.

    [14] Por ejemplo, en Zettel, México:
    Universidad Nacional Autónoma de México, 1979, n.
    447.

    [15] J. Conant, "Introduction", en RHF,
    xxxvii.

    [16] H. Putnam, R&R, 14.

    [17] H. Putnam, R&R, 14. Conant opina que
    éste es un punto de considerable divergencia entre Putnam
    y Wittgenstein, por cuanto "Putnam habla de la tarea del
    filósofo como consistente en hacer ver el misterio que los
    problemas filosóficos manifiestan, mientras que
    Wittgenstein dice que su último fin es hacer que los
    problemas desaparezcan completamente (cada vez que aparecen)"
    ("Introduction", en RHF, 316, nota 64).

    [18] W. Stegmüller, Hauptstromungen der
    Gegenwartsphilosophie, Vol. II, p. 345, citado en J. Conant,
    "Introduction", en RFH, xxxix.

    [19] J. Conant, "Introduction", en RHF, xl.

    [20] Kant, Crítica de la razón pura,
    prólogo.

    [21] J. Conant, "Introduction", en RHF, xl.

    [22] J. Conant, "Introduction", en RFH, xli.

    [23] J. Conant, "Introduction", en RHF, xlii.

    [24] H. Putnam, "Realism with a Human Face", en RHF,
    19.

    [25] J. Conant, "Introduction", en RHF, xlii.

    [26] H. Putnam, "Realism with a Human Face", en RHF,
    20.

    [27] H. Putnam, "Why Is a Philosopher?", en RHF,
    118.

    [28] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas,
    §115: "Una figura nos tuvo cautivos. Y no podíamos
    salir, pues reside en nuestro lenguaje y éste parece
    repetírnosla inexorablemente".

    [29] J. Conant, "Introduction", en RHF, liii. En "A
    Defense of Internal Realism", Putnam escribe: "Yo no creo que sea
    malo tener imágenes en filosofía. Lo malo es
    olvidar que son imágenes y tratarlas como si fueran
    ‘el mundo’" (RHF, 40).

    [30] J. Conant, "Introduction", en RHF, liii.

    [31] J. Conant, "Introduction", en RHF, liii.

    [32] H. Putnam, "Realism with a Human Face", en RHF,
    20.

    [33] J. Conant, "Introduction", en RHF, liv (cursiva
    añadida).

    [34] H. Putnam, "Realism with a Human Face", en RHF, 20.
    Conant comenta que esta observación de Putnam (que la
    crítica de Rorty no ofrece posibilidad de progreso
    terapéutico) es un reflejo de la famosa comparación
    de la filosofía con la terapia de Wittgenstein (en
    Investigaciones Filosóficas, §133: "No existe un
    método filosófico, aunque sí hay métodos,
    como distintas terapias").

    [35] J. Conant, "Introduction", en RHF, xlvi.

    [36] J. Conant, "Introduction", en W&L,
    xii.

    [37] J. Conant, "Introduction", en W&L,
    xii.

    [38] J. Conant, "Introduction", en W&L,
    xiv.

    [39] H. Putnam, "James Theory of Perception", en RHF,
    251.

    [40] H. Putnam, "Realism without Absolutes", en W&L,
    284.

    [41] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas,
    §95.

    [42] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas,
    §97, citado por Putnam en "The Question of Realism", en
    W&L, 310, nota 4.

    [43] J. Conant, "Introduction", en W&L,
    xxvii-xxviii.

    [44] H. Putnam, "Why Is a Philosopher?", en RHF,
    118.

    [45] J. Conant, "Introduction", en W&L,
    xl.

    [46] H. Putnam, "Prólogo", en MCR, 14.

    [47] H. Putnam, MCR, 160.

    [48] Wittgenstein, Investigaciones filosóficas,
    §217.

    Moris Polanco

     Universidad Francisco
    Marroquín

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