El discurso
imperante al hablar de Internet es el del mercado. Pero las
categorías económicas son demasiado estrechas de
miras para nuestras necesidades como ciudadanos y como seres
humanos en el ciberestado al que estamos abocados. Tampoco
consiguen entender la cantidad de sitios web, de servidores de
listas, de programas de
software de
código
abierto y de sistemas para
compartir archivos entre
iguales que funcionan como un procomún: sistema abierto y
comunal para compartir y gestionar recursos. Resulta
que esta producción entre iguales (peer to peer)
muchas veces es una forma más eficiente y creativa para
generar valor que el
mercado, además de ser más humanista. El paradigma del
procomún (commons) nos ayuda a comprender este hecho
porque reconoce que la creación de valor no es una
transacción económica esporádica
como mantiene la teoría
del mercado sino un proceso
continuo de vida social y cultura
política.
¿Cuándo reconoceremos que el procomún juega
un papel vital en la producción económica y
cultural de nuestros días?
Las categorías intelectuales
de la doctrina del libre mercado están tan enraizadas en
nuestro conocimiento
que muchas veces resulta difícil ver el mundo como
realmente es. Es algo que debe tener muy en cuenta quien quiera
entender la evolución de Internet, porque muchos
aspectos de la cultura digital no se ajustan a los principios
económicos neoclásicos. En términos
generales, los entornos de red tienden a funcionar
más naturalmente como un procomún
que como un mercado. Y sin embargo, las categorías
de mercado dominan por completo el diálogo
público y las políticas
que se adoptan, mientras que el procomún sigue siendo un
concepto
oscuro y mal entendido.
En esta tierra de
nadie realmente carecemos de las herramientas
conceptuales necesarias para comprender muchos tipos de
comportamientos on line. Nuestro discurso económico
sólo ve un mercado lleno de consumidores potenciales y no
un ciberestado que debería responder a unas necesidades
más amplias que tenemos como ciudadanos y como seres
humanos.
Uno de los problemas,
creo yo, es que no conseguimos reconocer la dinámica que mueve al procomún: un
modelo para
gestionar recursos basado en la comunidad. Todos
pueden acceder al procomún es un derecho civil
más y no sólo los que pueden
pagárselo. Es un sistema alternativo para fomentar la
creatividad,
la riqueza y la comunidad, todo a la vez.
El discurso imperante al hablar de Internet es el del
mercado. La teoría del mercado da por hecho que los
individuos son los principales actores de la vida
económica y que esos individuos quieren maximizar sus
propios intereses económicos comprando y vendiendo en un
«mercado libre». Esto se considera la quintaesencia
de la «libertad». Según la teoría de
mercado, el bien público se maximiza al permitir a todos
elegir libremente, sin interferencia alguna de los gobiernos.
Esas elecciones individuales se consideran libres, mientras que
las colectivas (normalmente realizadas por los gobiernos) se
consideran coercitivas.
Este discurso es realmente muy estrecho de miras, aunque
esté extendido en el mundo desarrollado. No admite que
existe una importante dimensión de la sociedad que
traspasa los límites de
mercado y del estado. Esta
dimensión el procomún es una
economía
informal que, social y moralmente, nos pertenece al
«pueblo». En la vida política, o en la
norteamericana por lo menos, al «pueblo» se le
considera soberano y con más legitimidad que los gobiernos
o los mercados. Es este
sentido, el procomún rodea al mercado y al Estado, y
actúa como complemento necesario de ambos.
Internet ha potenciado las identidades sociales y los
intereses no económicos de la gente,
convirtiéndolos en una fuerza con
mucha influencia en las redes electrónicas.
La creciente popularidad del sistema operativo
GNU/Linux y del
software de fuente abierta (open source) confirman rotundamente
el poder del
procomún on line. Hay otros muchos, como los sitios web de
colaboración, los servidores de listas por grupos de
afinidades, las redes
inalámbricas, los archivos on line para eruditos, y
los archivos compartidos entre iguales (peer to peer). Todas
estas modalidades del procomún son nuevas formas de
colaboración humana que resultan extraordinariamente
productivas.
Pero a la teoría del mercado tan
centrada en el individuo y en
lo que se puede medir y vender le cuesta aceptar este
hecho. No consigue entender cómo unas comunidades
estructuradas sobre la confianza, el trabajo
voluntario y la colaboración pueden ser más
eficientes y flexibles que los mercados convencionales del
«mundo real». Y es que no consigue valorar en sus
justos términos el potencial en creación de valor
de la «producción entre iguales». Quizá
sea porque en el mundo de los negocios se
busca el máximo rendimiento en un plazo corto, mientras
que esta producción entre iguales es sobre todo un proceso
social continuo que gira alrededor de valores
compartidos. En los negocios se buscan recursos que sea
fácil convertir en bienes de
consumo y
vender, mientras que el resultado del trabajo en
estas relaciones entre iguales tiende a considerarse propiedad
inalienable de toda la comunidad.
De hecho, esa fue la razón principal para crear
la Licencia Pública General (General Public License, GPL
en sus siglas inglesas) para software
libre: que las comunidades que desarrollan software puedan
seguir controlando su producción colectiva. La GPL permite
el acceso libre y por lo tanto fomenta el uso del código
del software y la introducción de mejoras en el mismo. Pero
también impide y esto es muy
importante que alguien «privatice» el
código fuente y quiera convertirse en su propietario para
controlarlo. Lo más importante de GNU/Linux es que la GPL
permite asegurar que los frutos del procomún se
mantendrán en el procomún, otorgándole unas
importantes ventajas estructurales sobre el desarrollo de
software promovido por empresas.
La teoría económica convencional tiene
problemas para entender cómo funciona la
«economía del don» (gift economy) del
procomún. Es filosóficamente incapaz de explicar
cómo puede darse un software creado on line por un
colectivo de voluntarios. ¿O es que la ley de propiedad
intelectual no insiste en que la gente no trabaja a menos que
su «propiedad» tenga una fuerte protección
legal y que se les remunere económicamente por su trabajo?
Pero resulta que aquí tenemos a miles de buenos
programadores repartidos por todo el mundo que trabajan gratis,
sin el respaldo de aparato empresarial alguno e incluso sin
mercado.
Todos estos integrantes del procomún
¿serán excepciones, o incluso aberraciones, de las
que las ciencias
económicas y los legisladores pueden hacer caso omiso?
Ésta ha sido una tentación en la que llevan
décadas cayendo los teóricos de la economía.
La estrategia
continuamente repetida es agrupar todo lo que no sigue las
leyes del
mercado y rechazarlo calificándolo de
irrelevante.
En la legislación sobre propiedad intelectual,
por ejemplo, el dominio
público es como una chatarrería donde se acumulan
todo tipo de libros, piezas
musicales e ilustraciones absolutamente carentes de valor y no
protegidas por dicha ley. Las obras valiosas son propiedad del
que se ha preocupado de protegerlas, según la
opinión más generalizada. El dominio público
no pasa de ser «la estrella oscura en la
constelación de la propiedad intelectual», en
palabras del catedrático David Lange.
Igualmente, los economistas consideran la
contaminación y las rupturas sociales causadas por el
mercado como meras «externalidades»: efectos
secundarios que carecen de importancia comparados con el
núcleo central de la teoría de mercado, el acto de
comprar y vender. La economía de mercado incluso ha
construido su propio modelo de comportamiento
humano: alaba los comportamientos «racionales»,
los que «maximizan la utilidad» y
los que «buscan el interés
personal», pero no valora otros rasgos
humanos como la moralidad, las
emociones, la
identidad
social, tachándolos de fuerzas irracionales sin
consecuencias.
Hablar del procomún es recuperar importantes
aspectos del comportamiento
humano, y también de su cultura y su naturaleza,
que el discurso de mercado ha desechado. El procomún
establece una nueva vara de medir el «valor».
«Valor» no es sólo cuestión de precio, es
algo que está enraizado en las comunidades y en sus
relaciones sociales.
Hablar de procomún es decir que el dinero ya
no es el único valor importante: pertenecer a una
comunidad con la que se comparten valores
morales y objetivos
sociales puede ser una potente fuerza creativa por derecho
propio. Resulta que la libertad significa algo más que
maximizar la utilidad económica propia.
Internet no es el único campo en el que se
están desbancando las ficciones del mercado y reconociendo
el valor del procomún. Los economistas estudiosos de los
comportamientos largo tiempo
frustrados por los frágiles modelos
formales de la actividad económica están
desarrollando nuevos modelos empíricos más
rigurosos para describir cómo se comportan los mercados en
la vida real.
En vez de dar por sentado, por ejemplo, que todo el
mundo tiene cantidades ilimitadas de racionalidad y una información perfecta están
documentando cómo se integran en el mercado las emociones
y las normas sociales.
Los teóricos de la complejidad también están
haciendo patentes las serias limitaciones que tienen los modelos
económicos rígidos y cuantitativos, y las
ficciones teóricas como el «equilibrio de
mercado». Argumentan que resultaría más
convincente examinar los caminos evolutivos propios del desarrollo
económico y los principios del cambio
autoorganizativo y no lineal.
Estamos asistiendo al surgimiento de una nueva
visión mundial y de la economía postmercado. Se
está viendo que algunas de las limitaciones inherentes de
la ley de la propiedad privada del siglo XVIII y su
filosofía económica no resultan adecuadas para el
siglo XXI. Lo que todavía no se ha conseguido es articular
un nuevo modelo que describa la reintegración de la
actividad económica y su contexto social y
humano.
El paradigma del procomún, sin embargo, parece
resultar bastante prometedor.Ofrece nuevas formas de explicar
fenómenos que la economía convencional y los
teóricos de la propiedad no saben explicar. El
catedrático Yochai Benkler, uno de los principales
teóricos sobre los aspectos legales del procomún,
ha señalado que la producción entre iguales muchas
veces es sencillamente más productiva e innovadora que la
basada en la propiedad. Opina que los incentivos del
mercado quizá no puedan competir con la producción
entre iguales que se puede hacer en pequeñas unidades
modulares, para después integrarla en un todo mayor
(ejemplos pueden ser Linux, los proyectos
compartidos para corrección de pruebas o los
mapas de
avistamientos de aves).
En la actualidad, la Comisión Federal de Comunicaciones
de EE.UU. está estudiando la idea de que un
procomún puede ser más eficiente y más
equitativo para gestionar el espectro electromagnético que
un régimen de asignación de derechos de propiedad. En
lugar de que el Gobierno conceda
(o subaste) los derechos exclusivos sobre el espectro, la gente
podría explotar las nuevas
tecnologías para permitir que todos lo compartan,
igual que todos comparten la infraestructura de Internet.
Además, al permitir que más voces utilicen un
recurso público, un modelo de procomún
reconocería que el espectro pertenece a todos y no
sólo a las compañías que tienen la
licencia.
Hay razones poderosas para afirmar que el
procomún es un tema económico. Pero no ir
más allá es desperdiciar la oportunidad de ampliar
los límites del debate. Lo que
el procomún nos promete es la posibilidad de volver a
integrar lo económico y lo moral, lo
individual y lo colectivo, en un marco nuevo y más
humanista.
Un reordenamiento conceptual basado en el
procomún nos permite hablar de roles, de comportamientos y
de relaciones que la teoría del mercado no es capaz de
captar adecuadamente. El léxico del procomún va
más allá del «lenguaje del
mercado», para el que todos tenemos que ser o productores o
consumidores. Y también va más allá del
«lenguaje de la propiedad», para el que todo tiene
que ser propiedad de alguna empresa o alguna
persona. Nos
permite ir más allá de ese pensamiento a
corto plazo que sólo quiere aumentar los beneficios y
pensar en objetivos más amplios y a más largo plazo
que quizá no generen muchos beneficios para los inversores
actuales, pero sí son útiles y socialmente
constructivos.
En resumen, el procomún resitúa lo que
entendemos por producción creativa, que pasa de un
contexto de mercado a otro más amplio, el de nuestra vida
social y nuestra cultura política. En lugar de
constreñirnos con la lógica
del derecho de
propiedad, de los contratos y de
las impersonales transacciones de mercado, el procomún
inaugura un debate más amplio,más vibrante y
más humanista.Se pueden renovar las conexiones entre
nuestras vidas sociales y los valores
democráticos, por un lado, y por otro entre el rendimiento
económico y la innovación. Ganan una nueva legitimidad
teórica temas que de otra forma se habrían dejado
de lado, como las virtudes de la transparencia, el acceso
universal, la diversidad de los participantes, o una cierta
equidad
social.
Es indudable que el procomún juega un papel vital
en la producción económica y social de nuestros
días. Cuándo se aceptará plenamente ese
papel, o cómo afectará a nuestras futuras
actuaciones, es algo que debemos dilucidar.
Traducción: Alicia Díaz Migoyo
Copyright © 2003 David Bollier
Este artículo se publica bajo la licencia
CreativeCommons
AttributionNoDerivsNonCommercial.
Notas al pie
… Bollier1
David Bollier es un estratega, periodista y consultor
independiente que se ocupa de una amplia variedad de temas de
interés público. Gran parte del trabajo más
reciente de Bollier se ha centrado en la defensa del
procomún como nuevo paradigma de la política, la
economía y la cultura: un tema que ha examinado en su
libro Silent
theft:The Private Plunder of Our Common Wealth (Routledge, 2002).
Desde 1984, Bollier ha colaborado con el guionista/productor
televisivo Norman Lear en numerosos proyectos, es miembro del
Norman Lear Center del USC Annenberg Center for Communication.
Bollier es también cofundador de Public Knowledge,
una organización de defensa del interés
público y que representa los derechos del público
en temas de propiedad intelectual, tecnología e
Internet. Los escritos de Bollier se pueden consultar en
http://www.bollier.org/.
Vive en Amherst, Massachussets, EE UU. Esta edición
apareció en castellano en un
monográfico sobre "Conocimiento abierto" elaborado por la
revista
Novática.
… procomún2
Procomún: substantivo masculino, derivado de
«pro» (provecho) y «común», y que
significa «utilidad pública» (DRAE).
Aquí se utiliza para traducir el término inglés
commons, «campos o bienes comunales».
David Bollier
Bollier[arroba]essential.org