- 1.-Introducción a la lectura de la
cuestión: intelectuales
comprometidos - 2.-Intentos de
compromiso sartreano post- Rodolfo Walsh en
Argentina - 3.-El quiste
Borges - 4.-Improcedencias en la
discusión sobre el intelectual
comprometido - 5.-La distorsión
social de la figura del intelectual
comprometido
1.-Introducción a la lectura de
la cuestión: intelectuales
comprometidos
En la Argentina, una difusa y difícilmente
delimitable constelación de intelectuales, clase media,
medios masivos
de comunicación y aparatos ideológicos
ordenan, explícita e implícitamente, a sus
intelectuales en una especie de mapa. Leer el mapa,
entonces, del intelectual comprometido en los ochenta es tomar
deliberadamente la cuestión por su último tramo. Es
preguntarse deliberadamente qué pasó
después de Rodolfo Walsh, el último
intelectual que, desde la lectura
quizá más propagada, aparece como uno de los
máximos representantes del compromiso en términos
sartreanos en la Argentina, por lo que significó,
principalmente, su detallada denuncia, un 24 de marzo de 1977, de
las estrategias del
terrorismo de
estado del
régimen golpista nacional. Walsh, por aquella actitud y por
todo lo que lo había llevado a tenerla, fue leído y
no sin razones como uno de los portavoces de quienes no pudieron
hablar por desaparecidos, por silenciados o por exiliados,
además de ser, él mismo, asesinado por aquellos a
los que había denunciado.
No discutiremos el valor de las
acciones de
intelectuales como Rodolfo Walsh o Haroldo Conti, desaparecido en
1976, no porque no ameriten discusión, sino porque nos
alcanza, aquí, con mencionar que Rodolfo Walsh,
principalmente, ha sido y es considerado como un intelectual
comprometido arquetípico en ese mapa del
compromiso.
El asesinato de Walsh, un intelectual por momentos y
desde algunas aristas más sartreano que el propio Sartre, en
1977, preanuncia la muerte de
Sartre en 1980. Entre Walsh y Sartre ocurre algo extraño
al nivel de la visión que sobre ellos puede tenerse: que
Walsh parece morir después de Sartre. Este
último, silenciado y cediéndole los 70 a Foucault, no
tiene más que un digno silencio como intelectual. Walsh,
en el 77, en Argentina, aún es peligroso. Francia,
Argentina. Escenarios radicales e intelectuales comprometidos que
son fundamentales. Escenarios que, cuando dejan de ser radicales,
dejan de necesitar al intelectual comprometido. ¿Por
qué Sartre pierde vigencia? ¿Por qué Walsh
parece ocupar el lugar del último intelectual sartreano en
la Argentina en acción? ¿Qué pasa con
esos intelectuales y qué con las condiciones objetivas
para su existencia?
2.-Intentos de compromiso
sartreano post- Rodolfo Walsh en Argentina
La dictadura de
1976 y 1983 en la Argentina, con su demonización del
enemigo y su meticulosa persecución, no puede generar
más que sujetos sociales que, de conservar su carácter crítico, tienen que
radicalizar sus posiciones al estilo como Sartre lo pide
en Alrededor del 68 en el marco de una tipología del
trabajo del
intelectual: "…el radicalismo y la empresa
intelectual no son sino una sola cosa, y son los argumentos
"moderados" de los reformistas los que empujan necesariamente al
intelectual a esa vía…" (SARTRE, 1965). Por eso
el exilio, la clandestinidad, la indignidad del servilismo por
miedo, la dignidad del
enfrentamiento por valentía, el dar la vida por una
posición: perspectivas, todas ellas, extremas. Del mismo
modo en que Sartre aprendió de la segunda Guerra que
toda manifestación del ser humano inmiscuido en una
sociedad es
una toma de posición política, incluso su
abstención; del mismo modo en que Sartre se volvió
radical cuando percibió que tenía que optar ya por
el fascismo, ya por
un régimen soviético indefendible, y captaba que la
abstención era también fascista (v. Sección
Primera), de ese modo, Walsh entiende que al fascismo radical
argentino de ese período no puede sino
respondérsele con una radicalización de la labor
del intelectual y de su toma de posición. Así
debemos leer a este intelectual que bien pudo haberse exiliado o
que bien pudo haberse silenciado, o que, por lo menos, bien pudo
no haber firmado con nombre, apellido y número de
Cédula de Identidad
la Carta
Abierta a la Junta Militar del 24 de marzo de 1977.
La pregunta, que se esbozó en el apartado 0, es
si el intelectual sartreano no es exclusivamente un hijo de
épocas radicales: en 1970, época de declive del
entusiasmo político revolucionario en París, parece
como si Sartre no tuviera demasiado más que decir y su
silencio empalma con la vigencia incipiente de Foucault, su
sucesor francés, otro tipo de intelectual crítico.
El lugar del recambio es la barricada del Mayo francés del
68. También, veamos el vínculo de la teoría
del compromiso en Sartre y el entorno fascista; o la
ejecución, algo más lograda dentro de su fracaso,
de esa teoría en el Mayo francés; o la
relación entre el declive de las expectativas de Mayo y el
declive de Sartre.
Y en la Argentina: durante la época del Proceso:
Rodolfo Walsh. Durante la época post- Proceso:
improcedencias en la discusión sobre el intelectual
comprometido que puede leerse desde Borges, una
especie de quiste para todos en la configuración de este
mapa del intelectual comprometido (v. apartados
siguientes).
A Borges no le interesaba el compromiso político
de tipo sartreano, y está lejos de Sartre aunque Sartre
haya incluido textos de Borges en su revista
(CONFIRMAR ESTA INFORMACION. QUÉ TEXTOS). Borges no entra
en el mapa crítico del compromiso en la Argentina y no
pretenderemos aquí hacerlo entrar por la fuerza, pero
sí advertiremos que Borges encarna el desvarío
más llamativo en el mapa de los intelectuales: la figura
del anti- compromiso.
La idea de que Borges sea un anti- comprometido no
resulta tan notoria como la que se desprende inmediatamente de
ella: que cada vez que se necesite hablar del compromiso del
intelectual se necesite a Borges como el anti- caso. El
resultado de esta operación es penoso: a cualquiera que se
ponga el lado de Borges se lo percibe como comprometido.
Construcciones frívolas como "Cortázar vs. Borges",
según se detallará más adelante, quiere
decir, entre otras cosas, que uno encarna el anti- compromiso y
que el otro encarna al compromiso por definición. Algo
similar ocurrió con los escritores que estaban al otro
lado del grupo Florida:
puestos en la vereda de enfrente del sector Borges, eran
hiperbolizados como denuncialistas, comprometidos, anarquistas,
revolucionarios. La historia del compromiso en
la literatura
argentina se piensa desde una falla en el punto de referencia
que se adopta para trazarla: posee como ejemplo de lo que no
hay que hacer a Borges y, por lo tanto, no sabe definir ni
ver a un intelectual comprometido sin esa falsa referencia. El
resultado, nuevamente: Cortázar, los del grupo Boedo,
Walsh y Sábato
son lo mismo, porque están al otro lado de
Borges.
Leer la literatura del compromiso, y
sobre todo del compromiso en términos sartreanos,
considerando a Borges como el punto desde el cual se pierde la
perspectiva para realizar distinciones muy saludables, es otro
triunfo de Borges, porque vuelve a ponerlo en el centro, en este
caso de una dimensión incluso ajena a sus propios
intereses. En Argentina se considera al compromiso desde Borges
por la negativa y se pierde, por eso, el análisis genuino del intelectual
comprometido en su especificidad.
No obstante todo lo dicho, y a pesar de que es
erróneo proponer, ya hablando concretamente de Borges, que
éste es comprometido, también es injusto
presuponerlo a–crítico. Sólo esto
empieza ya a situarlo en el lugar donde debería estar en
la literatura argentina en relación con el compromiso:
lejos del intelectual sartreano, pero lejos también del
escritor de torre de marfil. La ubicación de Borges
en su verdadero lugar es fundamental para reubicar a los
intelectuales comprometidos; por otro lado, la
reivindicación de un intelectual comprometido puesto al
lado de Borges contribuye a la perpetuación de una lectura
errónea de la cuestión, lectura difícil de
desarraigar en la Argentina.
Si, con todo, se considerase burdamente a Borges como un
escritor de torre de marfil so pretexto de que habita
antes el universo
literario que el concreto, lo
cierto es que, aún así, se ha desenvuelto bastante
bien en ciertas discusiones que, desde la literatura, hablan a la
realidad política, como en sus cuentos que
reescriben el Martín
Fierro. Josefina Ludmer, en El género
gauchesco, un tratado sobre la patria, invierte la
representación que se tiene de Borges y de
Hernández ubicando al primero en la zona más bien
reivindicativa del marginal con el cuento
Biografia de Tadeo Isidoro Cruz (1829- 1874) y al segundo
en la zona de una adaptación, esto es, de una des-
marginalización, con la Vuelta de Martín
Fierro. Aquí se advertirá, algo en consonancia con
la hipótesis de Josefina Ludmer, que Borges,
en cuentos como Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-
1874), recorta lo que Hernández en La Vuelta ya
no sostiene: la marginalidad, el
delito (Ludmer),
como fundacionales en la literatura argentina y, mediante ella,
en sus conexiones con la realidad política.
4.-Improcedencias en la
discusión sobre el intelectual
comprometido
El cantautor Miguel Mateos, cuya cita a
continuación es valiosa porque reproduce lo que hasta un
músico pop como él ha llegado de la
configuración del mapa del intelectual comprometido por
oposición a Borges, dice en su canción "Bar
Imperio":
"Beatles o Stones
Cortázar o Borges (…)"
(Bar Imperio, Miguel Mateos)
Esta simpleza, esta simplificación, sintetiza
gran parte del confeccionamiento del mapa de los intelectuales
críticos una vez que la existencia de Borges se yergue
como un inextirpable fantasma en las letras argentinas. "Borges"
–dice Juan José Sebreli en una entrevista del
suplemento ñ del diario Clarín– "era
una figura bastante marginal" sobre finales de los cincuenta, en
épocas de la revista Contorno. Luego, los sesenta y
los setenta lo fueron llevando paulatinamente al centro de las
discusiones, incluso de aquellas que a Borges no le interesaban
en lo más mínimo. Aquí se encuentra en una
de ellas, a saber, encarnar lo que Mateos reproduce: el resultado
divulgado de la lectura más difundida del mapa de los
intelectuales críticos, que pide enfrentarlo con todo
escritor del que se intentara demostrar su compromiso social.
Así, el enfrentamiento forzado entre Julio
Cortázar y Jorge Luis Borges
que figura inocentemente en la canción de Miguel Mateos
pero que representa el imaginario social sobre estas dos figuras,
está diciéndonos que Cortázar es opuesto
a Borges. Este último, salido de las sombras de
Florida vs. Boedo, es el que hace saltar, sin
proponérselo, el mapa del compromiso toda vez que se
necesite de un sucesor comprometido de Walsh y de los
intelectuales desaparecidos.
Por varias razones podríamos decir que la figura
de Cortázar no es exactamente la de un intelectual, en
términos sartreanos, comprometido, por más
que colocarlo al lado de Borges alimente este desajuste
conceptual. La más interesante es la que amerita pensarlo
entre Sartre y Foucault. La figura de Cortázar es la de un
intelectual que ve una vez más la situación
radical, según la adquisición de la conciencia
desgraciada en el sujeto que ya Sartre había narrado (v.
Sección Primera), y que se compromete con ella,
asumiendo él también un tono radical. La
metamorfosis de Cortázar, su devenir intelectual
crítico es curioso y encaja perfectamente en la
narración sartreana del intelectual que deviene
comprometido. Así lo describe Pablo Montanaro en su
trabajo Cortázar: de la experiencia histórica a
la Revolución: "La revolución
cubana le permite observar a Cortázar la realidad
latinoamericana. Antes de este trascendental hecho,
Cortázar es un hombre
indiferente a la historia de Latinoamérica y del mundo. Su objetivo
estaba centralizado en una concepción estética y en ese sentido la literatura
dominaba y se ubicaba por encima de todo" (MONTANARO,
2001)
El haber atestiguado la cuestión cubana desde
París le dio a Cortázar la visión radical
que pide Sartre al intelectual comprometido para moverse con
convicción: esa visión radical, ese
maniqueísmo obligado pero no burdo, maniqueísmo o
radicalización que ejecuta Walsh. En este momento, cuando
Cortázar se mete en cosas que no le conciernen
(SARTRE, 1965), debemos hablar de Cortázar como
intelectual crítico. Este intelectual
crítico, no obstante, no podría ser definido sin
más de comprometido, en la medida en que, como se
verá, oscila entre el que suspende momentáneamente
la escritura y se
posa más arriba que sus interlocutores encabezando las
barricadas (Sartre) y el tipo de intelectual que quiere, desde su
tarea específica (Foucault), develar, mostrar, recordar
que el sujeto social no debe resignarse al abandono de una idea
revolucionaria. Es decir que si bien algo de la tarea
cortazareana como intelectual es sartreano: sus aires
interventores: "[hay] un destino latinoamericano en juego, y
(…) un escritor o cualquier hombre libre, honesto,
tiene un papel que desempeñar en ese destino. Ya no es
posible refugiarse en la torre de marfil de la literatura pura,
el cine puro, la
pintura pura.
Hay que estar ligado de alguna manera al destino de nuestros
pueblos" (Cortázar. Tomado de MONTANARO, 2001),
también es cierto que Cortázar queda algo atrapado
entre dos líneas teóricas: una que es afín a
Sartre y otra que es afín a Foucault y que Cortázar
hereda, más bien, de su cuna surrealista. A
continuación, por ejemplo, Cortázar genera la
distinción entre ejecutar la Revolución y
después cambiar los hábitos, o hacer que los
hábitos, el ejercicio cotidiano del poder,
cuestiones microfísicas podríamos decir, sean
condiciones preparatorias para la Revolución. Es
interesante la simultaneidad dialéctica que
Cortázar propone. Y lo es porque es un intento
insólito de acercar Foucault a Sartre. Dice
Cortázar en entrevista con Elena Poniatowska, 1975:
"Hay quienes piensan que, por lo pronto, hay que hacer la
revolución –es decir acabar con el imperialismo
yanqui, los gorilas, los militares: tomar el poder e implantar el
socialismo en
el país- y ya `después´ habrá tiempo para
iniciar los planes de cultura, el
perfeccionamiento humano. Desconfío. Creo que si en el
ánimo de los revolucionarios no existe el deseo de que
simultáneamente, se le pida a cada individuo que
dé lo mejor de sí mismo, que se busque a sí
mismo, se explore, haga su autocrítica, que no vaya a la
revolución lleno de prejuicios sino que ésta sea
una manera de despojarse de sus ropas viejas, esta
revolución ¡fracasará!… hay que acabar
con nuestros enemigos, pero hay que acabar también con los
enemigos internos que cada uno lleva. Fijate lo que sucede con
una revolución socialista. Después de una tarea
infinita, del sufrimiento monstruoso de gente heroica que se ha
hecho matar, se llega al poder y simplemente porque cuatro o
cinco o seis dirigentes no han hecho su autocrítica, se
instala en el poder, por ejemplo, el puritanismo de las
costumbres, digamos desde el punto sexual, casi victoriano. Eso
no lo acepto porque me parece una revolución fracasada.
El hombre va a
seguir siendo prisionero de sus tabúes, sus inhibiciones,
sus imposibilidades. ¿Para qué diablos sirve el
socialismo? Para nada". (Ibidem)
Más adelante, Cortázar atribuye al papel
de los intelectuales comprometidos la misión de
recordar que para que haya un "hombre nuevo",
debe comenzar una especie de proceso (en términos, desde
nuestro trabajo, foucaultianos) microfísico de
cambios internos. Cortázar, entonces, puede ser
leído como una especie de intelectual que concilia parte
de lo sartreano con parte de lo foucaultiano.
Cortázar no es del todo equiparable con Walsh,
como puede observarse, porque no es claramente sartreano, no es
claramente comprometido en sus términos. El repasar
la figura intelectual de Cortázar en comparación
con la de Rodolfo Walsh, por ejemplo, nos prepara el campo para
pensar sobre las consecuencias de no reparar en distinciones
importantes entre intelectuales que no son iguales en su grado y
tipo de compromiso, al menos en términos sartreanos.
Cortázar no deja, sin embargo, de ser un intelectual al
que cabe considerarlo crítico. Su accionar dista
bastante del de Sartre y del de Walsh, pero por momentos su
escritura, su teorización acerca del papel del
intelectual, sus aproximaciones teóricas al intelectual
específico foucaultiano, aunque dudosamente conciliadas
con el universal sartreano, hacen de su praxis algo
que no se aleja de una posición crítica
como intelectual. Cortázar, al fin y al cabo, es un
intelectual comprometido en segunda instancia, respecto de una
primera: su condición de escritor. Que haya estado
oscilando entre Sartre y Foucault, pasando por Adorno (v.
Sección Segunda), es lo que lo hace distinto del perfil
comprometido de Walsh, que parece un arquetipo de
Sartre.
El origen del error de lectura Cortázar = (por
ejemplo) Walsh, o de "Cortázar sartreano" está en
el ejercer una oposición con Borges que resulta
desacertada, porque si Borges queda, también
equivocadamente, en el lugar del escritor de torre de
marfil, entonces Cortázar, ocupante del casillero
opuesto, queda, sin notas al pie, en el lugar del intelectual
comprometido. Y ya hemos visto por el momento que, en
Cortázar, esto sí necesita de sus notas al
pie.
5.-La distorsión social
de la figura del intelectual comprometido: oposiciones
burdas
Cortázar o Borges. La representación que
ha quedado del intelectual en la Argentina no advierte el pasaje
del escritor comprometido (Sartre, Walsh) al que aquí
llamamos escritor crítico (Cortázar). Para
confirmar esto, basta su comparación no con Borges, sino
con intelectuales que sigan la línea sartreana del
compromiso. Aquí se han considerado como ejemplos a Walsh,
al propio Sartre. Respecto de Walsh, por ejemplo, Cortázar
es un escritor crítico que está, y esto le
valió objeciones por parte de David Viñas,
lejos del ámbito nacional.
En oposición a esto, también en forma
errónea, y también cristalizado en la
canción de Miguel Mateos, está, según se
dijo, Borges. Resulta interesante, detrás de todo esto, la
forma en que aparece la representación social
clásica del intelectual: el lugar del intelectual
comprometido pareciera ser indispensable desde la
recepción, sea para tener una figura que piense por
ellos, sea para proyectar en otro lo que ella no cree capaz de
concretar y aplaudir, así, un cuerpo que está
intentando concientizarla. En Argentina, la necesidad de un
referente comprometido llega a la desesperación: y
sólo en actos desesperados, que suelen ser actos
irracionales, pueden dar exactamente lo mismo figuras como
Sartre, Walsh, Viñas, Cortázar, Sábato. Y,
en consecuencia, en esta constante insistencia en utilizar el
o entre Borges y, en este caso, Cortázar, subyace
el temor a que en un descuido aparezcan como cercanos y la
sociedad nacional se quede sin su portavoz.
En este punto de la lectura del mapa de los
intelectuales comprometidos o críticos, debemos
preguntarnos qué sucede cuando las distinciones entre uno
y otro, que no son sólo formales o teóricas o
académicas, empiezan a no realizarse. Qué significa
que se considere a Cortázar o a Walsh como equivalentes
cuando no lo son. Y deberemos señalar el hecho de que,
cuando una clase determinada incluye en el mismo inventario a
nombres disímiles sin distinguirlos, ocurren por lo menos
tres cosas: una representación del intelectual está
entrando en decadencia. Un tipo de intelectual está
dejando de tener su lugar. Hay intelectuales cómplices de
la amputación social de ese espacio crítico: los
intelectuales acríticos que ocupan esa banca.
Fernán Tazo