- 1-Fundamentos
de esta sección - 2.-El aura de
Sábato: comparaciones con el modelo del
compromiso - 3.-"Sábato
quiere congelarse" (LÓPEZ- KORN,
1997) - 4.-Sabiduría,
abstracción, abstención - 5.-
- 6.-Paréntesis.
Herencia: suerte casi nunca merecida - 7.-Conclusiones
1.-Fundamentos de esta
sección
Los párrafos venideros pretenden ir en paralelo
con el camino de la obra ensayística del propio Sábato
o, más específicamente, con el devenir de sus
recursos de
autoconstrucción como intelectual. Porque, si bien puede
sostenerse que la obra de Sábato es objetable desde Uno
y el Universo y que no era pertinente hablar de un
intelectual en decadencia crítica
porque Sábato nunca había tenido, en rigor y
más allá de su legitimidad, un momento de
esplendor crítico, es también pertinente
agregar a todo esto que los trabajos de Sábato, nunca
genuinamente comprometidos, se han vuelto, desde su obra
Antes del fin, particularmente vacuos. En la lectura de
Sábato como pseudo- intelectual, por lo tanto, deben
considerarse al menos dos grandes pilares de análisis cuyo centro, principalmente, es el
de la calidad de sus
artificios: por un lado, aparece el despliegue más o menos
sutil del registro de la piedad, canal por donde
Sábato, implícitamente, despliega su
efecto de compromiso. Por otro lado nos ocuparemos
aquí del momento en el que Sábato deja de ser un
escritor que se vale de recursos de autolegitimación para
pasar a reducirse a sus recursos. La distinción se
hace concretamente porque las estrategias de
autoconstrucción de Sábato ya no son, en esta
etapa, implícitas, sino que están expuestas hasta
lo burdo. Hasta cierto momento, digamos que hasta
Apologías y rechazos, podría hacerse el
análisis de una cierta habilidad en la escritura
sabatiana para velar el ejercicio de poder que
sobre su objeto efectúa a través de su registro
de la piedad. En adelante, en cambio, su
zona más hábil, la de su cierta sutileza al momento
de entramar la fachada de comprometido desde el discurso,
entra en declive respecto de su trabajo
anterior. Es una etapa no de una continuación en su
autoconstrucción como intelectual, sino de una
simplificación de sus estrategias. Esa
simplificación podía vaticinarse, quizás, en
su dudoso procedimiento de
repetir ideas abstractas. La repetición tiende, en
Sábato, a convertirse en una fórmula (hasta que,
quizás, todo Sábato pueda ser reducido a un solo
aforismo). Tal es la etapa que atenderemos: algo así como
el seguimiento de un escritor acrítico al
cuadrado.
Lo que mostraremos ahora, es el uso cada vez menos
oculto de esas estrategias. A tal punto este análisis se
hace pertinente, que la propia estructura de
estos apartados, en adelante, no serán más que un
resumen de los trucos de Sábato, casi tan
explícitamente expuestos como lo hace el propio
Sábato en sus últimos tres trabajos.
2.-El aura de Sábato:
comparaciones con el modelo del
compromiso sartreano
Mientras que Sartre no
descartaba la idea de ocupar espacios como los mass-media con el
fin de activar la conciencia de los
oprimidos; mientras que la relación, diríamos,
Sartre- fama era una relación exclusivamente
estratégica porque necesitaba de una numerosa
recepción de oprimidos para hacer germinar una masiva
conciencia, Sábato parece interesarse, según se
verá, por el reconocimiento personal en
términos auráticos; parece importarle la
fama en sí y postergar ad infinitum su uso
estratégico en el orden del crear conciencia o en el de la
denuncia. La relación de intereses (y de éticas) se
invierte entre Sartre y Sábato en la medida en que el
primero la visualiza, en este sentido, como un medio, y el
segundo como un fin. España en los diarios de mi
vejez es un documento interesante de la relación
Sábato- fama. Porque esa obra, y ya entrando
directamente en lo dicho sobre esta segunda etapa sabatiana de
simplificación de sus propios procedimientos de
legitimación, puede ser leída como
una compilación de episodios en los que Sábato es
reconocido, aplaudido, celebrado y amado por su público.
En principio, en este libro, que es
el trabajo
aléphico de Sábato en cuanto a que
está constituido por casi todos los puntos que se le han
objetado hasta el momento, la propia elección del género
plantea sus intenciones. El hecho de que Sábato elija el
género diario no es casual: el diario se vale de un
particular registro
confesional que permite, más que ningún otro
género, emanar un efecto de intimidad en el que el lector
no debe intervenir críticamente porque es casi
un impostor en esa intimidad (no gratuitamente al sustantivo
diario suele acompañarlo el adjetivo
íntimo). El diario (íntimo) repele las
objeciones. Sábato, valiéndose de esta herramienta,
utiliza el género para seguir construyendo (y repeliendo
las objeciones desde la propia elección del género)
su propio efecto de intelectual comprometido, para compararse con
José Saramago o con Ernest Hemingway, según se
verá. El diario de Sábato es su último
recurso de autolegitimación, y es el más
(burdamente) explícito que ha utilizado porque sus
propósitos se muestran sin filtros ni velos: el yo
sabatiano selecciona inocentemente los aplausos y
ovaciones que él mismo recibe y se quiere autorretratar
exactamente como sus críticos más acérrimos
(López y Korn) lo habían venido satirizando: como a
un sabio longevo, derruido por la edad y aplaudido por su
vitalidad y su compromiso. La autodescripción,
leída en clave de ironía, es muy superior a todas
las ironías que contra él se dirigieran antes de
estos tres trabajos finales. Este pasaje, por ejemplo,
ganaría en agudeza si hubiera sido escrito por uno de sus
críticos que se dispusiera a satirizar, por ejemplo en una
novela, la
figura de Sábato: "Al finalizar [se refiere a un
discurso de José Saramago, figura de la que se
hablará a continuación], saltando las exigencias
protocolares y tal como Elvira lo había convenido con
José, casi inválido por el peso de la
emoción, me subí al estrado para estrecharlo en un
abrazo. Más que abrazarlo, caí en sus brazos; fue
un momento sagrado, eterno en la vida. Quedó grabada
nuestra hermandad, nuestro compromiso común ante los
avatares del mundo, y esa alegría simple de camaradas que
han vivido luchando siempre en el mismo bando."
(SÁBATO, 2004). E inmediatamente anota: "Un
público ferviente nos aplaudió durante largo
rato" (Ibídem). Para terminar rematando con una
imagen que
exige ser leída como caricaturesca: "Luego, sostenido
literalmente por Elvirita y por José, el rector me
colocó la medalla Honoris Causa". Como se observa, y
como se sugirió al principio de esta segunda sub-
sección, hallamos, en pocas líneas, concentrados
todos los recursos que Sábato, en obras anteriores,
distribuía mejor, solapándolos entre viejos
hallazgos y destellos de lucidez. Aquí, Sábato va
deviniendo una fórmula de sí mismo, y hallamos
rápidamente tres procedimientos que están a la
vista: el registro diario íntimo, que posee rasgos
del registro de la piedad en su máxima potencia como el
del contenido emotivo y, por eso, en apariencia difícil de
refutar o cuestionar por un lado; por otra parte, encontramos a
la herramienta de la figura de Saramago, a quien Sábato
tiene como co- protagonista en esta obra, y cuya legitimidad
mundial le sirve para alimentar su legitimidad nacional; por
último, podríamos mencionar la existencia de un
factor que lo autoriza a hablar desde más
allá, logrando la figura de "sabio" (de esto se
hablará en los próximos apartados) que persigue:
ese factor es el de su ancianidad y su invalidez física, con el que
especula (y esto se corroborará también en las
otras dos obras citadas para esta sub- sección) para ser
escuchado o, más bien, obedecido. Sábato
promueve, porque él mismo está involucrado,
según se reforzará más adelante, la imagen
del sabio anciano y desvalido. Objetar, como los defensores de
Sábato como reserva moral suelen
hacer, que no puede ejercerse sobre él crítica
alguna por lo avanzado de su edad, no puede ser, ahora menos que
nunca, un argumento pertinente: Sábato sabe que su edad es
avanzada, y además especula con eso; lo utiliza como parte
de su propia estrategia de
legitimación. No obstante todo ello, si aún
intentara sostenerse que su ancianidad lo absuelve en sus
declaraciones, cabe recordar otro rasgo sartreano del compromiso
que ya se ha recordado con insistencia: el de saber silenciarse a
tiempo. Una
vez más: "el deber del literato consiste, no solamente
en escribir, sino también en saber callarse cuando es
necesario" (SARTRE, 1948). Aquí está Sartre,
llamado a sí mismo, y voluntariamente, al silencio en
épocas del intelectual específico foucaultiano. En
dirección opuesta, Sábato, que
publica el back- stage de sus propios recursos más o menos
velados antes de Antes del fin (1998). La responsabilidad de publicar o no lo impublicable
corre también por cuenta del intelectual comprometido (en
ello se pone en juego parte de
su compromiso), y sólo le cabe a él, aún a
los (y por sus) noventa y tres años de edad. Por si no
había sido advertido, además de todo lo dicho en el
que hemos llamado compendio de trucos de
autolegitimación por parte de Sábato, en las
citas anteriores se adjudica sin más el don de haber
estado siempre
del mismo bando que Saramago, lo que sería, en
rigor, en la izquierda (Saramago: Soy un comunista
hormonal Le Monde Diplomaticque.). Una vez más,
luego de haber criticado acérrimamente la revolución
soviética de 1917 en 1979, (v. sub- sección primera
de la Sección Cuarta), se coloca ahora cerca de ese bando
en el que Saramago ha declarado, hormonalmente (es decir
ineludiblemente), estar. Los desplazamientos políticos
sabatianos son frecuentes, y aquí se perciben con gran
nitidez.
El género diario íntimo le permite
a Sábato, además de lo ya dicho, seleccionar
estratégicamente los momentos que desea dejar registrados
y que, además, su selección
no pueda ser cuestionada, valiéndose de la
presuposición según la cual, en un diario
íntimo, se escribe sobre lo que el autor desea
escribir. Así es como, explícitamente,
Sábato selecciona, también para autolegitimarse,
todos los momentos en los que, entre marzo de 2002 y junio de
2003, recibe el reconocimiento del público y,
además, el del propio Saramago: "En El País
veo la fotografía
que tomaron del abrazo con Saramago en la universidad. La
imagen muestra ese
momento de mutua admiración y respeto" (SÁBATO,
2004).
Tales algunos de los procedimientos visiblemente
expuestos por Sábato para la construcción de su propio
aura.
3. "Sábato quiere
congelarse" (LÓPEZ- KORN, 1997)
Sábato, en esta última obra con mayor
énfasis, pero también en La Resistencia y en
Antes del Fin, vuelve a inclinarse por repetir algunas de
sus viejas ideas. Pero en este caso, avanza un paso más
sobre lo que ya habíamos mostrado en la sub-
sección anterior, en la que vimos que Sábato
repetía, por momentos, casi exactamente lo dicho entre
obra y obra. Ahora, no hay repeticiones sino simplificaciones de
lo dicho en obras anteriores. Hay una especie de
transformación en tópicos de viejas ideas dotadas,
en su momento, de una mayor complejidad en Sábato.
Así, no solamente al no reformular, sino al reducir a
axioma sus viejas reflexiones, las convierte en lugares comunes,
generándose con eso que su registro discursivo se
desarticule al mismo tiempo que se escribe. Aquí se citan
algunas de sus ideas simplificadas y el tópico a que
corresponde cada una de ellas: "y todos enfrentaremos,
algún día, el mismo dolor y la misma incertidumbre
ante la muerte"
(España
en los diarios de mi vejez: tópico de la muerte
igualadora); "Por hechos que suceden o por estados de
ánimo, a veces vuelvo a pensamientos catastróficos
que no dan más lugar a la existencia de los hombres sobre
la tierra.
Pero la vida es un ir abriendo brechas hasta finalmente
comprender que aquél era el camino" (España
en los diarios de mi vejez; tópico de la vida como
camino); "¡Cuánto mejor eran los viejos trenes!"
(España en los diarios de mi vejez; tópico de
la valoración del tiempo pasado); "¿Qué
pasó entre aquellas mañanas plenas de promesas y
este tiempo aciago en que nuestra gente padece hambre y
frío? ¿Qué alta traición
cometimos?"; "Pensando en ellas [Sábato alude a
mujeres que aprecia] recordé a mi madre, a mis
maestras, y a todas aquellas mujeres de antes, de las que ya no
las hay" (España… ; Ubi sunt?);
"¡Qué horror y qué tristeza, la mirada del
niño que perdimos!" (La Resistencia;
tópico de la infancia
perdida); "Segunda carta: Los
antiguos valores" (Título del segundo apartado de
La Resistencia; tópico de la "edad de oro" perdida);
"Otro valor perdido
es la vergüenza." (La Resistencia);
etc.
"Sábato quiere congelarse", dicen
María Pía López y Guillermo Korn; el recurso
a la frase hecha, congelada, y más aún, ahora
simplificada, lo ratifica. Los ensayos del
Sábato actual, al ser simplificaciones de un ensayista de
por sí (según se vio) falto de compromiso
crítico, lo ponen en un nivel de abstracción y de
vacuidad equiparable (y similar en estilo) al de escritores de la
corriente actualmente conocida como "New- Age": Paulo
Coelho, Víctor Sueiro, James Redfield, parte de Osho, etc.
Hay en ellos, aunque no podamos extendernos en el análisis
de la New- Age, una tendencia a reducir, de una u otra
manera, los problemas
inherentes al ser humano a fórmulas simples y, por tanto,
a generar un efecto de simpleza en la posibilidad de
solucionarlos.
Ese congelamiento de Sábato es otro rasgo anti-
sartreano, en la medida en que, mientras que en Sartre
había un camino teórico cuyo destino, aquí
leído, fue su concepción del intelectual, en
Sábato vemos a un escritor objetable desde el principio en
su condición de intelectual crítico y que, luego,
des- complejiza sus propios argumentos (en su detrimento) con el
correr de sus ensayos. Lo contrario de todo esto es la constante
revisión crítica por parte del intelectual:
discutir, polemizar, es un síntoma de vigencia. La
ciclotimia sartreana, sus vaivenes, el calor de la
discusión con Camus, con Fanon, con Foucault, lo son.
Sábato ha dejado de discutir cuando empezó a
repetirse y a simplificarse, es decir, hace unos treinta
años. En esta simplificación, en esta
transformación al aforismo de viejas ideas más
complejamente presentadas por él mismo, hay,
también, un procedimiento visible: el cambiar la
discusión por la sentencia, el de la hipótesis por la conclusión, el del
problema por la solución. Un intelectual que sólo
concluye o que concluye solo es un intelectual muerto como una
lengua que ya
nadie habla y de la que sólo se conserva su gramática y parte de su
vocabulario.
4. Sabiduría,
abstracción, abstención
Uno de los desplazamientos que existen entre
Sábato y Sartre, del que ya se habló al comienzo de
este apartado, podría graficarse haciendo notar que,
mientras Sartre es intelectual y concreto,
Sábato es sabio y abstracto. Y su
condición de sabio se la debe a su abstracción. Ya
habíamos señalado que Sábato tiende a
ubicarse, ya por su invalidez física que se encarga de
señalar, ya por su elevada edad que tampoco olvida
recordar, ya por el efecto de compromiso que lo ha llevado donde
está en la escala de
reconocimiento social, más allá de su objeto. Su
registro paternalista, emotivo, confesional e íntimo, lo
yerguen sobre todo lo que defiende, sobre esa humanidad
esencializada por él. En sus últimos trabajos,
siguiendo la lógica
de esta segunda sub- sección, la abstracción de sus
reflexiones posee un matiz que remarca esta actitud del
aquí llamado yo- ensayístico. Su registro de
la piedad está, ahora, revestido visiblemente y por lo
notorio de su abstracción crítica, de un efecto de
sabiduría universal que, descascarado, se revela como
vacuidad: "Nos pido ese coraje que nos sitúa en la
verdadera condición del hombre. Todos,
una y otra vez, nos doblegamos. Pero hay algo que no falla y es
la convicción de que –únicamente- los valores
del espíritu nos pueden salvar de este terremoto que
amenaza la condición humana" (SÁBATO, La
Resistencia,
2000). Sábato apela, como ya debería sernos
familiar, a los valores del espíritu.
Categorías que requieren ser enmarcadas, que requieren una
especificación sobre qué valores son
esos valores y qué espíritu es ese
espíritu que Sábato menciona. Y esos
valores y ese espíritu son planteados como
lo constitutivo del hombre, llegándose a un punto
en el que se deduce que lo constitutivo del hombre es lo no
especificado por Sábato. Por lo tanto, que se posterga
así el contenido real de lo que Sábato está
pidiéndole a la sociedad. Por
lo tanto, finalmente, que no está pidiéndole
nada.
Tal y como lo señalaron López y Korn, las
categorías sabatianas poseen la abstracción de lo
acomodaticio. O bien, necesitan ser tan abstractas como
versátiles: la esencia del hombre, sin mayor
concreción; el espíritu; los valores,
son palabras que, según sugiere Osvaldo Bayer en
Rebeldía y Esperanza, pueden ser usadas por
cualquier ideología. Son palabras que necesitan,
inmediatamente, un anclaje, y un anclaje político. En
Sábato, lo político se muestra, sin embargo, como
menor frente a una supuesta esencia verdadera del hombre,
frente a los valores de su espíritu, y entonces lo que
Sábato proclama como hombre concreto no es
sino su opuesto: un hombre abstracto, desposeído de su
condición política y social.
Así es como Sábato invierte al Sartre que
admira.
En su obra Antes del fin, Sábato habla
para los jóvenes, y sostiene que le
insistían de esta forma para que publicara su libro:
"tiene el deber de terminarlo, la gente joven está
desesperanzada, ansiosa y cree en usted; no puede
defraudarlos". El libro es un mensaje para los
jóvenes, de parte de un anciano sabio que va a
transmitirles su experiencia: "En las comunidades arcaicas,
mientras el padre iba en busca de alimento y las mujeres se
dedicaban a la alfarería o al cuidado de los cultivos, los
chiquitos, sentados sobre las rodillas de sus abuelos, eran
educados en su sabiduría. (…) En torno a penumbras
que avizoro, en medio del abatimiento y la desdicha, como uno de
esos ancianos de tribu que, acomodados junto al calor de la brasa
rememoran sus antiguos mitos y
leyendas, me
dispongo a contar algunos acontecimientos…"
(SÁBATO, Antes del fin, 1998). Lo que Sartre
leía en el intelectual como la conciencia objetiva,
conciencia que lo iba a transformar en el portavoz de las masas
que aún carecían de ella, en Sábato es una
lección paternalista de sabiduría en general
a jóvenes y ancianos. De manera que, hasta aquí,
Sartre y sus delimitaciones políticas:
se habla al pueblo, se llama a la conciencia de los oprimidos, el
intelectual posee la conciencia por haber atravesado la
contradicción entre su saber práctico universal y
su destino injustamente particular (según ya se
habló), y los valores de los que habla son valores
políticos de corte marxista, valores que pretenden entre
otras cosas una justicia
social partiendo del cambio revolucionario de las estructuras
jurídico políticas. Este planteo es concreto, y,
por serlo, le dan consistencia al tono denuncialista sartreano.
Sábato, con tono denuncialista, con herencia
sartreana, con compromiso social, con palabras como hombre
concreto, es en su discurso una fachada de todo aquello, y lo
es porque su hombre concreto no es concreto y porque no se sabe a
qué valores ni a qué espíritu
se refiere. Todo esto produce que sus planteos se vayan
convirtiendo paulatinamente y, sobre todo en sus últimos
tres trabajos, en quejidos inconsistentes: un llamado a la falsa
conciencia, en términos, posiblemente, de Sartre. Un
llamado al actuar de mala fe, en términos
indudablemente sartreanos.
Otro punto de discusión sobre las últimas
obras de Sábato en relación con las anteriores es
el de haberle agregado, a su última etapa, un optimismo
que, si bien antes se percibía en algunos facilismos de
los que ya se habló en su momento, ahora aparecen sin
sutilezas, remarcados: "El mundo nada puede contra un
hombre que canta en la miseria" (La Resistencia);
"Sobre nuestra generación pesa nuestro destino, es
ésta nuestra responsabilidad histórica"
(Ibídem). Podríamos preguntarnos a qué
remite Sábato con aquél ésta;
podríamos preguntarnos, ahora viendo más claramente
lo expuesto de sus falencias argumentativas, qué
responsabilidad histórica quiere Sábato si no
especifica, más que con un esta, dicha
responsabilidad. Esta elipsis nominal puede leerse bajo la
hipótesis de que
Sábato no hay una responsabilidad histórica
sino una trascendental; no una posición
política sino espiritual; no
acción sino resignación
mística: "Cada vez me ocupan menos los
razonamientos, como si ya no tuvieran mucho que darme. Como bien
dijo Kierkegaard, "la fe comienza precisamente donde acaba la
razón" " (La Resistencia). Fe. No
razón. Una vez más, y notoriamente falto de
disimulo, tenemos frente a nosotros los mecanismos de
construcción de la sabiduría sabatiana y de su tono
sacerdotal (David Viñas).
5.-Radicalización de la
posición
"5º radicalizar la acción
en curso, mostrando más allá de los objetivos
inmediatos, los objetivos lejanos, es decir la
universalización como fin histórico de las clases
trabajadoras" (SARTRE, 1965). Quizá, uno de los gestos
más típicamente sartreanos, uno de los elementos
que hacen que surja el intelectual sartreano en Sartre es el de
la radicalización de la posición
crítica. El intelectual comprometido ve en la sociedad
una radicalización política y social que mueve a la
participación activa de todos, una vez conscientes de
ello. Sartre en la ocupación alemana en París es
Sartre delineando su vuelco al marxismo, y
esto no es casual: el Sartre intervencionista es producto del
Sartre consciente de lo que es la sociedad. El Sartre
portavoz es el que primero ve la situación
radicalizada de la sociedad para después radicalizar su
posición: intervenir, ser portavoz, conducir, hacer la
revolución. El intelectual comprometido que se precie
de tal, entonces, no tiene otra opción que ser
radicalmente crítico con una sociedad a la que ve
radicalmente violenta. Frente a este panorama, no haremos por
este apartado mucho más que citar esta frase de
Sábato: "El escritor debe ser un testigo insobornable
de su tiempo, con coraje para decir la verdad, y levantarse
contra todo oficialismo que, enceguecido por sus intereses,
pierde de vista la sacralidad de la persona humana.
Debe prepararse para asumir lo que la etimología de la
palabra testigo le advierte: para el martirologio. Es arduo el
camino que le espera: los poderosos lo calificarán de
comunista por reclamar justicia para los desvalidos y los
hambrientos; los comunistas lo tildarán de reaccionario
por exigir libertad y
respeto por la
persona. En esta tremenda dualidad vivirá desgarrado y
lastimado, pero deberá sostenerse con uñas y
dientes" (Antes del fin) y compararla con lo sostenido
en su momento respecto de la relación entre
abstracción y capacidad acomodaticia. La
comparación, hecho ya aquí el análisis del
registro de la piedad en el Sábato de épocas
de la dictadura militar
de 1976- 1983, anteriores y posteriores a ella, nos deja como
saldo que de nada sirve que se mencionen las palabras Testigo
insobornable, coraje para decir la verdad, levantarse
contra todo oficialismo, o que se aluda a la sacralidad de
la persona humana si todo esto no es encarrilado hacia una
posición ideológico- política concreta.
Sábato, entonces, al no radicalizar su posición, en
términos sartreanos, no la tiene. Y al no tenerla, no es
un intelectual comprometido. Bayer dice en Rebeldía y
esperanza: "En la alocución final del Nunca
Más, Sábato dijo que el autor del holocausto
argentino fue el demonio. Lástima que no nos dijo los
nombres y apellidos del demonio" (BAYER, 1993).
Sábato, según ya vimos en la primera sub-
sección, no radicaliza su posición como siguen
haciéndolo, aún sin ser lo suficientemente
escuchados, los intelectuales
sartreanos actuales: es, en el terreno político, en
última instancia, neutral, lo que se confunde con
objetivo.
6.-Paréntesis. Herencia:
suerte casi nunca merecida
Por alguna razón, bastante hilarante a esta
altura por lo fortuito del asunto, Sábato se ha quedado
solo en el podio de escritores cuyo primer lugar tanto
añoraba. El momento más irrisorio es aquel en el
que pretende equipararse con Ernest Hemingway. En el canon
nacional, sus ambiciones, no tan burdamente declaradas, se
cumplen en forma bastante macabra: el mapa en el que a
Sábato le interesa incluirse es el que mencionamos en la
Nota al Pie sobre Borges, al que
habíamos considerado una falacia y sobre la que se insiste
a la hora de hablar sobre intelectuales y escritores en
Argentina. Sábato saca provecho del mote que le han puesto
a Borges para aumentar el efecto de su otro falso mote de
comprometido. Aquí, Sábato se siente
particularmente cómodo. Pero la realidad es que los
intentos por superar a Borges en aquel terreno del pensador
comprometido tampoco funcionaron sino hasta hace muy pocos
años: Rodolfo Walsh fue asesinado en la Dictadura,
pero Sábato aún no ingresaba en el canon del
compromiso: la dicotomía seguía siendo
"Cortázar o Borges"… . La muerte de
Cortázar en 1984 y la participación de
Sábato ese mismo año en la CoNaDeP, que
inventariara (con su herramienta primordial: el
maniqueísmo, que ahora le permite volcarse contra
aquello que, por su mismo maniqueísmo, estaba, antes y
como se vio, a favor) las atrocidades de la Dictadura en
el informe
autodenominado (precisamente) Informe Sábato, lo
elevan en forma definitiva al casillero que anhela. La clase media
tiene su héroe. De paso, aquí, se ve claramente el
desplazamiento que se produce en Argentina y que va del
intelectual sartreano en sentido estricto (más sartreano
que el propio Sartre: Walsh), pasa al intelectual- referente
crítico (Cortázar) y termina en la figura del
sabio, una figura sacerdotal, incuestionable, que
está más allá y al que, por ello,
preguntarle ciertas cosas es un tabú: de Walsh a
Sábato con escala en Cortázar. He ahí el
mapa del intelectual comprometido dibujado a la sombra de Borges.
Cortázar o Borges, dirá Mateos;
Sábato o Borges, dirá el propio
Sábato; Walsh o Borges, dirá David
Viñas.
Sábato, muerto Borges, muerto Cortázar,
llega. Aún quedan los espacios de
competición en el terreno de la escritura. El
premio Cervantes, en
el glorioso 1984 de Sábato, ayuda a que también en
ese terreno ascienda su prestigio. Y, si había tenido que
esperar a 1984 para quedarse con el lugar del comprometido,
deberá sobrevivir al menos cronológicamente a los
escritores canónicos que le son contemporáneos:
Borges y Bioy Casares. Toda esta lectura, que
va más allá del propio Sábato, resulta
curiosa por lo casual de los acontecimientos, pero lo cierto es
que mucho de la legitimidad monopolizada en Sábato se
debe, entre otras causas, a la muerte de sus competidores. En
1986 le toca morir a Borges y en 1999 a Bioy Casares. En el
número 27 de la revista
Lea, la nota de tapa pregunta si existe una literatura
argentina. Figuran simpáticas fotografías con
las caras de Borges, Sábato y Bioy Casares superpuestas en
tres folkloristas tocando sus instrumentos. En ese entonces,
sólo Sábato queda en pie.
López y Korn dicen en una nota al pie de su libro
Sábato o la moral de
los argentinos: "El rival de Borges [haciendo alusión
a la faja de un libro de Sábato que tenía esa
inscripción] debió conformarse –en tiempos
recientes- con disputar, por el puesto vacante de gran escritor,
con el amigo de Borges." Borges muerto, muerto Bioy
Casares, puestos vacantes en el canon, Sábato longevo:
Sábato tiene, además, mucha suerte.
Sería un error, se dijo, leer los tres trabajos
de la última etapa sabatiana, Antes del fin, La
Resistencia y España en los diarios de mi
vejez, como la parte decadente de un intelectual comprometido
en la Argentina: constituyen, en realidad, simplemente los
síntomas más visibles de un Sábato del que
muchos intelectuales verdaderamente críticos han
extraído sus atendibles conclusiones sobre su figura de
intelectual. No se ha hablado en profundidad de la cara sabatiana
perteneciente a sus declaraciones públicas en
épocas de regímenes de facto, a sus equidistantes
comentarios, a su notoria contribución a la
difusión de la teoría
de los dos demonios en la Argentina incluida en las primeras
líneas del prólogo de la CoNaDeP; ese trabajo
está agotado por intelectuales ya mencionados hasta el
hartazgo. Ni siquiera se ha hecho un seguimiento de toda la
trayectoria sabatiana, sino de su último tramo, segmento
al que le basta un análisis inmanente para concluir en que
Sábato ha exhibido en ellos todos sus puntos más
criticados e inconsistentes como el intelectual comprometido que
pretende ser. De hecho, la autoadulación que se observa en
forma creciente en los últimos trabajos vistos de
Sábato, responde de alguna manera a lo que Osvaldo Bayer
presenta con el vocablo alemán
Rechtfertigungliteratur o Literatura de
Justificación, que en nuestro país se vio
notoriamente en la inmediata recuperación de la democracia en
1983, y que refiere a las declaraciones, notas, comentarios y
escritos de intelectuales que justifican, con sinceridad o con
más hipocresía, sus dudosos actos durante la
Dictadura del 76. Una posible conclusión sobre la
ensayística final de Sábato supone la
prolongación hasta los últimos días de su
vida de esa Rechtfertigungliteratur, ya no en sus
declaraciones, ya no en la cara externa de su escritura,
sino en ella. La literatura de
justificación sabatiana ya no constituye la otra
cara del Sábato que escribe, sino que es ahora
el Sábato escritor, y luego ya nadie tiene que ir y pescar
in fraganti a Sábato declarando pestilentes
comentarios en la revista alemana Geo Magazin, sino que
todo está en la propia obra que él mismo decide
publicar. Sábato se ha sincerado frente a sus
críticos. Pero no con la sinceridad que podríamos
saludar y que incluso nos obligaría a repensar la ética
sabatiana, sino con la falta de sutileza de su última
escritura y con la caricaturización de sí mismo y
de su propia autoconstrucción antaño hábil
que le merecía a críticos como Adolfo Prieto (en su
Nota sobre Sábato) un mínimo
respeto.
Analizar la figura de Sábato, por lo tanto, no
significa decir lo que ahora, luego del denodado y valioso
esfuerzo de ciertos intelectuales por desenmascararlo como figura
comprometida, sería obvio: apunta a la pregunta por el
intelectual comprometido en general, sugiere revisar otros casos,
obliga a preguntarse por qué Sábato y no
Viñas, por qué Sábato y no Bayer, qué
falla en el intelectual comprometido para que un impostor sea
inmensamente más escuchado que ellos, y qué
sociedad hay que tener para que un intelectual comprometido
genuino pueda ser escuchado; o qué estrategias debe tener
hoy un intelectual comprometido para influir sobre una sociedad.
Todas estas preguntas recaen indudablemente sobre Sábato,
símbolo argentino de un trunco destino: el del modelo
sartreano de intelectual.
Fernán Tazo