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El Sartre marxista y la teoría del compromiso



    1.-Construcción
    sartreana del intelectual

    2.-

    3.-Sartre: el escritor
    que escribe sobre los hititas

    1970, entrevista a
    Sartre, veinticuatro años más tarde de la
    publicación de El existencialismo es un humanismo:
    "¿Cómo ve usted la relación entre sus
    primeros escritos filosóficos, en particular "El ser y la
    nada", y su trabajo
    teórico actual, digamos después de la "Crítica
    de la razón dialéctica"?

    Jean-Paul Sartre: El problema fundamental es el de mi
    relación con el marxismo.
    Quisiera tratar de explicar, por mi biografía, ciertos
    aspectos de mis primeros trabajos, pues eso puede ayudar a
    comprender por qué he cambiado tan radicalmente de punto
    de vista después de la segunda guerra
    mundial. Podría decir, recurriendo a una
    fórmula simple, que la vida me ha enseñado "la
    fuerza de las
    cosas
    " ". (SARTRE, 1970). Este Sartre se escandaliza del
    aludido en el apartado anterior: "El otro día,
    releí el prefacio que había escrito para una
    reedición de esas obras –Las moscas, A puerta
    cerrada y otras- y me sentí verdaderamente escandalizado.
    Había escrito esto: "Cualesquiera que sean las
    circunstancias, en cualquier lugar que sea, un hombre es
    siempre libre de elegir si será un traidor o no" Cuando
    leí eso me dije: "Es increíble: ¡lo pensaba
    verdaderamente!
    " ". (SARTRE, 1970).

    Se escandaliza de manera análoga a como los
    marxistas, a los que contraatacaba en aquel entonces, lo
    hacían. Es que este Sartre ha empalmado el
    existencialismo, tal y como él lo delineaba, al marxismo
    que lo acusaba de burgués en tanto abstracto y
    evasor de lo que en realidad es concreto: la
    sociedad.
    Posiblemente, algo en la categoría de libertad se
    haya ido desplomando junto con la ocupación alemana en
    París. Esa categoría absoluta en la
    abstracción de Sartre iba volviéndose cada vez
    más insostenible dentro del marco de la escasez de
    elecciones que ofrecía Europa en los
    primeros `40. Posiblemente, también, la categoría
    de determinación, que la crítica marxista no
    dejaba usar toda vez que de Sartre escuchara o leyera la palabra
    libertad, haya comenzado a ser vista por éste como
    una línea de continuidad con su teoría,
    indudablemente más feliz que su descarrilamiento
    metafísico
    y abstracto ya señalado más
    arriba, en el que caía minutos después de rechazar
    con contundencia la abstracción y la metafísica. O quizás, y esto es en
    definitiva lo más atendible, Sartre haya comenzado a ver,
    en las propias calles de la París sin opciones, aquello
    acerca de lo cual los críticos marxistas lo habían
    advertido: sólo es pensable una libertad si es
    en términos abstractos, es decir ciegos, y un
    teórico de la libertad en medio de esas condiciones
    objetivas
    es un teórico abstracto, es decir, ciego.
    Sartre vio el marxismo en la ciudad, una ciudad ocupada
    por el nazismo.

    Pero no demoró en verlo los veinticuatro
    años que separan El existencialismo es un humanismo
    de esta entrevista de "New Left": ya un texto como
    ¿Qué es la literatura?, publicado
    en 1948, establecía una evidente autocrítica,
    aunque implícita todavía, del Sartre de
    1946.

    El de 1948 comienza a ser el Sartre que será
    más adelante: una suerte de vocero de la intelectualidad
    francesa y del proletariado del mundo, un hombre con
    megáfono, el intelectual conscientizador marxista del Mayo
    de 1968. Este Sartre, ya en germen y aún con la
    desconfianza de sus viejos críticos marxistas, es el que
    habrá orientado al marxismo sus categorías
    existencialistas, tales como la responsabilidad, el actuar
    de mala fe, el deber ser de la escritura y su
    función, el ser- en-
    situación
    y la libertad. Todas éstas,
    categorías englobadas por su noción principal desde
    este enfoque: el compromiso. Léase: el compromiso tal y
    como desde el segundo Sartre
    debemos entenderlo.

    "Todos los escritores de origen burgués han
    conocido la tentación de la irresponsabilidad; desde hace
    un siglo, esta tentación constituye una tradición
    en la carrera de letras
    " (SARTRE, 1948). Así comienza
    Sartre ¿Qué es la literatura?, obra a la que Edward
    Said llamó "una profesión de fe como intelectual"
    (SAID, 1994). Este Sartre en pleno viraje teórico no iba a
    dejar de abrir controversias, ahora con su teoría del
    compromiso, que tuvo influencia en intelectuales
    argentinos y que le ayudará más adelante a ser un
    referente en el Mayo francés del 68. En esta su
    presentación de Les Temps Moderns, que
    adherirá después al marxismo soviético,
    Sartre se posiciona especialmente contra la doctrina del arte por el arte
    y el realismo
    burgués. Sumergido aquí en lo concreto tal y
    como los marxistas que meses atrás lo criticaban entienden
    por concretud,
    el prólogo de ¿Qué es
    la literatura?
    es un manifiesto sobre la importancia y el
    peso de la escritura como herramienta de intervención
    política
    . Si la escritura es algo influyente, tal y
    como se presupone en esta obra de Sartre, habrá entonces
    que habitarla con esa conciencia y esa
    responsabilidad; su condena principal va dirigida
    a aquellos que la subestiman como herramienta de fuerza política y la
    practican en cambio como
    ejercicio estético y neutral. En la Introducción a este texto, Sartre plantea
    una pregunta central cuyos desdoblamientos ya nos sugieren un
    compromiso: ¿Qué es la
    literatura?:

    "Si podemos cumplir lo que prometemos, si hacemos
    compartir nuestras opiniones a algunos lectores, no sentiremos un
    orgullo exagerado; nos limitaremos a felicitarnos de haber vuelto
    a encontrar la tranquilidad de conciencia profesional y de que,
    al menos para nosotros, la literatura haya vuelto a ser lo que
    nunca debió dejar de ser: una función social
    "
    (SARTRE, 1948) Aunque resulte curioso, ninguna de las respuestas
    que Sartre da sobre literatura intentan definirla en sí
    misma
    , como hubieran hecho los críticos inmanentistas:
    aquí la pregunta se responde en el orden de un deber
    ser
    , al estilo de los teóricos de corte o influencia
    marxista más o menos ortodoxa, con sus diferencias y
    semejanzas: no importa qué es la literatura, a
    pesar del título de la obra: importa verdaderamente
    para qué sirve. Esto puede corroborarse en las
    subdivisiones que Sartre hace de aquella pregunta inicial. A
    ¿qué es la literatura? le sigue una pregunta como
    ¿para quién se escribe? Aquí, como
    bien señalará el crítico inglés
    Terry Eagleton en su obra Una introducción a la
    teoría literaria
    (EAGLETON, 1983), se alude
    directamente a una teoría de la recepción y de la
    escritura, que recuerda a lo que Iser llamará Lector
    implícito
    . En este caso, los lectores
    implícitos son para Sartre los
    contemporáneos: un planteo existencialista del
    aquí y el ahora, de la situación particular,
    reforzado ahora con tintes marxistas que corrigen sus
    deslices metafísicos, no podría menos de
    pretender escribir para su aquí y ahora, para su
    situación particular, en compromiso para con la
    única parcela de existencia que le corresponde al ser
    humano: su tiempo.
    Aquí encontramos su repudio a corrientes como la del arte
    por el arte, abstracta y reacia a vincular a la literatura con
    el
    conocimiento y la concientización.

    Si Sartre se preocupa, como escritor
    comprometido, por el peso que la palabra tiene en la
    recepción, instancia, por otra parte, constitutiva de la
    escritura misma, no sería muy difícil comenzar a
    alistarlo, como intelectual, en las filas marxistas, en tanto
    proclama e intenta ser consecuente con un perfil de escritor-
    intelectual que ve a la escritura en guerra con la
    falsa conciencia. El compromiso de Sartre, en esta dirección, es con la recepción
    contemporánea al escritor porque es ésta la
    única que puede dialogar con él; es la única
    a la que puede hablarle porque es la única época en
    la que cabalmente puede intervenir; véase si no el
    siguiente reparo de Sartre sobre los escritores "comprometidos"
    que, desatendiendo lo único que pueden atender: su
    época, pretenden hacerse cargo de un futuro inasible:
    "La inmortalidad es una terrible coartada: no es fácil
    vivir con un pie más allá de la tumba y con el otro
    más acá. ¿Cómo resolver los asuntos
    del día cuando son mirados desde tan lejos?
    ¿Cómo apasionarse por un combate o disfrutar con
    una victoria? Todo es lo mismo. Nos miran sin vernos; hemos
    muerto ya a sus ojos y vuelven a la novela que
    escriben para hombres que no verán jamás. Se han
    dejado robar sus vidas por la inmortalidad. Nosotros escribimos
    para nuestros contemporáneos y no queremos ver nuestro
    mundo con ojos futuros –sería el modo más
    seguro de
    matarlo -, sino con nuestros ojos reales, con nuestros verdaderos
    ojos perecederos. No queremos ganar nuestro proceso en la
    apelación y no sabemos qué hacer con una
    rehabilitación póstuma; es aquí mismo,
    mientras vivimos, donde los pleitos se ganan o pierden
    ."
    (SARTRE, 1948). Si, en fin, la escritura y el intelectual mismo
    deben intervenir en lo social, tampoco deben hacerlo de
    cualquier manera
    . En este sentido podríamos decir que
    esta obra es también un manual de estrategias para
    el que toma la palabra, estrategias que,
    como se verá en la próxima sección, pueden
    terminar siendo objetadas por otros intelectuales justamente como
    de poco alcance. Entre las estrategias sartreanas, y en
    relación con lo dicho anteriormente sobre la
    recepción en la que debe pensar el escritor al momento de
    comprometerse, Sartre piensa también la cuestión
    temporal en el escritor mismo: si por un lado el escritor debe
    imaginarse una recepción que comparta su
    situación temporal, esto es, los debates y sucesos
    de su época común, también deberá
    tenerse en cuenta que el escritor mismo, si luego de un análisis de su propia textualidad, observa
    que su discurso ya no
    es contemporáneo a su época (obsolescencia
    crítica), debe silenciarse a sí mismo para no
    incurrir, ahora, en el desacierto de escribir apuntando a
    problemas o
    reflexiones pasadas, ya fuera de la situación del escritor
    y su recepción y, por tanto, fuera de toda efectividad
    crítica: "el deber del literato consiste, no solamente
    en escribir, sino también en saber callarse cuando es
    necesario
    " (SARTRE, 1948).

    El escritor deberá apuntar su lucidez
    crítica no solo al abordaje de los problemas de su
    época, no solo a desempolvar permanentemente su falsa
    conciencia y a combatir el discurso dominante que por todos lados
    lucha por habitarlo, sino también a no perder la
    perspectiva del devenir histórico, a marchar a la par de
    su ritmo, a leer a ritmo histórico el surgimiento de
    nuevos problemas y la extinción de los viejos. De acuerdo
    con el cuidado que se tenga en estos aspectos en particular, el
    escritor será alguien que tendrá o no tendrá
    algo para decir. Por eso nos hemos detenido en la cuestión
    temporal: de las preguntas que Sartre se hace, es quizás
    la más importante por contener en cierta forma las
    demás problemáticas que el intelectual sartreano no
    debería perder de vista.

    ¿Qué es escribir?, se pregunta
    luego Sartre, manifestando a cada momento y con cada una de las
    respuestas a las preguntas que él mismo se formula las
    enormes diferencias que separan la obra aludida en el apartado
    anterior y ésta: escribir es comprometerse, tomar una
    posición política en todos los casos, desde
    el mismo instante en que un bolígrafo traza palabras en un
    papel; es decir siempre algo, aunque esto mismo no se desee; la
    fuerza de la palabra es todavía contundente, aún
    cuando lo dicho sea por omisión: escribir es comprometerse
    directamente con la época, con la contemporaneidad del que
    escribe, bien o mal. En suma, Sartre fuerza a los escritores a
    tomar consciencia de que lo que están utilizando es una
    herramienta que, mal utilizada, puede resultar peligrosa y
    que, por tanto, debe ser utilizada con el cuidado que amerita su
    peso en la sociedad. No obstante, si Sartre observa que siempre
    se está comprometido con algo al momento de escribir,
    aún cuando ciertos escritores no quieran involucrar a la
    literatura con el compromiso político (y, estrictamente,
    por eso mismo) podría parecer que la teoría del
    compromiso sartreana no dice más que obviedades. Dicho en
    otros términos: ¿para qué sirve una
    teoría del compromiso tan "fácil", si siempre
    estamos comprometidos? La contradicción se libera cuando
    Sartre sostiene que debe escribirse con una plena
    conciencia de que se está tomando una postura y,
    más aún, de qué postura se está
    tomando. Así como anteriormente, en el existencialismo
    burgués visto en el apartado anterior, el
    compromiso era con la libertad y la mala fe era atribuir a
    factores externos situaciones en las que el sujeto es el
    verdadero responsable, en esta etapa sartreano- marxista
    del compromiso, el acto genuino se basa en la conciencia
    de ese compromiso, y con las cláusulas (la
    contemporaneidad, lo concreto, la funcionalidad social de la
    escritura) que Sartre mezcla con el marxismo: "Ya que el
    escritor no tiene modo alguno de evadirse, queremos que se abrace
    estrechamente con su época; es su única
    oportunidad; su época está hecha para él y
    él está hecho para ella
    . (…) Ya que
    actuamos sobre nuestro tiempo por nuestra misma existencia,
    queremos que esta acción
    sea voluntaria
    " (SARTRE, 1948).

    ¿Por qué se escribe? es la
    última pregunta de Sartre sobre literatura en esta obra: y
    la responderá instigando a que se escriba para hacer uso
    de esa herramienta social que es la escritura en la
    recepción, con el fin de multiplicar los márgenes
    de libertad en el individuo.
    Nótese, de paso, en comparación con el primer
    apartado, que la categoría de situación
    ahora ha penetrado en aquel Sartre abstracto hasta el
    punto de cambiar de plano lo que entendía dos años
    atrás por libertad: mientras que en El
    existencialismo es un humanismo
    se preguntaba qué
    hacer con la libertad y cómo conducirse en ella,
    aquí, aunque aún no abandone parte de su viejo
    discurso, acota un poco, matiza los márgenes de sus
    posibilidades de ejecución en el sentido de que aunque
    habitemos en ella, no lo hacemos de manera exclusiva:
    "Concebimos sin dificultad que un hombre, aunque su
    situación esté totalmente condicionada, puede ser
    un centro de indeterminación irreductible. Ese sector
    imprevisible que se muestra
    así en el campo social es lo que llamamos libertad y la
    persona no es
    otra cosa que su libertad
    . (…) Nosotros nos
    limitaremos a observar que, si la sociedad hace a la persona, la
    persona, por una vuelta parecida a la que Augusto Comte
    denominaba paso por la subjetividad, hace a la sociedad
    "
    (SARTRE, 1948). Se busca poner al hombre en relación con
    su responsabilidad y con su libertad matizada; poner al
    hombre en posesión activa de lo que es,
    haciéndolo consciente de lo que se ha hecho, en
    principio, de él
    . En esta doble visión
    (dialéctica) se basa, ahora, Sartre.

    En ¿Qué es la literatura?,
    entonces, Sartre, por momentos plenamente crítico en
    términos marxistas y por momentos defensor a ultranza de
    una cierta noción de "libertad en última
    instancia", traza, sin embargo, sus primeras líneas
    consistentes respecto del intelectual que terminará
    siendo. Función social, según citamos, dice
    Sartre en ¿Qué es la literatura? Una función
    social que tiene en común con ciertas líneas
    marxistas el ver a la obra literaria como un instrumento que debe
    estar al servicio de la
    conciencia de clase, una
    función social que tiene como corolario desnudar los
    presupuestos
    universalistas de la burguesía a lo largo de su historia de una manera que a
    un Foucault de
    veintidós años le serviría con seguridad para
    sus posteriores trabajos. Este desmantelamiento de los
    universalismos burgueses es trabajado por Sartre aquí
    según la lectura que
    realiza del espíritu de análisis,
    estrechamente ligado a la categoría de
    ideología, y que bajo la lente sartreana es
    componente fundamental del discurso a través del cual la
    burguesía se afianzó en el poder,
    denunciando las desigualdades a priori del feudalismo para
    con las otras clases
    sociales y, posteriormente a la época dorada de
    la burguesía como clase universal (esto es, después
    de que comiencen a producirse desfasajes de clase),
    refuncionalizando los viejos gritos de libertad, igualdad y
    fraternidad para conservar una universalidad de clase que
    comenzaba a ser falsa. El trabajo del
    Sartre de posguerra, la tarea del Sartre en tanto intelectual del
    compromiso (de este compromiso), es entonces, por
    una parte, develar los falsos presupuestos de la
    burguesía, y por otra, denunciar a los escritores que se
    eligen burgueses (cuando bien podrían haber
    renunciado a ser funcionales a la clase de la que surgieron: una
    parcela de libertad de elección desaprovechada o utilizada
    por ellos de mala fe). Cuando la función social
    objetiva que Sartre le atribuye a la literatura en sus tres
    preguntas antes analizadas es ignorada (generalmente en forma
    voluntaria), se está frente a un escritor que se ha
    elegido, en términos de Antonio
    Gramsci, orgánico: burgués, provenga de
    la clase que provenga.

    Compromiso, responsabilidad: retomamos términos
    que Sartre había utilizado muy de otra manera en sus
    primeros trabajos, en su faz "abstracta" que ahora el propio
    Sartre bien hubiera llamado "burguesa" como lo hicimos nosotros
    aquí. Burguesa porque él se mostraba en sus
    escritos pasivo frente a las problemáticas concretas e
    históricas que le rodeaban al cierre de la guerra.
    Burguesa, también, porque el propio Sartre, al decir en
    ¿Qué es la literatura?: "aunque nos
    mantuviéramos mudos y quietos como una piedra, nuestra
    misma pasividad sería una acción. Quien consagrara
    su vida a hacer novelas sobre los
    hititas tomaría posición por esta abstención
    misma. El escritor tiene una situación en su época;
    cada palabra suya repercute. Y cada silencio también.
    Considero a Flaubert y Goncourt responsables de la
    represión que siguió a la Comuna porque no
    escribieron una sola palabra para impedirla
    " (SARTRE, 1948),
    está ejerciendo una autocrítica visible sobre su
    trabajo inicial abstracto en tiempos donde los críticos
    marxistas le demandaban ser concreto. Esta asociación
    entre abstracción y burguesía es fundamental para
    comprender al Sartre de 1948, en la medida en que la
    burguesía no podrá sino ser abstracta (en tanto que
    falsamente universalista) precisamente para velar (a
    través del velo de la ideología) lo
    concreto, que nada tiene que ver, ahora, ni con la libertad ni
    con la igualdad ni con la fraternidad. El escritor que escribe
    sobre los hititas no dista del primer Sartre, el que habla de
    libertad universal, porque ninguno de los dos, por responsable
    que parezca el segundo en comparación con el primero, se
    involucra verdaderamente, en sus escritos, en la
    problemática que le concierne, en su
    época.

    Como sea, este apartado ha servido únicamente a
    lo que debemos entender por el Sartre de influencias marxistas,
    el que ya no discute las viejas críticas que sí
    discutía en El Existencialismo es un humanismo.
    Todo esto nos lleva ahora a continuar un recorrido que nos
    permitirá apreciar cómo Sartre termina construyendo
    una representación del intelectual de la que
    todavía no hemos hablado en forma
    específica.

    1.-Construcción sartreana del
    intelectual

    Puede ir observándose, según lo dicho
    hasta el momento, que Sartre pretende del intelectual un
    compromiso que abogue, por así decirlo, en pro de una
    concientización de la recepción,
    específicamente de las masas dominadas por la clase
    dirigente. El prototipo del intelectual sartreano queda
    implícito hasta este apartado, donde desarrollaremos el
    modelo que el
    propio Sartre sugiere manifiestamente.

    En Situations VIII, Autour de 68 [Situaciones
    VIII, Alrededor del 68], Sartre construye una
    representación del intelectual según la cual
    éste se vuelve tal a partir de una especie de momento de
    revelación, un momento en el que cobra consciencia
    de una contradicción entre su praxis y el
    destino que a ésta se le da: "(…) se los puede
    encontrar
    [a los intelectuales] en el cuadro de los que yo
    llamaría las técnicas
    del saber práctico. En realidad todo saber es
    práctico. Pero no hace mucho tiempo que eso se sabe, por
    ello empleo esas
    dos palabras juntas; los técnicos del saber
    práctico constituyen o utilizan, por medio de disciplinas
    exactas, un conjunto de conocimientos que tienden en principio al
    bien de todos. Ese saber tiende, naturalmente, a la
    universalidad: un médico estudia el cuerpo humano
    en general para poder curar, en no importa quién, una
    enfermedad cuyos síntomas habrá descubierto y para
    la cual conocerá los remedios. Pero el técnico del
    saber práctico puede ser, igualmente, un ingeniero, un
    sabio, o un escritor, un profesor. En
    todos los casos, en efecto, se encuentra la misma
    contradicción: el conjunto de sus conocimientos es
    conceptual, es decir universal, pero no sirve nunca a todos los
    hombres; sirve, en el conjunto de los países capitalistas,
    ante todo a ciertas categorías de personas, pertenecientes
    a las clases dirigentes y a sus aliados. Desde ese punto de
    vista, la aplicación de lo universal nunca es universal,
    es particular, concierne a particulares. De allí resulta
    una segunda contradicción, concerniente al técnico
    mismo que es universal en sus trabajos generales, en su manera de
    conocer, pero que se encuentra de hecho trabajando para los
    privilegiados y, de golpe, se pone de su lado: esta vez es
    él mismo quien está en juego.
    Aún no hemos definido el intelectual; hay técnicos
    del saber práctico que se acomodan muy bien a su
    contradicción o que se arreglan para evitar sufrir por
    ella. Pero cuando uno de ellos se da cuenta de que su trabajo
    universal sirve a lo particular, entonces la conciencia de esa
    contradicción –lo que Hegel llamaba
    conciencia desgraciada- , es precisamente lo que lo caracteriza
    como intelectual
    ." (SARTRE, 1970)

    El intelectual es, entonces, un ser que percibe que ya
    no puede volver a ser el mismo, que acomodar su conciencia nueva
    a cualquier forma de conservación de su complicidad con la
    clase dirigente es nefasto porque la verdad objetiva se presenta
    como imposible de evadir y no hay siquiera la posibilidad
    de que actuar de mala fe le resulte convincente. En suma, el
    intelectual, al nacer en este cambio de perspectiva que va del
    alienado técnico del saber práctico a la
    conciencia desgraciada, se ve obligado, sin
    opciones ni posibilidad real de elegir, a resolver de alguna
    manera su contradicción en principio interna. Es llamativo
    cómo Sartre, aquí, no renuncia, como podría
    suponerse, a la categoría de libertad que era la
    columna vertebral de su filosofía abstracta: Sartre
    ve la libertad precisamente en toda esa praxis impredecible que,
    una vez que el intelectual se transforme en tal, se
    inclinará a ejecutar.

    Pero esta especie de criatura monstruosa que germina, el
    técnico que des- cubre la perspectiva objetiva del mundo,
    no lo hace simplemente por una crisis
    interna, casi adolescente, inmanente del sujeto; precisamente,
    esta contradicción es constitutiva del propio
    sistema
    , se trata de una contradicción que surge en su
    corazón
    mismo, y es así como el sujeto, al encontrarse con su
    desesperante situación (vale decir, al situarse
    forzosamente
    ), ha comenzado a leer, con el mismo movimiento y
    para su alivio y desesperación simultáneos, una de
    las contradicciones inherentes al propio estado actual
    de cosas que simplemente lo penetra también en
    él. Su perspectiva nueva, entonces, desmiente,
    simultáneamente, la universalidad del hombre en el
    capitalismo,
    la rectitud ética de
    sí mismo en tanto individuo al ser cómplice de la
    reproducción de la dominación y los
    privilegios como constitutivos de la clase dirigente, y,
    finalmente, des- individualiza la crisis al cobrar, ese
    individuo, conciencia de su condición de mera metonimia de
    toda la sociedad capitalista, ahora una sociedad objetivamente
    injusta. De pronto está ante una nueva perspectiva, de
    repente está en el lugar exacto de quien debería
    ser un denunciante de la injusticia social, y entonces no puede
    vivir, en caso de que devenga intelectual, sino del otro
    lado
    de la dominación. Este pasaje al otro
    lado
    , no obstante, no es del todo posible: el técnico
    del saber práctico devenido intelectual es observado con
    desconfianza por aquellos con los que viene a solidarizarse, y es
    despreciado al mismo tiempo por las clases dirigentes que lo ven,
    mínimamente, como a un desagradecido, como un
    desertor y como alguien que ha pasado a "meterse en
    cosas que no le conciernen
    " (SARTRE, 1965)

    Sartre realiza, en este trabajo, una rápida
    tipología de intelectuales que poseen mayor o menor
    efectividad crítica de acuerdo a su praxis: entre los
    tipos de intelectual de los que se ocupa están los que
    buscan autoconstruirse como combativos sin terminar de ser
    funcionales a la clase dirigente, intelectuales aparentemente
    comprometidos pero formalmente orgánicos (Gramsci)
    ya que son funcionales a la clase dirigente en su posición
    de técnicos del saber práctico particularizado
    de hecho; este tipo de intelectual es llamado por Sartre
    intelectuales clásicos: "Nada mejor que
    denunciar la guerra de Vietnam
    para los profesores de la Universidad
    norteamericana. Pero esa denuncia es poca cosa (ineficacia
    relativa) después de los trabajos que algunos de ellos
    efectúan, en los laboratorios puestos a su
    disposición, para dar nuevas armas al
    ejército de los Estados Unidos
    ." (SARTRE, 1970). Con
    todo esto no sostiene Sartre sino que, y en esto mucho tuvo que
    ver el Mayo francés de 1968, la figura del intelectual
    clásico no contenta o no debería contentar
    llanamente al técnico del saber práctico devenido
    intelectual. Es de suponerse que ese intelectual siga siendo
    orgánico mientras no pliegue radicalmente su existencia
    real y sus saberes (ahora "hurtados" a la clase dirigente) a las
    clases oprimidas. Con todo, esta clase de intelectual
    clásico, no del todo derribado finalmente por la
    revuelta metodológico- política del Mayo
    francés por insuficiente y por funcional al poder a pesar
    de todo, no constituye el escalafón más bajo en lo
    que podríamos llamar provisoriamente ineficacia
    estratégica: son aquellos a los que Sartre llama falsos
    intelectuales,
    o quizá, intelectuales
    reformistas, la clase de (pseudo) intelectual más
    peligrosa; ellos "Toman pues el porte del intelectual y
    comienzan por impugnar como él la ideología de la clase dominante, pero es
    una impugnación trucada y constituida de tal manera que se
    agota en sí misma y muestra así que la
    ideología dominante resiste a toda impugnación; en
    otros términos, el falso intelectual no dice
    no
    como el verdadero; cultiva el "no, pero…" o el "lo
    sé muy bien y sin embargo
    …" ". (SARTRE, 1965;
    el subrayado pertenece a la fuente) Ante estos falsos
    intelectuales
    , que falsean también las posibilidades
    de generar críticas al sistema y dan
    solo un efecto de impugnación, no cabría
    otra cosa, sostiene Sartre, que la radicalización de la
    posición del intelectual propiamente dicho, una
    radicalización estratégica, casi pedagógica,
    que limpia, en cierta forma, los relativismos
    maquiavelistas del falso intelectual.

    Está claro que Sartre ve el rol del intelectual
    como un agente que debe plegarse a las clases oprimidas de varias
    formas, no únicamente desde su denuncia verbal
    (intelectual clásico); esta representación de
    intelectual es la del que pone también el cuerpo,
    la figura del que denuncia, del que devela las formas encubiertas
    que tiene la clase dominante en tal y cual circunstancia de dar
    vigencia a su ideología; es por tanto, una figura
    intervencionista a todo nivel; resulta evidente, por un
    lado, cómo Sartre quiere escapar de esa
    construcción "cerebral" que se ha hecho del intelectual
    clásico, para configurar uno que, a raíz de su
    conciencia desgraciada, se sitúe, volviéndose
    concreto y activo, solidario con una clase a la que no pertenece
    (la oprimida), abogado y conscientizador de las masas,
    denunciador de injusticias de clase, portavoz de los oprimidos y,
    sobre todo, alguien que tome la mayor distancia posible de su
    condición a priori de orgánico al poder,
    esto es, de su condición de técnico del saber
    práctico. Por otra parte, es también evidente la
    manera en la que Sartre complejiza su categoría de
    compromiso y las estrategias del intelectual con el correr de sus
    obras. Al intelectual que pretende Sartre no le basta con el
    ejercicio crítico en su disciplina
    específica
    ; es, en los términos que Edward Said
    utiliza en Representaciones del intelectual parafraseando a su
    vez a Michel Foucault, un intelectual universal (SAID,
    1994).

    Como puede apreciarse, repasando, sobre todo en tren de
    culminar las comparaciones con el Sartre al que
    dedicáramos unos parágrafos en la
    primera parte de este trabajo, aquí hay varias cosas, a
    esta altura, que no se pueden elegir. La categoría
    de elección, estrechamente relacionada con la de libertad,
    cambia radicalmente entre El Existencialismo es un
    humanismo
    y el Sartre que ya prefigura ¿Qué
    es la literatura?
    . Pero aumentando la distancia entre un
    Sartre y otro, el Sartre del `68 francés será el
    predicador de una actitud a la
    que estamos obligados. Como técnicos del saber
    práctico, cobramos conciencia desgraciada; tan pronto como
    a partir de allí mismo, empiezan los compromisos
    obligados, a menos de actuar lo suficientemente de mala
    fe
    como para acomodar la conciencia desgraciada a un olvido
    artificial.

    Para finalizar esta sección, remito finalmente a
    dichos del propio Sartre: el primero corresponde a 1960 en una
    entrevista realizada por Madeleine Chapsal para Los escritores
    en persona
    : "(…) salvo un pequeño grupo de
    personas acomodadas, pertenecientes a la clase dirigente, la
    escritura o la política no se eligen. La situación
    decide. A los hombres del Frente de Liberación Nacional,
    por ejemplo, el problema político se les planteó
    inmediatamente, con violencia; es
    toda una generación que, desde la primera infancia, fue
    arrojada a la guerra. El recurso a la violencia no representa una
    opción, en este caso, sino una orientación por la
    situación. Después de esto, cuando la guerra
    termine, se encontrarán entre ellos, quizás,
    personas que escriban. Pero la política y la guerra
    habrán sido su herencia
    primero." (SARTRE, 1960); cito
    ahora nuevamente una entrevista a Sartre diez años
    después, en 1970, de la revista New
    Left
    , en donde puede verse claramente en qué ha
    terminado
    , diríase que desde ¿Qué es
    la literatura
    ?, la categoría sartreana de
    libertad. Compárese sobre todo con las
    líneas iniciales dedicadas al Sartre
    burgués: "(…) hay que recordar que yo no
    estaba hecho para la política y que, sin embargo, la
    política me ha cambiado tanto que, finalmente, me he visto
    obligado a hacerla. Es esto lo que resulta sorprendente
    "
    (SARTRE, 1970).

    Las conclusiones que podríamos extraer de estas
    citas ya fueron sacadas en el transcurso de esta sección.
    La relación entre el intelectual (con su respectiva
    metamorfosis que va desde el técnico del saber
    práctico hasta la conciencia desgraciada, como se
    sintetizó arriba) y el compromiso involucra visiblemente
    un develarse de la falsedad del sistema capitalista, un
    develarse que se da desde el intelectual, que como
    hombre privilegiado por la clase dirigente, puede volverse
    consciente de la desigualdad constitutiva del sistema. Y este
    develarse va dirigido a las masas, a las clases
    oprimidas en tanto se pueda, que son las que, ante todo, deben
    volverse conscientes de la desigualdad que padecen: "Mostrar,
    demostrar, representar. Eso es el compromiso. Después de
    eso, la gente se mira y hace lo que quiere
    " (SARTRE, 1960).
    Ese es el rol del escritor en tanto intelectual. Ese es el rol
    del intelectual, que debe desempeñarse, ante todo, en
    la acción
    , esto es, no abandonando el
    bolígrafo, sino fuera de la esfera de su saber
    específico. Es la única forma de renunciar a ser
    orgánico.

    2.-Conclusiones

    Se han elegido algunas entrevistas a
    Sartre y algunos de sus trabajos más representativos en
    relación con los temas que nos conciernen. El
    existencialismo es un humanismo
    nos fue útil para
    descubrir los puntos de partida abstractos de un Sartre que
    forzosamente (cualquiera sea el alcance de esta palabra) se ha
    visto en adelante involucrado en un compromiso de índole
    política y por el cual tuvo que renunciar a su
    condición de teórico burgués. Esto comenzaba
    a vislumbrarse en ¿Qué es la literatura? En
    este sentido, es más que esperable que Sartre conciba al
    intelectual como un técnico del saber práctico que
    poco a poco va descubriendo su conciencia desgraciada, ya que es
    Sartre mismo el que experimenta esta conciencia a lo largo de sus
    trabajos.

    Toda lectura de
    Sartre que atienda a su construcción de una figura de
    intelectual debería ser una lectura de balance de su
    obra crítica
    , a menos que se desee descuidar lo
    más notable de este balance: que el proceso de
    conversión de un burgués a un intelectual se
    percibe tangiblemente en su propia obra crítica.
    Este proceso, explicado por Sartre en Alrededor del 68, se
    vuelve la glosa aclaratoria de toda lectura de Sartre que vaya
    por estos carriles.

    Podríamos decir que Sartre fue un intelectual que
    resolvió a lo largo de su vasta producción crítica y literaria, los
    problemas inmediatos de su tiempo y, para decir más, fue
    capaz de dar una perspectiva concreta al intelectual a
    través de la noción de situación; fue
    capaz de enmarcar las estrategias a llevar adelante por parte del
    intelectual de su tiempo a través de la noción de
    compromiso, fue capaz de concebir una posibilidad en
    el hombre de
    convertirse en crítico de la propia criatura en la que fue
    convertido por el sistema a través de la noción
    misma de intelectual, fue capaz de no perder finalmente la
    visión dialéctica (que demasiados marxistas
    pierden) entre la libertad y el condicionamiento,
    y, finalmente y quizá como el punto fundamental en la
    figura de Sartre como referencia obligada en lo que respecta a la
    relación escritor – política, ha podido
    articular todas estas nociones desde una autocrítica
    formidable, desde una revisión permanente de sus propias
    consideraciones y desde una agudeza crítica para con su
    propia existencia social, punto de referencia difícil de
    ver por estar demasiado cerca de los ojos.

    Algunos intelectuales sartreanos tienen la suerte de
    morir a tiempo sin tener que lidiar con una pregunta que debe ser
    al menos molesta: ¿cuándo se deja de ser actual?
    ¿cuándo se pierde uno de la lectura actualizada de
    su tiempo? ¿puede esto advertirse fácilmente?
    Vuelvo, para cerrar, a estas palabras: "el deber del literato
    consiste, no solamente en escribir, sino también en saber
    callarse cuando es necesario
    " (SARTRE, 1948).

    Provocaciones: afinidades entre un Sartre y Borges

    3.-Sartre: el escritor que
    escribe sobre los hititas:

    La imagen de
    intelectual de Sartre en el marco del fascismo
    internacional de 1946 dista demasiado poco de la del Borges de la
    Dictadura militar
    argentina entre 1976-1983, también en un marco de
    fascismo. Borges, pero también Sartre, dotados, en alguna
    de sus aristas (pues ya se hablará de Borges y su supuesta
    condición de a- crítico), de una abstracción
    sorprendente en un contexto donde era condenablemente poco
    ético serlo. Lo de Sartre, sin embargo, puede resultar
    quizás doblemente impugnable en la medida en que estaba,
    por voluntad propia, ligado a la discusión política
    y, no obstante ello, seguía aferrado a una
    abstracción teórica asimilable a la de la falsa
    conciencia
    . Borges, en cambio, según dijo en su
    arrepentimiento posterior por su evasión
    política (no podemos menos que creerle), desconocía
    por completo aquella su realidad histórica.

    La aseveración es polémica pero no carente
    de sentido, y obliga a preguntarse lo que sigue: ¿no es
    peor un escritor- vocero mal comprometido que un escritor
    del que sabemos claramente que podemos esperar poco en
    términos específicamente políticos? El
    primero, que es Sartre, se autoconstruye de tal manera que
    necesita que la recepción lo lea y se vea representada, en
    última instancia, por él en términos
    políticos. ¿No pretende ese escritor que se
    confíe demasiado ciegamente en él? ¿No es
    potencialmente mucho más dañino un falso
    responsable dando directivas (Sartre de 1946) que un
    abierto irresponsable que no representa demasiado a
    su recepción (Borges)? Este, por otro lado, no es un
    riesgo del
    intelectual en general, sino del intelectual de perfil sartreano-
    marxista, ese intelectual vocero y representante de aquellos por
    los que habla.

    Fernán Tazo

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