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Vico, el primer antimoderno




Enviado por Moris Polanco



    El juicio racional es lo que derrota al hombre
    —Joseph Conrad

    ¿Qué importancia tiene Vico en los
    inicios del siglo XXI? Mucha, especialmente para quienes
    intentamos que la voz del pensamiento
    hispano se escuche en el contexto de la posmodernidad.
    Porque Vico representa, junto con Juan Luis Vives y
    Gracián, entre otros, lo mejor de la tradición
    humanista de origen latino, que se contrapone tanto a la
    filosofía racionalista continental, como al empirismo
    anglosajón. Gracias a autores como Ernesto Grassi podemos
    ver hoy el humanismo
    renacentista y barroco no
    como un simple movimiento
    cultural de recuperación de los clásicos
    grecolatinos, sino como una manera distinta de hacer
    filosofía. En esta comunicación, que pretende ser el inicio de
    una investigación mayor sobre la
    conexión entre el humanismo latino y el pragmatismo,
    me propongo explorar la raíz de las discrepancias que Vico
    tenía con prácticamente todos los filósofos importantes de su tiempo, desde
    Maquiavelo y
    Hobbes, hasta
    Descartes,
    Locke, Spinoza y Leibniz. Mi intuición —que he visto
    confirmada en artículos y libros
    recientes sobre el humanismo— es que la oposición de
    Vico a la filosofía de su tiempo no era tradicionalismo,
    como una lectura
    superficial de sus obras (especialmente, de su
    Autobriografía), podría sugerir, sino que
    esconde una visión de la filosofía que no
    encontró eco en su tiempo, pero que daría lugar,
    pasado un siglo, a un fuerte movimiento de oposición a
    la
    Ilustración. Hoy en día podemos ser más
    abarcadores que los románticos del siglo XIX, y afirmar
    que Vico fue uno de los primeros antimodernos, y que su manera de
    hacer y ver la filosofía —junto con la de muchos
    pensadores hispanos— podría considerarse como la
    versión latina de la posmodernidad.

    En cuanto al origen de mi interés
    por Vico, puedo decir que se debe a mi descubrimiento del
    libro de Mark
    Lilla, G. B. Vico. The Making of an Anti-Modern. En
    él encontré resonancias de ideas a las que he
    venido dando vuelta, prácticamente desde que
    escribí mi tesis doctoral
    sobre Hilary Putnam,
    entre 1994 y 1997. De alguna forma, considero que esta
    línea de investigación en la que me encuentro, es
    continuación directa del trabajo que
    presenté en el Tercer Congreso Nacional de
    Filosofía, en 2002, titulado "Los usos de la razón.
    El escepticismo antiguo y la filosofía como forma de
    vida". Pretendo continuar este trabajo, como decía, y
    escribir sobre la tradición humanista y el pragmatismo,
    para el Cuarto Congreso Nacional de Filosofía, en octubre
    de este año.

    Giambattista (Giovanni Battista) Vico nació en
    Nápoles en 1668. Era el decimotercero y último hijo
    de un modesto librero. Su debilidad corporal, agravada por una
    caída en la niñez, le hizo bastante tímido y
    retraído, al punto de que casi todos sus estudios los
    realizó de manera autodidacta, por temor a las burlas de
    sus compañeros. No obstante, llegó a ser Profesor de
    elocuencia latina en la Universidad de
    Nápoles en 1699, cargo que ocupó hasta pocos
    años antes de su muerte, en
    acaecida en 1744. Vico estudió leyes, con el fin
    de ganar una cátedra de Derecho Civil en
    1723, lo cual no pudo lograr. Posteriormente a esa fecha, se
    dedicó mayormente a los estudios de historia, y llegó a
    ser cronista real de los Borbones napolitanos (Carlos VII de
    Nápoles y III de España).
    Su obra más famosa es la Ciencia
    Nueva (cuyo título completo es Principios de una
    ciencia nueva
    en torno a la
    naturaleza
    común de las naciones
    ), pero posiblemente para efectos
    de investigación filosófica sea más
    importante su obra Sobre la más antigua
    sabiduría de los italianos, a partir de los
    orígenes de la lengua
    latina
    , publicada en 1713.

    A Vico le tocó vivir en un período en el
    que ya había arraigado el racionalismo,
    y su genio fue eclipsado por figuras como las de Descartes,
    Locke, Leibniz, Malebranche y, posteriormente, Kant. Su obra
    habría desaparecido, de no haber sido descubierta por los
    románticos de la primera mitad del XIX. Benedetto Croce
    llegó a decir de Vico que era "ni más ni menos que
    el siglo XIX en germen". Isaiah Berlin, por otra parte,
    sitúa a Vico a la cabeza del movimiento de la contra
    Ilustración. Según la visión
    de Berlin, los filósofos ilustrados franceses eran
    "racionalistas radicales que de manera dogmática
    sostenían que todas las verdades acerca del hombre y de la
    naturaleza eran universales, objetivas, atemporales y
    transparentes a la razón. Como movimiento,
    proponían doctrinas filosóficas y políticas
    esencialmente ahistóricas, que probaron ser
    —según Berlin— utópicas, inflexibles,
    deterministas, arrogantes, insensibles, homogenizadoras e
    intolerantes".

    Lo interesante del análisis de Berlin es que el pensamiento
    posmoderno de nuestros días rechaza la visión de la
    verdad, de la ciencia, de la filosofía y de la
    racionalidad que tenían los filósofos ilustrados,
    lo cual ha hacho que algunos filósofos vuelvan de nuevo su
    atención hacia Vico, pues el
    filósofo napolitano también se oponía al
    racionalismo y al empirismo —aunque por distintas razones,
    como veremos.

    La cultura
    latinoamericana, a mi parecer, está imbuida en la manera
    francesa y racionalista de entender la filosofía. Para
    ilustrar este punto, me gustaría referirme a una reciente
    publicación popular, la revista Muy
    interesante
    , que dedica su número 29 (2003) al tema de
    la filosofía. En esta revista podemos leer afirmaciones
    como las siguientes:

    "La sabiduría es lucidez perfecta, conocimiento
    seguro de lo
    que de verdad importa".

    "La herramienta con la que el filósofo trata de
    conquistar esa lucidez admirable es la razón.
    Entiéndase bien: la razón individual del propio
    filósofo".

    "El filósofo no puede delegar en nadie. En
    particular, no puede apelar a la autoridad de
    una tradición o una ideología recibida".

    "Se ha dicho que darse a la filosofía es
    incorporarse a la ya antigua tradición de los que han
    decidido vivir sin tradición".

    "Los intereses de filósofo son tan ajenos a los
    del común de los mortales, su actitud ante
    la vida tan extravagante, que cabe recelar en él un
    prurito de originalidad, o acaso el resentimiento propio del
    inadaptado".

    Esto es pensamiento moderno, ilustrado, racionalista, lo
    que equivale a decir passé. Ningún
    filósofo serio en la actualidad sostiene esta
    visión de la filosofía, que se nos hace un tanto
    cómica e ingenua. No sabemos aún qué forma
    tomará el pensamiento filosófico de la primera
    mitad del siglo XXI. Lo que sí podemos afirmar —creo
    yo— es que estará muy lejos de los ideales de la
    Ilustración racionalista.

    Yo veo la reacción antimoderna y posmoderna como
    una gran oportunidad para reivindicar la concepción
    viquiana de la filosofía. Que no es sólo de Vico:
    es la de los antiguos romanos; es la de los pueblos latinos,
    antes del escolasticismo.

    Sabemos que los romanos no fueron un pueblo que
    produjera muchos filósofos. Eran un pueblo
    práctico, entregado —en sus mejores tiempos— a
    la
    organización y al gobierno. Los
    romanos, al contrario de los griegos, no eran propensos al
    escepticismo; su forma de vida práctica los impulsaba a
    aferrarse a creencias firmes.

    Vico preveía el peligro del escepticismo en la
    ciencia de su tiempo. Creí que el error del racionalismo
    de Descartes, o del empirismo de Locke (igual da) era el mismo
    que el de los estoicos y epicúreos: suponer que el camino
    a la sabidirúa estaba formado de verdades, cuando en
    realidad está constituido por certezas y orden.

    Lo que pensaba Vico en esta materia puede
    sonar a los oídos modernos totalmente escandaloso y sin
    posibilidad de defensa, pero dado que el proyecto moderno
    tampoco puede ufanarse de mucho éxito,
    oigamos al menos lo que Vico tiene que decir.

    Vico sostiene que fueron la autoridad y la
    superstición las que protegieron a los primitivos romanos
    del escepticismo de la filosofía griega, y les
    permitió construir primero una gran ciudad, y luego un
    gran imperio. Con otras palabras: la sociedad tiene
    siempre unos fundamentos irracionales, y si la ciencia política los
    desprecia o no los toma en cuenta comete un gran error. Es un
    error, para Vico, suponer que la civilización comienza
    cuando se desecha el mito. La vida
    humana, la sociedad y la civilización siempre
    necesitarán de mitos, aunque
    sea el mito de la ciencia y del progreso. Es preferible creer en
    mitos sabiendo que son mitos, a creer en ellos pensando que son
    verdades, porque cuando se descubre que no lo son (porque el
    conocimiento del hombre siempre será limitado, dada su
    naturaleza caída) sobreviene el escepticismo, el
    desengaño y la parálisis mental.

    No es necesariamente cierto que un mundo de gente
    más educada, más racional y "científica" sea
    un mundo más feliz. Películas como
    Interiores de Woody Allen nos muestran lo terriblemente
    trágica que puede ser la vida de una familia que
    aparentemente lo tiene todo en la vida: dinero,
    educación,
    buena fama… Tampoco es necesariamente cierto, como pensaba
    Kant, que la función de
    la razón sea producir la buena voluntad. Se puede ser muy
    ilustrado y a la vez un monstruo, como muy bien lo ilustran los
    nazis. Parece ser —y éste era el punto de
    Vico— que la sociedad humana necesita algo más que
    la razón para funcionar bien. Necesita creencias,
    tradiciones, autoridad. Y el racionalismo devasta las creencias,
    las tradiciones y la autoridad. Las sociedades
    tradicionales están particularmente indefensas ante el
    racionalismo. Muy pronto se produce en ellas la rebelión
    de las masas: individuos de mentalidad "democrática" que
    piensan que su opinión vale tanto como la un sabio,
    simplemente porque es la suya. O que creen que tienen tanto
    poder como
    cualquier otro, simplemente porque su voto cuenta,
    numéricamente, tanto como el del Papa. Personas que se
    ufanan de desconocer la historia, el arte y la
    filosofía, porque en su autorizada opinión "no
    sirvan para nada". Con esa clase de
    idiotas bárbaros la civilización no puede
    sobrevivir. Ya lo decía Ortega:

    "En las escuelas (…) no ha podido hacerse otra cosa
    que enseñar a las masas las técnicas
    de la vida moderna, pero no se ha logrado educarlas. Se les han
    dado instrumentos para vivir intensamente, pero no sensibilidad
    para los grandes deberes históricos; se les ha inculcado
    atropelladamente el orgullo y el poder de los medios
    modernos, pero no el espíritu. Por eso no quieren nada con
    el espíritu, y las nuevas generaciones se disponen a tomar
    el mando del mundo como si el mundo fuese un paraíso sin
    huellas antiguas, sin problemas
    tradicionales y complejos".

    Vico también preveía el advenimiento de
    los idiotas salvajes, que serían como máquinas
    calculadoras perdidas en la vida, y situaba la causa de esa
    desviación en la educación moderna.
    El método
    moderno, en su ignorancia del alma y su
    prisa por el análisis produce estudiantes impacientes,
    irrespetuosos, abstraídos y desinteresados por los asuntos
    de la sociedad en la que vive. "Como consecuencia de esta
    negligencia —dice Vico— una noble e importante rama
    de estudio, la ciencia de la política, queda casi
    completamente abandonada y desatendida".

    Uno de los grandes males de nuestra época es el
    desinterés de la juventud por
    la política, por los asuntos de la vida ordinaria de su
    comunidad.
    Cuando el modelo del
    hombre sabio y noble que presentan las películas de
    Hollywood es el profesor distraído, que sabe mucho de
    ecuaciones y
    de fórmulas, pero que vive completamente alejado de la
    política (que, por otra parte, se presenta como el reino
    del engaño, la perversión y la ambición
    desmedida), ¿cómo podemos esperar que los buenos se
    interesen por la vida de la re-pública, de la cosa
    pública? El bueno, hoy, es el que se aísla, el que
    se desentiende, y se dedica a pensar en cosas abstractas. Al
    científico se la perdona todo (su imprudencia, sus
    manías, su egoísmo), porque es "muy sabio". Una
    mente maravillosa es la que es capaz de resolver complejos
    problemas lógicos o matemáticos. Hemos pasado, casi
    sin darnos cuenta, de las vidas hermosas a las mentes
    hermosas (A Beautiful Mind). Por eso se quejaba Vico de
    que

    "El mayor inconveniente de nuestros métodos de
    enseñanza es que prestamos excesiva
    atención a las ciencias
    naturales y muy poca a la ética
    (…). Debido a su entrenamiento en
    estos estudios, nuestros jóvenes son incapaces de
    involucrarse en la vida de la comunidad, de conducirse a
    sí mismos con suficiente sabiduría y prudencia, y
    tampoco saben infundir a sus palabras familiaridad con la
    psicología
    humana, o impregnar sus discursos de
    pasión. Cuando se trata de la conducta prudente
    en la vida, es bueno recordar que los eventos humanos
    están dominados por la fortuna y la elección, las
    cuales son sumamente volubles y están influidas por el
    disimulo. Como consecuencia, aquellos para quienes su
    única preocupación es el razonamiento abstracto
    tienen gran dificultad para alcanzar sus fines".

    La filosofía
    moderna y la ciencia se presentan a sí mismas como
    liberadoras del hombre, pero en realidad lo hacen esclavo, ya sea
    de sus impías ambiciones (Bacon), o de un insano
    racionalismo (Descartes). Se dice que los antiguos subyugaron al
    hombre con el dogma y la superstición, pero en realidad
    fueron los auténticos liberadores de la razón
    humana.

    Por muy reaccionaria que pueda parecer esta
    concepción, no pensemos que está lejos del
    pensamiento de otros filósofos, generalmente considerados
    como iconoclastas anti-tradicionalistas. Para muestra, dos
    citas de Nietzsche:

    "Todo lo que hay en la tierra de
    libertad, de
    finura, de osadía, de flexibilidad; la maestría en
    el pensar, en el gobernar, en el perorar o persuadir y en el arte
    de las costumbres, se desarrolló precisamente a fuerza de
    'tiranía' y de 'leyes arbitrarias', y hablando en serio,
    es harto probable que en esto consista la 'Naturaleza' y lo
    'natural' más bien que en el dejad hacer. (…) Lo
    esencial, así en la tierra como en
    el cielo, es obedecer largo tiempo en una misma dirección, de lo cual resulta, por fin,
    algo que nos hace soportable la vida. (…) 'Tú debes
    obedecer a quien quiera que sea, y por largo tiempo; de otro modo
    perecerás y perderás toda estimación de ti
    mismo'. Este me parece ser el imperativo moral de la
    naturaleza".

    "Toda filosofía no es otra cosa que la
    profesión de fe de quien la crea; una especie de 'memorias'
    involuntarias. El fin moral (o inmoral) constituye el verdadero
    nudo vital de toda filosofía, del cual sale después
    toda la planta".

    La tradición es importante; la autoridad y la
    disciplina son
    necesarias; la objetividad pura es un mito. ¿Quién
    iba a decir que Vico y Nietzsche se iban a encontrar en los
    albores de la posmodernidad?

    Por paradójico que parezca, la conciencia de la
    limitación de nuestra vida es social y moralmente sana. La
    ciencia y la técnica modernas han hecho creer al hombre
    que el progreso del bienestar no tiene límites, y
    que, por tanto, puede "abandonarse tranquilamente a sí
    mismo". Si para el hombre
    pre-moderno "vivir es sentirse limitado y, por lo mismo, tener
    que contar con lo que nos limita", para el moderno "vivir es no
    encontrar limitación alguna". Vivimos hoy, por tanto, en
    una cultura que ve la disciplina y la auto-limitación como
    un sinsentido, como algo negativo, propio de épocas que no
    habían desarrollado los medios para disfrutar de la vida.
    Pero tarde o temprano se descubre que la peor limitación
    es la que impone el propio capricho. La visión moderna
    produce hombres mimados.

    "Mimar —dice Ortega— es no limitar los
    deseos, dar la impresión a un ser de que todo le
    está permitido y a nada está obligado. La criatura
    sometida a este régimen no tiene la experiencia de sus
    propios confines. A fuerza de evitarle toda presión en
    derredor, todo choque con otros seres, llega a creer
    efectivamente que sólo él existe, y se acostumbra a
    no contar con los demás, sobre todo a no contar con nadie
    superior a él".

    ¿Cómo puede subsistir una sociedad en la
    que sus miembros se acostumbren a no contar con los demás?
    Vico estaría de acuerdo con Ortega en que una sociedad
    sana es aquella en la que los hombres han aprendido "esta
    esencial disciplina: ‘Aquí concluyo yo y empieza
    otro que puede más que yo. En el mundo, por lo visto, ya
    dos: yo, y otro superior a mí’". No es servilismo
    reconocer que hay otro ser superior a mí; no es tener
    mentalidad de esclavos admitir que somos criaturas. Platón
    no se rebaja como ser humano, cuando escribe en Las Leyes
    que "es Dios quien es, para ti y para mí, la medida de
    todas las cosas".

    El racionalismo lleva al hombre a no admitir otra medida
    de las cosas más que su propia razón, y de esa
    forma —sostiene Vico— cae en el error de desconocer
    sus límites. La ciencia moderna —cuya
    gestación Vico sitúa en los seguidores de Aristóteles— comete un grave error al
    confundir la certeza con la verdad. Verdad tiene Dios sobre la
    creación y la mente humana de sus productos
    (sobre todo, la matemática
    y la geometría). Certeza es lo que el hombre
    alcanza de las propiedades físicas de las cosas; pero
    propiedades físicas no es lo mismo que propiedades
    metafísicas, para Vico. Las propiedades metafísicas
    son como el modelo del escultor, mientras que las propiedades
    físicas son como la semilla de un árbol. Un modelo
    permanece sin cambio cuando
    el objeto se produce, mientras que una semilla pierde su forma en
    cuanto comienza a desarrollarse el árbol. "Vico no niega
    la existencia de estas formas físicas universales;
    simplemente sostiene que las formas metafísicas son
    previas a ellas". La ciencia moderna comete un gran error al
    hacernos creer que cuando conocemos las propiedades universales
    de las cosas (su forma física) estamos
    conociendo su verdad última. La tragedia del hombre
    moderno no es que no tenga acceso a la verdad metafísica, sino que crea que sí lo
    tiene. "Lo más que podemos esperar de las creencias es un
    tipo de conocimiento probabilística que depende en gran
    medida en la forma en que la ciencia opera". El único
    conocimiento verdadero al que el hombre tiene acceso es al que
    él mismo produce: el de las matemáticas y el de la geometría.
    "El hombre es como Dios cuando es matemático, no cuando
    contempla entidades que no puede esperar conocer, sino cuando
    sigue la guía divina y hace lo que quiere conocer con los
    elementos que tiene dentro de sí mismo".

    Este punto de los límites del conocimiento es tan
    crucial para Vico que él no duda en ponerse en contra
    tanto de los escolásticos como de los cartesianos. Al
    creer que se puede llegar a la verdad divina a partir de
    conocimientos empíricos, los escolásticos piensan
    haber alcanzado un conocimiento metafísico de la
    naturaleza, lo cual es imposible. Transgreden los límites
    de lo humano desde arriba, por decirlo así. Los
    cartesianos proceden a la inversa, pues intentan comprender la
    relación entre lo humano y lo divino a partir de lo humano
    (transgreden los límites "desde abajo"). Pero su error es
    básicamente el mismo: "así como Aristóteles
    se equivocó al tratar la física
    metafísicamente por medio de potencias y virtudes
    infinitas, también Descartes se equivocó al tratar
    la metafísica físicamente, por medio de actos y
    formas finitas".

    ¿Significa esto, entonces, que el hombre no tiene
    ninguna forma de acceso a la verdad divina? ¿Está
    encerrando Vico al hombre dentro de los límites de su
    propia razón, sin ninguna posibilidad de trascendencia?
    Una cosa es clara: Vico parte del hecho de la caída
    original. Como consecuencia del pecado de Adán, el hombre
    ha perdido irrevocablemente la intimidad con Dios. La pregunta
    que él mismo se hace es si, a pesar de ello, el hombre
    puede participar al menos parcialmente en lo divino. La respuesta
    de Vico es que el hombre tiene una gran capacidad de
    regeneración a través de conatos, los cuales operan
    dentro del reino de la certeza al que Dios lo ha
    limitado.

    El término tardo escolástico "conatus"
    había sido empleado por Hobbes en De Corpore y en
    On Human Nature. En esta última, traduce
    conatus por "endeavor", y algunos traductores de Hobbes al
    español
    han puesto "esfuerzo", cuando hubiera sido más claro, me
    parece, utilizar "conato". Por conato, Hobbes entendía la
    fuerza que hace que un cuerpo se mueva, aun cuando esté en
    reposo; es decir, es el origen interno de su propio movimiento.
    Para Vico —que se inspiró sobre esto más en
    Leibniz que en Hobbes— los conatos son como el enlace entre
    los dos mundos: el físico-humano y el
    metafísico-divino. Son creados por Dios en cada cuerpo
    como una semilla de eternidad y de verdad, por decirlo de alguna
    forma. Así como los puntos metafísicos de Leibniz
    son capaces de producir la extensión aunque ellos mismos
    no sean extensos, los conatos son las fuerzas que explican que,
    aunque Dios sea inmóvil, la naturaleza se
    mueva.

    Los conatos explican también, para Vico, la
    posibilidad de la libre determinación de los seres
    humanos. Dios actúa en nosotros en el origen de
    nuestro movimiento hacia él y hacia la verdad, pero esto
    no nos quita la libertad, porque el movimiento —el
    conato— es nuestro, tanto como nuestro cuerpo. Ni
    determinismo físico hobbesiano, ni determinismo
    metafísico à la Malebranche, por tanto, sino
    libertad, como en San
    Agustín y la tradición cristiana. "Por nosotros
    mismos somos incapaces de elevarnos al verum que es Dios
    (…), pero Él ha bajado al reino de la certeza y, a
    través del conato, nos impulsa a hacia
    Él".

    A la luz de la
    teoría
    de Vico de los conatos —mucho más compleja que este
    breve esbozo, por supuesto— percibimos por qué Vico
    era tan opuesto a la filosofía moderna: no tomaba en
    cuenta la naturaleza debilitada del hombre y, caía en el
    error en el que ya habían caído los
    epicúreos y los estoicos: hacer del hombre todas las
    cosas, o negar por completo su valor y sus
    capacidades. Al igual que estas dos antiguas escuelas de
    filosofía, el método moderno produce, tarde o
    temprano, escepticismo. "Una vez decepcionados por los pobres
    resultados del nuevo método, [los jóvenes] se
    apartarán de la vida pública, primero a un cierta
    soledad estoica, luego a un escepticismo sin esperanza. La huida
    moderna del certum termina en un escepticismo más
    desesperado que el de los antiguos, pues las defensas
    tradicionales del hombre —la religión, la
    autoridad, la retórica (…)— han sido
    barridas". Vico considera al escepticismo extremadamente
    peligroso. Al igual que Leibniz, ve en él "una revolución
    general que amenaza a Europa".

    ¿Cuáles eran los cargos que Vico levantaba
    contra el escepticismo moderno? ¿Quiénes eran los
    acusados? Los acusados eran los epicureístas Gassendi,
    Locke, Hobbes y Maquiavelo; el estoico Spinoza, y el pirronista
    Bayle. Aunque, como bien señala Lilla, de la lista
    anterior sólo Pierre Bayle aceptaría la
    acusación de ser escéptico, Vico tenía sus
    razones para acusar a los restantes de fomentar el
    escepticismo.

    Los cargos o acusaciones que Vico hace a los modernos,
    de acuerdo a Lilla, se pueden dividir en dos grupos: los de
    tipo teológico y los de carácter político. Desde el punto de
    vista teológico, Vico sostiene que los escépticos
    niegan la providencia divina; que, aunque acepten la existencia
    de Dios, niegan que, de alguna manera, Él sea Señor
    de la historia. Al negar la providencia, los escépticos no
    tienen otra alternativa que tratar el mundo natural como el reino
    de la total casualidad, o bien como regido por la más
    absoluta necesidad. Esto conduce a tras errores
    teológicos: el epicúreo, el estoico y el
    pirrónico.

    El error epicúreo consiste en creer que la
    casualidad y la fuerza rigen el mundo, y no la providencia y la
    justicia.
    Entre los modernos epicureístas están Maquiavelo y
    Hobbes. Los estoicos, en contraste, niegan que Dios establezca la
    relación de causalidad, o bien, ponen a Dios mismo bajo el
    poder de la necesidad. El panteísmo de Spinoza cae en esta
    categoría. Los pirrónicos, por último,
    niegan la presencia de Dios en el mundo (Pierre Bayle
    caería en este grupo, al
    sostener que pueden existir sociedades sin
    religión).

    La segunda objeción teológica que Vico
    hace al escepticismo moderno se refiere a su materialismo. El
    escepticismo político trata al hombre pura y simplemente
    como un cuerpo.

    Quien no comparta el punto de vista teológico de
    Vico podría alegar que esas objeciones no le conciernen.
    Eso está claro. Pero tal vez sí le llamen la
    atención las consecuencias políticas que de ellas
    se derivan: "una es que el materialista escéptico que
    niega la providencia se verá también forzado a
    negar la sociabilidad natural del hombre. Dado que la
    filosofía política moderna ve al hombre como
    impulsado por la pasión y no por Dios, a nadie
    debería sorprender que esa misma pasión lo lance a
    un mundo de terror hobbesiano que lo instruye en la astucia
    maquiavélica. Para el escéptico, ‘la
    sociedad’ es simplemente un producto del
    mundo, en el cual los individuos persiguen su propio beneficio
    (al que Vico llama utilitas). El hombre sin Dios o
    independiente de la razón no puede ser naturalmente un
    animal social".

    Esta última acusación de Vico contra los
    escépticos bien puede ser llamada individualismo. Pero la
    crítica
    de Vico no termina aquí. Para Vico, la enseñanza
    más peligrosa de la filosofía política
    moderna es que no existen el derecho y la justicia en la
    naturaleza, sino sólo en la opinión. Esto equivale
    a hacer de la fuerza y la utilidad las
    fuerzas rectoras de la vida humana.

    Dejando un tanto de lado las críticas de Vico a
    la ciencia y la filosofía política de su tiempo,
    intentaré hacer, ya para finalizar, una valoración
    del significado de Vico para nuestra cultura. En primer lugar, me
    parece que Guido Fassò acierta al afirmar que "la grandeza
    de la Ciencia Nueva está (…) en la intuición
    de que la verdadera realidad es la historia, y que lo individual,
    en lo que la historia consiste, no es menos verdad que lo
    universal". El gran error de la modernidad (y
    aquí incluyo la Ilustración, el racionalismo y el
    empirismo) consiste en querer encontrar la verdad del hombre en
    juicios universales y abstractos, y olvidarse del hombre concreto.
    Muchas décadas después de Vico, los escritores
    modernistas europeos como Joyce, Kafka, Mann, Musil y Conrad
    harían precisamente esa crítica a la modernidad
    filosófica. "El juicio racional —diría
    Conrad— es lo que derrota al hombre". Es decir, en su
    intento por encontrar una verdad racional y abstracta que lo
    salve, los modernos olvidan al hombre real y concreto, que es
    mucho más que razón pura y voluntad. El problema es
    que, como sabemos desde Aristóteles, de lo particular no
    se puede hacer ciencia. Pero tal vez aquí está la
    clave: que sobre el hombre no cabe hacer ciencia; todo intento de
    reducir al hombre a las categorías científicas
    estaría condenado al fracaso, porque sería
    inevitablemente una reducción. El hombre es siempre mucho
    más que cualquier ciencia sobre el hombre, porque el
    hombre es su hacedor.

    El problema que Vico ve en el empirismo y en el
    racionalismo es, por tanto, el del reduccionismo. "Descartes
    (…) ha reducido todo el
    conocimiento «claro y distinto» a lo que la
    razón humana abarca mediante la deducción a partir de axiomas evidentes,
    dejando al margen de él las cosas probables y
    verosímiles (probabilia et verosimilia), es decir,
    las propiamente humanas; Hobbes, por su parte, ha sometido a
    idéntica reducción las acciones
    humanas, al sostener que éstas sólo pueden ser
    objeto de conocimiento
    científico en cuanto configuradas como artefactos
    construidos por el hombre (p. ej., el hombre y el Estado son
    considerados por esta concepción mecanicista como
    artefactos)". Consecuencia de esto es que se sacrifica, "en aras
    de en aras de una cierta exigencia metodológica (mas
    geometricus
    ), a las cosas que dependen del arbitrio humano".
    Pero esas cosas que dependen del arbitrio humano
    (entiéndase, la moral y la
    política) no deben ser abordadas por la ratio, sino
    por la prudentia, que es el conocimiento de lo que
    conviene hacer en cada caso particular. Se equivocan, por tanto,
    Grocio y Pufendorf con su iusnaturalismo racionalista, al querer
    partir de una naturaleza humana pura (como decían
    Suárez y sus seguidores) para "deducir" los principios de la
    actuación humana correcta. La naturaleza
    humana pura no existe; sólo existen los hombres,
    sujetos de su historia.

    A racionalismo y empirismo, por tanto, deberíamos
    contraponer humanismo, tal como Vico lo encarna. Si las dos
    tendencias modernas principales se caracterizan por el predominio
    del método y el consiguiente reduccionismo de la realidad
    humana, ¿cuál sería el aporte o el rasgo
    distintivo del humanismo, aquello que lo justificaría en
    el actual contexto? Me parece que Ernesto Grassi tiene la clave
    del problema. Francisco José Martín dice que para
    Grassi, "el problema central del humanismo no es el hombre, sino
    la cuestión del contexto originario, el horizonte o
    apertura en que comparecen el hombre y su mundo. Pero la cosa
    más sorprendente que descubre Grassi es que el pensamiento
    humanista no trata estos problemas mediante una
    confrontación lógico-especulativa con la
    metafísica tradicional, sino que lo lleva a cabo en
    términos de análisis e interpretaciones del
    lenguaje
    —y en modo especial del lenguaje poético".
    ¿Qué tienen que ver aquí el lenguaje, y
    en especial, el lenguaje poético? Para Grassi,
    continúa diciendo Martín, "el humanismo ya no se
    interroga por la relación lógica
    entre cosa y pensamiento, o por la verdad lógica de los
    enunciados filosóficos, sino por el histórico
    comparecer de la cosa en y por el lenguaje. El lenguaje
    filosófico no se entiende ya, con los humanistas, como
    lenguaje racional, sino como lenguaje en el cual y por el cual se
    produce un «esclarecimiento» (Lichtung)". La
    discusión filosófica central, para el humanismo, no
    es "el problema de la verdad lógica como adecuación
    (adaequatio)", sino "el problema del «emerger»
    y del «aparecer»", de manera que "en vez del problema
    de la ratio y del método deductivo, el humanismo se
    cuestiona por la estructura del
    ingenium", el ingenio. Mediante el ingenio, cuyo principal
    producto es la metáfora y la imagen, "somos
    capaces de remediar incesantemente el desorden y el vacío
    significativo, creando los nuevos mundos exigidos por las
    múltiples necesidades o situaciones históricas". El
    lenguaje ingenioso (pongámoslo en nuestros
    términos: las novelas, las
    obras de teatro y el
    cine), tienen
    una importantísima "función cognoscitiva,
    retórica, literaria y moral. Descubriendo las relaciones
    de semejanza entre las cosas, el hombre ingenioso hace concepto agudo y
    sutil de aquella realidad nueva que no puede ser deducida
    racionalmente. En este sentido el lenguaje propio, la imagen y la
    metáfora no afloran de un pensamiento abstracto, sino que
    son el presupuesto
    inevitable de todo discurso que
    pretenda representar plásticamente el devenir del ser que
    nos envuelve".

    En conclusión, me atrevo a decir que tenemos por
    delante un panorama muy prometedor para el humanismo. El
    antimodernismo de Vico puede convertirse, por ironía de la
    historia, en nuestro mejor representante en el círculo de
    los posmodernos.

    Moris Polanco

     Universidad Francisco
    Marroquín

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