Monografias.com > Estudio Social
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Mayo 2003 en Francia: ¿Qué decir hoy de un movimiento social multiforme?



    A no ser que se quiera dar explicaciones tan generales
    que se convertirían en banales por su evidencia, no es
    posible hacer muchas comparaciones entre los enfrentamientos de
    hoy y los de un pasado reciente a escala nacional,
    por ejemplo 1968 y 1995.

     En primer lugar es preciso situar el movimiento
    actual en el marco de la situación económica
    mundial del capital. No
    hacen falta muchas estadísticas para comprobar que el capitalismo
    está en crisis y que
    esto repercute en todas los campos. Hablando sólo de
    Francia hacia la integración europea, esta crisis se
    manifiesta por la necesidad de reestructuraciones que tienen
    consecuencias sobre las condiciones de trabajo. A
    ello se añade la disminución de la producción y, por tanto, de la
    plusvalía que del trabajo extraen las empresas, y de la
    parte de esta plusvalía que se redistribuye a los
    trabajadores y que el Estado
    deduce para sus gastos de
    funcionamiento y para la articulación social
    (represión para mantener la paz social). El resultado
    global consiste en una presión
    cada vez mayor para reducir esta parte de la plusvalía que
    escapa a las empresas, tanto más cuando las consecuencias
    de la crisis aumentan la demanda de la
    ayuda social en todas sus formas y la exigencia de
    represión para contener la presión social. En
    resumen, el capital necesita dinero para
    hacer frente a la crisis y para intentar conservar sus
    beneficios, y no hay más que una fuente: los actuales
    trabajadores, estén trabajando, en el paro,
    jubilados, o esperando su turno,
    escolarizados.  

    Es frecuente hacer referencia a las huelgas del
    otoño de 1995. Como entonces, con un trasfondo de
    reestructuraciones económicas y sociales, nos encontramos
    ante un conjunto de luchas localizadas y diversas. Pero, hasta
    ahora, no estamos, como en 1968, ante un movimiento generalizado
    que ataña a todas las estructuras
    del sistema y
    represente un intento de puesta en cuestión de la misma
    organización social. Como en 1995, un
    gobierno
    conservador enfrenta un problema global que se refiere a las
    garantías sociales, sobre todo de ciertas
    categorías de trabajadores: los servicios
    públicos y semipúblicos. Pero, como veremos, la
    manera de abordarlo será distinta, a la vez más
    global y más diferenciada. En 1995, el desencadenante de
    la huelga fue un
    ataque frontal dirigido a la supresión de estos
    regímenes especiales y su alineación en el
    régimen general de la seguridad
    social, especialmente por lo que se refiere a la edad de la
    jubilación. Esta especificidad limitaría el
    movimiento pese a la fuerza de su
    extensión y a sus tendencias autónomas: todos los
    esfuerzos para extenderlo al sector privado, que no estaba
    directamente concernido, fracasaron. Los huelguistas afirmaban
    que hacían la "huelga por procuración", pero esto
    fue contradicho rápidamente por la vuelta al trabajo,
    fuertemente apoyada por los sindicatos que
    habían quedado sobrepasados cuando el gobierno
    abandonó su proyecto por
    temor precisamente a esta extensión. Una de las razones de
    esta no extensión al sector privado fue que a los
    trabajadores de este sector económico, el más
    importante, tal medida no les concernía, una vez que ya
    unos años antes les afectó la medida del paso a los
    40 años de cotizaciones para poder tener la
    pensión por jubilación íntegra. Sin que ello
    motivara una reacción de las centrales sindicales o del
    movimiento de base. La misma ruptura va a producirse en mayo de
    2003.

    En 1995, la retirada de las medidas gubernamentales y el
    final del conflicto no
    arreglaba sin embargo el fracaso político. Podemos
    observar que siempre que un gobierno, al implantar unas medidas
    requeridas por el capital, provoca un conflicto que perturba
    seriamente el funcionamiento de la economía capitalista,
    ha de pagarlo políticamente: el conflicto social, sea el
    que sea su origen, es transferido y apaciguado mediante una
    "solución" política, ciertamente
    transitoria. De Gaulle pagó en abril de 1969 el fracaso
    político que representó mayo del 68, aunque se
    podía beneficiar entonces de una mayoría
    ampliamente suficiente para gobernar. Los coletazos del fracaso
    del otoño de 1995 se concretaron con la elección,
    en la primavera de 1997, de una mayoría de izquierda
    socialdemócrata. Claro ejemplo de la desviación de
    un movimiento social hacia una solución política
    pretendiendo resolver los problemas que
    había provocado el enfrentamiento social. La tarea de este
    gobierno de "izquierdas" era la de hacer colar las reformas que
    necesitaba el capital en Francia, y para ello podía
    disponer de un capital de confianza –relativa- que los
    trabajadores aún podían conceder a un tal cambio
    político.

    Se ha convertido en un lugar común decir que la
    izquierda socialdemócrata no abordó, durante sus
    cinco años en el poder, los problemas que el gobierno de
    "derechas" le había legado, es decir, las reformas que
    necesitaba el capital, sobre todo la cuestión de las
    jubilaciones. Se olvida, en general, que cumplió
    perfectamente su tarea de gestor del sistema en lo que respecta a
    la paz social y al aumento de la productividad del
    trabajo, un arma esencial en la competencia
    capitalista internacional. Durante estos cinco años se
    alcanzaron resultados esenciales en detrimento de los
    trabajadores:

    – Con la falaz etiqueta de la reducción del
    tiempo de
    trabajo con las "35 horas", las empresas en Francia ganaron una
    total flexibilidad del trabajo y un bloqueo de los salarios, y
    con subvenciones enmascaradas. Una consecuencia importante de
    la aplicación de esta legislación fue la
    transferencia de la fijación de las relaciones laborales
    de nivel global (Estado o
    convenios por ramos de industria) a
    nivel local de la empresa o
    incluso de cada una de las empresas del mismo trust, lo que
    representa la abolición de una igualdad
    territorial que unificaba, y el localismo diferenciador con lo
    que conlleva de divisiones y de debilidad. En estas condiciones
    el capital en Francia puede vanagloriarse de tener la
    productividad horaria por trabajador más elevada de los
    países industrializados. Y vanagloriarse también
    de haber transformado profundamente las condiciones de vida de
    los trabajadores, aumentando su
    "individualización".

    – Esta transformación de las condiciones de
    trabajo y de vida fue acompañada de una
    reestructuración industrial, motivada en parte por las
    privatizaciones del sector
    público, cuyos despidos fueron favorecidos por un
    aligeramiento de los controles y por una reforma de los
    subsidios de desempleo. Los
    despidos fueron enmascarados por importantes contratos
    basura,
    especialmente de jóvenes.

    – Esta forma específica de precarización
    no fue más que uno de los aspectos de una
    precarización general comprendiendo todo el conjunto de
    la economía, consecuencia, en parte, de la
    reducción del tiempo de trabajo y de la flexibilidad, y
    en parte por la contratación en algunos servicios
    públicos de trabajadores sin estatuto garantizado; y por
    otra parte como consecuencia de acuerdos internacionales (por
    ejemplo la entrada de china en la
    OMC) o del
    abandono de acuerdos proteccionistas de industrias
    nacionales (por ejemplo el fin del acuerdo multifibra en la
    producción textil).

    – En todos los campos de las garantías sociales
    o de los estatutos preservados, la práctica llevada a
    cabo durante estos años consistió, para evitar
    una explosión social global, en parcelar hasta el
    extremo mediante reformas puntuales por categorías
    limitadas. Una parte de estas reformas "parcelares" y que se
    encuentra en el centro del conflicto en la
    Educación Nacional es la de la
    "regionalización", es decir, la transferencia de los
    servicios que dependen del Estado central hacia las
    colectividades locales. Esta reforma de las estructuras del
    Estado, empezada por el gobierno socialdemócrata en 1981
    y proseguida por la derecha y después por la izquierda,
    no consiste, propiamente hablando, en un cambio de
    patrón sino en un cambio de colectividad pública
    concebido para aportar una mayor productividad gracias a un
    nuevo estatuto menos ventajoso que el anterior, y en una
    racionalización del trabajo.  

    Todo esto creó las condiciones propias para poder
    avanzar hacia reformas más radicales, retardadas por el
    temor de un movimiento social. Pero al mismo tiempo crearon un
    descontento difuso, un malestar tanto más profundo que era
    incapaz de concretarse en luchas abiertas. Al mismo tiempo, las
    reformas por tanto tiempo diferidas se hacían más
    urgentes cuando se planteaban no ya a nivel nacional sino a nivel
    europeo y cuando la crisis económica mundial obligaba a no
    diferir por más tiempo su realización. Estas
    reformas podrían definirse siguiendo tres ejes:

    • El corolario de la libertad de
      circulación de los trabajadores en una
      armonización por abajo de los sistemas de
      protección y la supresión de particularismos
      nacionales.
    • La supresión de las trabas a la construcción de un mercado
      libre europeo teniendo por corolario la reducción de la
      mayor parte de sectores públicos y su privatización.
    • La armonización de las estructuras políticas de los Estados por la constitución de regiones equilibradas
      dotadas de poderes más consecuentes, transferidos de los
      Estados centralizados, y cuyas funciones se
      encontraban antes disminuidas.

    Parece ser que el gobierno conservador se
    equivocó sobre la crisis política desvelada por las
    elecciones de la primavera de 2002. Podía pensar que al
    tener una mayoría en todos los escalones del poder le era
    posible lanzarse intrépidamente en el conjunto de reformas
    diferidas y cuya urgencia le apremiaba. Las referencias a los
    remolinos políticos fascismo-antifascismo había enmascarado la
    realidad del conflicto social planteado sobre todo a partir de
    1995. El intento de mediación política de este
    conflicto, que las elecciones de 1997 habían manifestado,
    había fracasado y, por el contrario, el desarrollo de
    este malestar latente se manifestaba en las peripecias
    electorales de esta primavera del 2002. Indicaban hasta
    qué punto se había desarrollado un rechazo de la
    mediación política, alcanzando la abstención
    cerca de las dos terceras partes del electorado. Podemos
    preguntarnos si las manifestaciones masivas para cerrar el paso
    al Frente Nacional no eran más bien la expresión de
    este rechazo de la mediación política y no
    prefiguraban, de algún modo, la situación actual.
    Aquellas manifestaciones privilegiaban el enfrentamiento directo,
    la "ley de la calle"
    como muy bien dicen los ministros de hoy. Pero no se trataba de
    una ola de fondo ya que todos los organismos de poder han
    aprendido en estos dos decenios transcurridos, ante las
    tentativas de acción
    directa consecuentes a este rechazo de las mediaciones
    políticas, si no a eliminarlas, al menos a reducirlas, a
    asimilarlas, a reprimirlas o a utilizarlas.

    Por lo que se refiere a los sindicatos, la
    desafección, que viene de lejos, corresponde, en el campo
    de las relaciones de trabajo, al rechazo de aquellas mediaciones.
    Esta desafección, que se manifiesta por la baja
    sindicalización  y por la carencia de militantes, es
    enmascarada por el hecho de que las protecciones legales (y el
    financiamiento
    institucional) les permite todavía asumir, aunque con
    dificultad, su función de
    mediación en las relaciones de producción.
    Más que los políticos, se encuentran concretamente
    ante un movimiento de lucha del que tienden a negar su misma
    existencia y les obliga a tomar posiciones que desvelan su
    verdadera función social:

    – Puede decirse que, a pesar de la confusión de
    un movimiento cogido entre las pujas sindicales interesadas y
    las maniobras del poder, estamos ante una huelga salvaje que
    intenta encontrar sus propios criterios de acción y de
    organización. Se trata de manifestaciones de una
    corriente de autonomía en las luchas que se remonta
    hasta antes del 1968, y que en el periodo actual se ha
    expresado a finales de los años 1980, por la
    creación de coordinadoras, apareciendo las más
    importantes en los ferrocarriles (1986-1987) y entre las
    enfermeras (1988-1989). Esta tendencia, combatida violentamente
    por los sindicatos, y en parte castrada por la creación
    de sindicatos no reconocidos que se quieren más
    combativos (SUD, UNAS, CNT), reapareció en las huelgas
    de 1995-1995 bajo la forma de democracia
    directa en las asambleas abiertas a todos, rompiendo en cierto
    modo con los límites
    que el estricto profesionalismo de las coordinaciones
    había contenido. Pero también allí, los
    límites de la democracia formal pronto aparecieron en
    las posibilidades de manipulación de los sindicatos que,
    si reconocían a la fuerza esta democracia de base,
    mantenían su influencia en las negociaciones con los
    poderes y en la
    organización de las manifestaciones centrales. Tanto
    los trabajadores concernidos como los sindicatos y los
    gobiernos sacaron experiencia de estos intentos abortados y
    recientemente los hemos visto aparecer en las luchas de otras
    organizaciones
    de base, que reagrupaban tanto a los trabajadores en lucha como
    a otros militantes, y que para diferenciarse de las anteriores
    formas organizativas abortadas han tomado otro nombre, "los
    colectivos", y a las que se les puede predecir los mismos
    avatares que las formas anteriores ya obsoletas.

    – Era de recibo en la práctica sindical
    recurrir, en circunstancias precisas y bajo el estricto
    control de
    tal o cual sindicato, a
    ciertas formas de violencia
    social para desactivar las tentaciones de una violencia de
    base cuando la lucha mantenida en sus marcos legales se
    encontraba en una situación sin salida. En estos
    años ha surgido una violencia social en los mismos
    lugares de trabajo, extendiendo de alguna manera la violencia
    de los "suburbios", dándole un carácter mucho más preciso de
    violencia de clase.
    Cellatex inauguraba, en febrero del 2000, esta nueva vía
    de la autonomía. Estas acciones
    tuvieron que enfrentarse no tanto a una represión
    directa siempre potencial sino a maniobras dilatorias que las
    vaciaban de su contenido subversivo (aunque también es
    cierto que en Daewoo hay militantes en prisión
    inculpados de incendio voluntario y que en ACT Angers la
    policía intervino brutalmente para desalojar una
    ocupación que generaba destrucciones). Con las nuevas
    leyes sobre la
    seguridad,
    la espada de Damocles de una represión directa se halla
    suspendida sobre la cabeza no sólo de los jóvenes
    de los suburbios sino también sobre cualquier forma de
    acción autónoma  que "perturbe el orden
    público". Aunque puntuales, estas formas de lucha no han
    desaparecido y recientemente algunos trabajadores han recurrido
    a ellas ya sea por amenazas o pasando a la acción
    directa.

    En las estrategias
    gubernamentales se pensaba aprovechar a la vez lo que se
    entendía como un consenso político, un cierto
    control sindical sobre las posibles luchas y un aparato represivo
    reforzado para imponer, a expensas de los trabajadores, las
    reformas que exigía el capital ante la construcción
    europea y la crisis económica. Así, el gobierno
    emprende un conjunto de ataques en distintos campos que
    conllevan, en muchas capas sociales, varios cambios en sus
    condiciones de trabajo, por ejemplo en todo el sistema
    educativo, imponiendo a la vez la reforma de la
    jubilación, un cambio de estatuto con la transferencia del
    personal no
    académico del Estado a las regiones y una drástica
    disminución de los efectivos. Es posible que, confiando en
    su "popularidad" ganada con su posicionamiento
    anti USA en el conflicto iraquí, prolongación de la
    creencia en un pretendido consenso afirmado durante las
    elecciones de 2002, el gobierno haya creído que era
    posible una acción de fuerza. Sea como fuere, disponiendo
    de una mayoría conservadora pronta a la pelea, el capital
    y su sector más fanático, ha visto una oportunidad
    para intentar modificar la relación de fuerzas.

    En el actual estado del desarrollo de la lucha, es
    difícil decir hacia dónde se orientarán los
    enfrentamientos cuya amplitud, en su persistencia y en su
    extensión, es al nivel de toda Francia. Los tres ejes de
    intervención del gobierno chocan con distintas resistencias
    que, como acabamos de señalar, en varios sectores como el
    de la educación, acumulan los cambios impuestos.
    Recordemos estos ejes "reformadores":

    – Las jubilaciones, con la finalidad, bajo el pretexto
    de un desequilibrio que podría producirse dentro de diez
    años (hipotético, puesto que se refiere a una
    situación económica desconocida y
    demográfica más previsible con la libre
    circulación de las personas dentro de la Unión
    Europea ampliada), de reducir el volumen de los
    subsidios, volver a situar los descuentos sobre el PIB a una
    media europea y forzar la orientación hacia un sistema
    privado de pensiones. Los más afectados por esta
    "armonización" son los trabajadores del sector
    público y semipúblico que tienen un sistema de
    jubilaciones más ventajoso que los del sector privado,
    siendo este sector también afectado aunque en menor
    medida.

    – Las transferencias del Estado hacia los colectivos
    locales, empezando por los regionales. Ya hemos señalado
    el alcance político de estas medidas en el marco de la
    construcción europea.

    – La reducción de todo el sector
    público, siendo la regionalización sólo
    uno de los aspectos. Lo que implica a la vez la
    privatización de importantes sectores de los "servicios
    públicos" (la enseñanza incluida) y recortes en los
    efectivos de los servicios actuales (utilizando las
    jubilaciones masivas, en los próximos diez años,
    de los niños
    del baby-boom de la inmediata postguerra.

    – Una reforma profunda del sistema universitario para
    adaptarlo a las normas
    europeas, que implica la racionalización, la competitividad y un refuerzo de los
    vínculos con la patronal para que las materias respondan
    mejor a las necesidades de las empresas.

    Hace meses que algunos sectores específicos,
    alcanzados por las primeras medidas de "reestructuración"
    y de "reducción de gastos del Estado", se han lanzado a
    unas luchas aparentemente marginales pero persistentes llamando a
    los colectivos regionales o nacionales surgidos de la misma
    lucha: los trabajadores discontinuos del espectáculo,
    contra la reforma del sistema de indemnización del
    desempleo; los arqueólogos, contra una reducción de
    los créditos comportando numerosos despidos y
    una privatización de las excavaciones
    arqueológicas; el personal subalterno precario de la
    Educación Nacional cuyos empleos son simplemente
    suprimidos o considerablemente reducidos con la creación
    de puestos de asistentes. Estos movimientos, aunque marginales,
    prefiguran de alguna manera lo que se está desarrollando
    desde hace meses, particularmente en la enseñanza, aunque
    ramificándose por otros sectores públicos e incluso
    privados, pero de los cuales apenas es posible trazar la amplitud
    y los caracteres, empezando por la falta de informaciones
    precisas.

    Los sindicatos, cualesquiera que sean, pero con
    distintos objetivos
    según su posición en el aparato de encuadramiento
    de la fuerza de trabajo, se han subido al tren en marcha. Su
    papel es doble: por un lado hacer de tripas corazón
    proclamando su solidaridad con
    los movimientos que se han construido al margen de ellos y,
    expresando su fe en la democracia de base, que intentan torpedear
    utilizando estas mismas prácticas democráticas y
    haciendo valer su posición de "coordinador nacional",
    previniendo al mismo tiempo cualquier veleidad de coordinación fuera de su control. Su papel
    de enmascaramiento del movimiento puede verse claramente en el
    mismo calendario de las manifestaciones por distintas
    categorías, evitando así cualquier acción
    unitaria. El papel que juegan puede verse también en las
    entrevistas
    que tienen con el gobierno y que ofrecen el espectáculo de
    unas declaraciones estridentes y rupturistas mientras que, en el
    silencio de los despachos ministeriales, tejen las "concesiones
    del poder" que permitirán dividir a la vez los problemas y
    a aquellos que luchan. Para el movimiento de luchas aquí
    reside el mayor riesgo, lo que
    permitiría al gobierno no perder la compostura y evitar
    las consecuencias políticas de una retirada pura y simple
    de las medidas más importantes, manteniendo aquellas
    reformas  que no encontrarían más que una
    oposición dividida y debilitada. Entonces, los sindicatos
    podrían reivindicar la victoria de Pirrus pues
    habrían cedido en una parte de los esencial, aplazado para
    más tarde la otra parte y, habiendo asumido completamente
    su misión,
    habrían obtenido por parte del poder garantías por
    lo que respecta a su posición en el sistema.

    Pensamos que el aspecto más importante del actual
    movimiento es el hecho de inscribirse en la corriente de
    autonomía que antes hemos descrito. Para poder llevar
    adelante sus propios caracteres en las formas de acción y
    de organización, deberá luchar inevitablemente
    contra todas las formas de represión siempre presentes. De
    nada sirve gritar contra la traición de los sindicatos o
    vilipendiar sus manipulaciones: al hacer esto los sindicatos
    cumplen su papel y el que el capital espera de ellos. No puede
    esperarse otra cosa. Esto vuelve vanas las llamadas (procediendo
    de grupos
    izquierdistas u otros) a "presionar" a los sindicatos para que
    hagan tal cosa u otra. A parte de que estas llamadas acreditan a
    los sindicatos un papel posible que nunca asumirán, su
    función consiste precisamente en cerrar el paso a
    cualquier posibilidad de los trabajadores en lucha de actuar i de
    organizarse por sí mismos.

     

    Henri
    Simon     

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter