Apenas somos dueños de elegir aquello sobre lo
cual queremos hablar. También esto nos viene impuesto: el
horizonte conceptual, como el emocional, o el de nuestras
expectativas (qué es posible y qué no lo es…) lo
limitan hoy los media. Fuera de ellos no hay realidad, nada
existe. Se ha cumplido aquel aforismo de Karl Kraus: "Al
principio era la prensa,
después apareció el mundo". Hablamos pues no tanto
de nuestras cosas sino de aquellas que quieren que hablemos, y
que lo hagamos a su manera. Este es el caso ahora de la
globalización. Intentemos pues, al menos aquí,
hacerlo a nuestra manera.
En el barullo que nos aturde cuando los media nos hablan
de globalización lo primero que salta a la
vista es la pluralidad, la heterogeneidad, lo contradictorio
mismo de las movilizaciones en contra de la globalización,
que llega a unir gente tan diversa con concepciones y actitudes tan
contrapuestas. Decimos movilizaciones pues creemos que no puede
hablarse de movimientos, precisamente por esta constante variedad
y contradictoriedad. Movilizaciones que agrupan, al mismo
tiempo, a
aquellos que discuten la globalización desde perspectivas
proteccionistas, para proteger capitales nacionales, hasta a
aquellos que discuten el sistema
capitalista mismo –los que ahora los media llaman "los
antisistema"-; y entre medio, en la gama más amplia, a las
distintas oposiciones a los aspectos más nocivos del
sistema actual (degradación del medio
ambiente, generalización del hambre y de la
miseria,…), aquellos que, en contra de los efectos más
perversos del modo de producción y de civilización
capitalista, promueven una serie de correcciones para darle al
capitalismo un
rostro más humano, en contra de su actual rostro que
cualifican de financiero neoliberal.
Quizás esta misma pluralidad, el hecho de que sea
posible tan diversa aglutinación, se deba a la
ambigüedad del mismo término de globalización,
que ciertamente agrupa, o describe, una serie de fenómenos
sobre la sociedad
actual, a partir de cambios importantes que han tenido lugar
básicamente en las esferas técnica,
económica y política.
Así, a un nivel más sociológico los
media nos hablan hoy de un mundo global, interconectado,
interdependiente, sin distancias,… aldea ya global. Pero esta
visión silencia, no contempla, que las distancias
continúan, que se hacen mayores (por ejemplo hoy entre
edades, sexos, países …), que la exclusión
aumenta (continentes enteros aparcados fuera de esta aldea
global), que la
comunicación disminuye, al mismo tiempo que disminuye
y se empobrece el lenguaje,
que va pasando de ser lo que en su inicio había sido, una
pregunta por el sentido y un intercambio de experiencias, a ser
hoy una trasmisión de información codificada.
Al nivel económico lo que con el término
de globalización se quiere definir es el conjunto de
fenómenos que a partir de los años 80 marcan el
curso del sistema económico actual, cuyos rasgos mayores
podrían resumirse en:
A finales de los años 70 el capitalismo deja su
dinamismo productivo, cierra unidades de producción y
avanza con la especulación bursátil. Las nuevas
técnicas informáticas que facilitan
la inmediatez de la especulación financiera, se combinan
con las políticas
de liberalización de los mercados dando
paso al predominio del capital
financiero sobre el capital productivo: el capital ya sólo
invierte en el capital; su parasitismo se ha vuelto
estructural1.
Al mismo tiempo aumenta la concentración de
capitales, formando una red de multinacionales
que generan hoy más del 30% del producto bruto
mundial. Este capital multinacional que traspasa los límites
del Estado–nación,
va a modificar el papel de los Estados en el proceso de
acumulación de capital y va a redefinir su papel como
garante del orden público, y con la correspondiente
pérdida del espacio político.
Se desregulariza el mercado de
trabajo: zonas
de libre comercio,
maquilas, zonas de procesamiento de las
exportaciones2, con la vuelta
a las condiciones de sobreexplotación
manchesterianas.
Aumenta también lo que podríamos llamar
trabajo inmaterial en contraposición al trabajo
industrial, como la producción de servicios, la
producción de imagen, la
producción de marcas… y la
consiguiente destrucción de la anterior identidad
obrera: automatización, paro
generalizado, deslocalización fin del movimiento
obrero ligado a la producción.
El conjunto de estos fenómenos, mezclados,
sacados de su diacronía capitalista a partir de la cual
podríamos entender su significación, son los que
los media, en su versión crítica
(sociólogos, economistas, intelectuales,…) acuñan como
globalización. Globalización que es contemplada
como un hecho natural, como algo imparable.
Ciertamente el capitalismo, por su propia dinámica, tiende a convertirse en global.
El modo de producción de mercancías tiende a
convertir todas las cosas en mercancía. Todo el espacio,
toda nuestra vida: educación, medicina, ocio
son dominios que no quedan al margen de la ley del valor.
Mundialización del capital o capitalización del
mundo serían pues dos maneras de decir lo mismo: esta
tendencia del capital a la globalización3. Esta tendencia
se da en el marco real, cotidiano, de la lucha de clases, es
decir, no es un fenómeno natural que se desarrolla al
margen del enfrentamiento entre capitales y entre capital y
trabajo. Si hoy el capital domina, sin apenas oposición o
resistencia,
puede pasar a cotas de mayor explotación, que es lo que
hoy hace. Es esta sobreexplotación la que discuten las
movilizaciones contra la globalización que, en su discurso,
abogan por un capitalismo de rostro humano. Y es precisamente
este aspecto metonímico, este coger la parte por el todo,
lo que vacía realmente sus propuestas
antiglobalizadoras.
Pretender que el modo de producción capitalista
no explote la fuerza de
trabajo, o que el desarrollo no
sea desigual (acumulando riqueza en un polo y miseria en el
otro), o que queden fuera de la lógica
del valor ámbitos como la educación, la
sanidad o la cultura es un
deseo tan piadoso como vano si no se discute el mismo modo de
producción de mercancías. No querer los efectos,
sin discutir y criticar las causas; rechazar lo excepcional (las
cotas actuales de corrupción, sobreexplotación,…),
sin vincularlo al normal funcionamiento del sistema, es perderse
en el discurso y en la ilusión.
La explotación no es un problema de injusticia, o
de corrupción, o de mal (en el sentido
moral)
funcionamiento…: el modo de producción capitalista se
basa precisamente en el justo trasvase de plustrabajo en
plusvalía. "El Capital" es una crítica del capital
como relación social, no la crítica de los
capitalistas, es una crítica del trabajo abstracto,
crítica del dinero como
encarnación del trabajo abstracto. Tanto para Hegel como para
Marx el
fenómeno central de la sociedad capitalista no es la
subordinación del obrero al burgués sino la
subordinación de ambos al capital. Para Marx la
superación del capitalismo -el comunismo– no
consiste en la victoria del proletariado sobre la
burguesía sino en la desaparición de ambas clases,
clases del capital.
Si otro mundo es posible, como afirman las
movilizaciones antiglobalización, no será a base de
reproducir el que ya hay, y esto es lo que se hace, por ejemplo,
apostando por un reforzamiento del Estado de cara a un
relanzamiento del capital productivo; o pidiendo al Estado que
impida al capital devastar la tierra.
El Estado no
está al servicio de un
pretendido "interés
público", de un interés general. El Estado no
está por encima de las clases: sirve al capital, como le
sirven las instituciones
transnacionales como el BM o el FMI o la OMC. El espacio
público o estatal que se reivindica está
también regido por la lógica mercantil. Si otro
mundo es posible será a través de discutir y negar
prácticamente este modo de producción de
mercancías. Quizás más que acudiendo al
lugar de la representación más espectacular de
aquellos organismos, discutiendo los diarios ataques que
aquí, en casa, este modo de producción lleva a
cabo. O haciendo ambas cosas a la vez. Pero hoy vemos que se da
lo primero mientras que la resistencia diaria a la
explotación más inmediata retrocede. Ciertamente
esto no es porque sí, sino consecuencia de todos los
cambios en el proceso productivo de estos últimos
años, apuntados más arriba. Es esta
situación la que explica la regresión actual del
pensar y del hacer anticapitalista. La que explica la
difícil articulación hoy, de las luchas de
resistencia cotidiana con la abolición de esta
relación social que es el capital.
En las movilizaciones contra la globalización
más cercanas, ya dentro de una opción
anticapitalista, la discusión se pierde además en
falsos debates entorno a la conveniencia o no de la violencia,
contraponiendo acción
directa al pacifismo. Génova nos mostró, a parte de
muchas otras cosas, el escenario de tal confrontación que,
simplificando, se polarizaba entre tute bianche y blak
blocs4. También en la
manifestación de Barcelona en junio 2001, y durante la
preparación de las acciones
antiglobalización llevadas a cabo en Barcelona en marzo
del 2002, esta cuestión centró las discusiones,
hasta llegar a hablar entre nosotros de incontrolados y de un
servicio de orden propio! También en el terreno del
lenguaje hemos
retrocedido5. De entrada, que
una misma palabra –violencia- sirva igual para nombrar la
violencia del Estado, o de los Estados, es decir la normal
actividad criminal o terrorista de diezmar a poblaciones enteras,
someter a la ignorancia, a la enfermedad, al hambre, a la
mayoría de la población, que para nombrar el acto
compulsivo o festivo del que rompe, durante una
manifestación, el cristal de un escaparate, ya indica que
no podemos servirnos de ella para nombrar cosas distintas,
problematiza la discusión sobre los violentos y sobre la
violencia dentro del debate interno
entre nosotros, y nos obliga a buscar nuevas palabras y a
devolver su significado a otras.
Jean Genet nos advertía, desde su estancia en
Barcelona reflejada en su "Diario del ladrón" que mejor
sería utilizar palabras distintas: brutalidad para
designar la violencia del Estado y violencia para designar el
estallido de la rabia de los sometidos6. Así podemos entender la diferencia
entre la quema de las iglesias por ejemplo en Barcelona (1835,
1909, 1936,…) por una población sometida a la miseria y
a la ignorancia bajo el auspicio eclesiástico, acto de
violencia rebelde de liberación, y la quema o
destrucción de la naturaleza,
del paisaje urbano, de los habitantes de la ciudad mediante el
hambre impuesta (el hambre es una relación social no es
algo que cae del cielo como la lluvia), la falta de vivienda, de
higiene,…
igualmente impuestos;
entender la diferencia entre la violencia que representa la quema
y la destrucción de la cárcel por los desheredados
(de ninguna manera intentamos ensalzar o poetizar una
condición social abyecta) y la violencia de un poder que
construye cárceles y produce los medios
materiales
para que se desarrollen sus futuros ocupantes, etc.
Para el Estado, y para los media que son los que tienen
la palabra, sí es útil emplear el mismo
término de violencia, que él sólo ve a un
lado: la violencia de los súbditos; ahora, el terrorismo. En
su forma democrática o en su forma totalitaria se define
de igual forma. En su forma democrática:
"Atacaremos el terrorismo, a quienes lo apoyen, a
quienes lo encumbren, a quienes lo defienden y a quienes lo
justifiquen, a quienes no lo combaten…" (Aznar y demás
ministros, octubre-diciembre, 2001);
En su forma totalitaria:
"Mataremos, en primer lugar, a todos los subversivos,
enseguida a los que colaboran con ellos; después a los
simpatizantes; después a los indiferentes, y, finalmente,
a los tímidos" (Alfonso Saint-Jean, general de la junta
Argentina durante la represión de
1976-1977).
Este lenguaje, y la realidad que cubre, se hace
más obsceno con la invención 11-S7: la lucha contra
el terrorismo logra aterrorizar a la población; logra un
endurecimiento de la legislación, cancelación de
derechos civiles,
supresión de garantías,…; favorece un aumento de
la explotación del trabajo con miles y miles de despidos;
justifica la inversión pública en industria
armamentista y química; busca un
culpable externo de la recesión; promueve un cerrar filas
entorno a un "nosotros" contra los terroristas; a parte de
conseguir sus objetivos
geoestratégicos en la zona (gas, petróleo,).
Entre nosotros quizás sería mejor que
empleáramos el término violencia para cualificar el
actual sistema de dominación en su normalidad, no en su
excepción; para hablar de la violencia cotidiana del
Estado cuando reprime brutalmente cualquier expresión de
disconformidad; de la violencia sutil de los media criminalizando
acciones u opiniones contrarias; de la violencia normal de una
página de periódico
(acabamos de leer por ejemplo que Philip Morris sostiene que el
consumo de
tabaco tiene
efectos positivos al ahorrar en cuidados médicos a causa
de una mortalidad prematura; o que un gran hispanista sostiene
que los activistas anarquistas de los años 30 eran los
fundamentalistas islámicos de hoy; o el insulto en primera
página del apaleamiento de los inmigrantes en
Almería, o la foto sonriente de Blair y Berlusconi
después de firmar el pacto por la liberalización y
la flexibilización…); de la violencia normal de un
telediario; de la violencia de las largas jornadas de trabajo; en
resumen, de la normal violencia del modo de producción
capitalista, y dejar de emplearlo para hablar de nuestras
acciones ("violentas" o no), creando otras palabras que mejor las
expliquen o las signifiquen.
Quizás hay que inventar nuevas palabras,
restituir el significado originario de otras denostadas por
viejas, restablecer el lenguaje como lo más propio, en una
época que va hacia la destrucción del lenguaje.
Nuestra era técnica tiende a reducir el lenguaje a
información codificada. Lo que al principio surgió
como pregunta por el sentido del ser, como metáfora, al
lado del sueño y del mito, como
desbordamiento, como necesidad de establecer la identidad humana,
más allá de una respuesta a la necesidad apremiante
(hambre, sed..), se convierte hoy, cada vez más, en
lenguaje técnico, con su propia lógica que se
autonomiza: simplemente buscar la correcta concatenación
de causa a efecto, ("se hace todo aquello que se puede hacer"),
sin preguntarse por los fines, por el sentido. Con la
destrucción del lenguaje se destruye nuestra identidad.
Como escribía Malaquais en "Le Gaffeur", "El Estado
totalitario de mañana se preocupará menos de poner
bridas a la libertad de la
gente que de disolver su identidad".
Revista Etcétera
Notas
1. "El capitalismo alcanza el estadio parasitario cuando
el valor de uso de la mercancía tiende a cero y su valor
de cambio a
infinito". Cf. Vaneigem, "Por una internacional del género
humano".
2. Noemí Klein, "No Logos".
3. En varios números de ETCÉTERA hemos
intentado reflexionar sobre estos aspectos de la
globalización entendidos como el devenir del capital, el
devenir de la forma-mercancía. Cf. Etcétera,
31,32,33, y nº 34: "El carácter globalizador de la economía".
4. Ver en la página web
de Etcétera "Paint it Black.
Provocatori, Blocchi Neri e Tute Bianche nel movimento
antiglobalizazione."
5. En Etcétera, 33, en "Lenguaje y
política" abordábamos precisamente la
utilización de términos como globalización,
neoliberalismo, conflictividad, ONGs,
reestructuración, gestión
de recursos, en
lugar de capitalismo, huelgas y despidos, solidaridad,
haciendo hincapié en esta continuación de la lucha
de clases a través del lenguaje.
6. Así empieza Diario del ladrón,
hablando de la violencia como algo inseparable de la vida. "Llamo
violencia a una audacia en reposo enamorada de los peligros. Se
la distingue en una mirada, una forma de caminar, una sonrisa, y
es en vosotros en quienes produce oleajes. Os desconcierta. Esta
violencia es una calma que os agita. (….) Sin que ellos lo
quieran los gestos de estos chavales, sus destinos son
tumultuosos. Su alma soporta
una violencia no deseada. La doméstica. Aquellos para
quienes la violencia es el clima habitual
son simples frente a sí mismos. Cada uno de los
movimientos que componen esta vida rápida y devastadora es
simple, recto, nítido como el trazo de un gran dibujante
pero en la confluencia de estos trazos en movimiento estalla
entonces la tormenta, el rayo que los mata o me mata. (…) la
violencia que ellos sufren como una maldición, ascenso de
un fuego interior simultáneo a una luz exterior que
los inflama y nos ilumina….
7. Al decir invención, evidentemente no negamos
los hechos que acontecieron el 11 de septiembre, tan sólo
destacamos la elaboración que se hace de tales hechos para
darles una significación y una aplicación: el hecho
bruto, real, es reelaborado para que alcance las consecuencias
deseadas. De igual forma por ejemplo como Philipe Aries habla, en
"La historia de
la muerte en
occidente", de la invención de la muerte en el
siglo XX: la muerte como hoy la conocemos: la muerte como
tabú –como antes podía ser el sexo-, como
prohibición de su mismo nombre. O como Topalov habla
de la invención del paro en los años 1910,
(el paro antes ya existía), como invención para
luchar contra la amplia práctica del trabajo discontinuo.
O como Finkelstein puede hablar, en "La industria del holocausto",
de la invención de "El Holocausto" para designar la
representación ideológica del acontecimiento
histórico del holocausto nazi.