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Inmigración y literatura: Mascotas y otros animales



    1. Mascotas
    2. Animales que
      trabajan
    3. Animales para
      sustento
    4. Animales
      aborrecidos
    5. Animales
      temidos
    6. Comparación con
      animales

    Los inmigrantes que llegaron a la Argentina entre 1850 y
    1950 criaron animales para
    compañía, para que los ayudaran en sus tareas y
    para consumirlos. Hay, asimismo, animales aborrecidos y otros
    temidos por los inmigrantes. En la literatura, se evocan esas
    diferentes relaciones con los animales. Por otra parte, quienes
    llegaron de lejos han sido identificados, por distintas razones,
    con varios animales. Este es el tema del presente trabajo, en el
    que cito fragmentos de obras no literarias y
    literarias.

    Mascotas

    En el poema "Cuando mi padre habló de su infancia" (1),
    José González Carbalho enumera las posesiones que
    el niño inmigrante tenía en Galicia: un río,
    un monte, un horizonte, su perro y sus canciones. En América, ya nada tiene de eso, y se
    lamenta:

    Ay, el dueño de valles

    y misteriosos bosques

    por el que andaba yo

    mi perro y mis canciones.

    Mis canciones que vuelven

    sólo para que llore

    Mi perro ya olvidado

    de obedecer al nombre.

    Yo, que perdí mis cielos,

    ¡y soy tan pobre!.

    El calabrés Serafín protagoniza "Un carro
    en la esquina", cuento de
    Syria Poletti. El tenía una mascota: "El vigilante de la
    cuadra le regaló un perro, un cachorro tan andariego como
    él; nacido para vivir en la calle, como él. Y
    cuando, al acortarse los días, colgó bajo el toldo
    un farol multicolor, la impresión de seguir viviendo en el
    viejo pueblo calabrés, se le hizo nítida".
    Internado en el Hospital Italiano, el inmigrante piensa: "El
    diariero cuidaría del perro. Y los gringos de la
    verdulería también: eran paisanos. Seguramente, el
    cachorro dormiría bajo el carro. No se dejaría
    llevar por la perrera. Era andariego, pero ¡vivaracho! Lo
    esperaría ahí, junto al carro" (2).

    Elena Guimil es la autora de "Mi búho" (3), uno
    de los seis relatos del Premio La Nación 1999 de
    Cuento Infantil. En ese relato, la escritora recuerda la
    oportunidad en que su padre le trajo un pichón de
    búho. "Mi padre era un gallego fornido. Trabajaba de la
    madrugada a la noche y de lunes a sábados. Solamente los
    domingos se dedicaba a la familia y a
    la caza, sus dos mayores placeres.

    Tenía tres perros de pura
    raza, diestros cazadores y su escopeta de primera. Cargaba su
    almuerzo y salía al campo. Era un solitario. Yo no era muy
    distinta a él. Amaba andar sola por el monte, jugar en
    silencio y tener secretos sólo para mí.
    Podría pasarme horas observando las rápidas
    zambullidas del martín pescador o escuchando el parloteo
    de las ardillas y el gorjeo de los pájaros.

    El domingo era también mi día preferido.
    (…) yo me sentaba en un banquito impaciente, mirando fijamente
    la bolsa cerrada que descansaba olvidada junto a la puerta.
    Adentro había algo que se movía, algo que era para
    mí. Mi padre sólo la abriría después
    de tomar su café
    caliente. Unicamente él podía hacerlo. Pero no
    parecía tener ningún apuro. Me miraba de hito en
    hito y sonreía detrás de su taza. Creo que
    disfrutaba con mi impaciencia. El contenido de la bolsa de
    arpillera era un misterio para mí, aquel que esperaba
    ansiosa todas las semanas. ¿Qué sería esta
    vez? ¿Un tero, un lechuzón o un zorrito? La
    criatura asomó sus gigantescos ojos amarillos y se
    posó en la mano de mi padre. Emitió una especie de
    silbido cuando me acerqué".

    En su cuento "El cardenal", Márgara Averbach
    escribe: "Yo siempre habìa querido un cardenal. En ese
    entonces, habìa muchos en los àrboles de la casa de
    las tìas, como flores rojas màs ràpidas que
    las otras. Y el abuelo, -que había nacido en una ciudad de
    Europa y
    después se había visto obligado a convertirse en
    gaucho judío, una conjunción inimaginable para
    él, supongo- me habìa prometido cazar uno para
    mì ese verano.

    Era el mejor de los cazadores, un hombre alto,
    lento. Se agachaba para tocarme con una gracia infinita que mi
    torpeza iba a envidiarle para siempre. El me había
    enseñado a andar a caballo. Me había subido a ese
    paraíso de crines y cuero de
    oveja, me había puesto las riendas en la mano izquierda,
    me había mirado con confianza y me había dicho
    Adelante. La promesa, el pájaro, era solamente uno de sus
    muchos trucos de magia" (4).

    Rubén Héctor Rodríguez evoca, en
    "Extraño chamuyo" (5), el problema que causaron unas
    aves que
    criaba:

    • En el conventiyo del tano
      Giacumín

      se armó la de San Quintín

      a causa de extraño y sórdido
      chamuyo.

      Entonces, cada cual aportó lo
      suyo.

      ¡Fantasmas! Expuso Graciana

      en yunta con Lulú, su hermana.

      Para Lola, que volvía de un
      velorio.

      ¡Almas del Purgatorio!

      ¡Ondas
      hertzianas! juzgó Benita,

      mina que las iba de erudita.

      ¡Espíritus del más
      allá! batió Evarista

      jovata de tendencia espiritista.

      No emitan falsas razones,

      les aclaré desde los piletones.

      Son mis hembras y buchones

      Alimentando a sus pichones.

      Por culpa de estas quilomberas

      volaron las palomas mensajeras.

      Me buchonearon con el patrón

      y, cabrero, desalojó el
      jaulón.

    El abuelo del actor Pepe Soriano tenía un loro
    como compañía: "Ladrillo y barro, chapa y madera. (…)
    En este buen lugar, donde hoy hay una galería
    vidriada con fuente y enredadera, su abuelo Giuseppe armaba a
    mano zapatos que jamás pesaban más de 300 gramos
    –era su regla de oro—mientras mascaba tabaco y hablaba
    en un calabrés imposible con el loro que lo escoltaba
    sobre una percha" (6).

    Roberto Fontanarrosa presenta en una de sus historietas
    a un italiano amante de la música. Es don Nino,
    que lleva en el hombro un loro, al que le ha enseñado a
    cantar el himno de su tierra
    (7).

    En Los gallegos, una novela
    inédita, Gloria Pampillo escribe que su abuelo
    tenía, en su escudo, un toro. Había elegido el
    mismo nombre para todo lo que compraba: "Celta, como el nombre
    que mi abuelo le ponía a cada uno de los bienes que
    acá se iba ganando, desde su barco hasta los toros. Un
    toro negro, morrudo, que ahora le dibujo en su
    escudo de comerciante, como tantos otros dibujaron una espiga en
    el almacén o
    en la panadería: La flor de Galicia".

    Un animal era muy querido entre los disfrazados: "Los
    improvisados –comenta Andrés Carretero-
    preferían cubrirse con una sábana, lucir
    algún antifaz o pintarse la cara con corcho quemado. El
    disfraz más frecuente en todos los corsos fue el de Oso
    Carolina. También eran comunes los disfraces de Martín
    Fierro o Juan Moreira, los más valientes
    aparecían incluso montados a caballo, ganándose el
    aplauso del público". Pero no todos los disfraces estaban
    permitidos: "Las disposiciones municipales prohibían el
    uso de disfraces de monja o sacerdote y aquellos trajes que
    parodiaran uniformes militares en vigencia o que representaran
    costumbres obscenas" (8).

    El disfraz de Oso Carolina que menciona Carretero tiene
    una historia de
    pobreza.
    Escribe Podeti: " ‘Según tengo entendido, el oso
    carolina era un disfraz de oso hecho con bolsas de arpillera, en
    algunos casos bolsas que habian sido usadas para arroz y por lo
    tanto conservaban el sello de 'carolina 0000' o el que
    correspondiera. Como ya no hay arpillera, ahora podría
    manguear unas bolsas de polipropileno blanco y disfrazarme de
    'Oso Núcleo de alimento para aves'.’ (Fuente: El
    lector Javier Unamuno, que no cita fuente alguna ni nada.
    Probabilidades de exactitud: 85 %, porque es casi una
    efeméride – o como sea el singular de
    ‘efemérides’ – y a pesar de que parece
    inventado y de que empezó su alocución con
    ‘Según tengo entendido’, frase hecha turbia
    como pocas)" (9).

    Notas

    1. González Carbalho, José: "Cuando mi
      padre habló de su infancia", en Requeni, Antonio: Un
      poeta arxentino en Galicia: González Carbalho
      .
      Separata del Boletín Galego de
      Literatura
      .
    2. Poletti, Syria: "Un carro en la esquina", en Poletti,
      Syria: Taller de imaginería. Buenos Aires,
      Losada, 1977.
    3. Guimil, Elena: "Mi búho", en El
      desafío
      . Buenos Aires, Sudamericana,
      2000.
    4. Averbach, Màrgara: "El cardenal", en
      Aquì donde estoy parada. Còrdoba,
      Alciòn, 2002.
    5. Rodríguez, Rubén Héctor:
      "Extraño chamuyo", en La Nación Revista, Buenos Aires, 13 de
      diciembre de 1998.
    6. Artusa Marina: "El Nono", en Clarín
      Viva
      , 26 de octubre de 2003.
    7. Fontanarrosa, Roberto: "Inodoro Pereyra ‘El
      renegáu’ ", en Clarín Viva, 24 de
      febrero de 2002.
    8. Carretero, Andrés: Vida cotidiana en Buenos
      Aires
      . Planeta.
    9. Podeti: "¡MIRA VOS! Dato 69: El Oso Carolina",
      en Weblog Clarín.

    Animales que trabajan

    Juan José Hernández evoca, en su cuento
    "El inocente", a unos perros guardianes. "Poco tiempo
    después Julia y yo lo descubrimos muerto en la quinta del
    alemán. Ocultamos nuestro hallazgo. Nos habían
    prohibido subir a la pared del fondo que daba a la quinta, pero a
    menudo desafiábamos el peligro para robar naranjas. Nunca
    saltábamos la tapia; hacerlo hubiera sido correr la misma
    suerte del gato.

    Provistos de un palo de escoba en cuyo extremo
    habíamos dispuesto un alambre en forma de gancho,
    cortábamos de un violento tirón las naranjas de los
    árboles
    cercanos. Abajo, los perros guardianes de la quinta ladraban,
    echaban espuma por la boca, mostraban los dientes, gemían
    de furia y de impotencia. El alemán, un ingeniero
    agrónomo que vivía en el centro de la ciudad,
    sólo les daba de comer una vez por semana para volverlos
    más feroces" (1).

    Francisco Montes es el autor de Leyendas y Aventuras
    de Alpujarreños
    . En "El desafío" relata que,
    para las fiestas patrias, en Malargue se realizaba una competencia de
    doma. Un indio puelche desafía a un andaluz de
    dieciséis años: "no se sabe en qué tris
    fatal Miguel dio una voltereta en el aire y
    cayó en pie. Un silencio espeso acogió el final
    inesperado.

    El desafío había terminado. Miguel
    saludó al
    domador (cortesía indígena), reunió su
    caballada y a sus secuaces y desapareció. Dicen que nunca
    más volvió por aquellos pagos. El domador con
    carita de extranjero, flaco, velludo y colorado, de ojos azules
    era el mismo que desde las Alpujarras había llegado con
    dos años de edad en la búsqueda de insondables
    destinos. Y cuentan todavía en los fogones malarguinos el
    gesto de un huaso chileno que había presenciado el
    desafío, rico el hombre, que
    había llegado con una tropilla de alazanes y mulas de
    alzada cordillerana. Montaba un caballo de leyenda con apero
    chapeado en plata. Se acercó al jinete y
    ofreciéndole las riendas de su montado, le dijo: -Tome,
    joven. Este es mi regalo. El apero nada más valía
    un Perú" (2).’

    En "Los trotadores", de Elías Carpena, dice uno
    de los personajes: "-¡Mire, patrón: de los
    troteadores que ahí, en la Coronel Roca, corrieron el
    domingo, ni los que corrieron antes, le hacen ninguna mella… :
    ni siquiera el del vasco Estévez, que ganó
    sobrándose por el tiro largo, ni el de la cochería
    Tarulla, que ganó con el oscuro a la paleta! ¡Usted
    tiene el oro y lo confunde con el cobre!"
    (3).

    En "Nobleza del pago", Fray Mocho hace referencia a un
    inmigrante inglés
    que no era trigo limpio. Recordando la historia de su familia, dice un
    personaje: "Yo no sé, che, si eran nobles, pero sé
    que les caían y que con algunos hasta tuvo que ver
    l’autoridá, como le pasó a tu tío
    Ramón, que
    al fin se quedó en la calle, y a tu tía Robustiana,
    mal casada con un inglés que tenía el finao de mi
    padre de puestero y que lo pilló cerdiándole las
    yeguas, a medias con el juez de paz…" (4).

    En su poema "La Condra" (5), Fulvio Milano
    canta:

    Así la llamaba el abuelo italiano. No

    qué significa este nombre. Condra,

    la yegua blanca que atábamos al
    sulky.

    ¿Qué voy a hacer, Dios mío, con
    este

    nombre raro

    a través de la gente, a través del
    olvido?

    La Condra, impredecible de caprichos en

    los caminos rurales,

    batía al aire los remos nerviosos,
    disparaba

    por fantásticos ríos

    tronaba el abuelo, y yo veía
    palidecer

    en tambaleante escorzo el angustioso
    sueño

    de la llanura.

    Me ha tocado entrar entre vosotros con

    estas imágenes.

    ¿Qué quieren de mí? La
    Condra

    encabritada entre cielo y la
    tierra,

    blanca erguida en su indómita
    empresa

    ¿dibujaba con cruel exactitud

    algo más que aún debo
    encontrar?

    En la "Oda a los ganados y las mieses" (6), Leopoldo
    Lugones evoca al ruso Elìas y su yegua cebruna:

    Pasa por el camino el ruso Elías

    Con su gabán eslavo y con sus botas,

    En la yegua cebruna que ha vendido

    Al cartero rural de la colonia,

    Manso vecino que fielmente guarda

    Su sábado y sus raras ceremonias,

    Con sencillez sumisa que respetan

    Porque es trabajador y a nadie estorba.

    "La siesta" (7) se titula uno de los cuentos que
    Alberto Gerchunoff incluyó en Los gauchos
    judíos
    , en el que evoca los animales
    rurales.

    Así comienza: "Sábado, día del
    santo reposo, día bendecido por los escritos
    rabínicos y saludado en las oraciones de Yehuda Halevi, el
    poeta. La colonia duerme en una tibia modorra. Blancas las
    paredes y amarillos los techos de paja, las casuchas lucen al
    sol, sol benigno de la primavera campestre. Del cielo, lavado por
    la lluvia de la víspera, desciende una paz religiosa, y de
    la tierra se elevan rumores apacibles. Floridos están los
    huertos y verdes los campos sin fin. En medio del potrero, el
    arroyuelo entona su melodía geórgica. Lenta y grave
    es la canción que dice el agua
    cubierta de círculos pequeños; y en el camino,
    uniformado por una densa colcha de polvo, una víbora
    muerta semeja un garabato de barro.

    En el potrero descansa el ganado. Los bueyes rumian y
    mueven sus cabezas pensativamente, y en sus cuernos la luz se quiebra en fechas
    azuladas. También para ellos el sábado es
    día bendito. Allá, en un ángulo, repica el
    cencerro de la yegua madrina y el potrillo de manchas claras
    brinca y se revuelca sobre el pasto".

    Humberto D’Arcángelo -personaje de Sobre
    héroes y tumbas
    , de Ernesto
    Sábato- añora los carnavales de
    antaño, en los que su padre se lucía con el coche
    de plaza. El está con Martín "en una antigua
    cochera que en otro tiempo había sido de alguna casa
    señorial. (…) Le señaló al fondo,
    arrumbado, el cadáver de un coche de plaza: sin faroles,
    sin gomas, agrietada, la capota podrida y desgarrada. (…)
    Acarició la rueda de la vieja victoria. –La gran
    puta –dijo con voz quebrada-, cuando venía el
    carnaval había que ver este coche al corso de Barraca. Y
    el viejo con la galerita, al pescante. Te garanto que daba golpe,
    pibe" (8).

    En el Martín Fierro (9), publicado en
    1872, aparece un italiano que hace música, y una mona que
    baila:

    Allí un gringo con un órgano

    Y una mona que bailaba

    Haciéndonos ráír
    estaba

    cuando le tocó el arreo.

    ¡Tan grande el gringo y tan feo!

    ¡Lo viera cómo lloraba!"

    Stéfano, el protagonista de una de las novelas de
    María Teresa Andruetto, ve a un organillero y su loro. El
    protagonista está alojado en el Hotel de Inmigrantes: "Cuando el sol baja, Pino
    y Stéfano salen a caminar por la ribera, hasta el muelle
    de los pescadores. Es la hora en que el organito pasa: lo
    arrastra un viejo de barba y gorra marinera que lleva un loro
    montado sobre el hombro.

    A veces, junto a las barcazas, se detienen a oír
    el mandolín que suena en una rueda y las canciones que
    cantan los hombres de mar. Pero no sólo hay italianos en
    el puerto. Ya el segundo día se habían hecho
    amigos, ni saben cómo, de unos gallegos que limpian
    pescado junto a la costa y van por la mañana a verlos,
    ayudan un poco, y regresan, los tres días siguientes, con
    algunas monedas" (10).

    En Frontera Sur (11), novela de Horacio
    Vázquez-Rial, el gallego Roque Díaz Ouro va "a los
    gallos": "Fueron al reñidero de la calle de Santo Domingo,
    que así se llamaba todavía Venezuela.
    Manolo pagó las entradas de los dos. El propietario del
    establecimiento, uno de los más grandes de la ciudad, se
    llamaba José Rivero y su prestigio abarcaba las dos
    orillas del Plata. No habría podido Roque imaginar el
    movimiento de
    aquella casa, y hasta se resistió un tanto a la
    evidencia.

    El, que era incapaz de diferenciar un bataraz, con su
    plumaje gris sucio, de un giro, con su cogote amarillento, o un
    colorado de un calcuta, se veía de pronto en un mundo de
    expertos que debatían a voces acerca de las virtudes de
    este o el otro animal, valiéndose de una jerga singular y
    poniendo en ello el furor de los obsesivos. Y no era escaso el
    público: en el enorme salón había asientos
    para varios centenares, repartidos en platea, gradería y
    palcos, y la pasión común reunía a hombres
    de muy distintos orígenes sociales en torno de los
    feroces y patéticos animales, consagrados al
    espectáculo de la muerte
    durante generaciones".

    Notas

    1. Hernández, Juan José: "El inocente", en
      Hernández, Juan José; Tizón, H., Blaisten,
      I. y otros: El cuento argentino 1959-1970**
      antología. Buenos Aires, CEAL, 1981.
      (Capítulo).
    2. Montes; Francisco: "El desafío", en
      Leyendas y Aventuras de Alpujarreños, en
      Unisex. Buenos Aires, Bruguera. 163 pp.
    3. Carpena, Elías: "Los trotadores", en Carpena,
      Elías: Los trotadores. Buenos Aires, Huemul,
      1973. Pág. 155.
    4. Fray Mocho: Cuentos. Buenos Aires, Huemul,
      1966.
    5. Milano, Fulvio: "La Condra", en El Tiempo,
      Azul, 12 de noviembre de 2000.
    6. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
      en Antología poética. Buenos Aires,
      Espasa, 1965.
    7. Gerchunoff, Alberto: "La siesta", en R. J.
      Payró, J.C. Dávalos, R. Mariani y otros:: El
      cuento argentino 1900-1930 antología
      . Selecc.
      prólogo y notas de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL,
      1980. Págs. 49-50. Vol:
      60.(Capítulo).
    8. Sábato, Ernesto: Sobre héroes y
      tumbas
      . Buenos Aires, Losada, 1966.
    9. Hernández, José: Martín
      Fierro
      . Testo originale con traduzione, commenti e note di
      Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante
      Alighieri, 1985.
    10. Andruetto, María Teresa:
      Stéfano. Buenos Aires, Sudamericana,
      2001.
    11. Vázquez.Rial, Horacio: Frontera Sur.
      Barcelona. Ediciones B, 1998. 563 pp.

    Animales para sustento

    Agricultores y pastores eran los Dal Masetto en su
    tierra lombarda. Lo relata el hijo en un reportaje: "Cuando
    retozaba por las montañas de Intra, su padre Narciso y su
    madre María eran campesinos. Cultivaban todo tipo de
    verduras y frutas: hileras de vid para hacer vino. (…)
    él era el encargado de sacar a pastar las ovejas y las
    cabras" (1).

    "Generalmente todos decían que eran agricultores
    –manifestó el profesor Jorge
    Ochoa de Eguileor-, porque una de las condiciones para poder venir a
    la Argentina era que fuesen agricultores. Nunca habían
    visto la tierra, y los que la habían visto, la
    habían visto en su pequeña casa del caserío
    donde tenían su cerdo, y donde tenían su vaca y
    alguna gallina" (2). Así fue como se vieron obligados a
    aprender un oficio que les resultaba desconocido, para poder
    subsistir en la nueva tierra.

    Viajando de Rosario a Córdoba, Julio A. Roca
    conoce a un inmigrante entusiasmado con la ganadería
    y la agricultura.
    Escribe Félix Luna: "me impresionó lo que me dijo
    un inglés, empleado del ferrocarril. Era el encargado de
    medir las tierras, una legua a cada lado de la vía, que
    por concesión se le había otorgado en propiedad a
    la
    empresa.

    En un castellano
    arrevesado, el gringo me contó que estaban expulsando a
    los pobladores que vivían en aquellos campos para
    venderlos en grandes fracciones una vez que la línea
    hubiera llegado a Córdoba. Sería un negocio enorme
    –me decía- y se llenaba la boca describiendo las
    miles de cabezas de ganado que podrían criarse allí
    y los millones de fanegas de trigo que se cosecharían"
    (3).

    Otro inglés protagoniza el relato que un
    personaje narra en el cuento "Al rescoldo", de Ricardo
    Güiraldes: "-Est’ era un inglés
    –comenzó el relator-, moso grande y juerte, metido
    ya en más de una peyejería, y que había
    criao fama de hombre aveso para salir de un apuro. Iba, en esa
    ocasión, a comprar una noviyada gorda y mestisona, de una
    viuda ricacha, y no paraba en descontar los ojos de güey que
    podía agenciarse en el negosio. Era noche serrada, y el
    hombre cabilaba sobre los ardiles que emplearía con la
    viuda pa engordar un capitalito que había amontonao
    comprando hasienda pa los corrales" (4).

    Leopoldo Lugones, en "la ‘Oda a los ganados y las
    mieses’ (5), evoca el desarrollo de
    la ganadería, gracias al asesoramiento de un
    inglés

    lo cierto es que en su media lengua
    trajo

    artes y ciencias que
    el paisano ignora.

    El transformó los bárbaros
    corrales,

    las torpes hierras, las feroces domas,

    y aseguró en las chacras invernizas

    que al pronto parecieron
    anacrónicas,

    forraje fresco a los costosos padres,

    que entienden sus maneras y su idioma.

    Y el tronco muscular del eucalipto

    en que su duro y blanco brazo apoya,

    se amorata de fuerza
    parecida

    al levantarse desgreñado de hojas

    "Marido de la Pampa" como dijo

    Sarmiento, con palabra creadora".

    En ese mismo poema (6), canta al vasco que vende la
    leche:

    ¡Oh alegre vasco matinal, que
    hacía

    Con su jamelgo hirsuto y con su boina

    La entrada del suburbio adormecido

    Bajo la aguda escarcha de la aurora!:

    Repicaba en los tarros abollados

    Su eclógico pregón de leche
    gorda,

    Y con su rizo de humo iba la pipa

    Temprana, bailándole en la boca,

    Mezclada a la quejumbre del zorzico

    que gemía una ausencia de
    zampoñas.

    Su cuarta liberal tenía llapa,

    Y su mano leal y generosa,

    Prorrogaba la cuenta de los pobres

    Marcando tarjas en sus puertas toscas.

    Baldomero Fernández Moreno incluyó en
    Guía caprichosa de Buenos Aires la página
    "El vasco lechero en el café", en la que dice: "he
    aquí que al hilo del mostrador aparece un vasco lechero,
    la cara rosada, con dos parches más rojos pegados en las
    mejillas, la boina encasquetada, la blusa rizada, que no todo ha
    de ser fortaleza y agresividad; las piernas combadas, las
    alpargatas silenciosas, y el tarro en la mano como si blandiera
    un arma o un guijarro listo para ser proyectado en la cara lisa y
    cosmopolita del ‘barman’. Y con el vasco lechero
    entra también el campo, un aire duro y frío y un
    trébol. Un trébol precisamente que se labra un
    espacio verde en el ambiente gris
    y que yo veo con toda nitidez" (7).

    Mario, protagonista de Hermana y sombra, de
    Bernardo Verbitsky, recuerda al español
    que les vendía leche: "Dejamos en Bahía Blanca
    varias cuentas impagas,
    pero la que realmente nos preocupaba era la del lechero, un
    español bajito y menudo, a quien se le formaban unas
    arruguitas alrededor de los ojos al sonreír, lo que
    hacía con frecuencia. Vestía algo parecido a un
    chaleco oscuro, sin magas, usaba faja, y un chambergo negro
    echado ligeramente hacia la nuca.

    Teóricamente, le pagábamos mensualmente
    los cinco litros que nos dejaba cada día pero siempre fue
    tolerante para el cobro, aceptando los pretextos con que
    explicábamos nuestra condición de deudores morosos.
    En los últimos meses no pudimos darle un centavo sin que
    él suspendiera el suministro de nuestro principal
    alimento. Nuestra convicción, reafirmada más de una
    vez por mamá, era que a ese pequeño español
    bondadoso debíamos el no haber muerto de hambre, sobre
    todo nuestra hermanita a quien no le faltaron nunca varias
    mamaderas diarias para suplir los pechos casi secos de
    mamá" (8).

    En Barrio Gris, Joaquín Gómez Bas
    presenta a una española que vende leche en Sarandí:
    "El agua cubre ya
    la mitad de la calle. La gente comienza a utilizar el puente
    esquinero para atravesarla. Es un artefacto endeble y cimbreante
    que se yergue a más de cinco metros sobre el nivel del
    camino ordinario. Representa una hazaña ascender la
    escalera de carcomidos peldaños de madera, recorrer su
    piso de tablas inseguras y bajar por el extremo opuesto
    aferrándose a la barandilla resquebrajada por el sol y las
    lluvias. (…) Doña Micaela sube trabajosamente la
    escalera del puente acarreando un tarro de leche en cada mano.
    Trastabilla en los tramos y acompaña el peligroso tambaleo
    con imprecaciones más sucias que su indumentaria. Es
    grotesca como una vaca que bailara sobre sus patas traseras"
    (9)

    En Secretos de familia (10), Graciela Cabal evoca
    al vasco que les vendía la leche: "El que sí viene
    con carro y caballo es el lechero. Cada vez que el carro se para
    delante de la ventana, el caballo, que tiene sombrero con
    claveles y dos agujeros para las orejas, hace pis. Un chorro que
    suena más fuerte que cuando mi papá va al
    baño. El lechero tiene pelo colorado, usa boina y nunca
    hace chistes porque
    es extranjero. Mi mamá deja la lechera en la puerta y el
    lechero, que viene con un tarro grande y un tarro chiquito, pasa
    la leche de un tarro al otro y después a la lechera, sin
    derramar una gota. Al rato viene mi mamá y derrama todo,
    porque a ella siempre le tiemblan las manos, pobre mi
    mamá".

    Respecto de la inmigración en Tigre, afirma Mabel Trifaro:
    "En el período que va desde 1870 hasta 1910, que luego se
    prolongó en menor escala, fueron
    entrando al país gran cantidad de inmigrantes de diversas
    procedencias, que llegaron también hasta Las Conchas
    (Tigre) y se establecieron formando sus familias. (…) Los
    inmigrantes se ubicaron en diferentes lugares del país
    según su procedencia, formando colonias. En el caso del
    delta, si bien no formaron colonias, se distribuyeron en los
    ríos con cierta proximidad los que provenían de
    determinadas regiones de Europa. (…)

    Podemos destacar de modo general a los españoles
    de diferentes regiones en el comercio, los
    vascos-franceses en los tambos, los italianos en la industria y la
    mecánica, los turcos (sirio-libaneses) en
    el comercio itinerante, los japoneses en la floricultura, por lo
    que se instalaron en las zonas altas de General Pacheco,
    Benavidez y Escobar y éstos también se destacaron
    en la industria tintorera" (11).

    Godofredo Daireaux es el autor de "Matufia", cuadro
    costumbrista en el que menciona el ganado ovino: "Después
    del confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se
    sentaron a la sombra de los preciosos aromas que rodeaban la
    estancia de don Carlos Gutiérrez, hacendado de la
    vecindad, don Julio Aubert, francés acriollado y mayordomo
    de una gran estancia vecina y un vasco, ovejero rico de por
    allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de
    almorzar, había sido convidado por el dueño de
    casa" (12).

    Los Rotstein, llegados de Ucrania, se establecieron en
    la provincia de La Pampa. Sus descendientes escriben: "En 1913 se
    voló el techo de la escuela primaria
    y ésta quedó inutilizada. Los Novick pudieron
    mandar a sus hijos a estudiar a otro lado pero David tuvo que
    abandonar.

    Para aportar a la familia, se conchabó para
    cuidar ovejas en una chacra cercana. Una anécdota de su
    primer día de trabajo: el dueño de la chacra lo
    dejó a la mañana con las ovejas, galleta y una
    botella de agua y dijo que lo venia a buscar al anochecer. David
    esperó hasta que decidió que no lo venían a
    buscar y decidió volver caminando a Villa Alba. En ese
    entonces no había caminos sino huellas. Enseguida se hizo
    noche cerrada, pero el sentido de orientación que siempre
    tuvo lo ayudo a llegar. Esto tomó largo tiempo y, mientras
    tanto su empleador llegó, en carro o sulky, a buscarlo. Al
    no encontrarlo, volvió al pueblo. Tampoco estaba en su
    casa (estaba en tránsito, caminando de vuelta) así
    que para cuando llegó había una gran alarma
    esperándolo" (13).

    María Brunswig de Bamberg es la autora de
    Allá en la Patagonia (14), obra en la que
    reúne las cartas que su
    madre enviaba a su abuela, que había quedado en la tierra
    natal. "El 3 de febrero de 1923, después de una
    travesía de treinta días desde Hamburgo, Ella
    Hoffman llega con sus tres hijas a Buenos Aires, rumbo a la
    Patagonia,
    donde Hermann Brunswig, su marido y padre de las niñas,
    trabaja como administrador de
    una estancia y espera ansioso el reencuentro con su familia
    después de tres años y medio de
    separación.

    Esta es una selección
    de las cartas intercambiadas hasta 1930 entre Ella y Mutti, su
    madre, y que fueron recuperadas setenta años
    después por María Brunswig, la hija mayor. Pero no
    se trata de una simple recopilación, sino de un juego de
    tiempos y voces, pleno de agilidad y riqueza, en el que
    intervienen tres generaciones de mujeres: Mutti, Ella y la propia
    María. Algunas cartas de Hermann incorporan, por su parte,
    una visión masculina y un toque de humor.

    El diálogo
    epistolar le otorga a la obra una intensidad inusual,
    además de una visión europea del sur argentino en
    los años veinte. Ella habla a su madre del mundo nuevo que
    está descubriendo y se revela como una gran luchadora.
    Educada para ir a la Ópera, aprender francés y
    tocar el piano, ahora lava ropa en el arroyo, friega, zurce,
    remienda, come huevos de avestruz e incluso carnea zapones. En
    síntesis, una sensible crónica
    familiar que abre distintos horizontes sobre una región
    inhóspita y al mismo tiempo generosa" (14).

    "Hermann Brunswig, el esposo que aguardaba, había
    llegado a la Argentina en 1919 para emplearse como ovejero en la
    cordillera santacruceña y cuando fue nombrado
    administrador de la estancia Lago Guío, propiedad de
    Mauricio Braun, Rudolf Stubenrauch y Lucas Bridges,
    decidió que era el momento de hacer viajar a su joven
    familia" (15).

    Por evadir el reclutamiento
    vinieron los tres hermanos asturianos Fernández Montes,
    enviados por su madre, quien quedó en España con
    sus otros hijos. Nicanor Fernández Montes, nacido en
    Loredo, "llegó a Buenos Aires en el Capolonio, un barco ya
    casi legendario, que también fue tema de un tango". Su hija,
    Angela, cuenta que viajó en barco a la Patagonia, luego de
    un tiempo en el Hotel de Inmigrantes: "en una travesía
    marcada por olas de veinte metros… (…) Su primer destino fue
    Río Gallegos, donde no había ni veinte casas, y de
    ahí lo mandaron de puestero a una estancia. (…) En la
    Patagonia no había nada de lo que él sabía
    hacer, de modo que tuvo que improvisar, como todos los
    integrantes de una sociedad
    pionera. (…) Una vez, llegó a estar catorce meses solo
    en un puesto… catorce meses…. Desayunaba, comía,
    merendaba y cenaba cordero… no había otra cosa; lo
    notable es que le gustaba" (16).

    En Tierra del Fuego vivían los personajes de
    Fuegia, novela de Eduardo Belgrano Rawson. Ellos
    importaron padrillos, pastores y perros: "Cuando les
    resultó evidente que habían echado mano a los
    mejores campos del mundo, los criadores de toda la isla
    resolvieron cruzar sus mediocres ovejas con padrillos europeos.
    Para entonces ya nadie soñaba con transformar a los
    lugareños en sus pastores perfectos. En realidad, a los
    parrikens les sobraban condiciones para el puesto: corrían
    treinta kilómetros de un tirón, podían
    dormir al sereno en invierno y resistían sin probar bocado
    como el más bruto de los galeses. Pero nada
    aborrecían más en el mundo que el trabajo de
    ovejeros, de modo que los criadores olvidaron por fin el asunto y
    junto con los padrillos importaron pastores de Escocia, quienes
    trajeron hasta los perros" (17).

    También a las Islas Malvinas
    llegaron pioneros escoceses que criaron ovejas: "En 1842 llegaron
    dieciocho pobladores, en 1849 treinta y en 1859 otros treinta y
    cinco, con sus respectivas familias. El último contingente
    llegó en 1867. Poco a poco colonizaron todas las islas.
    Estos escoceses trasladaron a las Malvinas sus
    costumbres, entre otras la de criar ovejas, no vacunos. Sus
    descendientes forman la gran mayoría de la población malvinense nativa, de la
    población estable actual, porque las Malvinas tienen
    también una población inestable, de origen no
    escocés sino inglés: son los funcionarios y los
    militares" (18).

    El abuelo calabrés de Griselda García no
    quería que las nietas vieran cuando mataba un conejo
    (19):

    mi abuelo que para todas las actividades
    cotidianas

    produce un sonido distinto
    con la boca;

    que en los sesenta era sastre en
    Aerolíneas

    y hacía los trajes de azafatas y
    pilotos,

    mi abuelo, que cuando mataba algún conejo nos
    decía:

    vayan con tu hermana a dar una vuelta

    Manuel Corral Vide llamó Morriña a
    su restorán, nombre que nos habla sin duda del sentimiento
    que aúna a chef y comensales: "A través de
    Morriña (palabra entrañable para nosotros) el
    nombre de Galicia llega a miles de personas que, sin ser
    gallegas, se interiorizaron de las características de
    nuestra cocina, lo peculiar de nuestras tradiciones y nuestra
    milenaria cultura.

    En cuanto a los paisanos, me consta que se enorgullecen
    de tanta difusión" (20). El publica sus recetas en
    Galicia en el mundo; en una de las entregas de "Cocina
    gallega", leemos: "En Buenos Aires, siempre que se podía
    en casa, nos agasajábamos con una buena paella en la que
    difícilmente faltaba el conejo (mi abuela los criaba en
    nuestros primeros años en la Argentina)" (21).
    Décadas más tarde, el chef incluye el conejo en su
    menú celta, que consta también de una "Cabeza de
    Jabalí sobre tostadas" y "Paleta a la armoricana con habas
    verdes", entre otros platos (22).

    La venta de carne
    fue el medio por el cual subsistieron muchos inmigrantes, en
    diferentes situaciones. "En España vivíamos en San
    Gervasio, a pocos kilómetros de Barcelona –cuenta
    Remey Nuez Fontanals-. Y yo recuerdo que cuando empezó la
    guerra, mi
    papá nos fue a buscar al colegio en bicicleta y ya estaban
    todos los guardias civiles muertos… yo tenía nueve
    años.

    Mi padre falleció en esos días, de
    apendicitis. Así que mamá se quedó sola con
    los cuatro hijos. Yo, la mayor y mi hermana menor con nueve
    meses. Me acuerdo de que para poder vivir, mi mamá
    hacía estraperlo, contrabando de
    comida. Iba a los pueblos, compraba comida y la traía en
    el cuerpo, puesta. (…) en un viaje, en el que traía
    arroz en unos tubos escondidos en unos corsets, los guardias se
    dieron cuenta, y entonces mi madre se tajeó todo el
    corset, porque si la comida no era para nosotros, no se la iba a
    quedar nadie…Con mi hermana aprendimos y hacíamos
    estraperlo de carne, en las valijas del colegio… esa carne se
    vendía y podíamos subsistir" (23).

    En Aller simple: Tres Historias del Río de la
    Plata
    , coproducción francoargentina de 1994 codirigida
    por los franceses Noel Burch y Nadine Fischer y el uruguayo
    Nelson Scartaccini –a quien pertenece la idea original-,
    "la cámara se detiene y quedan tres rostros, elegidos al
    azar, que nos enfrentan. Dos hombres y una mujer. A partir
    de esas caras, la película se adentra en las ficticias
    historias familiares de cada una. Presuponen, los realizadores,
    que uno es francés, el otro italiano y la tercera
    española. (…) Aller simple presenta, una por una,
    las historias familiares. La del francés, que se
    convirtió en un rico integrante de la Sociedad Rural; el
    italiano, que se fue al Uruguay y le
    costó levantar cabeza pese a la solidez económica
    comparativa de ese país respecto del nuestro; y, por
    último, la española, que se integró a la
    clase media
    cuentapropista poniendo una carnicería" (24).

    En Quilmes, La Plata y Berisso, "se desarrolló,
    durante la década de 1920, una importante
    concentración de armenios gracias a las fuentes de
    trabajo en los frigoríficos de la zona. En la localidad de
    Berisso estaba el frigorífico Armour La Plata S.A. que
    inició sus operaciones en
    1915. Entre dicho año y 1930, el 60% de su
    población obrera estaba constituida por hombres y mujeres
    provenientes de Europa y Asia. Los
    armenios compartieron con los italianos, españoles, rusos
    y árabes, las pesadas tareas en desfavorables condiciones
    de trabajo" (25).

    La asturiana Carmen Díaz relata que su padre "a
    veces volvía de Gijón o de Oviedo, y rechazaba los
    potajes desabridos que comían todos y pedía huevos
    fritos, lujo que se comía delante de sus hijos hambrientos
    y zaparrastrosos". Durante la Guerra Civil, los franquistas
    "entraban por la fuerza a las casas y se robaban las gallinas y
    los pocos comestibles que los aldeanos almacenaban con temor
    apocalíptico en sus despensas" (26).

    La pobreza llega
    a extremos patéticos en la novela
    Stéfano de María Teresa Andruetto. La madre
    del protagonista ha encontrado un ave. Años
    después, el hijo recuerda: "La veo en la cocina: saca agua
    de la que hierve en un latón, echa el agua sobre la
    torcaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la
    chamusca sobre la llama y la desventra. Lava víscera por
    víscera, desechando sólo la hiel amarga. Cuando
    está limpia, la divide en cuatro y dice: Tenemos para
    cuatro días. Yo no digo nada, sólo miro cómo
    separa una de las partes y luego oigo que me envía a
    guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el
    sereno las mantenga frescas. Cuando regreso, está sacando
    de la bolsa harina de maíz. Mete
    la mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace
    el tazón al raspar la tela. ¿Alcanza?, pregunto.
    Para esta vez, dice. ¿Y mañana? Dios dirá"
    (27).

    Estos alimentos tan
    significativos para algunos inmigrantes, son mal vistos por otros
    italianos. Cuando viaja a Italia, el
    protagonista de La noche lombarda –novela de Atilio
    Betti-, ve que los descendientes acaudalados de los campesinos
    desprecian las comidas típicas de la región: "A
    mí me apetecían las ranas. Me apetecían
    todos los alimentos que nutrieron a mi padre; pero Anna los
    había proscripto de su mesa. No a la ordinariez de la
    polenta, no a la selvaggina, los patos silvestres". En esa obra,
    Betti evoca los oficios de sus mayores, entre ellos la
    cría de ganado y la caza de ranas (28).

    En Mendoza, los Bianchi se las ingeniaban para
    procurarse sustento: "Lo que más motivaba la
    admiración de Valentín hacia su mujer era cuando,
    durante el crudo invierno, ella se dedicaba a cazar pajaritos con
    su viejo rifle de municiones. Colocaba maíz mojado en el
    patio, frente a la puerta de la cocina, y mientras preparaba el
    almuerzo, las pequeñas avecillas se aglomeraban ansiosas
    por comer el alimento que asomaba entre la nieve. Entonces Elsa,
    de un solo disparo, hacía una buena cacería.
    Enseguida, con la ayuda de sus pequeños Bibi y Nino,
    limpiaban las presas obtenidas. Luego doña Teresa se
    dedicaba a la preparación de una exquisita polenta con
    pajaritos, que era la delicia de toda la familia" (29). Nino
    retiraba de los nidos pichones de paloma y gorrión, cazaba
    cuises y pescaba: Sobre los cuises o conejos de cerco, escribe,
    décadas más tarde: "Mi madre o la tía
    ‘Neta’, complacientes, solían prepararlos a la
    cacerola, que nosotros saboreábamos con deleite por el
    sólo hecho de saber que era producto de
    nuestras sacrificadas cacerías". Los puesteros convidaban
    al niño con carne de quirquincho y preparaban "empanadas
    de carne de león", a las que atribuían propiedades
    curativas (30).

    Acerca de Margarita Marc de Soto, hija de franceses
    afincados en Alberdi, afirma Carolina Muzi: "La cocina fue una
    constante en su vida y las perdices en escabeche, una de las
    especialidades más celebradas por familiares y amigos.
    Pero Margarita no sólo las cocinaba: también las
    cazaba" (31).

    En "La casa endiablada" (32), Holmberg imagina un crimen
    perpetrado contra un suizo que quería comprar gallinas. El
    juez relata: "-A principios de
    1884, y unos tres meses después de partir usted para
    Europa, vino de Santa Fe a Buenos Aires un colono suizo llamado
    Nicolás Leponti, el cual, gracias a su actividad, a su
    esfuerzo, a su energía y a su inteligencia,
    había logrado reunir una fortuna que, si bien modesta, le
    permitía ocupar en su colonia una posición
    desahogada, y prestar, a sus compatriotas, servicios que
    le habían valido la estimación general".

    El escritor pone en boca del loro con cuya
    colaboración se esclarece el asesinato, consideraciones
    del ave acerca del coraje del europeo: "-Y era guapo el gringo…
    y duro para morir… ¿se acuerda, amigo?". Este inmigrante
    encontró su fin cuando intentó hacer una
    operación comercial relacionada con su actividad: "El
    suizo quería comprar gallinas de raza, y sabiendo el 17
    que aquella casa estaba sola, se dirigió a ella y
    allí consumó el crimen". Durante mucho tiempo se
    ignoró qué había sucedido al colono: "La
    tierra cubrió el cuerpo de Nicolás Leponti, el
    aguardiente y el monte devoraron en pocos días el producto
    del crimen, y el misterio envolvió todo durante cinco
    años".

    En "Permiso, maestro", Isidoro Blaisten presenta a "La
    Colorada", "una polaca llamada Vlasta, es la prima de la pollera"
    (33).

    Mempo Giardinelli escribe, en Santo Oficio de la
    Memoria
    , que, en Filetto, los nativos eran pescadores,
    viñateros, cosechadores de olivas (34).

    En El mar que nos trajo, dice Griselda Gambaro
    que Agostino "Cada atardecer, salvo que el tiempo lo impidiera,
    salía en barca bajo patrón en jornadas que,
    según la pesca,
    concluían al amanecer o al mediodía siguiente. Se
    trabajaba mucho y se ganaba poco. (…) Ellos estarían
    condenados al mismo ritmo de trabajo toda la vida: la pesca, la
    venta a precios viles
    y el ocio destinado al arreglo de las redes" (35).

    Muchos italianos fueron pescadores, en Mar del Plata. Un
    descendiente se refiere a la vida cotidiana de uno de estos
    inmigrantes: "A Juan Carlos D’Amico lo llaman
    Chupete. (…) A Chupete le gusta su
    profesión, la misma de su padre y de sus dos abuelos
    italianos. Para ellos, toda la vida giró en torno a la
    pesca. ‘Mi abuelo llegaba a la casa, se lavaba y preparaba
    el chupín. Mientras se cocinaba, tejía la red. Todos los días
    un poquito. Terminaba de coser, comía, y se iba a dormir
    hasta el otro día, que volvía a pescar. Esa era la
    vida de él" (36).

    Canela recuerda las recetas que cocinaba su madre
    italiana: "En verano, una sopa de harina quemada con pan tostado.
    Había tortilla de flores de zapallo y criábamos
    caracoles de jardín en cajas, que después ella
    purgaba para hacer unos exquisitos guisos. Salíamos al
    campo en busca de la planta diente de león, que se
    agregaba sin su flor a la polenta con panceta" (37).

    "Luca Filiziu tiene 82 años y es uno de los
    primeros inmigrantes italianos que a mediados de siglo pasado
    trajo al país esa costumbre gastronómica que para
    los nativos resultaba extraña. Ahora ha vuelto a despuntar
    el vicio: a falta de quinta, cría caracoles en el
    balcón de su departamento, en el barrio de Constitución. ‘En la Argentina
    tenemos que buscar los platos con nuestro propio estilo’,
    dice, mientras saca del horno una fuente con brochettes de
    caracoles envueltos en panceta y otra con lumaches (como se
    denominan en italiano) en salsa picante" (38).

    Durante la guerra, los italianos se veían
    obligados a consumir animales domésticos: "Hasta ese
    momento la guerra sólo había sido sucesivas
    noticias de
    invasiones, amenazas lejanas –recuerda Agata, el personaje
    de Dal Masetto. En realidad, nos dimos cuenta de que la
    situación se estaba poniendo mala a medida que comenzaron
    a escasear los alimentos. Cuando nació mi hija Elsa ya
    faltaba de todo. El pan, el azúcar,
    la carne, la harina estaban racionados.

    Cierta vez que estuve enferma, para obtener unos gramos
    extra de una carne negra y casi incomible hubo que presentar una
    receta médica. Pagando muy caro, se conseguían
    algunos productos en
    el mercado negro.
    Había gente que se enriquecía con eso. (…)
    Llegó el momento en que cierta gente comenzó a
    comer perros. Eso me comentaba Mario. Que los gatos fuesen a
    parar a la cacerola era común. Quedaban pocos. Aquellas
    familias que todavía poseían uno lo cuidaban para
    que no se lo robaran" (39).

    En Polonia –recuerda Valeria Rodziewicz-, "La
    comida escaseaba, sólo teníamos arroz y la carne de
    los caballos muertos esparcidos por las calles. (…) Para poder
    comer tenía que vender mi sangre para las
    transfusiones" (40). Era el año 1939.

    Notas

    1. Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de
      1998.
    2. Markic, Mario: "En el camino", TN, 12 de septiembre
      de 2002.
    3. Luna, Félix: Soy Roca. Buenos Aires,
      Sudamericana, 1989.
    4. Güiraldes, Ricardo: "Al rescoldo", en R. J.
      Payró, J. C. Dávalos, R. Mariani y otros: El
      cuento argentino 1900-1930 antología
      . Buenos Aires,
      CEAL, 1980. Pág. 53-60. (Capítulo, vol.
      60).
    5. Lugones, Leopoldo: "Oda a los ganados y las mieses",
      en Antología poética. Buenos Aires,
      Espasa-Calpe, 1965.
    6. Ibídem
    7. Fernández Moreno, Baldomero: "El vasco lechero
      en el café", en Fernández Moreno, Baldomero:
      Poesía y prosa. Buenos Aires, CEAL, 1980.
      (Capítulo).
    8. Verbitsky, Bernardo: Hermana y Sombra. Buenos
      Aires, Editorial Planeta Argentina, 1977.
    9. Gómez Bas, Joaquín: Barrio Gris.
      Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora,
      1963.
    10. Cabal, Graciela Beatriz: Secretos de familia.
      Buenos Aires, Debolsillo, 2003.
    11. Trifaro, Mabel: "La inmigración", en
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    12. Daireaux, Godofredo: "Matufia", en Fray Mocho,
      Félix Lima y otros: Los costumbristas del 900.
      Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta Bustos.
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    13. Rotstein, Enrique y Fabio: "Fanny Dubroff y David
      Rotstein, en www.math/bu.edu/people/
      horacio/anc-cast.htm
    14. S/F: Brunswig de Bamberg, María:
      Allá en la Patagonia.. Buenos Aires, Vergara,
      1995. Gacetilla de prensa.
    15. Dobrée, Pedro: "La emperatriz de San
      Julián", en Río Negro on line, General
      Roca, 19 de julio de 2003.
    16. Ceratto, Virginia: "Gris de ausencia. Volver a
      empezar en un mundo nuevo", en La Capital, Mar del
      Plata, 26 de noviembre de 2000.
    17. Belgrano Rawson, Eduardo: Fuegia. Buenos
      Aires, Sudamericana, 1991.
    18. Gallez, Pablo: "Malvineros, ingleses, escoceses y
      argentinos", en La Nueva Provincia, Bahía Blanca,
      18 de febrero de 1999.
    19. García, Griselda: Poema
      inédito
    20. Corral Vide, Manuel: "Cocina gallega", en Galicia
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      , Edición Mercosur.
      Buenos Aires, 3-9 de septiembre de 2001.
    21. Corral Vide, Manuel: "Cocina gallega", en Galicia
      en el mundo
      , Edición Mercosur. Buenos Aires, 14-20
      de febrero de 2000.
    22. Corral Vide, Manuel: "Menú Celta de Samain",
      en www.videstapas.com
    23. Ceratto, Virginia: op. cit.
    24. Lerer, Diego: "Tres caras de la historia", en
      Clarín, Buenos Aires, 4 de julio de 1988.
    25. Boulgourdjian-Toufeksian, Nélida: Los
      armenios en Buenos Aires 1900-1950. La reconstrucción de
      la identidad
      . Buenos Aires, Centro Armenio,
      1997.
    26. Fernández Díaz, Jorge:
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      2002.
    27. Andruetto, María Teresa: op.
      cit.
    28. Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos
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    29. Bianchi, Alcides J.: Valentín el
      inmigrante
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    30. Bianchi, Alcides J. Aquellos tiempos….
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    31. Muzi, Carolina: "El siglo que yo vi", en
      Clarín Viva, Buenos Aires, 26 de septiembre de
      1999.
    32. Holmberg, Eduardo L.: "La casa endiablada", en
      Cuentos fantásticos. Buenos Aires, Hachette,
      1957. Prólogo de Antonio Pagés
      Larraya.
    33. Blaisten, Isidoro: "Permiso, maestro", en Carroza
      y reina
      . Buenos Aires, Emecé, 1986. 219
      pp.
    34. Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la
      Memoria
      . Buenos Aires, Seix-Barral, 1991.
    35. Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo.
      Norma, 2001.
    36. Zárate, Francisco de: "A la pesca", en
      Clarín Viva, 23 de mayo de 2004. Fotos:
      Andrés Hax.
    37. Becker, Miriam: "Casera e italiana", en La
      Nación Revista
      , 23 de diciembre de 2001.
    38. S/F: "La estrategia del
      caracol", en Página 12, 25 de agosto de
      2002.
    39. Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la
      vida.
      Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
    40. Castrillón, Ernesto y Casabal, Luis: "El
      día que fue arrasada Varsovia", en La
      Nación
      , Buenos Aires, 1° de septiembre de
      2002.

    Animales aborrecidos

    Un personaje de la novela Mestizo, de Ricardo
    Feierstein, recuerda a los roedores con quienes disputaban el
    alimento en Polonia, durante la guerra: "en Lemberg venían
    épocas de hambruna terrible. Era tanto el hambre que
    teníamos que no puede contarse: (…) Jacobo vio pasar
    unas ratas que llevaban pletzales, pedazos de pan, desde
    las ruinas de una panadería derrumbada por las bombas. El se
    metió entre los escombros del sótano, peleó
    con los roedores hasta espantarlos y consiguió varios
    trozos de pan para repartir entre nosotros. El que no haya pasado
    eso no puede entenderlo" (1).

    Para Valentìn Bianchi "transcurrieron muchas
    noches de insomnio, acostado en la estrecha cucheta del camarote,
    mientras pensaba en su nuevo destino y en cual serìa la
    suerte que le depararìa. Las incomodidades del barco
    carguero en el que viajaba tambièn le producìan
    desazòn. Tenìa que sobreponerse a las penurias del
    viaje y a sus interminables noches, cuando, con frecuencia,
    solìa sentir a las ratas correteando por sobre su cama"
    (2).

    Un personaje de Lejos de aquí, de Roberto
    Cossa y Mauricio Kartun, de vuelta en España, dice a un
    argentino: "¿Cómo te creés que la
    pasé yo en tu tierra? Trabajaba en un bar dieciocho horas
    por día… ¡Dos turnos! Sirviendo a tus
    argentinos… soberbios… maleducados, ¡coño!
    ¡Dieciocho horas por día! Sin sueldo. Sólo
    por las propinas y la comida. Dormía en el sótano
    con una escoba en la mano para espantar las ratas… Treinta
    años juntando plata… ¡plata y odio!
    ¿Entendés lo que es eso? ¡Treinta años
    juntando plata y odio! ¿De qué solidaridad me
    hablás?" (3).

    El abuelo de Griselda García, calabrés,
    mataba a los roedores (4):

    (…) nos dejaba mirar la muerte

    en los ojos de las ratas atrapadas en
    tramperas,

    escuchar sus chillidos de bebés
    diminutos

    cuando el agua hirviendo les caía
    encima;

    Jacobo Rendler aborrecía a los "bichos" que
    poblaban las camas del Hotel de Inmigrantes. En "El viaje" (5),
    él evoca: "Nos llevaron al Hotel de los Inmigrantes. Los
    judíos
    mantuvimos juntos, y al rato se nos acercaron dos personas, se
    presentaron y en ídish nos dijeron que venían de la
    sociedad judía para ayudarnos en lo que
    pudieran.

    Nos llevaron a una oficina donde
    había unos bancos largos,
    nos hicieron sentar y nos iban llamando de a uno. Nos preguntaban
    nombre y apellido, origen, profesión y si teníamos
    conocidos en el país. Anotaron todo, y nos
    acompañaron al primer piso, con mi amigo siempre al lado.
    Era un salón enorme con cuchetas de a tres camas. Cuando
    vimos las camas perdimos las ganas de acostarnos. Con Melcer
    convinimos dormir afuera sobre unos bancos de cemento que
    había. Los paisanos que nos habían tomado los
    datos
    prometieron volver al día siguiente, nos dieron un vale
    para el comedor. A mí me dieron un peso en efectivo
    indicándome como llegar a la dirección que tenía de una familia
    conocida, vecinos de mi abuelo materno en un pueblo del interior
    de Polonia que estuvieron una o dos veces en mi casa de
    Lublín.

    Al día siguiente nos levantamos muy temprano. El
    banco de
    piedra era muy duro y estábamos a la intemperie, pero las
    camas estaban tan sucias y tenían tantos bichos que
    teníamos miedo de amanecer de nuevo en
    Polonia".

    En Memorias para no olvidar (6), de Eduardo
    Bedrossian, un armenio "En Buenos Aires, apenas pasó por
    el Hotel de los Inmigrantes, que era para europeos, no para
    asiáticos. Además los piojos, entonces brazos
    armados de la ley, lo echaron a
    empujones. Vivió en la calle durmiendo por la noche sobre
    los bancos de las plazas, hasta que logró albergue en uno
    de los galpones del Ejército de Salvación de La
    Boca; allí tenía asegurado el techo y algo de
    comida. Los salvacionistas distribuían
    democráticamente lo poco que tenían entre muchos
    desarraigados y vagabundos hacia los que nadie quería
    mirar".

    Notas

    1. Feierstein, Ricardo: Mestizo. Buenos Aires,
      Planeta, 1994.
    2. Bianchi, Alcides J.: Valentín el
      inmigrante
      . Santiago de Chile, edición del autor,
      1987.
    3. Cossa, Roberto y Kartun, Mauricio: Lejos de
      aquí
      , en Teatro 5. Buenos Aires, Ediciones de
      la Flor, 1999.
    4. García. Griselda: poema
      inédito
    5. Rendler, Jacobo: "Mis primeros pasos en la
      Argentina", en www.enplenitud.com.
    6. Bedrossian, Eduardo: Memorias para no olvidar.
      Buenos Aires, 1998.

    Animales temidos

    En la memoria de
    la Colonia San José, Alejo Peyret se refiere al temor de
    algunos inmigrantes: "He visto en esta Colonia, montañeses
    que nunca se habían aproximado a un buey y les
    tenían un miedo espantoso, por más mansos que
    fueran. Habían arado con caballos, y había
    también algunos que nunca habían arado.
    Habían solamente carpido algunas varias cuadras de tierra
    en las faldas de los Alpes. Venían pues a América a
    hacer su aprendizaje de
    agricultura" (1).

    Antonio Dal Masetto escribió Oscuramente
    fuerte es la vida
    , novela distinguida con el Primer Premio
    Municipal y el Premio Club de los XIII. En esa obra él
    relata que Agata, que vivía en un orfanato italiano,
    temía a la vaca: "Todas las mañanas nos
    levantábamos a las seis para asistir a misa.
    Después concurríamos a clase y el resto del
    día teníamos que trabajar. Las mayores bordaban y
    tejían. Sabíamos que el orfanato vendía esa
    producción afuera. A las más chicas
    nos hacían arrancar yuyos, juntar ramas secas, cuidar los
    animales, acarrear baldes de agua, apilar el heno. Pero lo peor
    era cuando me mandaban a cuidar que la vaca, mientras pastaba, no
    se pasara a la parte sembrada. Le tenía miedo"
    (2).

    También temía la asturiana Carmen
    Díaz (3): "cumplía con su rutina de hierro.
    Aprendió a ordeñar, llena de prevenciones, en la
    edad de las primeras muecas. Su madre, que no andaba para
    remilgos, la obligó de mala manera a perderle respeto a la
    vaca, ese monstruo gigantesco e imprevisible. Cada madrugada,
    Carmina andaba a pie cuatro kilómetros hasta una
    cabaña, ordeñaba la pinta y bajaba con la leche
    para sus hermanos".

    En Entre Ríos, los inmigrantes temían a la
    langosta. El esfuerzo de mucho tiempo se veía destruido
    por la plaga. Escribe Ferdinand Constantin, en 1898, en la
    Colonia San José: "Hemos salido victoriosos en la
    destrucción de estos insecto devastadores. La primera nube
    de langostas ha venido sobre mi viña a la tarde. A la
    mañana siguiente éramos siete u ocho personas para
    recoger 295 kilos sobre los troncos de los durazneros y los
    postes de las viñas. Se ha comenzado con la
    destrucción de los huevos y enseguida se ha destruido a
    las recién nacidas. En la Colonia se ha tenido
    pérdida de cosecha hasta este momento. En los alrededores,
    donde no se ha podido luchar contra las langostas, el maíz
    ha sido arrasado. En estos cuarteles no se veía más
    que correr la policía para infligir amenazas a todos
    aquellos que no querían participar en la lucha contra los
    insectos. Se pagaba 50 centavos los 10 kilos de langostas
    recogidos…" (4).

    En El árbol de la gitana, Alicia Dujovne
    Ortiz relata que se esperaba que su abuelo, maestro que
    emigró de Rusia a Entre
    Ríos, ayudara a combatir a la langosta: "Los inmigrantes
    recién llegados se volvieron hacia Samuel. Era el maestro
    y ya había tenido que aprender algunas palabras en
    español (…) La mañana de su llegada, apenas
    depositado en tierra el último bártulo, de lo
    primero que le hablaron fue de la langosta. Acriollados
    judíos de Kiev y Kishinev,
    todos muy de a caballo y de facón al cinto, le informaron
    que, como maestro, su más sagrado deber sería
    combatir la langosta. Enseñaría historia
    judía (aprovechando la libertad del
    exilio para decir a sus alumnos que Moisés sacó
    agua de la piedra porque descubrió una fuente
    subterránea), castellano (cuando él mismo lo
    aprendiera), historia
    argentina, aritmética. Y langosta. (…)
    Después de clase, don Samuel iba con sus alumnos a remover
    esa tierra con palas para que los huevos murieran al airearse"
    (5)

    A los polacos que se dirigieron a la recién
    fundada Colonia de Apóstoles, los amenazaba la presencia
    de otros animales e insectos: "debieron esperar dos años
    para poder comer pan, ya que las hormigas y los carpinchos
    diezmaban los plantíos de maíz. Se alimentaban
    principalmente con mandioca, porotos, batata y aprovechaban la
    abundancia de animales silvestres que les proveían de
    carne" (6).

    En "La caza del yacaré", cuento de Elías
    Carpena, un portugués teme a este reptil: "No hubo otro
    reproche y se dio a limpiar las junturas y a calafatear. Lo
    veíamos alquitranar la estopa y embutirla en las ranuras,
    cuando de pronto se oyeron unos gritos que surgían de la
    maraña del monte. Era el portugués Jaime.
    Entró en la senda con los mismos gritos y se nos
    allegó. Lo descubrimos transfigurado: en él se
    dibujaba el espanto. Se puso en los más descontorsionados
    aspavientos; con el habla trabada e hipando. Se abrazó a
    don Celedonio y a poco lo apartó para transmitirle mejor
    la noticia que le traía: -¡Don Celedonio mío,
    encontré un caimán en el junco!… ¡Ay, si no
    disparo a tiempo me come! Dice mi patrón que usted es el
    único que puede matarlo. Lo están pidiendo todos
    los isleños y es porque no podemos más del susto.
    Ya le dije a mi patrón: ‘Si el caimán no sale
    de junco, yo no voy más al junco. Fue a la descripción: el miedo le dio una
    fantasía novelesca. Abultaba exageradamente el
    tamaño y además tendría algo de
    dragón porque echaba fuego por la boca, y otro fuego le
    nacía en llamaradas desde el lomo hasta la cola"
    (7).

    Guillermo House evoca, en "El mangrullo", la
    agonía de un hijo de inmigrantes, y el heroísmo del
    camarada sanjuanino que intenta protegerlo: "El conscripto
    Colombo (un hijo de gringos de la provincia de Santa Fe) es
    regular tirador, pero flojazo para las penurias. (…)
    ¡Vuelven los cuervos, y los caranchos, y los chimangos!;
    desde la lejanía concurren al festín, ávidos
    de carne sangrienta, insaciados de vísceras. Giran en
    amplios vuelos, en un enorme tirabuzón que termina en los
    despojos de la rabicana. Pero ya no quedan sino los huesos
    sanguinolentos; los bichos del monte no han perdido tiempo
    y ‘se han alzado’ con lo poco que quedaba. (…) De
    súbito, uno de ellos –un carancho viejo- mira con
    sus pequeños ojos sanguinarios hacia la plataforma donde
    se hallan los soldados vencidos por la fiebre. El uno
    junto al otro, inmóviles, parecen muertos. (…) Un trozo
    de oreja de Colombo se va en la garra de un chimango. Zapata,
    reuniendo las pocas fuerzas que le quedan, lo defiende con su
    blusa y un cuchillo. Pero, cuando se echa hacia atrás para
    tomar aliento, el carancho viejo, que avizora, se atreve; y el
    ojo de Zapata queda vacío del formidable picotazo"
    (8).

    El actor Gabriel Corrado heredó el temor
    supersticioso a un animal: "Los padres transmiten la
    enseñanzas básicas; entre ellas, algunas
    difíciles de explicar, como no abrir un paraguas bajo
    techo o caminar para atrás si te cruzás con un gato
    negro, que yo recibí de mis ancestros sicilianos"
    (9).

    En "Historia con tango y misterio" (10), cuento infantil
    de Oche Califa, un pequeño nieto de rusos intenta aprender
    por las suyas a tocar el bandoneón que le había
    prestado un vecino, cuando "De pronto una ráfaga oscura
    comenzó a bailar delante de su cara, casi
    quemándolo. ¡Un dragón negro y furioso! Era
    color ceniza en
    la cola y le salía fuego rojísimo por la boca. El
    bandoneón se quedó quieto en las rodillas de
    Emilio. La verdad es que la ráfaga metía miedo:
    rugía y amenazaba con acercarse a la cara de Emilio, que
    se la cubría con las manos. De pronto se aclaró el
    cielo por un relámpago y el bicho se desparramó en
    el suelo. Eran
    carbones, algunos negros, otros encendidos".

    Notas

    1. Peyret, Alejo: en Vernaz, Celia: La Colonia San
      José
      . Santa Fe, Colmegna, 1991.
    2. Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la
      vida
      : Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
    3. Fernández Díaz, Jorge: op.
      cit.
    4. Constantin, Ferdinand: en Vernaz, Celia: La
      Colonia San José
      . Santa Fe, Colmegna,
      1991.
    5. Dujovne Ortiz, Alicia: El árbol de la
      gitana
      . Buenos Aires, Alfaguara, 1997. 293 pp.
    6. S/F: en el Folleto del Museo Histórico Juan
      Szychowski, Apóstoles, Misiones.
    7. Carpena, Elías: "La caza del yacaré",
      en Los trotadores. Buenos Aires, Huemul, 1973. Pp.
      170-1.
    8. House, Guillermo: "El mangrullo", en L. Gudiño
      Kramer, J.P. Sáenz y otros:: El cuento argentino
      1930-1959* antología
      . Selecc. prólogo y notas
      de Eduardo Romano. Buenos Aires, CEAL, 1981. Pág. 83.
      Vol: 77.(Capítulo).
    9. Baduel, Graciela: "Por la vuelta", en
      Clarín.
    10. Califa, Oche: "Historia con tango y misterio", en
      Un bandoneón vivo. Buenos Aires, Sudamericana,
      2002.

    Comparación con animales

    En el Martín Fierro (1), José
    Hernández compara a un inmigrante italiano con un
    potrillito y una oveja:

    Había un gringuito cautivo

    Que siempre hablaba del barco-

    Y lo augaron en un charco

    Por causante de la peste-

    Tenía los ojos celestes

    Como potrillito zarco.

    Que le dieran esa muerte

    Dispuso una china
    vieja-

    Y aunque se aflige y se queja,

    Es inútil que resista-

    Ponía el infeliz la vista

    Como la pone la oveja.

    En Hacer la América (2), Pedro Orgambide
    relata que un gallego se compara con un caballo. A Manuel
    Londeiro, "El albanés lo desafía a una pulseada.
    Uno es fuerte como un caballo, piensa Manuel, pero uno no tiene
    ganas de pulsear. El albanés ha puesto su dinero sobre
    la mesa. No, yo no juego por plata. No me importa que mis amigos
    piensen que el albanés es más fuerte que yo. Yo no
    me juego el jornal". Sin embargo, lo hace: "Manuel Londeiro le
    dobla el brazo contra la mesa y caen las monedas en el suelo
    entre el jolgorio y el griterío de los
    estibadores".

    En la novela En la sangre (3), Cambaceres compara
    reiteradamente a los inmigrantes con animales. Citamos algunos
    pasajes referidos padre del protagonista: "De cabeza grande, de
    facciones chatas, ganchuda la nariz, saliente el labio inferior,
    en la expresión aviesa de sus ojos chicos y sumidos, una
    rapacidad de buitre se acusaba. (…) Continuaba luego su camino
    entre ruidos de latón y fierro viejo. Había en su
    paso una resignación de buey. (…) Arrojado a tierra
    desde la cubierta del vapor sin otro capital que su
    codicia y sus dos brazos, y ahorrando asì sobre el techo,
    el vestido, el alimento, viviendo apenas para no morirse de
    hambre, como esos perros sin dueño que merodean de puerta
    en puerta en las basuras de las casas, llegò el tachero a
    redondear una corta cantidad".

    Carlos de la Púa evoca, en su poema "Los bueyes"
    (4), la frustración de algunos inmigrantes:

    Vinieron de Italia, tenían veinte
    años,

    con un bagayito por toda fortuna

    y, sin aliviadas, entre desengaños,

    llegaron a viejos sin ventaja alguna.

    Mas nunca a sus labios los abrió el
    reproche.

    Siempre consecuentes, siempre laburando,

    pasaron los días, pasaban las noches

    el viejo en la fragua, la vieja lavando.

    Vinieron los hijos ¡Todos
    malandrinos!

    Vinieron las hijas ¡Todas engrupidas!

    Ellos son borrachos, chorros, asesinos,

    Y ellas, las mujeres, están en la
    vida.

    Y los pobres viejos, siempre trabajando,

    Nunca para el yugo se encontraron flojos.

    Pero a veces, sola, cuando está
    lavando,

    A la vieja el llanto le quema los ojos.

    Entre los inmigrantes que Carlos Marìa Ocantos en
    la novela Quilito (5), compara con animales, menciono a
    Rocchio, un corredor de Bolsa, "un hombrazo con muchas barbas,
    italiano con sus ribetes de criollo". Este hombre es descripto
    como "un italiano atlético, cuadrado, con las crines
    erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que
    un buenas tardes de su boca hacìa el efecto de un
    escopetazo a quemarropa, y un apretòn de manos
    producìa la sensaciòn de arrancar el brazo, a
    tirones, brutalmente. Trabajador, eso sí, como una mula de
    carga, y ahorrativo como una hormiga; Rocchio no perdía un
    minuto de su día comercial, ni gastaba un centavo
    más de su cuenta del mes".

    También encontramos un inmigrante en "El alma del
    suburbio" (6), de Evaristo Carriego:

    Soñoliento, con cara de taciturno,

    cruzando lentamente los arrabales,

    allá va el gringo… ¡Pobre Chopin
    nocturno

    de las costureritas sentimentales!.

    ¡Allá va el gringo! ¡Cómo
    bestia paciente

    que uncida a un viejo carro de la
    Harmonía

    arrastrase en silencio, pesadamente,

    el alma del suburbio, ruda y
    sombría!

    En "Noticias secretas de América", Eduardo
    Belgrano Rawson evoca a los inmigrantes gallegos y vascos, en
    relación con el tigre al que se alude en nuestro Himno:
    "Cantabas un himno más light, como regía
    desde principios de siglo. Lo habían lijado un poco.
    ¿Qué otra cosa podían hacer? Necesitaban
    cortarla con los insultos, como explicó en su momento un
    operador del Ministro. ‘Tigres sedientos de sangre’ y
    todo eso. Culpa del himno el embajador no pisaba la presidencia,
    sobre todo los 9 de julio. A decir verdad, tampoco mostraban
    mucho aspecto de tigres los vascos y los gallegos que
    desembarcaban todos los días frente al Hotel de
    Inmigrantes, pero ésta era otra cuestión"
    (7).

    La casa de Myra (8), de Aurora Alonso de Rocha,
    fue distinguida en 2001 con el Segundo Premio para Autores
    Inéditos, en el "Concurso organizado por la
    Fundación El Libro, en el
    marco de la 27ª Exposición
    Feria Internacional de Buenos Aires ‘El libro del Autor al
    Lector’ ".

    En esa obra, protagonizada por una gallega tomada
    cautiva por los indígenas, un personaje describe el
    cabello de la inmigrante con rasgos animales: "En unos meses se
    le puso la piel del color
    del cuero sobado, se le hicieron unos manchones del solazo debajo
    de los ojos y como no los tiene oscuros como las otras se ven
    como gemas transparentes.

    En lo que se ve del descote es pura mancha y peca y
    tiene el pelo cerdoso, enrulado y reseco de tanta agua e
    intemperie. Igual que las chinas va mexclada de cristiana y de
    india: le
    cuelgan unas ajorcas pesadas, se ata las clinas con seda trenzada
    y las botas son las de media caña, de pata de potro pero
    finísima, muy retobada (¡Que las quisiera para
    mí!), con lazos de colorines y bordados. Por arriba usa un
    vestidito de percal que ha de ser el que traía cuando la
    encontré en el puerto, según recuerdo, así
    que va medio disfrazada pero tan cargada de lazos y joyas como
    una princesa".

    En Virgen (9), novela de Gabriel
    Báñez que resultó finalista en el premio
    Planeta, aparece un titiritero gallego, que tiene muñecos
    con ojos de foca: "Sara lo había encontrado deambulando
    medio muerto de hambre a los costados de la aduana, sin
    documentación y con unas pocas pesetas en
    el bolsillo que guardaba como rezago de un viaje de cuarenta
    días desde su Pontevedra natal hasta Santos, donde
    desembarcó. En Brasil se
    había dedicado al incipiente negocio de refinar aceite de
    coco, pero por muy poco tiempo, ya que en apenas tres meses tuvo
    la fulminante certeza de que su arte jamás
    se adaptaría al portugués. No por él, sino
    por sus títeres, que extrañaban horrores el
    castellano y no se adaptaban a ese idioma pegajoso y transpirado.
    Filadelfio Pérez era un trotamundos infatigable, aunque en
    su juventud se
    había dedicado al deporte de los guantes sin mayor
    fortuna, (…) Durante las representaciones se hacía
    llamar Maese Pérez, y se valía de su arte para
    desbocar argumentos y acomodarlos a su pasión republicana
    con ogros franquistas y brujas de la Falange. Pero las mejores
    obras las escribía él, y resultaban de una belleza
    conmovedora, lo mismo que sus muñecos, enormes y con ojos
    siempre idénticos: de foca o de mujer intensa y
    húmeda, tristísmos, los más hermosos del
    mundo".

    En "Las señoritas de la noche", Marta Lynch
    presenta un almacenero catalán y su mujer, a la que
    designa con un apelativo animal: "(…) El almacenero
    arreció en su reyerta milagrosa, recrudeció en los
    gritos y en los golpes con su férrea y antigua furia de
    anarquista; los vecinos oían ahora incomprensibles
    vocablos catalanes y su recia decisión de no dejar al cura
    aquel que hiciera un marica de su hijo. La cabra, esa piojosa de
    almacén, su mujer que seguía siendo linda
    todavía pasó a un segundo plano" (10).

    Angel Villoldo evoca, en su "Contrapunto
    criollo-genovés", al gringo que canta, comparándolo
    con una rata y un gato (11):

    Criollo

    -Veo que sos muy compadre

    y te tenés por cantante,

    pero aquí vas a salir

    como rata por tirante.

    (…)

    -Sos para el canto, che, gringo,

    como para el bofe el gato,

    tomá una grapa d'Italia

    y descansemos un rato.

    "Diego Corrientes" es uno de los textos que Francisco
    Grandmontagne escribió para su "Galería de
    inmigrantes", publicada en Caras y Caretas. No manifiesta
    que su personaje sea un inmigrante español; lo suponemos,
    por el nombre y la descripción de su tierra de origen. En
    esa estampa, publicada en 1899, lo compara con un ave: "La falta
    de pan y la sobra de hijos arrojaba a Dieguillo del hogar nativo.
    Tenía 12 años, saludables como las vetas de joven
    encina; cual aguilucho, ágil y fuerte, y bello
    además, como engendro de dos cuerpos torneados por duro
    trabajo" (12).

    Atilio Betti se refiere a los trabajadores golondrina,
    quienes viajaban "de Europa a América, de la Argentina a
    Italia, para ganar el jornal en la época de la cosecha"
    (13). Alberto Sarramone afirma que posiblemente fue el escritor
    Víctor Gálvez, el que les dio el apelativo, pues
    decía en 1888, ‘Hay extranjeros que se asemejan a
    las golondrinas, son aves de paso, vienen cuando el invierno
    está en sus bolsillos" (14).

    En el tango "Madame Ivonne" (15), musicalizado por
    Eduardo Pereira, escribe Enrique Cadícamo:

    (…)

    Madam Ivonne,

    la cruz del sur fue como un signo…

    Madam Ivonne,

    fue como el sino de tu suerte…

    Alondra gris,

    tu dolor me conmueve;

    tu pena es de nieve

    Madam Ivonne.

    Gustavo Riccio, en el poema "Elogio de los
    albañiles italianos" (16), evoca la realidad social de los
    inmigrantes:

    De pie sobre el andamio, en tanto hacen la
    casa,

    Cantan los albañiles como el pájaro
    canta

    Cuando construye el nido, de pie sobre una
    rama.

    Cantan los albañiles italianos.
    Cantando

    Realizan las proezas heroicas estos bravos

    Que han llenado la Historia de prodigiosos
    cantos.

    Hacen subir las puntas de agudos
    rascacielos,

    Trepan por los andamios; y en lo alto sienten
    ellos

    que una canción de Italia se les viene al
    encuentro.

    Más líricos que el pájaro son
    estos que yo elogio:

    el nido que construyen no es para su
    reposo,

    el lecho que levantan no es para sus
    retoños…

    ¡Ellos cantan haciendo las casas de los
    otros!.

    José Portogalo evoca, en "Los pájaros
    ciegos" (17), a un napolitano:

    Mi padre, violinista, fracasó en Buenos
    Aires.

    Sin embargo su nombre –Pierángelo-
    traía

    "gli uccelli" luminosos de las calles de
    Nápoles;

    Doménico Scarlatti, heraldo de sus
    pájaros,

    clareaba el mundo denso de su infancia y sus
    lágrimas.

    Era joven entonces. Soñó graciosos
    días

    de niebla, de castillos azules en el aire;

    quiso las mariposas, las colinas celestes,

    la música del mar, las golondrinas,

    el dulce resplandor de las estrellas,

    las mañanas cargadas de rocío y
    gorjeos,

    el cielo de los besos entre los abedules,

    las yemas palpitantes de la espiga dorada,

    el cálido rumor de las campanas, la
    noche

    con sus hondos misterios, con sus
    éxtasis

    y su frente caída sobre el musgo.

    En su poema "Madre gallega" (18), Ricardo Ares habla de
    los ojos de su madre, comparados con pájaros:

    Madre gallega,

    Pestañas como arcos de ceniza

    Sobre ojos de pájaro en vuelo,

    (…)

    Noche infinita

    encastrada en la singer,

    bajo la parra encendida de enero

    viajabas a Lugo,

    montada en tu infancia

    y te perdías…

    La investigadora Olga Weyne transcribe un testimonio:
    "Un modesto testigo criollo de la época de la
    inmigración masiva a la provincia de Entre Ríos,
    vio de esta manera a los alemanes recién llegados:
    ‘Vimos llegar la cantidad de inmigrantes como quien ve
    llegar la langosta, le via (sic) ser franco; parecía una
    invasión. Pero se nos dijo que el gobierno les
    había entregado la tierra. Ultimamente no perdimos nada
    porque la tierra era de los estancieros y habrán tenido
    sus arreglos (…). Había que dejar la tierra a los nuevos
    dueños. (Pero) mienten si dicen que los peliamos (sic).
    (…) Los colonos son gente buena y tengo muchos amigos entre
    ellos, pero pa’ comprenderlos con la jerigonza que hablaban
    (…); bueno, le hablo de los viejos y no pa’ ofenderlos"
    (19).

    En sus Memorias (20), Lucio V. Mansilla compara a
    los inmigrantes con pescados: "El italiano no había
    comenzado aún su éxodo de inmigrante. De
    España, en general del Ferrol, de La Coruña, de
    Vigo sobre todo, sí llegaban muchos barcos de vela,
    rebosando de trabajadores, aprensados como sardinas, cuyos
    consignatarios más sonantes se llamaban Enrique Ochoa y
    Ca., Jaime Lavallol é hijos. En cierto sentido eran como
    cargamento de esclavos".

    Mempo Giardinelli escribió Santo oficio de la
    memoria
    , obra galardonada con el VIII Premio Internacional
    "Rómulo Gallegos" en 1993. En esa obra -a la que Carlos
    Fuentes se refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan
    conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y
    xenofobia"-,
    habla de un oficio que desempeñaban algunos
    españoles, y los compara con luciérnagas. En 1886,
    "Había muchos policías, allí. Casi todos
    asturianos, gallegos. No sé por qué. También
    usaban bigote de manubrio y llevaban pistolas al cinto, capote
    invernal, quepís duro y alzado y linterna en mano. Cuando
    se hizo la noche, los policías se movían como
    luciérnagas nerviosas" (21).

    Oscar González, en "La anunciación" (22),
    evoca a una mujer italiana:

    Pronto supo que América

    No regalaba nada.

    Y tranqueó el empedrado camino del
    taller.

    O sentada a la Singer enfrentó los
    aprietes.

    O resistió en las chacras heladas y
    granizos.

    Y fue la mamma gringa,

    Querendona y bravía, que entregó
    sus

    cachorros.

    A otra tierra y otra lengua.

    Abeja silenciosa en un país de
    afanes,

    Se multiplicó en sarmientos.

    La madre de Susana Szwarc, nacida en Polonia,
    vivió en Siberia. En "Declive" (23), la poeta
    expresa:

    Tiene una gillette y el ojo apoyado en la cerradura
    mira

    su negra axila de abeja-madre. Arrasa. Algo se
    corre.

    En el encuadre, un ojo mira al otro.

    Si me estiro veo

    la palangana (llena) de estrellas y
    abedules

    también blancos: habría
    nevado.

    ( El hermano, sobre la nieve, corre

    a la muchachita y ahora los ojos ya no
    ven.)

    En "Canción a Berisso" (24), Matilde Alba Swann
    alude a diferentes nacionalidades reunidas en la colmena,
    imagen de esa
    localidad:

    Yo te canto colmena, por eso, por colmena,

    y mi canto que quiso ser un grito de
    guerra,

    un clarín de protesta, una arenga
    viril,

    Después de conocerte Berisso bien de
    cerca

    se repliega y comprende, que te haría
    feliz

    alguna canción dulce de amor que te
    conmueva,

    una canción de cuna sutil que te
    adormezca

    bajo un cielo que el humo camufló de
    gris.

    Gladys Edich Barbosa Ehraije es la autora de la
    "Elegía por los inmigrantes" (25), en la que los compara
    con mariposas:

    Levantan

    una Casa

    de patios húmedos.

    Y por largos corredores

    hechos

    de llanto

    y tiempos

    los hijos

    se transforman

    en mariposas amarillas.

    Notas

    1 Hernández, José: Martín
    Fierro
    . Testo originale con traduzione, commenti e note di
    Giovanni Meo Zilio. Buenos Aires, Asociación Dante
    Alighieri, 1985.

    2 Orgambide, Pedro: Hacer la América.
    Buenos Aires, Bruguera, 1984. Pág.20.

    3 Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos
    Aires, Plus Ultra, 1968.

    4 De la Púa, Carlos: "Los bueyes", en L.
    Lugones, B. Fernández Moreno, R. Molinari y otros: La
    poesía argentina
    . Buenos Aires, CEAL,
    1979. Pág. 89. (Capítulo, Vol. 4).

    5 Ocantos, Carlos Marìa: Quilito.
    Hyspamèrica.

    6 Carriego, Evaristo: "El alma del suburbio", en
    Evaristo Carriego y otros poetas: Poemas
    Antología
    . Selección de Beatriz Sarlo,
    prólogo y notas por Adriana Barrandeguy. Buenos Aires,
    CEAL, 1980. (Capítulo, vol. 47). (Fragmento).

    7 Belgrano Rawson, Eduardo: Noticias secretas de
    América
    . Buenos Aires, Planeta, 1998.

    8 Alonso de Rocha, Aurora: La casa de Myra.
    Buenos Aires, Fundación El Libro, 2001.

    9 Bañez, Gabriel: Virgen. Buenos Aires,
    Sudamericana, 1998.

    10 Lynch, Marta: "Las señoritas de la noche",
    en Los cuentos tristes. Buenos Aires, CEAL,
    1967.

    11 Villoldo, Angel: Cantos populares
    argentinos
    , primera edición, Buenos Aires, N.F.P.G.
    Editor, 1916. Tangos, milongas y contrapuntos /
    1915.

    1. Grandmontagne, Francisco: "Diego Corrientes", en Fray
      Mocho, Félix Lima y otros: Los costumbristas del
      900.
      Sel. y pról. de Eduardo Romano, notas de Marta
      Bustos. Buenos Aires, CEAL, 1980.
      (Capítulo).
    2. Betti, Atilio: op. cit.
    3. Sarramone, Alberto: Historia y sociología de la inmigración
      argentina
      .
    4. Cadícamo, Enrique: "Madame Ivonne", en F.
      García Jiménez, H. Manzi, C. Castillo y otros:
      Tangos antología. Volumen 2.
      Selección, prólogo y notas por Idea
      Vilariño. Buenos Aires, CEAL, 1981. (Capítulo,
      vol.121).
    5. Riccio, Gustavo: "Elogio de los albañiles
      italianos", en J.L. Borges, L.
      Marechal, C. Mastronardi y otros: La generación
      poética de 1922 antología
      . Selección,
      prólogo y notas de María Raquel Llagostera.
      Buenos Aires, CEAL, 1980. (Capítulo, vol.
      69).
    6. Portogalo, José: "Los pájaros ciegos"
      (Fragmento), en L. Lugones, B. Fernández Moreno, R.
      Molinari y otros: La poesía argentina. Buenos
      Aires, CEAL, 1979. Pág. 111. (Capítulo, Vol.
      4).
    7. Ares, Ricardo: "Madre Gallega", en El Barrio Villa
      Pueyrredón
      , Año VI, Septiembre 2004, N°
      65.
    8. Weyne, Olga: El último puerto. Del Rhin al
      Volga y del Volga al Plata
      . Buenos Aires, Editorial
      Tesis/Instituto Torcuato Di Tella,
      1986.
    9. Mansilla, Lucio V.: Mis memorias
      Infancia-Adolescencia
      . París, Casa Editorial Garnier
      Hermanos, 1904.
    10. Giardinelli, Mempo: op. cit.
    11. González, Oscar: "La anunciación", en
      El Tiempo, Azul, 16 de abril de 2000.
    12. Szwarc, Susana: en Bailen las estepas. Buenos
      Aires, Ediciones de la Flor, 1999.
    13. Swann, Matilde Alba: "Canción a Berisso", en
      Canción y grito, 1955. Incluido en
      www.matildealbaswann.com.ar.
      (Fragmento).
    14. Barbosa Ehraije, Gladys Edich: "Elegía por los
      inmigrantes", en El Tiempo, Azul, 5 de septiembre de
      2004.

    …..

    Entre los recuerdos de lo que se dejó en la
    tierra natal, figuran los animales. Al llegar a la Argentina, los
    inmigrantes tuvieron una relación más o menos
    importante con ellos, ya que les sirvieron de
    compañía, de ayuda para el trabajo y les
    proporcionaron sustento. Algunos animales fueron aborrecidos:
    ratas e insectos son los que se mencionan con mayor frecuencia.
    Otros animales –vacas, yacarés, tigres, gatos
    negros- fueron temidos.

    En la literatura y fuera de ella, los inmigrantes fueron
    comparados con animales. Cabe destacar que, según la
    visión que se tiene del extranjero, un mismo animal se
    elige para elogiar o para denostar. Valga como ejemplo la figura
    del buey en la novela de Cambaceres y en el poema de Carlos de la
    Púa. El panorama abarca desde la xenofobia de algunos
    escritores del 80 hasta la admiración de los escritores
    descendientes de inmigrantes, que comparan a sus mayores con
    animales, pájaros e insectos, pero con un sentido muy
    diferente.

     

    Trabajo enviado por

    María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista

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