El nuevo orden mundial y la seguridad
demográfica
- 1. Hacia la
globalización - 2. ¡Multimillonarios de
todos los países, uníos! - 3. Una élite dominante
internacional - 4. Del Estado al Imperio
totalitario - 5. La ideología de la
seguridad demográfica - 6. ¿Una nueva
humanidad? - 7. Una nueva religión
civil - 8. El panimperialismo
totalitario - 9. …y
"metapolítico"
La ambición de controlar la vida humana desde la
concepción a la muerte es
la máxima expresión del imperialismo
integral, tal como hoy se manifiesta. Como vamos a ver, este
imperialismo es metapolítico, ya que procede de una
concepción particular del hombre.
Las expresiones políticas
y no políticas de este imperialismo no son más que
las consecuencias perceptibles de esta antropología. Esto nos va a llevar a
aclarar la dimensión totalitaria de este imperialismo,
cuyos efectos todavía no se han mostrado en su
totalidad.
Para analizar la génesis de este imperialismo que
está naciendo ante nuestros ojos, vamos a partir de la
ideología de la seguridad
nacional.
Desde el final de la guerra de
1939-1945, la diplomacia norteamericana ha estado
grandemente dominada por el tema de los "dos bloques". Con
ciertas variaciones de acento, este tema fundamental aparece bajo
las etiquetas de guerra
fría, enfrentamiento Este-Oeste, zona de influencia,
coexistencia pacífica, deshielo, distensión, etc.
Mas, con motivo de la crisis
petrolífera de 1973, algunos círculos
norteamericanos empiezan a percibir la importancia de otra
división, la división Norte-Sur. El congreso de
Bandung, en 1955, presentaba ya el aspecto de un manifiesto y,
poco a poco, los CNUCED y las conferencias en la cumbre de
países no alienados se imponen a la atención de los países
industrializados: desde Ginebra (1964) a Belgrado (1989), se ha
recorrido un camino apreciable. Durante todo este tiempo, el
diálogo
Norte-Sur se organiza y se institucionaliza; los países
del Tercer mundo reivindican un Nuevo orden
internacional.
En una obra publicada en 1970, Zbigniev Brzezinski
había ya atraído la atención sobre el tema 1
La crisis petrolífera de 1973 juega el papel de un
catalizador: si los países productores de petróleo pueden organizarse y amenazar las
bases de la economía de los
países industrializados, ¿qué
ocurrirá si los países pobres productores de
materias primas deciden ponerse de acuerdo e imponer sus
condiciones a los países ricos?
Para conjurar el peligro, David Rockefeller, utilizando
por cierto las tesis de
Brzezinski, transpone a la división Norte-Sur las
recomendaciones que su hermano había aplicado antes a la
división Este-Oeste. Y lo que es más importante,
generaliza además, al conjunto del mundo, una
visión cuyo alcance, en 1969, estaba limitado,
provisionalmente, al continente americano. Desde esta
perspectiva, David Rockefeller, respondiendo a una sugerencia
explícita de Brzezinski, organiza la "Comisión
Trilateral": los EE.UU., Europa occidental
y el Japón
deben ponerse de acuerdo frente al Tercer mundo, que parece
querer organizarse y del que dependen los países
industrializados para importar materias primas y energía,
y para dar salida a sus productos 2. Y
el Tercer mundo está en plena expansión
demográfica.
La amenaza que pesa sobre la seguridad de los
países ricos proviene, según ellos, de los
países pobres. Las economías dependen ahora unas de
otras, los pases ricos no deben devorarse entre sí, deben
al contrario respaldarse; deben preservar e incluso acentuar sus
privilegios. Las empresas
multinacionales aparecen aquí como un mecanismo esencial
del sistema global de
la dominación; llevan a cabo una industrialización
que al mismo tiempo se encargan de limitar. Gracias a los centros
de decisión e la metrópolis, hacen posible el
control de los
costos de mano de
obra. Mantienen un chantaje basado en la amenaza del traslado de
fábricas, en caso de que consideren exorbitantes las
reivindicaciones de los trabajadores locales. Organizan la
competencia y, al
mismo tiempo, la controlan, ya que las relaciones de competencia
quedan limitadas al mundo de los trabajadores, entre los que las
desigualdades de retribución constituyen, a nivel mundial,
un factor de división que hay que alimentar para seguir
dominando. En suma, las multinacionales velan sobre sus mercados,
protegen, en caso necesario, sus oligopolios, y vigilan y, en
ocasiones, frenan el desarrollo
económico de las naciones satélites.
Por su parte, la investigación científica
deberá intensificarse y concertarse para garantizar el
mantenimiento
de un avance constante y decisivo con respecto a los
países menos desarrollados. La alta tecnología
será exportada con gran parsimonia, para que los
países más avanzados en el camino del desarrollo no
puedan competir con la producción sofisticada cuyo monopolio
quieren conservar celosamente los países de la era
postindustrial.
2. ¡Multimillonarios de
todos los países, uníos!
Se trata de construir un nuevo orden mundial, de tipo
corporativista, lo que se ha hecho urgente -se asegura- en
razón de la interdependencia de las naciones. Pero lo que
sucedía ya a escala
panamericana, se produce ahora a escala mundial: se pasa
rápidamente de la interdependencia a la dependencia. Todos
los países, en efecto, no presentan un mismo nivel de
desarrollo; en razón de su presencia y compromisos en todo
el mundo, los EE.UU. se consideran con derecho a arrogarse una
misión
de liderazgo
mundial. A esta misión deben asociarse las naciones ricas
y las clases ricas del mundo entero; la seguridad, su propia
seguridad, debe constituir la preocupación común y
predominante de los ricos. Esta preocupación justifica,
por su parte, la constitución de un frente común
mundial, una unión sagrada, si quieren conservar sus
privilegios. Con respecto a este imperativo de seguridad
común, todos los factores de divergencia entre ricos no
tienen sino una importancia relativa o incluso
secundaria.
Este frente común mundial sólo
podrá articularse a partir de los EE.UU. y bajo su
liderazgo. En razón de su desarrollo y de su riqueza,
Europa occidental y Japón serán asociados, a
título de aliados privilegiados, a la empresa de
seguridad común. Todo ese bloque constituido por las
naciones ricas deberá esforzarse en controlar el
desarrollo en el mundo en general. La austeridad ha dejado de ser
una virtud: es un deber. Frenar el crecimiento, frenar la
capacidad de producción y practicar el maltusianismo
económico se imponen tanto más -se nos dice- cuanto
que hay que proteger el entorno amenazado por la
contaminación. Y así, la justificación
teórica del "crecimiento cero" vio la luz en 1972 en el
Informe Meadows,
y ha sido difundida por el Club de Roma, empresas
ambas generosamente financiadas por el grupo
Rockefeller3.
Los países comunistas tampoco deberían
quedar al margen de este proyecto de
seguridad global. China merece
una atención excepcional. Está probado -como ya
hemos visto 4- que la despiadada política
demográfica llevada a cabo en China popular ha sido
apoyada e incluso estimulada por algunos círculos
norteamericanos y occidentales inquietos por la aparición
de un nuevo "peligro amarillo".
Los países del Tercer mundo deberán, pues,
aceptar un programa
"global". Como los países ricos necesitan sus recursos, estos
países en vías de desarrollo no podrán
sentirse irritados o escandalizados por el mantenimiento de
antiguos métodos de
explotación. Tendrán que admitir que su desarrollo
habrá de hacerse bajo control; llegado el caso,
podrá alabarse la virtud del compañerismo"
podrán, por ejemplo, transferirse a su territorio algunas
industrias
contaminantes, declaradas indeseables en los países
desarrollados. En cualquier caso, habrá que impedir que se
organicen para esquivar la vigilancia de las naciones
poderosas.
De todas maneras, al igual que existen límites
para el crecimiento
económico, también los hay para el crecimiento
político. Así lo subrayaba Samuel P. Huntington en
un Informe para la Comisión trilateral sobre la
gobernabilidad de las democracias: "Hemos tenido que reconocer
que existen límites potencialmente deseables para el
crecimiento económico. E igualmente, en política,
existen unos límites potencialmente deseables para la
extensión de la democracia
política."5 Estamos, pues, ante una formulación de
alcance mundial del antiguo mesianismo norteamericano. Pero es
indispensable señalar lo que esta formulación tiene
de esencialmente nuevo y original: este mesianismo pretende, en
efecto, atraerse el concurso no sólo de las naciones
más ricas, sino también de las clases ricas de las
sociedades
pobres. Se pone de relieve, ante
los ricos del mundo entero, que los pobres constituyen una
amenaza potencial o incluso actual para su seguridad. De lo que
se trata, en primer lugar es, desde luego, de proteger la
seguridad de los EE.UU. o, más exactamente, de los ricos
de los EE.UU.; pero también de la seguridad de los ricos
de todos los países, a quienes se invita a constituir,
bajo la dirección de los Estados Unidos,
una unión sagrada cuya razón de ser y objetivo es el
contener el despegue de la población pobre: "¡Multimillonarios
de todos los países, uníos!"
Así reinterpretada, la doctrina de la
contención resurge como el Fénix renace de sus
cenizas. Son las tesis principales de esta doctrina las que
inspiran el proyecto universalista actual de los EE.UU. Europa
occidental y Japón están asociados de manera
especial a este proyecto a título de cómplices y de
objetivos al
mismo tiempo.
3. Una élite dominante
internacional
La preocupación por la seguridad debe ser global.
La seguridad, cuyo ámbito se dividía en varias
partes, se percibe a partir de ahora como un todo: la seguridad
es primeramente demográfica. Esta nueva doctrina exige la
utilización de instrumentos de acción
eficaces. Estos instrumentos son de orden político,
educativo, científico, económico y
tecnológico. La libertad de
iniciativa de las universidades y centros de investigación será orientada o
incluso anulada, y su función
crítica
será muy disminuida. Las subvenciones estarán
subordinadas a la complacencia con la que dichos organismos
acepten plegarse a unos programas de
investigación definidos por la minoría dominante
6.
Esta minoría concederá una gran
importancia al estudio de los problemas
ecológicos, pues de ese modo será posible convencer
a los países satélites para que se resignen a la
austeridad o a la pobreza:
"Small is beautiful" 7. Esta misma minoría
financiará las investigaciones
sobre la reproducción, la fecundidad y la demografía, con el fin de desactivar la
llamada "bomba P" Las universidades, convertidas en
"repetidores", junto con los medios de
comunicación, se encargarán de difundir por
todo el mundo, dramatizándolas, las tesis maltusianas,
tras las que se ocultan los intereses de las clases ricas 8. El
programa de acción será conciso. Se pondrá
de relieve la escasez de
materias primas y la fragilidad del medio
ambiente. Estos datos
serán presentados como necesidades determinadas por la
naturaleza, y
el volumen de la
población habrá de calcularse necesariamente de
acuerdo con estos datos.
De esta forma se reúnen las condiciones
fundamentales que caracterizan objetivamente a un régimen
de tipo fascista. Para Juan Bosch, el "pentagonismo" era la
explotación del pueblo norteamericano por una
minoría norteamericana 9. En la actualidad, el
pentagonismo se ha universalizado y la minoría dominante
se ha internacionalizado. Esta minoría estará
constituida por "personas con recursos", que se sentirán
halagadas al ser admitidas en grupos
"informales", más o menos conocidos (como el grupo de
Bilderberg, la Trilateral o el Club de Roma) u otros menos
fácilmente identificables. Esta minoría se
arrogará la misión de regentar el mundo y
tendrá bajo control a todo un cuerpo internacional de
intelectuales,
ya sean cómplices o utilizados como instrumentos
involuntarios, pero en todo caso poco clarividentes. No
será necesaria la constitución de instituciones
complejas, ni conseguir funciones
representativas o cargos ejecutivos: una vez que haya adoptado la
ideología de la seguridad demográfica, esta
"élite" se apresurará a recurrir, con gran
aplicación, a la táctica de la
infiltración.
Un proyecto tan global y totalizador requiere
necesariamente unos dispositivos jurídicos y
políticos apropiados. En cuanto una "élite" acepta
su propia "colonización ideológica", esta misma
"élite" se separa del pueblo y pasa a ser capaz de todas
las abdicaciones. A partir de entonces, puede ser utilizada como
repetidor de un centro de poder de un
tipo totalmente nuevo, que evocaremos para terminar.
4. Del Estado al Imperio
totalitario
El imperio que está ahora construyéndose
no tiene, en efecto, precedente alguno en la historia. El fascismo, el
nazismo y el
comunismo
soviético son ejemplos perfectos de totalitarismos. En
estos tres casos, el Estado
transciende al ciudadano; es el enemigo del yo en todas sus
dimensiones: física,
psicológica y espiritual 10. Requiere de los individuos
una sumisión perfecta y exige, si lo considera oportuno,
que se le sacrifique la vida. Este Estado somete el matrimonio, la
procreación, la familia y
la
educación a un control muy estricto. Más
concretamente, la familia queda
sometida a una vigilancia particular, pues en ella es donde se
forman las bases de la
personalidad del niño. El Estado totalitario que
conocemos en la historia actual se esfuerza, pues, en sustraer al
niño de la influencia familiar y le proporciona una
educación
integral. Este Estado inhibe la capacidad personal de
juicio y de decisión; instaura una policía de
ideas; culpabiliza y adoctrina, desprograma y reprograma. Impone
una nueva ideología, organiza el culto del jefe e
instituye una nueva religión
civil.
La experiencia totalitaria se origina dentro de un
Estado particular que se convierte en trampolín de un
proyecto imperialista. La misión este Estado particular
será definida y `legitimada' mediante la ideología
totalitaria. El Estado particular no sólo es conocido,
sino enaltecido. Y finalmente, una ideología supuestamente
científica precipita en las tinieblas del oscurantismo a
los que no se adhieran a la misma. El proyecto imperialista y
totalitario que está tomando cuerpo ante nuestros ojos
incrédulos presenta unas características totalmente
asombrosas si se le compara con las que marcaron los
sueños imperiales de Mussolini, Stalin o Hitler. Este
imperio naciente tiene de increíble que no procede
esencialmente de las ambiciones de hegemonía de un Estado
particular. Tampoco es la emanación de una
coalición de Estados y, lo que es más, como ya
hemos visto, le vienen muy bien las desigualdades, e incluso las
divisiones entre naciones y hasta se ingenia en sacar partido de
ellas. El imperio que está construyéndose es un
imperio de clase que
emana del consenso establecido, por encima de las fronteras, por
la internacional de la riqueza.
Por tanto, en ausencia de un Estado de contornos
visibles, en el marco de este imperialismo de clase, nadie sabe
quién decide ni quién es responsable. El lenguaje
parece totalmente desconectado del sujeto que lo produce; todo es
anónimo, impersonal y secreto. El productor del mensaje
ideológico está oculto. No cabe, pues, someter el
discurso al
juicio personal: está listo para el consumo:
frío, objetivo e imperativo. Evidentemente, aún
cuando estén ocultos, el discurso es producido por
sujetos, y éstos lo producen con destino a otros sujetos
llamados a consumirlo. Pero si el sujeto productor de la
ideología rompiera el secreto que le ampara, no
podría seguir reivindicando la impersonalidad y la
objetividad puras. La dimensión subjetiva, utilitaria,
interesada, hipotética de su discurso se pondría
inmediatamente de manifiesto. El alcance supuestamente universal
de su discurso, al igual que las pretensiones
`científicas' con que se reviste, aparecerían en
seguida como lo que son: un engaño. El productor de
ideología debe, pues, guardar el secreto: es omnipresente,
pero inaprehensible.
De este modo, el secreto mismo introduce una falsedad en
el núcleo del discurso. No existe diálogo entre
personas que intercambian libremente sus juicios y sus proyectos con
voluntad de claridad. Uno de los interlocutores quiere permanecer
en la sombra y quiere que el destinatario de su discurso ignore
su identidad y
sus intenciones. Todo discurso está, pues, desde un
principio, marcado por la voluntad de engaño de la
persona que lo
emite. El lenguaje, que
debería ser el prototipo de la mediación entre
personas, se convierte en el medio por excelencia de la
posesión de los demás. Como el sujeto productor de
discursos no
dice nunca quién es realmente, todo lo que dice
está tachado de disimulo y engaño. Sus palabras se
transforman en instrumentos de agresión contra la inteligencia y
la voluntad de los destinatarios de las mismas. Este discurso
violenta a las personas que lo reciben, reduciéndolas a la
condición de receptáculos pasivos de una verdad
venida de fuera, de depositarios de un saber alienado, alienante
y hasta esotérico. De un saber supuestamente
científico, cuya revelación ha sido hecha a sus
iniciados, según éstos creen, gracias a su
competencia, de un saber que les procura las bases del papel
mesiánico que les corresponde para abrir por fin a la
sociedad
humana el camino de la felicidad…
Pues ¿qué nuevos territorios quedan
todavía por conquistar? Las nuevas fronteras del
imperialismo ya no son físicas; coinciden con las de la
humanidad entera. No basta decir que hay que alienar al hombre, o
que hay que poseerlo en todas las dimensiones de su yo. Lo que
hay que hacer emerger es un hombre nuevo,
completamente purgado de sus creencias pasadas, de su moral sexual,
familiar, social, de su creencia en el valor personal
de cada hombre y de su creencia en Dios, sobre todo en un Dios
que se revela en la historia con el fin de asociar al hombre a su
designio de creación, de salvación y de amor.
Nos encontramos así, en el nuevo imperialismo,
ante la tercera característica del totalitarismo. El nuevo
imperialismo, como vimos antes, no emana de un Estado particular,
sino de la clase internacional de los ricos y pudientes. En
cambio, como
ya hemos dicho, este nuevo imperialismo está desprovisto
de un "duce" o "jefe", pues los que lo fomentan cuidan de no
dejarse ver. En cuanto al tercer punto, sin embargo, vamos a ver
que la nueva clase imperial vuelve a las fuentes de la
tradición totalitaria clásica: divulga una
ideología donde se encuentra, según ella, el
fundamento de su `legitimidad'.
5. La ideología de la
seguridad demográfica
La ideología en cuestión es la
ideología de la seguridad demográfica 11.
Según palabras de Marx, la
ideología presenta siempre una imagen invertida
de la realidad y procede siempre de una falsa conciencia. La
ideología esconde siempre los intereses de sus autores.
Los juicios que emite, y que constituyen la textura misma de la
ideología, no pasan de ser hipotéticos. Y lo son
incluso en dos sentidos: deben responder a una doble
condición, que corresponde, a su vez, a la doble
función que se espera de la ideología. Debe, por un
lado, disimular ante los ojos de los autores de la
ideología las verdaderas razones de su propio discurso. La
ideología está aquí al servicio de la
mala fe del ideólogo. Concretamente, la ideología
de la seguridad demográfica es una
intelectualización que disimula, ante los ojos de la misma
clase imperialista, las verdaderas razones que motivan su
conducta e
inspiran su discurso. Por otro lado, esta ideología tiene
por función el seducir a los que se invita -o fuerza– a
adoptarla. Las mujeres que se hace abortar y los pobres a los que
se esteriliza son `programados' para que hagan suyo el punto de
vista que sobre ellos tienen los que desean su
alienación.
De esta forma, la ideología de la seguridad
demográfica significa el inicio de una doble
perversión. Del lado de sus autores, engendra la doblez;
son ellos las primeras víctimas de la
racionalización que confeccionan. Y como le colocan a su
construcción ideológica la etiqueta
de la ciencia, se
impiden el ir a buscar fuera de su propia construcción la
luz que podría sacarles de la prisión espiritual
que fabrican para otros, pero en la que ellos mismos se
encierran. Del lado de los destinatarios, engendra el
consentimiento a la propia sumisión y les confirma en su
alienación. Hasta el presente, nos encontramos ante la
más peligrosa ideología imperialista totalitaria
que ha conocido el mundo.
Pero esto no es todo. La perversión esencial de
esta ideología, de que son víctimas tanto sus
autores como aquellos a los que va dirigida, es que procede por
antífrasis: al mal le llama bien. Se niega
la trasgresión de la ley moral; la
conciencia individual sólo puede referirse a sí
misma o, más exactamente, a los intérpretes
autorizados de la trascendencia social que le dicen lo que puede
desear o debe querer.
Esta ideología sirve de fundamento a las
instituciones políticas y jurídicas que le sirven
.El derecho, por ejemplo, que debería, por
definición, aplicar sus esfuerzos a la instauración
de la justicia para
todos, es objeto de una manipulación ideológica en
provecho de la minoría dominante constituida por la
internacional de la riqueza. Mas si, como individuos, los
miembros de la minoría dominante son generalmente
inaprehensibles, no por ello es imposible hacerse una idea
bastante clara sobre el espíritu que les anima. La
identidad de esta nueva clase imperialista puede determinarse
fácilmente remontando desde la ideología que
produce y desde los destinatarios de la misma.
El discurso ideológico de la nueva clase
imperialista tiene un contenido bastante burdo. Empieza
afirmándose como principio el acontecimiento liberador de
la muerte de
Dios. Este principio es `liberador' se nos dice, porque Dios
impide la autonomía del hombre y su felicidad. Así
pues, Dios debe morir, e incluso hay que ayudarle a morir, para
que el hombre
pueda vivir y tomar por fin su destino entre sus solas manos.
Cumplida esta condición, la nueva humanidad puede nacer, y
de este parto deben
ocuparse los iniciados.
En este nacimiento, el papel de algunos médicos
`ilustrados' será determinante y, al mismo tiempo,
contradictorio. A ellos corresponderá el denunciar las
`creencias pasadas', `precientíficas', así como los
`tabús' que acompañan a dichas creencias. Son ellos
quienes definirán esta tarea, pero su misión se
fundará sobre la afirmación e esos mismos
postulados 12. Necesitan una ideología para `legitimar' su
papel, pero son ellos los que definen el contenido de dicha
ideología. Los tecnócratas médicos que
regentan el nuevo imperio no se avergüenzan de semejante
petición de principio. Pretenden que el objetivo que ha de
procurarse a toda costa es la seguridad demográfica, pero
es el imperativo de la seguridad demográfica el que se
supone que funda la `legitimidad' de la tecnocracia.
Con el apoyo valeroso de los demógrafos, los
tecnócratas se disponen a asistir a la humanidad en el
parto del `sentido' de que su evolución es portadora. Están
llamados a ejercer una nueva medicina: una
medicina del cuerpo social más que del individuo 13.
Una medicina que consiste en administrar la vida humana como se
administra una materia prima;
en constituir una nueva moral basada sobre el nuevo sentido de la
vida; en penetrar en la política con el fin de engendrar
una sociedad nueva; en derruir la concepción tradicional
de la familia disociando, con una eficacia total,
la dimensión amorosa y la dimensión procreadora de
la sexualidad
humana; en transferir a la sociedad la gestión
de la vida humana, desde la concepción a la muerte; en
proceder, con ello, a una selección
rigurosa de los que serán autorizados a transmitir la
vida: temas todos ellos que han sido dolorosamente experimentados
en la historia, incluso reciente, pero que aquí se
reactivan con energía y se integran en un cuadro
lúgubre y mortífero.
Y en estos temas predominantemente neomaltusianos vienen
a injertarse otros temas maltusianos clásicos. La
felicidad de la sociedad humana -se nos dice- exige no
sólo una selección cualitativa; requiere igualmente
la determinación de unos límites cuantitativos.
"Nosotros sabemos" que los recursos disponibles son limitados, y
que una planificación realmente eficaz de la
población mundial es condición indispensable para
la supervivencia de la humanidad. "Nosotros sabemos" que esta
necesidad es particularmente urgente en el Tercer mundo, donde
puede observarse una trágica desproporción entre
los recursos vitales y el crecimiento de la
población.
La ideología imperialista pretende ser una
ideología de oclusión de toda trascendencia que no
sea la trascendencia social. El discurso en que se presenta es
estrictamente hipotético, en el sentido que ha sido
explicado más arriba: es el reflejo de la voluntad de los
que lo emiten 14. Tiene una función utilitaria, pero no
tiene valor de verdad. Es útil para los que lo emiten y se
presenta como un lenguaje universal; pero es la imagen invertida
de los intereses particulares de los ricos y de los poderosos. No
tiene ningún valor de verdad porque, en su principio
mismo, se refugia en el aislamiento: el pensamiento se
elabora en recintos cerrados al mundo exterior. Es la
expresión más reciente de la antigua
tradición cientificista, con una formulación
orientada en provecho de las ciencias
biomédicas. Sólo los métodos de esas
ciencias pueden proporcionarnos -se nos asegura- unos
conocimientos ciertos, y sólo estas ciencias pueden
aportar al hombre la respuesta a sus interrogantes más
radicales.
Este discurso cientificista ignora toda posible
búsqueda filosófica -y con mayor razón
teológica- de la verdad del hombre, la sociedad y el
mundo. En particular, queda excluido todo discurso sobre un ser
trascendente extramundano. La idea misma de una referencia
creadora común a todos los hombres es declarada a priori
sin sentido: es inútil considerarla siquiera. De ahora en
adelante, una vez reconocida la muerte del padre, la fraternidad
deja de ser posible y no hay una participación en una
existencia recibida de un mismo creador. Sólo existe la
voluntad pura. La sociedad se declara trascendente: una nueva
religión civil ha nacido, un nuevo ateísmo
político, un nuevo reino, cuyas divinidades paganas llevan
por nombre poder, eficacia, riqueza, posesión y saber. Los
que son ricos, sabios y poderosos demuestran, gracias a su
triunfo sobre los débiles, que están justificados
para ejercer un papel mesiánico. En ellos se encuentra en
efecto, tanto la medida de sí mismos como la de los
demás.
Esta ideología mesiánica y
herméticamente laica, así como la moral del
amo que le es inherente, exige que sus autores reprogramen a los
demás hombres. Hay que programarlos física y
psicológicamente; hay que planificar su producción
y su educación; para ello, habrá que utilizar el
hedonismo latente, y contar con la búsqueda del placer.
Pero al mismo tiempo, habrá que alienar a las parejas,
quitándoles toda responsabilidad en su comportamiento
sexual. En suma, los tecnócratas médicos, piezas
maestras de las fuerzas imperialistas, deberán ejercer un
control total sobre la calidad y la
cantidad de seres humanos.
Este discurso ideológico, que tiene la virtud de
eliminar el sentido de la responsabilidad y la capacidad de
acción en las personas, ejerce además la misma
influencia en el plano de la sociedad. Para el Tercer Mundo, en
particular, estas ideas son totalmente desastrosas. Consisten en
hacer creer que la pobreza es
natural, que es una fatalidad estrictamente ligada a un exceso de
crecimiento demográfico. Junto a esa consideración
cuantitativa, se insinuará también, siguiendo a
Galton (1822-1911), que la pobreza de los pobres es la mejor
prueba posible de su mediocridad natural. No hay que dejarles,
pues, llenar el mundo, tanto por su propio bien como por el bien
general. El uno y el otro recomiendan que el número de
pobres sea calculado en función de la utilidad que
representen 15.
Porque según la ideología que estamos
examinando, la utilidad es el criterio único que debe
tenerse en cuenta a la hora de admitir la entrada de un ser
humano a la existencia. ¿Produce o consume bienes?
¿Produce beneficios o placer? Si las respuestas son
negativas, el nuevo ser es nocivo: es un enemigo. Y como nada
garantiza siquiera que, de ser útil lo seguirá
siendo siempre, el ser humano constituye así una amenaza
permanente para la seguridad de sus semejantes.
8. El panimperialismo
totalitario…
Finalmente, y lógicamente, la ideología de
la seguridad demográfica tiene por fundamento y
término el punto de referencia único de la muerte.
La ejecución del niño por nacer camufla la violencia de
nuestra sociedad, tanto más cuanto que la materialidad de
esta ejecución se realiza de manera furtiva 16. El
niño abortado es la víctima propiciatoria a la que
se transfiere la violencia de nuestra sociedad. Es mi oponente,
mi rival, es un obstáculo para mis intereses, para mi
placer y para mi vida; es la causa de la pobreza, el
obstáculo para el desarrollo. Va a desear lo que deseo,
primero en el terreno del tener y luego en el terreno del ser. Va
a surgir en la vida como mi doble: está de más; hay
que suprimirlo.
Pero no se trata aquí de una violencia de menor
cuantía, o de una violencia simbólica como las que
aparecen en la historia de las civilizaciones y en la mitología. El niño muerto en el seno
de su madre no es sacrificado: no se le hace sagrado para
proteger la cohesión de la comunidad humana
17. Es ejecutado sin que la violencia sea expulsada de la
sociedad humana. Pues una sociedad totalmente laica ha de
desacralizarlo todo, incluida la vida, y desmitificarlo todo,
incluida la víctima propiciatoria. El sufrimiento y la
muerte constituyen, en efecto, el absoluto sin sentido que
justifica la rebelión contra el Padre. Por lo tanto, el
niño al que se mata significa la destrucción del
Padre Su ejecución no conjura la violencia; anuncia al
contrario mucha más violencia. Salvo una fuerza mayor,
nada puede ni debe limitar mi fuerza. Y lo que es más
grave, una de las funciones de la ideología es la de
disimular esa violencia ilimitada sustrayéndola al control
de la razón. Así pues, la legalización del
aborto
señala la inminencia del retorno de un delirio irracional,
disimulado bajo el camuflaje engañoso de una
ideología de autoprotección.
La ideología neoimperialista de la seguridad
demográfica puede, pues, considerarse bastante cercana de
la ideología nazi; es, en realidad, en más de un
sentido, una extrapolación de la misma. Mientras que el
nazismo se presentaba como una nacional-socialismo, en el
neoimperialismo actual los métodos se han refinado. No se
trata ya de un imperialismo predominantemente militar, como entre
los romanos, o predominantemente económico, como en la
Inglaterra
victoriana, se trata de un imperialismo de naturaleza claramente
totalitaria. Los ideólogos han hecho un esfuerzo notable
para disimular mejor sus designios. El papel de la
ideología se ha hecho más importante: la conquista
y el dominio de los
cuerpos pasa actualmente por el dominio de las inteligencias y de
las voluntades, y viceversa. Estamos en presencia de un
fenómeno nuevo: el panimperialismo, donde el control de
las almas es tan importante como el de los cuerpos.
Y finalmente, como su inspiración directa es la
forma más reciente del cientificismo, este panimperialismo
es de naturaleza metapolítica: se esfuerza en hacer
triunfar una nueva concepción de la vida humana en la que
ésta sólo tiene sentido a la luz de la
trascendencia social. El panimperialismo se caracteriza, en
efecto y ante todo, por la concepción particular del
hombre que está por encima del ámbito de lo
político. En nombre de esa antropología, el nuevo
imperialismo ocupa las estructuras
que le son necesarias para su poder: políticas,
científicas, económicas, informativas,
jurídicas, militares, religiosas, etc. Todas estas
estructuras transmiten el poder imperialista, como por
hipóstasis, hasta los confines de la
tierra.
El Estado totalitario clásico es todopoderoso
dentro de sus fronteras, pero este poder está limitado por
el poder de los demás Estados. Se encarna en un
príncipe (o un gobierno) que
puede identificarse, que es visible y, por lo tanto, alcanzable,
expuesto a una posible agresión y, por lo tanto,
destruible. Aquí, en cambio, la revolución
parece imposible, pues el
príncipe de este mundo se cuida bien de no desvelar su
rostro (cfr. Juan y, 44). El imperio metapolítico aspira a
una supremacía incondicional e incondicionada; no quiere
conocer o reconocer ni iguales ni rivales.
Los medios de
comunicación, que tienen una función de
información, tienen también, en el
marco de este proyecto totalizador, una función de
ocultación indispensable. No se toleran los vaticinios de
Casandra, a menos que se garantice que no serán tomados en
serio. La información ha de ser tratada según los
intereses de los que la producen y según los gustos de los
que la consumen. La colonización de la opinión debe
tener efectos tranquilizadores en los unos y angustiantes en los
otros. Lo único que de verdad importa es la seguridad de
los pudientes; los débiles no tienen precio: los
ricos pueden, pues, disponer de ellos a su antojo y exiliarlos
fuera de las fronteras de la humanidad.
Los proyectos de la legalización del aborto no
son, en suma, como hemos visto, más que la parte visible
de un iceberg que oculta muchos peligros.
Monseñor Michel Schooyans
Citas:
1. "Between two ages. America's role in the technotronic
era", Harmondsworth, Penguin, 1978. Nuestra exposición
de las ideas de Brzezinski sigue muy de cerca esta
obra.
2. En francés, la "Trilatérale" ha sido
estudiada sobre todo en "Le Monde diplomatique". Véase,
por ejemplo, de Diana Johnstone: "Les puissances
économiques qui soutiennent Carter", no. 272 (noviembre de
1976), pp. 1,13 y ss.; de Jean-Pierre Cot: "Un grand dessein
conservateur pour l'Amérique", no. 282 (septiembre de
1977), pp. 2-3; de Pierre Dommergues, "L'essor du conservatisme
américain", no. 290 (mayo de 1978), pp. 6-9.
3. Cfr. "Halte a la croissance".
4. Cfr., más arriba, p. 163.
5. Cfr., de Michel
Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki, "The crisis of
democracy", Nueva York, New York University Press, 1975, p.
115.
6. Cfr. "Between two ages", pp. 9-12 y ss. Comentando
las ideas de Brzezinski al respecto, Anthony Arblaster escribe:
"It is depressing enough that intellectuals should be willing to
accept the roles which Brzezinski foresees for them specialists
[…] involved [..] in government undertakings and house
ideologues for those in power-. But the subordination of
intellectuals to the state and its requirements does not occur
only at the individual level. There is a strengthening tendency
for the institutions within which […] most intellectuals now
work, also to be shaped according to the particular political
priorities of a particular government" ("Ideology and
intellectuals", en: Knowledge and belief in politics, de Benewick
y otros, pp. 115-129; la cita es de las pp. 123 y s.)
7. Alusión a la obra de E.F. Schumacher, "Small
is beautiful. Economics as if people mattered", Nueva York,
Perennial Library, 1975.
8. Cfr. Daniel Bell, "The end of ideology. on the
exhaustion of political ideas in the fifties", Nueva
York-Londres, Free Press Paperback, 1965.
9. Véase, de Juan Bosch, "El pentagonismo,
sustituto del imperialismo", Madrid,
Crónica de un siglo, 1968, y especialmente: pp.
18-21.
10. Sobre el totalitarismo, véase, de
Jean-Jacques Walter, "Les machines totalitaires", Parí,
Denoel, 1982; de Igor Chafarevitch, Le phénomene socialiste, París, Seuil,
1977; de Hannah Arendt, The origins of totalitarianism, Nueva
York, Meridian Books, 1959.
11. Por su postura en materia de
demografía, la Iglesia
constituye una amenaza para la seguridad nacional de los EE.UU.
Ésta es la tesis presentada con gran fuerza por un autor
al que difícilmente puede tacharse de excesivo
progresismo: Stephen D. Mumford, en: "American democracy &
the Vatican. Population growth & national security"", Nueva
York, Humanist Press, 1984. Complétese con: "Role of
abortion in control of global population growth", de Stephen D.
Mumford y Elton Kessel, en: "Clinics in obstetrics and
gynaecology", t.13 (marzo de 1986), p. 19-31; sobre Kessel,
véase, de L. Weill-Halle, L'avortement de papa,
p.53.
12. Cfr., más arriba, p. 176.
13. Cfr., p. 123.
14. Cfr., más arriba, p. 112-118.
15. Cfr., pp. 166 y 178-181.
16. Cuanto menor es la percepción
que de la víctima tiene el verdugo, menor es el control
que éste tiene de su agresividad. Cfr., de Stanley
Milgram, "Soumission a l'autorité. Un point de vue
expérimental", París, Calmann-Lévy,
1984.
17. Cfr., de René Girard, "La violence et le
sacré", París, Grasset, 1972.
(*) Monseñor Michel Schooyans es un sacerdote
belga, Dr. en Sociología y en Filosofía, profesor
emérito de la Universidad
Católica de Lovaina y miembro consultor permanente en el
Consejo Pontificio para la Familia, presidido por el cardenal
Alfonso López Trujillo. Desde hace años investiga
la cuestión demográfica, en particular las mentiras
y falacias que se propagan en torno al
«problema del crecimiento poblacional mundial», sobre
todo a partir del famoso Memorandum
Secreto 200/74, elaborado por Henry Kissinger por pedido de
Gerald Ford, en ese entonces Presidente de EE.UU.