En el psicoanálisis la verdad es un
acontecimiento que comprende al menos cuatro clases de orden: lo
difuso, lo paradojal, lo enigmatizante y lo ético. Estas
características hacen que la noción de verdad
resulte una temática convergente de la filosofía
con el psicoanálisis, sin que la primera se confunda o
traslape con el segundo.
Empleo el término lo ‘difuso’, y su
sinónimo: lo ‘borroso’, en el sentido
técnico que se usa para designar una categoría en
el ámbito particular de las matemáticas referida a la teoría
de conjuntos
difusos y a la lógica
borrosa. De acuerdo con los planteamientos de su creador, Lofti
Zadeh, la verdad se establece mediante términos que
resultan estructuralmente vagos, imprecisos o ambiguos, que son
los términos que manejamos enorme frecuencia en los
discursos
científico y cotidiano. Tal clase de
expresiones han sido rechazadas o excluidas por
matemáticos y lógicos que mantienen los modelos
clásicos de la exactitud y el principio de bivalencia. Sin
embargo, los términos con vaguedad e imprecisión
constituyen el alma viva de
la escucha en el psicoanálisis, como se reconoce desde
Freud. Y son
ésos los que fundamentan los sistemas de la
lógica difusa, cuyas aplicaciones científicas y
técnicas son ya bastante numerosas y
fructíferas.
Las investigaciones
de Freud y los desarrollos de la teoría de lo difuso se
enmarcan bajo el principio de la borrosidad. Define la borrosidad
la aseveración de que todo, incluida la verdad, es una
cuestión de grado. Por tanto, sostiene que entre lo
verdadero y lo falso median un conjunto infinito de valores. La
borrosidad es un principio no-aristotélico. Se diferencia
de lógica clásica u ortodoxa cuya concepción
de la verdad está encerrada en el principio de bivalencia.
En ese tenor rigen exclusivamente dos valores de verdad: lo
verdadero y lo falso, de manera que todo enunciado es o bien
verdadero o bien falso. Nunca ambas cosas a la vez y
necesariamente una de ellas. Correlacionado con la bivalencia
está el precepto del tercero excluido que afirma que entre
dos propiedades contradictorias, todo objeto debe tener
necesariamente una u otra de ellas, por lo cual será
imposible sostener que algo sea A y no A al mismo tiempo.
Sobre el rechazo del principio de bivalencia se erigen
las lógicas polivalentes o multivaloradas, que son las que
desplazan un universo
concebido en términos de blanco y negro, mostrando que el
pensamiento
tiene una policromía mucho más vasta. En este
contexto se sitúan las contribuciones de la lógica
difusa.
Por su parte, Freud, explorando el discurso del
inconciente, encontró que lejos de la exactitud y la
precisión requeridas por la lógica tradicional, la
verdad es más bien algo del orden de lo difuso, en el
sentido que hemos indicado. Freud le dio un nombre: ambivalencia.
De una manera general, se habla de ambivalencia cuando se da una
presencia simultánea en el mismo sujeto de deseos, ideas o
afectos antitéticos (en particular del par amor-odio)
respecto de un mismo objeto. De este modo, la afirmación y
la negación son simultáneas e inseparables. La
ambivalencia muestra que el
sujeto está escindido y que el inconciente no está
regido por el principio de la bivalencia sino que más bien
se constituye por la violación de tal
principio.
Desde el punto de vista de la lógica difusa, un
enunciado que contiene términos vagos o ambiguos tiene
cierto grado de pertenencia en un conjunto difuso. Decir que Juan
es joven implica que el valor de
verdad o de pertenencia a un conjunto depende de su
compatibilidad dentro de un conjunto borroso. En general, en todo
conjunto borroso se tienen diversos grados cuyos valores
lingüísticos son subconjuntos borrosos como
no-verdadero, muy verdadero, no muy verdadero, más o menos
verdadero, y otros muchos valores además de verdadero y
falso. La lógica bivalente sólo admite dos valores,
mismos que puntúan como 1 y 0, en tanto que la
lógica difusa admite todo un repertorio de valores
numéricos que son los mismos que encontramos entre el 0 y
el 1, lo cual permite un número infinito de
puntuaciones.
Una formulación muy semejante se encuentra en
Freud al abordar lo que denominó concepto
inconciente. (Que no se trata del concepto de lo inconciente ni
tampoco de una manera inconciente de procesar conceptos.) Se
refería Freud a una unidad del "tren de pensamientos"
inconciente contenida en la conocida ecuación: pene,
heces, niño, los cuales dan por resultado la unidad o el
concepto inconciente: "lo pequeño separable del cuerpo".
De esta ecuación que establece el psicoanálisis
derivan luego, y por el sesgo de las heces, tanto el regalo como
el dinero.
Pero los términos pene, heces y niño forman una
unidad, es decir, un conjunto que mantiene la ambigüedad y
la imprecisión de los términos bajo la forma "lo
pequeño separable del cuerpo". Nada de esto es pensable en
una lógica bivalente; pero sí es pensable o
articulable en la lógica de lo difuso, que es una
lógica que excluye la alternativa de todo o nada, dando
paso a los grados intermedios; es la lógica que abandona
la oposición negro/blanco y cede su lugar a las
tonalidades del gris.
Por otra parte, la verdad adopta, en el
psicoanálisis, la forma del enigma. Muchas veces en
filosofía se suele indicar que un enigma es un problema
que no se puede resolver, aunque no es un misterio (si fuese un
misterio excedería nuestros medios de
conocimiento),
ni tampoco es un aporía (si fuese aporía
sería lógicamente insoluble). No se puede resolver,
expresa Wittgenstein, porque se trata de un problema que
está mal planteado. En este sentido, encarar un enigma
implicaría vérselas con un seudoproblema. Y de los
falsos problemas no
puede emerger ninguna verdad. Enigma y verdad serían
entonces antitéticos. Sin embargo, el psicoanálisis
no retrocede ante los enigmas. Los sueños, un objeto
privilegiado del psicoanálisis, resultan
enigmáticos para el soñante, y también para
el analista que los interpreta. Pero eso no es óbice para
tratar de encontrar en ellos una verdad.
Enigma connota algo oscuro cuyo significado le parece al
sujeto indescifrable. Un enigma lo propone quien ocupa el lugar
del analizante en la posición de la Esfinge y se dirige a
quien ocupa el lugar de analista en la posición de Edipo.
Cuando el analista interpreta o construye, invierte la
relación porque responde enigmáticamente. En el
proceso
analítico hay otras modalidades de lo enigmático.
El sujeto que expresa un síntoma tiene en su historia una serie de puntos
enigmáticos, condensados de tal manera que apuntan a un
determinado goce y esto hace que el sujeto vuelva incesantemente
sobre esos puntos en su discurso. El punto enigmático
retorna como efecto de la compulsión a la
repetición, emergiendo en el habla que el sujeto dirige al
Otro, lugar donde coloca al analista. El punto, aparentemente sin
sentido para el sujeto, es un enigma y como todo enigma
entraña un sentido pleno. El sujeto sabe pero no quiere
saber.
Por eso, el enigma tiene la estructura de
una paradoja. Freud advertía: "Yo os aseguro que es
posible y hasta muy probable que el durmiente sepa, a pesar de
todo, lo que significa su sueño; pero no sabiendo lo que
sabe cree ignorarlo". Con esta tensión entre saber y no
saber, como términos difusos, y durante el transcurso de
la dirección de la cura, el sujeto
comenzará a conferir un sentido al acontecimiento
enigmático para, más adelante, atribuirle otro
sentido, y tiempo más tarde le conferirá
todavía otro sentido y así sucesivamente. En otras
palabras, el sujeto va resignificando su propia historia, lo que
va a permitir diversas interpretaciones del mismo acontecimiento.
Lo cual es posible porque otros significantes pueden ser
asociados al acontecimiento, y esto sucede debido a que el
acontecimiento mismo tiene una estructura
significante.
La verdad, que es una cierta develación del
enigma, no es algo que se encuentre localizado en el presente o
en el futuro, sino algo que siempre estuvo inscrito en el pasado,
como lo señalaba Freud. La verdad es el alfa y el omega,
pero está inscrita desde siempre en el alfa. El
inconciente es un saber que garantiza lo propio de la
repetición; es el saber de la repetición. Es el
lugar de la verdad. Decía Freud que lo que le interesaba
era la "verdad histórica". Esto es, la verdad que funda la
historia y la verdad producida en la historia. Verdad e historia
en un conjunto borroso.
¿De qué historia habla el
psicoanálisis? De aquella que es escrita, conservada y
borrada (borrada y conservada en la "pizarra mágica"), es
decir, la historia que permanece y cambia en el fantasma; la
historia que se sigue escribiendo en el curso del análisis y la que está por
escribirse. Porque el análisis es siempre terminable e
interminable. ¿De qué verdad habla el
psicoanálisis? De aquella que anuda represión y
fantasma, repetición y diferencia, recuerdo y olvido y, en
última instancia, inconciente y lenguaje.
Dijimos antes que quien ocupa el lugar de analizante
esboza un enigma desde la posición de la Esfinge y lo
dirige a quien ocupa el lugar del analizante ubicado en la
posición de Edipo. De acuerdo con Lacan, en el primer piso
del grafo del deseo, cuando el hablante espera para su demanda una
respuesta del Otro, que conforma el tesoro de los significantes,
obtiene su propia respuesta en forma invertida. Pero en el
segundo piso del grafo del deseo, el hablante encuentra una
pregunta en lugar de una respuesta.
En el segundo caso, el Otro, que constituye el orden
simbólico, responde con una carencia, carencia que se
presenta como una pregunta para el sujeto. Lacan le da nombre a
esa falta: el significante de una falta en el Otro. Con ello
indica que en el Otro, lugar significante, falta un significante.
Así, si en el piso inferior del grafo del deseo el Otro es
el garante de la verdad, en el piso superior la verdad
desfallece, precisamente porque falta algo para dar
significación absoluta a la verdad. Por eso dice Lacan que
la verdad es posible, pero no toda dado que ella es materialmente
imposible, al faltar las palabras.
El que se haga presente el significante de una falta en
el Otro, hace imposible que exista una garantía de la
verdad, porque como Lacan dice no hay Otro del Otro. Freud
inventó un mito para
pensar esa imposibilidad: el mito del padre de la horda, que es
el Padre muerto. No es un hecho histórico, ni es
"verificable" ni "falsable". Es un mito que designa una falta,
una muerte en el
origen. Que el Padre esté muerto casi equivale al
enunciado de Nietzsche:
Dios ha muerto, y por ello no hay garantía de la verdad. Y
digo que casi equivale al enunciado nietzscheano pues la
aseveración de que Dios ha muerto supone que estuvo vivo,
mientras que el mito construido por Freud indica que hubo una
muerte en el origen. Por eso añade Lacan que la tumba
está vacía, que no hay ningún
cadáver. Pero si nunca estuvo muerto, entonces no se le
puede matar.
Ahora bien, si falta un significante en la cadena
significante, como en toda cadena discreta, implica que cualquier
articulación se da en función de
una falta. Al mismo tiempo, la falta hace movilizar y funcionar a
la cadena significante. Lacan sostiene dos afirmaciones
contradictorias: que falta un significante y que la
batería significante está completa. Con ello quiere
decir que no se trata de la falta de un significante de una
lengua (algo
que podría faltar en un diccionario),
sino que se trata de un significante que estructuralmente
falta.
Otra manera de expresarlo es reconocer que el orden
simbólico es incompleto. Lacan tomará de las
disciplinas formales la prueba de su incompletitud. Gödel
demostró que la matemática, o cualquier otro sistema que la
contenga, no puede ser a la vez consistente y completa. El
precio de la
consistencia es la incompletud. Existen enunciados verdaderos que
son al propio tiempo indecidibles, es decir que su verdad o
falsedad no pueden demostrarse a partir de los axiomas.
Indecidible equivale a que si una proposición se verifica,
entonces se contradice, y si se demuestra falsa, entonces se
verifica. Esto ocurre en el terreno de la matemática, pero
en el psicoanálisis contamos con una fórmula
análoga: lo indemostrable teóricamente define el
goce femenino articulado en el enigma de su
satisfacción.
En fin, que el orden simbólico no sea completo se
corresponde con la afirmación de que el sujeto está
dividido. La incompletud del Otro, del orden simbólico,
conlleva un problema para establecer la verdad: no se puede saber
la verdad de la verdad, o sea que no se puede saber a ciencia cierta
sobre la verdad. Y es que cuando se trata de probar la
verdad de la verdad se incurre en paradojas autoreferenciales,
como pasa con la paradoja del mentiroso. Toda palabra verdadera
es mentirosa, pues la palabra no es la cosa: a la palabra
árbol no le brotan ramas ni hojas. Toda palabra es
mentirosa o verdadera, pero si es mentirosa debe decir de
sí misma que no es mentirosa, y si es verdadera debe decir
de sí misma que no es mentirosa. Una palabra mentirosa
para mentir dice de sí misma que no es mentirosa, es decir
hace exactamente lo mismo que la palabra verdadera. Por tanto, no
hay palabra que pueda evitar los efectos de la falta de verdad de
la verdad.
En el psicoanálisis la verdad es carencia. En la
lógica difusa se afirma que la verdad no se da
completamente, no se la encuentra al 100%. La concepción
borrosa o difusa señala que las paradojas de
autoreferencia son verdades a medias, que son contradicciones
borrosas. A y no A es una contradicción que vale, porque A
tiene valor sólo al 50% mientras que no A tiene valor
sólo al 50% restante. Las paradojas son tanto verdades a
medias como a medias falsas. No hay verdad al 100%, salvo como
excepción. El psicoanálisis, con Lacan, es
más radical: la verdad nunca será completa, ni
siquiera como excepción.
Sin embargo, el psicoanálisis no retrocede ante
la verdad. La verdad es algo que emerge sin control de la
conciencia. Por
eso Lacan se inclinó a pensar la verdad en la
acepción de la alétheia, como descubrimiento, como
un correr el velo. Pero es también la verdad como
póiesis, como creación poética. La verdad
tiene estructura de ficción, ha dicho Lacan. Y eso porque
el lenguaje
del analizante se torna poético para decir la verdad. La
verdad es, en el psicoanálisis, un acontecimiento. El
acontecimiento puede o no suceder, y cuando sucede no emerge de
modo lineal: surge como un salto, un hito, un parteaguas. La
verdad es nueva y vieja a la vez, porque se trata de una verdad
que siempre ha estado
ahí, esperando a ser dicha y convertida en texto. Pero
eso sólo se reconoce a posteriori.
En psicoanálisis, la verdad permite distinguir
entre lo acontecido y el acontecimiento. Lo acontecido, el
trauma, adopta la figura de lo inerte, de la letra que se detiene
para no circular sino para volverse circular, letra que insiste
sin que consista, ya que es la figura de la repetición,
que es lo que impide el recuerdo.
La tradición escolástica habla de la
verdad en términos morales, cabe decir individuales, como
veracidad en la forma de comportarse y de replicar. El
psicoanálisis va más allá porque mantiene un
compromiso con una verdad que, cuando acontece, surge con
amargura. En un análisis, la verdad es amarga, sabe a
hiel. El psicoanálisis se opone a la práctica de la
confesión de la Iglesia
católica, pues en ésta la confesión conduce
a la absolución, al perdón de los pecados, de lo
cual debería surgir un acto de contrición, de
arrepentimiento, y luego el perdón que significa el
olvido. En el psicoanálisis no hay perdón, ni
absolución de la culpa. ¿Por qué? Porque si
el sujeto se siente culpable, es culpable.
En el análisis, la verdad pertenece al orden de
lo siniestro. Pero es la única verdad que puede conducir a
una rectificación subjetiva. Las verdades inocentes, leves
y etéreas, dulces, amigables y condescendientes lo
único que hacen es provocar un reforzamiento narcisista.
Las verdades que duelen en el alma, las confesadas por ser
inconfesables, las que perturban hasta la médula del
hueso, las que tocan lo real (en el sentido lacaniano del
término), son esas verdades tienen que ver con el deseo.
Ante la verdad, el sujeto permanece siempre descentrado, ajeno y
extraño a sí mismo. Es un efecto del deseo.
Reconocer la dimensión del deseo es un compromiso
ético y no moral. En
psicoanálisis, si la verdad tiene que ver con el deseo y
el deseo es esencialmente ético, la verdad en este
ámbito no puede ser más que éticamente
relevante.
En suma, la verdad como un todo completo y como algo
completamente opuesto a la falsedad no es sostenible salvo por
quienes mantienen el principio de identidad, A
es A, que es una forma de la compulsión a la
repetición. La lógica difusa como la lógica
para consistente muestran otros derroteros para la razón y
la ontología. Las contradicciones y las
paradojas dejan de ser excepciones para convertirse en regla. El
psicoanálisis va más allá y con ese
más allá cuestiona el alcance de la lógica
formal, ya que estructuralmente siempre queda una falta que es
fundante. La verdad no es toda, pero es verdad y sólo con
esta verdad fragmentaria, variable, escasa, precaria se erige una
ética
que no puede ser más que la ética del deseo. Y como
el deseo es siempre enigmático, la verdad no es y ni
será jamás toda.
Walter Beller Taboada