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Déficit del sistema político, límites de la descentralización



     

     

    Resumen

    En el mundo de hoy, extensamente atravesado por la onda
    de la democracia, resulta cada vez
    más difícil referirse a las decisiones gubernamentales
    planeadas y ejecutadas exclusivamente a través de las
    líneas de poder tradicionales y
    rígidamente centralizadas. Las transformaciones de la
    democracia y las exigencias crecientes de los ciudadanos, hace
    cada vez más justificable la introducción de formas de
    gestión pública
    más innovadoras, es decir, más descentralizadas,
    flexibles y orientadas desde ámbitos más cercanos al
    gobierno local. En Venezuela se viene explorando
    con esta posibilidad, la de poner en marcha escenarios de
    participación que se alejen en la medida de lo posible de la
    estructuras jerárquicas
    del poder. Sin embargo, las relaciones de intercambio y de
    cooperación en el juego de la política, últimamente se han visto
    interferidas por el bloqueo institucional y el retorno a un
    centralismo presidencial de
    magnitudes impresionantes. Palabras clave: democracia,
    descentralización,
    gobierno local, gestión pública, política
    participativa.

    Abstract

    Late changes of the democratic system and more demanding
    citizens, require newest, more flexible and descentralized forms
    of managment, oriented towards local goverment´s closer
    spaces. In Venezuela this possibility its being explored, however
    the relationships of exchange and cooperation have been
    interfired by the return of a impresive presidencial centralism
    and institutional blokade.

    Key words: democracy, descentralization, local
    goverment, public management, participative policy.

    Introducción

    El sistema político de
    Venezuela vive hoy un momento de gran convulsión. El ciclo
    histórico de la democracia partidaria orientado por el
    "Pacto de Punto Fijo" llegó a sus límites y el nuevo
    milenio nos presenta un escenario que obliga a redefinir las
    estructuras institucionales. Desde 1998 se ha impuesto una alternativa, para
    muchos venezolanos "innovadora", pero en el poco tiempo su desgaste en el poder
    está mostrando y hasta reproduciendo tendencias negativas
    como las de los gobiernos bipartidistas anteriores. En este
    "nuevo proceso" las reglas de juego
    de la democracia y las acciones del sector público aparecen
    marcadas por la informalidad, la falta de coherencia, la ausencia
    de consenso político pero, sobre todo, las instituciones tienen una
    existencia precaria lo cual debilita aun más la
    gobernabilidad del sistema político, e impide establecer
    orden efectivo para regular las relaciones entre el Estado y la sociedad. A esta
    situación se ha llegado luego de que los partidos políticos perdieran
    su rol central como conductores de los intereses colectivos de
    los ciudadanos, y por una acumulación de errores en cuyo
    centro se ubican la corrupción y las redes clientelares. Así las cosas, la
    estructura administrativa del
    Estado ha sido puesta en una
    situación de fragilidad extrema y los componentes guía
    del aparato democrático aparecen en su expresión
    más difusa.

    Con base en esta preocupación nos proponemos ubicar
    el componente político administrativo dentro del plano real
    de la reciente experiencia de la democracia venezolana, la
    reivindicación del poder local frente al centralismo, el
    valor del gobierno local como
    medio para fortalecer la democracia, y algunas orientaciones a
    seguir para lograr estos propósitos.

    Preámbulo a una
    situación política inacabada

    Vale la pena recordar que al esquema político
    actual y al complejo escenario de la Venezuela de hoy no se llega
    por simple casualidad. "Desde 1988, y específicamente desde
    1993, el deterioro de los principales partidos y, en general, de
    todos, se hizo evidente. Prestigiosas organizaciones políticas se convirtieron en
    objeto de un masivo desprecio popular. En algún momento
    dejaron de representar valores respetados y
    apetecidos para convertirse en lo contrario. Después del
    ascenso, vino la caída del bipartidismo como mecanismo de
    gestión de la democracia venezolana; en sus razones y sus
    procesos está una parte
    sustancial del origen de la revolución encabezada por
    Chávez"1.

    No cabe la menor duda de que pocos gobiernos en
    Venezuela han ostentado un gran capital político y
    económico como el actual, pero ambas bases de apoyo han sido
    insuficientes para evitar el deterioro del componente social. Los
    venezolanos sienten que las instituciones no han mejorado y el
    poder del Estado no está actuando con la diligencia ni la
    premura necesarias para erradicar problemas sociales muy graves y
    minimizar así los indicadores de riesgo que diariamente golpean a
    la colectividad venezolana; en este momento a la deriva y con la
    incertidumbre sobre qué hacer y cómo enfrentar unas
    precariedades con efectos muy notables sobre la calidad de vida que a la larga
    se convierten en caldo de cultivo para potenciales conflictos
    sociales.

    En este sentido, desde 1998 gran parte de los ciudadanos
    venezolanos apostaron a un cambio radical, y en esta
    perspectiva se comienza a ensayar con una estrategia política
    "distinta", en principio apoyada ampliamente por un gran caudal
    electoral, presentándose a los venezolanos como la
    alternativa estrella con el objetivo de borrar el mapa
    político del país con 40 años de corrupción. Al paso del
    tiempo y con alguna exageración pero con gran sentido
    crítico de preocupación se ha hecho la siguiente
    afirmación "Los revolucionarios colaron por la puerta de
    atrás lo que con enorme parafernalia aseguran estar echando
    por la delantera"2. A un quinquenio detentando
    oficialmente el poder, a la administración de la
    "Revolución Bolivariana" se le ha hecho difícil
    enmendar y corregir los errores del pasado y en líneas
    generales, para asombros de muchos y la sorpresa de la ciudadanía, en muchos
    sectores de la administración pública
    se siguen reproduciendo prácticas atípicas de los
    gobiernos execrados del pasado político.

    Por otra parte las grandes estructuras del poder
    también han dado muestras de resistencia al cambio. Estamos
    ante un Estado que sigue siendo omnipresente pero lejos de
    alcanzar la modernización, está ahogando en la
    tradicionalidad las exigencias de un mayor desarrollo local. La pesada
    carga de centralismo reflejada en la imposibilidad de articular
    respuestas efectivas para la sociedad venezolana es una muestra irrefutable de lo
    expuesto. Estas turbulencias exigen con gran premura mayores y
    serios debates acerca de las modificaciones en la forma de
    administrar los asuntos públicos, ante lo cual el poder
    local está llamado a ser un campo privilegiado en este
    sentido por ser uno de los niveles de gobierno que mejor se
    acomoda a las exigencias de la nueva Gestión Pública.
    "Un concepto de gestión
    pública local establecería que éste es un proceso,
    que construye un espacio de reactividad social, mediante el cual,
    las políticas públicas se integran procesualmente al
    ámbito territorial y a la temática de los asentamientos
    humanos locales, rediseñándose a sí mismas,
    adoptando las necesidades y prioridades que conquista la sociedad civil comunitaria, por
    medio de sus procesos de empoderamiento y gobernanza y
    produciendo grados crecientes de participación, centralizada
    ésta, en la posibilidad de que los individuos, grupos y comunidades accedan al
    control de los recursos e instituciones que
    condicionan su cotidianidad física, social, cultural,
    económica y política"3.

     

    Una gran tarea: reivindicar
    el poder local

    La política venezolana en todos los niveles donde
    se conciba se mueve en este momento dentro de una atmósfera inflada por las pasiones, las
    expectativas y las frustraciones. Frente a ello, los cambios en
    la sociedad internacional están marcando desafíos muy
    importantes para la gobernabilidad de las democracias. "La
    gobernabilidad democrática en América Latina está
    seriamente comprometida. El agravamiento de las tensiones y
    conflictos políticos, económicos y sociales, en un
    contexto de cada vez mayor fragilidad de los estados e
    indocilidad de las sociedades, está
    socavando los fundamentos de los regímenes políticos
    latinoamericanos"4.

    Paralelamente el escenario de la sociedad venezolana
    está siendo atravesado por nuevos ejes de problemas. Vivimos lo que un
    politólogo en nuestro medio califica como el desconcierto de
    la política5. Por tal razón las
    políticas sociales del Estado, planteadas tal vez con buenas
    intenciones, se muestran muchas veces inapropiadas e impotentes
    para responder ante las nuevas situaciones, y la política
    como institución se presenta como una estructura cada vez
    más rara. Asimismo, se están acentuando otros problemas
    que, sin ser nuevos, están tomando mayor fuerza, convirtiéndose en
    una especie de "zonas grises" e incómodas para la
    gobernabilidad de la democracia y para la preservación del
    orden interno del Estado. Es allí justamente donde la
    "democracia requiere de orientaciones estratégicas de una
    gestión pública local para construir políticas
    públicas orientadas a la
    ciudadanización"6.

    Adicionalmente y en los últimos años en
    Venezuela estamos ante una realidad difícil de asimilar y de
    comprender, colmada por un exceso de política. Pero se trata
    de una política desarticulada, o sustentada en
    organizaciones precarias que está obligando a replantear la
    capacidad de acción del gobierno pues
    para algunos analistas, críticos y no tan críticos, los
    cambios que se tratan de impulsar recientemente en el país
    lejos de solucionar los problemas sociales parecen agravarlos. No
    hay consenso entre las diferentes fuerzas políticas para
    llevar adelante proyectos sociales de
    envergadura. Los resultados son muy tenues. La pobreza, por ejemplo, es
    inmensa y aunque todos los países la padecen (aunque no en
    iguales condiciones), son muchos los individuos y los grupos sociales que en
    Venezuela se van quedando fuera de los circuitos redistributivos de
    la economía del Estado y no
    precisamente debido a la onda recesiva del ingreso petrolero sino
    en tiempos de gran bonanza.

    Siendo realistas, los países mejor organizados y
    con instituciones sólidas son los que han podido encarar
    este tipo de problemas con respuestas positivas a las
    anomalías de la sociedad, que si bien pueden ser propias del
    funcionamiento del capitalismo, de los cambios en
    los modos de producción y de
    propiedad que se viene
    instaurando con el nuevo rumbo que está tomando la sociedad
    internacional, la aceleración en la circulación de
    capitales, bienes y servicios, en la sociedad
    nuestra parecen aun más graves debido a las incoherencias
    institucionales, a las inconsistencias de los programas de desarrollo asumidos,
    al desaprovechamiento de recursos, a la improvisación, a la
    excesiva dependencia del sector privado de las bondades del
    sector público y a la ausencia de un verdadero proyecto nacional y de país
    basado en un acuerdo pluralista para llevar estabilidad al
    sistema político y que privilegie, en definitiva, lo
    económico y lo social sobre lo político.

    Los países con un alto nivel de
    institucionalización también han puesto mayor
    énfasis en la capacidad de la gestión pública
    local para salir de crisis de naturaleza diversa y han
    podido situar sus sistemas de gobierno en niveles
    de alta intensidad democrática, pues reconocen que es en el
    mencionado nivel donde se puede activar con mayores posibilidades
    de éxito los mecanismos de
    participación
    ciudadana.

    Formalmente en Venezuela el gobierno local ha venido
    constituyendo, desde finales de la década de los años
    ochenta del Siglo XX, uno de los componentes fundamentales para
    la gobernabilidad democrática del Sistema Político
    venezolano. Su funcionamiento ha sido concebido como un
    instrumento guía para satisfacer con mayor premura las
    demandas participativas de la sociedad, y hacer más
    ágil el papel del Estado en diferentes espacios
    intersectoriales donde el gobierno tenga que actuar. Este
    podría ser un ámbito funcional notable del proceso de
    descentralización, y en torno a este tema se ha creado el
    ambiente político
    propicio para acercar el poder municipal a los problemas de la
    sociedad. Así se han venido construyendo unidades de
    gobierno local con la finalidad de hacer más funcional el
    papel del Estado.

    Sobre esta base se podría entender también la
    posibilidad de incrementar el interés por el llamado
    "Nuevo Federalismo", para reorientar el
    poder de decisión sobre aspectos cruciales como por ejemplo:
    qué servicios prestar, en qué condiciones, de qué
    modo financiarlos y producirlos, y hacerles el seguimiento
    respectivo. Más allá de haber enriquecido las
    expectativas de mejorar el rendimiento de la administración en
    Venezuela, como en algunos otros países latinoamericanos, el
    bienestar social y el ritmo de avance hacia el desarrollo a
    partir de las transferencias de las funciones gubernamentales dejan
    mucho que desear. Se carece de los elementos institucionales
    autónomos frente al poder central, y se adolece de recursos
    técnicos, organizacionales y financieros para hacer frente a
    las necesidades de los grupos más vulnerables de la sociedad
    que demandan mejores condiciones sobre aquello que en la
    economía pública se suele llamar bienes preferentes, es
    decir: educación, salud, empleo, etc.

    Ello nos sitúa ante un escenario difícil,
    lleno de temores, desesperanza y desilusión, más aun
    cuando hay una evidente y notable carencia de herramientas de gestión
    pública moderna, básicamente de aquellas que se
    requieren para direccionar estrategias de desarrollo en el
    ámbito territorial, local. Hace falta además "un nuevo
    tipo de profesional que se comporte con una combinación
    dialéctica de saberes técnicos y políticos y su
    comportamiento diario sea una
    sucesión de tácticas escalonadas holísticas, que
    le permita integrar los ambientes naturales, construidos y
    sociales"7.

    En el centro del problema tenemos una economía en
    decadencia, poco rentable y escasamente diversificada.
    Agréguese a esto unas instituciones políticas que no
    llegan a cumplir con las funciones mínimas para garantizar
    la gobernabilidad y el control de los procedimientos
    administrativos. Desde este punto de vista, y más
    allá de un lenguaje puramente
    determinista con el que se suele hablar de la
    descentralización en Venezuela, no hay duda de que
    gestiológicamente estamos ante una realidad administrativa a
    medias, o, simbólicamente, ante una especie de mito modernizador,
    básicamente si le medimos por la falta de voluntad y de
    disposición para llevar adelante un proceso de cambios cuyos
    resultados sean verdaderamente halagadores en lo social y en lo
    económico.

    Además, están muy marcadas las diferencias de
    matiz o de énfasis entre lo que la mayor parte de la
    sociedad quiere y lo que la minoría hace desde el gobierno
    central para modernizar la gerencia pública y
    adaptarla a los requerimientos de las nuevas tendencias
    internacionales de una globalización cada vez
    más desafiante, tentadora e inevitable que exige mayor
    atención a la planificación de
    estrategias locales. Aunque nos cueste entenderlo es urgente
    potenciar factores de cambio para una sociedad cada vez más
    necesitada de soluciones a sus problemas
    domésticos. Este hecho no es sino un claro reflejo de las
    tendencias de cambio propias de una sociedad internacional en la
    cual, la centralización de la
    autoridad ha entrado en
    contradicciones, y donde los ciudadanos están en la
    búsqueda de un reacomodo de sus demandas exigiendo nuevas
    formas de gobernar, es decir, se aspira a un gobierno realmente
    moderno y con una visión del bienestar social a ser cubierto
    por todos los niveles de la administración
    pública y particularmente en el plano de una mayor
    cercanía que solo puede ser generado por la interacción participativa
    entre los actores más próximos, es decir, entre los
    gobiernos locales y los ciudadanos.

    Desde esta perspectiva, en la historia política reciente de Venezuela
    se ha hecho muy insistente el debate sobre la cultura participativa, y es
    que desde 1989 las reformas políticas crean mayores incentivos de movilización
    para promover un contacto más directo entre gobernantes y
    gobernados, entre autoridades y ciudadanos. Más
    recientemente el discurso oficialista de los
    últimos años reivindica esta posición
    participativa con un sentido "protagónico", y así se
    deja plasmado en el mandato de la "Constitución de la
    República Bolivariana de Venezuela" de 1999.

    Pero los argumentos formales van en una línea
    antagónica con la realidad de la Administración
    Pública en Venezuela que, desde la conformación
    republicana y la aparición del Estado con sus
    características conocidas, lleva consigo la marca de un estilo político
    muy particular de gran arraigo centralista y excluyente del poder
    local. "No es lo mismo tomar decisiones en un Estado centralista,
    donde el centro predomina sobre la periferia, que en un Estado
    federal, donde lo que predomina es la negociación entre niveles de
    poder. En este sentido, la configuración institucional
    condiciona los mecanismos de toma de decisión"8.
    A decir verdad, las relaciones intergubernamentales y la
    autonomía de los gobiernos regionales frente al gobierno
    nacional en nuestro país siguen siendo verdaderamente
    cuestionables.

    En este punto es obligatorio resaltar como, el gobierno
    local está cada vez más obligado a convivir en un medio
    carente de políticas audaces para hacer frente a las
    necesidades colectivas insatisfechas y además hay un cambio
    de dirección, es decir un
    desplazamiento considerable del poder en forma inversa desde
    espacios ganados con la descentralización, hacia un Estado
    cada vez más centralizado y continuamente cuestionado en las
    funciones de articulación de respuestas para satisfacer el
    interés general. En otras palabras, el gobierno local aun
    cuando es exigido con exageración para que aumente sus bases
    competenciales, resulta ser solo una instancia adicional y de
    simple ejecución de decisiones mediatizadas por el control
    financiero del poder central en los niveles superiores de
    gobierno.

    Escasamente, y a estas alturas del recorrido
    democrático, solo en forma residual se puede hablar de
    responsabilidades compartidas entre los diferentes niveles de la
    administración pública venezolana. La autonomía de
    los gobiernos locales se ve cada vez más amenazada, y aunque
    cueste entenderlo, faltan explicaciones convincentes sobre la
    democracia extensa, porque por un lado se habla de la innovación que
    significaría la introducción de figuras
    democráticas participativas, mientras por el otro hay un
    evidente monopolio institucional de la
    figura presidencial en la toma de decisiones, dejando poco
    espacio para las instancias descentralizadas del poder
    horizontal, a tal punto que las transferencias de servicios no se
    corresponden con las transferencias monetarias para su financiamiento. La voz de los
    gobernadores y de los alcaldes tampoco cuenta mucho, o cuenta
    menos en los discursos y en los debates
    sobre el desarrollo nacional. Esto demuestra sin duda cómo
    la participación se agota sólo con los procesos
    electorales.

    Dadas estas circunstancias la institucionalidad
    tradicional centralista no puede seguir siendo la única y
    suficiente garantía para dar valor a los procedimientos de los ciudadanos
    en una forma más profunda y efectiva. Ello lesiona la
    continuidad, el seguimiento y el control a los programas de
    gestión pública. El centralismo además hace fallar
    los instrumentos de comunicación
    política a la hora de canalizar los reclamos y las
    exigencias sociales de los ciudadanos en forma oportuna para
    generar las adecuadas respuestas que debe procesar el
    gobierno.

    Así el poder local está pasando en Venezuela
    por una de sus mayores pruebas de fuego. Sin embargo
    no puede seguir siendo un nivel de gobierno dócil e
    indefenso frente al fenómeno centralista, debe ser sometido
    a revisión y reivindicado, entendiendo que no puede
    continuar siendo una estructura más dentro de las relaciones
    administrativas y de intercambio que se producen en el sistema
    político. No lo olvidemos, unas políticas públicas
    guiadas exclusivamente por un poder político centralizado
    vulnera las formas y los contenidos de la política
    democrática, y dejan escaso margen para el control
    público de la gestión a través de estructuras
    comunes de acción política que muy bien podrían
    crear mayores derechos y obligaciones para la clase política
    gubernamental.

    Esta apreciación va a contracorriente de los
    escenarios democráticos internacionales, donde se está
    haciendo cada vez más distante un abordaje de las acciones
    de los gobiernos para solucionar grandes problemas desde
    instancias de gestión centralizadas. Más bien y con una
    mayor exigencia la tendencia es a favorecer la acción
    pública en un terreno del poder local entendido como un
    espacio estratégico del Estado para simplificar la
    administración y reivindicar, como lo señalan
    reconocidos analistas españoles, la gobernabilidad
    democrática desde abajo, basada en instrumentos de
    participación asociativa, personal y extensiva,
    contribuyendo a diagnósticar problemas y proponer agendas de
    solución9.

    Así las cosas no estaría de más insistir
    en el rescate poder local que en Venezuela se debe considerar,
    siguiendo otros contextos de innovación institucional, "como
    el escenario privilegiado desde el cual pueden desarrollarse
    experiencias de participación ciudadana"10. Ahora
    bien, las condiciones de gobernabilidad del país le han
    impreso al poder local un sello muy particular y hasta
    podríamos decir que, de hecho con el fortalecimiento
    centralista de un presidencialismo muy absorbente de las
    funciones de la administración pública, la acción
    colectiva a ser cumplida desde el espacio local por la autoridad
    municipal se mueve bajo esquemas dominados por una especie de
    neutralidad administrativa que, vista en términos
    minimalistas, está provocando la desmovilización
    económica de estos micro gobiernos al precio de seguir ampliando las
    fronteras entre un gobierno central omnipresente y todopoderoso
    económicamente, y un poder local cada vez más exigido
    de hacerse con las responsabilidades directas de los problemas de
    la gente. Este nivel de gobierno tampoco cuenta con los recursos
    ni con la logística operativa de
    gestión adecuada para ejecutar políticas públicas
    eficientemente y promover servicios públicos como
    los ciudadanos lo esperan. La oferta de políticas
    públicas va cada vez en aumento pero los recursos para
    ejecutarlas están cada vez más mediatizados.
    Últimamente en un agitado ambiente político y bajo el
    pretexto de querer salvar la democracia se viene centralizando
    aun más el poder, limitándose en forma alarmante a las
    autoridades locales en su capacidad y maniobra para tomar
    decisiones.

    Se reafirma entonces la idea de que en Venezuela se
    carece de políticas concertadas y se continúa
    privilegiando una visión Estado céntrica de las
    políticas públicas, excesivamente ligadas a la
    disposición y voluntad del Poder Ejecutivo, instancia que
    en definitiva determina cuáles son las necesidades sociales
    a ser satisfechas, el tipo de respuestas a seguir, los recursos a
    disposición para tal fin, y el momento de realizar los
    procedimientos. Todo esto lleva a un gran al retardo en las
    acciones, a la ineficiencia en la utilización de los
    recursos, a la falta de seguimiento y monitoreo de los programas
    sociales, y algo más grave, a la ausencia de control, de
    responsabilidades y de sanciones a quienes resulten culpables por
    omisiones y faltas administrativas de
    manejos atípicos de los recursos públicos.

     

    El valor del gobierno local:
    una fortaleza para la democracia

    La democracia se fortalece por una parte mediante un
    aprendizaje constante y a
    través de la formación de una cultura cívica, pero
    al mismo tiempo esto se complementa mediante mejores respuestas a
    los ciudadanos con acciones de gobiernos lo más
    descentralizadas que se pueda. Correlativamente lo interesante de
    la descentralización es que posibilita la
    reorganización administrativa del Estado, permite un mayor
    acercamiento entre las esferas clave del poder al focalizar la
    solución de los problemas. Además crea nuevas redes de
    mediación gubernamental para encarar respuestas, amplía
    las expectativas para el financiamiento de proyectos, genera
    posibilidades para un mayor control de los recursos públicos
    y abre, en definitiva, los niveles subestatales a las
    posibilidades de un desarrollo más autónomo. Esta forma
    de administrar si se puede considerar como el "sello particular"
    de tan buscado y no logrado proceso de innovación
    gubernamental.

    "Desde una perspectiva gerencial, el potencial de
    mejoras de la productividad de las
    políticas y programas sociales existente en la
    descentralización tiene gran significado. La naturaleza de
    estos programas requiere una gerencia adaptativa, abierta y
    flexible, que encuentre su hábitat propicio en
    modelos de gestión
    descentralizados. Estos harán posible el contacto efectivo
    con entornos tan fluidos y cambiantes como los de los programas
    sociales. Sin embargo, las dificultades que surgen de la
    práctica de la descentralización son considerables y
    deben ser enfrentados sistemáticamente. Entre ellas se
    encuentra el peligro del apoderamiento de los programas sociales
    por parte de las elites locales. Si se superan estos y otros
    problemas, los beneficios que se logren serán muy
    importantes. De particular importancia son las perspectivas que
    ofrecen en este sentido la municipalización de los programas
    sociales"11.

    En una forma de reingeniería
    gubernamental igualmente innovadora, hoy día se está
    hablando tanto en los Estados Unidos como en otros
    países de menor trayectoria democrática, e incluso de
    menor tradición pluralista como en el caso de México, del nuevo papel del
    Estado dentro esquemas de mayor alcance gestiológico muy
    cercanos al llamado nuevo federalismo, una categoría
    analítica que por cierto no es la panacea, pero que muy bien
    sirve para explicar y tratar de entender, por qué al menos,
    "las estructuras más descentralizadas pueden favorecer una
    mayor participación, así como realizar un ataque
    más eficaz y eficiente a nuestros problemas. A partir de
    dicho concepto podemos instrumentar variados mecanismos de
    transferencias que otorguen mayor autonomía fiscal y presupuestal a los
    estados, sin conducir a la desintegración nacional. Por
    ejemplo, los potenciales problemas de ineficiencia recaudatoria y
    administrativa no son razón para que la instancia nacional
    casi monopolice los impuestos y decida sobre los
    gastos. Su función es más bien
    vigilar, evaluar, apoyar e incentivar la recaudación y
    administración eficiente del ingreso y el gasto por las
    otras instancias.

    Ahora bien, el reto no es únicamente descentralizar
    sino: a) lograr una distribución equilibrada y
    apropiada de funciones entre las diferentes instancias que salve
    adecuadamente varios dilemas implícitos en todo sistema de
    relaciones intergubernamentales, y b) desarrollar estructuras y
    actitudes conducentes a una
    adecuada coordinación
    intergubernamental"12.

    Es posible admitir entonces, y sobre la base de lo
    observado en la administración pública del Estado
    venezolano, que hoy esta tendencia del nuevo federalismo busca
    superar la parálisis política, pero la
    descentralización sin ser un viaje inacabado a lo más
    profundo de las estructuras sociales, sigue siendo concebida como
    un conflicto de intereses donde
    los poderes públicos, específicamente el Ejecutivo, se
    niega a perder atribuciones frente a la administración de la
    provincia. Así queda demostrado en las insistentes
    polémicas por la administración de los recursos y en
    las pretensiones por mantener unas estructuras de
    coordinación con plena potestad discrecional y de
    dirección impuestas desde el nivel central. Esta tendencia
    obstaculiza el adelanto y la ejecución de proyectos con
    interés público en los espacios regionales y hace
    más rígida y dependiente del poder central la
    estructura recaudatoria de los impuestos. Venezuela con una
    tradición tributaria excesivamente centralista propia de la
    reproducción de su
    sistema presidencialista, sigue dejando muy poco espacio para la
    autonomía de la administración pública
    descentralizada.

    Se agrega a ello una pobre y desarticulada capacidad de
    los gobiernos locales para administrar y gestionar con mayor
    autonomía sus recursos y también sus propios proyectos
    de desarrollo. Otra cosa es que las gobernaciones y las
    alcaldías no terminan de transitar por accidentados caminos
    administrativos y han dejado de lado aquellas técnicas administrativas que
    podrían servir para capacitar y estructurar un nuevo marco
    de acción político administrativo, acorde con las
    orientaciones estratégicas y técnicas esperadas para
    dar fluidez a los programas de cooperación social en
    instancias más próximas a los
    ciudadanos13.

    Mientras esto ocurre tampoco podemos perder de vista que
    "una reforma del Estado que no tome en cuenta la
    interrelación de los procesos de descentralización y
    participación corre el riesgo de seguir un modelo que privilegia
    meramente los aspectos cuantitativos del cambio social, y no
    aquellos cualitativos que obedezcan a un proyecto racional y
    previsible"14.

    Otra limitación adicional y que desdice del buen
    desempeño de la
    democracia participativa en Venezuela, es la exagerada tendencia
    a personalizar la gobernabilidad de la política. En
    ningún país de alta democratización los intentos
    de personalización de la política puede ser indicador
    de la ampliación de la participación.

     

    Por dónde
    empezar

    A partir de la toma de conciencia de la decadencia de
    las viejas formas de gobernar y de hacer política en
    Venezuela, es posible proponer ideas, estilos e instrumentos que
    permitan impulsar la gobernabilidad para el
    desarrollo15. Estamos frecuentemente enfrentados a las
    insistentes amenazas de crisis que afectan la gobernabilidad de
    la democracia venezolana. De allí la inevitable necesidad de
    redefinir las reglas de juego de las prácticas
    institucionales para revitalizar el papel de un Estado que parece
    cada vez más vaciado de contenido en su capacidad de
    reacción ante las exigencias colectivas. Un buen gobierno no
    es aquel encargado solamente de hacer cosas, sino también de
    hacerlas bien y que sabe negociar en todos los espacios de la
    administración del Estado, es responsable internamente y
    responde en positivo con eficiencia y prontitud a las
    exigencias de los ciudadanos mediante la formulación de
    propuestas convincentes y soluciones efectivas para un conjunto
    verdaderamente significativo de la sociedad, sin dejar a un lado
    los reclamos colectivos, sin marginar a sectores privados y de
    oposición estratégicamente situados en el sistema de
    representación de intereses.

    Así y aunque parezca paradójico, cuanto
    más se acentúan las contradicciones del gobierno
    central, más se redescubre la necesidad fortalecer el
    gobierno local, porque es aquí donde se reducen los espacios
    de distanciamiento de los ciudadanos respecto de las
    instituciones representativas. Sin embargo, y sin dudarlo mucho,
    vale hacer la siguiente acotación, faltan mayores incentivos
    tal vez de carácter cívico y de naturaleza
    verdaderamente democrática para fortalecer una cultura
    participativa que recién comienza a pedir su
    reivindicación en el plano local. Esto requiere, sin duda,
    de buenos equipos de consultores al servicio de la
    administración de los municipios con capacidad de actuar en
    diferentes áreas críticas o en todo caso
    problemáticas, entre ellas está privilegiar el proceso
    recaudatorio de los impuestos y ante el cual se impone favorecer
    los procesos de automatización de la
    información para
    facilitar el manejo de datos y conocer más de cerca
    las potencialidades de los sujetos susceptibles de ser
    contribuyentes de la Hacienda Pública del Municipio y evitar
    así la evasión tributaria. En esta dirección se
    inclina el "Proyecto de Ley de Hacienda Pública
    Estatal".

    Son también urgentes las políticas
    informativas y de comunicación interna para
    monitorear el funcionamiento y la calidad de los servicios
    públicos a través de bancos de datos susceptibles de
    ser conocidos para formular soluciones a tiempo.

    Lo anterior no implica para Venezuela, en absoluto, la
    carencia de experiencias de gestión de gobierno local
    interesantes, las hay y con muy buenos resultados. Sin embargo,
    existe la necesidad urgente de superar las contradicciones
    existentes entre las exigencias de los ciudadanos y lo realizado
    efectivamente por las autoridades, entre las demandas y los
    procesos de decisión; y por último, entre las
    decisiones y el control de los resultados de la gestión
    pública. Las consecuencias de no establecer los correctivos
    necesarios han sido: la baja calidad de la gestión del
    gobierno, la falta de transparencia en el manejo de los recursos
    y el cuestionamiento de la legitimidad por rendimiento del
    gobierno en la tarea de llevar adelante las políticas
    públicas.

    Las esperanzas para mejorar la situación no
    están frustradas totalmente y como lo plantea Marcelo
    Cavarozzi, "la participación es un recurso para la
    gestión. La participación en las instituciones
    públicas, apoyándose, entre otros, en mecanismos de
    descentralización, de inclusión de los ciudadanos
    consumidores en la regulación de servicios públicos
    privatizados y de fomento de la accountability y de las
    organizaciones de gobierno, podría permitir que recuperara
    sentido la acción colectiva de los espacios
    públicos"16.

    Para hacer esto posible se requiere de una mayor
    fortaleza institucional porque, como lo hemos manifestado en
    líneas anteriores, mientras en los países desarrollados
    donde las instituciones políticas han madurado más
    tempranamente se está llegando a modelos de integración de gran organización y se promueven
    los llamados gobiernos de tipo multinivel, en nuestro país
    confrontamos las contradicciones de una realidad institucional
    cada vez más fragmentada y atravesada por serias
    dificultades, que amenazan diariamente con arrinconar y poner en
    limitaciones extremas la capacidad de respuesta y la
    autonomía del poder, básicamente la del poder
    local.

    Ante este panorama, la acción pública del
    aparato administrativo del gobierno debe reforzarse en una
    lógica de transferencia
    de la autonomía, aislando el veto presidencial sobre todo en
    momentos cuando los controles son vistos, en forma equivocada,
    como elementos de perturbación y de debilidad para la
    gestión pública. Se impone entonces la necesidad de
    poner orden y límites a las deficiencias del sector
    público para adelantar proyectos de avance en el campo
    económico y social, con un mayor rendimiento y con una mejor
    eficiencia en el manejo de los recursos. Temas como de la
    gestión pública, la gobernabilidad democrática,
    las redes participativas y el cambio en el papel del Estado en el
    mundo actual son asuntos de especial interés y al mismo
    tiempo motivo de atención especial por quienes con sentido
    moderno piensan en: cómo enfrentar eficientemente las
    prácticas administrativas mediante procedimientos que
    involucren en verdad a los servidores públicos en todos
    los espacios funcionales de los poderes públicos.

    Igualmente se observa que los ciudadanos manejan un
    volumen de información de
    grandes magnitudes, están adquiriendo mayor conciencia del
    papel que les corresponde en ámbito público y en este
    sentido hacen más exigentes las tareas del gobierno que
    décadas atrás. También es cierto que hay una
    preocupación entre los estudiosos del tema de la
    gestión pública acerca de la acción que el Estado
    en el mundo actual está llamado a producir. Se trata de
    adaptarse a los importantes cambios y a las nuevas demandas que
    están surgiendo. En este sentido se requieren mayores
    explicaciones relativas a los procedimientos acerca de las
    líneas modernas de distribución presupuestaria,
    ¿cómo se canalizan los recursos?, ¿qué uso se
    hace de ellos?, ¿qué resultados han justifican la
    intervención del gobierno?, y por último
    ¿cuál es la calidad política de la
    administración en términos de capacidad y su influencia
    sobre las prestaciones de
    servicios?

    Desde este punto de vista, en Venezuela se vienen
    promoviendo recientemente instrumentos de cooperación de la
    ciudadanía con vistas a fortalecer la participación
    local. Es el caso de los "Consejos Locales de Planificación
    y Políticas Públicas", formal y constitucionalmente
    llamados a ser instrumentos para fortalecer la gestión
    pública local. Sin embargo en los intentos de ponerlos a
    funcionar ya se viene observando una disparidad de criterios de
    orden político que podrían terminar arruinando sus
    propósitos esenciales, así como su capacidad operativa
    y funcional, porque se pueden estar reproduciendo los vicios de
    corrupción, clientelismo, decisiones tomadas en
    círculos cerrados, frente a las exigencias de mecanismos
    abiertos de participación de los ciudadanos y de
    innovación para examinar y hacer seguimiento a las tareas y
    los recursos destinados a los servicios locales como ha sido la
    intención inicial.

    Como faro orientador de una nueva visión para
    fomentar la gestión local, si estas redes de apoyo logran
    realizar eficientemente sus tareas participativas, se
    podrían traducir definitivamente en componentes importantes
    para la gobernabilidad democrática en niveles concretos y
    probablemente se estaría llegando a optimizar la
    autoorganización política para solucionar los problemas
    de los ciudadanos. A fin de cuentas esta puede ser una forma
    de innovar allí donde la administración está
    cuestionada, de ampliar la legitimidad por rendimiento, de
    fortalecer la participación y de encontrar mejores
    resultados, elementos que por cierto constituyen ejes
    transversales constantemente asociados con la valoración de
    la calidad de la democracia.

    Sin ser partidarios de que la administración
    centralizada del Estado desaparezca o realice un papel
    secundario, compartimos la idea de que es en todos lo niveles
    administrativos donde el Estado debe innovar con el apoyo del
    gobierno a fin de llegar más cerca de los ciudadanos, sin
    olvidarse por supuesto de los cambios presentes. Pocos analistas
    políticos ponen en duda la importancia de garantizar el
    orden interno para limitar los riesgos que afectan la
    estabilidad de la democracia, pero disolver los factores
    conflictivos lesionadores de la cohesión de las relaciones
    sociales implica mayor atención a quienes padecen grandes
    necesidades.

    En cualquier caso, hay una demanda impostergable de poner
    control en las asimetrías sociales, pero se requiere de un
    consenso entre los sectores más poderosos del país en
    alianza con el sector público para instrumentar y fomentar
    en la práctica política una intervención y
    redistribución más amplia de los beneficios colectivos,
    mucho más en épocas de crisis cuando la sensibilidad de
    la clase política ante las necesidades colectivas no
    encuentra los cauces adecuados, o las alternativas son bloqueadas
    por una oposición desleal y obstruccionista, lo cual impide
    superar las precariedades ocasionadas por las carencias de los
    bienes más elementales de subsistencia. Por lo tanto la
    política democrática, como bien lo expone Ramos
    Jiménez, "siempre será una política doble: es
    política institucional, cuando se expresa en las
    organizaciones que crean y aseguran la representatividad de los
    diversos intereses, y es política valorativa, cuando se
    expresa como ejercicio de solidaridad que integra un
    conjunto de normas y acciones orientadas
    hacia la gobernabilidad, entendida esta última como el
    resultado de la conciliación de intereses mediante
    negociación"17. La gran lección la tenemos a
    futuro, pero es hora de construir antes que derribar y hoy la
    lucha debe orientarse a conseguir una sociedad con mejor calidad
    de vida por medio de un Estado eficiente al servicio de la
    comunidad y comprometido
    mediante la reivindicación del poder local.

    Todo hace suponer que más que nunca es el momento
    de seguir promoviendo la transformación del sistema
    político venezolano, porque aquí lejos de haberse
    llegado a la profundización de la democracia, se está
    entrando de una fractura política dramática de
    consecuencias peligrosas e impredecibles. Nunca antes el formato
    político gubernamental había sido puesto en entredicho
    como ahora. Las críticas a los actores gubernamentales y de
    oposición, así como los límites en los alcances de
    la gestión pública son indicadores manifiestos del
    problema.

     

    Conclusiones

    Los frenos a la capacidad de acción del poder local
    son causas de las insuficiencias de la democratización y la
    ceguera con la cual la ingeniería política
    ha fracturado el diseño institucional en
    Venezuela que impide ver más allá del poder central.
    Por el momento hablar de grandes innovaciones en el espacio del
    gobierno local, resulta poco alentador. Vale hacer la
    advertencia, si no hay una clara separación de poderes, no
    podemos esperar una descentralización efectiva, ni una buena
    relación entre gobernantes y gobernados como lo suponen las
    reglas institucionales de la democracia representativa en los
    distintos niveles de mediación política, más
    allá de los intereses parciales de tendencias personalistas
    circunstanciales.

    El poder local sin ser necesariamente el sol que alumbra la
    solución de todos los problemas de la comunidad, es tal vez
    una de las formas reconocidamente importantes para lograr afirmar
    la responsabilidad de los actores
    políticos allí donde el gobierno central no llega, o lo
    hace con gran debilidad. El gobierno local es entonces una
    garantía para promover la democracia procedimental y obrar
    eficientemente para encarar a las demandas de los ciudadanos. Un
    enfoque moderno y comprometidamente democrático en la forma
    de administrar el gobierno local y de hacer un buen uso de los
    recursos públicos en las políticas públicas
    redistributivas y de servicios sociales, debe también ser
    asumido a partir de las motivaciones colectivas con actores
    motivados de compromiso y responsabilidad gubernamental que vaya
    más allá de lo logrado hasta ahora. Este reto pasa
    necesariamente por afrontar obstáculos que parecen
    insalvables como por ejemplo el centralismo presidencial, la
    ausencia de una oposición organizada y sensible que plantee
    alternativas coherentes y viables, las desigualdades sociales que
    generan constantes situaciones de conflicto, la revisión a
    los instrumentos políticos, técnicos, y gerenciales de
    la administración local para mejorar el rendimiento del
    poder municipal, y en definitiva ampliar los espacios para la
    promoción de los
    ciudadanos como sujetos activos en la toma de decisiones
    del gobierno local. Esto pasa además por la construcción de redes
    sociales participativas como forma de generar nuevas vías
    para combatir problemas de marginación, pobreza, desempleo, economía
    sumergida, etc.

    Como corolario, en Venezuela la consolidación del
    poder local resulta cada vez más pertinente y las
    estrategias de la Nueva Gestión Pública pueden ayudar a
    introducir herramientas de innovación para dotar a los
    organismos públicos de una efectiva y operativa capacidad de
    respuesta a fin de encarar los problemas administrativos con
    parámetros de eficacia, eficiencia al menor
    costo y en forma oportuna. De
    allí que revitalizar el espacio institucional local y su
    relación de proximidad con los ciudadanos significa partir
    de la innovación en la gestión pública como forma
    de organizar y modernizar este contexto de gobierno. El
    interés no es otro sino la necesidad de promover nuevos
    escenarios para la participación
    política que contribuyan a fortalecer la gobernabilidad
    democrática desde abajo, pues entre otras razones "un
    sistema de gobierno local permite a los ciudadanos participar
    más fácilmente en actividades públicas que afectan
    su bienestar económico y social"18.

     

    Agradecimiento

    Este trabajo forma parte de un
    Proyecto de Investigación
    más amplio, que se realiza en el Grupo de Investigaciones de Gestión
    Pública, Facultad de Ciencias Jurídicas y
    Políticas de la Universidad de los Andes, gracias
    al financiamiento del CDCHT. Código:
    D-183-01-09-A.

     

    Notas

    1. Blanco, 2002:35

    2. Blanco, 2002:18

    3. Díaz, 2002:181.

    4. Medellín, 2002:164.

    5. Véase Rivas Leone, 2003.

    6. Díaz, 2002:175.

    7. Díaz, 2002:184-185

    8. Sor i Janè, 2000:21.

    9 Sobre este punto véase el interesante trabajo de
    Gomá y Font, 2001

    10. Font, 2001:13-30 .

    11. Kliksberg, 1999: 441 .

    12. Méndez, 1996:2-3 .

    13. Véase el reciente trabajo de Roa, 2003:62
    .

    14. Bordón, 2001:225.

    15. Véase Bordón, 2001:224.

    16. Cavarozzi, 2000:215.

    17. Ramos Jiménez, 1999:18-19.

    18. Rondinelli, 2001:298.

     

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    Elys Gilbrando Mora Belandria (*)

    En Revista virtual Provincia
    Nº 9, julio-diciembre 2002. pp. 90-112

    Universidad de Los Andes: http://www.saber.ula.ve./cieprol/provincia

    (*) Profesor de la Facultad de
    Ciencias Jurídicas, Penales y Criminalísticas,
    Universidad de Los Andes.

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