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El discurso sexualizado en la reelaboración del mito de Penélope




Enviado por Susana Marchán



     

     

    RESUMEN

    En este trabajo se
    presenta una somera revisión de las distintas visiones que
    ha suscitado la figura de la mítica Penélope en la
    literatura
    occidental antigua y moderna. Se estudian igualmente las
    implicaciones ideológicas de presentar un discurso
    sexualizado al referirse a este personaje y cómo esta
    ideología de índole
    androcéntrica ha encontrado no poco sustento y asidero en
    la estructura de
    pensamiento
    del cristianismo y
    la cosmovisión occidental.

    Palabras clave: el motivo de Penélope, androcentrismo literario,
    feminismo.

     

    ABSTRACT

    In this paper, a slight
    revision of the different visions that the mythical figure of
    Penelope has raised in the old and modern western literature is
    presented. Similarly, the ideological implications of presenting
    a sexual discourse when refering to this character and how this
    ideology of androcentric matter has found much support in the
    structure of the Christian thought and the western cosmovision
    are studied.

    Key words: Penelope´s motive, literary androcentrism,
    feminism.

     

    RÉSUMÉ

    Dans ce travail on
    présente une brève revisión des
    différentes visions qu’a suscité la figure
    mythique de Pénélope dans la littérature
    occidentale antique et moderne. On étudie également
    les implications idéologiques de présenter un
    discours sexualisé en se referant à ce personnage
    et comment cette
    idéologie de carácter androcentrique a trouvé
    beaucoup de soutien et prétextes dans la structure de la
    pensée du christianisme et de la cosmovisión
    occidentale.

    Mots clef: le
    motif de Pénélope, androcentrisme,
    féminisme.

     

    De todas las
    mitologías, la griega es una de las concepciones realmente
    excepcionales que el hombre haya
    producido. Una extraordinaria fantasía pobló cielo
    y tierra con una
    organizada estructura de divinidades: el Olimpo o paraíso,
    con sus dioses inmortales; la tierra,
    hogar de una casta de héroes y donde esos dioses obraban a
    placer y el mundo subterráneo, reino rigurosamente
    estructurado para justos e injustos y regido por Hades con mano
    de hierro. La
    mitología
    griega, además de ser la brillante creación de
    un pueblo que con sus extraordinarios pensadores formuló
    el corpus de ideas
    con que Occidente reflexionó durante muchos siglos y que,
    incluso hoy, son influencia capital.

    Ha presentado ante
    los ojos del hombre
    occidental una articulación a la vez unitaria y
    múltiple. Su expresión visual ofrece el
    máximo de nitidez, así como de posibles
    significados espirituales. Pocas mitologías muestran mayor
    riqueza de narraciones, cuentos,
    dioses, demonios, héroes, etc., (…) la

    [mitología] griega fue ordenándose al
    mismo tiempo que se
    enriquecía sin cesar
    (1) .

     

    En los poemas
    homéricos, el concepto de la
    belleza está ligado al accionar de una casta superior,
    mucho del cual era dictado por unos dioses poderosos que no
    desdeñaban tomar la forma de aquellos a quienes
    dirigían. Esta clase estaba
    constituida por los aristoi,
    dignos y nobles héroes (2) , por lo general semidioses,
    hermosos y valientes, en cuyos palacios admirados rapsodas
    cantaban inspirados por las musas gloriosas aventuras guerreras,
    a veces incluso las propias (3) . Esas insignes hazañas
    conservan aún una viva y serena lozanía, por lo que
    la cultura
    occidental les debe el ser ese nutriente generoso de su arte y literatura
    (4) .

    De todos esos fabulosos
    personajes que la epopeya homérica nos legó, es
    Penélope, el personaje femenino que ha alcanzado mayor
    relevancia dentro de la historiografía literaria: Homero nos la
    pinta hermosa, fiel y prudente, suerte de mujer
    inverosímil, virtuosa a toda prueba, que guardó
    veinte años de tenaz fidelidad a su marido ausente,
    soportando valerosamente los tentadores asedios de poco
    más de una centena de pretendientes; mientras Ulises
    peleaba diez años en la guerra de
    Troya y pasaba otros diez, de infortunios y retrasos
    —animados por retozos y escarceos en brazos de Circe y
    Calipso— en el regreso a Itaca.

    La soledad es mala
    consejera, razón por la cual Penélope ha adquirido
    más que sobrados méritos para haber pasado a la
    historia por
    exorcizar efectivamente los inevitables demonios de los bajos
    instintos que veinte años de castidad se encargaron de
    avivar. Sólo baja la guardia y cede tranquilizada mediante
    una efectivísima estrategia de
    reconocimiento de un marido que llega hasta cierto punto marchito
    (5) por la guerra del tiempo y, por lo tanto, no fácil de
    identificar.

    La fiel, recatada, casta y
    prudente Penélope se entregó entonces en brazos del
    todavía vigoroso Ulises a disfrutar —en estricto
    orden cronológico— del deseable amor entre los
    esposos
    y del
    deleite de la
    conversación
    (6) , momentos
    en que ambos se harán confidencias del por fin tiempo
    pasado en que los dioses y el destino los tuvieron separados.
    Penélope será motivo de conversación en
    tierra, cielo e infierno: los vivos la pretenden —sea por
    pasión o por interés
    político— los dioses la aprueban y los muertos la
    envidian (7) .

    El ciclo
    post—homérico nos trae la historia no oficial de
    Penélope; sin ser muy larga es bastante sustanciosa y, en
    medio de lo exagerada, tiene mayor verosimilitud; es más
    creíble la historia de una mujer que no soporta veinte
    años de castidad obligada y disfruta la grata presencia de
    los ciento y tantos mancebos (8) que la ayudan a pasar muy bien
    el tiempo. Lo escabroso del asunto es que tales entretenimientos
    no son estériles y, según, Teócrito hacen a
    Penélope madre de Pan (9) , la lujuriosa y despreocupada
    divinidad campestre (10). Aun sin dar fruto sus adúlteros
    amores, otras versiones nos muestran una Penélope muy poco
    casta; desterrada por Odiseo acusada de haber llamado por su
    propia cuenta a los pretendientes, muere posteriormente en
    Mantinea (11).

    Otra versión afirma
    que Odiseo la expulsa de Itaca por haber mantenido relaciones
    adúlteras con Antínoo
    (el más destacado de los pretendientes), en el camino se
    detiene en Mantinea donde da a luz a Pan, al que
    había engendrado con Hermes (12). También se dice
    que Odiseo le dio muerte porque
    se había dejado seducir por Anfínomo (otro de los
    pretendientes) (13). El mismo ciclo post—homérico
    nos da un final más acorde con la Odisea: Penélope incluso tiene un segundo
    hijo con Ulises llamado Poliportes y al final, cuando Ulises es
    muerto por Telégono, su propio hijo habido con Circe,
    Penélope se casa con el hijo adulterino de su marido y se
    marcha a Eea, donde su suegra Circe los hace inmortales
    (14).

    Pero ninguno de estos
    relatos llegó a manchar siquiera la reputación
    siempre frágil de una mujer, por lo que no es
    extraño que desde la misma antigüedad comience a ser
    tomada en cuenta. Ovidio la hace una reina entre reinas en
    sus Heroidas: una
    mujer excepcional que espera pacientemente durante largos
    años la vuelta del marido ausente para pelear una guerra
    ajena provocada —cherchez la femme—, por una hermosa muy codiciada que sigue
    a un apuesto irresponsable. Penélope, sola y acosada, le
    describe su desesperada condición, no es un relato, pueril
    o histérico, sino emotivo y a la vez reflexivo, un
    recuento en el cual le describe lo que ya sucedió y lo que
    acontece y finaliza con las probables consecuencias de una
    ausencia todavía más prolongada.

    Todos los que debían
    regresar ya lo han hecho y cubiertos de gloria, sólo resta
    el muy amado, a quien incluso su mismo padre, Icario insta a
    reemplazar. ¿Será acaso que junto a una extranjera
    recuerda con sorna su poca sofisticación? Ella está
    sola y ya sin fuerzas, acosada por esa nube de pretendientes que
    la desean y en la espera consumen el patrimonio que
    a Ulises le costó tanto trabajo acumular; Telémaco,
    su hijo, es un jovencito amenazado por aquellos que codician el
    trono; Laertes, su suegro, es un anciano débil y deprimido
    por la larga ausencia del hijo. La mujer que
    aún ama apasionadamente, soy tuya (…) seré siempre de Ulises la
    consorte
    (15),
    finaliza su plegaria con la reiteración de un regreso que
    se impone necesario.

    Poco a poco la
    focalización del protagonismo fue cambiando y fue evidente
    que recaía sobre una nueva Penélope, acosada no
    sólo por los pretendientes, sino por la soledad. El
    personaje fue delineado nuevamente dependiendo de la voz que lo
    articula, una evolución que parte desde el personaje
    construido por las voces masculinas de la antigüedad y
    nuestro presente literario hasta llegar a la Penélope
    contemporánea, proveniente de nuevas voces femeninas y
    masculinas, definitivamente diferente a aquella que nos
    legó la antigüedad clásica: ya no paradigma de
    virtud y fidelidad, sino una mujer cambiada por largos
    años de espera, que no concibe su vida en función de
    un marido que muy joven y recién casada la dejó
    para irse a una guerra ajena, y al que probablemente recuerda
    poco; una Penélope con otra ilusión amorosa que ha
    suplantado en su corazón al
    ausente.

    Esa diferenciación
    del personaje femenino, nacida obviamente de un hecho
    biológico, tiene, dentro de la cultura, connotaciones
    peyorativas relacionadas con su naturaleza y
    actuación, que debieron quedarse restringidas al terreno
    de lo biológico. Partiendo de la diferenciación
    valorativa entre la mujer y el varón se ha construido un
    discurso sexualizado dependiendo precisamente del sexo al que
    pertenece el sujeto y tratándolo de manera diferenciada:
    si es varón tiene un doble significado: masculino y
    neutro, con valoración positiva y un vasto campo de
    acción
    social; si es mujer goza sólo de los limitados atributos
    asociados con lo femenino, valorados por lo general de manera
    negativa y de un espacio de acción asociado con lo
    privado.

    Desde los primeros textos
    existentes en la historia religiosa y filosófica
    occidentales, encontramos descripciones diferenciadas de lo
    masculino y lo femenino relacionadas sobre todo con la sociedad y la
    cultura; estas referencias a cada sexo son radicalmente
    diferentes en cuanto a la función y prestigio social
    inherentes a cada uno de ellos. Algunas de estas formas de pensar
    sobre la mujer se originan en los mismos principios de
    nuestra cultura occidental y permanecen invariables hasta el
    día de hoy. La visión marginal de la mujer nace en
    el "Génesis", primer libro del
    pentateuco mosaico, en el cual la mujer queda marcada con una
    maldición divina, en la cual es condenada a estar sometida
    sin condiciones al deseo del marido. Cristo, libertador de yugos
    espirituales dio un trato justo e igualitario a la mujer durante
    su tránsito mesiánico en la tierra, pero los Padres
    de la Iglesia
    católica y posteriormente algunos líderes de la
    Reforma obviaron categóricamente la acción
    revolucionaria de Cristo referente a la mujer, conservando la
    rígida tradición mosaica, con lo cual revirtieron
    el efecto de su obra liberadora, negando el Espíritu de
    Dios que mora en la mujer porque a imagen y
    semejanza divina fueron creados los seres humanos hombres y
    mujeres, con iguales deberes y derechos (16).

    Sus referencias a la mujer
    (17) fueron despectivas en grado superlativo, contribuyendo a que
    la cultura occidental afirmara esas imposiciones y se creara
    conscientemente una valoración secundaria y muchas veces
    negativa de la mujer en hombres y mujeres, siguiendo la
    tradición de las múltiples y casi siempre
    subjetivas interpretaciones de los textos sagrados, que eran
    tomadas dogmáticamente como la ley de Dios,
    inviolable e indiscutible, por lo tanto:

    La cultura
    judeocristiana no ha hecho sino recoger y reelaborar estructuras
    profundas comunes a todas las culturas, en las que se ve a la
    mujer conectada con el plano de lo sagrado, destinada a funcionar
    —cerrada abajo en la virginidad y arriba en el
    silencio— como vía del varón hacia la
    trascendencia, protección y garantía para él
    contra la muerte.
    Única ruptura radical en esta continuidad es el mensaje de
    Jesús de Nazareth, rápidamente manipulado y
    reducido a la normalidad patriarcal
    (18).

    Luego advino el Renacimiento,
    época en que el hombre a través de la Razón,
    tomó el centro del universo por
    sobre su creador y la filosofía griega, con Platón
    y Aristóteles como principales voces,
    contribuyó a reforzar el condicionamiento del sexo
    femenino a un silencio forzoso, convirtiéndolo en sujeto
    paciente —o padecedor en vez de creador— de la
    historia. Platón
    (19) indica que es por medio de la educación que se
    forman las características positivas o negativas del
    individuo, no
    importa a cuál sexo pertenezca. Pero cada sexo tiene sus funciones
    determinadas y aunque la mujer podría llegar a ser
    guardiana —una de las funciones más importantes
    dentro del Estado
    cada quien debe hacer lo suyo y no dedicarse a nada más,
    por lo que la mujer debe dedicarse a la maternidad, cuidar a los
    hijos, proporcionar placer a los hombres y cuidar del
    hogar.

    En la sociedad ideal de
    Platón, los niños
    escuchan las historias que las mujeres cuentan, historias que han
    sido cantadas por Homero y Hesíodo, estas historias aunque
    censurables y motejadas de impías por presentar una imagen
    indigna de unos dioses dominados por pasiones más humanas
    que divinas, son las historias que preconizan valores
    típicamente masculinos, tal como lo son los juegos de
    guerra, llamada el deporte de los reyes. Aunque
    Platón predica la igualdad, el
    espacio dedicado al discurso de lo femenino es mucho menor que el
    dedicado al masculino, ya que el hombre posee una variedad
    más amplia de características positivas que la
    mujer, pero las de ésta ni siquiera son nombradas. A lo
    largo de La
    república
    (20) Platón
    se refiere a la educación que deben
    recibir los varones, pero solamente se refiere a la mujer en el
    libro V, en donde se refiere a sus funciones físicas y
    sociales en contraposición al mundo masculino. Aunque la
    mujer según el discurso platónico es considerada en
    derecho igual al hombre, existen tres matices que lo contradicen:
    es igual pero más
    débil, es igual pero propiedad del hombre, y el tercero y más importante:
    sólo se menciona la igualdad al hablar de las esposas de
    los guardianes, ellos y sus esposas son iguales,
    pero
    en el resto de las clases
    sociales no es mencionada la igualdad.

    En un estado no
    hay propiamente profesión que afecte al hombre o a la
    mujer por razón de su sexo, sino que habiendo dotado la
    naturaleza de las mismas facultades a los dos sexos, todos los
    oficios pertenecen en común a ambos, sólo que en
    todos ellos la mujer es inferior al hombre
    (21).

    Elemento importante y
    novedoso dentro del discurso platónico es el que le
    permite a la mujer ser educada al igual que el
    varón, pero su aprendizaje es
    diferente. La inferioridad femenina se reafirma con la
    exhortación a los hombres de no comportarse como
    débiles mujeres, es decir: no llorar, reír o
    danzar, manifestaciones que producen sentimientos
    equívocos que propenden a la femeneidad; a las mujeres se
    las exhorta a ser tan fuertes como los hombres.

    Aunque es de reconocer en
    Platón que es el primero en discurrir sobre la mujer como
    elemento social importante, un gran salto comparado con las
    concepciones de los grandes poetas épicos; la igualdad
    sexual en Platón es ideal, algo a lo que se aspira pero
    que en el plano real no existe todavía, ya que a los
    elementos positivos del discurso platónico siempre va
    aparejado un elemento que resta valor al
    progreso planteado en la condición femenina, ese
    pero
    que hemos resaltado
    anteriormente. Aristóteles delinea un varón
    dominador que aparece claramente expuesto bajo la apariencia de
    lo humano en casi todos los productos
    textuales que constituyen los discursos
    hegemónicos actuales.

    Para ser grandes
    cosas es preciso ser tan superior a sus semejantes como lo es el
    hombre a la mujer, el padre a los hijos y el amo a los
    esclavos
    .

    Como bien sabemos, no se
    aplica el tratamiento a todos los seres humanos, ni siquiera a
    todos los hombres (22), su interlocutor es un
    varón adulto
    griego
    , un
    esposo-padre-amo de esclavos. El ámbito (espacio propio)
    donde se desenvuelve este modelo
    masculino es el social o público.

    Sin embargo a
    Aristóteles le preocupaba la resistencia de
    mujeres y hombres al modelo perfecto por él
    conceptualizado. De allí la especial atención que le prestó a la reproducción de los miembros del
    colectivo
    viril
    : dado que tres
    cosas pueden colaborar a crear varones perfectos, la naturaleza,
    el hábito y la razón
    , el político deberá
    controlar los matrimonios para garantizar la
    robustez
    corporal
    y
    también reglamentará la educación, empezando
    por los hábitos corporales que se adquieren en la primera
    infancia. De
    ahí que Aristóteles también forjase la
    abstracción conceptual varón perfecto
    como modelo idealizado al que
    debía tender el hombre de sangre griega al
    acceder a la adultez (23).

    El discurso sobre lo
    femenino en Aristóteles no existe: la mujer es considerada
    simplemente como objeto reproductivo, su función es
    únicamente la gestación de los futuros ciudadanos
    ideales. Es un ser únicamente biológico y por lo
    tanto ciento por ciento pasiva y subordinada al hombre,
    máxima y única autoridad en
    el hogar, para cuyo dominio engendra
    los hijos y de quien es propiedad. Una
    de sus condiciones ideales si no la más positiva debe ser
    el silencio, cuyo ejercicio la dota de gracia, hermosura y honor.
    Su capacidad de raciocinio está privada del significado de
    autoridad, siempre debe obedecer.

    Las primeras y
    últimas cosas de la casa son el señor y el siervo,
    el marido y la mujer, el padre y los hijos. (…) Desde el
    nacimiento de cada uno salen unos para ser mandados y otros para
    mandar. (…) Pero el querer mandar por igual o al contrario, es
    perjudicial a unos y otros. (…) Asimismo, el macho, comparado
    con la hembra, es el más principal, y ella inferior; y y
    él es el que rige, y ella, la que obedece. Pues de la
    misma manera se ha de hacer de necesidad entre todos los hombres.
    No es la misma la templanza de la mujer que la del varón;
    ni tampoco la fortaleza ni la justicia, sino
    que la fortaleza del varón es la fortaleza que gobierna, y
    la de la mujer la que obedece
    (24).

    El discurso de lo femenino
    que coloca a la mujer en un plano secundario viene de voces
    masculinas autorizadas y canonizadas: en el aspecto religioso los
    dogmas impuestos por los
    Padres de la Iglesia católica y reafirmados por algunos
    líderes de la Reforma. En el plano secular los grandes
    poetas épicos nos entregaron sublimes epopeyas, cuyas
    protagonistas eran o nobles y pasivas mujeres, tales como
    Penélope, Andrómaca o Briseida; o perversas
    hechiceras tentadoras e infieles insensibles, estorbo en el
    camino de los héroes o incluso sus victimarias: Circe y
    Clitemnestra.

    Las voces de los grandes
    filósofos nos entregan una mujer "igual",
    pero más débil y otra que sólo existe porque
    es necesaria para procrear los hijos del hombre que razona y
    ejerce autoridad. Los estamentos religiosos y filosóficos
    de nuestra cultura son los responsables directos del
    inamovible status secundario ocupado por las mujeres desde que tenemos memoria nosotros,
    herederos directos de la simbiosis que hicieron la religión cristiana
    oficializada por el imperio romano,
    continuador de la civilización griega, cuyo pensamiento
    revolucionario compartía paradójicamente la misma
    ordenanza acerca de las mujeres de una cultura que se remontaba
    por lo menos 5000 a.C.

    Existe una serie de
    elementos en el discurso de lo femenino que no sólo
    reflejan la realidad social —cuyas raíces hemos
    determinado anteriormente— en la que se produce el
    discurso, sino que, sobre todo, establecen formas de pensar sobre
    la mujer con contenidos ideológicos que en algunas
    ocasiones encubren y en otras legitiman la relación de
    dominación de lo masculino sobre lo femenino. Así,
    dentro del discurso del saber, el discurso de lo femenino incluye
    todos los pensamientos y sentimientos que se expresan sobre el
    hecho de ser mujer; una de las formas de presentación es
    aquella que describe la presencia femenina exterior de manera
    aparentemente objetiva. La presentación prescriptiva es la
    que determina de qué manera debe o no debe ser la mujer,
    todo aquello relativo a su comportamiento
    ideal, cuyo quebrantamiento encara la sanción o
    exclusión de su círculo social.

    Esa doble vertiente sexual
    del discurso (25) se nos muestra clara y
    definidamente en la Odisea, de
    Homero: no es probable que la vida cotidiana de hombres y mujeres
    en la Grecia antigua
    se haya manifestado de una manera más clara y definida que
    en estas ricas descripciones del accionar masculino y femenino
    dibujadas a lo largo de este poema, cuyos principales
    protagonistas fueron recreados repetidamente por diversos autores
    de la literatura universal.

    Durante el siglo XX, nuevas
    voces masculinas y femeninas hicieron a la itacense protagonista
    de aventuras y desventuras Las voces femeninas nos representaron
    a una Penélope más auténtica y humana como
    protagonista, que surge clamando por un lugar dentro del contexto
    de la vida humana, que exige ser tomada en cuenta en lugar de
    permanecer en el claustro hogareño en que se le
    restringía; que no está dispuesta a que la llegada
    de Ulises, ya un perfecto desconocido, desmorone el mundo privado
    que ha podido construir. Es un esfuerzo deliberado y costoso que
    implica hablar desde la perspectiva de la mujer, esfuerzo
    relacionado con imposiciones mantenidas por siglos. Por el
    contrario, las voces masculinas nos entregaron una mujer que se
    desenvuelve entre una tradicionalidad complaciente, y la
    rebelión y desobediencia sancionadas acerba y
    negativamente.

    La tradicionalidad
    complaciente nos la entrega viva y divertida el cubano Francisco
    Chofre, en una graciosa y procaz reelaboración de
    la Odisea, que
    transcurre en el Caribe. Odileo (26), rico terrateniente se
    encuentra desaparecido hace largo tiempo; su mujer, La Pena
    (Penélope) es una mujer todavía hermosísima,
    a pesar de la madurez y un hijo bastante crecido, acosada por un
    grupo de
    importunos pretendientes, quienes aguardan la decisión
    matrimonial a favor de uno de ellos, y que en el ínterin
    devoran descaradamente los bienes del
    ausente. En este caso la figura femenina queda limitada a ser un
    objeto del deseo masculino con el ya conocido interés, en
    este caso, de los bienes materiales del
    ausente. Si bien se valora positivamente su castidad, se hace
    notar que no tardará mucho tiempo en perderla, con lo cual
    Chofre respalda el usual discurso masculino sobre la debilidad
    femenina (27):

    mi amiga la Pena
    no aguanta un fajón, porque ya está que se cae de
    madura, (…) sepan que mujeres como ésa van quedando
    pocas, porque la que aguanta tantos años sin marido,
    después de haber probao el mantecao, es de ley (…) De
    una ves por todas sería bueno que te desidieras a tirarle
    un mecate a la Penita y sacar al Odileo de su charraná con
    la mulata, porque la Pena no es de palo, y el día que la
    cojan en ese momento de debilidad que tienen todas las mujeres,
    ahí mismo se le cae el blúmer

    (28).

    El cubano Luis Rogelio
    Nogueras, en una ruda muestra de sexismo androcéntrico,
    construye una Penélope totalmente ajena al importante rol
    político-social que la caracteriza (29); una mujer
    raquítica mentalmente, carente de disposición y
    aptitudes para cualquier tipo de ejercicio científico
    intelectual, con una nula aportación a su comunidad,
    prácticamente inexistente para ella:

    Todo estaba en
    regla: // me ausenté los años necesarios; //
    afronté cíclopes y cantos de sirena, //
    regresé // y me reconoció el viejo // y fiel perro.
    // Pero tú, oh ingrata, tú, que no has leído
    a Homero, // ni una puntada diste siquiera sobre el tapiz; // y
    ahora te encuentro // cargada de hijos (medios
    hermanos de mi Telémaco) // llorando // porque acaba de
    dejarte // el primer pretendiente que llegó a tu puerta //
    no bien hube partido hacia Troya
    (30).

    En el mismo orden de hechos
    (31) pero drásticamente opuesto en cuanto a la
    valoración de la actitud del
    personaje, la salvadoreña Claribel Alegría rescata
    en un costoso y deliberado esfuerzo a esa mujer atada a un
    convencionalismo social, totalmente excluida del discurso, simple
    animal doméstico y minusválida mental,
    sacándola de la sumisión y silencio al que estaba
    condenada:

    Mi querido Odiseo:
    // Ya no es posible más // esposo mío // que el
    tiempo pase y vuele // y no te cuente yo // de mi vida en Itaca.
    // Hace ya muchos años // que te fuiste // tu ausencia nos
    pesó // a tu hijo // y a mí. // Empezaron a
    cercarme // pretendientes // eran tantos // tan tenaces sus
    requiebros // que apiadándose un dios // de mi congoja //
    me aconsejó tejer // una tela sutil // interminable // que
    te sirviera a ti // como sudario. // Si llegaba a concluirla //
    tendría yo sin mora // que elegir un esposo. // Me
    cautivó la idea // que al levantarse el sol // me
    ponía a tejer // y destejía por la noche. //
    Así pasé tres años // pero ahora, Odiseo, //
    mi corazón suspira por un joven // tan bello como
    tú cuando eras mozo
    //
    tan hábil con
    el arco // y con la lanza. // Nuestra casa está en ruinas
    // y necesito un hombre // que la sepa regir // Telémaco
    es un niño todavía // y tu padre un anciano //
    preferible, Odiseo // que no vuelvas // los hombres son
    más débiles // no soportan la afrenta. // De mi
    amor hacia ti // no queda ni un rescoldo // Telémaco
    está bien // ni siquiera pregunta por su padre // es mejor
    para ti // que te demos por muerto. // Sé por los
    forasteros // de Calipso // y de Circe // aprovecha Odiseo // si
    eliges a Calipso // recuperarás la juventud // si
    es Circe la elegida // serás entre sus chanchos // el
    supremo. // Espero que esta carta // no te
    ofenda // no invoques a los dioses // será en vano //
    recuerda a Menelao // con Helena // por esa guerra
    loca
    // han perdido la vida // nuestros
    mejores hombres // y estas tú donde estas. // No vuelvas,
    Odiseo // te suplico. // Tu discreta Penélope

    (32).

    Alegría no
    sólo saca a la mujer (representada por Penélope) de
    la exclusión y marginación de la convivencia
    social, sino también la dota de un alto nivel de
    elaboración consciente y discursiva de la realidad. Sin
    perder un ápice de dignidad, en
    un acto extraordinario de cambio de
    valores, deja el barniz heroico de la figura de Ulises en un
    pasado remoto, sustituyendo en sus afectos al marido ausente por
    un mancebo tan deseable como lo él fue y
    restringiéndolo a ser un hombre común, sin nada que
    lo distinga fuera de sus habilidades sexuales que le permitieron
    conquistar a Circe y Calipso; ellas, las mujeres, son quienes
    tienen el poder y la
    capacidad de hacerlo diferente a los demás
    (hombres).

    El concepto de Marjorie
    Agosín oscila entre esa tradicionalidad complaciente y
    rebelión desobediente, cuando aconseja a la mujer
    solitaria, cerrada de labios y sexo, cesar esa solitaria y
    ansiosa espera, de un "típico hombre" que pasa su tiempo
    obnubilado en placeres ajenos, olvidado de la fiel mujer que vive
    de sus recuerdos:

    Penélope,
    // ¿hacia dónde vas // con ese cabello vencido, //
    desembocando por el mar? // la mar, // donde Ulises escucha y se
    desata // en el mugir de las sirenas antiguas // que entre
    vientos y delirios // le cubren de caricias // los pies, // de
    hombre infiel a las esperas // y tú // Penélope, //
    destejiendo una mentira, // cruzándote de // alas, // de
    piernas, // cóncava guardando una noche de amor // entre
    los huecos palillos, // de tus manos, // Penélope, //
    esposa del insomnio // no tejas regresos // porque hoy nadie //
    vuelve de // Itaca
    (33).

    Isabel Rodríguez va
    aún más allá y defiende el derecho de la
    mujer a su intimidad y privacidad sin la obligatoriedad de estar
    unida a algún hombre para obtener una valoración
    positiva por parte de la sociedad. Deja de lado el
    condicionamiento mental dado por los procesos
    socioeducativos androcéntricos que obligaban a la mujer a
    enseñar esta clave conceptual para mantener a sus iguales
    atadas al condicionamiento de no ser nada si no se es
    esposa-mujer o madre de alguno(a):

    No creáis
    mi historia: // los hombres la forjaron // para que el sacro
    fuego de inventados hogares // no se apagara nunca en femeniles
    lámparas. // No creáis mi historia // Ni yo
    esperaba a Ulises // ~Tantas Troyas y mares y distancias y
    olvidos…~, // ni mi urdimbre de tela // desurdida de noche //
    se trenzaba en su nombre. // Mi tela era mi escudo, // no del
    honor de Ulises, // no de la insomne espera // del ya más
    extranjero // que los lejanos príncipes que acechaban mi
    tálamo. // Y si el arco de Ulises // esperaba su brazo, //
    es porque yo al arquero // sólo desdén profeso, //
    y nada me interesan sus símbolos de pureza: // sus espadas, sus
    arcos, // sus tremolantes cascos // y las espesas sangres // de
    su inútil combate. // No creáis en mi historia //
    Cuando volvió el ausente // me encontró defendiendo
    con mi ingeniosa urdimbre // mi derecho inviolable al
    tálamo vacío, // a la paz de mis noches, // al
    buscado silencio: //
    la soledad es un lujo que los dioses envidian
    (34).

    En el mismo orden de ideas
    la venezolana Ida Gramcko nos deja una audaz y conmovedora
    versión de una mujer que deja de lado la historia que
    sólo habla fundamentalmente de los hombres, como si
    sólo ellos hubiesen sido los principales sujetos activos y las
    mujeres sólo tuviesen roles pasivos,
    describiéndolos como tontos que han dado muerte a quienes
    posibilitan la vida. Penélope defiende a toda costa su
    fidelidad en contra del asedio de sus galanes y de los reproches
    de su propia hermana, sin importarle tampoco la terrible soledad
    que con vivos colores le pinta
    su criada, mantiene su resolución de permanecer sola hasta
    el final, pues es la vida en sí lo que realmente importa y
    hay deseos de vivir aun estando sola, la vida en sí misma
    proporciona el amor que
    supuestamente sólo puede darse en coexistencia:

    Malina: pero
    la casa se ha quedado sola. // Nela: sola no, Malina. Estamos
    tú y yo. Y cuando nos vayamos // estará la casa. Y
    cuando la casa caiga estará el viento. Y // la tierra
    también. Y dos mujeres como tú y yo. Y si no hay //
    mujeres a la mano, si los tontos destruyen a todas las mujeres //
    del mundo. ¡ah, Malina! Habrá siempre la sed de
    existir // (…) Abre las ventanas, Malina. Que ya no pueden
    usurparnos, // que ya no pueden ultrajarnos. Aquí no muere
    nadie. La // casa canta por los cuatro costados de su amor.
    ¡La casa entera // está de fiesta!

    (35).

    La representación de
    esta nueva Penélope conforma un nuevo universo verbal
    forjado a la medida de una perspectiva más lógica
    para la mujer; valorando positivamente el lenguaje
    femenino dentro de la cultura occidental, dejando otra huella
    diferente a la clásica subordinada, con experiencias que
    sí les son propias. Ya no es más la
    tradición verídica de lo sucedido que la
    hegemonía masculina valoró positivamente creando un
    sujeto viril, protagonista de la historia, sujeto activo del
    pasado y presente que encarnaba también un modelo de
    actuación que deben imitar las mujeres que aspiraban a
    ocupar un sitio de privilegio en la sociedad, el orden
    hegemónico, impuesto por
    medio de la persuasión/ disuasión y mantenido como
    el protagonista glorificado por la historia como ser humano por
    naturaleza superior, modelo ideal para hombres y
    mujeres.

    Ahora bien, no es nuestra
    intención señalar como culpable al género
    masculino y reivindicar al género femenino, sino describir
    y explicar cómo la cultura, el instrumento más
    sofisticado de la especie humana para sobrevivir y coexistir con
    base en sus propios rasgos diferenciales, al estar dominada por
    una serie de opiniones "autorizadas" y definir con esos
    instrumentos lo que supuestamente es de valor positivo,
    creó una serie de contradicciones y aberraciones al
    responder únicamente a las necesidades del poder, del
    dominio de unos sobre otros, discriminando de esta manera algunos
    sectores de la sociedad, que han tenido que recorrer un largo y
    arduo camino de represión, autorrepresión y de
    silencios para demostrar que realmente valen la pena ser tenidos
    en cuenta.

     

    Notas

    1. Luis Diez del
    Corral. La
    función del mito clásico en la
    literatura
    . Madrid:
    Gredos, 1957; pp. 72-73.

    2. Prácticamente
    todos eran hijos o descendientes de dioses.

    3. Odiseo escucha del
    rapsoda en el palacio de Antínoo su propia
    historia.

    4. Ahora bien, todo ese
    corpus debe tener un orden preciso. Ciñéndonos a la
    clasificación de Pierre Grimal: es menester distinguir entre
    mitos, ciclos
    heroicos, novelas, leyendas
    etiológicas, cuentos populares y, finalmente, simples
    anécdotas, sin más alcance que el propio

    (…) Se ha convenido en llamar
    «mito» en sentido estricto, a una narración
    que se refiere a un orden del mundo anterior al orden actual, y
    destinada no a explicar una particularidad local y limitada
    —éste es el cometido de la sencilla «leyenda
    etiológica»—, sino una ley orgánica de
    la naturaleza de las cosas
    (…) En su más evolucionada forma, el mito se ha
    desarrollado a través de todo el helenismo.
    Aparece en la Teogonía de Hesíodo, pero alusiones
    dispersas en los poemas homéricos permiten entrever que
    existía desde mucho tiempo atrás

    (…) Un ciclo heroico se compone de una
    serie de historias cuya única finalidad viene dada por la
    identidad del
    personaje que es su principal protagonista. El prototipo de estos
    ciclos es el de Heracles
    (…) Los ciclos no nacen de una vez, sino se van formando en el
    curso de una larga evolución
    (…) El tercer tipo de leyenda es el que
    hemos designado con el nombre de novela. Lo mismo
    que el precedente, está caracterizado
    geográficamente, sus episodios, asimismo múltiples,
    se sitúan en lugares familiares. Como el anterior, tampoco
    éste es simbólico, por lo menos esencialmente y de
    manera primitiva. Pero mientras en el ciclo heroico el
    héroe es quien da toda la unidad, aquí no existe
    más unidad que la de la intriga. El tipo más
    frecuente de leyenda es la anécdota etiológica, o
    sea el relato destinado a explicar un detalle sorprendente: una
    anomalía en un sacrificio una particularidad de una imagen
    cultural, de un lugar, de un nombre propio, originan una
    «historia» que da cuenta de él. Estas
    anécdotas se incorporan a los ciclos heroicos u, como
    elementos accesorios, a las «novelas». Naturalmente,
    el acto significativo se atribuye a un personaje destacado,
    dotado ya de «eficacia
    legendaria», cuando no a un dios
    . En el caso que nos ocupa,
    Penélope forma parte de la «novela» de Odiseo,
    cuyas aventuras están perfectamente localizadas y cuya
    intriga se centra en luchar contra una divinidad adversa que le
    impide regresar a casa luego de una larga guerra, por otra parte
    ese era su destino.

    5. Hay que tomar en cuenta
    que veinte años hacen difusa cualquier imagen, asimismo
    Atenea juega con el aspecto de Odiseo: unas veces es un viejo
    decrépito, otras robusto y musculoso.

    6. Homero.
    Odisea. 9ª
    ed.— Madrid: Aguilar, 1964; p. 511 (Crisol; 161). Las
    referencias al texto
    homérico serán tomadas de esta edición
    y se notará solamente el número de
    página.

    7. Al encontrarse las almas
    de los pretendientes con Agamenón, éste
    dice: ¡Feliz hijo de Laertes! (…) Tú acertaste a poseer una
    esposa virtuosísima. Como la intachable Penelopea, hija de
    Icario, ha tenido tan excelentes sentimientos y ha guardado tan
    buena memoria de Odiseo, el varón con quien se casó
    virgen, que jamás se perderá la gloriosa fama de su
    virtud y los inmortales inspirarán a los hombres de la
    tierra graciosos cantos en loor de la graciosa
    Penelopea
    . p.
    526.

    8. Otras versiones hablan de
    ciento treinta y seis pretendientes, el caso es que son poco
    más de cien.

    9. Procreado con todos los
    pretendientes por aquello de pan, es decir, todo. Cfr. Antonio Ruiz de Elvira.
    Mitología
    clásica
    .
    Madrid: Gredos, 1975.

    10. Referencia de
    Pausanias.

    11.
    Ibídem.

    12. Referencia de
    Apolodoro.

    13.
    Ibídem.

    14. Contenida en la
    Telegonia,
    último poema de este ciclo épico.

    15, Publio Ovidio
    Nasón. Heroidas.
    México:
    U.N.A.M., 1979; p. 3.

    16. Mientras que para los
    judíos
    la mujer estaba en segundo e inferior plano, Jesús dio un
    espectacular ejemplo de lo contrario manteniendo una
    relación amistosa y afable con María y Marta,
    hermanas de Lázaro, el resucitado.

    Sorprendentemente
    aprobó la actitud de María cuando ésta
    dejó el lugar al que estaba restringida –los deberes
    hogareños- y se sentó a sus pies para escuchar el
    mensaje divino. Sin despreciar a Marta, y seguramente ante la
    sorpresa atónita de ésta, le indica con dulzura que
    es más importante escuchar las cosas de Dios, rompiendo
    con el patrón de inferioridad femenina, y mostrando a la
    mujer como un ser plenamente capaz y con derecho a relacionarse
    con las cosas de Dios sin intermediarios masculinos. Esta
    familiaridad con el elemento femenino de la familia
    hace tambalear todos esos prejuicios y tabúes
    sorprendiendo incluso a los apóstoles, cuando por ejemplo,
    lo ven conversar normalmente con la samaritana. Jesús
    tomó en serio y respetó a las mujeres -pecadoras o
    no- marginadas de la vida pública, revolucionando
    su status dentro de
    la sociedad judía de su tiempo, aportándoles la
    libertad de
    decidir por sí mismas con corazón y conciencia. Les
    dio tratamiento de seres humanos iguales: las incluyó
    entre sus acompañantes; dedicó tiempo a
    enseñarlas; habló con ellas en público y en
    una escena asombrosa y escandalizante aun para sus propios
    discípulos, permitió que una prostituta le lavara
    los pies.

    Asimismo en otra escena,
    hito en los derechos femeninos rehusó, sin negar el pecado
    cometido por ella, condenar a la adúltera, expresando con
    una sutileza incomparable que ninguno de nosotros está
    exento de pecar y por lo tanto no se debe, ni se puede juzgar a
    nadie y que en vez de ello es necesario el cambio y la
    restauración del pecador. En justa retribución
    muchas de ellas desafiaron los convencionalismos sociales,
    aportaron sus bienes, materiales para seguirlo en su ministerio
    terrenal y finalmente, al pie de la cruz, desafiaron
    valientemente los denuestos de la chusma enfurecida, entre tanto
    que sus discípulos masculinos había desaparecido
    atemorizados del teatro de los
    acontecimientos.

    Premio gratificante para
    ellas fue el tener de sus labios en primicia exclusiva el
    testimonio personal de su
    resurreción.

    17. Mujer, debieras ir vestida de luto
    y andrajos, presentándote como una penitente anegada en
    lágrimas, redimiendo así la falta de haber perdido
    al género humano
    . Tú eres la puerta del infierno, tú fuiste la
    causa de que Jesucristo muriera,
    Tertuliano. De todas las bestias feroces,
    ninguna es más peligrosa que la
    mujer
    , Juan
    Crisóstomo. Y sus manos son como cuerdas para atar, pues cuando las
    ponen sobre cualquier criatura para embrujarla siempre consiguen
    su objetivo con
    la ayuda del demonio
    , San Bernardo. Mujeres, nacer de una, huir de
    todas
    , San
    Agustín. La mujer es cualquier cosa de defectuoso, cualquier cosa
    de abortado… un ser ocasional y
    accidental
    , Santo Tomás de
    Aquino. Así como la naturaleza hizo a las mujeres para que
    encerradas guardasen la casa, así las obligó a que
    cerrasen la boca
    ,
    Fray Luis de León. Los etíopes eligieron
    mujeres tanto para ser reinas como para ser princesas, conforme a
    su costumbre, tal como la reina etíope Candace. Esto era
    una estupidez de parte de ellos. No hay permiso divino para que
    gobierne una mujer
    ,
    Lutero. Cfr. Elena Paredes Salerno. La mujer: más de mil
    opiniones sobre ella
    . Mérida: Venezolana, 1993. Miriam
    Díaz-Diocaretz, e Iris Zavala (Coords.)
    Breve historia
    feminista de la literatura española (en lengua
    castellana)
    . I.
    Teoría
    feminista: discursos y diferencia. Madrid: Anthropos, 1993
    (Pensamiento crítico/Pensamiento utópico;
    80)

    18 Miriam
    Díaz-Diocaretz e Iris Zavala (Coords.). Op. cit. pp.
    22-23.

    19. Citaremos a
    Platón y Aristóteles, ya que en
    La
    república
    ,
    del primero y La política, del segundo, están contenidas, prolija y
    concisamente, las exposiciones acerca de la mujer. Aunque es
    notable esta sentencia socrática: Odio a la mujer docta. Ojalá
    no entre en mi casa mujer que sepa más de lo que debe
    saber
    .

    20. Cfr.
    Platón. La República. Madrid: Edaf, 1996.

    21. Platón. Op. cit.
    p. 196

    22. Los segregados son los
    no-adultos y los no-griegos, bárbaros a los que
    según Aristóteles los griegos tiene derecho a esclavizar tampoco
    están incluidos en el concepto hombre.

    23. Cfr.
    Aristóteles. La política. Buenos Aires:
    Perrot, 1958 (La Torre de Babel).

    24. Aristóteles. Op.
    cit. pp. 19-20/38 (La Torre de Babel). Herencia de los
    poemas homéricos: en la Ilíada
    Eneas dice a Aquiles que no
    dispute con él como mujer encolerizada que dice lo que es
    y lo que no es. Las pocas palabras son mejores.

    25. Los discursos masculino
    y femenino no se encuentran separados dentro del discurso del
    conocimiento,
    los hemos tomado de forma separada para comparar y analizar sus
    contenidos dentro de la evolución del personaje objeto de
    análisis en este trabajo.

    26. El resumen será
    necesariamente extenso, para efectos del análisis de
    la
    novela.

    27. Chofre cambia
    radicalmente la imagen de Helena y la presenta como una mujer
    fiel a su marido, posiblemente para limpiar el honor de su marido
    y no dejarlo como un vulgar cornudo.

    28. Chofre, Francisco. Op.
    Cit. pp. 10/58

    29. Reina deseada no
    sólo porque quien la despose será el rey, sino
    también por su belleza y discreción.

    30. Luis Rogelio Nogueras.
    "Ulises". En: Imitación de la vida. La Habana: Casa de las Américas,
    1981:

    31. Cese de la espera,
    decisión firme de empezar una nueva vida sin aquel que no
    ha llegado.

    32. Claribel Alegría.
    "Carta a un desterrado". Hispamérica. (Gaithersburg) XVIII, (52): 63~65, abril 1989.

    33. Marjorie Agosín.
    "Penélope II". En: Discurso
    literario
    . (Santiago
    de Chile) XI (2) Poeta chilena.

    34. Isabel Rodríguez.
    "Penélope". En: García Gual, Carlos. "Trece poemas
    Odiseicos". Revista de Occidente, Nº 158~159, 1994. Fuera de esta referencia en
    la Revista de
    Occidente
    , ha sido
    imposible encontrar otra de esta escritora.

    35. Ida Gramcko.
    Teatro. Caracas:
    Ediciones del Ministerio de Educación, 1961; p.
    301

     

    Susana MARCHÁN (*)

    En Revista
    Virtual Contexto, Vol. 5, N° 7. Julio/Diciembre
    2001

    (*) Tesista de la
    Maestría en Literatura Iberoamericana – Universidad de
    Los Andes, Táchira.

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