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El Horror: Un Motivo Literario en el Cuento Latinoamericano y del Caribe



     

     

     

    RESUMEN

    En este artículo se demuestra cómo desde el
    siglo XIX hasta los

    finales del siglo XX, en América Latina y el Caribe,
    una serie de relatos han estado fundamentados en la
    temática del miedo. Se hace un viaje literario que va desde
    el escritor tachirense Luis López Méndez y sus cuentos de corte
    romántico, pasando por el horror y la demencia asesina en
    Horacio Quiroga, el
    fenómeno del zombi en escritores del Caribe como Inés
    Wallace, William Seabrook y Lidya Cabrera, hasta llegar al
    espacio del horror en Julio Cortázar y a la
    visión del vampiro en la ciudad actual en las letras
    malditas de Salvador Garmendia.

    Palabras-clave: cuentos de horror, América Latina y el
    Caribe.

     

    ABSTRACT

    This article shows how, from the XIX century up to the
    late XX century in Latin America and the Caribbean, a series of
    stories has been based on fear as subject matter. A literary
    journey is made, starting with Luis López Méndez,
    writer from Tachira, and his romantic stories. The journey
    continues through the horror and murderous madness in Horacio
    Quiroga, the zombi phenomenon in Caribbean writers such as
    Inés Wallace, William Seabrook, and Lidya Cabrera, ending at
    the horror space in Julio Cortazar and the vision of the
    vampire in the modern city depicted in Salvador Garmendia’s
    "accursed works."

    Key words: horror tales, Latin America, the
    Caribbean.

     

    RÉSUMÉ

    Dans cet article, on démontre comment, du XIXe
    siècle à la fin du XXe siècle, en Amérique
    latine et aux Antilles, une suite de récits ont
    été basés sur le thème de la peur. On fait un
    voyage littéraire qui débute avec l’écrivain
    de Táchira, Luis López Méndez, et ses contes
    à caractère romantique, en passant par l’horreur
    et la démence meurtrière chez Horacio Quiroga, et par
    le phénomène du zombi
    chez les écrivains antillais, comme Inés Wallace,
    William Seabrook et Lidya Cabrera, jusqu’à
    l’espace de l’horreur chez Julio Cortázar et la
    vision du vampire des villes contemporaines présentée
    dans les « lettres maudites » de Salvador
    Garmendia.

     

    Bajo el signo del
    horror

    La lectura de un texto de Peter Straub,
    titulado Casas sin puertas, y la canción de fondo de "Guns
    ´N’ Roses" Sympathy For The Devil, dieron a este
    escrito el inicio y la musa, aquella que inspiró a Homero y Hesíodo en los
    inicios de la humanidad, induciendo a relatar a los hombres sus
    sueños, sus héroes y sus miedos; miedos que hoy en el
    siglo XXI se mantienen vivos en las denominadas "Leyendas
    Urbanas" (Segui, 2001:32): miedos a terrores espectrales, miedos
    a lo desconocido y lo paranormal; miedos que la literatura ha buscado desentrañar como
    el gran alquimista de las letras. Se trata de una literatura que
    desarrolla el motivo del horror que en palabras de Tzvetan
    Todorov pertenece a la categoría de lo extraño,
    lo inexplicable.

     El horror como un sentimiento arraigado en
    el hombre no escapa a esta
    inventiva de la escritura. Todos los géneros literarios en mayor
    o menor medida han cantado al motivo del horror, aun cuando se
    encuentran grandes dificultades al intentar agrupar una obra
    dentro de un determinado género, pues la mayoría
    de los relatos pueden pertenecer no a un solo género, sino a
    varios o a todos ¿Cómo delimitar entonces en un solo
    género La Iliada, de Homero, o "Vampirismo", de
    E.T.A. Hoffmann? Es por ello que autores como Camilo José
    Cela expresan: "No creo en los géneros literarios ni en sus
    convencionales fronteras". No es acaso "La Novia de Corinto", de
    Johann Wolfgang Goethe, un cuento hecho poema o "El Cuervo", de
    Edgar Alan Poe, un poema hecho cuento.

     En los inicios de la humanidad un tema como el
    horror siempre ha estado presente en los relatos orales u
    escritos, desde que el hombre inventara el fuego para
    alejar los demonios engendrados en la eterna noche, relatos a los
    que Lovecraft define como relatos preternaturales,
    horrores en un principio desconocidos e insólitos, desde el
    Cronos devorando a sus hijos, descrito en la Teogonía de
    Hesíodo y plasmado tan magistralmente en el lienzo de Goya,
    hasta el horror que llega hasta nuestros días en la figura
    de Freddy Krueger o el Alien en el cine.

    ¿Cómo defínir al horror si entra en lo
    indefinible? ¿Terror u Horror? A simple vista, son
    sinónimos y pueden hacer mención al mismo objeto. Los
    hispanos en el caso del cine lo denominan terror, mientras que el
    anglosajón se refiere a él llamándolo Horror Film.
    Gubern aclara que en la práctica cinéfila anglosajona
    Horror Film es sinónimo de género
    cinematográfico fantástico-terrorífico.
    Por lo
    que entonces cree que cuando los ingleses pronuncian la palabra
    "horror" se están refiriendo a lo que en latinoamérica denominamos
    "terror". ¿Se encontraran diferencias o matices en cuanto al
    "horror" y al "terror"? Parece bastante difícil, teniendo en
    cuenta que se está pisando sobre un terreno resbaladizo, en
    el que muchas veces lo fantástico y lo terrorífico
    juegan un mismo papel indisoluble, sabiendo que lo
    fantástico no tiene por qué estar reñido con lo
    terrorífico.

     

    El horror: el capítulo
    siguiente…

    Al inducir terror, los primeros hombres avisaron que
    estaba próximo lo descomunal (lo no conocido), el propio
    horror se hace presente sin encontrar explicación lógica. Y lo desmedido,
    que no es propiamente la divinidad, constituye sin embargo una de
    sus características —una de las más
    perceptibles—, en particular desde la experiencia del
    hombre "primitivo". Es posible que aquí, en este contexto,
    encontremos el origen de la religión y la palabra "pavor", que
    vendrá a encerrar el temor a lo desconocido, por ello el
    hombre "primitivo" buscará protección también en
    lo inexplicable: la divinidad. También se trata del pavor
    religioso, su primer grado es el pavor demoníaco, el horror
    pánico, el terror
    fantasmal; y tiene su primera palpitación en el sentimiento
    de "lo siniestro" o inquietante (Unheimliche, en
    alemán; uncanny, en inglés, término
    impuesto por Freud). En este sentimiento de lo
    extraño el hombre "primitivo" ha centrado toda la evolución de su
    religión. Un horror encarnado desde ese dios implacable de
    los hebreos que descarga su ira en las plagas a Egipto; la diosa Kalí en
    la India que al igual que el dios
    antropomorfo griego, devora a sus hijos. Estos seres de la noche
    han abundado en la literatura desde sus inicios, las Erinias con
    los griegos, las Lamias para los romanos. Horror y belleza a la
    par se recoge en el mito del Fénix. La
    invención de dioses primordiales por parte de Lovecraft, no
    es más que un horror subconsciente que está en el
    hombre, de ahí surge la pregunta: ¿El temor a…?. Un
    temor mortal a lo desconocido, Lovecraft nos recuerda que "Los
    niños tendrán
    siempre miedo a la oscuridad, y los hombres de mente sensible al
    impulso hereditario temblarán siempre ante la idea de mundos
    ocultos e insondables de extraña vida que pueden latir en
    los abismos que se abren más allá de las estrellas"
    (Lovecraft, 1992:10), por lo tanto el horror es algo tan normal
    en el ser humano como el odio o el amor.

    "El cuento de horror es tan viejo como el pensamiento y el lenguaje humano", nos dice
    Lovecratf, y quizá dentro de una caverna oscura nacen con el
    hombre "primitivo" el primer sentimiento de miedo a la oscuridad,
    por ello el hombre inventa el fuego, como respuesta. Luego el
    hombre danza alrededor de una fogata
    para aplacar la ira de los dioses, en tal caso se gesta el temor
    a Dios, aparece el sacerdote y con éste, el rito. Y, en esta
    magia ceremonial, empiezan a nacer y cristalizar una serie de
    crónicas y textos sagrados muy arcaicos: donde el horror
    entra por la puerta grande al mundo de las letras. El Libro de los Muertos va a
    recoger esas primeras experiencias de temor de los hombres a
    la muerte y al más
    allá. O La Odisea, donde en el canto XV se describe
    el temor que se apodera de Ulises al pensar que Perséfone
    podría enviarle desde el Hades la cabeza de la
    Gorgona.

    En la Edad Media el horror llega a
    la humanidad con más fuerza a finales del año
    mil d.C, pues supuestamente Satán había bajado a
    la tierra y el fin del mundo
    estaba por llegar. La Iglesia apoya en parte a esta
    idea para causar pánico, esta institución expande una
    ola de horror bajo el signo de la Inquisición.

    A principios del Renacimiento surge la idea del
    horror hacia el mar adentro, arrecifes gigantes, monstruos
    marinos, entre otros, inundaban la comprensión a finales del
    siglo XV. Un nuevo Odiseo, un ginebrino, abre la mentalidad del
    oscurantismo y llega a la nueva América-Itaca, dejando
    atrás el horror a Polifemo y a Poseidón. En pleno siglo
    de las luces, vuelve a inundar la mentalidad humana monstruos y
    horrores nocturnos, vampiros y hombres lobos reencarnan en la
    literatura con nuevas imágenes. El Golem vuelve a
    renacer en Frankenstein y el Vampiro de Polidori en el
    Drácula de Bram Stoker.

    Es así como a principios del siglo XX Freud
    reinterpreta el horror desde lo más profundo de la psicología, planteando que los más
    grandes miedos nacen en nuestra infancia, "lo
    siniestro". Entonces el horror torna a poblar el
    pensamiento del viejo y nuevo mundo desde la mirada del psicoanálisis. Ya Nietzsche en sus ideas
    filosóficas, quiebra las utopías del
    hombre en la modernidad llevándolo hacia
    los caminos de la monstruosidad al matar a Dios, al quebrantar su
    fe, entonces el horror, como el ángel caído, vuelve a
    bajar a la morada de los hombres en el ser "ateo". En el siglo XX
    será el cine quién despierta esa fascinación por
    el horror. En la literatura latinoamericana y
    del Caribe, caso que interesa a este estudio, se empieza a
    recuperar la imagen del vampiro o "no muerto"
    en autores como Juan Montalvo, Julio Calcaño y Luis Lopez
    Méndez. A finales del siglo XIX encontramos la presencia de
    la muerte y la locura asesina en
    Horacio Quiroga, así mismo en el contexto de la
    santería la máscara del Palo Mayombe, en los textos de
    Lydia Cabrera y Fernando Ortiz; también la imagen del
    zombí en Alfred Métraux, Roger Bastide, Wade Davis,
    Robert Bloch, William Seabrook, Inés Wallace o Jesús
    Palacios, entre otros. La ciudad también servirá como
    espacio del terror a Felisberto Fernández, Jorge Luis Borges, Julio
    Cortázar y Salvador Garmendia.

    Y como bien lo señala Víctor Bravo "el terror
    del hombre de final del segundo milenio, es un terror inaudible,
    nacido desde el vacío" (Bravo, 1999:23), el caos impera y el
    hombre se pierde en sus laberintos, hoy tecnológicos. Cada
    hombre busca llenar ese vacío de la existencia; sus miedos,
    unidos al stress, al terrorismo y a la guerra, hacen de él un
    ser hacia la nada, "el hombre postmoderno, en el borde del
    vértigo del final de milenio, pronuncia sus innumerables
    preguntas, no como un Job que recibe respuestas de dios, sino
    como un personaje de kafkiana pesadilla que pregunta al
    vacío, al lugar del dios ausente" (Bravo, 1993:23). Así
    como el hombre "primitivo", el hombre del siglo XX sigue buscando
    protección divina hacia "eso", lo desconocido, el horror del
    cual nos hablan muy bien estudiosos de su materia como Poe, Baudelaire,
    Nodier, Lovecraft, Hodgson, Haag, Wagner, Borges, King, Bravo, entre otros.
    ¡Ho – rror!, dos simples sílabas que despiertan
    en nuestra imaginación una incógnita sobre lo que
    más tememos.

    Entonces surge la pregunta: ¿Por qué tenemos
    miedo, o a qué?. Qué es eso extraño que nos
    produce ese sentimiento de estar protegidos?. Toda esta
    reflexión lleva a plantearse, el porqué del motivo del
    horror en el colectivo universal y local y cómo el mismo ha
    sido llevado por diversas culturas, ya sea en la oralidad o
    recogidas en la letra escrita. ¿Por qué autores de
    cuentos en el continente Americano y en el Caribe han escrito al
    horror? ¿Por qué la imagen del diablo, ánimas en
    pena, brujas, muertos vivientes (llámese Vampiros, Hombres
    Lobos o Zombis), en fin, el imaginario de lo monstruoso,
    está tan presente. Es el horror el que pretendemos abordar
    como estudio en algunos autores de cuentos en el contexto de
    Latinoamérica y el Caribe.

    Y el horror se cuela en el cuento fantástico
    Latinoamericano y del Caribe. La tradición del cuento
    moderno se desarrollará en el transcurso del siglo XIX y a
    ello contribuyeron las infinitas publicaciones que abrían
    sus páginas al cuento en varios países del planeta.
    Esto fue muy notorio en América Latina y el Caribe,
    posiblemente hoy podríamos explicar que esto se debió a
    las limitaciones de la industria editorial, pues el
    espacio disponible en los medios obviamente era
    favorable al cuento o al folletín por entregas. Eso fue lo
    que fortaleció al género del cuento en América,
    pues publicar novelas imponía la necesidad
    de una capacidad industrial que no existía, y requería
    de circuitos de distribución en
    librerías que en América eran y siguen siendo tan
    ineficientes. Por eso los periódicos fueron no sólo
    pioneros, sino el mejor vínculo entre autores y
    público. Eso dio lugar al florecimiento del cuento
    latinoamericano y del caribe, entre ellos el cuento del
    horror.

    América es un continente multirracial, nos recuerda
    Carlos Fuentes en El Espejo
    Enterrado.
    Son varios los hitos que llegan a esta tierra y se esconden bajo el
    sudario del barroco para crear nuevos
    dioses, nuevos nombres, nuevos sueños, nuevos miedos. Los
    cronistas y primeros poetas de este nuevo mundo se preocuparon
    por descubrir y describir al continente, asimismo empiezan a
    brotar singularidades en cada país y es allí donde
    nace, cabe decir, la cuentística latinoamericana,
    podríamos nombrar como ejemplo "La viuda de Corinto"
    (Díaz, 1960:99), del venezolano Fermín Toro,
    título que alude ineludiblemente a Goethe. Este relato,
    publicado en la hoja periódica El Liberal, el 25 de
    julio de 1837, según Carlos Sandoval abriría la
    narrativa fantástica en el continente latinoamericano; sigue
    a esta narrativa "Gaspar Blondin" (1858), de Juan Montalvo, una
    historia que alude indudablemente
    a un cuento de vampiros: "…oculto de día, rondaba de
    noche… su único crimen conocido y probado era la muerte de
    su esposa… se volvió por su influencia personaje tan raro
    y peligroso" (Londoño, 1994:151).

    Si Esteban Echeverría con El Matadero da
    nacimiento al cuento realista, Juan Montalvo será, junto a
    Fermin Toro, el pionero de la cuentística del horror en el
    continente. A ellos siguen una serie de títulos como: "El
    sello maldito" (1873), "La danza de los muertos" (1873) y
    "Tristán Cataletto" (1893), de Julio Calcaño; "Los
    espectros que son y un espectro que ya va a ser" (1877), de
    Cecilio Acosta; "La protesta de la musa" (1890), del colombiano
    José Asunción Silva, relato en el que la fantasía
    juega con el horror y la risa; "La caverna del diablo"
    (1893), de José Heriberto García de Quevedo; así
    como "Calaveras y Metencardiases"
    (1896), de Nicanor Bolet Peraza; "Los muertos hablan" y "Proezas
    de un muerto" (1897), de José María Manrique. Cabe
    resaltar el aporte del tachirense Luis López Méndez1
    con "La Balada de los muertos", "El último sueño" y "El
    beso del espectro" (1891); y "El Asesinato de Palma Sola",
    de Rafael Delgado (1902), que nos traslada a Poe en cuentos como
    "El Corazón Delator" y "Los
    asesinatos en la Calle Morgue". Recuérdese que un
    venezolano, Juan Antonio Pérez Bonalde, traduce "El Cuervo",
    por lo que Poe no fue desconocido en el siglo XIX en el
    continente.

    Esta cuentística de horror nacida en Venezuela durante el siglo
    XIX, dará base sólida a este estudio, no sólo
    Andrés Bello rasgará
    las puertas a la gramática, desde
    Venezuela se abrirá el portal del horror en la literatura.
    La lectura del
    "Tristán Cataletto" (1893), de Julio Calcaño,
    nos mostrará una historia donde aparece por primera vez en
    el continente la palabra "Vampiro" de boca de uno de los
    personajes del cuento: "El viejo monje es un taumaturgo y él
    único que otras veces nos ha librado del diablo y los
    vampiros", lo que demuestra que este tema no fue desconocido para
    la época (Sandoval, 2000:99). Dos relatos son cruciales a la
    hora de hablar de literatura vampírica en Venezuela en el
    siglo XIX, aparte del ya nombrado "Tristán Cataletto",
    hablamos de Luis López Méndez (1863 – 1891) y de
    los cuentos "La balada de los muertos" y "El beso del espectro".
    Estos dos relatos dan pie a fundamentar esta afirmación
    puesto que están construidos basándose en la
    temática del horror.

    La balada de los muertos es un relato que desarrolla la
    temática de los opuestos, la de la vida-muerte. La primera
    idea desarrollada en el cuento es el tema de la muerte,
    planteándose su similitud con el olvido unido a la memoria. La muerte es vista
    en este relato como oscura, llena de tristeza y de dolor,
    mientras que el olvido es descrito como marchito y se da en una
    atmósfera de abandono.
    Aquí la muerte tiene su espacio, que no es otro que el
    cementerio, allí domina, es un lugar hecho para ella, es un
    ambiente tétrico y lleno
    del silencio sepulcral. El lugar es frío, los rayos del sol
    no se posan en la mansión de la muerte. En este relato se
    puede percibir que el hombre teme a la muerte según sus
    actos y que está presente la muerte como ciclo, siempre
    regresa para gritar que ella existe, es un relato completo del
    pensamiento, la sensibilidad, el fracaso del hombre y la lucha
    del alma humana en el
    contradictorio siglo XIX. Aquí el muerto se levanta de su
    tumba y se dirige a la gran ciudad, a deponer del poder a un monstruo, que
    devora la gran ciudad de los vivos.

     Cabe preguntarse sobre las razones del por
    qué escribe sobre el temor a los muertos, más cuando
    López Méndez vivía y escribía a favor de
    la ciencia, ya que era
    positivista. Son a menudo ocultas estas motivaciones, ya el mismo
    Poe lo decía: "La ciencia no nos ha
    enseñado todavía si la locura es o no producto sublime de la
    inteligencia". Es obvio que el
    cadáver en sí mismo es inofensivo, es el miedo
    inculcado el que lo hace horrorífico, no existe ninguna
    evidencia empírica hasta el momento comprobada de que un
    difunto pueda ser peligroso para los seres vivos, a no ser como
    simple reservorio de gérmenes infecciosos. López
    Méndez utiliza en este cuento al vampirismo: "La sangre brotaba entonces a
    torrentes y rodando por sus pómulos hundidos, llegaba a los
    labios que se abrían para beberla con voluptuosidad malsana.
    Cada gota de aquel licor envenenado quemaba sus fauces y
    aumentaba la intensidad de su delirio".

    En "El beso del espectro", por su parte, vuelve a
    reiterarse la idea de la muerte como frialdad, la atmósfera
    del relato es tétrica, el personaje vive entre el encierro y
    el insomnio, además aparece una característica clave
    del horror: la risa. Con respecto a este plantemiento Víctor
    Bravo señala: "El horror, como el orgasmo, es insostenible
    más allá del instante de su aparición: mantenerlo
    supone entrar en la locura o en la aniquilación de
    quién lo padece o lo goza. Por ello, al lado del horror,
    siempre es posible encontrar la risa, como el desencadenamiento
    del límite insostenible" (Bravo, 1993:41). Para ilustrar
    esta característica se trascribe un trozo del
    relato:

    —¿Lo vez? Me dijo como si hubiese adivinado
    lo que por mí pasaba. Y mientras que yo, sobrecogido de
    espanto, contaba, por decirlo así, las vibraciones de la
    luz cada vez más
    amarillenta que despedían sus órbitas desnudas, el
    espectro reía con una risa fatídica y
    grotesca.

    A partir de aquí, el relato vuelve a entrar en el
    ámbito del vampirismo, cuando el espectro le ofrece la
    eternidad al hombre del relato: "Déjate estrechar entre mis
    brazos, deja que imprima en tus labios el beso fecundo que ha de
    poner en ellos en anhelo de lo infinito y hacer abrir la flor de
    las delicias supremas". A ello viene unido el rechazo de la
    víctima al vampiro: "…Llamas vida la frialdad de los
    sepulcros, deleite el sueño de la conciencia! Te conozco: quieres
    deformar mi ser…".

     

    El llamado de la selva
    latinoamericana

    El horror —tan presente en la historia—
    vuelve a hacer acto de presencia a principios del siglo XX no
    sólo en las terribles guerras, persecuciones y
    holocaustos con que tristemente ha quedado marcado o en el cine
    con el Nosferatu (1922) de Murnau. También aparece en
    nuestro ámbito con Horacio Quiroga, uno de los escritores
    latinoamericanos menos entendido en su época, y que hoy
    día se nos presenta tan contemporáneo, ya que su
    literatura es de esas que rompen las fronteras del tiempo; sus temas son tan
    actuales porque Quiroga no escribió para un tiempo o
    región especificos. Quiroga escribió con temas de la
    universalidad del hombre, temas que han estado en lo más
    profundo de la psique humana.

    A la interrogante de por qué abordar a Horacio
    Quiroga desde la perspectiva que nos ocupa, la respuesta es
    obvia: su obra y su vida, una y otra inseparables, autor y
    creación unidos en las letras al tema del horror. Desde sus
    primeras narraciones, "El crimen del Otro", Horacio Quiroga nos
    anuncia que sus libros van estar dominados por
    el horror, Rodríguez Monegal al respecto nos dice que este
    autor "no necesita nombrar lo repugnante para hacer sentir asco y
    horror al lector". Para nuestro caso basta recordar dos textos
    "El almohadón de plumas", una visión muy distinta de lo
    que hasta ahora era el vampirismo, y "La gallina degollada" que
    es quizá su texto más cruel, donde la locura se
    sobrepone a una demencia asesina. Quiroga a su vez recurrirá
    al cine para recrear su texto "El Vampiro" de 1927, donde un
    personaje, Rosales, erige un ser sediento de sangre a traves de
    un aparato que crea imágenes como un reproyector de cine, y
    que al final la criatura termina destruyendo a su creador como el
    caso del Frankenstein.

    "El Almohadón de plumas" es un cuento donde se
    observa en el mismo la influencia del Poe macabro, que nos
    recuerda relatos como "El corazón delator", "La caída
    de la casa de los Usher", y "El retrato oval", en lo referente a
    su técnica y estilo; en el caso de Poe la vida es tomada por
    un cuadro, en Quiroga un ser monstruoso (desconocido, lo que
    produce más terror) absorbe la vida de la
    protagonista.

    En "El almohadón de plumas" podemos observar un
    caso típico de vampirismo. Alicia es víctima de una
    extraña enfermedad que la aqueja y que la va devorando poco
    a poco. Los síntomas de Alicia, cuenta el narrador, son de
    "una anemia de marcha
    agudísima, completamente inexplicable. Alicia no tuvo
    más desmayos, pero se iba visiblemente a la muerte". La
    presencia del monstruo sólo es conocida al final, es la
    explicación lógica a la muerte de Alicia, pero en el
    fondo el monstruo es el espejo de Jordán. Lo erótico
    según Daniel Melkinov, es la primera característica de
    un vampirismo perverso, pues Jordán es un esposo frío
    con su mujer y ést le teme, pero al
    igual que en "El retrato oval", de Poe, Jordán como artista
    va tomando la vida de su joven esposa, este relato nos muestra una atmósfera de
    verdadero horror.

    En "La gallina degollada" vemos el horror extremo,
    cuando cuatro seres enfermos y psicópatas asesinan a su
    hermana menor, una niña (Bertita), siguiendo un ritual,
    copiando paso a paso la degollación de una gallina, un texto
    que resulta manchado de sangre al final y sólo nos queda
    como lectores bajar el rostro ante tanta crueldad.

     

    Una segunda muerte en la
    maldición Zombi

    En este estudio aparece un nuevo personaje en el
    ámbito del horror: El Zombi, ser que nace en el Caribe. Es
    uno de los mitos inseparables del
    vudú, los muertos vivientes. El cine americano de serie B o
    los videoclips de Michael Jackson, nos han transmitido una imagen
    poco real de estas entidades, porque los verdaderos zombis, no
    son esqueletos descarnados que salen de sus tumbas para asesinar
    a jóvenes excursionistas. El zombi no es ni fantasma ni
    ánima ni espíritu, no es tampoco el vampiro que renace
    cada noche y vuelve a la muerte cuando despunta el alba. El zombi es un ser
    creado a partir de un maleficio del vudú. Este mal o
    encantamiento le convierte en un ser atontado y esclavo de su amo
    creador.

    El zombi como criatura es un autómata y el
    autómata según Ceserani (1971) "es más fuerte que
    las enfermedades y la muerte: se
    substrae a los sentimientos, a las pasiones y al dolor: es una
    criatura artificial, pero desde otro punto de vista no es sino
    vida en estado puro". El zombi en la literatura aparece al margen
    como ese ser monstruoso que sólo vive a la sombra de su
    creador y para su creador. En los relatos de zombis jamás
    actúa como narrador, pues su estado de conciencia no le
    permite hablar de su misterio y nos enteramos por terceros de sus
    costumbres y manías. Los zombies de "los cuentos trabajan en
    un cañaveral o trabajan como esclavos en una casa",
    señala Jesús Palacios (1993); ejemplo de ello lo
    tenemos en relatos como La pálida esposa de Toussel, de
    William B. Seabrook, o Yo anduve con un zombi, de Inés
    Wallace, ambos escritores haitianos.

    En "La pálida esposa de Toussel", una joven de
    nombre Camille es tomada por esposa por Matthieu Toussel y el
    texto nos pone en evidencia de una vez a este personaje:
    "Corría un antiguo rumor de que estaba asociado de
    algún modo con el vudú o la brujería". El
    narrador de este cuento se plantea: ¿Qué había
    estado planeando Toussel…qué siniestra, quizá
    criminal necromancia en la que su esposa iba a ser la
    víctima o el instrumento? Este primer relato muestra la
    encarnación del zombi como objeto de horror, Toussel
    aprovecha su sabiduría vudú, y tal vez la víctima
    del sacrificio final de su oscuro ritual era su esposa Camille.
    Matthieu Toussel preparó una cena de aniversario de boda
    para su esposa en la que dispusieron seis platos y cuando ella
    miró las caras de los otros invitados, cuatro zombis, se
    volvió loca. Este texto desarrolla, como La gallina
    degollada, una demencia asesina, en este caso Camille es la
    sacrificada.

    Entre las plantaciones de caña o banano es posible
    que se pueda observar algún hombre de aspecto descuidado y
    mirada perdida que trabaja sin descanso. Quizás ante
    nosotros tengamos a un desgraciado zombi, ésta parece ser la
    pregunta que se hace nuestro protagonista ante este misterio
    observable en el relato Yo anduve con un zombie, de Inés
    Wallace. En este texto la variante del zombi ya entra en el
    ritual preparatorio de construcción de un zombie
    por una venganza. La condición de zombie es fatal, no hay
    retorno, es decir, ya un ser zombificado no puede volver a su
    estado natural, muere desde que es convertido dentro de lo social
    y religioso. Este relato escrito como una crónica
    periodística da una base introductoria al "fenomeno zombi" y
    la religión vudú: "Cuando visité la isla por
    primera vez y escuché las historias que voy a relatar, me
    negué a creerlas".

     

    Una casa tomada para el
    espacio del horror sin rostro

    En nuestro estudio aparece un tercer elemento de la
    temática del horror: el espacio. Los ruidos producidos por
    fuerzas invisibles en determinados lugares son tan remotos como
    el hombre, así parece indicarlo fenómenos de
    encantamiento y poltergeist que hoy estudia la
    parapsicología. Tradicionalmente estas anomalías
    domésticas han sido atribuidas a duendes en el caso de
    Europa, a entidades
    invisibles.

    Las corrientes racionalistas han relegado estos casos al
    olvido. A mediados del siglo XIX surgió el espiritismo que
    nace precisamente en una casa asolada por fenómenos
    inexplicables, atribuidos a almas en pena o personas allí
    enterradas. El cine ha despertado ciertas interrogantes sobre
    estos temas, ejemplo reciente lo tenemos en "Los
    Otros", de Alejandro Amenábar; pero es la literatura
    la que mejor ha definido un lugar para los espacios habitados por
    el horror.

    Se trataría de una parte oscura que encierra la
    atmósfera que habitamos, como las catedrales góticas
    menciondas por Fulcanelli. La narrativa gótica cobijar ese
    álito espectral propio del espacio del horror con "El
    Castillo de Otranto", de Horacio Walpole, y que alcanza su
    máximo esplendor con La casa del confín del mundo. de
    William Hope Hodgson (1908), y "La iglesia de High
    Street", de Howard Phillips Lovecraft, donde uno de sus
    personajes dice: "Yo no entraría en esa casa por nada del
    mundo —confesó Clothier. Ni yo ni nadie. La casa ahora
    es de Ellos".

    En Latinoamérica será Julio Cortazar quien
    trate el tema en su relato "La casa tomada". La pregunta nace al
    leer este texto: ¿Esta casa está encantada?. Y de una
    vez viene la relación con el texto de Hodgson, veamos un
    ejemplo: "Soy un hombre viejo. Vivo en esta casa antigua rodeada
    de enormes jardines desolados que nadie cuida". Más adelante
    el autor nos da pormenores de lo extraño de este lugar:
    "Esta casa, como ya he dicho, está rodeada por amplias
    tierras propias y por jardines abandonados que han vuelto al
    estado salvaje". Así el autor (Hodgson) nos va invitando a
    entrar a aquel espacio de lo extraño: "Aquel cuarto estaba
    helado y el viento que soplaba a través del cristal
    hacía que reinara allí una atmósfera
    extraña". El dueño vive con una hermana y un perro, la
    casa se va adueñando de él, como en el caso de Julio
    Cortázar:

    Finalmente, acosado por la fatiga, el frío y
    aquella sensación

    de malestar, decidí dar una vuelta por la casa…
    Al

    descerrajar la enorme puerta en lo alto de la
    escalera, me

    inmovilicé, bastante nervioso, respirando ese
    extraño olor

    de los sitios abandonados… Me quedé allí
    un rato, tembloroso,

    mirando nerviosamente delante y detrás de
    mí;

    pero el vasto sótano era silencioso como una
    tumba….

    Así es como el relato de Hodgson escribe este
    desenlace fatídico:

    Hace seis días que no como. Estoy sentado en mi
    sillón.

    ¡Ah! ¡Dios mío! Me pregunto si
    algún ser humano ha

    sentido alguna vez el horror que la vida me ha forzado
    a

    conocer. Estoy sumergido en el terror. Siento
    continuamente

    el ardor de esta cosa horrenda… ¡Silencio!
    Oigo

    algo, allá abajo… Abajo, en los sótanos.
    Es un crujido.

    ¡Dios mío! Están abriendo la gran
    trampilla de roble.

    ¿Quién puede estar abriéndola?…La
    puerta se está abriendo…

    Lentamente. Alguna co….

     

    Julio Cortázar parece usar los mismos elementos al
    recrear su cuento, una sombra maléfica que se va
    adueñando de la casa como un cáncer incurable. Surge en
    el lector una segunda pregunta: ¿Qué misteriosa fuerza
    puede adueñarse de este espacio real, como lo es la casa? De
    un día para otro —señala Cortázar— la
    tranquilidad de un domicilio se ve alterada por sucesos
    inexplicables y aterradores. Al asombro inicial le sucede el
    miedo y, poco a poco, los miembros de esta familia (Irene y el dueño)
    asumen esta cruda realidad: la casa en la que viven esta tomada
    por un "otro" (desconocido para todos, incluso para el lector).
    Nadie les cree, son tomados por locos y sus vidas se convierten
    en una pesadilla. Un recuerdo de Poe como telón de fondo
    florece y el lector piensa en "La caída de la Casa
    Usher".

     

    Como es bien sabido Julio Cortázar no sólo
    tradujo a Edgar Alan Poe, sino que prologó sus cuentos; al
    hablar de este texto de Poe refiere que "se revela
    —después del anuncio de Berenice y el estallido
    terrible de Ligeia— el lado anormalmente sádico y
    necrofílico del genio de Poe". Otra vez el juego de dos hermanos, el
    señor Usher y Madeline; así: "ambas manifestaciones de
    lo siniestro coinciden con el concepto de la originalidad en
    Poe y de la significación en Cortázar para quienes las
    obras imaginativas o significativas despiertan en el lector
    sentimientos o experiencias de carácter universal pero
    inesperadas y a medio formar" (Rosenblat, 1997: 91).

     

    Letras malditas en la ciudad
    de Salvador Garmendia

    Por último el horror entra a la ciudad a finales
    del siglo XX. El terror ya no es lo que era en hablar de la
    narrativa de Salvador Garmendia, los tiempos de hoy han hecho que
    los conceptos del bien y el mal se hagan esquivos y
    difíciles de identificar. La obra de Garmendia viene a
    mostrarnos el apogeo del siglo XX, viene a lograr en su
    literatura a la par de este tiempo de caos, una nueva visión
    del motivo literario del Vampiro. Así mismo lo han hecho
    otras artes, como el cine: ¿Es acaso Hannibal Lecter el Mal?
    Uno de los íconos de los asesinos en serie del siglo XX,
    haciendo olvidar por un instante al famoso Jack del siglo XIX, es
    Hannibal un psicópata despiadado, se puede decir
    inmisericorde. ¿Es un animal Hannibal? Es la pregunta. No;
    los animales no disfrutan matando,
    matan según el instinto que le ha dado la madre naturaleza para sobrevivir. En
    cambio Hannibal es un hombre,
    un ser con sentimientos humanos. Vive por y para la belleza. Ama
    el arte, la buena comida, la
    música, su espacio de
    convivencia es un Museo. Se enamora de Clarice Starling. Y, se
    pregunta el espectador, ¿Hannibal en realidad nos cae mal?
    Si al final termina desdoblándose y actúa como el
    héroe. Sigue sus leyes y apetitos, entonces es
    Lecter la maldad absoluta. Esta película ha llevado a
    plantear el motivo del horror en el fin de siglo y de milenio
    como algo apocalíptico.

     

    Es en este punto cuando empezamos a entender la
    narrativa de Salvador Garmendia y su relación con la
    poética del mal. En la obra literaria de este autor se
    comprende que el mundo de hoy es un lugar extraño y
    volátil, donde es difícil reconocer quién es el
    monstruo y quién no lo es. ¿El malandro, el dictador,
    el presentador de televisión, el presidente,
    la prostituta, el escritor, el policía, el banquero, el
    diputado? Es la realidad misma, lo que expresa Salvador
    Garmendia, su tratamiento de lo fantástico, que en palabras
    de Víctor Bravo: "La expresión de lo fantástico
    nos introduce en el ámbito de los estremecimientos donde la
    alteridad irrumpe, con sus imprevisibles formas, para
    señalar el lugar donde lo real muestra sus
    resquebrajaduras". Además Garmendia se vale del motivo del
    vampirismo que representa explícitamente esa alteridad, pues
    es el vampiro quién irrumpe en la vida de su
    víctima.

    El vampiro como sinónimo de desorden entra en la
    narrativa de este autor, como se puede constatar en el cuento
    "Claves", relato que explica cómo un esposo descubre que su
    esposa habla al revés mientras duerme, su lenguaje es incoherente y sin
    sentido lógico, es así como lo onírico está
    ligado a lo vampírico, creando una atmósfera de
    ensueño:

    A causa de mis frecuentes insomnios, descubrí una
    noche

    que Emilita, mi mujer, hablaba dormida.

    En un primer momento, al sentirla hablar como si se
    incorporara

    en medio de la atmósfera pálida del
    sueño, pensé sonriendo

    en un lisiado que se levanta de su silla de ruedas
    y

    comienza a caminar por primera vez en su
    vida

     

    Desde el inicio del cuento en cuestión, y en su
    evolución como relato de suspenso hasta el inesperado final,
    la posesión vampírica del personaje va en aumento y es
    así cómo se va introduciendo en el personaje de Emilita
    la imagen del mal, y cómo va evolucionando hasta el
    desconcertante final, donde como cualquier vampiro (en este caso
    el amante) que está presto a resucitar, sucede que al igual
    que el mal, en su concepto amplio. no es destruido totalmente.
    Emilita alerta al vampiro, su amante nocturno, pues la luz del
    espejo (luz falsa) no lo destruye totalmente:

    —En aquellos instantes, Emilita le decía a
    su desconocido

    acompañante:

    —No te inquietes. Él ha descubierto el
    truco del espejo.

    Hablaremos en clave, de ahora en adelante.

     

    Por medio del espejo el esposo ha descubierto al
    vampiro, más no le ha destruido, el intruso permanece
    aún existente en lo fantasmagórico, y recuérdese
    que según la tradición clásica al vampiro lo
    destruye el sol, el fuego, símbolos candentes de la
    naturaleza. Así como en "Claves", podemos indagar el
    fenómeno vampírico en otros relatos de Salvador
    Garmendia, por ejemplo, en "Hotel ‘La Estación’"; en el mismo
    podemos observar cómo aparece un hombre que se mira en un
    espejo (vuelve a aparecer este símbolo), es observado por su
    amante que, entre risas le dice que él no se ha acostado con
    nadie, pues ella está muerta. Esta relación necrofilica
    produce en el lector un sabor a asco:

    "¿Quieres saber por qué? —
    preguntó la mujer

    Por que yo estoy muerta, catire.
    Mírame.

    Quiero que me recuerdes siempre.

    Ahora tengo que irme".

     

    Continúa la historia cuando el amante se va al
    amanecer y aquélla, como un fantasma, desaparece. Acá
    observamos primeramente un elemento vampírico, la mujer
    está muerta, la mujer existe, aunque no en el contexto del
    amante, en su mundo del orden; y como un vampiro desaparece al
    alba (ese instante de la aparición del lucero de la
    mañana, cuando la abyección ocupa un lugar entre la
    oscuridad y la luz), y la noche al igual que los amantes se
    despide al llegar el amanecer siguiente, el vampiro se retira
    hasta la otra noche con sus víctimas
    oníricas.

    Otro cuento es "La Mirada", donde un hombre lleva a su
    amante a un cuarto de hotel, allí desviste a su amada y la
    contempla con su mirada de vampiro que convive con las sombras:
    "La mira sin pausas, limpiamente como sólo puede hacerlo el
    ojo frío y destructor…". Al poco rato el cuerpo de la
    amante se ve fragmentado, pierde la unidad de ser, se expande,
    tiende a desaparecer, y el amante como un vampiro cierra los ojos
    y piensa que dormirá hasta que lo despierte otra
    víctima: "Cuando delante de él no hay más que
    aire y luz del día… Cierra
    los ojos y piensa que dormirá hasta que lo
    despierten".

    Como podemos observar el elemento vampírico
    está presente en los distintas textos garmendianos, pues en
    sus diversos relatos usa diferentes símbolos que
    caracterizan este tema, no sólo es la oscuridad, la noche,
    el espejo… Es mostrar lo contrario a la realidad, lo contrario
    a la luz, lo contrario al bien: es el vampiro. Si
    quisiéramos ubicar la obra de Salvador Garmendia dentro de
    un periodo estético particular, deberíamos empezar
    diciendo que este autor encuadra perfectamente dentro de una
    corriente de renovación, pero no podemos apartarlo como
    escritor de lo fantástico, de un nuevo mundo imaginado y que
    puede llevar a un lector curioso a estudiar una faceta, el
    fenómeno vampírico.

    Quizá no sólo Baudelaire, sino otros textos
    leídos durante la infancia lo lo llevó a crear este
    tipo de relato. Un vampiro asediado por tener el tiempo y el no
    morir, un vampiro que odia ser inmortal y busca un cuerpo, como
    señala el mismo Garmendia: "esta imagen espectral del tiempo
    no es ajena al tiempo llamado universal en el siglo XX; tiempo
    que se desvanece en sus manos esperando que llegue la eterna
    noche para salir de las sombras y entrar al mundo de los
    sueños de los mortales. El horror anida en cada uno de
    nosotros, es esa parte oscura del ser humano que nunca se
    verá reflejada en el espejo.

    San Cristóbal, 2003

     

    REFERENCIAS

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    Notas

    1. Rafael María Rosales. "Luis López
    Méndez Hevia". En: La Nación. 25/07/1991, p. B.
    7. Asímismo Juan Tomás García Tamayo. "Cien
    años de Luis Lópes Méndez". En: La Nación. 17/02/1991. Este
    último artículo aparece tambien en Diario Católico
    con fecha 23/06/1991, p. 4.

    José Antonio Pulido (*)

    En Revista Virtual Contexto, Segunda etapa – Volumen 8 – No. 10 – Año
    2004

    (*) Magister en Literatura Latinoamericana y del Caribe-
    Universidad de Los Andes, Táchira

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