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Historia de la Iglesia en México




Enviado por Carlos Gómez Ruiz



    1. La
      Cristiada
    2. Gente de Iglesia,
      católicos y cristeros
    3. La Guerra de los
      cristeros
    4. Los arreglos

    La
    Cristiada

    La historia del conflicto
    entre la Iglesia y el Estado que
    se remonta a antes del siglo XVI, como se ha visto a lo largo del
    curso, desemboca en México con
    la violencia y la
    guerra. En la
    Constitución de 1917, encontramos a la
    Iglesia en la misma situación jurídica que antes de
    la Independencia,
    con la diferencia de que el Estado era
    agresivamente antirreligioso. La Iglesia con la revolución
    acababa de ser librada del neo-Patronato porfirista y deseaba
    separar su poder del
    poder público.

    Por su parte, el Estado jacobino estaba celoso de
    recuperar las prerrogativas que podría otorgar el
    Patronato (o un concordato) para controlar el "fanatismo de las
    masas" y así la política entraba en
    competencia
    directa con la institución religiosa en dominios
    decisivos.

    El presidente Obregón buscó la apariencia
    de conciliador (diplomático), pero no impidió que
    los estados molestaran al clero para recordarle que todo depende
    de la buena voluntad del presidente. En su período
    también se fueron perfilando grupos de
    presión anticlerical conformados por sindicalistas y
    militares que hacían inevitable el posterior
    enfrentamiento.

    El antecedente más inmediato que hizo perder la
    confianza de los católicos en el gobierno fue,
    como ya también vimos, el intento de establecer una
    Iglesia mexicana cismática en febrero de 1925. A principios de
    1926 Calles hizo reformar el Código
    Penal. La nueva legislación tipificaba las infracciones en
    materia de
    cultos como delitos de
    derecho común. Cuando la nueva ley entró
    en vigor, los obispos mexicanos suspendieron el culto
    público en respuesta, el 31 de julio de 1926. Las
    multitudes se hacinaron en las iglesias para recibir los
    sacramentos.

    Antes de seguir avanzando, revisemos matizadamente los
    distintos grupos ad
    intra
    de la Iglesia. Veremos cómo los cristeros no
    fueron: gentes de iglesia, católicos políticos,
    lacayos de los obispos ni instrumentos de la Liga.

      1. Al decidirse los obispos por la resistencia al gobierno, contaban con la
        fidelidad de los católicos, y no se frustraron sus
        esperanzas. Su actitud fue un factor esencial de
        movilización, de exaltación. Los obispos
        predicaban indiscutiblemente la resistencia, pero la
        pasiva y pacífica. Cuando se suspendió el
        culto, los prelados exhortaron a los católicos a
        abstenerse de toda manifestación que pudiera
        provocar desórdenes.

        1. Una vez que surgió el movimiento "cristero", la Iglesia
          reaccionó muy prudentemente y primero en el
          plano teológico. Numerosos jefes cristeros
          acudieron a consultar a sus párrocos en cuanto
          a la legitimidad del levantamiento, y éstos
          transmitieron la consulta a sus obispos o a los
          teólogos romanos. En agosto de 1926 la
          respuesta recordó la doctrina que valida el
          tiranicidio –ya expuesta en sesiones
          anteriores–, pero también aclaraba que
          no había llegado a México ese caso.
          Semanas después el Episcopado mexicano a
          petición de la Liga no condenó el
          movimiento, pero tampoco le brindó todo el
          apoyo (moral, castrense y económico)
          solicitado.

          Esta respuesta doble (validez del
          tiranicidio y no pronunciarse sobre su
          aplicación a las circunstancias concretas de
          México) fue sostenida por los obispos y por
          Roma al inicio del conflicto. Pero la actitud
          del Vaticano se transformó poco a poco en
          opuesta al movimiento armado en la medida en que no
          marchaba en el sentido de las negociaciones políticas con el
          gobierno.

        2. Una cuestión
          teológica
        3. Unas conductas
          prácticas

        En junio de 1926 no hubo unanimidad entre los 38
        obispos sobre la cuestión del registro de los sacerdotes ante el Estado.
        En este punto y respecto a los combatientes hubo
        básicamente tres posturas: la mayoría de
        los prelados dejó en toda libertad a los fieles de defender, como
        mejor les pereciera, sus derechos
        (perseverancia en la vía constitucional); una
        docena (Chihuahua, Cuernavaca, Huajuapan, Morelia,
        Papantla, Zamora, Puebla, Querétaro, Saltillo,
        Veracruz) de obispos negó a sus fieles el derecho
        de levantarse (resistencia pacífica hasta el
        martirio); y tres (Durango, Huejutla y Tacámbaro)
        los alentaron a tomar las armas
        (resistencia activa-política) y colaboraron con
        ellos mediante el envío de dinero
        y armamento.

        El obispo de Colima y el arzobispo de
        Guadalajara estuvieron más cerca de los cristeros,
        pero nunca tuvieron responsabilidad de colaborar con ellos. Se
        fueron al campo a administrar su diócesis, a
        celebrar, a enseñar y a compartir la misma vida de
        privaciones y angustias que los combatientes.

      2. Los obispos, Roma y la
        lucha armada

        1. Muchos sacerdotes trabajaron activamente
          contra los cristeros y de manera aun más
          eficaz que los soldados federales. No faltó el
          cura violentamente hostil; el que los amenazó
          con la excomunión; tampoco el que
          calificó de "robavacas" y enemigos de la
          patria a los cristeros.

          En Coahuila y San Luis Potosí todos
          los sacerdotes trataron de impedir los
          levantamientos. Semejante oposición se
          atestigua en Guanajuato, sur de Guerrero, Morelia,
          Puebla, Oaxaca, Querétaro, Zacatecas y Zamora.
          Actitudes que sin duda cuestionaron a
          los levantados: «Los alzados queríamos
          preguntarles por qué siendo verdad que no
          había más camino que poner la otra
          mejilla a los soldados de Calles, ellos no iban a
          entregarse para que de una vez los
          martirizaran».

        2. Activamente contra los
          cristeros

          La inmensa mayoría de los sacerdotes
          estuvo pasivamente contra los cristeros: abandonaron
          sus parroquias, huyendo al extranjero y a las grandes
          ciudades, donde la persecución no llegaba
          jamás hasta la
          muerte y se limitaba generalmente a simples
          vejaciones. Millares de sacerdotes pasaron tres
          años en una situación
          incómoda a veces, confortable más
          frecuentemente, alojados en casa de los
          católicos acomodados, en casa incluso de los
          perseguidores, celebrando en privado. El gobierno
          aprovechó esta situación y trataba de
          quebrar la resistencia del clero con el
          señuelo de las ventajas del
          acomodo.

          A los sacerdotes aprehendidos en el campo se
          les fusilaba con un sadismo refinado. Se tiene la
          certeza de que entre todos fueron 90 los sacerdotes
          ejecutados. Después de las primeras
          ejecuciones, en 1927 los prelados ordenaban a sus
          sacerdotes que abandonaran sus parroquias, no
          quedando en ellas sino los voluntarios.

          Así, en esos tres años, la
          mayoría del clero quedó reunido en el
          Distrito Federal y otras grandes ciudades mientras
          los campos permanecían literalmente
          abandonados. En Morelia y Zamora el clero
          entregó las iglesias a los comités
          municipales por orden de sus obispos.

          Ya para febrero de 1929, 2600 sacerdotes se
          registraron ante la Secretaría de
          Gobernación, o sea casi la totalidad de los
          sacerdotes residentes en la República en dicha
          fecha.

        3. Pasivamente contra los
          cristeros

          Alrededor de 100 sacerdotes eran voluntarios
          y se negaron a abandonar su rebaño en el
          momento de la persecución y en presencia de la
          muerte, sobre todo en Guadalajara y
          Colima. No se mezclaban con los cristeros, y si los
          ayudaban era mediante la
          administración de los sacramentos.
          Trabajaban de noche, se escondían de
          día. Bautizaban, casaban y confesaban cien
          veces más, por decir, que antes de la
          guerra.

          Una vez finalizada la guerra, este grupo de sacerdotes logró
          llevar a los cristeros a la obediencia e impedir el
          cisma que se veía venir por los "arreglos"
          logrados por los clérigos hostiles al
          movimiento.

        4. Los voluntarios

          15 sacerdotes fueron capellanes (no
          autorizados) de los cristeros, 25 estuvieron de
          alguna forma implicados (sin acompañar ni
          pertenecer) en el movimiento, 5 tomaron las armas. Su
          argumento era que sus parroquias se habían
          vuelto ambulantes y armadas, y su párroco las
          acompañaba, sin más.

        5. Los partidarios de los
          cristeros
        6. Sacerdotes
          combatientes

        De las filas del clero, pues, salen dos jefes de
        guerra y tres soldados: el señor cura Aristeo
        Pedroza y el padre José Reyes Vega, de
        Tototlán, ambos llegaron al grado de general. El
        cura siguió administrando su parroquia durante la
        guerra. "El tristemente celebre padre Vega" había
        sido un sacerdote de vocación forzada que
        celebraba los sacramentos con botas de montar y espuelas
        y dejaba las pistolas sobre el altar, de instinto asesino
        y mujeriego.

        Entre los soldados están Pérez
        Aldape, llamado "el imbécil", el párroco
        Carranza, cura de Tlachichila, y Leopoldo Gálvez,
        apodado "el Padre Chiquito".

      3. Los sacerdotes
        y la guerra

        La Liga Nacional de la Defensa de la Libertad
        Religiosa nació en 1925 como reacción de
        los católicos al establecimiento de la iglesia
        cismática de la Soledad e inmediatamente se
        convirtió en un movimiento político que
        creció ampliamente agrupando a los miembros del
        existente Partido Católico Nacional, a la juventud combativa de la Acción Católica Juvenil
        Mexicana (ACJM), a organizaciones piadosas, sociedades de beneficencia, sindicatos de trabajadores y grupos de la
        buena sociedad.

        Rápidamente la Liga encabezó toda
        una multitud (juntó dos millones de firmas) y
        pasó de la defensiva a la ofensiva, con la
        intención firme de tomar el poder y ejercerlo por
        entero. Entre 1925 y 1926 llevó un combate legal
        no violento (inspirado en otros similares en el mundo),
        pero Calles no se inclinó ante la opinión pública. Así,
        la Liga aprovechó el surgimiento de los primeros
        levantamientos espontáneos pensando que con ellos
        llegaría al poder. En ese agosto de 1926 varios de
        los grupos que la fundaron se retiraron de ella (como los
        Caballeros de Colón, las Damas Católicas o
        la Adoración Nocturna).

        1. La Liga reclutaba todos sus jefes en las
          clases medias urbanas: juristas, ingenieros,
          médicos, funcionarios del gobierno y hombres
          de Iglesia o vinculados a la Iglesia. Estos jefes
          contaron con el apoyo de algunos militares del
          antiguo ejército federal, quienes reclutaron
          al general Enrique Gorostieta, y con el de
          jóvenes estudiantes (militantes de la ACJM),
          estos últimos se hicieron de los mandos
          medios e inferiores.

        2. Reclutamiento y
          organización

          En la dirección de la Liga el
          Comité Directivo estaba en contacto con las
          dos zonas y enviaba delegados, provistos de poderes
          militares y civiles, para controlar o aplicar sus
          instrucciones. El CD
          cambió en varias ocasiones. El Comité
          Especial estaba en contacto con las comandancias
          militares regionales y era el encargado del
          espionaje, la acción directa, las municiones
          (compradas a los federales en la Ciudadela), las
          operaciones militares, las escasas
          finanzas (bonos, cotizaciones, donativos) y los
          socorros. Pero la Liga no fue capaz de dar a los
          cristeros aquello que necesitaban: jefes, armas,
          municiones y una organización.

        3. La dirección de la
          Liga

          La Liga se atribuía como
          héroes protectores a Morelos, Iturbide, Lucas
          Alamán, Miramón y Mejía, y
          execraba al imperialismo norteamericano en,
          según ellos, sus tres manifestaciones: los
          liberales mexicanos (y sus Leyes de Reforma), los masones y los
          protestantes yanquis. A este antiimperialismo le
          acompañan un hispanismo y un nacionalismo ferviente, el
          sueño de una sociedad justa, católica,
          jerárquica y cooperativista.

          Lo anterior se plasma también en el
          Plan de Los Altos, lanzado por el general
          Gorostieta el 28 de octubre de 1928, el cual anuncia
          un programa político,
          económico y social, consistente en retomar la
          Constitución del ’57, pero sin la Leyes
          de Reforma y con un marcado feminismo y populismo.

        4. Ideología de la
          Liga

          La decisión de dirigir la guerra que
          espontáneamente había comenzado el
          pueblo se tomó de prisa, sin debate ni preparación. Durante
          meses las actividades de la Liga se habían
          restringido a la propaganda, a la defensa de los
          derechos, de las libertades y de las
          garantías, un boicot (que no logró
          implementar) y a juntar firmas (dos millones, algo
          nunca visto en México) para pedir un
          referéndum (que sabían bien nunca se
          efectuaría) contra los artículos
          3°, 5°, 24, 27 y 130
          constitucionales.

          En ese ambiente, por falta de perseverancia y
          de imaginación política, excesivamente
          optimistas, queriendo una victoria definitiva y
          radical optaron por la fuerza en septiembre de 1926 y para
          noviembre hicieron la consulta teológica al
          Episcopado.

        5. La decisión

          En diciembre de ese mismo año, la
          Liga pasó a sus jefes locales la consigna de
          un levantamiento general en toda la nación el día 1° de
          enero de 1927 que estaría apoyado por un
          ejército de invasión venido de los
          Estados Unidos. Esta demencial
          consigna estuvo basada en las muchas promesas del
          señor Capistrán Garza, quien entre sus
          mentiras garantizaba millones de dólares
          suministrados por asociaciones religiosas y ricos
          petroleros. Una vez ocurridos numerosos y masivos
          levantamientos, la Liga mandó el siguiente
          telegrama: «Si petroleros dan dinero manden
          luego». Aunque para abril Capistrán
          Garza fue depuesto de su encargo, la Liga no puso en
          duda su palabra. Los obispos sí, y, salvo dos
          o tres, retiraron definitivamente su apoyo a la
          misma.

        6. Castillos en el aire

          Desacreditada ante Roma y ante los obispos,
          abandonada por los católicos norteamericanos y
          los católicos mexicanos ricos, la Liga
          siguió buscando su salvación por medio
          de las más locas intrigas. Así,
          hicieron fracasar el proyecto político de
          "Unión Nacional", que buscaba una salida
          política a la situación, argumentando
          que le hacía el juego al imperialismo yanqui.
          Más contradictoriamente aún, la Liga
          estuvo dispuesta a solicitar la intervención
          militar norteamericana.

        7. Intrigas políticas

          Los jefes de la Liga se portaban con
          verdadera estupidez política. En vez de buscar
          alianzas con los jefes honrados de la
          revolución se empeñaban en dar a su
          rebelión un carácter marcadamente religioso
          que no evitó entre ellos mismos las divisiones
          más desastrosas. Con Gorostieta, por ejemplo,
          la Liga no cesó jamás de jugar un doble
          juego: le temía y le envidiaba su
          prestigió creciente. También se
          movieron para destruir la Unión Popular (la
          "U") y las Brigadas Femeninas de Santa Juana de Arco,
          organizaciones que constituían la fuerza del
          movimiento cristero.

        8. La guerra intestina

          Las pretensiones imperialistas de la Liga,
          pues, fueron tanto más catastróficas
          cuanto que no estaba preparada para hacer frente a la
          situación y no había aprendido nada en
          tres años. La Liga, por ejemplo,
          distribuía con facilidad los grados de coronel
          y general; nunca se organizó para hacer llegar
          municiones a los cristeros; despilfarró
          cientos de miles de pesos que los mismos cristeros
          habían reunido centavo a centavo; daba
          instrucciones sin conocer la geografía; y otros desaciertos
          que llevaron a muchos combatientes a la
          muerte.

        9. El papel militar de la
          Liga
        10. Conclusiones
      4. La Liga Nacional de la Defensa
        Religiosa
    1. Gente de Iglesia,
      católicos y cristeros
    • La Liga no hizo, militarmente hablando, más
      que una cosa buena: el nombramiento de Gorostieta a la cabeza
      de los Altos de Jalisco, y después de toda la "Guardia
      Nacional". Aunque lo hizo a regañadientes y se
      arrepintió.
    • La Liga se consagró a la política, hizo
      todo lo posible por impedir la conclusión de la paz, sin
      hacer nada para asegurar la victoria.
    • Esto le costó el desacreditarse a los ojos de
      Roma y de la mayoría del Episcopado.
    • Los ligueros, ajenos al universo de los
      cristeros, se limitaron a aguardar durante tres años a
      que éstos les hicieran el trabajo
      rudo.
    • Los cristeros habían sentido siempre la
      necesidad de un movimiento urbano, nacional, centralizado, que
      los guiara. La Liga no fue capaz de responder a sus
      necesidades.

        1. Desde el día en que el Episcopado
          anunció su decisión de suspender el
          culto público, empezó a ir gente a las
          iglesias para arreglar sus conciencias. Incluso
          aquella que no lo acostumbraba. La gente no lograba
          entender la ley dada a conocer y ejecutada tan de
          pronto y les causaba pesar el pensar que los
          sagrarios estarían vacíos. La noche del
          31 de julio de 1926 hubo exposición con el
          Santísimo y misa solemne a las 12 de la noche.
          Los templos fueron insuficientes para dar cabida a
          las inmensas multitudes de fieles. El sentir era
          extraño y en general doloroso. Sin embargo,
          aunque las puertas de los templos permanecieron
          abiertas, el traumatismo experimentado la noche del
          31 de julio, con su pesadilla, es el origen directo
          de la insurrección.

        2. El 31 de julio: último día
          de cultos

          Los obispos habían movilizado los
          ánimos desde la semana de Pasión de
          1926 cuando habían hecho penitencia para pedir
          misericordia. Posteriormente declararon que no
          debía usarse la religión como bandera
          política ni como pretexto para un
          levantamiento armado y pidieron que sus fieles se
          abstuvieran de toda manifestación que pudiera
          provocar desórdenes.

          Por las leyes reformadas, el gobierno
          había ordenado a las autoridades municipales
          que no devolviesen jamás las iglesias, que
          cerraran y sellaran todos los edificios anexos a los
          templos y, finalmente que les hicieran inventario (en agosto) antes
          entregarlos a unos comités y de abrirlas al
          público.

          Los obispos prohibieron a los
          católicos, bajo pena de entredicho, pertenecer
          a dichos comités municipales y volver a entrar
          en esos templos. Sólo los católicos de
          Sinaloa y Coahuila pudieron reabrir sus iglesias sin
          incidentes, porque en el resto del país el
          pueblo vio en los inventarios una profanación y
          reaccionó con extrema violencia sin que nadie
          ajeno lo instigara a ello. El gobierno y la iglesia
          habían desestimado que esto sucediera. Cuando
          los militares reprimieron salvajemente los disturbios
          la gente vio en ello la confirmación de la
          tiranía.

          En el curso de estos meses, mientras la
          esperanza de vencer pacíficamente iba
          disminuyendo, un espíritu nuevo tomaba cuerpo
          y se necesitaba cada vez más la toma
          de decisiones. Algunos pueblos comenzaron a
          custodiar ellos mismos sus templos, organizar
          peregrinaciones y rezos de viacrucis y rosarios. No
          faltó el juramento, prestado sobre la bandera
          mexicana, de morir por Cristo Rey.

        3. La
          movilización
        4. Los levantamientos de
          1926

        El primer levantamiento se dio en Oaxaca el
        mismo 31 de julio, luego otro en Acámbaro. En
        Guadalajara, el 3 de agosto, el ejército
        desalojó con extrema violencia el Santuario de la
        Virgen de Guadalupe. Así hubo en ese mes otros
        levantamientos: en Ecatzingo, en Puebla, en Oaxaca, en
        Cocula, en Sahuayo (Michoacán), en Chalchihuites
        (Zacatecas).

        En septiembre hubo levantamientos en Jalisco:
        Bolaños, Juchitán y Teocaltitlán,
        Tonalá; en Guanajuato: Yuriria; en
        Michoacán: Ciudad Hidalgo, La Piedad,
        Maravatío, y Pénjamo; en Durango: Santiago
        Bayacora; y en Guerrero: Chilapa.

        En octubre se levantaron ocho pueblos en
        Jalisco, y otros más en Michoacán y
        Guanajuato. En Oaxaca el levantamiento de Huajuapan de
        León fue el único, pero éste
        permitió que no hubiera persecución
        posterior en todo el Estado. Las tropas y la
        policía fusilaban y ahorcaban no sólo a las
        personas que tomaban parte directa en los levantamientos,
        sino también a quienes los ayudaban y a todos los
        que tenían por sospechosos. Este es también
        el mes en que el Arzobispo de Guadalajara,
        Monseñor Orozco, es citado en la Secretaría
        de Gobernación, cita a la cual nunca acude, sino
        que le motiva a echarse al campo para intentar impedir
        que se levantaran sus fieles.

        En noviembre se levantan en Jalisco: San Juan de
        los Lagos, Tepatitlán, Tlajomulco, Totatiche,
        Villa del Refugio y Zapotlanejo; y en Zacatecas:
        Chalchihuites y Sombrerete. En Aguascalientes los
        cristeros atacaron el pueblo de Calvillo, lo mismo le
        pasó al de Santa Catarina, en Guanajuato, y al
        Mezquital en Durango.

        Ya en diciembre los cristeros tienen buenos
        triunfos: 41 soldados federales muertos, y dejaron al
        general Arenas herido gravemente. En Guerrero hubo unos
        pocos levantamientos. Pero las fiestas de la Virgen de
        Guadalupe aumentaron la exaltación. En Guadalajara
        la multitud delirante grataba: « ¡Viva la
        Virgen de Guadalupe! ¡Viva el Papa! ¡Viva el
        Arzobispo!». Y cuando en Tequila y Ayutla unas
        procesiones fueron dispersadas a tiros, el pueblo se
        levantó.

        A pesar de todo, en estos meses el levantamiento
        en Jalisco no había alcanzado su máximo
        nivel dado que el beato Anacleto González Flores
        no había consentido, por su experiencia personal, por su conducta política y por las
        órdenes del arzobispo, que se levantara en armas
        ni un solo hombre
        de la Unión Popular. Pero el beato cambió
        su postura a fines de diciembre debido a que la Liga
        ordenó el movimiento armado y porque esa fue la
        voluntad de los militantes de su Unión.

      1. La incubación: 31 de julio a 31 de
        diciembre de 1926

        1. En los primeros días de enero, sin
          que sea posible precisar la fecha aproximada, toda la
          zona controlada por la Unión Popular, o sea el
          estado de Jalisco y las zonas limítrofes de
          Nayarit, de Zacatecas, de Guanajuato y de
          Michoacán, obedeció la orden de
          levantamiento general decidido por todos los
          delegados de la UP, unos días antes. Estos
          jefes habían hecho juramento «sobre el
          Santo Cristo de defender su Santa Causa de Cristo Rey
          y de Nuestra Señora la Virgen de Guadalupe
          hasta vencer o morir». En Nochistlán,
          por ejemplo, la gente de los ranchos comenzó a
          unirse por grupos de hasta 15, dejando a sus esposas,
          con machetes y rifles viejos con tres tiros ("Dios
          proveerá"), cantando versos a la Virgen de
          Guadalupe y eran despedidos por sus familias al borde
          de los caminos. Muchos de estos primeros grupos, en
          su inocencia y falta de experiencia, fueron
          rápidamente vencidos, aplastados, por el
          ejército.

          Muchas otras poblaciones se sublevaron, sin
          dudarlo, luego de las atrocidades de los federales.
          Por ejemplo, Tamazulita se sublevó el 17 de
          enero, luego de que el gobierno había hecho
          ahorcar a su vicario, el P. José Genaro
          Sánchez, que murió prediciendo que los
          federales no ganarían un solo combate, lo cual
          ocurrió efectivamente en la zona. Se dice que
          la
          tierra tembló cuando murió, que el
          verdugo se quedó paralítico del brazo
          para siempre y que el coronel y el capitán que
          ordenaron la ejecución perecieron en el primer
          combate. Existen narraciones sobre un peón
          analfabeto apodado "el 14" que alcanzó fama a
          la Robin Hood. Y así hay muchas historias por
          el estilo.

        2. El levantamiento en masa de la
          Unión Popular

          No obstante la presencia de numerosas tropas
          en Guerrero desde hacía 7 meses y la dura
          campaña que se había hecho contra los
          insurrectos, hubo allí varios alzamientos en
          enero. Lo mismo en Colima, Coahuila Guanajuato y
          Zacatecas. En el estado de México, antiguos
          zapatistas tomaban las armas y como llegaron hasta
          Tlalpan el ejército respondió
          desproporcionadamente y hasta bombardeó
          aéreamente el Ajusco. En Michoacán
          sólo hasta la primavera se produjeron
          levantamientos en masa.

        3. Levantamientos
          aislados
        4. La suerte de los levantamientos de
          1926

        En enero de 1927, multitudes movidas por la
        creencia en el levantamiento general en toda la
        república y seguras de obtener la victoria en tres
        semanas trataban de repetir la toma de Jericó,
        emblema, por cierto, de la Liga. Pero la Liga
        demostró entonces su inexistencia militar al dar
        una consigna insurreccional, al engañar a los
        jefes de la resistencia cívica y no violenta y al
        llevar a las multitudes al matadero. Los levantamientos
        no se dieron gracias a ella.

      2. La explosión (enero de 1927)

        El ejército federal fue conocido por el
        pueblo como Federación, porque el nombre oficial
        era Fuerzas Armadas de la Federación. En ese
        entonces el ejército mexicano fue uno con el
        gobierno (era la Federación misma) y en el
        conflicto religioso emprendió su propia guerra
        religiosa. Así, algún soldado fue fusilado
        por llevar un escapulario al cuello, algún otro
        murió exclamando: "¡Viva el diablo!" y
        algunas tropas iban a combate al grito de: "¡Viva
        Satán!".

        1. El ejército sacó buena tajada
          del presupuesto nacional y para 1929 su
          asignación ascendió a 125 millones de
          pesos (45% del total) y aún querían
          más.

        2. El presupuesto

          La cifra de efectivos militares para 1929
          puede calcularse al inicio de la guerra en 79,759 y
          para su final en 59,596 hombres, variación
          debida a deserciones y a fallecimientos. A esta cifra
          habría que sumarle la de los cuerpos
          auxiliares (estatales, policías y
          agraristas).

        3. Los efectivos

          Los requisitos para ingresar a la
          Federación eran: tener entre 21 y 35
          años; medir al menos 1.50 m de estatura
          (infantería) y 1.62 m (caballería);
          ingresar libremente por al menos 3 años. Como
          pocos cumplían alguno de estas condiciones,
          sobre todo la del carácter voluntario, se
          recurrió numerosas veces a la leva. Mal
          pagados (a la sazón de $1.40 al día),
          mal alimentados, reclutados contra su voluntad, eran
          desertores en potencia. No faltó el obligado
          que se pasó con los cristeros llevando con
          él su arma, sus municiones y su
          caballo.

        4. El reclutamiento

          Los oficiales al inicio de la guerra eran
          14,000, entre los cuales era normal la embriaguez
          descarada, la conducta viciosa y la absoluta
          irresponsabilidad económica. Todo el
          ejército estaba al mando del general
          Joaquín Amaro, "el indio Amaro", secretario de
          Guerra, de origen carrancista, había nacido
          hijo de un peón de Zacatecas, logró
          casarse con una tapatía y usó su
          inteligencia para paliar su absoluta
          falta de educación.

        5. Los oficiales

          La estrategia militar fue sencilla y
          obedeció las reglas de la geopolítica: se
          concentró en dominar las ciudades y las
          vías férreas, los puertos y la frontera, y cruzar, asolando y
          sembrando el terror, los campos. Muchas veces
          evitó el combate y los soldados
          preferían disparar sobre la cadera, lo que
          explica el que hubiera, en general, pocos
          muertos.

          Siguiendo el ejemplo de otros países,
          Amaro decidió organizar sus más
          fructuosas operaciones militares, las llamadas
          "concentraciones". Éstas consistían en
          fijar un plazo de unos días a las poblaciones
          civiles para evacuar determinado perímetro y
          refugiarse en otra localidad prevista. Pasado el
          Plazo, toda persona encontrada en la zona roja era
          ejecutada sin juicio previo. Así pudieron
          apoderarse de las cosechas, incendiaron los
          pastizales y los bosques y sacrificaron con
          ametralladora el rebaño que no cabía en
          el tren.

        6. Los métodos

          El ejército federal fue incapaz de
          vencer, y estuvo hostigado por una rebelión
          cada vez mejor armada y en vías de
          organización, pero le brindó al
          gobierno el tiempo necesario para hacer una paz
          ventajosa.

        7. Los resultados
        8. Las exacciones

        La crueldad y la falta de probidad eran las
        características de muchos oficiales: vejaron a los
        pobladores y saquearon a los pueblos, vendían
        municiones a los cristeros. Pero por cada campesino pacífico que colgaban,
        muchos que permanecían tranquilos labrando sus
        tierras se levantaban.

      3. La respuesta del Ejército
        Federal

        1. Luego de la sorpresa de la guerra la
          Federación reaccionó en la medida de
          sus posibilidades, pero su actuación estaba
          condenada a perpetuarse en vano, porque no bien se
          marchaban las columnas, los alzamientos se
          repetían. No pudo vencer a los cristeros ni a
          la Iglesia por imprevisión y negligencia en el
          surgimiento de la situación, por razones
          geográficas y por falta de tropas.

          Esquemáticamente, la guerra de los
          federales se desarrolló así: en el
          cuartel general (ya sea en Colima, Guadalajara,
          Durango o Chilpancingo) se tenía noticia de
          que una partida cristera se había apoderado de
          una plaza; se embarcaban unas unidades en tren, se
          telefoneaba a las unidades en operaciones y a las
          guarniciones de los alrededores y, a marchas
          forzadas, corrían sobre los rebeldes. Una vez
          pasado el peligro, con o sin combate, marchaban de
          nuevo a la ciudad. Y como al mantener destacamentos
          por doquier se dividían peligrosamente los
          efectivos, estos se desmoronaban
          continuamente.

        2. La
          Federación
        3. Los cristeros

        Ante la situación de la
        Federación, el pueblo vislumbró el éxito del movimiento y
        participó en éste activamente. A fines de
        julio cerca de 20,000 hombres andaban levantados en armas
        y actuaban espontáneamente y sin
        organización.

      4. La respuesta de la Federación y la de los
        cristeros

        1. El general huertista Enrique Gorostieta,
          indiferente ante la religión
          (agnóstico) y a veces hostil a la Iglesia
          (liberal), fue propuesto en julio de 1927 por la Liga
          como jefe supremo del movimiento cristero, que hasta
          ese momento había carecido de uno. De hecho,
          entró como mercenario (3,000 pesos oro mensuales de por medio), buscando
          el placer de la aventura y la venganza contra
          Obregón y Calles que habían disuelto el
          ejército.

          Gorostieta trabajó infatigablemente
          para recuperar el tiempo perdido, sobre todo en la
          táctica de guerra de guerrillas y se
          volvió, a su manera, cristiano en medio de sus
          cristeros –los mejores soldados que ha tenido
          México, a su parecer–, de quienes, por
          cierto, se ganó también sus
          corazones.

        2. Gorostieta
        3. Balance de un año de
          guerra

        En octubre y noviembre de 1927, el
        ejército se replegó a Veracruz y los
        cristeros llegaron a ser muy fuertes en Jalisco. Para
        enero de 1928 se puede calcular un aproximado de 25,000
        cristeros en armas, en Aguascalientes, Guanajuato,
        Jalisco, México, Michoacán, Morelos,
        Nayarit, Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Veracruz y
        Zacatecas.

        A mediados de 1928, los cristeros no
        podían ya ser vencidos, lo cual constituía
        una gran victoria; pero el gobierno, sostenido por la
        fuerza norteamericana, no parecía a punto de caer.
        Es entonces cuando, en julio, se da el asesinato de
        Obregón, por manos del católico León
        Toral.

      5. La consolidación (julio de 1927 a julio
        de 1928: de la llegada del general Gorostieta a la muerte
        de Obregón)

        Durante siete meses, los revolucionarios se
        dividen: entre la facción obregonista que vio
        frustrada su carrera de regreso al poder y la
        facción callista. Esta división y el tiempo
        que implicaba una reorganización social obraban a
        favor de los cristeros.

        En este tiempo el general Gorostieta estuvo
        luchando en Guanajuato y Los Altos. En la zona del
        Regimiento "Gómez Loza" la lucha marchó muy
        bien y hasta tuvo que crear un segundo Regimiento, y puso
        ambos bajo el mando del padre Vega, quien pasó a
        ser general. Los de Gorostieta llegaron a estar en las
        afueras de Guadalajara y seguían la lucha en
        Michoacán. En ese agosto de 1928 la iniciativa y
        la ofensiva eran ya de los cristeros.

        En octubre sólo en Jalisco los combates
        fueron 78, en diciembre 114 y en enero 135. En noviembre,
        cuando, previendo una reconcentración militar en
        la zona, los cristeros recogieron y resguardaron las
        semillas de los campesinos con tal probidad que todo
        ladrón fue fusilado, la ofensiva militar
        fracasó y resultó contraproducente:
        sólo logró que el espíritu de
        resistencia saliera engrandecido. En enero atacaron hasta
        al tren presidencial y en febrero entraron a Guadalajara,
        Zapopan y Tlaquepaque y allí organizaron
        secuestros para financiarse con lo de los
        rescates.

        La influencia de Gorostieta fue tanta que
        comenzó a consultársele su opinión
        sobre muchos temas de interés nacional y hasta el
        presidente Portes Gil quiso, en febrero, entablar
        diálogo oficial con él, pero
        no se logró debido a que la Liga lo
        bloqueó. Por su parte, el general estaba seguro
        de llevar la lucha y el movimiento a un lugar
        digno.

        En marzo de 1929, la división
        llegó por los generales Manzo y Escobar, quienes
        se rebelaron contra el gobierno de Calles-Portes Gil con
        los jefes militares de Chihuahua, Coahuila, Durango,
        Sonora y Veracruz, y allí abolieron la
        legislación de Calles y establecieron un pacto con
        Gorostieta.

      6. De la muerte de Obregón al Putsch
        escobarista (agosto de 1928 a febrero de 1929)

        1. Para enfrentar la rebelión
          escobarista, el mismo Calles se hizo nombrar
          secretario de Guerra, y movilizó 35,000
          hombres hacia la zona rebelde, abandonando el centro
          occidente a los cristeros.

        2. De la rebelión escobarista al
          licenciamiento

          Así, pues, desde el 3 de marzo hasta
          el 15 de mayo de 1929, los cristeros aplastaron a las
          tropas auxiliares abandonadas por la
          Federación y se apoderaron de todo el oeste,
          de Durango a Coalcomán, exceptuando las
          ciudades grandes, y haciendo que decir al presidente
          Portes Gil que era vital encontrar un arreglo con la
          Iglesia.

        3. La gran ofensiva de los cristeros:
          marzo-abril de 1929

          Calles, sin embargo, siguió
          combatiendo a los cristeros quienes, en todas partes,
          se esfumaban y dejaban pasar las columnas federales,
          manteniéndose a la defensiva. Gorostieta
          murió accidentalmente en Michoacán, en
          la coincidencia de una serie de situaciones muy
          raras, y sin embargo su muerte no tuvo ninguna
          consecuencia militar, pues el contraataque federal no
          dio resultado alguno.

        4. El contraataque
          federal
        5. La presión de los cristeros: mayo,
          junio y julio de 1929
      7. Apogeo del movimiento cristero (de marzo a
        junio de 1929)

      Tras la muerte de Gorostieta el padre Aristeo
      Pedroza pasó a ser el jefe supremo de los Altos, el
      general Degollado jefe de la Guardia nacional y José
      Gutiérrez encabezó la División del
      Sur.

      El 4 de julio se recibieron las primeras noticias
      de los "arreglos", el 12 se comienza a negociar el
      licenciamiento de los cristeros y los últimos combates
      terminaron hasta el 17.

    1. La Guerra de los
      cristeros

        1. Una vez que el gobierno se encontraba ya
          bastante derrotado y sin esperanzas de acabar con los
          cristeros, cedió ante un arreglo que
          permitió que los templos ejercieran el culto y
          logrando que las hostilidades fueran suspendidas de
          inmediato y para agosto se llevó a cabo el
          licenciamiento de los combatientes,
          otorgándoseles garantías y
          salvoconductos.

          A los cristeros, que no creyeron de entrada
          la noticia, bajo la doble presión del pueblo y
          del clero, no les quedó más que
          inclinarse amargamente.

        2. El licenciamiento
        3. Las reacciones a los
          "arreglos"
      1. De la Iglesia del silencio al silencio de la
        Iglesia: los "arreglos"
    2. Los
      arreglos

    Los "arreglos" se alcanzaron el 21 de junio de 1929 por
    parte del obispo Leopoldo Ruiz y Flores, delegado
    apostólico, y del arzobispo Pascual Díaz y Barreto,
    Primado de México. En estos se prometía la paz y la
    devolución de todo lo robado, de los seminarios, y las
    iglesias.

    La gran mayoría del pueblo estuvo contenta con
    los "arreglos", de los cuales desconocía sus contenidos
    exactos porque habían sido pactados oralmente, y se
    habían logrado en parte por los oficios de la embajada
    norteamericana. También la inmensa mayoría de los
    obispos fue favorable a los mismos al principio, pero como pronto
    se dividieran sus posturas, prohibieron, por instrucciones de
    Roma, que se hablara, se escribiera y se pensara en aquellos. Y
    es que algunos prelados pensaron que en las negociaciones
    hubieran podido aprovechar el pánico
    gubernamental para dejar en absoluta libertad a la
    Iglesia.

    El arzobispo de Guadalajara, que nunca favoreció
    ni el movimiento ni los "arreglos" y que hasta impuso la censura
    a sus sacerdotes que protestaron, fue conducido por los prelados
    negociadores a una entrevista con
    el presidente Portes Gil, quien le manifestó que los tres
    habían decidido que debía abandonar el país.
    El obispo de Huejutla también fue condenado al
    destierro.

    La Liga, por su parte, afirmó que a la Iglesia le
    hizo más daño el
    servilismo cortesano de los obispos que las persecuciones
    más sangrientas. Hizo severos cuestionamientos, sobe todo
    porque los "arreglos" no rectificaron las leyes ni las
    prácticas establecidas, simplemente permitieron que se
    reanudaran los cultos de acuerdo con las leyes vigentes y que
    además ni fueron respetados. E implantaron el mito de la
    traición, al papa y a los mexicanos, de los dos
    negociadores, y en su muerte rápida vieron un castigo
    divino.

    Y, a decir de los cristeros, «llegó el
    desbarajuste de los arreglos y cada quien fue hijo de su
    madre», pues vivieron un desconcierto tremendo y sintieron
    los mismos como una capitulación impuesta por la Iglesia a
    ellos que eran un ejército victorioso.

    El ejército inició una política de
    construcción de carreteras y caminos (con
    fines militares como lección de la guerra), e
    implantó destacamentos de un capitán y 50 hombres
    en cada pueblo. Y, sobre todo, comenzó una
    carnicería: el asesinato sistemático y premeditado
    de todos los jefes cristeros, casi 1,500 asesinatos en total, con
    el fin de impedir cualquier reanudación del
    movimiento.

    El gobierno no cambiaría su política sino
    hasta 1938…

     

     

    Carlos Gómez Ruiz

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