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Representaciones de la oralidad en algunos cuentos de Laura Antillano



     

    Resumen

    En este artículo se estudia la poética
    particular de Laura Antillano partiendo de la relación
    existente entre oralidad y escritura, relación que
    últimamente ha sido objeto de diversos estudios. Se
    demuestra entonces cómo tal relación forma parte del
    proceso de renovación de
    la literatura venezolana y
    cómo la autora a lo largo de su obra ha desarrollado una
    poética particular, en la cual el recurso de la oralidad
    viene a validar la palabra, partiendo de las condiciones verbales
    de sujetos propios de la periferia y por tanto de la
    enunciación narrativa que semeja el habla
    coloquial.

    Palabras clave: oralidad / escritura, Laura
    Antillano.

     

    Abstract

    This article studies Laura Antillano’s narrative
    style considering the relationship between written and oral
    language that has been object of different studies. The article
    shows how this relationship forms part of the process of renewal
    in the Venezuelan literature and how throughout her literary work
    the author develops a particular style where the oral language
    acts as a resource to validate the language of the subjects that
    come from the periphery.

    Key words: orality, writing, Laura
    Antillano.

     

    Résumé

    Dans cet article la poétique de Laura Antillano est
    étudiée à par- tir du rapport existant entre
    l’oralité et l’écriture, lequel a
    récemment été l’objet de plusieurs
    études. On démontre donc comment un tel rapport fait
    partie du processus de renouvellement de la littérature
    vénézuélienne, et comment l’auteur a
    développé dans son œuvre une poétique
    particulière, dans laquelle le recours à
    l’oralité valide la parole à partir des
    conditions langagières des individus de la
    périphérie, et par conséquent de
    l’énonciation narrative qui ressemble le parler propre
    à la conversation. Mots clef : oralité-écriture,
    Laura Antillano.

     

    En el texto de una memorable
    conferencia presentada en 1978
    en la Universidad de Belgrano,
    ocasionalmente citada en los círculos académicos,
    Jorge Luis Borges afirmaba que
    "los antiguos […] veían en el libro un sucedáneo de la
    palabra oral", acotando que en la contemporaneidad aquellas
    relaciones han sido actualizadas hasta asumir que "el libro es
    una extensión de la memoria y de la
    imaginación". (1)

    De algún modo el célebre escritor argentino
    coincidía con el ensayista mexicano Alfonso Reyes, quien
    consideraba en un artículo —"Lo oral y lo escrito"
    — que la escritura "no es más que un auxiliar
    mnemónico", a partir de lo cual sentenciaba que "la
    literatura es, por esencia, un arte oral, histórica y
    conceptualmente anterior al signo que la recoge". Y agregaba:
    "Hasta el que lee habla interiormente. No digamos ya el que
    escribe" (2). Esas relaciones entre la oralidad y la escritura
    tienen sin embargo antecedentes mucho más remotos que en
    nuestros tiempos han llamado la atención de distintos
    especialistas, quienes en los ámbitos más diversos han
    estudiado el asunto amplia y extensamente en los campos de la
    teoría y de la crítica. Bastaría
    recordar las contribuciones de Jacques Derrida, Paul Zumthor,
    Walter Ong, Martin Lienhard, Daniel
    Mato, Carlos Pacheco, Raul Dorra o Alexandra Álvarez M.,
    entre otros, para confirmar la complejidad que entrañan los
    nexos oralidad / escritura (3).

     

    I

    La idea de buscar esa relación en la narrativa de
    Laura Antillano se me ocurrió al cotejar sus libros de relatos con las
    apreciaciones y comentarios del traductor Bruce Morgan (4), y de
    distintos críticos, que se inquietaron con las trazas de
    oralidad que presentan los cuentos de la escritura venezolana.
    Morgan confesaba sus dificultades para hacer comprensible el
    título La luna no es pan-de-horno para los lectores
    de lengua inglesa. Antes Juan
    Liscano había apuntado, refiriéndose a los primeros
    libros de Antillano, que aquella literatura estaba "escrita en
    lenguaje hablado". (5) Este
    sesgo me pareció atractivo porque en Venezuela, durante mucho
    tiempo, todo rasgo de oralidad
    que pudiera sumarse en la escritura literaria era visto desde los
    prejuicios que en otro tiempo habían condenado las
    manifestaciones criollistas, identificadas con tradicionalismo
    ingenuo, pre-moderno, que acusaba limitaciones y falencias, lo
    cual contrastaba claramente con las cualidades de la escritura de
    Laura Antillano, que en sus diferentes producciones discursivas
    ha desplegado un papel relevante en el proceso de renovación
    de la literatura venezolana (6) desde la década de 1970, en
    la cual constituyó una presencia singularmente activa al
    ofrecer una propuesta franca, desenfadada y transgresiva
    —frente a la pretendida sacralidad de los textos—
    desde la cuidada elaboración escrituraria de su íntima
    subjetividad (7), compartiendo además, en el escenario de la
    literatura escrita por mujeres, un espacio fundamental junto a
    Ana Teresa Torres y a Milagros Mata Gil.

    Ocho libros de cuentos, cinco novelas, tres relatos para
    niños y dos
    volúmenes de ensayos, más una serie de
    artículos dispersos en distintas publicaciones
    periódicas sirven de soporte para avalar aquellas
    consideraciones sobre una obra que ha recibido premios nacionales
    y reconocimientos internacionales que la consolidan también
    en el contexto de América Latina.

    A inicios de la década de 1980, Ángel Rama
    situaba a Laura Antillano entre las más destacadas
    narradoras de nuestro continente, entre las cuales
    sobresalían Elena Poniatowska, Cristina Peri Rossi, Rosario
    Ferré, Tununa Mercado, Liliana Heker y Marta
    Traba 8. Desde entonces vienen aumentando los artículos,
    ensayos, capítulos de libros y trabajos académicos de
    grado sobre las novelas de Antillano, que a la vez empiezan a
    tener reediciones.

     

    II

    Habiendo iniciado su oficio de escritora en
    vínculos con el grupo formado alrededor de la
    revista En HAA, la
    evolución de su
    literatura ha estado conectada al proceso de
    auge internacional que han experimentado la cultura y, en particular, la
    literatura de género, el interés editorial y
    teórico por la literatura dirigida a la infancia y a la juventud y —más
    recientemente— al entusiasmo que ha suscitado la llamada
    "nueva novela histórica
    latinoamericana". (9) A todos esos aspectos les ha dedicado Laura
    Antillano su atención en estudios y ensayos (10) a partir de
    los cuales es posible articular el cuerpo de sus concepciones
    literarias y de su poética particular. (11)

    Tales concepciones giran al rededor de tres núcleos
    esenciales: el tratamiento introspectivo de la intimidad, la
    enunciación del relato desde la mirada femenina y la
    construcción compleja y
    dinámica del tiempo
    histórico, en el cual se funden todos esos elementos,
    integrando una suerte de historia social imaginaria, donde
    es posible perfilar diferencias y alteridades dentro del proceso
    de representación de los sujetos.

    Algunos de estos asuntos han atraído ya el
    interés de cierta crítica literaria, que
    los ha empezado a estudiar en los textos de Antillano con algunos
    resultados estimables, aunque otras dimensiones de su obra han
    sido relegadas, cuando no descalificadas, (12) en comentarios y
    notas sobre sus cuentos y novelas: uno de esos aspectos es
    precisamente el recurso a la oralidad y la enunciación
    narrativa que semeja el habla coloquial, ahora susceptible de
    nuevos estudios, cuando la atención sobre las relaciones
    entre oralidad y escritura ha cobrado renovados impulsos con
    métodos rigurosos y procedimientos analíticos
    productivos, como los propuestos por los autores mencionados
    anteriormente.

     

    III

    Es conveniente hacer notar que los propios títulos
    de la escritora venezolana invocan referencia a espacios,
    momentos, objetos y sujetos relacionados con los elementos de una
    oralidad inmediata o posible:

    a) propia de la infancia [Un carro largo se llama
    tren
    (1975)],

    b) alusiva a las periferias urbanas [Haticos casas
    Nº 20
    (1975)],

    c) representativa de experiencias íntimamente
    afectivas [Dime si adentro de ti no oyes tu corazón partir
    (1983)],

    d) referida a la cultura de masas [Cuentos de
    película
    (1985)], o e) comunicativa de expresiones
    domésticas y populares de Venezuela [La luna no es
    pan-dehorno
    (1988)].

    Y si ese vínculo con la oralidad se percibe, en
    mayor o menor grado, en casi todos sus libros de cuentos, no es
    muy diferente en lo que concierne a sus novelas, cuyos
    títulos también están estrechamente ligados a los
    usos de la oralidad: La muerte del monstruocome-
    piedra
    (1970) tiene ese encadenamiento de palabras enlazadas
    con guiones que convierte tres vocablos en un sólo
    término compacto, un paralexema que simula en la gracia la
    pronunciación rápida y la semántica concentrada del
    habla urbana central de nuestro país; Perfume de
    gardenia
    (1980) apela al título de un conocido bolero,
    registro emblemático de
    la cultura oral masificada, mientras que Solitaria
    solidaria
    (1990) recurre a un mínimo rasgo de cambio fonético, la
    posición t/d, para construir lúdicamente una eficaz
    transformación asociativa que condensa y describe las
    situaciones particulares y características de dos personajes
    femeninos que serán protagónicos en el desarrollo de la novela.

    No soslayamos Diana en la tierra Wayuu (1992),
    una noveleta concebida y elaborada para un público
    adolescente, cuyo recorrido narrativo fue tejido mediante el
    manejo constante de diálogos donde se advierte la presencia
    de rasgos y expresiones de la oralidad regional zuliana, con
    elementos de la etnia wayuu, que habita en la
    península de la Guajira, en los límites con Colombia.

    A todas estas referencias todavía se podría
    agregar el libro de ensayos pedagógicos ¡Ay! que
    aburrido es leer
    (1991), cuyo título es
    irónicamente obvio en lo que respecta a la tensa
    oposición entre oralidad y escritura.

     

    IV

    La recurrencia a tales elementos de la oralidad convoca
    por lo menos la sospecha de que estamos ante una poética que
    valida la palabra, no excluyentemente desde las pautas de un
    canon instituido por la cultura letrada, sino tomando
    también en cuenta las condiciones verbales de unos sujetos
    que se desplazan a través de los bordes periféricos y exploran
    entre sus propios recursos comunicativos las
    opciones espontáneas de nombrar el mundo desde el interior
    de sus vivencias íntimas, al margen de los convencionalismos
    que tiende a imponer el estatuto literario, estético, social
    y académicamente constituido.

    Aquella audacia, que se inició en la escritura de
    Laura Antillano con la edición de La bella
    época
    (1969) y La muerte del monstruocome-
    piedra
    , transgredía las expectativas literarias de
    entonces pues —como apuntaba Juan Liscano— estaba
    "escrita en lenguaje hablado", lo cual imponía según su
    parecer el riesgo de sacrificar las
    posibilidades estéticas del texto.

    Ese tipo de consideraciones no impidió que la
    narrativa de Antillano mantuviera su voluntad de
    experimentación que por una parte fue saludada por José
    Balza y por Armando Navarro mientras que, por otra era leída
    con reservas y prevenciones por críticos como Orlando Araujo
    y Julio Miranda.

    Es a estos modos de recepción a los que aludió
    recientemente Ana Teresa Torres al considerar la narrativa de
    Laura Antillano en estos términos:

    La narración coloquial, así como el
    énfasis en las vivencias

    femeninas tuvo en la crítica una recepción
    ambigua: era a la

    vez vista como un refrescamiento literario, y a la
    vez, como un

    discurso inconsistente y banal. La banalización
    de lo íntimo

    responde evidentemente a esa disociación entre el
    mundo

    familiar y el mundo histórico, entre lo
    público y lo privado,

    donde la domesticidad se considera "femenina", y en
    cierta

    forma intrascendente. Progresivamente, en la medida en
    que la

    crítica ha comenzado a manejar otros referentes,
    se ha

    empezado hacer justicia sobre su trabajo. (13)

     

    Aquí parece conveniente reconocer la propuesta de
    lectura que había
    ofrecido José Napoleón Oropeza en su
    libro Para fijar un rostro (1984), quien —al
    parecer— fue el único que en la década de los 80
    percibió con claridad el proyecto de recuperación
    literaria de la oralidad, y de sus implicaciones, que venía
    trabajando Laura en la narrativa. Así, al comentar la novela
    La muerte del monstruo-comepiedra, Oropeza
    escribió:

    Antillano parte fundamentalmente de sus propias
    vivencias,

    de sus vivencias directas, y procede a
    narrarlas,

    como si estuviera hablando con el lector,
    supuestamente

    no interesada en hacer "literatura", como si no
    tuviese

    intención de novelar, como si quisiera borrar la
    autoría,

    o tal vez como si efectivamente su novela no fuese
    una

    novela sino un diálogo con el lector,
    a través del cual

    todo se va haciendo, todo se va armando…
    (14)

     

    Aparte de algunas críticas que razona Oropeza, le
    corresponde el acierto de haber detectado la manifestación
    textual de esa especie de poética de lo coloquial que
    ha movilizado en parte la narrativa de Laura Antillano, sobre la
    cual ella misma ha proporcionado algunas pistas esclarecedoras en
    entrevistas, artículos y
    ensayos, donde reivindica la posibilidad de narrar desde
    perspectivas culturales y sociales periféricas (mujeres,
    niños, negros, indígenas…), sin despreciar "detalles,
    palabras, imágenes nuevas,
    anécdotas, situaciones imprevistas" que proporciona la vida
    cotidiana para "entrar en el lenguaje" desde la
    espontaneidad de la vivencia misma que —desde su
    perspectiva— permite una mayor destreza para desdoblarse en
    otras voces: "Es una necesidad grave de incursionar en otros
    mundos y en otras vidas, de sentirse capaz de hablar como
    otros. Es un proceso de profesionalización:
    construir un personaje implica un conocimiento del otro y eso
    significa salirte de ti y olvidar tu egocentrismo".
    (15)

    O como lo había declarado en una entrevista para la revista
    Imagen: "esto pasa por convertir la intimidad en hecho
    colectivo" (16). En su testimonio "Doble línea", Laura
    Antillano expuso a grandes rasgos el modo en que fluye el proceso
    de sus narraciones, manifestando su preferencia por el cuento, al que estima como un
    tipo discursivo que permite mayores libertades, puntualizando que
    hay "una lengua para cada cuento" (17). Cada cuento, para ella,
    es "la captación de un instante" que se revela en una
    palabra, una fotografía, un aroma, un
    color, sensaciones, un recorte de
    prensa o los sueños, pero
    procesado "en el mundo interior de la gente", manifestado en
    "varias voces", elaborado en "varias maneras de abordar un mismo
    relato", construido en última instancia "como una unidad
    cerrada". (18)

    "La escritura —ha afirmado Laura Antillano—
    es un hecho que crece con uno", es decir, cada narración
    obedece a un único y delicado proceso de elaboración
    intelectual y de producción textual que
    define las peculiaridades de la escritura, o como ella misma lo
    ha sintetizado: "no puedo construir el texto hasta que haya
    pasado de ser emoción a ser razón". (19)

     

    V

    La apelación a la oralidad en el plano textual de
    un cuento como "La casa Nº 20", del libro Haticos…
    se manifiesta a través de toda una enumeración de
    estímulos de la naturaleza rural tropical
    (árboles frutales: mangos,
    ciruelas, toronjas, guayabas, nísperos, zapotes), las
    acciones campesinas (el
    ordeño, la rutina diaria), las expresiones del habla popular
    cotidiana ("¡Venite Lolola, que tenéis una hermanita
    nueva! ¡Venite para que la veáis!"), en contraste con
    el medio urbano de Maracaibo, con el vecindario de la barriada de
    Los Haticos, las gaitas y contradanzas, las reuniones del fin de
    año familiar con sus dulces y cena navideña (arroz con
    leche espolvoreado de canela,
    dulce de lechoza, ponchecrema; hallaca, pan de jamón y
    especies), la Radio Difusora Maracaibo, las
    canciones de Armando Molero ("La suegra", "El día de tu
    cumpleaños", "El cocotero"…) todo narrado desde la
    perspectiva de enunciación de una muchacha que cuenta desde
    la nostalgia un tiempo y un escenario que se conservan apenas en
    el registro singular de un modo de ver y nombrar desde el
    código popular, pero
    desde el interior de la vivencia, donde los signos de la escritura son
    potenciados para construir la especificidad de un microcosmos
    simple e imaginario que alcanza su cohesión gracias a los
    modos de decir, al simulacro del habla, que conserva las viejas y
    tradicionales festividades que marcan el centro de la convivencia
    verosímil que se cuenta.

    Distintos son los cuentos de La luna no es
    pan-de-horno
    , donde los referentes son predominantes de la
    cultura urbana ilustrada, a veces con proliferaciones barrocas de
    datos musicales,
    pictóricos y literarios que fluyen a través de relatos
    confesionales, donde la intimidad —focalizada desde la
    experiencia de sujetos femeninos— narra nostalgias en
    soliloquios que trascienden a un interlocutor imaginario, que
    termina sustituido por el lector. Estrategia enunciativa que simula
    un diálogo a partir de una canción ("Unicornio azul" o
    "Nobody Knows my troubles"), de una imagen ("Daguerrotipo del
    príncipe en sepia"), siempre desde la nostalgia, desde las
    fronteras del relato en clave poética.

    En Tuna de mar (1991) la oralidad puede
    manifestar la representación radiofónica de un combate
    de boxeo ("Aguas permanentes") cuyo verosímil se instituye
    sobre los datos históricamente conocidos del dramático
    match entre el coreano Kum Duk Koo y el ítalo-norteamericano
    Ray "Boom Boom" Mancini en Las Vegas, en 1982. La
    transmisión radial despliega el relato de la pelea para un
    público virtual mientras que, paralelamente, en un
    contrapunteo de alternancias, la narración biográfica
    de los contenedores los contrasta, configurándolos en la
    polaridad de sus culturas, de sus respectivos contextos y de sus
    dramas personales y familiares, oponiendo así dos
    escenarios: uno abierto, público, otro íntimo, cerrado.
    Termina por imponerse el segundo, que delimita una doble derrota,
    la muerte del púgil
    coreano fulminado en el ring sin posibilidades de sobrevivencia y
    el retiro del ítalo-americano del deporte, doblegado por el peso de su conciencia. En los tres modelos presentados, la
    oralidad cumple una función de resaltar
    —por antífrasis-—sentimientos, sucesos y
    situaciones que pertenecen al ámbito de lo privado, de lo
    íntimo que se impone.

    El discurso oral parodia otros
    discursos para fundar la
    verosimilitud y potenciar el sentido de lo que no es obvio en la
    evolución textual de la historia que se narra. Una parte
    significativa de los cuentos de Laura Antillano es relatada por
    sujetos cuyas perspectivas posibles se sitúan en distintos y
    variados ángulos de la periferia social, pues, como ha
    apuntado Nelson Osorio al referirse a este tipo de relatos, "en
    la periferia se encuentra el negro, el homosexual, la mujer, el indio, el marginado
    social; allí están los jóvenes, los niños,
    los locos… Y los pobres, por supuesto. Es decir, todo lo que no
    forma parte de las jerarquías dominantes en lo social, lo
    cultural, lo moral. Lo que no forma parte
    de lo establecido" (20).

    En buena medida ese es el universo complejo de esta
    oralidad que —transpuesta en simulacro a la
    escritura— marca constantemente sus
    diferencias con respecto a la cultura letrada o ilustrada, de la
    cual forma parte la literatura en su concepción
    convencional, canónica y hegemónica.

     

    VI

    Es así como la oposición escritura/oralidad ha
    resultado crucial —de uno u otro modo— para las
    valoraciones críticas de la narrativa de Laura Antillano,
    pero también ha sido un componente estratégico,
    operativo, transformador, que ha acercado —mediante la
    ficcionalización del registro oral— dos códigos
    de nuestra cultura que tradicionalmente se han excluido o
    repelido. Esa opción intercultural aporta un sentido de
    diálogo problemático y problematizador que se actualiza
    en la textualización de sus distintos sujetos de
    enunciación, generadores de distintos discursos en los
    cuales se cruzan códigos heterogéneos, por ende no
    siempre "literarios", como los del cine, de la fotografía,
    de la música, de la
    canción popular, de la jerga del barrio, del fútbol,
    del béisbol o del boxeo, del periodismo o de la radio, hasta llegar a los
    códigos literarios, que los absorben, modificándolos y
    cargándolos de nuevos sentidos.

    Esas transformaciones y asimilaciones de aquellas
    prácticas sociales y sus variables expresivas son
    transmutadas en conjuntos de signos que en la
    escritura pueden integrarse para construir con sus fragmentos una
    serie de relatos investidos con las apariencias del habla,
    pero ahora seleccionados y sometidos a unas estrategias de composición
    narrativa que los alejan de sus puntos de partida, a la vez que
    los aproximan a los múltiples intereses comunicativos y/o
    cognoscitivos de sus potenciales lectores. A la inversa, el
    relato heterogéneo, multidiscursivo, híbrido, acerca la
    escritura a ese otro lector al cual le habla con huellas
    de su propia oralidad en la cual, tal vez, aquel pueda
    reconocerse. Como uno de esos lectores, quiero concluir estas
    reflexiones con una cita de Laura Antillano, de su artículo
    "Escritura femenina" donde, refiriéndose a una gran
    escritora (Fina García Marruz), dice estas palabras que yo
    quisiera desplazar hacia la propia Laura, pues me parece que se
    adaptan también a ella: "Esta mujer que escribe, que asume la
    opción de escribir, que corajudamente lo convierte en
    oficio, debe introyectar para su alegría la noción
    primaria de que está creando un universo propio, diferente,
    porque de hecho éste en el que vive la ahoga, o simplemente
    no existe". (21)

    Mérida, 2002

     

    Notas

    1. Jorge Luis Borges. "El libro", en Borges
    oral.
    2º. reimpr. Madrid: Alianza, 2000.
    p.9.

    2. Alfonso Reyes. "Lo oral y lo escrito", en Al
    yunque (1944-1958).
    México: Tezontle, 1960.
    p.23.

    3. Aunque la bibliografía sobre oralidad se ha venido
    incrementando mucho en los últimos tiempos,
    convirtiéndose en un campo especializado de mucho rigor,
    habría que tener en cuenta al menos algunos trabajos como
    los de Jacques Derrida, De la gramatología. Buenos
    Aires: Siglo XXI, 1971; Walter J. Ong. Oralidad y
    escritura.
    México: F.C.E., 1987; Paul Zumthor. La
    letra y la voz de la "literatura" medieval.
    Madrid:
    Cátedra, 1989; Martin Lienhard. La voz y su huella.
    La Habana: Casa de las Américas, 1989; Daniel Mato. El
    arte de narrar y la noción de literatura oral.
    Caracas
    U.C.V. – CDCH, 1990; Carlos Pacheco. La comarca
    oral.
    Caracas: Ediciones La Casa de Bello, 1992. Del mismo
    autor, "Sobre la construcción de lo rural y lo oral en la
    literatura hispanoamericana". Revista de Crítica
    Literaria Latinoamericana.
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    – Dirección de Cultura,
    2000.- Luz Marina Rivas. "La perspectiva Marginal de la historia
    en la obra de Laura Antillano". Venezuelan Literature &
    Arts Journal
    (Saint Paul, Minnesota) 2 (1): 15-32, 1996.-
    Zulema Moret. "Los perfumes de la memoria: Perfume de gardenia
    de Laura Antillano"
    y Edith Dimo, "La
    autobiografía como un doble discurso marginal: Solitaria
    Solidaria
    de Laura Antillano", ambos en el libro de Edith
    Dimo y Amarilis Hidalgo de Jesús (Compiladoras).
    Escritura y desafío. Narradoras venezolanas del siglo
    XX.
    Caracas: Monte Ávila Latinoamericana, 1996. pp.
    163-172 7 173-179.

    10. Laura Antillano. "El otro en la identidad femenina del
    discurso literario". Actual (Mérida) (34): 57-68,
    septdic 1996. "Novela e historia: la perspectiva de la mujer"
    Zona Tórrida (Valencia) (32): 58-70, dic. 1999.
    "Escritura femenina". Imagen (Caracas) (100-38): 26-27,
    feb. 1988.- ¡Ay que aburrido es leer. Valencia:
    Universidad de Carabobo – CDCH, 1991. Apuntes sobre
    literatura para niños y jóvenes.
    Valencia:
    Ediciones de la Secretaría de Cultura – Gobierno de Carabobo,
    1997.

    11. Laura Antillano. "Doble línea". Dominios
    (Maracaibo) (9): 113-115, enero 1994; "No puedo construir un
    texto hasta que pase de ser emoción a ser razón"
    (Entrevista con Esdras Parra). Revista Cubagua (Valencia) (7):
    18-21, ago-dic 1999; "La escritura es un trabajo de
    carpintería" (Entrevista), en: Daniel Rodríguez.
    Entrevistas con el arte. Valencia: Universidad de Carabobo
    – Dirección de Cultura, 2000. pp. 71-74.

    12. Orlando Araujo. "Laura Antillano", en Narrativa
    venezolana contemporánea.
    Caracas: Tiempo Nuevo, 1972.
    pp. 349-353; Julio Miranda. "Para un diccionario crítico de la
    nueva narrativa venezolana". Revista Iberoamericana
    (Pittsburgh) (166-167): 381-393, ene-jul 1994. Ambos
    críticos, aunque hacen reconocimientos por algunos logros de
    la escritura de Laura Antillano, son particularmente severos con
    sus novelas, especialmente con La muerte del
    monstruo-come-piedra
    (Araujo) y con Perfume de
    gardenia
    (Miranda). Juan Liscano, con anterioridad,
    también sostuvo una crítica parecida, cuestionando
    particularmente los nexos que establecía Antillano entre su
    escritura y su oralidad. Cf. op cit. p. 117. Estudios
    más recientes ven con mayor amplitud el asunto: Jesús
    Puerta. "La oralidad escrita", en Modernidad y cuento en
    Venezuela.
    Valencia: Universidad de Carabobo – CDCH,
    1999. pp. 187-193.

    13. Ana Teresa Torres "Narradoras venezolanas
    contemporáneas". Caribe (Kalamazoo, U.S.A.) 2 (1):
    32-43, junio 1999.

    14. José Napoleón Oropeza. Para fijar un
    rostro. Notas sobre la novelistica venezolana actual.

    Valencia: Vadell Hermanos Editores, 1984. pp. 372-380.

    15. Laura Antillano. "La distancia necesaria"
    (Entrevista con Armando Coll). Papel Literario de El
    Nacional.
    Caracas, 23 de septiembre de 1990.

    16. Laura Antillano. "Convertir la intimidad en hecho
    colectivo" (Entrevista con Milagros Socorro). Imagen
    (Caracas) (100-68): 8-9, agosto 1990.

    17. Laura Antillano. "Doble línea".
    p.115.

    18. Laura Antillano. "No puedo escribir un texto…". p.
    27.

    19. Ibid. p. 19.

    20. Nelson Osorio. "Ficción de oralidad y cultura
    de la periferia" Estudios (Caracas) (2): 95-104,
    1993.

    21. Laura Antillano. "Escritura femenina".
    p.27.

     

    Alberto Rodríguez Carucci

    En Revista Virtual Contexto, Vol. 7, N° 9, año
    2003

    Instituto de Investigaciones Literarias –
    Universidad de Los Andes Mérida

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