- 1.
¿Qué es? - 2.
¿Qué no es? - 3.
¿Es una propuesta justa? (I): muchas justificaciones
posibles - 4.
¿Es una propuesta justa? (II): la justificación
liberal propietarista - 5.
¿Es una propuesta justa? (III): la justificación
republicana - 6.
¿Por qué es una propuesta
ecuménica? - 7.
¿Desaparecería la pobreza? - 8. Pero
¿se puede pagar una Renta
Básica? - 9.
¿Trabajaría la gente con una Renta
Básica? - 10.
¿No sería mejor garantizar el derecho al
trabajo? - 11.
¿Hace el desarrollo tecnológico más perentoria
la Renta Básica? - 12.
¿Ayudaría a convertir el mercado laboral en un
"lugar" más justo? - 13.
¿Ayudaría la Renta Básica a crear una sociedad
más igualitaria? - 14.
¿Con la renta básica, la flexibilidad laboral pasa
a ser socialmente sostenible?
Hay distintas definiciones. Mostraré tres de ellas
que me parecen especialmente claras. La primera es la que
acostumbro a utilizar: se trata de un ingreso pagado por el estado a cada miembro de
pleno derecho de la sociedad incluso si no quiere
trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si
es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de
otras posibles fuentes de renta, y sin
importar con quien conviva.
La organización internacional
creada en 1986 para la promoción de las ideas
relacionadas con la Renta Básica, la Basic Income European
Network (BIEN), la define con palabras distintas pero de
contenido idéntico: "Una renta básica es una renta
garantizada de forma incondicional a todos los individuos, sin
necesidad de un test de recursos o de estar realizando
algún tipo de trabajo". La asociación
de la que soy miembro, la Red Renta Básica, en el artículo 4
de sus estatutos, la define tal y como sigue: "una renta modesta
pero suficiente para cubrir las necesidades básicas de la
vida, a pagar a cada miembro de la sociedad como un derecho,
financiada por impuestos o por otros medios y no sujeta a otra
condición que la de ciudadanía o
residencia."
Que la definición de la Renta Básica sea tan
clara como cualquiera de las tres ofrecidas no ha impedido que a
lo largo de estos últimos años hayan proliferado dos
tipos de confusiones. En primer lugar, bajo diferentes
denominaciones diversos autores se han referido a lo mismo.
Así, por ejemplo, otros nombres que ha recibido el mismo
concepto han sido las de
"subsidio universal garantizado" –yo mismo utilicé
esta fórmula hasta hace más o menos un par de
años–, "ingreso básico universal" e "ingreso
mínimo", entre otras.
El segundo tipo de enredo es el contrario: bajo la misma
denominación se han querido expresar, a menudo, conceptos
muy diferentes. Por ejemplo, en la Comunidad Autónoma Vasca se
aprobó, a finales de 2000, una ley que habla de una "Renta
Básica", pero se refiere a algo harto diferente de aquello
de lo que hablamos aquí. En este sentido preciso, no debe
confundirse la Renta Básica con los diversos subsidios
condicionados propios del Estado de Bienestar que
existen actualmente. Hay claras diferencias entre la Renta
Básica y las rentas mínimas de inserción (PIRMI),
que en el Reino de España son pagadas por la
mayoría de las Comunidades Autónomas o que en la
República Francesa ofrece la administración
central.
3. ¿Es una propuesta
justa? (I): muchas justificaciones posibles
Cuando alguien se adentra por los caminos de la
propuesta de la Renta Básica (y debo decir que tanto en el
bando de sus defensores como en el del bando de sus opositores se
pueden encontrar trabajos excelentes, regulares y pésimos),
suele sufrir dos resistencias intelectuales. La primera es
de naturaleza ética y puede expresarse con
la siguiente pregunta: quien no quiera trabajar de forma
remunerada en el mercado de trabajo, ¿tiene
derecho a percibir una asignación incondicional? La segunda
es una resistencia intelectual
exclusivamente técnica que apunta a que la Renta Básica
podría constituir una idea encantadora pero imposible de
realizar. Dicho también en forma de interrogación:
¿es la Renta Básica una quimera? Vencer la resistencia
de tipo ético no supone superar la otra, de tipo
técnico. Ahora bien, si no se supera la primera, ya no vale
la pena pasar a la siguiente. Dicho de otra forma: si no
disponemos de una buena fundamentación ética –o
normativa– ya no es necesario acometer el estudio
técnico sobre la viabilidad de la Renta Básica. Esto
debería valer para cualquier proyecto de reforma social. Un
ejemplo valdrá: la propuesta según la cual el trabajo remunerado
debería estar reservado sólo a los hombres mayores de
30 y menores de 60 años es una posibilidad técnica
factible. Sin embargo, su justificación ética hace
aguas por todas partes, como la inmensa mayoría de la
ciudadanía de nuestras sociedades no tendría la
menor duda en afirmar. Ni que sea factible, no vale la pena
entrar ya al estudio técnico de dicha propuesta. Quede
claro, pues, que la objeción más potente que
podría hacerse a la Renta Básica no es que
materialmente fuese imposible financiarla, sino que fuera
injusta. La Renta Básica supera ambas barreras: puede ser
justificada normativamente y puede ser implantada
económicamente.
Enfrentémonos, pues, a la pregunta sobre la
justicia de la Renta
Básica. En el campo de la filosofía política, han aparecido justificaciones
normativas (éticas) de la misma del tipo más diverso.
Como es bien sabido, la filosofía política es la
disciplina que reflexiona
acerca de cómo debe ser una sociedad justa. Son muchas las
escuelas, para simplificar, que han poblado esta disciplina
académica en las últimas tres décadas: el
utilitarismo; liberalismo (de izquierdas) de
John Rawls o de Richard Dworkin; los distintos tipos de
comunitarismo; el llamado liberalismo propietarista o
libertarianismo de Robert Nozik; algunos de los trabajos del
llamado marxismo analítico; o lo
que se conoce como republicanismo (del que estamos asistiendo a
un cierto revival aunque en realidad tiene 2500 años de
historia). En muchas de ellas se
ha analizado y juzgado desde el punto de vista de su justicia la
propuesta de la Renta Básica.
De entre las muchas posibles, mostraré sólo un
par de estas estrategias de justificación
normativa: 1) la justificación liberal propietarista o
libertariana y 2) la justificación republicana. Si elijo
estas dos es por la marcada diferencia existente entre ellas,
hasta el punto que se puede afirmar que se trata de teorías que ocupan
extremos bastante opuestos del abanico ideológico. Para no
despistar a nadie apuntaré, ya de entrada, que mis
preferencias están, sin la menor vacilación, del lado
republicano.
4. ¿Es una propuesta
justa? (II): la justificación liberal
propietarista
El libertarismo asegura que los individuos tienen unos
derechos inviolables, que pueden
ser reducidos a los derechos de propiedad. Para esta teoría, una sociedad para
ser justa tiene que satisfacer tres principios o postulados
fundamentales:
1) el respeto de los derechos de
propiedad;
2) el respeto, según la llamada "cláusula de
Locke", de la apropiación originaria de los recursos
externos; y
3) el respeto de los resultados que ocasionen los
intercambios de bienes y servicios libremente
consentidos.
Luego, hay todavía un cuarto principio necesario
para una sociedad sea justa: el principio de reparación o de
rectificación. En caso de que una sociedad no hubiera
respetado uno o más de los tres principios fundamentales,
según Nozick se ha de proceder a las reparaciones que
permitan rectificar las violaciones de que hayan sido objeto a lo
largo de la historia de aquella sociedad. En otras palabras: hay
que retroceder temporalmente para rastrear los sucesivos
intercambios de bienes y servicios que se han ido realizando a lo
largo de la historia de aquella sociedad, para saber si la
apropiación originaria era legítima. Y, en caso de que
no lo hubiese sido, cabría proceder a una rectificación
en el reparto de los recursos existentes.
Pese a ello el libertarianismo, como otorga un papel
central al respeto de los derechos de propiedad y de los
intercambios libres entre individuos, tiende oponerse a la
rectificación por parte del Estado de las circunstancias que
motivan desigualdades de partida en una sociedad. En apariencia,
pues, debería resultar chocante que una teoría de la
justicia tan contraria a las rectificaciones de las
circunstancias sociales pueda aportar alguna justificación a
la Renta Básica. Sin embargo, H. Steiner, un destacado
libertariano, así lo ha hecho.
Steiner parte de la idea de la propiedad original
común del planeta Tierra. Según él,
así como los frutos del trabajo no han de ser cargados con
impuestos, los de la naturaleza sí, porque los recursos naturales no son
inicialmente propiedad de nadie. Un impuesto justo extrae a las
personas aquello a cuya posesión no tienen un derecho justo.
Cada persona, según el
libertarianismo, tiene un derecho absoluto a hacer aquello que
desee de él mismo y de los bienes de los que es
legítimo propietario. Pero como los recursos naturales no
son, en un principio, propiedad de nadie, todas las personas
tienen un igual derecho a ellos. Cierto es que cada persona es
propietaria de los bienes que legítimamente haya adquirido,
por lo que no es justo, dirán los libertarianos, imponer
impuestos para intentar una redistribución de estos bienes.
Ahora bien, tales bienes contienen recursos naturales sobre los
que, según Steiner, toda persona tiene un igual derecho
moral.
Veamos que es perfectamente coherente con los principios
libertarianos que se redistribuya entre todos de forma
igualitaria la parte de la renta global de una sociedad cuyo
valor provenga de la
incorporación de los recursos naturales. Por tanto, un
impuesto sobre los recursos naturales es justo. Es evidente que
no se puede redistribuir la naturaleza entre todas las personas,
pero puede realizarse una aproximación que equivalga a este
imposible reparto. Es aquí donde entra en juego la justificación
libertariana de la Renta Básica: dado que no se pueden
repartir entre todas las personas los réditos de la distribución de los recursos
naturales, tales réditos han de ser sustituidos por una
renta. En contundentes palabras de Steiner, "una renta
básica compatible con los principios libertarianos ha de ser
universal".
5. ¿Es una propuesta
justa? (III): la justificación
republicana
Veamos la justificación que podemos exprimir del
ideario normativo republicano. El republicanismo, como el
liberalismo, es diverso. Podemos encontrar variantes elitistas y
variantes democrático–radicales. Dentro de esta
diversidad, los distintos republicanismos tienen un denominador
común: su ideal de libertad definido como
oposición a la tiranía. Se trata de una defensa de la
libertad como autogobierno, así como ausencia de
dominación y de alienación. Esta concepción de la
libertad como "no–dominación" es lo que diferencia
esta filosofía política de cualquier variante del
liberalismo, que concibe la libertad simplemente como
"nointerferencia".
Toda dominación puede suponer una interferencia
arbitraria, pero no toda interferencia – precisamente, el
grupo de las no
arbitrarias– supone dominación. Según Philip
Pettit, uno de los principales teóricos actuales del
republicanismo, el ciudadano" Rey" tiene poder de dominación sobre
el ciudadano "Demos" en la medida en que:
1) tiene poder para interferir;
2) de un modo arbitrario;
3) en determinadas elecciones que el ciudadano"Demos"
pueda realizar. Así, no toda interferencia es
necesariamente arbitraria; y el republicanismo se opone
sólo a las interferencias arbitrarias.
Una interferencia arbitraria será aquella realizada
por la voluntad de quien interfiere, sin que éste se vea
forzado a atender a los juicios, preferencias o intereses de las
personas que sufren la interferencia. Aunque el ciudadano "Rey"
no interfiera nunca en las elecciones del ciudadano "Demos"
–bien sea porque el ciudadano "Rey" es muy benevolente, o
porque el ciudadano "Demos" es muy hábil en la lisonja, o
por cualquier otro motivo–, hay dominación si el
ciudadano "Rey" tiene la posibilidad de interferir a
voluntad.
Un amo de esclavos podía no interferir en la vida
de un determinado esclavo por el hecho, pongamos por caso, de ser
muy bondadoso, pero tenía el poder de hacerlo a su arbitrio.
Había, pues, dominación. La nodominación, por el
contrario, es la posición de que disfruta una persona cuando
vive en presencia de otras personas y, en virtud de un
determinado diseño social e
institucional, ninguna de ellas la domina. La nodominación,
pues, constituye un ideal social muy exigente, ya que requiere
que en una sociedad justa aquellas personas capaces de interferir
arbitrariamente en la vida de otra persona se vean impedidas de
hacerlo.
En qué medida la implantación de una Renta
Básica puede favorecer las exigencias de justicia de la
teoría republicana? Dice Pettit: "Si un estado republicano
está comprometido con el progreso de la causa de la libertad
como no–dominación entre sus ciudadanos, no puede
menos de adoptar una política que promueva la independencia
socioeconómica". O dice otro destacadísimo republicano
democrático–radical más cercano a nosotros,
Antoni Domènech, que el derecho a la existencia es una
condición necesaria de la plenitud ciudadana. Se trata,
pues, de lograr una ciudadanía independiente, esto es, sin
dependencia de la beneficencia o de la caridad. Efectivamente,
sin independencia socioeconómica, mis posibilidades de
disfrutar de la libertad como no–dominación se ven
menguadas, tanto en alcance como en intensidad. En cambio, la instauración
de una Renta Básica supondría el logro de una
independencia socioeconómica mucho mayor que la actual, por
parte de importantes segmentos de la ciudadanía,
especialmente los más expuestos a la dominación en las
sociedades actuales: trabajadores asalariados, parados, mujeres y
pobres en general. Es en este sentido que puede decirse que la
instauración de la Renta Básica sería un bien
social. La libertad republicana, la libertad como
no–dominación, vería ensanchadas sus
posibilidades. Por un lado, en alcance, puesto que los ciudadanos
contarían con más ámbitos de libertad, vetados
hasta el momento. Por el otro, en intensidad, pues los
ámbitos de libertad ya consolidados se
reforzarían.
Incluso podemos ir más lejos. De acuerdo con el
ideal republicano, las políticas sociales que
provean a la ciudadanía de determinadas prestaciones estarán
basadas en derechos incondicionales, que no dependan de la
discrecionalidad de un gobierno o de un grupo de
funcionarios. Se trata de evitar el establecimiento de otro tipo
de dominación nueva –la dominación de las
Administraciones públicas– en la forma de tratar las
necesidades sociales. Se trata de asegurar del modo más
incondicional posible las necesidades socioeconómicas de los
ciudadanos. Una Renta Básica equivale a un derecho a la
existencia, que añadiría alcance e intensidad a la
libertad como no–dominación. A veces el Estado debe
interferir para evitar que se produzcan interferencias
arbitrarias. Por eso los republicanos democráticos son
(somos) más radicales política y socialmente. Porque
allá donde un liberal toleraría una situación
porque no hay interferencia, un republicano demócrata no se
encogería de hombros. Incluso en aquellas situaciones que un
liberal consideraría aceptables, desde el punto de vista de
la libertad como no interferencia, porque podría suponerse
razonablemente que el dominador no usará sus prerrogativas,
una persona partidaria de la libertad como no dominación
abogaría por la supresión de un contexto
así.
Por esta mayor radicalidad política y social que
comporta la libertad como no dominación, por las pocas
manías que tendrá un republicano demócrata para la
intervención –siempre democrática y
contestable– del Estado (intervención que "contribuya
a minimizar o amortiguar la dominación y la dependencia",
como escribía Andrés de Francisco ya a punto de
finalizar el 2001), la Renta Básica puede ser, y alguna
indicación pienso haber dado al respecto, un buen
instrumento para incorporar al diseño institucional del
ideario normativo republicano. La Renta Básica tiene esa
interesante dimensión política: constituiría un
freno eficaz a la dominación social.
6. ¿Por qué es una
propuesta ecuménica?
Por lo dicho anteriormente, me parece evidente.
Expresado con otras y más breves palabras: si se han podido
hacer justificaciones normativas de la Renta Básica desde
perspectivas tan diferentes y policromas, se puede concluir que
estamos ante una propuesta ecuménica. Es más, podemos
encontrar gran calidad argumental –y
también la más absoluta privación de ella–
en un lado y en otro del pensamiento político. (Es
necesario recordar que la calidad epistémica es
independiente de las ideas políticas: hay quien lo olvida y
piensa que por recitar 4 frases izquierdistas ya tiene ahorrada
la fundamentación de lo que defiende. Piensa que proclamando
el "qué" ya está resuelto el problema. El "cómo"
se olvida. El producto suele ser un churro).
Así, afirmar el acuerdo o el desacuerdo con la Renta
Básica no informa, por sí sólo, de las
simpatías políticas de quien emite la opinión. Hay
partidarios de la Renta Básica que son políticamente de
derechas, otros que son de izquierda moderada y aún otros
que se sitúan en la extrema izquierda. La Renta Básica
es una propuesta social que aspira a reclutar partidarios de
ideas políticas diversas. Es un ejemplo el proyecto de ley
que se prevé presentar en diciembre en el Parlamento de
Cataluña sobre la Renta Básica, proyecto cuyos
principales animadores han sido parlamentarios de distintos
partidos: Carme Porta (ERC) y José Luis López Bulla
(ICV).
Y hay parlamentarios de algún otro partido que
también están completamente a favor de la Renta
Básica. Carme Valls, de CpC, por ejemplo, es miembro de la
asociación Red Renta Básica.
Dicho esto, supongo que no habrá necesidad de
afirmar que la Renta Básica ni substituye ni cancela la
división entre izquierda y derecha. En relación con
esto no está de más añadir que, de acuerdo con lo
comentado hasta aquí, no hay ninguna duda de que la RB no es
la solución a muchos de los problemas sociales que nuestras
sociedades tienen planteados. Problemas como la
división sexual del trabajo, la acumulación ilimitada
de grandes fortunas, las decisiones tomadas por poquísimos
consejos de administración (o dicho
de otra forma y ligada al segundo de los problemas citados: las
decisiones tomadas por unos pocos miles de familias que disponen
de ingresos y riquezas
literalmente insultantes) sin el menor control democrático y que
afectan a miles de millones de personas, por poner sólo tres
ejemplos. De la misma forma que criticar la Renta Básica por
aquello que no puede solucionar resulta torpe, también lo es
magnificar sus posibilidades más allá de lo que
realmente puede hacer.
Esta pregunta es fácil de responder: si la
cuantía de la Renta Básica es superior al umbral de la
pobreza, no hay duda de que
desaparecería la pobreza. El umbral de la pobreza en
los países de la Unión Europea se mide en
términos de pobreza relativa: son pobres,
estadísticamente hablando, todos aquellos que no disponen
para vivir de al menos la mitad de la renta media de la sociedad
en la que viven. En el Reino de España, este umbral de la
pobreza está situado actualmente alrededor de las cincuenta
mil pesetas mensuales. Así, por ejemplo, si la Renta
Básica alcanzara las cincuenta mil pesetas al mes, unos 300
euros, podríamos considerar que la sociedad española
quedaría liberada de la pobreza.
Sin embargo, sabemos que la pobreza no solamente tiene
factores estrictamente económicos. Pueden existir factores
psicológicos, o puede estar ligada a otros problemas como el
alcoholismo u otras
drogodependencias. Aun así, estos otros incuestionables
factores de la pobreza podrían, si existiera una Renta
Básica, ser abordados con mayor eficacia que ahora por parte de
los trabajadores sociales. En algunos seminarios y conferencias
que he realizado ante trabajadores sociales, aunque entre ellos
no había unanimidad en la valoración de la Renta
Básica, la exclamación "¡por fin haríamos
realmente de trabajadores sociales!" se repitió a
menudo.
8. Pero ¿se puede pagar
una Renta Básica?
La respuesta a esta cuestión dependerá de lo
que respondamos a dos preguntas previas: ¿qué cantidad
habría que pagar? y ¿qué modelo de financiación se
propone? Esta última cuestión nos remite, a su tiempo, a otros dos
interrogantes: ¿deben desaparecer otras transferencias
sociales? y ¿deberemos pagar más impuestos? Existen
propuestas de Renta Básica muy distintas, en función de lo que
respondamos a cada una de estas preguntas.
Respecto de las cantidades, hay que determinar si la
cuantía a pagar se establece por debajo o por encima del
umbral de la pobreza. Las necesidades de financiación
variarán mucho según cuál sea la decisión.
Además, habría que ver si se establecen cantidades
iguales para toda la ciudadanía o se pagan rentas diferentes
para distintos intervalos de edades. En este caso, se entiende
que las personas de mayor edad deberían disponer de una
cantidad algo superior al resto.
En cuanto a los modelos de la
financiación, hay distintas opciones: puede realizarse a
través de una redistribución del gasto público (si bien,
debe quedar claro, que en las propuestas de financiación no
hay ninguna que diga que la Renta Básica substituiría a
todas las formas de consumo subsidiado por el
Estado, sino solamente a los programas redistributivos del
ingreso), o de una reforma del IRPF, o de la creación de
nuevos impuestos o de una combinación de todo lo anterior.
Hay quien también ha considerado la famosa tasa Tobin como
posibilidad parcial de financiación. En todos los modelos de
financiación que conozco, los situados en la escala inferior de los ingresos
ganan, y los más ricos pierden. Dinero para pagar una Renta
Básica –aunque inicialmente se tratara de una cantidad
pequeña, inferior al umbral de la pobreza– lo hay. Es
algo perfectamente demostrable. Se trata de lograr que a la
factibilidad técnica se
añadan las precisas dosis de voluntad política.
Mientras, como es harto sabido y harto olvidado por parte de
aquellos académicos que les importa un bledo la suerte de
sus semejantes más dominados y pobres, el 1% de la población más
opulenta de muchos países acapare el 30% de la riqueza (en
Estados Unidos entre el 40 y
el 50%), oponerse a la Renta Básica por motivos
"técnicos" suena más, permítame la franqueza, a
burla malintencionada que a razonamiento consistente. A
política disfrazada de argumentaciones supuestamente
técnicas. Política
vergonzante, en definitiva.
9. ¿Trabajaría la
gente con una Renta Básica?
Con toda seguridad, sí. Para empezar,
pensemos que la mayoría del trabajo social se realiza gratis,
de forma no asalariada (trabajo doméstico y trabajo
voluntario). Pero hay además muchas razones para suponer que
una Renta Básica no provocaría en absoluto una retirada
masiva del mercado de trabajo: en primer lugar, la mayoría
de la gente busca reconocimiento social, sentirse útil, o
incluso una cierta autorrealización en el trabajo
además de ingresos: algunas de esas cosas las dan
determinados trabajos asalariados, y también otros no
asalariados (como el trabajo voluntario). Pero, en segundo lugar,
aunque la gente sólo buscara dinero, el deseo de obtener
mayores ingresos tiene que ver con muchos factores sociales y
culturales, y si no desaparece hoy día incluso con salarios medios y altos, tampoco
desaparecería con una Renta Básica que, aunque diera
para subsistir dignamente, no permitiría lujos (y quizá
menos en sus primeras fases de implantación). En tercer
lugar, pensemos que actualmente nuestro problema es que el
mercado de trabajo "de calidad" está saturado y por tanto
excluye a buena parte de la población: no sería un
drama social, sino todo lo contrario, el que algunas personas
decidiesen dejar sus empleos–basura o mal pagados para
dedicar unos años a formarse, a establecer una familia, a colaborar con ONG’s o a emprender
cualesquiera otros proyectos personales, que pueden
implicar trabajar no asalariadamente. Al contrario, esto
liberaría a mucha gente de la presión irracional por
encontrar un empleo a cualquier precio, y les permitiría
ser más selectivos y exigentes en la búsqueda, lo que,
de pasada, obligaría a los empresarios a ofrecer condiciones
más atractivas para algunos empleos.
Alguien podría pensar que todo lo anterior no son
más que hipótesis y suposiciones,
y que en realidad desconocemos lo que ocurriría. Bien, pero
lo cierto es que disponemos de estudios empíricos sobre el
tema: algunos modelos de simulación predicen
sólo una pequeña retirada del mercado de trabajo por
parte de algunos trabajadores/as con empleos mal pagados y
desagradables. Otros muestran que el estímulo a aceptar un
empleo para aquellos que hoy cobran prestaciones sociales
sería precisamente mucho mayor con una Renta
Básica, dado que podrían acumular ambas rentas,
mientras que ahora eso no es posible (es lo que se conoce como
las "trampas de la pobreza" y "del paro"). Por último, en
los EE.UU. se realizaron vastos experimentos sociales entre 1968
y 1982 con algo parecido a una Renta Básica: la retirada del
mercado de trabajo fue muy reducida, e incluso el nivel de empleo
aumentó para algunos grupos. De manera que los temores
catastrofistas sobre una sociedad de vagos y ociosos simplemente
no encuentran apoyo en todo lo que sabemos y podemos
razonablemente suponer.
10. ¿No sería mejor
garantizar el derecho al trabajo?
No lo creo, y no porque piense que trabajar no es
necesario o deseable, sino por una razón muy simple: porque
un derecho tal no es viable, y si hacemos que lo sea, sería
al precio de hacerlo indeseable. Pensemos en lo que podría
querer decir "derecho al trabajo": ¿estaría legalmente
estatuido de modo que se pudiera reclamar ante los tribunales?;
¿debería implicar el deber de trabajar para toda la
población apta para ello, como las "leyes antiparásitos" de la
ex–URSS?. Parece claro que un derecho tal, para ser
deseable, debería ser un derecho a una remuneración
suficiente (no el "derecho" a trabajar gratis, que ya existe de
hecho) y a condiciones laborales dignas, ser "socialmente
útil" o "ético" (no vale conseguir el pleno empleo
fabricando armas o contaminando), y tener
algún sentido para el trabajador (no vale garantizar el
derecho a ensobrar cartas ocho horas al día).
Pues bien, es dudoso que todas esas condiciones, necesarias para
hacer del derecho al trabajo algo deseable y alternativo a la
Renta Básica, puedan cumplirse todas a la vez. Para empezar,
en España por ejemplo, habría que crear hoy unos 12
millones de empleos dignos, útiles y con sentido (17 si
contamos a los empleos–basura y precarios). Si ese
milagro se consiguiese de forma no autoritaria, a buen seguro nos saldría mucho
más caro que una Renta Básica (por todos los gastos de infraestructura,
organización y supervisión que
acarrearía). Pero hay otros problemas: ¿qué
trabajos habría que aceptar cuando alguien reclame su
"derecho"?; ¿se podría exigir un cambio de residencia?;
¿cómo se determinaría la "utilidad social" de los
trabajos?; ¿cómo se distribuirían los trabajos
desagradables, pero necesarios?; ¿qué pasaría con
quienes no aceptaran los "trabajos garantizados" por el Estado?;
¿cómo podría un empleo otorgado como un derecho
por el Estado dar reconocimiento social además de una
renta?
Parece que la Renta Básica sería una manera
mucho más barata, eficiente y equitativa de inducir y
favorecer un mejor reparto del trabajo social (no sólo del
empleo asalariado) entre toda la población, y hacerlo de
forma no coercitiva ni autoritaria. Una Renta Básica, por
ejemplo, podría estimular ese reparto al hacer posible y
deseable para muchos individuos el trabajar menos horas, de tal
modo que otros puedan cubrir el "espacio" que ellos dejen libre
(y el empleo así conseguido tendría más
posibilidades de ser reconocido socialmente). En este sentido, la
reducción del tiempo de trabajo es plenamente compatible y
coherente con una Renta Básica. En suma, la Renta
Básica podría favorecer un "derecho al trabajo"
más efectivo y deseable en la práctica que cualquier
política deliberada en ese sentido.
11. ¿Hace el
desarrollo tecnológico
más perentoria la Renta Básica?
Es evidente que, en principio, el desarrollo
tecnológico ahorra trabajo y por lo tanto, en una economía capitalista, puede eliminar
empleos o hacerlos más inseguros, aunque esta es una
cuestión discutida entre los economistas. En la medida en
que lo haga, sin embargo, la pobreza y el paro aumentarán y
la Renta Básica puede hacerse más necesaria. Pero hay
otros dos sentidos en los que el desarrollo tecnológico
puede facilitar el establecimiento de una Renta Básica: en
primer lugar, al aumentar la proporción de riqueza que es
socialmente producida y heredada –y cuya producción, por tanto, no
se puede atribuir a tal o cual individuo–, hará la
Renta Básica más plausible en términos éticos
y desactivará las posibles críticas meritocráticas
hacia la misma. En segundo lugar, al aumentar la productividad puede hacer
financieramente posible una Renta Básica bastante generosa
en un plazo de unos 15 o 20 años.
En cualquier caso, puede decirse que la deseabilidad en
términos de justicia de una Renta Básica es en cierto
modo independiente del grado de desarrollo tecnológico, y
que también en países con un bajo desarrollo
tecnológico la introducción de una Renta
Básica podría, a la inversa, constituir un acicate para
el desarrollo técnico, económico y humano.
12. ¿Ayudaría a
convertir el mercado laboral en un "lugar" más
justo?
Parece incuestionable que la garantía de una renta
suficiente para cubrir las necesidades básicas de los
ciudadanos permitiría algo que ahora es prácticamente
imposible para la mayoría de la gente: salir del mercado de
trabajo, es decir, optar por el rompimiento de las negociaciones
con los empresarios –los empleadores, para decirlo con el
benevolente término al uso entre ciertas escuelas de
pensamiento económico– cuando las condiciones les
resultaran poco favorables Así, la seguridad en los ingresos
que supondría una Renta Básica evitaría que los
trabajadores se viesen impelidos a aceptar una oferta de trabajo bajo
cualquier condición. Desde el momento en que su salida del
mercado de trabajo resultara practicable, la relación de
trabajo se volvería menos coercitiva. De este modo, la
libertad de los ciudadanos, entendida a la manera del
republicanismo, es decir, como no–dominación,
ganaría terreno.
El mercado laboral es un lugar donde negocian, por un
lado, los buscadores de empleo y, por el
otro, los empleadores. Los procesos de negociación en este mercado
están íntimamente ligados a las diferencias de
independencia socioeconómica entre una y otra parte. Quien
dispone de mayor independencia socioeconómica es,
automáticamente, más independiente respecto de las
decisiones que pueda tomar la otra parte de la negociación.
Por lo tanto, negocia ya de partida con un mayor margen de
maniobra. En otras palabras, no es lo mismo llevar las
negociaciones laborales al límite de la ruptura cuando se
cuenta, como en el caso de los empresarios, con la posibilidad
real de reemplazar a los trabajadores actuales por maquinaria o
por trabajadores en paro –los que engrosan las filas del
otrora llamado "ejército industrial de reserva"–, que
romperlas a sabiendas de que tu subsistencia depende de forma
directa –y prácticamente exclusiva– del salario obtenido de los
individuos sentados al otro lado de la mesa de negociación,
como les ocurre a los trabajadores hoy en día.
La relación laboral que se observa en la
actualidad, pues, no puede resultar menos simétrica. En este
contexto, una Renta Básica permitiría acabar con la
carestía de fondos que empuja a los trabajadores, presos del
temor de que el paso del tiempo empeore su posición
negociadora, a precipitarse y a aceptar acuerdos que quizás
no sean los más favorables para ellos. En otras palabras, la
Renta Básica dotaría a los que buscan trabajo de un
"colchón" económico suficiente para hacer creíble
la amenaza del rompimiento de las negociaciones y, por lo tanto,
para incrementar su fuerza negociadora. Parece
evidente, en definitiva, que la Renta Básica dotaría a
los trabajadores de unos niveles nada menospreciables de
independencia socioeconómica respecto de los empresarios,
con lo cual las relaciones laborales
serían menos asimétricas y el éxito de las
reivindicaciones de los trabajadores aparecería como una
posibilidad menos quimérica.
13. ¿Ayudaría la
Renta Básica a crear una sociedad más
igualitaria?
Respecto de esta cuestión, hay que preguntarse lo
siguiente. ¿Mejorarían los salarios bajos?
¿Bajarían los salarios altos? A tenor de lo que
plantearon Van der Veen y Van Parijs, los autores del
artículo por medio del cual la propuesta de la Renta
Básica irrumpió en la escena académica a mediados
de los ochenta, el derecho incondicional de los trabajadores a
una renta sustancial elevaría simultáneamente los
salarios de los trabajos poco atractivos y poco estimulantes, que
ahora nadie se vería obligado a aceptar para sobrevivir, y
reduciría los salarios medios de los trabajos atractivos e
intrínsecamente gratificantes. Por un lado, pues, los
trabajos penosos, los que se desempeñan bajo condiciones
legales o físicas extremas, dejarían de ser aceptados
con los bajos niveles salariales actuales. De este modo, los
empresarios, si quisieran que su actividad productiva no se viera
interrumpida, deberían plantearse la necesidad de asumir
incrementos salariales sustanciales para hacer atractivas tales
tareas, por lo menos para algunos individuos y para cierto
período de tiempo. Es en situaciones como ésta que el
mayor poder de negociación de los trabajadores, derivado a
la Renta Básica, hallaría sus frutos.
Por otro lado, con una Renta Básica, puesto que las
necesidades fundamentales estarían cubiertas, la gente
podría aceptar un trabajo de calidad, altamente
gratificante, a pesar de que estuviera remunerado por debajo de
los niveles salariales actuales. Existe una serie de tareas que
reportan a los individuos que las realizan una satisfacción
que va más allá de la mera retribución
económica. Es harto conocido el jugoso ejemplo que dio en su
día E.O. Wright, uno de los más prestigiosos
sociólogos estadounidenses de las últimas décadas.
Venía a plantear Wright que un profesor de Sociología cuenta con el
privilegio de desempeñar una tarea que no sólo le
reporta una –probablemente– substancial
remuneración cada fin de mes, sino que, además, supone
para él todo tipo de recompensas no pecuniarias:
reconocimiento social, posibilidad de un amplio abanico de
relaciones personales y, sobre todo, el puro placer de
desempeñar una tarea constitutivamente gratificante. Pues
bien, cabe pensar que, en la medida en que se cuenta con la
seguridad de que dicho profesor no cejará en su empeño
en investigar, formarse y transmitir sus conocimientos a las
nuevas promociones de sociólogos, no habrá motivo para
que, una vez cubiertas sus necesidades elementales con una Renta
Básica, su salario se mantenga en un nivel muy por encima
del de subsistencia. En definitiva, puede afirmarse sin
demasiadas reservas que, con la introducción de una RB, los
salarios altos correspondientes a trabajos con recompensas no
estrictamente monetarias sufrirán una presión a la baja
–todo ello, evidentemente, en el caso de que tales salarios
se fijen libremente, esto es, de que no se hallen blindados por
determinadas prerrogativas funcionariales–.
14. ¿Con la renta
básica, la flexibilidad laboral pasa a ser socialmente
sostenible?
Si por flexibilización entendemos fórmulas de
trabajo a tiempo parcial, hay que contestar positivamente. Sin
embargo, de entrada, es preciso deshacer una confusión
endémica que se da habitualmente en el seno de la izquierda,
a saber, la confusión entre los objetivos, escogidos por
buenas razones de índole ética, y los medios o los
instrumentos históricamente propuestos para el logro de
tales objetivos. Si de lo que se trata es de dotar a las gentes
de libertad real para desarrollar sus planes de vida, entonces
los viejos instrumentos vinculados al Estado de Bienestar
sólo nos interesan en la medida en que nos permiten lograr
esos objetivos políticos. Unos instrumentos, dicho sea de
paso, que excluyen cualquier forma de flexibilización del
mercado de trabajo.
En este sentido, el hecho de que la izquierda haya
empleado históricamente generosos esfuerzos para la construcción de unos
instrumentos como los del Estado del bienestar, que en su
día se creyeron óptimos, no debe hacernos olvidar que
lo central son los objetivos. Si hoy la Renta Básica aparece
como la propuesta más eficaz para el logro de la libertad
real, auténtico propósito de todo proyecto
emancipatorio, no debe ser desechada a resultas de su
compatibilidad con ciertas medidas de flexibilización de las
condiciones contractuales, a pesar de que esta
flexibilización parezca contradecir, de entrada, los
esquemas propios de la izquierda en estas últimas
décadas.
En cualquier caso, debe evitarse plantear la
cuestión que nos ocupa como si, con una RB, resultara
más sostenible ceder un cierto terreno a los intereses de
los empresarios y permitir desregular los mecanismos de
protección social –en tal caso, estaríamos
entendiendo la RB como una mera moneda de cambio de utilidad para
la arena político–práctica–; de lo que se
trata es de asumir que, con una RB, la protección social
–cierta protección social, por lo menos– ya
existe, ya constituye una realidad inapelable.
De todas maneras, en esta cuestión es necesario
matizar mucho. No son pocos los estudiosos de la Renta
Básica que han insistido en que un proceso de implantación
de la misma podría requerir un cierto gradualismo. Razones
tanto de tipo técnico como de índole estratégica
han llevado a determinados autores a proponer la
implantación de una Renta Básica de cantidad reducida
como primer paso hacia una Renta Básica más
sustanciosa. Así, mientras la Renta Básica no alcanzara
los niveles equivalentes al umbral de la pobreza, las virtudes
asociadas a ella no lograrían materializarse.
En este sentido, con una Renta Básica muy baja,
inferior a la línea de la pobreza, los procesos de
flexibilización laboral serían insostenibles desde el
punto de vista social: los ciudadanos perderían los
mecanismos de protección social sin haber logrado niveles
significativos de seguridad en los ingresos.
Por tanto, una Renta Básica haría sostenible
socialmente la flexibilización sólo si fuera igual o
superior al umbral de la pobreza. Hecha esta apreciación, la
flexibilización, en estas condiciones, podría permitir
una inusitada coincidencia de intereses entre los empresarios y
los trabajadores: el fomento del trabajo a tiempo parcial. Esta
coincidencia no debe ser vista como una claudicación por
parte de los trabajadores, sino como la manifestación
inequívoca de un logro: el de la seguridad en sus ingresos
y, como resultado de éste, el de la posibilidad de
plantearse fórmulas contractuales más flexibles en aras
de unos mayores niveles de realización personal no sólo en el
trabajo, sino también en el resto de las esferas de la vida
cotidiana.
(*) Artículo publicado en la revista El Ciervo
número 610, enero 2002
Daniel Raventós, José A. Noguera y David
Casassas