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El curriculum escolar, invención de la modernidad



     

     

    … el estudio de nosotros mismos

    tiene que proceder desde dentro de

    nuestra historia, la historia que nos

    ha convertido en lo que somos.

    HULTQVIST.

     

    Una de las nociones clave –y por clave me refiero
    a diversos aspectos de nuestra cotidianeidad escolar que
    adquieren su sentido en la perspectiva de un todo que les da
    organicidad–, es precisamente la del curriculum; a quienes
    desde diferentes profesiones de origen nos desplazamos por el
    campo de la educación, por recurrente nos
    resulta casi un lugar común.]

    Hace tiempo integramos curriculum a
    nuestro lenguaje de todos los
    días; aprendimos a pluralizar el término latino, e
    inclusive españolizamos su empleo (1); en algunos
    momentos más que en otros el curriculum deviene una de las
    obsesiones que atraviesan la vida de nuestras instituciones educativas, de
    cualquier orientación y nivel. En él se depositan gran
    parte de las expectativas y confianzas en la adquisición de
    los conocimientos y competencias que requiere toda
    sociedad; en él se
    concretan los parámetros de calidad y eficiencia que, hoy por hoy,
    atraviesan nuestra vida académica.

    La familiaridad con la que el curriculum merodea
    nuestros ambientes educativos, nuestras pláticas de café, nuestras urgencias
    y presiones, nuestras políticas institucionales,
    hace que lo percibamos como un ‘fenómeno
    natural’, que siempre ha estado ahí, al alcance de
    la mano, como referente para estructurar nuestros modelos educativos en el
    más amplio sentido del término.

    Esto se da por supuesto; sin embargo, no es así:
    forma parte de nuestros conocimientos sobre la
    escolarización que se han ido formando y transformando en el
    curso de la historia, "no son signos o significadores que se
    refieren a las cosas y las fijan, sino prácticas sociales a
    través de principios generadores que
    ordenan la acción y la
    participación" (Popkewitz y Brennan, 2000, p. 23).
    Consecuentemente, el curriculum tuvo un origen, se construyó
    socialmente como parte de las respuestas de algunos grupos a determinadas crisis sociales,
    económicas, culturales, en medio de candentes controversias
    y tomas de posición, de formas de razonamiento y percepción puestas en
    juego en un momento
    determinado.

    El sentido con el que emerge el curriculum, no es el
    mismo que hoy le atribuyen nuestras comunidades académicas
    del siglo XXI; ha sido continuamente recreado por las necesidades
    de los grupos sociales en diferentes
    momentos históricos; con el tiempo, se ha ido consolidando y
    refinando en sus usos y en sus planteamientos. Surge, al igual
    que otras muchas consignas y tradiciones que hemos hecho
    nuestras, en el umbral de la modernidad: (2) forma parte de
    sus herencias.

    Abundar en estos supuestos, para comprender las
    condiciones histórico–sociales en que se produjeron
    estas prácticas y el conocimiento que se formula
    respecto a ellas (3), que provee de explicaciones al momento
    presente, es el propósito de este texto.

     

    EL PUNTO DE
    PARTIDA

    Todo pareciera señalar el empleo de este concepto en nuestro país en
    torno a la década de los 70,
    esos años llenos de optimismo, de propuestas innovadoras, de
    inventivas y audacias que trataban de romper de un tajo con las
    deficiencias y los lastres del pasado, para hacer eficiente la
    formación de una población universitaria
    que se masificaba a pasos agigantados. El proyecto de las unidades de
    producción, de la
    Universidad Nayarita (4); la
    revolucionaria concepción de la medicina plasmada en el
    Plan A–36; la profunda
    revisión de la formación del médico veterinario,
    que recogía el Plan Z–36; la integración de las Ciencias y las Humanidades en
    la formación del estudiante pre– universitario datan
    de ese entonces. Es precisamente la UAM Xochimilco, creada en
    1974, la que generalizará el empleo de curriculum en la
    educación superior; a
    partir de ahí, se filtrará a los diversos niveles
    escolares.

    La sensación, por ese entonces, era la de que
    avanzadas corrientes anglosajonas (5) desplazaban, por obsoleta,
    la tan conocida noción de plan de estudios, que concentraba
    listas de contenidos y objetivos abstractos, de
    manera aparentemente estática, sin una
    vinculación explícita con las demandas sociales, sin
    una ubicación definida de las prácticas profesionales.
    El curriculum inauguraba, sin más, otros significados,
    más próximos a lo que en ese momento se percibía
    como prioritario. (Goodson, 1995, p. 9).

    Una confianza casi milenarista, propia del advenimiento
    de los nuevos tiempos, se concentró en el poder de la educación, y en las posibilidades del
    curriculum para lograrla. Sin embargo, a la vuelta de unos
    años, los desfases entre la elaboración y la puesta en
    marcha, la confrontación con prácticas sedimentadas,
    con rutinas establecidas difíciles de remover,
    mostraría la otra cara de la moneda.

    Se recorrieron muchas vías en la medida en que se
    iba institucionalizando el campo del curriculum (6); se
    transitó del tecnicismo más ingenuo a los desarrollos
    teóricos de más altos vuelos, buscando un punto de equilibrio, un lugar
    de convergencia entre las formulaciones rectoras, escritas a
    priori, y las exigencias de la práctica, que a menudo las
    hacían tambalear.

    La década de los 70, urgida por delinear una
    teoría curricular
    válida, rescató autores de la primera mitad del siglo
    XX, como Franklin Bobbit (1918), Ralph Tyler (1947), Hilda Taba
    (1962); en el ámbito mexicano después comenzaron a
    formularse las aportaciones de Raquel Glazman y María de
    Ibarrola, de Alicia De Alba, de Angel Díaz
    Barriga. Puede decirse que en el curso de los treinta años
    que han pasado desde el inicio del establecimiento de este campo
    de estudios en nuestro país, ha habido sucesivos
    desplazamientos respecto a las explicaciones y las posibilidades
    de intervención curricular.

    A grandes rasgos puede decirse que hemos transitado de
    una perspectiva centrada en el plano de la forma externa,
    fundamentalmente prescriptivo y normativo, que incidiendo, sobre
    todo, en las estructuras más amplias
    –sea referido a ciertos elementos de sistematización
    entre objetivos, medios y resultados, de la
    estructuración de los contenidos, de la programación de experiencias
    de aprendizaje apelando a las
    estructuras cognitivas, al reconocimiento de las prácticas
    profesionales que median en la orientación de lo que ofrecen
    las instituciones educativas– termina
    burocratizándose, a una perspectiva que aborda el curriculum
    como una construcción social y
    cultural que, reconociendo muy directamente las voces de los
    protagonistas involucrados en estos procesos de
    transformación (7), el sentido de sus prácticas, busca
    nuevas articulaciones entre las teorías y la
    recuperación de las experiencias cotidianas de los docentes; pudiera decirse que
    la mirada se dirige hacia el ‘interior’ indagando a
    través de las mediaciones que existen entre lo individual,
    lo grupal y lo institucional, donde las disciplinas escolares
    constituyen el punto de convergencia (8).

    Cada uno de los sucesivos momentos de desarrollo de la teoría
    curricular ha tenido y tiene sus autores privilegiados, sus
    textos favoritos, sus comunidades de incidencia y, por supuesto,
    sus anatemas, sus competidores. Los grupos que se abocan a la
    investigación y al
    análisis de estas tareas
    desde aquellas décadas, son muy numerosos. Lo cierto es que,
    a la fecha, el curriculum continúa siendo un enclave
    importante en la vida de nuestras instituciones educativas y en
    la formación de profesores.

    Hoy nos queda claro que la complejidad del curriculum
    pasa por diversos planos que atañen a la vida social y
    cultural de un grupo, al lugar que en ella
    ocupan las instituciones de educación formal, a las
    políticas de diverso tipo, a las posiciones de los
    protagonistas, a las formas de producción del conocimiento y a sus formas de
    transmisión, a las oleadas reformadoras que se filtran en
    todas las esferas y niveles de la sociedad.

    El curriculum no es pues, exclusivamente, una forma de
    racionalidad de las prácticas educativas en sí mismas
    que, perfecta en el momento en que se gesta, permanece
    estática. Esto lo saben muy bien quienes cotidianamente
    conviven con grupos escolares, de maestros y de alumnos, que son
    finalmente los que construyen día con día el
    curriculum. No es lo mismo el curriculum que se piensa, se
    reflexiona y se plasma en un documento, permanentemente rebasado
    por la realidad, al que los propios actores, desde sus propias
    historias, experiencias, interpretaciones y dificultades
    concretan en diversos momentos de la compleja, multifacética
    y cambiante realidad escolar; no necesariamente se corresponden
    las teorías curriculares con los diferentes niveles de
    intervención y los diversos ámbitos de su puesta en
    marcha.

    El curriculum jamás es un producto cultural
    estático, monolítico, que está siempre ahí
    como referencia inamovible de la vida académica
    –evidentemente una materia, por ejemplo, puede
    permanecer como tal desde hace veinte años, pero
    indudablemente se "mueve", se somete a sucesivas transformaciones
    dependiendo de los profesores, de los grupos, de las
    circunstancias de la misma institución, de la
    circulación de nuevas bibliografías–. Se construye día
    con día en la arena de la vida social y en la toma de
    posición de las comunidades académicas, está
    inmerso en el conflicto social, en el
    espacio de la negociación, pues cada uno
    de los involucrados, sean estudiantes, profesores, autoridades,
    padres de familia, políticos,
    empresarios, economistas, expertos internacionales, desde su
    lugar participa en la producción de sentido, de ahí su
    movimiento constante, sus
    continuas recreaciones, su ineludible complejidad, su inevitable
    condición de conflicto. El curriculum escolar constituye lo
    que en términos de Bourdieu es un campo de fuerzas.
    (9)

    El curriculum dice mucho de la vida social, de sus
    aspiraciones, de sus expectativas, de sus sueños, de sus
    deficiencias; encamina hacia otras direcciones, posibilita otras
    prácticas y también las limita, plantea nuevas
    prioridades y, por qué no, nuevos descuidos. Pone sobre la
    mesa los polos de tensión entre los grupos académicos,
    sus alianzas y sus lealtades; entre las diversas formas de
    producción del conocimiento y sus procesos de
    transmisión; entre la vida interna de la institución y
    las exigencias que vienen de la sociedad en su conjunto (nuevas
    formas de producción de conocimiento, de demandas de
    la empresa, de la industria, de políticas
    nacionales y de organismos internacionales); entre la
    autonomía relativa de las instituciones formativas y las
    fuentes de financiamiento,
    entre la modernidad y la posmodernidad. Para nada
    representa un ámbito conciliador, ajeno al conflicto ya que,
    finalmente, "puede verse como portador y distribuidor de
    prioridades sociales" (Goodson, 1995, p. 53).

    Es precisamente el papel que juega el curriculum en la
    vida de nuestras instituciones escolares a lo largo de la
    modernidad, cuyas historias, querámoslo o no, están
    sedimentadas y en mucho estructuran nuestro presente, el que
    lleva a experimentar la necesidad de establecer un nuevo campo,
    el de la historia del curriculum, que se plantea, señala
    Miguel A. Pereyra, como "la propuesta académica de narrar,
    interpretar y, finalmente, comprender los procesos por los que
    los grupos sociales a lo largo del tiempo seleccionan, organizan
    y distribuyen conocimientos y creencias a través de las
    instituciones". (10)

    En la vida diaria de nuestras instituciones escolares,
    las historias de otros tiempos, los conflictos y sus soluciones, los valores y los caminos
    favorecidos, las creencias y las consignas sedimentadas, siguen
    pesando. Forman parte de las herencias que se nos imponen
    aún desconociéndolas. Por ello, indagar desde el
    presente en lo que subyace detrás de esta construcción,
    siempre social, siempre cultural, siempre compartida, siempre
    atravesada por protagonistas y antagonistas, nos hace
    partícipes y conscientes de lo que todavía hoy
    defendemos. Y esto, como forma de comprensión y conocimiento
    de las instituciones de las que formamos parte, tiene un gran
    valor.

    La noción de curriculum es muy antigua y se
    formó lenta, muy lentamente, de manera paralela a la
    paulatina instauración de los procesos de
    escolarización; eran otros los tiempos, eran otras las
    sociedades, eran otras las
    necesidades, eran otras las disputas. Sin embargo, de alguna
    forma, percibimos sus marcas en nuestras escuelas.
    Nació en el ambiente que fermenta las
    formas de vida, de pensamiento, de relaciones, de
    gobierno, que desembocarían
    en lo que actualmente conocemos como modernidad…

    La modernidad, como sabemos, irrumpe vigorosamente en la
    vida de los hombres portando el discurso de la libertad, de la igualdad, de los derechos de todos a todo, de la democracia; sólo que a la
    vuelta de algunos años mostraría la otra cara de la
    moneda: el control, el acatamiento, la
    vigilancia. Lo cual apunta a lo que Wagner define como la
    ambigüedad característica de este proyecto, de las
    pérdidas y ganancias que trae consigo.

    "Debería verse [nos dice el autor] la
    transformación del yo humano en la modernidad como un
    proceso paralelo –y
    dramático– de liberación y sometimiento" (Wagner,
    1997, p.20).

    Es precisamente en medio de esta ambivalencia donde
    tiene lugar la configuración de las prácticas y de los
    discursos que nos proponemos
    analizar.

     

    UNA SOCIEDAD EN POS DE NUEVAS
    FORMAS DE GOBERNARSE.

    El umbral de la modernidad da pasos firmes en
    relación con los nuevos modos de vigilancia y control de las
    sociedades, a partir de los cuales se puede explicar la lógica cultural que
    daría lugar a algunas de las prácticas y discursos que
    están en la base de los procesos de escolarización en
    los distintos niveles. Hoy, a ninguno se le ocurriría
    imaginar las instancias de educación formal al margen de los
    grupos de alumnos por edades y ciertas afinidades, sin un
    ordenamiento entre los programas de acuerdo a su
    dificultad, sin una seriación por grados y semestres, sin la
    previsión de contenidos mínimos y actividades, sin la
    estricta supervisión de los
    profesores para la buena marcha de los aprendizajes.

    Sólo que mucho de esto respondió a la
    confrontación de situaciones vividas como problemáticas
    para las sociedades de la alta Edad Media, a la necesidad de
    resolverlas de otra manera; surge de las nuevas formas de gobierno que las
    sociedades de ese tiempo ensayan sobre la población. Esto
    resulta explicable, ya que los procesos de creciente
    urbanización, de incremento de capitales, de
    resquebrajamiento de los poderes feudales y de sus instituciones,
    incidían en las formas de vida, en las convicciones y
    creencias, en los modelos de relación que habían venido
    funcionando; en otra manera de centralizar el poder y
    distribuirlo. Hacia esos años dominaba la concepción
    jerárquica del mundo, donde cada quien ocupaba un lugar y
    desempeñaba una determinada actividad, de modo que la
    convivencia amplia de niños, jóvenes y
    adultos –por más que estas divisiones por edades
    todavía no existieran– y el relajamiento de
    costumbres, aunado a la multifacética crisis de entonces, ya
    no se vería con naturalidad, sino como promiscuidad y
    desorden; habría que idear espacios separados y bien
    controlados.

    En estos términos se da el primer gran paso en el
    gobierno de los escolares y, potencialmente, de los maestros;
    este nuevo sentido de orden, que de aquí en adelante
    acompañará a los procesos de escolarización de la
    modernidad, se gesta hacia el final del alto medioevo y las
    universidades tienen mucho que ver en ello. Va recordado
    –apunto aquí y amarro después– que los
    universitarios son clérigos, no necesariamente monjes o
    sacerdotes; las universidades pertenecen al ámbito de la
    Iglesia, lo que hace que, se
    trate de poblaciones laicas o no, de todos modos entran en el
    terreno eclesiástico. Las funciones de estas corporaciones
    –universidades– (11) se dan siempre dentro de estos
    límites.

    Por lo demás, las Universidades, (12) y la
    gestación de la educación formal, son fenómenos
    eminentemente urbanos que se definen en el lindero entre las
    escuelas monacales, destinadas exclusivamente a los monjes, y
    otras, abiertas a los laicos. Precisamente las ciudades son los
    espacios plenos de movimiento, de concentración de riquezas
    materiales y culturales,
    lugares de encuentro y de intercambio:

    "Las ciudades son las plataformas giratorias de la
    circulación de los hombres, cargados de ideas así como
    de mercaderías, son los lugares del intercambio, los
    mercados y los puntos de
    reunión del comercio intelectual. […]
    del Oriente junto con las especias, la seda, llegan los
    manuscritos que aportan al Occidente cristiano la cultura grecoárabe" (Le
    Goff, 1985, p. 31).

    El siglo XIII, representa para las Universidades un
    importante florecimiento. (13) De esa época datan muchas de
    las reformas que llevaría a cabo la Universidad de
    París, una de las más influyentes en el tejido
    universitario medieval.

    Particularmente importante para los propósitos de
    este texto, es la regulación del funcionamiento de los
    Colegios (según Durkheim, especie de
    secundarias de nuestros días, donde se enseñaba
    latín a una población que oscilaba entre los 10 y los
    20 años por lo menos) anexos a las Universidades.
    (14)

    Antes de esto, la población que los frecuentaba,
    formada exclusivamente por aquellos que aspiraban a ser
    clérigos, muchas veces carecía de recursos, procedía de aldeas
    cercanas y buscaba lugares para pernoctar. Participaba a menudo
    en todo tipo de desórdenes:

    "Se asociaban con truhanes y malhechores, callejeaban
    durante la noche, violaban, asesinaban y robaban con frecuencia.
    Las fiestas celebradas por las Naciones en honor a su
    patrón, en lugar de ser una ocasión edificante, no eran
    más que una provocación a la embriaguez y a la
    orgía. Los estudiantes recorrían las calles de
    París armados, perturbaban con sus gritos el reposo del
    burgués pacífico, maltrataban al viandante inofensivo.
    En 1276, jugaron incluso a los dados en los altares de las
    iglesias" (Durkheim, 1982, p. 158).

    De ninguna manera se podría afirmar que todos los
    estudiantes tuvieran las mismas condiciones; algunos vivían
    con su familia o quedaban a cargo de un tutor, que por lo general
    no era todo lo afable que podría esperarse. También se
    regulaban a partir de las alianzas y normas que les imponían las
    hermandades y corporaciones a las que pertenecían, pero no
    sabían en que consistía una institución
    estructurada jerárquicamente y normada por el principio de
    autoridad, que será la
    perspectiva de los Colegios a horcajadas de los siglos XV y XVI.
    La sociedad ya estaba harta, según Ariès, del exceso de
    libertades de los estudiantes: para imponer a sus maestros, para
    hacer valer sus prerrogativas; para que los maestros
    enseñaran lo que quisieran, de cualquier modo, en cualquier
    lugar. (15)

    Esta situación llegó a ser aberrante y se le
    puso un remedio: hospedar en los Colegios, primero a los
    estudiantes becarios y después a los que tenían
    recursos, pues la normatividad del estudiante antes y
    después de las horas destinadas a las lecciones dio
    óptimos resultados para lo que se pretendía. Para su
    organización interna, los
    Colegios los concentraron en grupos de edades que oscilaban entre
    10 y 15 años. Ariés pone de relieve, al respecto, la
    emergencia de una nueva sensibilidad en relación con las
    edades de la vida que se perfeccionará con el tiempo,
    fenómeno que hoy nos parece tan obvio y de sentido
    común.

    El generalizar el régimen de internado para todos
    los escolares trajo otras complicaciones y exigencias para los
    Colegios, el modelo cerrado, única
    posibilidad de control del estudiante, de estrecha vigilancia de
    su comportamiento y de
    preservación de los desórdenes sociales, implicó
    prever actividades fuera del tiempo de las lecciones, ya fueran
    prácticas religiosas, de entretenimiento o complementarias
    al estudio, así como favorecer una estrecha convivencia con
    los compañeros inmediatos, siempre con la mira puesta en la
    moralización de los internos, leída desde el cristianismo.

    No obstante, este nuevo sistema no pudo evitar del todo
    los abusos y excesos de algunos de los escolares, lo cual
    motivó la exacerbación de la vigilancia y el control
    sobre la totalidad de la vida del estudiante, dentro y fuera de
    las instalaciones, tratando de incidir hasta en su vida
    cotidiana. El maestro, poco a poco investido de autoridad, en una
    relación jerárquica con los escolares, será quien
    detente el poder en una relación de subordinación del
    otro, pero también será en quien se delegue la
    conducción moral de la vida del
    estudiante; a fin de cuentas, ‘la salvación
    de su alma’.

    Interesa dejar claro que esta nueva forma de
    organización sería una enseñanza completa que
    daría cabida no sólo a los jovencitos que se
    formarían ahí, sino que también incluiría,
    bajo el mismo régimen, a los maestros en estrecha
    convivencia con los discípulos. Se trataba, en todo caso, de
    conservar a la población que los frecuentaba en un mundo
    aparte, construido artificialmente ex profeso para la
    enseñanza, preservándolos del bullicio y
    desórdenes del mundo exterior. A su vez, estos centros se
    someterían a una estricta normatividad y supervisión de
    sus funciones, vigilando a todos los involucrados para lograr su
    cabal cumplimiento. Las conocidas Regulae de los monasterios,
    emigrarían a esta organización que se ensayaba entre
    los siglos XIII y XV.

    Con el tiempo, los Colegios experimentaron sucesivas
    transformaciones que los alejaron del perfil que tenían
    cuando fueron creados. Al acoger a escolares laicos se
    aproximarían a los establecimientos de enseñanza de la
    modernidad, organizados en la novedosa noción de clases
    secuenciadas en cuanto a su dificultad y la edad de la
    población, núcleo de donde surge la concepción de
    organización de la actual educación formal.

    Y si en torno a 1509, explícitamente se propone que
    los Colegios de la Universidad de París se organicen en "al
    menos doce clases o pequeñas escuelas, según la
    exigencia de lugar y auditores" (Hamilton, 1989, p. 189), en los
    Estatutos del Colegio de Montaigu, por ejemplo, clase se maneja como
    "divisiones graduadas por estadios o niveles de creciente
    complejidad según la edad y los conocimientos adquiridos por
    el estudiante" (Idem). La escuela de los Hermanos de la
    Vida Común, también a principios del siglo XV, donde se
    formaron importantes pensadores de esos años –Erasmo,
    Loyola, Calvino y muchos otros–, era famosa por atender
    hasta 1200 escolares –número insólito para la
    época– que organizaba en 9 ó 10 Clases o Cursos,
    (16) de acuerdo con las edades y con el aprendizaje logrado durante un
    período lectivo. Esto confirma que la práctica fue
    bastante generalizada.

    Por otra parte, la clase escolar fue incidiendo en otros
    refinamientos: el de un profesor para cada curso;
    después, el de un espacio para cada conjunto de escolares y
    maestro, pero esto sería a horcajadas de los siglos XVI y
    XVII. Tan es así que en pleno siglo XVII se volvió
    común la expresión "dar clases" para referirse a la
    tarea docente propiamente dicha.

    El pensador moravo, Juan Amós Comenio –en el
    mismo siglo XVII–, a la vez que precisa la noción de
    clase sugiere otras distinciones en su interior: "Una clase
    escolar es un conjunto de alumnos que, en los mismos estudios,
    alcanzan los mismos resultados, a fin de que, imbuidos al mismo
    tiempo por las mismas enseñanzas y activados por los mismos
    ejercicios, puedan con mutua emulación progresar más
    fácilmente. Pero en una misma clase, las necesidades de los
    estudios exigen también que se constituyan varios grados, de
    los cuales son importantísimos tres:

    I. De los principiantes,

    II. De los adelantados,

    III. De los que van llegando a la perfección"
    (Comenio, 1992, p. 121).

    Finalmente, la clase, organizada conforme a ciertos
    principios lógicos, devino curso. No obstante la
    invención de otros criterios para disponer a escolares y
    maestros, el modelo monacal que conformó la
    intervención sobre los turbulentos escolares medievales
    seguirá sedimentado de diversas maneras en las soluciones de
    la educación formal de nuestro tiempo.

    Ciertamente la Iglesia cristiana es una de las
    instituciones más consolidadas que pesa sobre las diversas
    esferas de la vida y de la cultura en Occidente y en nuestro
    propio ámbito. Puso a disposición de los modos y formas
    de la educación, la experiencia acumulada durante siglos en
    la conducción de las sociedades. Pero, por lo regular,
    desconocemos a ciencia cierta en que forma
    gravita sobre nuestras tradiciones educativas. En el caso de la
    escuela es importante ‘hilar fino’ y hurgar en sus
    improntas, aparentemente invisibles, pero, que a través de
    las sucesivas reapropiaciones de las sociedades secularizadas,
    siguen haciéndose presentes.

    De hecho los universitarios medievales, clérigos y
    laicos, pero al fin y al cabo clérigos por los motivos
    apuntados, son la intelligentsia de la época, los artesanos
    de la palabra, que con sus ideas y audacias, con sus debates y
    libertades, marcan el rumbo de las instituciones, inciden en la
    condición de lo societal, trazan la conducción de
    pueblos y personas, perciben las posibilidades del cambio social. Ellos son los
    hombres letrados de la época, y la Iglesia la gran
    depositaria de la cultura escrita; como intelectuales, asumieron como
    oficio la transmisión de ese patrimonio por medio de la
    enseñanza, pues son, ante todo, maestros.

    Las sociedades, y sus diversas instituciones, se abren a
    la modernidad con la consigna de moralizar a las poblaciones, de
    ordenar su forma de vida, de conducirlas hacia otros designios.
    Por ello ensayan otras formas de gobierno de los escolares,
    también de sus maestros, empeñados en el oficio de
    transmitir conocimientos y comportamientos.

    El pensador francés, Michel Foucault, entre sus aportaciones
    plantea un neologismo que resulta oportuno en el desarrollo de
    este texto; es el de gobernamentalidad, que une la acción de
    gobernar con la mentalidad que se involucra en ello. Es decir,
    remite tanto a la acción de gobernar como a la mentalidad
    puesta en juego; en el caso que nos ocupa implica que aquello que
    se gobierna ha de conocerse para desarrollar comportamientos
    acordes a los propósitos que median en ello. La
    intervención sobre los escolares oscila entre la
    comprensión de lo que son y de lo que han de llegar a ser.
    "La escuela, la educación, la formación y otras
    actividades sociales similares –señala
    Hultqvist–, no sólo se preocupan por la realidad, sino
    que, en sus capacidades como depositarias de racionalidades
    políticas, también contribuyen a producir niños y
    jóvenes como sujetos de estilos concretos de vida".
    (17)

    Es así como los siglos del umbral de la modernidad
    en adelante, imaginarían los medios para formar estudiantes
    y maestros que se asumieran como tales, cuyos atributos, papeles
    y condiciones correspondieran, en buena medida, a lo que se
    esperaba de ellos. Todo esto implicó un gran esfuerzo para
    llevar a cabo el ordenamiento de la vida de dos de los
    principales protagonistas de la escuela.

     

    EL CAMPO DE LA CONTIENDA: LAS
    REFORMAS RELIGIOSAS.

    Si, a horcajadas de los siglos XV y XVI, los primeros
    pasos en relación con el gobierno de los escolares –
    implícitamente de los maestros y de aquellos que los
    supervisan–, que conducen a la invención de la clase y
    del curso, se dan en el territorio de la fe cristiana en general;
    la consolidación de una de las formas más novedosas y
    eficaces en este gobierno, que es el curriculum, se dará en
    medio de la contienda por las confesiones; es decir, en el campo
    de los reformadores religiosos.

    Las críticas atmósferas europeas de los siglos XVI y
    XVII, (18) tienen como la expresión de sus conflictos las
    guerras de religión, las disputas entre los
    llamados reformadores –disidentes del catolicismo, que
    desconocen la autoridad del Papa– y contrarreformadores
    –católicos, seguidores del Papa– ; de hecho,
    ambos se inscriben en el movimiento genérico de reforma.
    Ambos, desde diferentes perspectivas y con diferentes medios,
    orientaron su acción hacia la regeneración de los
    hombres y de las mujeres, de los gobernantes, de la Iglesia yatan
    lejana de los primeros tiempos de la cristiandad, de los saberes,
    de la forma de distribuirlos socialmente. El clima de intolerancia y de
    guerra acompañó la
    expresión de estas pugnas y de estas tomas de posición
    a lo largo del inicio de la modernidad. Lutero (1483–1546),
    como sabemos, no fue el primer reformador; las críticas a la
    Iglesia Católica, por los vicios y distorsiones en que
    había caído, venían ya de algunos siglos
    atrás en las voces de otros reformadores: Francisco de
    Asís, Wiclef, Jan Huss, Chelcicky, Münzer. Unos
    lograron replantear algunas prácticas de la Iglesia desde
    dentro, sin dejar de asumir al Papa como la máxima
    autoridad; otros, quedaron en la disidencia y fundaron las
    Iglesias reformadas, que genéricamente se conocerían
    como Iglesia Evangélica.

    Grosso modo, los Reformadores, movidos por el desorden y
    el deterioro evidente en todas las expresiones y esferas de la
    vida social, darían curso a un gran programa restaurador, de
    enmienda, con tintes moralizadores, de franco rescate y
    salvación de las poblaciones bajo el signo de la fe
    cristiana. El medio para lograrlo era precisamente la
    educación, y esto se relaciona directamente con los
    propósitos de este artículo.

    Defensores de la lectura directa de la
    Biblia –libre examen–, en contraposición con la
    mediación que hacía de su lectura el sacerdote
    católico, los Reformadores requieren establecer redes escolares a lo largo y a lo ancho de
    los territorios de incidencia, para que amplios sectores aprendan
    a leer y, en contacto directo con el mensaje bíblico, logren
    la salvación. El comportamiento deseable de estos cristianos
    disidentes, dependería de su propia relación con Dios,
    de una moral interna, sin intervención de terceros; a
    diferencia de los cristianos católicos, cuya moral
    sería controlada por normas externas a su propia conciencia.

    La tarea que se echaron a cuestas los reformadores que
    coinciden en esos siglos tratando de congregar a las Iglesias
    Evangélicas dispersas por el continente europeo, (19) fue
    enorme, pues, además de establecer escuelas en todos los
    rincones donde pudieran, había que traducir la Biblia a las
    lenguas vernáculas, había que agenciarse predicadores
    que compartieran las mismas creencias y había que formarlos
    de otra manera. En esta empresa, es en la que el gobierno
    de los estudiantes se perfecciona a través del curriculum;
    la invención procede de los calvinistas – hugonotes en
    Francia, puritanos y
    presbiterianos en Inglaterra, y otros
    más.

    En los Colegios anexos a las Universidades, en cuyos
    orígenes atendían a una población de
    clérigos, se impusieron los Reglamentos de disciplina de las órdenes
    religiosas –como antes lo señalé–, atentos
    a cada uno de los movimientos de los discípulos, recurriendo
    a los castigos físicos cuando era necesario; también se
    adoptaron los Reglamentos de estudio, orientados a la totalidad
    de las actividades de enseñanza. De estas prácticas se
    desprendería poco a poco un amplia gama de normas y
    estatutos referidos a la vida de los escolares.

    Calvino fue particularmente aficionado a estas
    reglamentaciones, lo cual se puede entender por su trayectoria:
    formado como teólogo, jurista y militar, creía
    firmemente en el orden, en la disciplina, en las normas para
    regular puntualmente la vida de cada individuo, de cada
    institución, de la sociedad en su conjunto; en una minuciosa
    jerarquización de la autoridad. Según él, en estos
    términos se lograría desarrollar el sentido del deber,
    del trabajo, de la responsabilidad de manera
    individual y autónoma; las instituciones se
    restaurarían por dentro y se produciría un nuevo modelo
    de sociedad. Sólo así se podría impulsar, desde
    dentro de la persona, la moral y el principio de
    autoridad. Un enclave importante de su proyectoera, como
    decíamos, la formación de predicadores convertidos a
    esta fe. (20) Y así lo hizo.

    Por otro lado, algunos de los conceptos filosóficos
    favoritos de Calvino para referirse al devenir de la vida, de
    marcado sabor latino, eran vitae cursu, vitae stadium y vitae
    curriculum, (21) que después emigrarían al territorio
    escolar. Se atribuye a Andrew Melville, de origen escocés,
    quien colaboró con Calvino en la Academia de Ginebra, la
    introducción del
    término curriculum de estudios al impulsar, desde la
    perspectiva del calvinismo, la reforma de la Universidad de
    Glasgow (1574–1580). El sentido de esta nueva noción
    era abarcar el gobierno de la totalidad de la vida del estudiante
    y orientarla al cumplimiento de los eventos que establecía un
    plan de contenidos y actividades, minuciosamente supervisado por
    el profesor.

    La Universidad escocesa de Leiden (1582) es la primera,
    según documentos recabados por
    Hamilton, que explícitamente incluyó en sus
    certificados de estudio el siguiente texto: "En habiendo
    completado el curriculum de estudios" (Rfr. Hamilton, 1991, p.
    199). Para el caso, también resulta ilustrador como dato
    que, para esos años, existan referencias de que en Glasgow
    se usa indistintamente vitae curriculum y vitae disciplina,
    haciendo referencia al mismo proceso.

    Con todos estos elementos referidos a la formación,
    los Reformadores fueron ganando terreno en Francia, Países
    Bajos, Suiza, Alemania, Moravia, Inglaterra,
    Suecia; la Iglesia Católica veía como una verdadera
    amenaza el incremento de Iglesias reformadas; por lo demás,
    se daba cuenta de que las prácticas habituales de la
    prédica, la confesión y otras más ya no eran
    suficientes –el reciente Concilio de Trento
    (1545–1563) había señalado la necesidad de
    recuperar el magisterio de los primeros siglos de la
    cristiandad–. Había que idear nuevos mecanismos para
    ganar las ‘almas’ de los jóvenes para su causa,
    y eso lo haría, como parte del movimiento de la
    Contrarreforma, con la Compañía de Jesús a la
    cabeza. Ignacio de Loyola (1491–1556), su fundador, la
    organizaría conforme al modelo de la milicia que, por
    experiencia propia, conocía bien.

    Persuadido de los principios de orden y disciplina con
    que se había formado, y cercano a las transformaciones de
    los Colegios, por donde también había pasado, Ignacio
    perfecciona los criterios referidos al gobierno de la vida
    escolar. Desde un principio, en una parte de las Constituciones
    de la Compañía precisa el plan de los estudios que
    habrán de conducir los jesuitas, (22) y esto se
    llevó a la práctica en las diferentes sedes y misiones
    de los jesuitas; después de tres décadas de
    aplicaciones constantes por todos lados, se inicia una amplia
    consulta, análisis y valoración de las experiencias que
    se habían recabado en los diversos países
    –esfuerzo insólito para la época, aunque de
    algún modo facilitado por la centralización del
    imperio católico–, (23) para decantarlas en la Ratio
    atque institutio studiorum Societas Iesus (1599), (24) nombre que
    acompañó a los jesuitas durante más de doscientos
    años.

    El Ratio proveía de acuciosas disposiciones en
    relación con lo que debían aprender los escolares y
    cómo lo debían aprender, señalando puntualmente
    prescripciones para cada clase o curso. Después del amplio
    proceso de evaluación que se había
    efectuado, se llenó el vacío tocante a lo que
    competía a los maestros y a su organización
    jerárquica con fines de control. En él se trataba todo:
    las materias de estudio, su disposición, su graduación,
    sus orientaciones, los ejercicios que deberían emplearse, la
    constante competencia con los
    compañeros de clase para superarse, los textos de los
    clásicos cuidadosamente graduados y reinterpretados desde la
    fe cristiana, los ejercicios espirituales.

    De particular importancia en esta disposición de
    los estudios, era lo tocante a la disciplina. Se prescribía
    una constante cercanía del maestro con el alumno para su
    cuidadosa custodia: "Un vigilante lo sigue por todas partes, a la
    iglesia, a la clase, al refectorio, al recreo; a la sala de
    estudio y a sus habitaciones; siempre estaba ahí, lo
    examinaba todo". (25)

    Pero el propósito también era conocer a los
    discípulos para estar al tanto de sus debilidades, de sus
    móviles más íntimos y poder conducirlos, de modo
    que los jovencitos vivieran en una atmósfera educativa
    especialmente creada para ellos, protegida de los desórdenes
    mundanos.

    Desde una perspectiva más amplia, saltan a la vista
    las coincidencias básicas entre el curriculum y el plan de
    estudios. El primero, surgido de una moral calvinista, hace
    hincapié en la estrecha vigilancia del escolar, en la
    minuciosa prescripción de lo que ha de hacer, con miras a
    regular un comportamiento autónomo, una moral impulsada
    desde el interior de la persona. El segundo, surgido de la
    contrarreforma católica, se centra en el papel de los
    contenidos, en la regulación de las actividades, en diversas
    prácticas que tienden a escudriñar el interior del
    discípulo, a fortalecer su voluntad, condicionando, desde el
    exterior, un comportamiento moral.

    El siglo posterior no desconocería las
    prácticas para el mejor gobierno de la vida escolar que se
    venían perfilando desde el siglo XV; muestra de ello son algunos de
    los planteamientos de Juan Amós Comenio, uno de los
    principales protagonistas de la Iglesia Checa Reformada, cercana,
    por lo demás, a los luteranos y a los calvinistas. Tal es el
    caso de la noción de curriculum que menciona
    explícitamente en alguna de sus obras; (26) asimismo,
    integra en sus propuestas las prácticas referidas a la
    clase, a la disciplina, al curso.

    Su Didáctica magna, como
    tratado del arte de enseñar que es,
    ofrece una aproximación a lo que pudiera ser el curriculum
    escolar, al proponer tipos de escuelas precisando las edades que
    les corresponden y describiendo puntualmente los contenidos y
    métodos que competen a cada
    una de ellas: (27)

    "Tenga por escuela:

    • La infancia…El regazo
      materno, Escuela maternal (Gremium maternum)
    • La puericia…La escuela de letras o Escuela
      común pública
    • La adolescencia…La escuela
      latina o Gimnasio
    • La Juventud…La Academia y
      viajes o excursiones"
      (Comenio, 1988, p. 159).

    Comenio, en el siglo XVII, dispone una rigurosa y
    jerarquizada supervisión y control, de las tareas que
    competen a estudiantes y maestros, para la buena marcha de los
    estudios:

    "[…] para que todo esto se mantenga, es necesario que
    cada escuela tenga al frente (además de los maestros y del
    rector) un patronato con inspectores o visitadores que suelen
    llamarse escolarcas, escogidos de entre los magistrados jefes de
    la ciudad y ciudadanos selectos. Para que todo marche dentro del
    orden debido, deben ser no solamente doctos sino además muy
    piadosos y prudentes, que sepan y quieran castigar las
    infracciones, siempre con severidad serenísima y adornados
    de autoridad pública (Comenio, 1992, p. 118).

    Las cosas no pararon aquí; en la medida en que fue
    avanzando el proyecto de la modernidad, la escuela de masas
    devino la panacea de las sociedades ilustradas y el Estado el gran gestor de la
    escuela de masas, la escuela pública por
    excelencia. Durante el siglo XIX, el paulatino desplazamiento de
    las sociedades rurales y de las formas de producción a
    pequeña escala, confirmó la
    necesidad de estándares de mayor eficiencia en la
    escolarización donde a los maestros se les asignaba un papel
    muy importante en la construcción de estos nuevos
    ciudadanos.

    Todo esto incidió en el refinamiento del curriculum
    escolar con el que se inauguró el siglo XX; en la
    región americana, los teóricos estadounidenses del
    curriculum tales como John Dewey, Franklin Bobbit, W.W. Charters,
    Ralph Tyler y otros muchos que impulsaron la reforma de una
    educación más práctica y útil, y desde
    ahí influyeron en nuestro ámbito a través de los
    pedagogos mexicanos.

    Las sociedades de los años que se sucedieron desde
    ese entonces hasta llegar a nuestros días, han continuado
    recreando, a partir de sus propias urgencias, de sus creencias,
    de sus crisis, de sus consignas, los sentidos de estas
    prácticas y discursos que traman la vida de las
    instituciones de educación formal.

    Éste es el punto en el que estamos…

     

    A MODO DE
    CIERRE.

    Queda claro que la noción plan de estudios,
    desplazada y sancionada en nuestro país por la
    modernización educativa de la década de los setenta,
    surge, al igual que la de curriculum, en el siglo XVI de un mismo
    movimiento paradigmático que ordena el fenómeno de la
    escolarización a partir de las formas de gobierno que se
    visualizan para el conjunto de la sociedad, dando, en el caso de
    los escolares, lugar a la clase, al curso y al propio curriculum
    escolar.

    Ambas nociones, curriculum y plan de estudios, si bien
    expresan tradiciones diferentes, convergen en la matriz
    histórico–cultural que les es próxima. Han
    tenido, asimismo, diferentes regiones de influencia que
    corresponden al mapa de la contienda por la confesión
    cristiana en Occidente. Desde el lejano siglo XVI, de alguna
    manera curriculum y plan de estudios quedaron inevitablemente
    ligados a los procesos de las reformas educativas, que se
    insertan en el movimiento más amplio de reordenamiento de
    una sociedad. De tal modo, los discursos sobre el curriculum y el
    plan de estudios, no son inocentes ni en el pasado ni en la
    actualidad; ponen al desnudo la complejidad de las
    atmósferas políticas, sociales, económicas,
    culturales en que éstos se fraguan; participan de la
    ambigüedad que le es característica a la modernidad:
    por un lado ofrecen espacios para la participación de grupos
    académicos, por otro, ejercen formas más sutiles de
    control del trabajo cotidiano.

    Las sucesivas transformaciones que se han operado en los
    modelos educativos desde el inicio de la modernidad, en el
    ámbito de las sociedades secularizadas que han apostado a la
    escolarización laica, conservan, no obstante la impronta de
    origen: el legado de los modelos monacales y de los modelos de la
    milicia, así como las confianzas salvacionistas de la fe
    cristiana que emigraron al ámbito de la escuela en formas de
    prácticas, de teorías y de consignas.

    El curriculum y el plan de estudios, sin lugar a dudas,
    constituyen una de las piedras angulares de la vida
    académica, el nudo que amarra diversas realidades que tocan
    a la escuela desde el interior de su propia dialéctica y
    desde el exterior de las demandas que proceden de diversos
    sectores de la vida social más amplia. Sus sucesivos
    desplazamientos han abundado en diferentes explicaciones y
    propuestas que, finalmente, lo abordan como un proceso en
    permanente recreación, en constantes
    idas y vueltas entre las teorías y la riqueza de las
    prácticas cotidianas donde cada uno de los participantes
    siempre tiene algo que decir. Actualmente, abordar el problema
    del cambio curricular en toda institución educativa requiere
    una amplia perspectiva de los niveles de intervención,
    así como la dotación de un rico arsenal
    metodológico que dé cuenta de la constante
    dialéctica de los procesos y de la pluralidad de las
    aportaciones de los diversos sectores que entran en juego.
    Seguramente por ello, el ejercicio continuado de las revisiones
    curriculares que se propone en nuestros días, nos está
    haciendo transitar del curriculum como construcción
    cultural, a una cultura del curriculum que nos plantea la
    constante necesidad de responder a la complejidad de la vida
    social que converge en las instituciones de educación
    formal.

     

    REFERENTES:

    A. FUENTES
    PRIMARIAS.

    M. BERTRAN–QUERA y otros (1988), La "Ratio
    Studiorum" de los jesuitas, versión en español, Madrid: Universidad Pontificia
    Comillas.

    Juan Amós COMENIO (1988), Didáctica Magna. s/t,
    Estudio introd. G. de la Mora, México: Editorial
    Porrúa, S.A., Sepan cuántos N° 167, 3ª
    edición.

    Juan Amos COMENIUS (1992), Pampedia, Tr. y estudio
    preliminar F. Gómez Rodríguez de Castro, Madrid:
    Universidad Nacional de Educación a Distancia,
    AA. 57.

    * * *

    C. APOYO TEÓRICO Y
    METODOLÓGICO.

    María Esther AGUIRRE LORA (2001), Calidoscopios
    comenianos. Acercamientos a una hermenéutica de la
    cultura, vol. 2, México: CESU, UNAM–Plaza y
    Valdés, México. Philippe ARIÈS (1987), El
    niño y la vida familiar en el Antiguo Régimen, tr. Naty
    García, Madrid: Taurus Ediciones, Colección Ensayistas
    N° 284.

    Peter BERGER y Thomas LUCKMANN (1968), La
    construcción social de la realidad, Buenos Aires: Editorial
    Amorrortu. Pierre BOURDIEU (1990), Sociología y cultura,
    México: CONACULTA–Grijalbo, Colección Los
    noventas. Emile DURKHEIM (1982), Historia de la educación y
    de las doctrinas pedagógicas. La evolución pedagógica
    en Francia, tr. De M. L. Delgado y F. Ortega, Madrid: Ediciones
    de la Piqueta, Colección Genealogía del Poder N°
    8.

    Anthony GIDDENS (1993), Consecuencias de la modernidad,
    tr. Ana Lizón, Madrid: Alianza Editorial, Colección
    Universidad.Ivor F. GOODSON, Historia del curriculum, Tr. Joseph
    M. Apfelbäume, Ediciones Pomares (Col. Educación y
    conocimiento), Barcelona, 1995.

    Ivor F. GOODSON (1991), "La construcción social del
    currículo. Posibilidades
    y ámbitos de investigación de la historia del
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    295, Historia del currículo (1), Madrid: Ministerio de
    Educación y Ciencia, mayo–agosto, pp.
    7–37.

    Georges GUSDORF (1980), Le scienze umane nel secolo dei
    lumi, Firenze: La Nuova Italia, Colección. Paideia
    25. David, HAMILTON (1989), Towards a theory of schooling,
    London: The Falmer Press.

    David HAMILTON (1991), "Orígenes de los
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    Ministerio de Educación y Ciencia, mayo–agosto, pp.
    187– 205.

    Henry KAMEN (1986), La sociedad europea,
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    Jacques LE GOFF (1985), Los intelectuales en la Edad
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    Thomas S. POPKEWITZ y Marie BRENNAN (2000), El
    desafío de Foucault, tr. M. Pomares, Madrid: Pomares
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    conocimiento.

    Antonio SANTONI RUGIU (1994), Scenari
    dell’educazione moderna, Firenze: La Nuova Italia
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    Alain TOURAINE (1994), Crítica de la modernidad,
    tr. A. Luis Bixio, Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica,
    S.A. Peter WAGNER (1997), Sociología de la modernidad, Tr.
    M. Villanueva, Barcelona: Editorial Herder.

     

    Notas

    1. El uso próximo al latín señala
    curriculum para el singular, curricula para el plural, en tanto
    que el español recurre a currículo y a currículos
    respectivamente.

    2. Por modernidad me refiero al proyecto civilizador
    occidental que, iniciándose en Europa en los siglos XVI y XVII,
    emigra a otras regiones. Se trata de un largo proceso de
    transformación en el que se bosquejan y definen las
    prácticas y discursos de lo que serían las sociedades
    modernas, irrumpiendo en la cosmovisión teocéntrica. El
    amplio espectro de las transformaciones que se operan, hace que
    la modernidad se defina por algunos de sus rasgos, según la
    perspectiva que adopte el estudioso de estos procesos.

    3. Lo que Popkewitz, Brennan y otros autores denominan
    epistemología social,
    orienta el desarrollo de este artículo. El calificativo
    social remite a la trama en la que se construyen nuestros
    conocimientos sobre la realidad de la escuela, por ejemplo, y
    que, a la vez, influyen en las sucesivas percepciones y
    valoraciones sobre lo que debería ser la vida
    escolar.

    4. Se puede consultar: Elvia Morales y otros (2000), La
    conciencia histórica de la Universidad Autónoma de
    Nayarit, Editorial Universitaria, Tepic, Nayarit.

    5. En los países angloamericanos los años que
    van de 1960 a 1975 aproximadamente son ricos en iniciativas de
    revisiones que se concretan tanto en el plano de las reformas
    educativas como de las elaboraciones teóricas. "Fue un
    período de expansión económica y optimismo social,
    de rápida organización de las escuelas integradas y de
    creciente gasto público en la
    enseñanza y en las universidades" (Goodson, 1995, p.
    9).

    6. Algunos indicios al respecto, son: la
    introducción formal de seminarios de estudio al respecto, el
    desarrollo de líneas institucionales de investigación y
    de formación, la producción de una amplia literatura, la realización de diversos
    eventos especializados.

    7. Las nuevas lecturas que se plantean en el campo del
    curriculum, participan de señalamientos que proceden de la
    subjetividad como paradigma, del retorno del
    Sujeto. Algunos conceptos al respecto, se pueden ver en:
    María Esther Aguirre (2000), "El Sujeto y el Actor. Trazos
    para la geografía de dos conceptos". .En: Ethos
    educativo no. 22, revista del Instituto Michoacano de Ciencias de la Educación,
    Morelia, Michoacán, abril, pp 26-47.

    8. Estos elementos se pueden trabajar recuperando las
    aportaciones de los principales exponentes del análisis
    institucional, así como las investigaciones de Ivor F.
    Goodson.

    9. Me refiero a la Teoría de los campos, según
    la cual, partiendo de la analogía con el campo de fuerzas en
    la física, analiza el juego de
    fuerzas que se expresan en todo campo cultural; esto es
    tensiones, conflictos, luchas, pugnas entre grupos

    10. Citado por Miguel A. Pereyra, editor del número
    monográfico "Historia del curriculum (1)", de la Revista de
    Educación, no. 295, Madrid: Ministerio de Educación y
    Ciencia, mayo-agosto, 1991, p. 6.

    11. Durkheim señala que el significado original de
    universidad es la agrupación de las personas, más que
    la diversidad de los campos del conocimiento.

    12. Se trata de la reunión de maestros y alumnos,
    bajo el régimen de corporaciones, en torno a un determinado
    saber. Los estudiantes escogían a sus maestros y les pagaban
    sus servicios; podían,
    asimismo, despedirlos. Universidad, más que la totalidad de
    conocimientos, hacia referencia a ese sentido corporativo y de
    canonjías que tenían los escolares y los maestros. En
    principio no tenían un lugar fijo para reunirse y, menos
    aún, edificio propio. Deambulaban por las calles; a veces se
    reunían en una iglesia u otro local eventualmente
    disponible.

    13. Ampliar en Le Goff, 1985, p. 71 y ss.

    14. Si bien los colegios tienen su origen en los asilos
    para estudiantes pobres adscritos a los hospitales, hacia el
    siglo XIII, los asignan a la Facultad de Artes que se
    integraría por Collegia, paedagogia, domus artistorum (Rfr.
    Ariès, 1987 , p. 214).

    15. Recordemos que los comportamientos generalizados en
    la Edad Media, carecen de la moderación y el control que
    serán de esperarse algunos siglos más adelante. "En la
    vida medieval ya había una especie de desorden natural
    […]. El hombre […] estaba
    aún demasiado próximo a la barbarie como para no
    inclinarse a la violencia bajo todas sus
    formas; sus pasiones fogosas, tumultuosas, no eran de las que se
    pliegan fácilmente al yugo. Todo esto, todavía
    acrecentado por la intemperancia de la edad, por la extrema
    libertad de que gozaban los estudiantes, incluso los más
    jóvenes, hacía que su vida transcurriera en excesos y
    desenfrenos de todo tipo" (Durkheim, 1982, p. 157).

    16. Con un significado parecido se había utilizado
    la noción moderna de lectio, hacia finales del siglo xv, en
    1477 para ser precisos (Rfr. Ariès,1987, p. 244 y ss.);
    ésta es desplazada por la noción de curso o clase, que
    el propio Ariès marca hacia 1519, basándose
    en una carta en la que Erasmo le
    describe a Justin Jonas, la escuela de San Pablo en Londres:
    "Cada curso tiene dieciséis alumnos –quaeque classis-;
    el primero de la clase ocupa un pequeño asiento que domina a
    los demás –qui in sua classe-" (Idem Ariès,1987,
    p. 244).

    17. Kenneth Hultqvist, "Una historia del presente sobre
    el bienestar de los niños en Suecia", Popkewitz y Brennan,
    2000, p. 112.

    18. Los siglos XVI y XVII fueron particularmente
    conflictivos en Europa, que se abría a la modernidad a
    través de una crisis multiforme atravesada por diversos
    polos de tensión: entre el resquebrajamiento del orden
    feudal y del orden eclesiástico, por un lado, y el
    establecimiento de un nuevo orden social que se manifiesta en la
    emergencia del Estado moderno, que regulará lo societal por
    medio de otras instituciones, y en el despliegue de la economía capitalista. Entre una
    cosmovisión profundamente teocéntrica, donde la
    explicación primera y última de todo lo que existe, el
    sentido de la vida de los hombres y su lugar en el cosmos, remite
    a la voluntad divina, a las verdades reveladas, y una visión
    del mundo que paulatinamente se seculariza, ensayando otras
    formas de explicación y de argumentación sobre el universo y sobre la razón
    de la existencia del hombre en la Tierra, entre las que se
    disuelve su sentido de trascendencia. El poder de la razón
    se abre paso en medio del dogma.

    19. Zwinglio (1484-1531), Melanchton (1497-1560), Lutero
    (1483-1546), Calvino (1509-1564) y otros más.

    20. En lo que se refiere a las aportaciones de los
    calvinistas a la configuración de la noción del
    curriculum, principalmente sigo a Hamilton, 1989, p. 46 y ss., y
    a Hamilton, 1991, pp. 187-205.

    21. Curriculum, era empleado por los antiguos latinos
    para referirse a carreras y competencias de diverso tipo,
    significado inicial que rebasó Cicerón, quien hacia el
    año 43 a. C. fija el término curriculum vitae para referirse
    al transcurso de la vida, llenándolo de sentidos
    poéticos que conciernen a la fragilidad de la vida humana,
    al tiempo que escapa para no volver. De estas reflexiones
    filosóficas sobre la condición de la vida que nos
    heredaron los antiguos latinos hará eco, muchos siglos
    después, uno de los momentos más esplendorosos de la
    lírica española, del que aprendimos en la escuela
    secundaria algunas de las Coplas de Jorge Manrique (1440-1479)
    motivadas por el dolor frente a la muerte de su padre:
    "[…] Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la
    mar,/ qu’es el morir; / allí van los
    señoríos / derechos a se acabar / e consumir; /
    allí los ríos caudales, / allí los otros medianos
    / e más chicos, / allegados son iguales / los que viven por
    sus manos / e los ricos".

    22. De iis qui in Societate retinentur instruendis in
    litteris, et aliis quae ad proximos juvandos conferunt (De la
    forma en que hay que instruir en las bellas letras y demás
    cosas útiles a aquellos que se acogen a la
    Sociedad).

    23. El Padre Acquaviva, General de la Orden hacia 1584,
    tuvo esta iniciativa; desde Roma se integró un
    comité representativo de cada una de las misiones. Frente a
    la centralización política de las regiones de la
    Contrarreforma, es interesante señalar que las regiones
    donde prevaleció la Reforma de lo que serían las
    Iglesias Evangélicas, se caracterizan, por el contrario, por
    su dispersión.

    24. Es decir, el "Plan fijado con anticipación y la
    disposición de los estudios de la Compañía de
    Jesús".

    25. Citado por Durkheim, 1982, p. 325.

    26. Incluida en su Lexicon Reale Pansophicum.

    27. La minuciosa prescripción de lo que compete a
    cada una de estas escuelas, como contenidos y como orientaciones
    metodológicas, se encuentra en los capítulos XXVII a
    XXXII de la Didáctica Magna (Comenio, 1988).

     

    María Esther Aguirre Lora

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