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El departamento, la frontera y una trama de relaciones sociales en el sur de Córdoba




Enviado por Celia Basconzuelo



     

    Introducción

    La concepción liberal decimonónica disociaba
    la política de la administración,
    particularmente cuando definía cómo debían
    insertarse los municipios en la construcción del Estado provincial; por eso, el
    perfil netamente administrativo otorgado a en los diseños
    constitucionales provinciales.

    El caso cordobés no escapó a esta regla. Sin
    embargo, cuando efectuamos un descenso a las realidades
    departamentales nos encontramos con situaciones históricas
    cuya dinámica nos permite
    cuestionar tal supuesto y advertir acerca de su desajustada
    traducción. Por el
    contrario, pareciera que en esos espacios se habría
    desplegado una dinámica del poder, definiéndose en
    realidad como lugares donde si bien los sujetos sociales
    convivían, también confrontaban y por lo tanto se
    generaban escenarios para el contacto y el conflicto. Una variable de
    análisis para acceder
    desde el punto de vista metodológico a dicho abordaje
    temático es la trama de las relaciones sociales y políticas que se anudaban en
    esos espacios. Precisamente, la creación de la jefatura
    política desde 1870 nos permite abordar esta
    problemática de un modo diferente al efectuado en estudios
    precedentes. Teniendo en cuenta que tal institución se
    mantuvo vigente en unos pocos espacios provinciales, Santa Fe,
    Córdoba y Salta, los enfoques se han centrado en apreciar
    las jefaturas como un instrumento para el control del espacio rural,
    asociado a prácticas clientelares y con función electoral, tal como
    lo ha presentado Norma Pavoni para la realidad cordobesa, aunque
    sin ingresar en un análisis que refleje el comportamiento en los
    distintos departamentos (Pavoni, 2000) o bien como lo ha
    desarrollado Marta Bonaudo para el caso santafesino, entendiendo
    la institucionalidad de las jefaturas como vía para el
    despliegue de un proceso activo de
    construcción política. (Bonaudo, 2003).

    El trabajo pretende además
    ser una contribución al nuevo enfoque de la historia política configuracional, en
    el sentido que se intenta privilegiar el nivel de las relaciones
    entre los sujetos sociales, la restitución de lo
    político desde lo cotidiano y desde las instituciones, sin confundir
    estas estructuras con el poder, sino
    entendiéndolas como estrategias de individuos o de
    grupos y como una de las
    instancias en donde los poderes se disputan. Tal supuesto se
    complementa con otro: el carácter de lo
    político como relación social y su interdependencia
    respecto a los otros niveles de la realidad social. (Barriera,
    2002). Entendemos que es posible aplicar esta perspectiva no
    sólo al mundo urbano, donde por definición se
    constituye en espacio privilegiado de las decisiones
    políticas, sino también al mundo rural y en los
    departamentos pues las fuentes nos permiten entrever
    la dinámica del problema.

    El departamento Río Cuarto, ubicado en el sur de
    Córdoba, con su frontera adyacente hasta fines de los
    ’70 nos ofrece la posibilidad de indagar desde ambos
    lugares una trama compleja de vínculos y enlaces que
    tenían como sujetos principales, por una parte, a quienes
    residían o se movilizaban en los límites de esa
    territorialidad —las autoridades actuantes tanto a nivel de
    las competencias militares,
    municipales, judiciales, administrativas, religiosas como los
    notables del lugar y vecinos en general— y, por la otra,
    sujetos con quienes entablaban nexos de todo tipo y de ese modo
    les permitían acceder a otro nivel de articulación con
    las elites gobernantes en la provincia y con las representativas
    del Estado central. Ello enmarcado en las décadas de 1870 a
    1890 que implicaron para esta región una dinámica de
    cambios importantes, desde el punto de vista territorial, y a la
    vez de permanencias, sobre todo en cuanto a los recursos productivos y la
    estructura social.

    Cabe aclarar que la hipótesis de trabajo no
    comprende en toda su profundidad analítica a la comunidad ranquelina habitante en
    la región de nuestro estudio, y si bien no deja de
    reconocerse la existencia e importancia de este actor, sólo
    nos referimos a él en la medida que las instancias
    desencadenantes de contactos y conflictos en estas relaciones
    interétnicas (política de agasajos, tratados, malones) dinamizaban
    vínculos y enlaces entre autoridades y vecinos.

    El presente artículo se desarrolla a lo largo de
    dos secciones. En la primera, se ha creído conveniente
    sintetizar las visiones clave que se ofrecieron desde el encuadre
    normativo así como desde el discurso político
    cordobés, acerca del papel que jugaban los departamentos y
    la frontera a partir del último tercio del siglo XIX, en
    primer lugar y, en segundo término respecto de la
    participación en el marco de las cuales cumplían su rol
    la campaña y sus vecinos. En la segunda sección, se
    desarrolla un avance sobre la dinámica de las relaciones
    socio-políticas en esta región elegida del sur
    cordobés.

     

    Las premisas
    normativas

    A lo largo del siglo diecinueve, Córdoba
    asistió a distintos momentos en que su elite gobernante
    encaró la tarea de dotar a la provincia de un marco legal
    dentro del cual fuesen visibles también criterios para
    administrar la campaña. A fines del siglo diecinueve fue la
    nueva Constitución de 1870 con su
    reforma de 1883. Llegado este momento las elites cordobesas
    volverían a reformular mediante la política pactista
    múltiples cuestiones, entre ellas acordar nuevas estructuras
    de representación y así una de las innovaciones fue la
    composición del poder legislativo que
    abandonaba el antiguo patrón unicameral para integrarse
    además de los diputados de la provincia, con los senadores
    por los departamentos de la campaña. Respecto del
    régimen municipal su preservación formaba parte ya de
    la tradición jurídica y política
    cordobesa.

    Al ingresar a la década del ‘70, la
    convergencia de variables de distinto signo
    nos revelan la idea de un municipio cordobés equidistante
    entre la subordinación, la centralización y la
    autonomía, es decir, vinculante a una concepción del
    poder donde se resignan roles pero a al vez se afirman
    pautaciones autárquicas para lo local. En efecto, el hecho
    de privilegiar su función administrativa es de por sí
    indicativa de una integración subordinada al
    Estado provincial. Pero, no pudo obviarse una paradoja singular
    pues ese carácter administrativo coexistía con la
    dimensión electoral que suponía cubrir la dinámica
    de las representaciones locales, de suerte que naturalmente la
    política se infiltraba en estas jurisdicciones menores, en
    tanto los vecinos elegían a sus propios representantes
    concejales y desde 1883 a su intendente y en ocasiones no siempre
    en concordancia con las expectativas capitalinas.

    En 1883 la reforma introdujo tres cambios importantes,
    uno respecto de la jurisdicción municipal, el segundo sobre
    la composición de sus cuerpos y el tercero alcanzaba a la
    duración de los mandatos. Así entonces, por una parte,
    el ámbito jurisdiccional quedó acotado al distrito y ya
    no al departamento, tomándose dicha decisión en forma
    simultánea al proceso de fragmentación territorial que
    experimentaban los departamentos del nuevo sur cordobés tras
    concluirse con la frontera interior. Pero no puede soslayarse que
    esta innovación se sumaba a
    otra: la creación de las jefaturas políticas desde
    1870, cuyo titular había sido beneficiado con el
    otorgamiento del departamento como ámbito de sus funciones y en relación
    directa con el gobernador de quien emanaba su nombramiento. De
    modo pues que se había generado desde el ’70 una
    superposición de campos de acción que se creyó
    conveniente deslindar en los ’80. He aquí entonces un
    recorte del espacio municipal en lo jurisdiccional a favor de las
    jefaturas políticas y la presencia de este otro actor
    político que reivindicaba pautas de centralización del
    poder y, como tal, sellaba otro plano donde advertir la
    articulación subordinada de los departamentos de ciudad y
    campaña. Además, la introducción de una
    variable política en un espacio pensado sólo para el
    servicio
    administrativo.

    En síntesis, en el sentido
    institucional, hubo un avance para las representaciones que
    expresaban los intereses de la campaña con la posibilidad de
    conseguir un espacio en particular dentro del senado, inclusive
    con los criterios sentados entre 1870 y 1883 para integrar
    diputados hubo una ampliación, es decir, sirvió para
    referir mayor número de departamentos representados en la
    sala legislativa pero no se incrementó el número de
    senadores por cada uno de ellos. En cuanto a los municipios, es
    de gran complejidad la definición de las relaciones entre
    el Estado provincial y los
    departamentos de la campaña, la cual no podría
    simplificarse ni en la expresión de un articulación
    subordinada ni en la de una autonomía creciente, sino
    más bien en la acepción de un rol autárquico para
    los municipios, con ampliaciones de la representación y a la
    vez control político para la campaña. Por eso este
    análisis debería complementarse con otro que indique
    quiénes ejercían la representación y quiénes
    eran los electores.

    Con respecto a la cuestión frontera no es posible
    encontrar ni en la Constitución de 1855 ni en la de 1870
    definición jurídica alguna que remita al tema.
    Podría interpretarse que al haber sido ya sentado en la
    Constitución Nacional, adherir las provincias a sus
    términos generales y declararse el tema como prerrogativa de
    la decisión nacional, se hacía innecesario y
    además improcedente ratificar criterios ya acordados. Es
    ampliamente conocido que desde el plano de las decisiones
    legislativas, en el transcurso de los ’70 se avanzó en
    la nación en la dirección de sentar
    posiciones. Para el caso de la frontera sur cordobesa, los
    tratados celebrados con los ranqueles en 1870, 1872 y 1878
    así lo expresarían. Y estas intenciones que la
    dimensión legal evoca permiten explicar el pasaje a una
    progresiva ruptura del equilibrio de poder entre
    dichas sociedades, pues si hasta
    promediar los años 1870 cada una de las partes pudo defender
    y hacer prevalecer su posición, desde ese momento lo pactado
    hizo referencia a la lenta pero indefectible penetración del
    gobierno nacional en la sociedad indígena a la
    par que ésta comenzó a apelar más a la estrategia diplomática por
    su conflictividad intraétnica. (Tagmanini y Pérez
    Zavala, 2002).

     

    El debate político y las
    miradas de la opinión

    Nos resulta imposible reflejar en este apartado la
    variedad de intervenciones registradas en el debate constituyente
    y que tenían como objeto de reflexión el mundo de la
    campaña en relación con su participación en las
    estructuras de la representación. Sin embargo, expondremos
    una muestra de ello cuando iniciadas
    las discusiones respecto del sistema a adoptarse para elegir
    gobernador se desató una fuerte controversia a raíz del
    intento de un sector más renovador por suprimir la
    mediación del voto y reemplazarlo por el sufragio directo. Quienes se
    afirmaban en la versión más tradicional trazaron una
    comparación entre la capacidad electoral del votante de la
    ciudad y de la campaña, expresando que al tratarse de una
    elección practicada «por masa de hombres ignorantes,
    el voto podía venderse fácilmente»
    si se
    innovaba y agregando que si ello tenía lugar en la ciudad
    «donde las masas son más educadas, con mayor
    razón sucedería en la campaña compuesta en su
    mayor parte de hombres completamente ignorantes»
    .
    «Un cuerpo de electores compuesto de personas capaces e
    independientes
    —sostenía Saturnino Laspiur,
    liberal nacionalista— procederá indudablemente con
    más acierto y con más juicio que las masas ignorantes.
    Si alguna vez se falsea el sistema democrático es cuando se
    da el voto a personas que no pueden tenerlo».

    (ALPC. 1869/1870. Sesión del 13-8-1870). Es
    difícil no entrever una fuerte similitud en ese rosario de
    expresiones que minusvaloraban las capacidades de elegir y menos
    todavía deliberar en los electores de ciudad y campaña
    y ciertas notas alberdianas atravesadas por el vector de la
    "soberanía de la
    razón" y el temor a la "soberanía del número",
    para conformar así fuertes argumentos de esa ‘lógica patricia’ de
    que nos habla F.-X Guerra.

    Muy interesante es detenerse en la visión que
    inspiraba a algunos de ellos el comportamiento ciudadano, el cual
    debía encuadrarse en la moderación, alejándose
    así cualquier imprevisible manifestación más
    allá de los límites fijados por la autoridad. ¿Y respecto
    del habitante de la campaña?. De él tampoco se
    esperaban disensos ni agitaciones: «El labrador y el
    hacendado, modesto ú opulento, obreros tranquilos de la
    riqueza que vá haciendo prosperar á la provincia,
    á la sombra de la paz y el órden garantidos por el
    gobierno, no han sido víctimas del contagio demagógico
    de los hombres descontentos como en la capital, donde bullen mas
    fácilmente los elementos de desórden, estimulados por
    las pasiones concentradas de la ambicion ó de la impaciencia
    revolucionaria»
    . (Ferreyra, 1997: 147) (2). Tal discurso
    político asignaba a los actores sociales de la campaña
    un comportamiento totalmente alejado de las contiendas y, por lo
    tanto, sin posibilidades de expresarse en el campo de la
    política; y a través de este razonamiento se agregaban
    atributos para una concepción subordinada de la campaña
    que amparada en las ventajas de un supuesto "progreso" para ella
    quería justificar el mantenimiento del
    "orden".

    Y esta perspectiva para la cual no eran previsibles
    formas de expresión que traspasaran el molde del ciudadano
    elector, todavía menos para el habitante de la campaña,
    venía a reforzar desde Córdoba una línea de
    pensamiento notabiliar a nivel
    nacional, que apostaba a una participación acotada a lo
    electoral y a la suficiente regulación de esta instancia, a
    fin de hacer previsible todo lo relacionado con las acciones vinculantes a la
    legitimidad de origen.

    Otra es la mirada desde la tribuna de la opinión.
    Que la campaña debía conservarse en una posición
    de articulación subordinada, especialmente en tiempos
    electorales, y brindarle a las facciones urbanas un mero consenso
    formal, según lo acordado en las esferas de la decisión
    política y en la normativa jurídica, parecía a la
    mirada periodística un supuesto a ser discutido. Nuestro
    registro de las prácticas
    electorales desplegadas por las elites en la campaña en cada
    instancia de elección de gobernador y vice nos permiten
    sostener la hipótesis de una
    interpelación sistemática por parte de la prensa opositora para provocar
    disensos en la campaña pero sin alcanzar éstos una
    intención disruptiva. Es notoria la finalidad de movilizar
    la campaña desde la oposición, quebrar adhesiones
    políticas si algún punto de ella tenía
    inclinaciones oficialistas y desafiar así el ideal de
    unanimidad de opinión. Esta estrategia se habría
    desplegado entre 1870 a 1878, se habría abandonado en
    tiempos del predominio juarista y recuperado a comienzos de los
    ’90; ello en relación directa para el caso del diario
    El Eco con las adhesiones políticas que sus
    propietarios expresaron en la arena del poder.

    Respecto de la frontera, hubo expresiones
    gubernamentales y periodísticas las cuales precisamente
    permiten dar cuenta en qué medida desde el discurso
    político cordobés se acordaba con la política
    fronteriza trazada por la Nación. Así, la
    agenda gubernamental se ocuparía de cuestiones más bien
    centradas en los intereses en juego. Frecuentemente su
    discurso asumía la representación de los intereses de
    sectores sociales inmersos en esa realidad fronteriza. En tal
    sentido, los gobernadores no cejaron en expresar que debía
    garantizarse «la vida y fortuna de sus
    moradores»
    y hacer efectiva la seguridad de los territorios
    fronterizos pues éstos debían «dar ensanche
    á nuestras poblaciones rurales».
    (Ferreyra, 1997:
    166) (3). Por otra parte, estaba claro que la cuestión
    frontera no podía disociarse en su presente y futuro del
    esperado desarrollo de la campaña.
    Al promediar la década, y conforme los mensajes
    gubernamentales se cargaban de referentes conceptuales que
    hacían de la búsqueda del progreso y de los factores
    que lo impulsarían un eje de la trama discursiva, la
    transformación de aquélla parecía inminente,
    comenzando por los departamentos del sur y sureste, los más
    cercanos a la frontera. Las estrategias discursivas harían
    del tema tierras el eje central a partir del cual las referencias
    continuas estarían indicando su sincronía con una
    temática que por entonces también el gobierno nacional
    le estaba brindando espacio preferencial en clave jurídica,
    militar y financiera, mientras en Córdoba era asociado no
    sólo como factor de producción y componente
    central del proyecto colonizador, sino
    también como afirmación de una soberanía
    territorial en las franjas limítrofes con las provincias
    vecinas del litoral. Está claro que avanzaba en la provincia
    y en la nación un pensamiento que advertía cómo la
    territorialidad tenía un peso fundante en la afirmación
    del poder estatal en la medida que sobre la base de una
    extensión física pudiera extender sus funciones;
    pero también cómo para los particulares interesados en
    esas tierras, lo espacial se convertía de igual manera en
    expresión de una disputa por el poder. Si para el Estado
    central lo era en relación con el indio, para los sujetos
    sociales fronterizos lo era en relación con las provincias
    vecinas.

    Si estas afirmaciones referían el problema a la
    cuestión de las tierras públicas, el cual una vez
    resuelto modificaría el mapa físico de la provincia,
    otras pondrían énfasis en la geografía política y como tal en
    las ventajas de una nueva división del territorio
    provincial.

    Por último, la otra cuestión pendiente era la
    suerte de las comunidades ranquelinas. Al respecto, los mensajes
    de los gobernadores juaristas pondrían de manifiesto la
    contundencia de un pensamiento dispuesto a encarar un proyecto de
    abolición de todas las comunidades territoriales
    indígenas en la provincia, expropiar esos terrenos y darlos
    en propiedad privada para
    así integrarlos a la lógica del capitalismo y la
    filosofía del progreso. En palabras de Juárez Celman:
    «El gobierno debe poner su mano en esos centros de
    miseria y de desórden, para incorporarlos al movimiento social y
    comunicarles la fuerza vivificante que anima
    á todo el sistema».
    (Ferreyra, 1997: 178).
    (4)

    Por su parte, el discurso periodístico al comenzar
    los años ’70 seguía teniendo como referente la
    cuestión fronteras, y no podría ser disociado, tal como
    vimos para el caso de los mensajes del ejecutivo, del que
    argumentaba en relación con la campaña —y la
    sureña en particular— pues en esta articulación
    de opiniones radicaría una contribución importante de
    El Eco —anticipándose inclusive con su
    prédica— a las transformaciones que el sur y sureste
    experimentarían a finales del siglo y comienzos del
    siguiente. En efecto, un sinnúmero de notas podrían ser
    interpretadas en clave del progreso. He aquí nuevamente la
    función del periódico en sentar
    opinión respecto de una idea —la de propiedad
    privada— indicativa de la rapidez con que la provincia y el
    país en su conjunto se estaban familiarizando con los
    indicadores de una sociedad
    capitalista, y al mismo tiempo su función para
    vehiculizar demandas sociales, en este caso las provenientes de
    quienes podían disponer en sus manos de los factores de la
    producción primaria. La voz de los pobladores no
    estaría ausente de estas miradas. Precisamente un
    corresponsal de El Eco se internó como poblador del
    fuerte de La Carlota y desde allí relató como
    vivían esos 600 reclutas. Junto con ellos vivió la
    incertidumbre frente a las incursiones ranquelinas, que no
    desaparecían a pesar de los tratados, el problema casi
    cotidiano de la deserción y entonces interpelaba con fuerte
    mensaje reclamante al gobierno«¿Que le importa al
    gobierno la desgracia de los fronterizos? Ganen las elecciones,
    triunfen sus candidatos y sucumba lo demas?».
    (ECC,
    1/11/1870: 2, c/2; 4/11/1870: 3, c/4). Desde la Villa de la
    Concepción del Río Cuarto otro corresponsal
    recogía las quejas de sus habitantes, requiriendo mayor
    seguridad fronteriza, refuerzos militares y medidas
    gubernamentales para contener las deserciones frecuentes que
    daban lugar a delitos diversos, como el robo
    de ganado y el saqueo de casas particulares. Pero, a diferencia
    de aquéllas, éstas iban dirigidas simultáneamente
    al gobierno nacional y al provincial y a la intermediación
    de la prensa. Está claro pues que el periódico intentaba
    movilizar la opinión pública en
    pos del tema frontera e intentaba comprometer la gestión nacional y
    provincial en ello, y para ello había resultado muy
    funcional transitar de un discurso descriptivo al mensaje
    prescriptivo, aunque sin explicitar todavía cuáles
    premisas deberían ser atendidas por una política
    fronteriza más eficaz. En cambio, el panorama estaba
    mucho más claro en la visión de los habitantes de la
    frontera sur cordobesa; para ellos se trataba de encarar una
    política pública que asumiera la defensa de los
    intereses sociales y no se mirara sólo a esta región
    para extraer recursos fiscales, al mismo tiempo se requería
    de la prensa acrecentase su rol como formador de
    opinión.

    En síntesis, ha sido nuestra pretensión
    presentar sintética y comparativamente las visiones que las
    elites políticas capitalinas diseñaron respecto del
    marco espacial en el cual se desarrollará una compleja trama
    de relaciones sociales. Marco espacial, respecto del
    departamento, donde lo político gravitará de manera
    significativa en ese entramado de relaciones a pesar de que ha
    sido pensado tan sólo con una dinámica en clave
    administrativa y en relación con la frontera porque
    según sean las voces que concurran —en un caso el
    poder político, en otros momentos vecinos interesados en la
    defensa de sus propiedades y ganados, en las instancias de la
    opinión, los periodistas participando de una visión
    común con los sectores dirigentes— nos situaremos
    frente a relaciones interétnicas vistas desde una óptica de la
    conflictividad o bien desarrollándose bajo diferentes
    modalidades del contacto pacífico, tal como lo relatan
    algunos observadores extranjeros que visitaron la Villa de la
    Concepción (Burmeister, 1944: 152-153), militares que
    sellaron tratados de paz (5) o los franciscanos en razón de
    sus misiones evangelizadoras. (Tagmanini, 1995). A su vez la
    existencia de estas relaciones movilizará, como se
    verá, una dinámica similar de este lado de la frontera
    del río Cuarto.

     

    La dinámica territorial:
    cambios y continuidades

    Con el objeto de trasladar estas cuestiones que nos
    sitúan en el plano de los discursos, a las realidades
    espaciales donde serían instrumentadas, el presente apartado
    tiene por objeto considerar un espacio en particular de esa
    dilatada campaña, el departamento Río Cuarto junto a la
    frontera sur con la cual se hallaba en cercanía. En
    relación con ambos nos interesa analizar cuáles
    características presenta la trama de relaciones sociales que
    allí se desplegó teniendo en cuenta la presencia de
    actores locales, fuerzas militares que respondían al
    gobierno provincial y otras bajo la dependencia del gobierno
    nacional, además de las tribus ranquelinas.

    Córdoba participó durante la etapa de nuestro
    estudio del proceso de litoralización que suponía
    incorporarse a una economía definitivamente atlantizada y
    ligada, aunque periféricamente, al orden capitalista. Pero,
    como es sabido, los tiempos cronológicos en que se
    consumó este pasaje no fueron coincidentes con los
    registrados en otras regiones como la bonaerense y santafesina y
    tampoco esa transformación alcanzó por igual al
    conjunto del territorio provincial. Así, el norte y oeste
    quedaron definitivamente rezagados y más favorecidos
    resultaron en cambio el sur y sureste; sin embargo, aún
    entre estas dos últimas regiones hubo también
    diferencias notables en cuanto a la secuencia temporal con que se
    desarrollaron los factores de la modernización. En efecto,
    ya se han indicado dos cambios que daban nueva fisonomía
    territorial al sur cordobés: uno, el fin de la frontera y el
    otro, la paulatina fragmentación del departamento Río
    Cuarto. Por otra parte, fueron inmediatas las innovaciones en
    materia de comunicaciones con la
    instalación del telégrafo y transportes con el tendido
    del ferrocarril desde 1873. Pero, el esquema de producción
    centrado en las estancias continuó vigente hasta entrado el
    siglo XX cuando la colonización introduzca cambios en la
    fisonomía espacial y social de la región.

    Ahora bien, si los pensamos en términos de
    relaciones políticas esos mismos factores no necesariamente
    venían a modificar en sentido ventajoso las relaciones entre
    la capital y la campaña, acortando las distancias,
    poniéndolas bajo un más rápido, directo y
    cotidiano contacto; en realidad respondían a otros fines
    además de los extranjeros, el de un Estado central que
    había adoptado decididamente un proyecto de nación
    sustentado en la potencialidad de un modelo agroexportador y la
    incorporación de su economía primaria al mercado mundial aceptando para
    ello una ubicación periférica en la división
    internacional del trabajo. Los contactos entre el sur
    cordobés y la capital, vía ferrocarril, llegaron
    recién en 1913. Sí, en cambio, cumplía aquel
    propósito el telégrafo, poniendo en manos de los
    notables locales y sus allegados en la capital como en otros
    sitios del país un instrumento valioso a la hora de
    consolidar vínculos en tiempo electorales como lo era el
    manejo de la información.

     

    La trama de
    relaciones

    El acceso a un voluminoso cuerpo documental que
    contiene las notas intercambiadas entre los comandantes de
    frontera, las autoridades civiles, la gobernación de la
    provincia y la nación permite advertir su accionar pero
    también las problemáticas concretas del sector
    castrense y las que presenta la línea militar del Río
    Cuarto junto a las relaciones interétnicas. Es decir, a la
    par de los informes que daban cuenta de
    la situación militar y poblacional de cada fuerte y
    fortín (deserciones, motines) se relataban las variaciones
    en la política indígena y la frecuente
    problemática de suministrar cobertura a las demandas
    ranquelinas por los "agasajos". Es este punto el que nos permite
    ingresar en el plano de las interacciones sociales a partir de la
    serie de acciones que debían emprender los comandantes y que
    excedían obviamente el alcance estrictamente militar. En
    este sentido, era frecuente que la comandancia recurriese a
    fuentes alternativas en razón de las demoras que
    experimentaba la asistencia nacional y provincial y para ello
    entrara en contacto con los hacendados de la región,
    formalizando la mayoría de las veces con ellos contratos de compra y venta de ganado y ocasionalmente
    exigiéndoles auxilios. Para ello contaba con el papel
    intermediario del juez de alzada. Frecuente también fue la
    vinculación de los comandantes, mediante operatoria, con los
    comerciantes de la Villa y de la capital, en su calidad de suministradores de
    productos y a veces acreedores
    de la comandancia. En otros momentos se llegó a recurrir a
    la municipalidad para obtener préstamos de la caja
    institucional, como también apelar a los propietarios de
    ganado de otros departamentos y aún de provincias
    vecinas.

    Es decir, la política defensiva fronteriza
    exigía de las autoridades locales la movilización de
    recursos que los colocaba en la compleja situación de
    accionar por fuera de sus atribuciones específicas; por lo
    tanto, dinamizaba articulaciones sociales que
    incluía actores institucionales como demandantes e
    intermediarios y actores sociales como oferentes no voluntarios
    la mayoría de las veces y a la vez enlazaba espacios urbanos
    y rurales de pertenencia regional y extra regional. Esta
    constante que la hemos advertido para los dos decenios
    precedentes a los años ’70 (Basconzuelo, 2003) se
    reitera en el transcurso de ésta hasta la conclusión de
    la frontera interior.

    En cuanto a lo jueces, en razón de las
    múltiples competencias asignadas, y no sólo las
    estrictamente judiciales, no sólo se conocían y
    complementaban en sus funciones específicas sino además
    entraban en contacto con diversos actores sociales: conocían
    a los propietarios a quienes cobraba los impuestos; a los
    ‘vagos’ y ‘malentretenidos’ a quienes
    perseguían para lograr su conchabo, en este caso
    interactuando con otros funcionarios de la justicia; a los comandantes a
    quienes les entregaban los marginados sociales como reclutas para
    el ejército de línea y con quienes colaboraban
    haciéndoles llegar los recursos materiales para los fuertes y
    fortines, y a los vecinos en general por ejercer tareas de
    control social y, sobre todo, por tratarse de una comunidad
    relativamente pequeña. Un punto de inflexión en
    relación con esa amplitud de competencias se dio al crearse
    las jefaturas políticas e imponerse con ellas el criterio de
    una descentralización.

    La constitución de 1870 había innovado
    respecto de otra institución que resultó vital a la
    hora de asegurar mecanismos de control políticas, las
    jefaturas políticas. En dos aspectos, ella introducía
    innovaciones para la administración de la
    campaña. En primer lugar, como ya se dijo, servía al
    propósito gubernamental de contar con un instrumento de
    control político, contribuyendo por otra parte a fortalecer
    la predominancia del Estado provincial frente a los departamentos
    y más aún teniendo en cuenta que desde 1883 varios de
    ellos experimentarán fragmentaciones, dando lugar a nuevas
    unidades jurisdiccionales. Particularmente este proceso será
    notorio en el sur provincial. En segundo término, esta
    institución redefiniría las relaciones
    inter-institucionales en la campaña y gestaría a su
    alrededor nexos y vínculos con actores sociales, en este
    caso de acuerdo con lo observado en el departamento Río
    Cuarto pero que puede ser proyectado al resto conforme algunos
    indicios advertidos en las fuentes bibliográficas e
    inéditas consultadas.

    En efecto, por un lado entonces los jefes políticos
    vinieron a acentuar la gravitación del ejecutivo provincial
    y esta característica contó con un amplio marco de
    legitimidad, dado por la vía constitucional primero y luego
    por una la ley especial que fijó
    competencias y responsabilidades (12-8-1871). Precisamente, en el
    proceso de delegación de facultades es donde puede
    advertirse la intención original de articular bajo una
    lógica de fuerte subordinación los departamentos al
    Estado provincial y a su vez las restantes autoridades de cada
    jurisdicción a las respectivas jefaturas, siendo revisada y
    matizada luego dicha pretensión por no contarse con un
    consenso suficiente. De todos modos, las funciones adjudicadas
    fueron muy diversas, pues de su encargo eran la conservación
    del orden público, la protección de bienes y personas, el control
    de la ejecución de las leyes y reglamentos de justicia;
    igualmente otras abrían un abanico de posibilidades para el
    accionar político al hacerlos depositarios de la facultad de
    ejecutar «los servicios especiales que se
    les encarguen y demas disposiciones de la
    autoridad»
    .

    En consecuencia, las jefaturas políticas
    modificarían las relaciones inter-institucionales al
    interior de la campaña, y este es el segundo aspecto que
    pretendemos destacar. Por una parte, con las autoridades
    militares y policiales,
    desplazando al referente militar de
    cada jurisdicción departamental en un caso y a los
    comisarios de campaña en el otro, a la vez que disponiendo
    de una policía de seguridad de alcance departamental y con
    ella un importante instrumento de coerción. Los cambios en
    la relación de fuerzas se advertía, por otra parte, con
    las municipalidades que según ya se dijo
    cederían en beneficio de las jefaturas su antiguo dominio administrativo y así
    estas quedaron localizadas jurisdiccionalmente en los distintos
    departamentos.

    ¿Hasta qué punto este marco de relaciones
    podría alterar la intersección entre un movimiento
    tendiente a conciliar la autarquía municipal con estas
    renovadas expresiones de una subordinación a la lógica
    política provincial? Para evitar un desequilibrio a favor de
    la segunda ecuación se estipularon los límites de su
    accionar departamental, el cual sería hasta la órbita
    de influencia del municipio pues los jefes políticos no
    podían tener injerencia en el gobierno comunal y con
    respecto a los magistrados judiciales debían colaborar con
    ellos con «todo el auxilio y proteccion que les fuera
    requerido»
    . A fin de evitar su intromisión en
    cuestiones electorales se fijó expresamente tal impedimento.
    Además, se buscó incorporar el atributo de la
    representatividad para la nueva autoridad, y así entre las
    condiciones para ser jefe político figuraba la de ser
    "vecino del departamento"; aspecto que se acordó
    exigir después de un interesante debate que reivindicaba
    esta identidad tradicional para un
    funcionario de los nuevos tiempos políticos. (ALPC.
    1869/1870. Sesión del 3-9-1870). Pero, el ejercicio de esa
    representación quedaba sujeto a un criterio censatario, y
    por lo tanto restrictivo. No se trataba simplemente de un vecino
    residente, sino de quien reuniese las mismas condiciones que para
    ser senador provincial, es decir, la edad de 30 años y
    disfrutar de una renta anual de 1.000 pesos fuertes o de una
    remuneración equivalente.

    Pero, aún con todo ello y precisamente por ese
    rasgo de la representatividad ¿podría suponerse que las
    jefaturas a la par de revitalizar tanto en la relación con
    el poder ejecutivo como en la
    interacción con el resto
    de las instituciones del departamento y la Villa, la
    dimensión jerarquizada y verticalista del poder, que los
    estudiosos de casos provinciales subrayan, o podían influir
    de otro modo receptando demandas ciudadanas y actuando como
    intermediarios de un proceso ascendente de construcción de
    la política? ¿Y en tal caso con cuál grado de
    profundidad? Un análisis de las directivas impartidas a los
    actuantes en el departamento Río Cuarto así como los
    informes por ellos elevados a la gobernación, volcados ambos
    en un copioso epistolario existente hoy en el Archivo Histórico de la
    Provincia como también en el Archivo Histórico
    Municipal permite aclarar este interrogante. Esas directivas
    permiten ampliar nuestro conocimiento de las
    atribuciones no explícitas por la normativa hasta ahora
    indicada. (Basconzuelo, 2002).

    En síntesis, las competencias cuentan primariamente
    al momento de explicar cuáles variables habilitan el
    despliegue de relaciones sociales, pero por sí mismas no
    bastan para explicar una trama articulada alrededor de lo
    institucional y movilizada por la interacción de los sujetos
    sociales. Cuando nos preguntamos quiénes ejercían la
    titularidad de las funciones en las comandancias, los juzgados,
    los cargos municipales, policiales y en las jefaturas
    políticas emergen las vinculaciones entre el servicio en la
    función pública y la recurrente presencia en él de
    los sectores económicamente más dinámicos de la
    elite local. En ese entramado de relaciones se revela lo
    político no sólo porque atraviesa lo institucional sino
    también porque se articulan dimensiones de esas relaciones
    enmarcadas en el espacio que ofrece el departamento y a su vez en
    el que presenta el nexo con la provincia y con la nación. A
    su vez lo político emerge desde lo cotidiano, y en este
    sentido el marco que ofrecen los recursos productivos de la
    región con su eje primordialmente en las estancias ganaderas
    facilita la constitución de enlaces y vínculos
    alrededor de ellas. Aparte de este entramado de relaciones
    sociales el desenvolvimiento institucional nos muestra cómo
    las propias magistraturas funcionan como campo donde se disputa
    el poder por los intereses en juego, por la dimensión
    conflictiva que presentan y porque la variable política se
    introduce, a través de las jefaturas políticas, en el
    espacio departamental; un espacio pensado originariamente en
    clave administrativa.

    Importante es pues destacar la significación de
    estos vínculos que se anudaban, por una parte, con la
    policía en razón de que había sido colocada bajo
    su órbita, lo mismo con los jefes y comandantes de la
    guardia nacional y por la otra, con la justicia ya que los
    oficios dan cuenta de algunos jefes políticos quienes sin
    previo acuerdo de la gobernación designaban jueces y
    comisarios de campaña.

    Los vínculos con los vecinos del departamento no
    fueron menos importantes y en este aspecto vuelve a revelarse
    conjuntamente el papel de la intermediación, pues en
    razón de las tareas desempeñadas, los jefes
    políticos tenían conocimiento directo de las
    problemáticas que afectaban al departamento. El detalle que
    se expone de algunas de ellas nos permiten inferir bien que
    habían agudizado su análisis o bien que los vecinos les
    acercaban sus inquietudes y ellos las transmitían al poder
    ejecutivo. La funcionalidad de esa intermediación que es a
    la vez institucional y social tuvo su expresión
    recíproca cuando cuestionado el primer jefe político
    que tuvo Río Cuarto, Justo Hernández, e iniciado un
    proceso judicial en su contra por supuesto mal desempeño en sus
    funciones, un grupo de vecinos revelaron su
    presencia y la fuerza de sus argumentos de defensa frente a la
    opinión pública de la capital y ante el poder
    político, poniéndose así en evidencia cuánto
    esta realidad se alejaba de las concepciones que las elites
    capitalinas sostenían respecto del papel más apropiado
    que debían jugar los vecinos de la campaña.

    Pero, si se advirtiera sólo en esta faz de la
    dinámica institucional las relaciones interinstitucionales y
    sociales sin presumir la hipótesis de una articulación
    a su vez con notables de la ciudad capital, presentaríamos
    un cuadro de las jefaturas respondiendo únicamente a una
    dimensión muy circunscripta de sus nexos. Por el contrario,
    en una ocasión se alude a la decisión de J.
    Hernández de nombrando un apoderado en Córdoba,
    Cipriano Soria, para que en su representación pudiera
    gestionar el envío de dinero y así solucionar
    problemas de recursos de la
    jefatura y de la policía, contraviniendo la costumbre de que
    fuese el receptor de campaña el encargado de realizar dicho
    trámite.

    Así, se ha desarrollado por un lado el papel de las
    autoridades actuantes en el departamento Río Cuarto y por el
    otro se ha intentado reconstruir al menos en sus trazos más
    generales los nexos recíprocos, con los notables locales y
    con los vecinos, dicho análisis —es necesario
    subrayar— se inscribe en un espacio rural. Pero, el sur
    cordobés no es un espacio rural más. Es una zona de
    frontera. Por eso, nos hemos situado frente al tránsito por
    un proceso que en su dinámica interna supuso cambios pero
    también continuidades y permanencias. Transformaciones las
    hubo en el plano de la territorialidad con la expansión de
    la frontera, la fragmentación departamental y el
    consiguiente efecto de una descentralización administrativa
    en detrimento de Río Cuarto. La extensión de la
    red comunicativa que tenía
    al ferrocarril y al telégrafo como innovaciones
    finiseculares permitió al sur cordobés posicionarse
    mejor en el marco de las relaciones interregionales cuyos efectos
    no podrían medirse únicamente mediante variables
    económicas y culturales, también
    político-electorales en la medida que una y otra clave del
    progreso ponían en contacto personas e informaciones. Como
    efecto de esos cambios la otrora aldea de frontera vio elevado su
    estatus a ciudad. Pero, las permanencias no fueron menos
    significativas, pues los recursos productivos siguieron
    respondiendo al predominio de la ganadería y de la estancia
    como unidad productiva y el componente inmigratorio no tuvo en
    esta región los impactos demográficos que se
    registraron en el sureste provincial.

    Al abordar el rol de los actores institucionales
    actuantes en la frontera sur y en el departamento Río
    Cuarto, se advirtió su papel como articuladores de las
    relaciones sociales, signadas por el contacto y la conflictividad
    y ello no sólo porque entraba en escena el componente
    indígena. Por el otro lado, se indagó la trama
    de relaciones sociales desde las bases de construcción las
    cuales se encuentran, por una parte, en las características
    propias que presenta el espacio en estudio y los cambios por
    él experimentados. Si de la frontera interior se trata
    encontramos interactuando a cristianos y ranqueles bajo una
    dinámica de contacto y conflicto. Si del fin de esa frontera
    y la consiguiente ampliación del territorial estatal se
    trata, nos hallamos con nuevos actores e intereses en torno a la adquisición de
    tierras fiscales, pero no afines con la procedencia cordobesa
    sino bonaerense y santafesina y que dieron lugar a no pocos
    conflictos por los límites de esa territorialidad difusa de
    los Estados provinciales. Por otra parte, si la clave del
    problema estaba en la limitación de los recursos
    presupuestarios se advierten situaciones diversas según los
    actores en juego. Si el requerimiento era la búsqueda de
    haciendas para el abastecimiento del ejército porque no
    resultaba suficiente el aporte nacional o provincial se
    potenciaron relaciones económicas y por ende sociales entre
    comandantes, jueces, hacendados y jefes políticos dentro de
    la propia región pero también alcanzando otros
    departamentos e inclusive provincias vecinas. Si la jefatura
    política requería una asistencia presupuestaria los
    contactos se extendían a sus apoderados de la capital y sus
    nexos con el gobierno. Pero, si además de este enfoque a
    partir del cual se desciende al marco del departamento elevamos
    el análisis a la articulación con la nación
    situaremos en escena a los militares que como Roca ejemplificaba
    muy bien la contribución de las redes sociales, parentales y amicales ya no
    sólo para asegurar el triunfo electoral de una facción
    sino para la construcción de una política con base
    operativa en la provincia y proyección nacional.

    Con el objeto de desarrollar esa trama relacionante que
    supone vínculos, enlaces de todo tipo y que atraviesan la
    región para articular como si fuera un diagrama de anillos
    concéntricos espacios territoriales más amplios, se
    tuvieron en cuenta sus bases de construcción. Ese entramado
    por un lado supone contactos se han visto potenciados por las
    competencias que tenían las autoridades, las
    características demográficas que presenta el espacio en
    cuestión, la presencia de esa frontera cercana que supone a
    la vez de contacto, conflicto. Ello moviliza a autoridades y
    compromete a vecinos. De esa trama de vinculaciones se vieron
    resignificadas relaciones e identidades. Ahora bien,
    ¿cómo esos vínculos sociales tenían una
    funcionalidad política en tiempos electorales?
    ¿Cómo los actores institucionales apartados de las
    complicaciones electorales por definición de la normativa en
    sus prácticas de gestión, terminaban siendo componentes
    de redes de esta naturaleza? ¿Cómo
    funcionaba la dinámica de estas relaciones en una
    lógica que interconectaba campaña, provincia y
    nación, nos resultan interrogantes clave que invitan a una
    indagación sobre las prácticas electorales en su
    despliegue sobre la región sur cordobesa.

     

    Notas

    1. Trabajo presentado como ponencia en el X: Congreso
      Interclaustros de Historia, 2005, Facultad de Humanidades de
      Rosario. Este trabajo forma parte de la Tesis de Maestría
      "Prácticas electorales en la campaña sur de
      Córdoba, 1870-1890".
      CEA, UNC. Es parte del Proyecto de
      Investigación "Estrategias partidarias y actores
      sociales en el sur cordobés, 1870-1890", perteneciente a
      Carrera de Investigador del CONICET.
    2. Mensaje del gobernador Antonio del Viso.
      14-5-1880.
    3. Mensaje del gobernador Juan Antonio Alvarez.
      (4-5-1873).
    4. Mensaje del gobernador Miguel Juárez Celman.
      (15-5-1881).
    5. Son ilustrativos los relatos de Mansilla en su
      encuentro con los ranqueles (1969: 210-293) o los de
      Fotheringham (1999: 7).

     

    Referencias
    bibliográficas

    – Barriera, D. (2002) Por el camino de la historia
    política: hacia una historia política configuracional.
    En: Secuencia, 53 (mayo-agosto), Instituto Mora, México: 163-196.

    – Basconzuelo, C. (2002) Ideario, normativa y
    prácticas para la afirmación del Estado provincial
    cordobés: la institución de las jefaturas
    políticas en el escenario departamental. En: Revista de
    la Junta Provincia de Historia de Córdoba.
    Córdoba.
    (2ª Época): 51-67.

    – Bonaudo, M. (2003) Las elites santafesinas entre el
    control y las garantías: el espacio de la jefatura
    política. En: Sábato, H. y A. Lettieri
    (comp.) La vida política en la Argentina del siglo XIX.
    Armas, votos y voces.

    Buenos Aires. Fondo de Cultura Económica de
    Argentina: 259-276.

    – Burmeister, H. (1944) Viaje por los estados del
    Plata.
    Buenos Aires. Unión Germánica en la
    Argentina.

    – Ferreyra, A. (1997) Mensajes de los gobernadores de
    Córdoba a la Legislatura.
    Centro de
    Estudios Históricos. Córdoba.

    – Fotheringham, I. (1999) La vida de un soldado.
    Reminiscencias de las fronteras.
    Buenos Aires. Ciudad
    Argentina, Buenos Aires. 2º edición.

    – Mansilla, L. (1969) Una excursión a los indios
    ranqueles.
    Buenos Aires. Cultural Argentina, Tomo
    I.

    – Pavoni, N. (2000) Las jefaturas políticas y su
    incidencia en el clientelismo rural: Córdoba 1870-1890. En:
    Cuadernos de Historia. Serie Economía y Sociedad,
    Córdoba, Área de Historia del CIFFyH-UNC, (3):
    123-151.

    – Tagmanini, M. (1995) Cartas de frontera. Los
    documentos del conflicto
    interétnico.
    Río Cuarto. Departamento de
    Publicaciones e Imprenta de la Universidad Nacional de Río
    Cuarto.

    – Tagmanini, M. y G. Pérez Zavala (2002) El
    debilitamiento de los ranqueles: el tratado de paz de 1872 y los
    conflictos intraétnicos. En: Nacuzzi, L. (comp.).
    Funcionarios, diplomáticos y guerreros. Miradas hacia el
    otro en las fronteras de pampa y patagonia (siglos XVIII y
    XIX).
    Buenos Aires. Publicaciones de la SAA:
    119-157.

     

    Fuentes
    inéditas

    – Archivo de la Legislatura de la Provincia de
    Córdoba (ALPC).

    – Eco de Córdoba. 1870-1890 (ECC).

     

    Tesis
    doctoral

    – Basconzuelo, C. (2003) Legitimidad y
    representación en la campaña y frontera sur cordobesa.
    Su articulación con la provincia y la Confederación.
    Universidad Nacional de Cuyo, Facultad de Filosofía y
    Letras, Inédito.

     

    Celia Basconzuelo (*)

    (*) Departamento de Historia, UNRC.

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