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Inmigración, "civilizaciones" y políticas de integración




    Monografía destacada

    1. Un repaso a la
      inmigración en Francia
    2. ¿Se extienden sobre
      Francia las sombras del mundo de
      Huntington?
    3. Retos para la integración
      "a la francesa". A manera de
      conclusión

    Introducción

    No cabe duda que la migración
    internacional es hoy en día un fenómeno de agenda
    global, cuyas implicancias hacen necesario que cada experiencia
    sea objeto de un análisis multidimensional que permita una
    adecuada comprensión de la misma, a partir de la cual
    pueda, a su vez, generarse el nivel de sensibilización
    política
    suficiente para impulsar el diseño
    e implementación de las acciones
    correspondientes para su tratamiento.

    Esta dinámica resulta de particular importancia
    para los Estados receptores de inmigrantes, en la medida que
    precisan contar con los instrumentos conceptuales,
    metodológicos y operativos necesarios, a fin de modular
    oportunamente sus políticas migratorias, encaminando las
    mismas a la consecución de sus objetivos
    nacionales.

    Y aun cuando la experiencia internacional puede resultar
    de mucha ayuda, las características inherentes de cada
    fenómeno migratorio, así como la serie de variables que
    conforman el contexto en el que se desarrolla, hacen necesario
    que se le otorgue un tratamiento específico.

    Va en esa línea lo señalado por Emmanuel
    Peignard, respecto a que la inmigración ofrece a los países que
    la experimentan la oportunidad de examinar el estado de
    sus vínculos sociales, de su integración nacional y
    de su propio nivel de ciudadanía.

    Las políticas en materia de
    migración aplicadas por los Estados varían
    según los intereses, necesidades y expectativas de sus
    sociedades. En
    particular, las políticas de integración,
    proyectadas específicamente a fenómenos de
    migración regular y permanente, están estrechamente
    vinculadas a cuestiones tales como "cultura y
    pertenencia, nacionalidad,
    identidad y
    ciudadanía que son fundamentales para cualquier sociedad que
    busca asegurar su estabilidad social en un mundo cada vez
    más globalizado", y en esa medida, responden a la
    necesidad de asegurar niveles de estabilidad y coexistencia
    determinados.

    Pero es evidente que dichas políticas se explican
    también sobre la base de consideraciones de tipo
    económico-productivo: según el último
    informe de la
    Comisión Global para la Inmigración Internacional
    de las Naciones Unidas,
    el trabajo de
    los inmigrantes, tanto calificados como no calificados,
    constituye uno de los motores del
    crecimiento de las economías de los países que los
    reciben.

    Cuesta creer que esto le sea desconocido a quienes
    tomaron parte en los recientes disturbios que han azotado a
    diversas localidades de Francia.

    A la luz de estos
    desmanes protagonizados en su mayoría por jóvenes
    de barrios marginales cuyas familias son de origen extranjero,
    surge la interrogante respecto a si tiene sustento lo referido
    por ciertos analistas, e incluso algunos altos funcionarios
    franceses, respecto a la supuesta vinculación que
    existiría entre los incidentes y la afirmación de
    valores y
    costumbres promovidas por el islamismo, religión que detentan
    mayoritariamente los habitantes de los banlieues (barrios
    periféricos y marginales de las principales
    ciudades de Francia).

    Ahondando aún más en ello, interesa
    conocer las implicancias que al respecto puedan corresponder a la
    calidad del
    proceso de
    integración de, por paradójico que parezca,
    personas que detentan la nacionalidad
    francesa -solo que de primera o segunda generación-. El
    presente trabajo
    pretende, sobre la base de las aproximaciones revisadas en el
    curso respecto al tema, brindar ciertos elementos que permitan
    absolver tales interrogantes.

    Un repaso a la
    inmigración en Francia

    Francia es un país que históricamente se
    ha visto muy vinculado a la inmigración. "Los grandes
    movimientos migratorios se desarrollaron sobre todo en función de
    las necesidades demográficas, políticas (las
    guerras) y
    económicas de Francia: después de 1870, 1918 y
    1945".

    En el marco del proceso de reconstrucción tras
    la Segunda Guerra
    Mundial que encontraba como uno de sus soportes la necesidad
    de industrializarse a gran escala, se
    creó en 1946 la Oficina Francesa
    de Inmigración, encargada de reclutar para tal fin a
    trabajadores de otros países. En esa línea, en 1952
    el gobierno
    francés suscribe la Convención de Ginebra que
    regula los actuales procedimientos de
    asilo, y crea, asimismo, la Oficina Nacional para la
    Protección y Apátridas.

    Este impulso determinó que el flujo de
    inmigrantes se intensificara entre 1946 y 1975. A partir de
    mediados de los 70, aunque decrece la demanda de
    trabajadores extranjeros debido al lento crecimiento que viene a
    experimentar la economía francesa, la
    reagrupación familiar y el asilo pasan a ser las
    principales fuentes de
    migración. Por ejemplo, el reagrupamiento familiar hizo
    posible solo en el 2004 la entrada legal en Francia de 25,000
    inmigrantes. En la actualidad, lo puede pedir cualquier persona que venga
    residiendo legalmente al menos un año.

    Respecto al lugar de origen, si bien hasta alrededor de
    1950 la mayoría de inmigrantes provenían de
    Italia,
    Bélgica, Rusia,
    España
    y Portugal, es a mediados del siglo pasado que se incrementa el
    número de inmigrantes africanos. "En 1971, Francia era el
    país que recibía el 98% de la emigración
    argelina, es decir 760,000 emigrantes, y al año siguiente
    pasaron a ser la nacionalidad que aportaba más inmigrantes
    al país".

    Si bien se considera que desde 1975, las comunidades
    portuguesa y argelina son las más grandes en el
    país, la suma de ambas es aún menor al
    número de inmigrantes de origen nor-africano en conjunto
    (argelinos, marroquíes y tunecinos).

    Resulta difícil precisar el número de
    inmigrantes en la Francia de hoy (entendiendo como inmigrantes
    tanto a extranjeros que residen como a quienes han optado por la
    nacionalidad francesa). A ello contribuye esencialmente que ese
    país, en el marco de su política de lucha contra la
    discriminación, prohíbe llevar
    estadísticas basadas en religión o
    etnicidad, por lo que solo puede tenerse registros de
    quienes no se han nacionalizado.

    Este dato es crucial en tanto se estima que un poco
    más del tercio de la masa inmigrante ha adquirido ya la
    nacionalidad francesa. Contribuye a la dificultad de llevar
    registros precisos, además, el gran número de
    personas en calidad migratoria irregular (el propio Ministro del
    Interior francés Nicolas Sarkozy ha llegado a
    señalar que serían entre 80,000 y 100,000 cada
    año).

    El reconocimiento de la nacionalidad francesa es
    regulado por normas basadas en
    la aplicación de los principios de jus
    soli (droit du sol), es decir que no importando si los padres son
    extranjeros, serán franceses quienes nazcan y residan en
    el país; y del jus sanguinis, en virtud del cual los
    padres transmiten su nacionalidad aun cuando sus hijos hayan
    nacido o residan en otro país.

    Francia, consecuente con su histórica defensa de
    las libertades y de la igualdad, ha
    promovido políticas públicas que buscan evitar la
    discriminación (tanto positiva como
    negativa) por origen. Se reconoce a los extranjeros iguales
    derechos civiles,
    sociales y económicos (mas no políticos) que a los
    nacionales. En esa línea, por ejemplo, cualquier programa
    destinado a combatir el desempleo no
    podría estar dirigido exclusivamente a
    inmigrantes.

    No obstante, atendiendo a las implicancias de los
    flujos
    migratorios en diversos ámbitos de la vida nacional y
    al hecho que los extranjeros de ayer y/o sus descendientes han
    pasado a convertirse hoy en nacionales franceses, es a
    través del FAS (Fondo de acción
    social para los trabajadores inmigrantes y sus familias), que
    devino en el 2001 en el FASID (Fondo de acción y apoyo
    para la integración y la lucha contra la
    discriminación), que el gobierno busca, en líneas
    generales, atender dos objetivos estratégicos.

    De un lado está el apoyo a la integración
    de las poblaciones inmigrantes (básicamente a
    través del conocimiento y
    acceso a sus derechos). Del otro, se compromete a la lucha contra
    la discriminación. En ese sentido, los programas no solo
    se dirigen a las personas instaladas legalmente en el territorio,
    sino también a la propia sociedad receptora.

    Respecto al primer grupo, se pone
    énfasis en el aprendizaje
    del francés, el
    conocimiento de las obligaciones y
    derechos, el acceso a la autonomía social y profesional, y
    se desarrollan algunos programas en los ámbitos de la
    formación, la calificación y la igualdad de acceso
    a los derechos y en el del ejercicio de la
    ciudadanía.

    Para favorecer la igualdad de los derechos, los
    dispositivos de prevención se refuerzan, en particular,
    los que se refieren a la igualdad entre las mujeres y los
    hombres. Los programas orientados a la lucha contra la
    discriminación – y, principalmente, aquélla que se
    basa en los prejuicios y la ignorancia de la
    inmigración– van dirigidos a la ciudadanía en
    general, entre quienes también se apunta a promover el
    reconocimiento de la contribución de la inmigración
    a la construcción de la sociedad francesa, y la
    diversidad cultural.

    Iniciativas como ésta han permitido alcanzar
    ciertos resultados. Entre los años 80 y 90, la
    proporción de personas de origen inmigrante que solo
    pudieron seguir la educación primaria
    se redujo del 81% al 42 por ciento. Asimismo, de los 14 millones
    de parejas existentes para 1999 (casadas o no), 960,000 eran
    parejas mixtas –francés y de ascendencia extranjera-
    (es decir, un 6,8%).

    Y según los sociólogos, los niños
    de inmigrantes, en circunstancias socio-económicas
    comparables, son tan aplicados como los de familias
    nativas.

    Empero, frente a cifras como éstas, se
    contraponen otras no tan positivas. La población de origen extranjero está
    más proclive al desempleo (el 16.4% de ellos
    carecía de empleo en el
    2002). Gran parte de ella, en especial los de ascendencia
    magrebí, tiende a trabajar en actividades que no captan el
    interés
    de los franceses de origen, tales como construcción,
    limpieza, transportes, etc..

    Muchas de estas familias habitan en áreas que se
    caracterizan por considerables índices de pobreza y alta
    densidad
    poblacional (banlieues), ubicadas en la periferia de las
    grandes ciudades.

    Es precisamente en uno de éstos,
    Clichy-sous-Bois, al este de Paris, donde el jueves 27 de octubre
    del 2005, al conocerse que dos adolescentes
    de familias inmigrantes de la zona habían muerto
    electrocutados en su huida de una supuesta persecución
    policíaca, se desató una ola de violencia que
    rápidamente se expandió a más de 270 comunas
    francesas, y que, al 17 de noviembre, según cifras
    oficiales, dejó como saldo un muerto, 8,973
    automóviles incendiados, 2,888 arrestos, 126
    policías heridos, y cerca de 200 millones de euros en
    pérdidas.

    El fenómeno atravesaría hoy una etapa de
    "transnacionalización" al tenerse noticia de hechos de
    violencia similares en Bélgica, Holanda, Alemania,
    Grecia,
    España, Suiza y, últimamente, Australia.

    ¿Se
    extienden sobre Francia las sombras del mundo de
    Huntington?

    Reconocidos analistas, incluso altas autoridades del
    gobierno francés, han creído detectar la existencia
    de una relación, casi directa, entre los incidentes y las
    costumbres, valores y la propia religión de las familias a
    las que pertenecen los vándalos.

    Así, por ejemplo, el Ministro de Trabajo
    Gérard Larcher, ha vinculado la crisis de los
    suburbios a la poligamia. Se cree que habría hasta 30,000
    familias polígamas, de origen argelino o senegalés,
    donde la poligamia es legal. Se ha dicho que la poligamia
    familiar puede generar un "comportamiento
    antisocial" entre los jóvenes, debido a la ausencia de la
    figura paterna, puesto que, al no tener sitio en sus viviendas
    tugurizadas, suelen estar en las calles, siendo fácilmente
    tentados a integrar pandillas juveniles.

    Sin embargo, la supuesta relación no ha podido
    ser sustentada debidamente a la fecha. El mismo Primer Ministro
    De Villepin ha exhortado a que "no se hagan `mezcolanzas´
    tan fáciles como la que sugiere el binomio
    poligamia/disturbios"

    Se ha sugerido, asimismo, una asociación entre
    los hechos y la intolerancia religiosa. Hoy en día se
    estima que la comunidad
    musulmana en Francia la compondrían alrededor de 5
    millones de personas, incluyendo a musulmanes de segunda
    generación, lo que la convierte en la segunda
    religión más difundida en el
    país.

    En el propio Clichy, lugar donde se desencadenaron los
    disturbios, más del 80% de los habitantes son inmigrantes
    musulmanes o hijos suyos, en su mayoría procedentes del
    Magreb. En recientes declaraciones en relación a este
    tema, el notable sociólogo italiano Giovanni Sartori, ha
    sido claro en afirmar que la inmigración islámica
    es "incapaz "de integrarse a la cultura europea. Se suele
    sostener que los Estados son los que marginan, pero, en su
    opinión, los inmigrantes islámicos proceden de una
    cultura teocrática que no genera en ellos el deseo de
    integrarse al país donde residen.

    Más aún, Sartori señala que
    promover la nacionalización de los inmigrantes
    podría jugar en contra del propio proceso de
    integración, en tanto que al reconocérseles
    derechos políticos, aquellos podrían, a la larga,
    legitimar su aislamiento (logrando se les reconozca, por ejemplo,
    el derecho a tener escuelas separadas del resto, vivir en
    enclaves o ghettos, etc.).

    Asimismo, el Estado
    habría contribuido a allanar el camino a las revueltas a
    través del impulso de su laicismo, heredero de su
    tradicional secularismo. En febrero de 2004, el Presidente Chirac
    aprobó la prohibición de exhibir en forma
    ostensible en las escuelas signos
    religiosos, lo que habría generado mucha resistencia en la
    comunidad musulmana. Esto le habría dado al radicalismo
    musulmán la oportunidad de propagar su mensaje religioso y
    cultural reivindicatorio, pero a la vez, separatista.

    Estos argumentos parecieran confirmar que sobre Francia
    se cierne la sombra del predicamento de Huntington, respecto a
    que la principal fuente de conflictos en
    el nuevo mundo globalizado pasaría a ser la cultural, que
    enfrentaría ya no a los Estados-nación,
    sino a grupos
    pertenecientes a civilizaciones diferentes cuyos choques
    reconfigurarían la historia mundial. En
    oposición a ellos, algunos análisis han incidido en
    atender a otros aspectos clave.

    Así, por ejemplo, la contribución de las
    organizaciones
    y líderes musulmanes en el apaciguamiento de los desmanes
    ha sido destacada tanto por autoridades del gobierno como por
    connotados analistas. Alain Touraine y Nicolas Baverez han
    desestimado el tema religioso como factor desencadenante. "Nadie
    tiene cara de líder.
    Uno de los mayores errores sería pensar que es un movimiento
    islamista religioso"

    Sobre el secularismo, existe un parecer bastante
    generalizado: en el 2004, el 68% de franceses (tanto nativos como
    de origen inmigrante) opinó favorablemente respecto a la
    separación de la religión y el Estado, y el 93 %
    consideró importantes los valores
    republicanos.

    El Presidente de la Unión de Organizaciones
    islámicas de Francia Lhaj Thami Breze, ha manifestado que
    la neutralidad del Estado en materia de fe resulta más
    bien una garantía para que se desarrollen libremente las
    creencias. Azzedine Gaci, dirigente del Consejo Regional
    Musulmán de Lyon, ha resaltado el grado significativo de
    adaptabilidad del islam a diversos
    contextos nacionales, desde Indonesia hasta Senegal.

    Ya en lo particular, no puede pasarse por alto que en
    los mencionados disturbios, si bien han participado
    mayoritariamente jóvenes de origen musulmán,
    también se reporta la presencia de hijos de inmigrantes
    portugueses e incluso de algunos jóvenes nativos. La
    prensa
    internacional que ha seguido de cerca el desarrollo de
    los desmanes recoge con frecuencia el testimonio de
    jóvenes que buscan desesperadamente "integrarse" a su
    propio país.

    En suma, puede apreciarse que la supuesta
    relación entre los hechos y los valores y la cultura
    islámicos responde más a una cuestión de
    apreciaciones subjetivas o prejuicios. Existiría una
    percepción negativa de la sociedad
    autóctona respecto del islam y los inmigrantes que puede
    más explicarse en el desconocimiento que alimenta los
    sentimientos de temor entre un grupo y otro. La supuesta
    "resistencia civilizacional" basada en la existencia de valores
    irreconciliables a la que alude Sartori, podría acaso
    corresponder más bien a esquemas de inmigración
    forzada o que desalienten o impidan la integración de
    extranjeros.

    Pero resultaría poco sostenible su eventual
    extrapolación a contextos en los que el grueso de
    inmigrantes ha accedido libre y voluntariamente a la nacionalidad
    del país receptor, además de haberse registrado un
    importante número de uniones mixtas. Sin embargo, no puede
    soslayarse el hecho que el radicalismo, como el de corte
    religioso, puede aglutinar el descontento o la frustración
    que se deriven de procesos de
    integración fallidos, convirtiéndose así en
    un poderoso elemento desestabilizador.

    Retos para la
    integración "a la francesa". A manera de
    conclusión.

    En oposición a una óptica
    limitada, a partir de la cual la integración
    contemplaría involucrar únicamente a los grupos
    inmigrantes, una efectiva estrategia de
    integración debería incluir también a las
    sociedades receptoras.

    Como bien señala el último reporte sobre
    migración internacional de la
    Organización Internacional para las Migraciones, la
    integración debe ser entendida como un proceso de doble
    vía, de mutuo entendimiento entre ambos grupos, en donde
    se conozcan, aprendan a convivir y respeten sus diferencias. "Se
    trata de conocerse entre sí, pero se mantiene en cierta
    medida la herencia y
    diversidad cultural propias".

    La respuesta casi inmediata del gobierno francés
    al desencadenarse la reciente ola de violencia ha sido,
    además de las amenazas de deportación, endurecer la
    normatividad que regula el ingreso de extranjeros a su territorio
    a través de limitaciones al reagrupamiento familiar y la
    reducción de los denominados "matrimonios blancos" (en los
    que a cambio de
    dinero se
    ofrece matrimonio a
    extranjeros con el objeto de conseguir la nacionalidad
    francesa).

    Lo que las autoridades han tardado en comprender es que
    los vándalos de los banlieues no son extranjeros,
    sino nacionales franceses (aunque de origen
    inmigrante).

    Se podría decir que la reacción del
    gobierno traduce la prejuiciosa equivalencia que hace la sociedad
    autóctona entre nacionales de origen inmigrante y
    extranjeros, apreciación que se forma a partir de
    consideraciones especialmente de índole racial, pero en la
    que también influyen cuestiones de tipo
    socio-económico. "Es verdad que el aislamiento y
    marginación de los descendientes de inmigrantes de segunda
    y tercera generación se ha incrementado, especialmente con
    el crecimiento del desempleo".

    Esto evidencia que el proceso de integración
    francés ha descuidado su enfoque hacia la sociedad
    receptora. Y ese enfoque se sustenta básicamente, como en
    el caso del antes aludido FASILD, en la lucha contra la
    discriminación. Los esfuerzos por erradicarla se han
    dirigido particularmente a desarrollar el ordenamiento normativo
    correspondiente de reconocimiento de derechos y deberes, lo que
    solo ha contribuido a hacer más evidente el divorcio entre
    el ser y el deber ser.

    Hilando fino, no es la falta de un empleo lo que ha
    lanzado a los jóvenes franceses de origen inmigrante a las
    calles a quemar autos, sino
    haber comprobado que no lo consiguen por llamarse Ahmed, Buona,
    Nadir, o Zyed.

    La comprobación de la inoperatividad social de
    las normas genera resentimiento y frustración entre los
    afectados, quienes, al sentirse desprotegidos y marginados en sus
    propios países, se ven en la necesidad de hacerse
    oír. Recurrir a la violencia, desproporcionada pero con
    límites
    claros como el respeto a la
    vida, se presenta ante ellos como el boleto que les garantiza que
    captarán la atención de las autoridades nacionales y el
    interés vigilante del "espectador global".

    De otro lado, cabe tener presente que todo proceso de
    integración en marcha trae consigo una serie de
    dificultades, como el ineludible surgimiento de
    conflictos.

    En ese sentido, los mecanismos de resolución
    de conflictos provisionales que pueda desarrollar el
    país deberán garantizar la articulación de
    sus intereses en contienda (relativos a empleo, salud, seguridad, entre
    otros), mientras se desenvuelva el lento proceso de
    integración, que trasciende, en el mejor de los casos, a
    una generación. La represión o la negación
    no constituye una forma efectiva de solucionar los conflictos,
    sino de agravarlos.

    Un punto clave de la integración que merecer ser
    destacado es el aprendizaje del
    idioma, en especial en un país que defiende su
    singularidad cultural frente a las presiones que le imprime
    la
    globalización y sus compromisos con la Unión
    Europea. Muchos de los padres y abuelos extranjeros que no
    conocen el francés, mal pueden ayudar a sus hijos a hacer
    las tareas, lo que obviamente repercute en su desempeño y rendimiento escolar y,
    posteriormente, en sus oportunidades laborales.

    Una cuestión final. Los ojos del mundo han
    seguido paso a paso el desarrollo de los incidentes. Dada su
    rápida repercusión en países vecinos,
    así como en lugares bastante alejados (en los
    últimos días se reporta incidentes parecidos en
    Sydney), cabría preguntarse si en el ínterin
    estamos siendo testigos de la formación de redes transnacionales entre
    inmigrantes de origen común o afín que les
    posibilitarían asistirse recíprocamente en la
    difusión de sus demandas, con el objeto de sensibilizar e
    involucrar a la opinión
    pública internacional.

    Las luces que se obtengan al respecto permitirán
    aproximarnos a conocer el verdadero poder de las
    minorías organizadas.

     

    Lima, 17 de diciembre 2005

    Luis Alberto Ceruti

    Magíster en Diplomacia y Relaciones
    Internacionales

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