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La escuela y la educación de los sentimientos



     

    En un colegio italiano, un chico de 17 años
    asesina con una navaja suiza a su ex novia de 16 en el mismo
    espacio del establecimiento escolar. Este hecho puede suceder en
    cualquier institución educativa de muchos países.
    La violencia en
    la sociedad es
    también violencia en la escuela. Pero cuando implica a
    jóvenes menores de edad el hecho conmociona a la opinión
    pública. Frente al acontecimiento hay dos posturas
    radicalmente opuestas. Una es el silencio. La que expresa muy
    bien la vicedirectora del establecimiento italiano (y muchos
    otros comentaristas con ella) cuando dice lapidariamente: "frente
    a tal tragedia, no hay nada que podamos decir". Sin embargo,
    muchos son los que opinan, interpretan, explican, en síntesis,
    construyen el hecho.

    El sentido común se inclina a buscar culpables.
    La culpa la tiene el chico asesino? Sus padres? y las autoridades
    y profesores del colegio que frecuentaban, no tienen alguna
    responsabilidad en el asunto?. El tema de la culpa
    lleva a preguntas equivocadas. Tratándose de menores,
    más que condenar es preciso buscar explicaciones,
    interpretaciones. Como hecho individual que compromete a personas
    concretas y únicas es probable que el hecho no tenga
    explicación. Una acción
    de tal gravedad nunca podrá ser develada en su verdad
    completa. Siempre estará rodeada de ese fondo de misterio
    que rodea a tantas cosas importantes de la vida de los seres
    humanos.

    Pero la violencia juvenil entre pares es también
    un hecho social. No sólo ocurre una vez, sino que ha
    ocurrido muchas veces en el pasado y probablemente volverá
    a ocurrir en el futuro. Como fenómeno social que se
    expresa en porcentajes y frecuencias tiene una lógica,
    es decir, no es una realidad completamente arbitraria. El
    análisis social puede encontrar
    asociaciones, regularidades, factores asociados, circunstancias
    típicas, etc. Por eso resultan interesantes otro tipo de
    preguntas, tales como las que se hace Umberto Galimberti en el
    diario italiano La Repubblica, del día 13 de febrero del
    2001. Su argumento se centra en una crítica
    del silencio como actitud
    típica de los docentes del
    establecimiento donde ocurrió el hecho. Será
    posible que los profesores que comparten cada día del
    año escolar alrededor de cuatro horas con los chicos no
    lleguen a conocerlos más que como alumnos de sus
    respectivas materias (alumno de matemáticas o de química, etc.), sin
    siquiera intuir qué es lo que tienen o no tienen en su
    cabeza y en su corazón?
    Vale la pena reproducir textualmente el razonamiento de
    Galimberti:

    "Los profesores entran a clase. Pero
    realmente los miran a la cara a estos muchachos? Los miran uno
    por uno? Los llaman por su nombre ¿O sólo por su
    apellido, cuando les toman examen?

    Saben que la generación de jóvenes con
    los que cada día trabajan tienen de una fragilidad
    emotiva impresionante, no por culpa de sus profesores, sino por
    culpa de las muy rápidas transformaciones
    económicas, sociales y tecnológicas a la que
    están sometidos? Saben que la emoción, si no
    encuentra el vehículo de la palabra recurre al gesto:
    gesto truculento de amor y gesto
    truculento de violencia?

    Pero quién le debía enseñar a
    estos muchachos a hablar, a utilizar esa abundante literatura que
    está a su disposición, donde la cosa más
    importante es cómo una emoción encuentra la forma
    de palabra, de poesía y de sublimación del amor y
    del dolor? (….) A esa edad la literatura o es educación de las emociones, o
    más vale dejarla de lado y colocar a todos los
    estudiantes frente a una computadora
    para hacerlos eficientes en esta práctica visual y
    manual.

    Queremos darnos cuenta que las emociones explotan en
    la adolescencia
    cuando los hijos frenan si no cierran la
    comunicación en la familia y
    la única salida comunicativa se encuentra en el ambiente
    escolar, el cual debe trabajar sobre estas emociones?
    Más aún, esta es su primera tarea, porque sin
    emociones no se crea ningún interés
    y sin interés no hay voluntad de
    aplicación.

    Si la escuela expulsa de su ámbito la
    educación de los sentimientos, la emoción, cuando
    no se practica de un modo trágico (….)
    está a la deriva sin contenidos donde aplicarse,
    oscilando indecisa entre pulsiones de revuelta y tentaciones de
    abandono, recalando en lugares tales como el mundo de la
    discoteca, del alcohol y la
    droga,
    aunque sean éstos ejemplos extremos.

    Todos saben que no hay aprendizaje sin
    gratificación emotiva y el descuido de la emotividad es
    el riesgo
    máximo que hoy corre un estudiante que va a la escuela.
    Y no es un riesgo menor porque si es verdad que la escuela es
    la experiencia más elevada donde se ofrecen los modelos de
    siglos de cultura, si
    estos modelos sólo se aprenden como contenidos de la
    mente sin convertirse en esbozos formativos del corazón,
    el corazón comenzará a transitar sin horizonte en
    ese nada inquieto, cuando no trágico, que ni siquiera el
    fragor de la música
    juvenil logra siquiera disfrazar.

    Cuando hablo de corazón hablo de aquello que en
    la edad evolutiva irrumpe en la vida con esa fuerza
    desordenada y generativa sin la cual difícilmente los
    adolescentes encontrarían el coraje de proseguir
    la empresa.
    El saber transmitido en la escuela no debe comprimir esta
    fuerza, sino que debe ponerse a su servicio
    para consentirle una expresión mas articulada en
    términos de escenarios, proyectos,
    inversiones,
    intereses. Finalmente lo que queda es la vida, y el saber es el
    mejor instrumento para expresarla.

    No le pido a los docentes de hacerse cargo de la
    existencia de los jóvenes. No pueden, deberían
    haber tenido otra formación. Le pido sólo que
    reflexionen en ese breve fragmento de Freud, que en
    1910 escribía: ‘la escuela secundaria debe hacer
    algo más que evitar de impulsar a los jóvenes al
    suicidio; ella
    debe crear en ellos el placer de vivir. Me parece incontestable
    que la escuela no haga esto y que en muchos aspectos se quede
    por debajo de su propia tarea, que es la de ofrecer un
    sustituto de la familia y de
    suscitar el interés por la vida que se desarrolla en el
    exterior, en el mundo". (Humberto Galimberti, Le emozioni dei
    giovani e il silenzio degli adulti. En: La Repubblica,
    13 febbraio 2001).

    Existen dos figuras docentes típicas, que todos
    conocemos. Una es la (a veces "el") maestra de nuestra vieja
    primaria; la otra es el profesor de la
    secundaria. La primera tiene una relación que tiende a la
    totalización, tanto en relación con la cultura y el
    saber, como con el niño. No se ocupa de enseñar una
    disciplina, ni
    siquiera se ocupa sólo de conocimiento.
    La maestra enseña todas las cosas de la vida. No
    sólo se dirige a la mente del niño, sino
    también y al mismo tiempo a su
    corazón. Difunde conocimientos acerca de las cosas de la
    naturaleza y
    la sociedad en que vivimos, pero también enseña
    criterios para distinguir lo que está bien de lo que
    está mal, lo que es bello de lo que es feo. Por otra
    parte, su interlocutor es el niño y no sólo el
    alumno ("niño que frecuenta la escuela").

    Es muy probable que conozca a "sus" niños
    en el conjunto de relaciones y ámbitos de vida que lo
    definen como agente social, y no sólo como aprendiz.
    Conoce su nombre y su apellido, su familia, cuantos hermanos
    tiene, cómo y donde vive. Está en condiciones de
    conocer también sus inclinaciones, sus gustos, sus
    cualidades afectivas, morales, sus inclinaciones, sus proyectos e
    incluso algunas de sus fantasías. A su vez, el niño
    tiene una relación total con su maestra. Ella es percibida
    como una emanación de la familia y le adjudica sin mayores
    conflictos una
    autoridad,
    condición tan necesaria para el éxito
    de cualquier empresa
    pedagógica. El niño, por lo general confía y
    quiere a su maestra, la mayoría de las veces sabe que
    puede contar con ella, que puede hablar con ella de cosas
    extracurriculares, es decir, de situaciones y problemas que
    vive incluso fuera de la escuela. La maestra es alguien con quien
    los niños pueden contar, como sus padres, hermanos y otros
    miembros de su entorno familiar.

    El profesor de secundaria es un profesional
    especializado. Por lo general sus condiciones de trabajo no no
    se concentra en un solo establecimiento. Su relación con
    el saber es parcial, fragmentada, disciplinaria en el sentido
    tradicional del término. El profesor de matemáticas
    "maneja" sus contenidos curriculares, pero no tiene porqué
    saber ni siquiera la historia social de las
    matemáticas. El adolescente que tiene en frente durante el
    tiempo que dura su clase (no la jornada) es simplemente un alumno
    que por lo general identifica con un apellido. No sabe mucho de
    él, es raro que conozca a su entorno familiar
    significativo. Sólo tiene contacto con él cuando
    existen problemas graves de conducta o bien
    de rendimiento escolar. Su visión del alumno es
    extremadamente parcial. La misma no se corrige o enriquece
    mediante la interacción con sus colegas, que
    probablemente tengan acceso a otras facetas de los mismos
    alumnos. El profesor de química no sabe y no tiene
    porqué saber que esa chica que tiene tantas dificultades
    con el aprendizaje de
    su materia es una
    apasionada de la literatura. Y viceversa.

    ¿Quién se ocupa del adolescente en la
    escuela secundaria? En muchas instituciones
    existió la figura del tutor, es decir, de un adulto cuya
    tarea consiste precisamente en acompañar el aprendizaje y
    la experiencia escolar de los adolescentes en cuanto personas
    totales. Esa figura ha casi desaparecido de la mayoría de
    los establecimientos educativos públicos argentinos. Salvo
    raras excepciones (por ejemplo en el tercer ciclo de la EGB de la
    provincia de Santa Fe) se considera que un docente que no
    enseña no sirve para nada. Es un lujo que no nos podemos
    permitir en condiciones de severa crisis
    fiscal. Si
    faltan profesores de áreas básicas, si los salarios son tan
    bajos, gastar en pagar horas docentes para la función de
    tutoría parece un despropósito, un despilfarro. Lo
    primero es lo primero. Hay que invertir los puntos
    presupuestarios en funciones
    directamente docentes. La función de
    acompañamiento, de guía y orientación
    cognitiva, afectiva, emotiva de los adolescentes, la
    función de articulación (entre docentes, entre
    institución y familia, entre institución y la
    comunidad) son
    superfluas e improductivas. No interesan a nadie, ni a la
    administración ni al sindicato (que
    propicia la multiplicación de los puestos y el aumento de
    los salarios). Quién se ocupa de los adolescentes que ni
    siquiera tienen una familia estructurada y en condiciones de
    sostenerlos en el difícil tránsito de la
    adolescencia a la juventud y la
    vida adulta, de la heteronomía a la
    autonomía?

    La escuela no puede todo, pero la escuela de hoy, en
    general, no está a la altura de sus posibilidades y
    responsabilidades potenciales. Más aun en una sociedad que
    vive profundos procesos de
    transformación social y cultural que ponen en crisis todos
    los ámbitos de vida de los individuos, desde la familia y
    el barrio, hasta la escuela y el empleo.
    Quién se hace cargo de las tareas de reproducción biológica y cultural de
    una población donde la familia es diversa y
    menos dotadas en términos de recursos y
    capacidades, el barrio una realidad cada vez más
    anónima y anómica, la cultura, al igual que un
    mercado, ofrece
    valores,
    estilos, gustos, sentidos tan diversos como contradictorios,
    el trabajo no
    integra como una vez, los sistemas
    públicos de prestación social están en
    crisis y los individuos quedan cada vez más librados a su
    propia iniciativa y recursos para hacer frente a los problemas de
    subsistencia y a todos los riesgos que
    comporta la experiencia vital (la salud y la enfermedad, la
    seguridad, la
    vejez, los
    accidentes, el
    desempleo, las
    incapacidades temporarias o permanentes, etc.)?

    Mientras algunos siguen insistiendo en mercantilizar la
    producción misma de la existencia social
    incluyendo los servicios tan
    necesarios, básicos, vitales, estratégicos y
    universales como la seguridad, la justicia, la
    salud y la educación, los síntomas de este
    individualismo negativo se multiplican día a día.
    La integración de la sociedad es cada vez
    más el resultado azaroso y casi milagroso más que
    un objetivo
    socialmente y conscientemente perseguido. La formación de
    las subjetividades en este contexto se vuelve extremadamente
    compleja. Ciertos grupos (por lo
    general grupos dominantes y/o con una fuerte identidad e
    integración) tienen capacidad de diseñar y
    controlar sus propios sistemas de subjetivación y por lo
    tanto de reproducirse como grupo. Otros
    (por lo general los grupos socialmente dominados) viven la
    experiencia de la desintegración en todos los niveles y
    experimentan dificultades crecientes para mantenerse integrados
    al conjunto social. Muchos de ellos se han desarticulado del
    conjunto social: no aportan nada al conjunto y tampoco reciben
    nada.

    "Sobran" y además tienden a adquirir una
    existencia más aritmética que real. Como grupo
    existen solamente en las estadísticas, pero tienen cada vez menos
    posibilidades de hacer oír su voz, de articular sus
    fuerzas, de constituirse en un actor colectivo capaz de
    participar con cierta eficacia en las
    arenas donde se juegan los principales juegos
    sociales que tienen por objeto definir reglas y orientar
    recursos. Cada vez son mas y cada vez cuentan menos. Cómo
    transcurre el proceso de
    socialización en estas condiciones?
    Qué sucede cuando las estructuras
    (familiares, laborales, barriales, etc.) que organizaban la vida
    cotidiana de los individuos se transforman bruscamente?
    Cuáles son sus impactos sobre sus propias identidades,
    sobre el sentido de la vida, el uso del tiempo y el
    espacio?

    La experiencia convierte al pasado en una especie de
    paraíso perdido, donde se tiende a exagerar los elementos
    positivos, mientras que el futuro se convierte en un no lugar, o
    el lugar del miedo y la inseguridad?
    Cómo se reorganiza la vida cotidiana del
    desempleado?

    Cómo emplea su tiempo quien ya no tiene horarios
    que cumplir, cosas para hacer, plazos que cumplir? Qué
    sucede con la subjetividad de quien pierde los lazos sociales que
    lo vinculaban a una familia? Qué sucede con los
    niños y adolescentes que de alguna manera "pierden" a sus
    padres por razones materiales
    (muerte,
    ausencia, sobreocupación, etc.). Quiénes son sus
    referentes inmediatos? En quién confía? A quienes
    puede pedir consejo? A quienes recurre en caso de conflicto o
    necesidad? Con quiénes comparte temores y esperanzas,
    sueños, ambiciones y proyectos? El grupo de pares basta
    para garantizar el desarrollo
    afectivo, moral y
    cognitivo de los adolescentes? Qué significan "los amigos"
    en esa edad y en determinados niveles sociales? La escuela y el
    colegio, qué función cumplen en contextos de
    aislamiento y desintegración social? De dónde
    extraen los jóvenes los esquemas de orientación que
    les permitan escoger entre las múltiples y contradictorias
    opciones que le ofrece el mercado de los modelos de vida y
    comportamiento
    (gustos, consumos, sistemas éticos, estéticos,
    etc.)? Cómo orientarse en este laberinto cultural en que
    caracteriza a las grandes urbes de Occidente?

    Cómo elegir la tribu en la que uno quiere vivir?
    En este contexto donde predomina la lógica del mercado
    incluso en el campo de la producción y difusión de
    sentidos del mundo, quién verdaderamente "elige" su modo
    de vida y su identidad?. Acaso los chicos "deciden" qué
    grupo ("tribu") frecuentar o qué consumos musicales
    realizar? Quizás detrás de la
    desinstitucionalización de la sociedad no nos espera ni la
    autonomía, ni la libertad, ni
    la subjetivación, sino el determinismo más ciego y
    arbitrario de las cosas sociales. Es probable que en estas
    condiciones los individuos no sean más libres, sino que en
    el mejor de los casos se convierten en objeto de conquista del
    márketing permanentemente a la caza de consumidores, no
    sólo de productos
    materiales, sino también de ideas, de sentidos, de
    representaciones, e incluso de identidades del más diverso
    tipo, desde deportivas hasta religiosas.

    Éstas y otras preguntas deberían
    constituir temas de reflexión de todos aquellos que de una
    u otra forma tienen responsabilidades específicas en la
    formación de las nuevas generaciones.

     

    Emilio Tenti Fanfan

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